El secreto

 

A orillas de la fábula, secretamente mía,
desde el árbol de sangre donde nace el latido
que se asoma a tu pulso, tu lengua, flor mojada,
era un sésamo oculto para el paisaje mórbido
de tu floral desnudo, desgajado en pudores
y amorosas laderas silvestres, en la sombra
de tus senos en vilo, colmenas del enjambre
cuyo vuelo guiaba el beso más antiguo.

Sempiternas colinas con pétalos y zumos,
el sí y el no acertaban, dudoso de tu aroma;
áureo botín de besos, acosadas axilas,
fugacísima imagen traída en tus relámpagos,
abriéndome entre lirios palomas y moluscos.
Y tú, ya casi un claro de luna en tus pestañas,
arcángel sin edad eras sencillamente.

Y acueducto sin lluvia, la luz del arco iris
nos volcaba el secreto flamígero del beso,
la soledad abriendo a nuestras almas juntas
donde las aves urden sus alcobas de trinos.
¡Oh amada mía! Siempre tu inaccesible cumbre;
y ya en ti, me despeño virgíneamente tuyo,
cuando el aire y el río te huelen desde cerca
el tatuaje invisible de la piel de tu aroma.

Y entonces, voy bajando por la rampa del grito,
del fulgor y la piedra, del viento y de la nieve;
ave soy rubricando con el vuelo las cumbres;
Ángel Caído soy recluido en tus ojos,
mordiendo en tu cabello sus pendulares frutos,
desplegando en mi torso su funeral bandera,
tu ardiente cordillera midiendo con mis brazos…

Con mi equinoccio envuelvo tus claros hemisferios
de antípodas caricias, cuando exploran mis besos
la tibia sangre nómada de tus venas azules.
La luna era el ex-libris del éxtasis nocturno,
tallo de flor nacido de tu propia semilla,
soledad sin los árboles que sostienen el cielo,
la delicia ignorando de beber en tu lengua,
como la piedra ignora el lenguaje del pájaro.

Si el beso no era un símbolo creado en tu homenaje,
su corola en tu hálito tuvo pétalos dulces
para impregnar la tierra con mieles suficientes
cuyo dulzor brotaba de la raíz del mundo.
Te conocí en el lecho mineral del planeta,
mientras tú apaciguabas la luz en la montaña…
Cósmicamente mía… Norte, Sur, Este, Oeste,
nupciales, cuatro vientos te velaban el sueño.

Horario sentimental

 

ASTURIAS. Mi adolescencia. Había en la rada un velero
que estaba cargando sidra, fletado por un sidrero;
yo soñaba con mi novia, la hija del estanciero;
mi novia, flor de los trópicos, luna azul del ecuador.
Sonaba un dejo de gaita y un redoble de tambor…

Todas las noches leía «El crimen del padre Amaro»;
por las páginas del libro cruzaba la luz de faro
de vez en vez…De luceros se llenaba mi ventana,
flora estelar del jardín que regará la mañana
con su manguera de luz. Yo soñaba, yo leía…
Mi adolescencia bogaba, soñando, por la bahía…

Mi abuelo Manuel del Valle, fue capitán de un velero
como aquél que en la bahía carga sidra de un sidrero.
Dan las doce de la noche. El reloj, sobre el testero,
con su péndulo – tic tac- junta horario y minutero.
Canta el cuco – cu cu cu cu…-en su idioma relojero.

A Fiésole

 

Esparce su dorada agrimensura,
riego templado en sol, la luz celeste,
a Fiésole, al jardín, al soto agreste,
al ave, al ruiseñor de la espesura.

El gótico ciprés, y en su verdura
los céfiros y arpegios del Oeste
que Florencia le envía. Su entorno es éste
y el Arno es longitud y el Domo altura.

Aquí tiene el silencio voz de hormiga
y soledad el agua restaurada
y el arco tiene en Dios su excelsa clave.

Su ¡Ave, César! entona ya la espiga,
gladiando con la hoz su rubia espada,
y reza en el ciprés, cantando, el ave.

A Nápoles

 

Nápoles apareja sus jardines
y ofrece al pez, virgíneas, sus corolas,
sus anclas de azahar, sus amapolas,
su pulso en flor, su anzuelo, a los delfines.

Toman baños de sol los bergantines.
La lava baja al mar en rompeolas.
Pompeyas de coral cuajan las olas.
La sal sabe a limón, sabe a jazmines.

Y en náutico cristal, la alegoría
del foque y el jardín… Mesa revuelta
que congrega al balandro y al tranvía

con el Vesubio, allí, casi en la puerta…
Y Capri en la azulada lejanía
de un sueño organizado a pierna suelta.

Al lago mayor

 

El reino mineral, vítreo, derrama
su doblado país, cúbico apenas,
y eslabonando peces y, azucenas
boga el reloj, el pétalo y la escama.

La luna, deshojándose, embalsama
raíces de balizas y cadenas.
Calafatean lagartos y sirenas.
Zarpa el trino al socaire de la rama.

Se abre de par en par al embeleso
el agua sosegada entre las flores,
con goznes de suspiros y amapolas.

Dulce molusco, al aire se abre el beso
y derrumban los peces voladores
sus castillos de escamas en las olas.

Luces de la ciudad bajo la noche

A Rafael Consinos-Assens, gran Maestre del «Ultra»

 

Luces.
Rosas de luces que se encienden
en explosiones silenciosas
hasta irrumpir en las retinas
en mil fracasos,
multiplicados por los horizontes
y por el inmenso estuario
azul
del mar.

Luces.
Luces que surgen,
suavemente,
o bien con el ímpetu estelar
con que fluiría la sangre
a los miembros que hubiesen sido cercenados
sobre un tajo de estrellas.

Luces que se sumergen en el río,
y tiemblan,
como flores de légamo,
o como rojas pupilas de borrachos
que vomitasen vinos hediondos
desde los pretiles de los puentes.

Luces que brotan a la vida nocturna,
en los cristales y en las torres,
como rescoldos de la hoguera
purpúrea del crepúsculo
en que murió la tarde,
voluptuosamente

[…]

por los rayos del sol
herida por las jabalinas temblorosas
de los relámpagos del estío.

Luces de la ciudad
que irrumpen en la noche
ya poblada por el zumbido
de las mil abejas del silencio.

Luces que surgen en la sombra
como rosas de sangre
que fuesen extravasadas por las lunas
de las ánforas plenas
puestas en los intercolumnios de las vírgenes.
Luces de las constelaciones
que son como las mamas prodigiosas
del torso azul de Urania
que rezuman estrellas encendidas
sobre los vastos finares y los ríos.

Luces misteriosas de San Telmo
ebrias sobre los mástiles,
que están como empavesados con estrellas.
Luces que en las cúpulas son pájaros
de rotas alas temblorosas,
nostálgicos de sol bajo la luna
y ansiosos de partir en un gran vuelo,
sobre los naranjos y sobre las salinas,
en la fresca mañana ribereña,
que traerá más luces aún
en las blancas banderas de la aurora…

Canción de cuna de los elefantes

 

El elefante lloraba
porque no queria dormir…
—Duerme elefantito mío,
que la luna te va a oir…

—Papá elefante está cerca,
se oye en el manglar su mugir;
duerme elefantito mío,
que la luna te va a oir…

El elefante lloraba
(¡con un aire de infeliz!),
y alzaba su trompa al viento…
Parecía que en la luna
se limpiaba la nariz.

Adriano del Valle Rossi, Sevilla, 1895-1957

Otoño, viento amarillo…

 

Otoño, viento amarillo…
vientecillo trotador
que e campo como a un asnillo,
carga de odres de olor…
otoño, viento amarillo…

El pajarito cojo

 

No la ha visto nadie,
ni siquiera el aire,
pajarito sabio que todo lo sabe.
Volando, piando, se perdió una tarde,
que también a Roma se va por el aire.
Al volver traía, sin culpar a nadie,
la patita rota, mojada en su sangre.
Le curé la herida con sal y vinagre,
le anillé la pata con un fino alambre.
¡Ay cómo piaba llamando a su madre!
El alpiste, el agua, ni la sed ni el hambre
le saciaban nunca de volver al aire,
de seguir volando, su peregrinaje.
Voló sin muletas, cojito, en el aire.
No le ha visto nadie,
ni siquiera el aire,
pajarito sabio que todo lo sabe…

Fábula de la rosa y del velocípedo

 

—Cuidado, Doña Perfecta,
—dijo a la rosa el biciclo—.
¿Por qué me sales al paso?
Si no te apartas, te piso….

—Pasa ya, tonto de acero;
no tienes miedo al ridículo.

—El jaramago te adora.

—¡Mentiroso!

—Yo lo he visto.

—Yo nací con la manzana;
vi a Eva en el Paraíso
y habrá rosas de mi estirpe
en el Día del Juicio.

—No sigas, rosa perfecta,
de eso a mí me da lo mismo;
tienes una vida efímera.

—Todo en la vida es efímero…

Limón y canario

 

El canario y el limón
son dos hermanos mellizos.
¡Cuánto amarillo en las plumas
y en los gajos amarillos!

Canario, limón que canta
y exprime un agrio estribillo
que eleva un zumo de plumas
al cielo del patinillo.

Limonero, alpiste y rama,
jaula, alambre, cristal, trino…
Si la pluma es amarilla,
hasta el zumo es amarillo.

Con el limón y el canario
Dios supo lo que se hizo:
le dio el zumo a los limones
y al canario el gorgorito.

Epitafio

 

“¡Dios me otorgue el merecerle,
Oh Virgen de la Merced!
Dándome postrera suerte
Para que sacies mi sed
En la hora de mi muerte.”

Fernando Villalón

 

Fernando murió muy lejos
del Guadalquivir natal,
río de taurinos peces
que, en garrochas de cristal,
dando el salto del trascuerdo,
saltan el testuz del mar.
¡Qué manos izquierda tenía
en faenas de amistad!
¡Qué inteligencia en la brega!
¡Quién lo habría de esperar
Tan pronto, cuando cambiaba,
la seda por el percal!….

Fragmento

 

Madre, una estrella se ahoga
entre las aguas del río.
Va blanca de luz de luna
llena de miedo y de frío.

A Zi’ Teresa (Ristorante napolitano)

 

Rehoga el mar con sal napolitana
sus algas, a la luz de las farolas.
Flores de plato a plato, barcarolas,
tenores entre el queso y la manzana.

La lumbre, en los peroles, vesubiana…
Blanco mantel, blanquísimas las yolas,
y el pinche, doctorado en cacerolas,
grumete de la noche a la mañana.

Marinos tripulando freidurías,
marmitones, violines, bacanales,
cocheros ya dormidos en sus coches…

Limones, aguaduchos y tranvías…
Su digestión de lunas y corales
Nápoles hace así todas las noches.

Adriano del Valle Rossi, Sevilla, 1895-1957