Este poema en elogio del hospital de Roncesvalles fue hallado en un libro manuscrito del monasterio llamado Pretiosa. Contiene 42 estrofas monorrítmicas escritas en tiempo de Sancho el Fuerte y del Prior Martín Guerra que ejerció el cargo entre 1199 y 1215. Fue publicado por primera vez por el Padre Fita Colomer en el Boletín de la Academia de la Historia del año 1884.

Parece ser que fue copiado, de segunda o tercera mano, y enviado a la Biblioteca Real de Munich, ya en el siglo XIV. Hay diferencias y errores en la copia. Fita Colomer dice de su autor que fue un poeta, erudito en los fastos de Roncesvalles, poseedor de la Ciencia Sagrada, ingenio claro y talento sólido, corazón bello e inflamado de tiernísima caridad. Sospecha de don Rodrigo Ximénez de Rada.

Alabanzas al Instituto de Caridad de Roncesvalles, anónimo, Siglo XIII

Alabanzas al Instituto de Caridad de Roncesvalles

 

Casa venerable y casa gloriosa
Mansión admirable, mansión fructuosa,
Que en los Pirineos florece cual rosa
A todos abierta y a todos graciosa.

Yo sus beneficios deseo contar
Porque todos puedan conocer y amar
La que de mil modos se puede alabar
Pues su gloria es fuente de eterno mamar.

En mis alabanzas cierto es cuanto digo,
De tantas bondades no falta testigo;
Quien la verdad huye y al error da abrigo
Del cielo y la tierra se toma enemigo.

Llámase esta noble casa hospitalaria
La de Roncesvalles. En virtudes varia,
Para el bien propicia, para el mal contraria,
Y que Dios protege por lo necesaria.

Que el omnipotente solícito cuida
De otorgar los dones que la fe la pida
Derrama sus gracias. procura comida,
Y reserva premio para la otra vida.

El Obispo Sancho fue su fundador,
Consagró a la obra su celo y su amor,
Todo a mayor gloria y a mayor honor,
De María, Madre de Nuestro Señor.

El Obispo Sancho lo era pamplonés
Y al pie de los montes Pirineos es
La Casa que él hizo; dotada después,
Por el buen Alfonso, rey aragonés.

Viendo era piadoso a la consagración
Quiso ser partícipe de su fundación,
Y fue con gran largueza, con gran devoción,
El ínclito Alfonso, rey de Aragón.

Después de la Era, el ano mil ciento
Y deben contarse setenta de aumento,
Al nuevo Hospital se dio fundamento,
Porque halle el viajero cobijo y sustento.

Sobre los rigores del tiempo invernal,
El hielo es perpetuo, las nieves igual,
El cielo brumoso y el viento glacial,
Tan sólo es tranquila la casa Hospital.

La tierra es estéril, y por tal destino,
Carecen las gentes de pan y de vino,
De sidra y de aceite, de lana y de lino,
A todos provee por amor divino.

Pero es soportable su esterilidad,
Y hasta del invierno la dura crueldad,
habiendo una fuente de tal caridad
Que aleja de todos la necesidad.

Un camino existe en su cercanía,
Que es la más famosa, frecuentada vía,
Los que van a Roma la tienen por guía,
Y los que a Santiago, por su travesía.

Aunque es en el monte donde está el santuario,
Muchos peregrinos se acogen a diario,
Males y fatigas que él hospitalario
Consuela y remedia con lo necesario.

La puerta abre a todos, enfermos y sanos,
Así a los católicos como a los paganos,
Judíos, herejes, ociosos y vanos.
Y a todos recibe como a sus hermanos.

Practicar virtudes de continuo veo,
Como entre los infieles, no hay un fariseo
Tranquilos aguardan; y a lo que yo creo
El día del juicio no habrá ningún reo.

Gran fama trasciende a su alrededor
La casa; y loado es su director,
Los ángeles gozan con este clamor,
Los demonios rugen de estéril rencor.

A cuantos mendigos aquí van llegados
Con caridad suma los pies son lavados,
Las barbas rapadas, cabellos cortados,
Y sin indecibles los demás cuidados.

Si a pobres descalzos allí contemplaras
Calzarse de cuero, a Dios alabaras,
De esta noble Casa las virtudes claras
Con todas las fuerzas de tu pecho amaras.

Hay uno en la puerta que entrega raciones
De pan al viajero. Sus obligaciones
A esto se reducen, y a las oraciones,
Porque Dios conceda muchas bendiciones.

Al que ha recibido la Casa bendita
Nunca le es negado lo que solicita,
Y aquellos remedios que den a su cuita
Es Dios y no el hombre quien los facilita.

Huérfanos acoge con materno amor,
Y a todos enseña del modo mejor,
A llenar la vida de honrada labor,
Sin usar de medios que causan rubor.

Enfermos atiende con sumo cuidado
Generosamente, siempre les ha dado,
En frutos campestres lo más delicado,
Mucho en este escrito quedará olvidado.

También hay mujeres; bondad y belleza,
En vida, costumbres, de mucha limpieza,
Cuidan los enfermos con delicadeza
Caridad solícita, acierto y presteza.

Hombres y mujeres dos distintas masas
Forman, y así ocupan separadas casas.
Como aquí los bienes no conocen tasas
Las satisfacciones nunca son escasas.

Existe una estancia bien abastecida
De almendras, granadas y fruta escogida;
Cuanta extraña clase sea conocida
De lejanas tierras ha sido traída.

De día disfrutan de la luz divina,
Y hay luces de noche, cual la matutina.
Del altar de medio, santa Catalina,
Se venera siempre con santa Marina.

Todos los enfermos duermen aquí sobre
blando y limpio lecho. Nunca sale un pobre
De no ser su propia voluntad la que obre
O hasta que del todo la salud recobre.

Las habitaciones que se les depara
Suelen estar limpias como el agua clara;
Y también un baño se arregla y prepara,
Por si algún viajero lo solicitara.

Sin ver del enfermo clase ni linaje
Hasta que repuesto prosiga su viaje,
Sus deudos y amigos hallan hospedaje,
Y el Prior ordena se les agasaje.

Si alguno fallece tendrá sepultura
Cual manda las leyes y está en la Escritura
Hay una basílica, en donde segura
Hallará descanso la humana envoltura.

Como dicho templo se halla destinado
A recibir muertos, carnario es llamado,
Que legiones de ángeles lo hayan visitado,
Por dichos de muchos resulta probado.

En medio del templo hay un oratorio,
Y por los que sufren en el Purgatorio,
Celebran el santo y expiatorio
Misterio, tan grato como meritorio.

Los que a Compostela marchan con fervor,
Llevan sus ofrendas en prueba de amor,
Viendo la basílica su traza y labor
Doblan la rodilla y cantan al Señor.

El templo presenta la forma cuadrada,
Arriba la bóveda está redondeada,
Se ve en su pináculo la enseña sagrada
Que a nuestro enemigo vence y anonada.

Lo hizo el rey navarro, de grande bondad,
Dándole en sueldos con regia piedad,
Diez mil cuatrocientos. De esta cantidad
Los réditos goza a perpetuidad.

Su madre era hija del Emperador,
Su padre fue Sancho el Batallador,
Rey sapiente y justo, del bien servidor,
Y del enemigo fiero ahuyentador.

En la Santa Casa freires y sorores
De los beneficios son dispensadores,
Renuncian al mundo, desprecian honores,
En cuanto a costumbres no los hay mejores.

El pastor de todos llámase Martino
Protector que sombra presta al peregrino,
Y así es comparable con un alto pino
Cuya savia fuera el amor divino.

Por él la limosna se otorga cumplida
Y sus propios bienes cede sin medida,
Sabe que la gloria sólo es merecida,
Por los sufrimientos que hay en esta vida.

>El Señor del cielo la hacienda le ha dado
Para que use de ella como es mandado,
A rendirle cuentas quedará obligado;
Siendo ellas cabales, él será premiado.

Noto que en mi rima no estarán presentes
Otros beneficios y frecuentes,
Pero de he finarla antes que impacientes
Y cansados vea, mis caros oyentes.

 

 

Traducción: José M.ª Iraburu Mathieu