Adormézcanse, oh, mundo,
del mundo las certezas tribunales,
las que fueron fundo
de formas iniciales
en lejano paraíso entre iguales.

Bajo el peso de guerras,
de revoluciones sin esperanza,
de finanzas becerras
que por ruda cobranza
nos imponen adorar su balanza,
quedó el hombre atrapado,
inerte y sonámbulo en el grato
asilo del Estado
donde, allí, por contrato,
disponer de su alma y su maltrato.

Mas nunca es suficiente
para quien se recrea en nuestro medro
pues su ira es insistente,
su gula sin arredro
y su orgullo sin cura en su desmedro.
Cuantos más oros funden
más vedan alegrías que nos unen,
más odian y confunden,
más malignos se reúnen
en torno a la cizaña de su enrunen.

Mas con qué asco es sorpresa
que a su erebo aparezca resistencia,
que abogue la presa
por no ser apetencia
de los colmillos de tal decadencia.

Si aun con más inquina
crezcan venganza, ira y confusión,
aún más se adivina
tras negror la redención
de la que bondad, fe y piedad son embrión.

A más brioso dislate
más del sueño despertará el dormido
anunciando el vate
la gloria y el aullido
de Aquel por el que todo es movido.

 

Fulgor en la oscuridad

Poema Adormézcanse, oh, mundo de Fulgor en la oscuridad