La de Lesbos   Otra vez su pelota color púrpura me arroja el rubio Eros y me invita a jugar con una niña que calza unas sandalias de colores. Pero ella–que es de Lesbos la de las nobles calles– cuando ve mi pelambre, ya blanca, la desprecia y entreabre su boca en pos de otra.
Indómita   ¿Por qué, potrilla tracia me observas de reojo y me huyes, implacable, creyendo que no soy experto en nada útil? Pues sabe que hábilmente el freno te pondría y tomando tus riendas doblarias conmigo las lindes del estadio. Ahora paces en prados brincas con ligereza retozona; no tienes ningún jinete diestro que a tus lomos se suba.
Eros   De nuevo me partió Eros con enorme mazo, cual un herrero, y en el tempestuoso torrente me templó.
Canosas ya tengo las sienes   Canosas ya tengo las sienes y blanquecina la cabeza, pasó ya la juventud graciosa, y tengo los dientes viejos; del dulce vivir el tiempo que me queda ya no es mucho. Por eso sollozo a menudo, estoy temeroso del Tártaro. Pues es espantoso el abismo del Hades, y amargo el camino de bajada… Seguro además que el que ha descendido no vuelve.
Anacreonte, poeta, Teos, 574 a.C.-485 a.C.
La lira   Quiero ensalzar cantando a los Atridas, quiero cantar a Cadmo, mas de mi lira los sonoros nervios tan sólo amores dicen. Otra lira pulsar en otro tono quise, con nuevas cuerdas y al pretender cantar al fuerte Heracles, tan sólo amores respondió mi lira. Héroes, dejad de enardecer mi mente, porque mi lira, sólo amores canta.
De las mujeres   Naturaleza, a los feroces toros dio temible defensa con sus astas, cascos a los caballos, rápidos pies a las veloces liebres, a los leones dientes poderosos, el volar a las aves, el nadar a los peces y a los hombres la fuerza de sus miembros. ¿Tal vez a la mujer dejó olvidada? ¿Cuál arma le ha entregado? La belleza: el escudo más fuerte; la espada más aguda; pues la mujer con ella domina los aceros y las llamas.
Anacreonte, poeta, Teos, 574 a.C.-485 a.C.
El amor   Cuando la media noche se acercaba y el signo de la Osa se volvía a la mano de Bootes; cuando los hombres en el blando lecho yacían, del trabajo fatigados, el Amor a mi puerta cauteloso llegóse, golpeando las aldabas. -¿Quién a estas horas – dije- hasta mi puerta viene, a turbarme el sueño? -Abreme – contéstome el caminante-; soy un niño; no temas por tu vid: azótame la lluvia, y en la cerrada noche me he perdido. Al escuchar sus quejas, de compasión se estremeció mi pecho y encendiendo mi lámpara, abrí la puerta y penetró el muchacho. Traía el arco al hombro colgado, y el carcaj lleno de flechas. Sentados junto al fuego, calentaba sus manos con mis manos y le enjugaba el húmedo cabello. Mas él, quitado el frío quiso probar el arco, y si la cuerda rota del agua estaba. Tendiólo, y con el dardo, me hirió en el corazón, con venenosa herida, como un tábano rabioso. -¡Alégrate, amigo, huésped –dijo riendo-; el arco estaba sano, mas tú quedas herido para siempre!
De sí mismo   Sobre los verdes mirtos recostado quiero brindar, y sobre tiernos lotos, y que al Amor, al cuello con una cinta el palio recogido, escancie el vino en mi profunda copa. La breve vida pasa dando vueltas cual la rueda de un carro, y cuando se deshagan nuestros huesos yaceremos en polvo convertidos. ¡Para qué entonces derramar ungüentos sobre la tierra helada? ¿De qué sirve libar sobre la tierra que nos cubra? Mejor úngeme ahora, coróname de rosas perfumadas y haz que se acerque la mujer que adoro… Mientras llega el momento de acudir a las danzas infernales, quiero vivir ajeno de cuidados.
Las rosas   Derramemos el vino sobre las frescas rosas, que es flor de los amores. Apuremos las copas ciñendo nuestras sienes con floridas coronas. Entre todas las flores la más bella es la rosa: ríe la primavera al romper su corola: con ella se complacen los dioses, y ella adorna del hijo de la diosa Citerea la cabellera blonda cuando va con las Gracias danzando en las praderas olorosas. Ciñamos nuestras sienes, ¡oh Dionisos! con floridas coronas, y yo, cantando al eco de la lira, danzaré ante las aras con la moza de más alivio seno, coronado de guirnaldas de rosas.
La fiesta   Apuremos los vasos ciñéndonos las sienes de coronas de rosas. Una gentil doncella de blancos pies ligeros danzará sobre flores al compás de la lira, agitando en el aire los tirsos enlazados con guirnaldas de hiedra, y un hermoso mancebo de cabellos de oro la cítara armoniosa tañera, mientras dulce brotará de sus labios una canción de amores. Y Eros, el de la rubia cabellera, y Lieo, y la gentil Citeres, reinarán en la fiesta, regocijo de viejos y de mozos.
Del amor   El importuno Eros, azotando mi rostro con olorosa rama de jacintos, me mandaba correr tras de sus pasos. El ardiente sudor me fatigaba, atravesando selvas, torrentes y profundas cortaduras. Mi corazón a la nariz subía y sin aliento me dejaba. Entonces, tocándome la frente con las alas, “¡Tú no puedes amar!”, dijo riendo.
La paloma   Amable palomilla, ¡ay!, ¡ay! ¿de dónde vuelas? ¿De dónde por los aires caminas tan ligera? ¡Qué fragantes aromas espiras y goteas! ¿Quién eres, dí, quién eres y qué cuidados llevas? “Mandóme Anacronte que a su Batilo fuera, al muchacho tirano que a todos hoy sujeta. Compróme de Dione por una cantilena; desde entonces le sirvo en cosas de gran cuenta. Ora, cual ves, le llevo a Batilo estas letras, y ha dicho que me haría libre cuando volviera. Mas quedaré su esclava, aunque me diere suelta, que vagar no me place por montes y por selvas, ni andar de rama en rama posándome y, hambrienta, manteniéndome sólo de las frutillas secas, cuando con pan ahora, que en sus manos me muestra y yo se lo arrebato, mi dueño me alimenta, y del vino que él bebe me da también que beba, y ya que estoy beoda le bailo con mil fiestas, y le hago sombra luego con mis alitas tiernas, y en su lira me pone para que en ella duerma … Todo lo sabes, vete pues más que la corneja con tu pregunta, amigo me has hecho ser parlera.
A una doncella   En un tiempo, de Frigia en la ribera, en roca fue Niove transformada y la hija de Pandión, como una alada golondrina, cruzó la azul esfera. ¡Ay si en tu espejo yo me convirtiera para poder gozar de tu mirada! ¡Si trocándome, en túnica, abrazada a ti toda la vida me estuviera! Onda quisiera ser para bañarte, ungüento y perfumar tu piel de nieve, banda y el alto seno sujetarte, perla y fulgir en tu garganta hermosa, ¡o ser quisiera tu sandalia breve, que, como tú la huellas, es dichosa!
Del amor y la abeja   No vió Cupido una abeja que, escondida entre unas rosas, para labrar su colmena ingeniosamente roba. Madrugó para hurtar lo que mañana borda, haciendo sus materiales de los llantos de la Aurora. Fue a cortar un ramo dellas, y ella, que ve que la cortan jardín, sustento y riqueza, al diós picó, venenosa. Dio el niño licencia al llanto soltó medroso las hojas, y en sus lágrimas y en ellas dio al prado nácar y aljófar. -Muerto soy, madre- la dice-; mi vida será muy poca, porque una pequeña sierpe y con alas, a quien nombran los jornaleros abeja, me ha picado. Mas la diosa respondió: -Si una serpiente de cuerpo y fuerza tan poca puede dar dolor tan grande, desarmada, humilde y sola, ¿cuánto mayor le darás tú con las flechas que arrojas? Bien es que sepas lo que es dolor, y que le conozcas, para que te compadezcas, de muchos que por ti lloran.
En un festín   Alegres y gozosos, dulce vino bebamos, y en festivos cantares celebremos a Baco, al inventor del baile, al amante del canto, del niño Amor amigo y de Venus amado. De beodez amable al padre soberano de la risa y placeres, que disipa cuidados, que el dolor adormece; y cuando el dulce vaso los jóvenes ofrecen de su licor mezclado, cual viento impetuosos van en tropel volando los tristes pensamientos; bebamos, pues, bebamos, y en espumosas copas embriaguemos cuidados. ¿Qué utilidad te viene de los lamentos vanos? Lo por venir, ¿quién sabe? Pues al mortal no es dado el saber de su vida el destinado a plazo. Por eso, yo, por eso, bebiendo dulces vasos, quiero danzas festivas y de esencias bañado, con hermosas doncellas trabas lascivos lazos. Tome pesar quien quiera, aflíjanle cuidados, y nosotros, contentos, dulce vino bebamos, y en festivos cantares celebremos a Baco.
La cigarra   Dichosa te llamamos, cigarra que, en las ramas, bebiendo del rocío, como los reyes cantas. Tuyo es el campo todo, cuanto la selva abraza; del labrador amiga, a los mortales cara, anuncias el Estío, las Piérides te aman, te otorga el mismo Febo la voz sonora y grata. ¡Oh hija de la Tierra! No la vejez te acaba, impasible, sin sangre, cantora dulce y sabia, semejante a los dioses, no del dolor esclava.
De un vaso de plata   Fabrícame, maestro, fabrícame una taza, y el alegre Verano por sus paredes graba; el Verano, que cría mil rosas y guirnaldas, y haz que el licor exprese la reluciente plata. No quiero que me grabes las ceremonias sacras, destrozos extranjeros ni alguna cosa mala. Ponme al hijo de Jove, Lieo, que derrama mil plácidos licores con Cipria venerada, con Cipria, que preside las bodas regaladas; y luego un Cupidillo desnudito y sin armas. Pon también que retocen las tres alegres Gracias a la agradable sombra de racimosa parra. Añade unos mancebos jugando; pero guarda que entre ellos ande Febo con bulla y algazara.

De la rosa

 

Con la estación alegre
de flores coronada,
cantemos, dulce amiga,
las rosas delicadas.

La rosa de los labios
divinos es el ámbar;
la rosa es regocijo
de las humanas almas.

La rosa es el adorno
de las risueñas Gracias,
que en la estación de amores
con ella se engalanan.

De Cipris es recreo,
asunto de mil fábulas,
y del castillo coro
la predilecta planta.

¡Qué gusto arriesgarse
por cogerla entre zarsas!
¡Qué gusto entre las manos
saborear su fragancia!

En mesas y orgías
la rosa es necesaria
cual la luz; que no hay gusto
donde las rosas faltan.

Los brazos de las ninfas
y los dedos del Alba
son de rosa, y a Venus
rósea los vates llaman.

La rosa cura enfermos,
sepulcros embalsama,
vence al tiempo, que siempre
su olor juvenil guarda.

Digamos ya su origen:
Cuando la mar salda
de su bullente espuma
parió a la hermosa Pafia;

cuando de su cerebro,
de punta en blanco armada,
Jove parió a Minerva,
que al vasto Olimpo espanta.

brotó el rosal primero
Cibeles emulada,
cuajando de pimpollos
las ramas delicadas.

Los inmortales dioses
aplauden y lo bañan
con el bermejo néctar
porque las rosas nazcan.

Y entonces entre espinas
se desplegó gallarda
del adorable Baco
la flor más apreciada.

A una yegua   ¡Yegua de Tracia, honor de la pradera! Si llego a ti con palpitante seno, ¿por qué relinchas tú con vos de trueno y, mirándome torva, huyes ligera? ¿Te parezco poltrón? Sabe, altanera, que te pondrá mi mano rienda y freno, y sobre ti, lanzándome sereno, te haré girar en rápida carrera. Pace libre por hoy: alegre salta sobre la hierba, en tu feraz retrete, que con mil flores Primavera esmalta. No tardará en llegar hábil jinete a domeñarte. Goza mientras falta quien a la silla y carro te sujete.
Tres fragmentos de carácter amoroso   «Yo querría convertirme en espejo, para que tu me miraras siempre; quisiera ser túnica para que me llevaras puesto siempre; yo quisiera ser, amiga mía el agua con que bañas tu cuerpo, la esencia con que te perfumas, la bandeleta que sostiene tus pechos, la perla que adorna tu cuello; y hasta quisiera ser sandalia porque as¡, por lo menos, podría vivir a tus pies.» «Flota como un alga blanca, sus manos de pálidos reflejos hienden las olas que sostienen su cuerpo y la impulsan hacia adelante. Encima de sus pechos rosados, encima de su cuello delicado, el agua profunda viene a chocar con su garganta; y en la transparencia azulada del mar apacible Cipris aparece, semejante a un lirio rodeado de violetas.» «Imita a Anacreonte el cantar armonioso. Vacía en honor de los jóvenes la amable copa que inspira la elocuencia; busquemos en el dulce néctar un consuelo que nos permita huir de los ardores del amor.»
I ¿A qué me instruyes en las reglas de la retórica? Al fin y al cabo, ¿a qué tantos discursos que en nada me aprovechan? Será mejor que enseñes a saborear el néctar de Dionisios y a hacer que la más bella de las diosas aun me haga digno de sus encantos. La nieve ha hecho en mi cabeza su corona; muchacho, dame agua y vino que el alma me adormezcan pues el tiempo que me queda por vivir es breve, demasiado breve. Pronto me habrás de enterrar y los muertos no beben, no aman, no desean. II De la dulce vida, me queda poca cosa; esto me hace llorar a menudo porque temo al Tártaro; bajar hasta los abismos del Hades, es sobrecogedor y doloroso, aparte de que indefectiblemente ya no vuelve a subir quien allí desciende.
Anacreonte, poeta, Teos, 574 a.C.-485 a.C.