Sevillano de pura cepa, nació en 1530 en el seno de una familia de judíos conversos y murió en Ronda en 1606. Soldado, alcaide de la villa de Los Molares, tesorero de la Casa de la Moneda de Sevilla, amigo de Quevedo y Góngora, la poesía era un entretenimiento para él. De hecho, no publicó ni un sólo poema en vida. Su curiosa obra la conocemos sólo gracias a las copias de un único manuscrito, hoy perdido, que hizo el pintor también sevillano Francisco Pacheco, a la sazón suegro de Velázquez y autor del único retrato que tenemos de tan entrañable bardo.
Una cena (redondillas)   En Jaén, donde resido, vive don Lope de Sosa y diréte, Inés, la cosa más brava de él que has oído. Tenía este caballero un criado portugués… Pero cenemos, Inés si te parece primero. La mesa tenemos puesta, lo que se ha de cenar junto, las tazas del vino a punto: falta comenzar la fiesta. Comience el vinillo nuevo y échole la bendición; yo tengo por devoción de santiguar lo que bebo. Franco, fue, Inés, este toque, pero arrójame la bota; vale un florín cada gota de aqueste vinillo aloque. ¿De qué taberna se traxo? Mas ya…, de la del Castillo diez y seis vale el cuartillo, no tiene vino más baxo. Por nuestro Señor, que es mina la taberna de Alcocer; grande consuelo es tener la taberna por vecina. Si es o no invención moderna, vive Dios que no lo sé, pero delicada fue la invención de la taberna. Porque allí llego sediento, pido vino de lo nuevo, mídenlo, dánmelo, bebo, págolo y voyme contento. Esto, Inés, ello se alaba, no es menester alaballo; sólo una falta le hallo que con la priesa se acaba. La ensalada y salpicón hizo fin: ¿qué viene ahora? La morcilla, ¡oh gran señora, digna de veneración! ¡Qué oronda viene y qué bella! ¡Qué través y enjundia tiene! Paréceme, Inés, que viene para que demos en ella. Pues, sus, encójase y entre que es algo estrecho el camino. No eches agua, Inés, al vino, no se escandalice el vientre. Echa de lo tras añejo, porque con más gusto comas, Dios te guarde, que así tomas, como sabia mi consejo. Mas di, ¿no adoras y aprecias la morcilla ilustre y rica? ¡Cómo la traidora pica; tal debe tener de especias! ¡Qué llena está de piñones! Morcilla de cortesanos, y asada por esas manos hechas a cebar lechones. El corazón me revienta de placer; no sé de ti. ¿Cómo te va? Yo, por mí, sospecho que estás contenta. Alegre estoy, vive Dios: mas oye un punto sutil: ¿no pusiste allí un candil? ¿Cómo me parecen dos? Pero son preguntas viles; ya sé lo que puede ser: con este negro beber se acrecientan los candiles. Probemos lo del pichel, alto licor celestial; no es el aloquillo tal, no tiene que ver con el. ¡Qué suavidad! ¡Qué clareza! ¡Qué rancio gusto y olor! ¡Qué paladar! ¡Qué color! ¡Todo con tanta fineza! Mas el queso sale a plaza la moradilla va entrando, y ambos vienen preguntando por el pichel y la taza. Prueba el queso, que es extremo, el de Pinto no le iguala; pues la aceituna no es mala bien puedes bogar su remo. Haz, pues, Inés, lo que sueles, daca de la bota llena seis tragos; hecha es la cena, levántese los manteles. Ya que, Inés, hemos cenado tan bien y con tanto gusto, parece que será justo volver al cuento pasado. Pues sabrás, Inés hermana, que el portugués cayó enfermo… Las once dan, yo me duermo; quédese para mañana.
Tres cosas   Tres cosas me tienen preso de amores el corazón, la bella Inés, el jamón y berenjenas con queso. Esta Inés (amantes) es quien tuvo en mí tal poder, que me hizo aborrecer todo lo que no era Inés. Trájome un año sin seso, hasta que en una ocasión me dio a merendar jamón y berenjenas con queso. Fue de Inés la primer palma, pero ya júzgase mal entre todos ellos cuál tiene más parte en mi alma. En gusto, medida y peso no le hallo distinción, ya quiero Inés, ya jamón, ya berenjenas con queso. Alega Inés su beldad, el jamón que es de Aracena, el queso y berenjena la española antigüedad. Y está tan en fil el peso que juzgado sin pasión todo es uno, Inés, jamón, y berenjenas con queso. A lo menos este trato de estos mis nuevos amores, hará que Inés sus favores, me los venda más barato. Pues tendrá por contrapeso si no hiciere razón, una lonja de jamón y berenjenas con queso.
Di, rapaz mentiroso   Di, rapaz mentiroso, ¿es esto cuanto me prometiste presto y a pie quedo? ¿Andar mirlado entre esperanza y miedo, cercado de respetos, hecho un tanto? ¡Sus!, tus varios favores, risa y llanto, dalos, Amor, a quien se lame el dedo; los que me diste a mí te vuelvo y cedo: no quiero soñar más cosa de espanto. Bien siento las heridas y que salgo de tu poder para ponerme en cura, porque tengo aún abiertas las primeras. Y juro por la fe de hijodalgo de si mi buen propósito me dura, dé en no partir contigo, de hoy más, peras.
No siento yo, dulcísima María   No siento yo, dulcísima María, con no veros dolor, porque deseo y amor os representan, y así os veo y está en vos gozando el alma mía. En mí juego con vos con osadía y gozo por verdad lo que no creo, y en este libre estado que poseo no hallo quien me turbe el alegría. Pero buscan mis ojos su derecho y aléganme con lágrimas y fieros que no veros con ellos es mal hecho. Que, pues fueron autores de quereros, no he de usurparme yo todo el provecho, y así, por darles parte, acuerdo veros.
Al amor   Amor, no es para mí ya tu ejercicio, porque cosa que importa no la hago; antes, lo que tu intentas yo lo estrago, porque no valgo un cuarto en el oficio. Hazme, pues, por tu fe, este beneficio: que me sueltes y des carta de pago. Infamia es que tus tiros den en vago: procura sangre nueva en tu servicio. Ya yo con solas cuentas y buen vino holgaré de pasar hasta el extremo; y si me libras de prisión tan fiera, de aquí te ofrezco un viejo, mi vecino, que te sirva por mí en el propio remo, como quien se rescata de galera.
Cercada está mi alma de contrarios   Cercada está mi alma de contrarios; la fuerza, flaca; el castellano, loco; el presidio, infïel, bisoño y poco, ningunos los pertrechos necesarios. Los socorros que espero, voluntarios, porque ni los merezco ni provoco; tan desvalido, que aun a Dios no invoco porque mis consejeros andan varios. Los combates, continuos, y la ofensa; los enemigos, de ánimo indomable; rota por todas partes la muralla. Nadie quiere acudir a la defensa… ¿qué hará el castellano miserable que en tanto estrecho y confusión se halla?
Si a vuestra voluntad yo soy de cera   Si a vuestra voluntad yo soy de cera, ¿cómo se compadece que a la mía vengáis a ser de piedra dura y fría? De tal desigualdad, ¿qué bien se espera? Ley es de amor querer a quien os quiera, y aborrecerle, ley de tiranía: mísera fue, señora, la osadía que os hizo establecer ley tan severa. Vuestros tengo riquísimos despojos, a fuerza de mis brazos granjeados: que vos, nunca rendírmelos quisistis; y pues Amor y esos divinos ojos han sido en el delito los culpados, romped la injusta ley que establecistis.
A Cristo   Cansado estoy de haber sin Ti vivido, que todo cansa en tan dañosa ausencia; mas, ¿qué derecho tengo a tu clemencia, si me falta el dolor de arrepentido? Pero, Señor, en pecho tan rendido algo descubrirás de suficiencia que te obligue a curar como dolencia mi obstinación y yerro cometido. Mi conversión es tuya y Tú la quieres; tuya es, Señor, la traza, tuyo el medio de conocerme yo y de conocerte. Aplícale a mi mal, por quien Tú eres, aquel eficacísimo remedio compuesto de tu sangre, vida y muerte.
Baltasar del Alcázar, poeta, Sevilla, 1530-1606
En Jaén   En Jaén, donde resido, vive don Lope de Sosa, y diréte, Inés, la cosa más brava d’él que has oído. Tenía este caballero un criado portugués… Pero cenemos, Inés, si te parece, primero. La mesa tenemos puesta; lo que se ha de cenar, junto; las tazas y el vino, a punto; falta comenzar la fiesta. Rebana pan. Bueno está. La ensaladilla es del cielo; y el salpicón, con su ajuelo, ¿no miras qué tufo da? Comienza el vinillo nuevo y échale la bendición: yo tengo por devoción de santiguar lo que bebo. Franco fue, Inés, ese toque; pero arrójame la bota; vale un florín cada gota d’este vinillo aloque. ¿De qué taberna se trajo? Mas ya: de la del cantillo; diez y seis vale el cuartillo; no tiene vino más bajo. Por Nuestro Señor, que es mina la taberna de Alcocer: grande consuelo es tener la taberna por vecina. Si es o no invención moderna, vive Dios que no lo sé, pero delicada fue la invención de la taberna. Porque allí llego sediento, pido vino de lo nuevo, mídenlo, dánmelo, bebo, págolo y voyme contento. Esto, Inés, ello se alaba; no es menester alaballo; sola una falta le hallo: que con la priesa se acaba. La ensalada y salpicón hizo fin; ¿qué viene ahora? La morcilla. ¡Oh, gran señora, digna de veneración! ¡Qué oronda viene y qué bella! ¡Qué través y enjundias tiene! Paréceme, Inés, que viene para que demos en ella. Pues, ¡sus!, encójase y entre, que es algo estrecho el camino. No eches agua, Inés, al vino, no se escandalice el vientre. Echa de lo trasaniejo, porque con más gusto comas; Dios te salve, que así tomas, como sabia, mi consejo. Mas di: ¿no adoras y precias la morcilla ilustre y rica? ¡Cómo la traidora pica! Tal debe tener especias. ¡Qué llena está de piñones! Morcilla de cortesanos, y asada por esas manos hechas a cebar lechones. ¡Vive Dios, que se podía poner al lado del Rey puerco, Inés, a toda ley, que hinche tripa vacía! El corazón me revienta de placer. No sé de ti cómo te va. Yo, por mí, sospecho que estás contenta. Alegre estoy, vive Dios. Mas oye un punto sutil: ¿No pusiste allí un candil? ¿Cómo remanecen dos? Pero son preguntas viles; ya sé lo que puede ser: con este negro beber se acrecientan los candiles. Probemos lo del pichel. ¡Alto licor celestial! No es el aloquillo tal, ni tiene que ver con él. ¡Qué suavidad! ¡Qué clareza! ¡Qué rancio gusto y olor! ¡Qué paladar! ¡Qué color, todo con tanta fineza! Mas el queso sale a plaza, la moradilla va entrando, y ambos vienen preguntando por el pichel y la taza. Prueba el queso, que es extremo: el de Pinto no le iguala; pues la aceituna no es mala; bien puede bogar su remo. Pues haz, Inés, lo que sueles: daca de la bota llena seis tragos. Hecha es la cena; levántense los manteles. Ya que, Inés, hemos cenado tan bien y con tanto gusto, parece que será justo volver al cuento pasado. Pues sabrás, Inés hermana, que el portugués cayó enfermo… Las once dan; yo me duermo; quédese para mañana.
Dios nos guarde   De la que a nadie despide y al que la pide a las nueve a las diez ya no le debe nada de lo que la pide: De la que así se comide como si no hubiera tarde Dios nos guarde De la que no da esperanza, porque no consiente medio entre esperanza y remedio, que el uno al otro no alcanza; de quien desde su crianza siempre aborreció dar tarde Dios nos guarde De la que en tal punto está que de todo se adolece, y al que no la pide ofrece lo que al que le pide da; de quien dice al que se va sin pedirla, que es cobarde, Dios nos guarde. De la que forma querella de quien en su tierna edad le impidió la caridad y los ejercicios de ella; de la que si fue doncella no se acuerde por ser tarde, Dios nos guarde.
Los ojos de Elvira   Hiere la hermosa Elvira cuantos mira, porque sus ojos son flechas, que al corazón van derechas, como al blanco donde tira; mas luego, por buen respeto los cura y sana en efecto, como le caigan a lance; no hay quien el secreto alcance, porque los cura en secreto.
Receta para encornar   Si enviudar os conviene, Compadre, no es tan barato Como pensais este trato, Porque la rapaza tiene Mas alma que tiene un gato: Pero dejadla vivir Á sus anchas, y no dudo Que presto os vereis cornudo; ¡Ay Jesus! -quise decir Que os vereis presto viudo.
La nariz de Clara   Tu nariz, hermana Clara, ya vemos visiblemente que parte desde la frente: no hay quien sepa dónde para. Más puesto que no haya quien, por derivación se saca que una cosa tan bellaca no puede parar en bien
La capa   No es delito contra el Papa que os riáis, señor Centeno; pero no tengo por bueno que se ría vuestra capa. y si ropero que os fíe otra capa no tenéis, mejor será que lloréis, cuando la capa se ríe.
Constanza   Dos galanes pelearon sobre Constanza una tarde: Mirad, así Dios nos guarde, para donde lo guardaron. Si nació la enemistad de verse un poco apretados, dos pueden caber holgados y aún tres a necesidad.
El nombre de Pedro Este nombre, Pedro, es bueno, por la memoria estimado del Pontífice nombrado sucesor del Nazareno. Pero si queréis quitalle la cuarta letra y dejalle, se resuelve en un suspiro que ninguno habrá que a tiro de arcabuz os esperalle.
Los ojos de Ana   Bellos ojos tienes, Ana, mas, ¿por qué a mi parecer se inclina el mundo a tener por más bellos los de Juana? Haz que te preste los tuyos, y álzate después con ellos, que no es bien que ojos tan bellos se diga que no son tuyos.
A una mujer escuálida   Yace en esta losa dura una mujer tan delgada que en la vaina de una espada se trajo a la sepultura. Aquí el huésped notifique dura punta o polvo leve, que al pasar no se la lleve, o al pisarla, no se pique.
A un giboso de delante   Un socarrón mesonero dijo a un giboso al revés: – No me neguéis esta vez que cargasteis delantero. El gibado, a estas razones replicó: – Es muy importante llevar la carga delante quien se halla entre ladrones.
El estudiante   Cierto día un estudiante al revisar su ropilla, se encontró en la pantorrilla, un enorme interrogante. Siguió el pobrete adelante, y al ver que en puntos hervía su calceta, maldecía diciendo: «¡Cuán bueno fuera si más estambre tuviera y menos ortografía!»
Job (Epigrama)   A Job el diablo tentó con tanta solicitud, que los bienes, la salud y los hijos le quitó. Más no pudiendo vencer su virtud, por inquietarle, trató de desesperarle y le dejó… la mujer.
Salir por pies   Mostróme Inés, por retrato de su belleza los pies; yo la dije: –Eso es, Inés, buscar cinco pies al gato. Rióse, y como eran bellos, y ella por extremo bella, arremetí por cogella, y escapóseme por ellos
La mujer celosa   Ningún hombre se llame desdichado aunque le siga el hado ejecutivo, supuesto que en Argel viva cautivo, o al remo en las galeras condenado. Ni el propio loco por furioso atado, ni el que perdido llora estado altivo, ni el que a deshonra trujo el tiempo esquivo, o la necesidad a humilde estado. Sufrir cualquiera pena es fácil cosa, que ninguna atormenta tan de veras que no la venza el sufrimiento un tanto. Mas el que tiene la mujer celosa, ese tiene desdicha, Argel, galeras, locura, perdición, deshonra y llanto.
Yo acuerdo revelaros un secreto   Yo acuerdo revelaros un secreto en un soneto, Inés, bella enemiga; mas, por buen orden que yo en éste siga, no podrá ser en el primer cuarteto. Venidos al segundo, yo os prometo que no se ha de pasar sin que os lo diga; mas estoy hecho, Inés, una hormiga, que van fuera ocho versos del soneto. Pues ved, Inés, qué ordena el duro hado, que teniendo el soneto ya en la boca y el orden de decillo ya estudiado, conté los versos todos y he hallado que, por la cuenta que a un soneto toca, ya este soneto, Inés es acabado.
Di, rapaz mentiroso   Di, rapaz mentiroso, ¿es esto cuanto me prometiste presto y a pie quedo? ¿Andar mirlado entre esperanza y miedo, cercado de respetos, hecho un tanto? Sustos, celos, favores, risa y llanto dalos, Amor, a quien se lame el dedo; los que me diste a mí te vuelvo y cedo, no quiero tomar más cosa de espanto. Bien siento las heridas y que salgo de tu poder para ponerme en cura, porque tengo aún abiertas las primeras. Y juro por la fe de hijodalgo de si mi buen propósito me dura de no partir de hoy más contigo peras.
Su modo de vivir en la vejez   Deseáis, señor Sarmiento, saber en estos mis años, sujetos a tantos daños, cómo me porto y sustento. Yo os lo diré en brevedad, porque la historia es bien breve, y el daros gusto se os debe con toda puntualidad. Salido el sol por oriente de rayos acompañado, me dan un huevo pasado por agua, blando y caliente. Con dos tragos del que suelo llamar yo néctar divino, y a quién otros llaman vino porque nos vino del cielo. Cuando el luminoso vaso toca en la meridional, distando por un igual del Oriente y del ocaso, me dan asada y cocida una gruesa y gentil ave, con tres veces del süave licor que alarga la vida. Después que cayendo, viene a dar en el mar Hesperio, desamparado el imperio que en este horizonte tiene; me suelen dar a comer tostadas en vino mulso, que el enflaquecido pulso restituyen a su ser. Luego me cierran la puerta, yo me entrego al dulce sueño, dormido soy de otro dueño; no sé de mi nueva cierta. Hasta que, habiendo sol nuevo me cuentan cómo he dormido: y así de nuevo les pido que me den néctar y huevo. Ser vieja la casa es esto: veo que se va cayendo, voile puntales poniendo porque no caiga tan presto. Más todo es vano artificio; presto me dicen mis males que han de faltar los puntales y allanarse el edificio.