La espera

 

Miré a tu alrededor;
registré apresurado mis bolsillos…
Quise haberte traído cualquier cosa,
porque palabras tenía pocas
y todas eran de bisutería.
Esperaba a la muerte con la tópica
sobriedad española: a su cabeza
la cruz vera, a su lado
aquel retrato de desconocido
toledano o cretense
de ojos de cisco y barbas de ceniza.
Fumaba un cigarrillo interminable
del condenado a muerte,
manchándose de ceniza
las pobres sábanas rosadas.
Su corazón se iba desovillando
en un hilo de voz
que se ovillaba al mío
para hacerlo girar como una peonza.
Intenté hablar de nuevo. Fue imposible.
Los lugares comunes de consuelo
con que ahuyentamos el dolor extraño
de la propia conciencia, no podían
rebasar la garganta, donde ya
aleteaba un pájaro rebelde….

Puertos del Norte

A Meye Maier

 

¡Las niñas bien de calcetines blancos
en aquellos veranos de trasguerra!
En los jardines de Alderdi Eder
el plumón verde de las casuarinas.

El cine de los martes y domingos
en el Teatro Principal. El Náutico
empavesado a punto de zarpar.
El obsesivo “son de la marimba”.

Los catalejos en los miradores.
Las sirenas pidiendo práctico.
El alto puente del trasbordador
y abajo, las traineras, como galgos marinos.

Entre los barcos que limpiaban fondos
y las parrillas para asar sardinas,
arco iris de escamas y de agua
salada y sucia de petróleo y coque.

El misterioso rayo verde
que nadie nunca llegó a ver
encendía en el fondo de la ría
la falsa aurora de los altos hornos.

En el andén del tren eléctrico
pescaderas de faldas de mahón,
y allende el agua, bajo las acacias,
las niñas bien de calcetines blancos.

Curriculum vitae

 

Fui feliz en los bancos de la escuela,
feliz en el cuartel y en el colegio,
y en aquellos veranos sin más agua
que la del pozo aquel del patio.
Si tuve sinsabores
supe olvidarlos al debido tiempo.
Viajé en un tren colgante sobre un río
entre bosques y fábricas,
y en vaporcitos entre los canales
de ciudades marinas.
Fue azul mi vida como el mar,
blanca como la nieve,
y tuve, cómo no, mis horas bajas,
de ésas que abren en el alma el surco,
difícil de llenar, de los remordimientos

Queen Anne’s Lace

«Here Thou, Anna, whom three Realms obey».
Pope

 

RANDAS de encaje de la reina Ana,
velos de novia de la primavera,
zanahoria silvestre que engalana,
flotando de árbol a árbol, la ribera
del cuarto reino de la soberana.
¿Floreció así la zanahoria
silvestre en los tres reinos insulares?
¿Al menos cuando fue común la historia
y era Albión la dueña de los mares?
Hampton Court está lejos,
su Támesis, sus torres de ladrillo,
los conos verdinegros de los tejos,
el dafodelo esbelto y amarillo.
Algodón de las plantaciones,
casacas rojas. Por el estuario
sube con sus setenta y dos cañones
la pérfida amenaza de un corsario.
¿Era este cuarto reino un yermo?
¡Tejos de Hampton Court, tulipanes de Holanda!
Tanto monta María como Guillermo
y Ana tiende su encaje randa a randa.

Amanecer en el Alfaraje

 

He abierto una ventana
sobre unos árboles de oro
para ver cómo salta la mañana.
Cielos rayados, surcos fugitivos…
Enciende el viento un encinar sonoro,
una torre de cal en los olivos.
Descansa un bando de cigüeñas
sobre la tierra rosa de un barbecho…
¡Y en los ojos las lanchas ribereñas!
¡Y el galope de un potro por el pecho!

Juego de espejos

 

Juego de espejos, sucesión de engaños,
de luna nueva va la la luna llena
y hay quien tardó cerca de treinta años
en llegar a Salzburgo desde Viena.

Desde el hotel del Vellocino de Oro
hasta el palacio Mirabell,
Almaviva so io, non son Lindoro,
y no te he sido siempre fiel.

Tienen de bueno los espejos
que multiplican el espacio
y reproducen a lo lejos
aquel hotel y este palacio.

Aquel hotel que ya no existe,
este palacio, estos jardines,
y esta ciudad, que no resiste
el frenesí de los violines.

Aquilino Duque, Sevilla, 1931

El cachorro en el puente

 

El cachorro en el puente
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente,
tú sobre el río, prometiendo abrazos
que nunca habrás de dar porque no puedes,
porque un madero y unos clavos dicen
que nadie es libre de morir su muerte.
Esta noche, Manuel, tú sobre el río.
Quién te puso corona de saetas,
Cachorro de Sevilla…
Quién pudo hacerte interminable el tránsito…
Hoy no se pasa: aquí muere Sevilla
mientras tu silueta va en el río
caminando otra vez sobre las aguas…
Y ya tu pelo, nebulosa trágica,
río de miel lentísimo,
va velando la muerte que te vela.
Trono moreno de Judea, pasa.
Pasa, Manuel, tuyo es el Viernes Santo,
tuyos son estos ojos que te lloran,
esta voz que te canta,
esta espuma de estrellas andaluzas.
Sigue pasando, alzado y ofrecido.
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente.
Quién te trajo hasta mí, quién levantaba
tu belleza, tu cuerpo como un río,
lanza de luz nocturna en el costado…
Quién pudo hacer que el último suspiro
de tus labios se dé a cada momento,
desde no sé qué siglos hasta ahora,
hasta ahora, para ir diciendo al mundo,
para ir diciendo al tiempo: Así se muere.

Así mueren los Hombres.

Campo de girasoles

 

Campo de girasoles.
buscaré el girasol de tu sombrilla.

Mi corazón de caza va husmeando
tu paso intacto por el agua limpia.

Llegaré a rescatarte
con mi sable infantil, con mi alegría
de panderos muy altos
y leyendas antiguas.

Ente los girasoles, tú, morena,
disimulada flor de la sombrilla.

Nunca sabré qué atardecer romántico
pondrá en tus ojos dos estrellas fijas,
ni qué constelación de girasoles
hará cielo la tierra, noche el día.

Verano en la Plaza del Pópulo

 

Encinas, pinos y palmeras
saben revueltos hacia el Pincio
rampas, estatuas, fuentes,
jeroglíficos, prismas,
arcadas triples, balaustradas dobles
y un cielo de palomas y vencejos.

Qué libertad la del verano,
qué orden de líneas puras,
de aristas limpias, de pilastras fuertes
y de cupulas sólidas.

El aire
invade la ciudad por la puerta del Pópulo
y hay una estrella fija de ocho puntas
y lápidas y conchas y linternas
y escudos de armas.

Todo intacto,
resiste al trote de la muchedumbre,
a la onda expansiva de los cines,
a la insolencia del presente
putrefacto y decrépito.
Uan alud de pancartas
anuncia los rigores del otoño.
En la botica oscura se prepara
la entrada de los bárbaros.
Arden las últimas orgías.
La plebe pide ácido y bencina.
el pescado arroja al Tíber
las llaves de la Historia.

Pero no, que es verano,
el aire libre llena
los antiguos pulmones de las plazas
y salva a la ciudad de morir por asfixia.
Aún suenan las campanas del cielo de Roma.

Una niña aprende a nadar

 

Un rayito de sol, una fruta de oro,
una niña de agua ha caído en la alberca.
Vacío, el salvavidas
es un cero a la izquierda.
La niña nada sola.
Nadie ni nada la sujeta.
Sonríe con los ojos entornados
alza triunfante la cabeza,
y nada, nada,nada por el agua
que riega los naranjos de la huerta.

Aquilino Duque, Sevilla, 1931