Balada mística
La casa, grande y grana, está desnuda y sola;
el jardín, empedrado, descuidado y marchito
envuelto por una plaga de brisas exhaladas por el mar
que pellizcan el despertar del año;
mis amables amigos, con su ajetreada alegría,
mi desdicha podían palpar.
Dicen que aquí me siento solo:
¿y ellos qué saben? ¿Y ellos qué saben?
Piensan que mientras las tejas gimen
y las tierras crujen en la tristeza invernal
debo sentirme terriblemente solo
sin el parloteo de mis amigos queridos
y amables, que temen por mi causa,
les duele imaginarme así
mientras su alegre vida está tan próxima,
¿y ellos qué saben? ¿Y ellos qué saben?
Que he visto el trono de Dagda
en tierras soleadas sin derramar una lágrima
y he descubierto un bosque todo para mí
al que custodiar con escudo y lanza mágicos,
donde, a través de las majestuosas torres que he levantado
por deseo propio, a mi alrededor marchan
formas inmortales de pura belleza:
ellos no saben, ellos no saben.
Los amigos que tengo sin par
más allá del brillo del océano occidental,
adonde los barcos de hadas reman,
no saben: ¿cómo lo van a hacer?
Nocturno irlandés
Ahora, la grisácea neblina acecha
desde la orilla, de algas plagada, de un océano residual,
y llena el valle, como un vaso
lleno de bebida maligna en manos de un mago;
y los árboles se desdibujan,
como fantasmas sombríos, enfermos,
en la noche húmeda y pálida,
hasta casi imaginar que una mirada más clara podría vislumbrar
la forma de un demonio que aparece en busca
de carne, como Grendel buscaba en Harte
a los barones que se sentaban junto al tronco invernal;
Grendel o la sombra de
Balar, o el hombre de la cara de arcilla,
el andante gris, que solía pasar
por encima del arco rocoso cada noche hacia su presa.
Pero aquí, en el lento y mudo arroyo sobre el que los sauces cuelgan,
sin viento alguno que disipe la niebla,
cada vez más áspera está por ti. Mi corazón,
contemplando esta tierra, en la que los poetas cantaron,
así con la triste mortaja insana
que sobre ella se extendió,
y conociendo la niebla y la nube
que envuelven la cabeza y el corazón de su pueblo,
aun cuando yace para siempre en sus costas
volviéndolas oscuras y soñadoras para que sus hijos nunca
se levanten y recuerden todas sus vanaglorias;
pues yo sé que los cielos apagados
y los horizontes borrosos siembran
un deseo solitario, cientos de palabras y melancolía y nunca una hazaña.
Apología
Si los hombres preguntan, Despina, por qué
lo alegre y noble no tiene cabida en mis versos
para aliviar los corazones bajo esta maldición
y construir un cielo de sueños en el verdadero infierno,
Corre a ellos y diles:
«No había mayor dolor que recordar,
abajo, en la tumba podrida donde los gusanos reptan,
los campos verdes que nos sonreían con dulzura».
¿Es acaso bueno contar viejas historias de Nueva Troya?
¿o alabanzas a héroes fallecidos, probados y sabios?,
¿o cantar a las reinas de un época olvidada,
Brunilda y Maeve y la virgen Bradamante?
¿Cómo puedo cantar sobre ello? ¿Será bueno
pensar en la gloria ahora, cuando todo ha acabado,
y toda nuestra labor bajo el sol
nos ha traído esto y no lo que debería?
Todo esto eran visiones prometedoras de la noche,
la belleza y la sabiduría fingida de antaño.
Pero ahora nos despertamos. El Este es pálido y frío,
no hay en el amanecer ni esperanza ni placer.
El deseo del mundo
Amor, hay un castillo levantado en un país desolado,
en una roca sobre un bosque de árboles sombríos y grandes,
acribillado por el relámpago entre peñascos de grandes filos esparcido,
las montañas se alzan sobre la arboleda, y el gélido barranco
resuena con el estruendoso rugido y trueno de un río poderoso
que baja furioso por una catarata. Las torres y el bosque se estremecen
y los lobos grises tienen miedo; el canto de los pájaros queda ahogado,
y el pensamiento y el habla del hombre en el ruido del agua hirviendo.
Pero al otro lado del barranco, yermo y afilado
con la luz del sol en sus torreones, se divisa el castillo,
calmo y maravilloso, blanco sobre el verde
del bosque húmedo y ondulante, todo inclinado,
porque el viento impetuoso del norte no descansará ni de día ni de noche.
Pero aun así, las torres quedan por encima, tan poderoso es el lugar,
las puertas de marfil, los tejados de rojo cobre.
Los guardias, serios, caminan por siempre en círculo sobre las murallas
y los dragones vigilantes descansan en las puertas de marfil,
no hay nada que los preocupe, ni el odio de los dioses ni el empeño de los hombres,
y será un lugar de descanso, corazón, para ti y para mí.
A través del bosque húmedo y ondeante, con una pena inmemorial,
cantando el arrepentimiento del mundo, vaga salvaje el hada,
a través de los cardos y las zarzas, a través de la maraña de espinas,
hasta que sus ojos se oscurecen por el llanto y sus pies vagabundos se rasgan.
A menudo, mira en vano la puerta del castillo
porque su belleza desalmada, al castillo nunca gana.
Mas en la corte sagrada, escondida en lo alto de la montaña,
vagando por los jardines del castillo hay mucha gente encantadora
que respira otro aire, que bebe de una fuente más pura
y entre esa gente, querida, hay un hueco para ti y para mí.
Muerte en la batalla
Abridme las puertas,
abridme las puertas del tranquilo castillo, rosáceo en el Oeste,
en la dulce y tenue Isla de las Manzanas sobre el amplio corazón del mar,
¡Abridme las puertas!
He sufrido lo indecible,
atacado y herido más allá de lo tolerable en este día estival,
pero el calor y el dolor juntos de pronto desaparecen,
todo está fresco y verde.
Pero hace un momento,
entre hombres maldiciendo en la lucha, esforzándose, cegado luché,
mas el esfuerzo pasó pronto, como un pensamiento fugaz.
¡Y ahora, solo!
Ah, estar solo algún día,
en los floridos valles entre las montañas y los silenciosos baldíos intocados,
en las rociadas tierras altas, en el jardín de Dios,
¡Esto nos expiraría!
No veré
los rostros atestados y brutales que me rodean, que en su esfuerzo se han convertido
en caras de diablos —sí, incluso como el mío—,
cuando te encuentre,
¡Oh, Tierra de Sueños!
Más allá de la marea del océano, escondida y hundida a lo lejos,
más allá del sonido de las batallas, cerca del fin del día,
llena de tenues bosques y arroyos.
Canción
Las hadas deben de estar en el bosque,
o las risueñas crías de los sátiros,
los tritones deben de estar en el mar del verano,
si no ¿cómo podrían las muertas cosas ser
tan hermosas como son?,
¿cómo podría la riqueza de la estrella sobre la estrella,
espolvoreada en la helada noche,
llenar tu espíritu de deleite
y llevarte desde este ensimismamiento
hacia arriba, entre los sueños divinos,
si no fuera porque todos y cada uno
de los que caminan los pasillos celestiales
son, en verdad, una isla feliz
en la que los prados eternos sonríen,
y los dorados globos de fruta se ven
centellear a través de los verdes pomares?,
¿dónde la Otra Gente va
por el césped brillante de un lado a otro?
Los átomos muertos nunca podrían
despertar el corazón en nosotros
a no ser que la belleza que vemos,
que el velo de la belleza interminable esté
plena de espíritus que han caminado
muy lejos, sobre el césped celestial
y han visto las brillantes huellas de Dios.
Canción del Ángel
Yo no sé, yo,
lo que dicen juntos los hombres,
cómo mueren los amantes, los amantes
y la juventud.
No puedo entender
el amor de los mortales
por la nativa, nativa tierra,
todas las tierras son suyas.
¿Por qué en la tumba afligirse
por una sola voz y rostro
y no, y no recibir
a otro en su lugar?
Yo, volando en círculos
por encima del cono de la noche,
nunca he conocido
mayor o menor luz.
El dolor es como una copa
de la que mi labio
(¡Ay de mí!) nunca en todos
mis interminables días puede beber.
Oración
Señor, dicen que cuando parezco
estar hablando contigo,
como no respondes, es todo un sueño:
uno imitando a dos.
No les falta razón, pero no como
ellos imaginan; más bien, yo
busco en mí mismo las cosas que quería decir,
¡y mirad!, los pozos están secos.
Entonces, viéndome vacío, Tú abandonas
el papel de oyente, y a través
de mis labios muertos respiras y pones en palabras
pensamientos que nunca conocí.
Y así, ni tienes que responder
ni puedes; pues mientras que parece que
hablamos dos, Tú eres Uno por siempre, y yo
no un soñador, sino tu sueño.
Nota al pie de todas las oraciones
Solo Él, ante quien me inclino, sabe ante quién lo hago
cuando intento pronunciar el Nombre inefable, murmurándote a Ti,
cuando sueño fantasías de Fidias y abrazo de corazón
símbolos (lo sé) que no pueden ser lo que Tú eres.
Así, siempre, tomadas en su palabra, todas las oraciones blasfeman
venerando con frágiles imágenes un sueño folclórico,
y todos los hombres en sus oraciones, autoengañados, ponen en palabras
la creación de sus propios pensamientos inquietos, a menos que
Tú, en tu magnética misericordia, hacia Ti desvíes
nuestras flechas, con torpeza apuntadas, más allá del desierto;
y todos los hombres son idólatras, clamando sin ser escuchados
a un ídolo sordo, si Tú les tomas la palabra.
No tomes, Señor, nuestro sentido literal. Señor, en tu gran
discurso inquebrantable traduce nuestra metáfora renqueante.
La Biblia dice (Soneto)
Dios estableció la oración para comunicar a
sus criaturas la dignidad de la causalidad (Pascal)
La Biblia dice que la campaña de Senaquerib quedó frustrada
por ángeles; Herodoto dice que por ratones
royendo incontablemente, toda una noche sin descanso,
para consumir las cuerdas de su arco como el cálido viento mina el hielo.
Pero arcángeles poderosos, sugiero, emplearon
siete pequeñas bocas para trabajar en cada delgada cuerda
y con su ayuda, a pesar de ser señores débiles, destruyeron
al sonriente, cruel y barbudo rey Asirio.
No sería extraño que el Omnipotente prefiriera
pequeñas ayudas en lugar de grandes; no sería extraño que su acción continuara
hasta que los hombres han orado, ni que tolerara nuestras débiles oraciones
para mover realmente como músculos sus dedos dilatorios.
Que, en su longanimidad y amor por nuestra
pequeña dignidad, debilitan por un tiempo su poder.
El futuro de los bosques
¿Cómo se sentirá la leyenda de la era de
los árboles cuando el último caiga en Inglaterra;
cuando el hormigón se extienda y las ciudades conquisten
el corazón del campo; cuando el anticonceptivo
pavimento invada el espacio que ocupaban las granjas;
cuando el riel del tranvía discurra por donde antes dormía una aldea;
o cuando los escaparates, que acristalan sin descanso desde
Duvres hasta Wrath, nos hayan vidriado por completo?
Los relatos más sencillos dejarán perplejos
a los niños que preguntarán: «¿qué era un castaño?
Cuéntame lo que significa trepar un tallo de habichuelas,
cuéntame, abuelo, qué es un olmo.
¿Qué era el otoño? Nunca nos lo han enseñado».
Entonces, los maestros explicarán cómo del moho nacieron
crecientes criaturas de una naturaleza inferior
capaces de vivir y morir, si bien no eran
ni bestias ni hombres, envueltos en
excelentes ropas y respirando la luz del sol;
comprendiendo a medias, su desconocida
imaginación teñirá sus cuadros de fascinación:
árboles que caminan como hombres; romances de madera
sobre goblins que acechan en verdosas sedas;
sobre la leche espumosa sobre el cuello de encaje
del majuelo; palor en la cara del abedul.
Así, un tiempo sin techo atisbará, aunque vagamente,
desde lo lejos (pues el alma permanece vigilante)
el Edén alegre y colmado de árboles.
Tras el rezo, yace frío
Levanta, cuerpo mío, mi pequeño cuerpo, hemos luchado
suficiente, y Él es misericordioso; estamos perdonados.
Levántate, pequeño cuerpo, como una marioneta, pálido, y vete,
blanco como las sábanas, y frío como la nieve,
desvístete con tus dedos, pequeños y fríos, y apaga la luz,
y quédate solo, mortal acallado, en medio de la sagrada noche;
una pradera allanada por los latigazos de la lluvia, un vaso
limpio y vacuo, un vestido lavado y doblado,
descolorido, raído hasta lo andrajoso
por el lavado de la mugre.
No te vuelvas a calentar muy deprisa. Yace frío; consiente
la acuosidad del cansancio y el perdón.
Bébete esa agua amarga, respira la gélida muerte;
Pronto llegará el motín de nuestra sangre y aliento.
De profundis
Venid a maldecir a nuestro Señor antes de morir,
pues todas nuestras esperanzas yacen en una ruina sin fin.
La bondad ha muerto. Maldigamos a Dios, el Altísimo.
Cuatro mil años de esfuerzo, esperanza y dedicación
donde el hombre trabajó con ahínco y aún forjó
nuevos y mejores mundos. Tú nada has hecho.
Construimos ciudades alegres, fuertes y justas,
buscamos conocimiento y reunimos escasa sabiduría.
Y todo este tiempo te reíste de nuestro empeño.
Y de pronto, la Tierra se volvió negra de [tanta] maldad,
nuestra esperanza quedó destrozada y nuestra canción, silenciada,
el cielo se volvió ruidoso de [tanto] llanto. Tú eres poderoso.
Venid pues y maldecid al Señor. Sobre la Tierra
cae una oscuridad espesa, el mal fue nuestro origen
y nuestros escasos días felices, de parvo valor.
Aun si todo no fuese un sueño en vano
—la antigua esperanza que aún resurgirá—
de un Dios justo que se preocupa por las penas terrenales,
Aun así, muy lejos, más allá de nuestra noche de trabajo,
Él merodea por las profundidades de la luz eterna,
entonando solo sus canciones de alegría.
Solo el eco lejano y gastado de su canción
nuestros calabozos y celdas profundas puede destruir,
y Tú estás más cerca. Tú eres realmente poderoso.
Fuerza universal, la conozco bien,
no es sino la espuma de la locura para un rebelde;
pues eres el Señor y tienes las llaves del Infierno.
Mas no me arrodillaré ante Ti ni te amaré,
pues con solo mirar dentro de mi corazón puedo demostrarte,
y saber que este frágil y dolorido ser está por encima de Ti.
Nuestro amor, nuestra esperanza, nuestra sed de bien,
nuestra piedad y eterna búsqueda de la luz,
¿deberíamos cambiarlo todo por tu poder incesante?
Ríe pues, y destruye. Destruye todas las cosas de valor,
apila tormento sobre tormento para deleite tuyo:
no serás Señor mientras haya hombres en la Tierra.
Satán dice (I & II)
I
Soy Naturaleza, la Madre Poderosa,
soy la ley: no hay ninguna otra.
Soy la flor y el rocío recién caído,
soy la lujuria en tu piel anhelante.
Soy la inmundicia y el denuedo de la batalla,
soy la pena vacía de la viuda.
Soy el mar que extingue tu aliento,
soy la bomba, la muerte que cae [del cielo].
Soy la realidad y la razón abrumadora
que frustra la nueva traición de tu fantasía.
Soy la araña que fabrica su tela,
soy la bestia con las fauces ensangrentadas.
Soy un lobo que persigue el sol
y lo alcanzaré antes del fin del día.
II
Soy el Señor tu Dios: aquel que creó
la materia y todas las señales desplegadas
sobre ti; aquel que ha depositado bajo ellas
a la humanidad que olvida la cara de su Padre
y que incluso mientras bebe mi luz del día,
sueña con otros dioses, desoye
mis advertencias y desprecia mis sagradas leyes,
a pesar de que sus pecados la destruirán. Por ello,
sueños en vano soñados, un deseo jamás alcanzado
y en carne propia un fuego espiritual,
una sed de bondad que su especie no alcanzará,
una vez más, ese aferrarse a la bestia.
Un odio a la vida que les he regalado,
un alma atormentada y retorcida por siempre dividida
entre su voluntad y la mía; todo eso doy
mientras, aun a mi pesar, las alimañas viven.
¡Odian mi mundo! Luego, dejan a ese otro Dios
venir del espacio exterior investido de gloria
y desde este castillo que he construido sobre la Noche
empujar a los hijos de mis propios pensamientos a la luz,
si es que existiera. Mas muy lejos
Él camina por los vastos campos de un día sin fin,
mis indómitos hijos lo invocaron hace tiempo
y en vano lo hicieron. Mi sentencia aún es firme,
creed en mí y no veneréis a ningún otro.
Allá donde el mamut fue, esta criatura también irá.
Oxford
Es bueno que haya palacios de paz
y disciplina y sueños y deseos,
siempre que no olvidemos nuestra herencia y cesemos
el trabajo del Espíritu: ansiar y aspirar;
siempre que no olvidemos que nacimos divinos,
ahora enredados en la red animal de la roja batalla,
y asesinemos la obra y lujuriemos lo anodino,
esfuerzos de bestia contra el consuelo bestial.
Pero eso nunca será: para nosotros permanece
una ciudad que nada tiene de la bestia,
que no fue construida para brutas ganancias materiales
ni para el duro y voraz poder o la exhuberante fiesta imperial.
No somos totalmente burdos. Nos queda
una ciudad limpia, dulce, arrullada por arroyos antiguos,
un lugar de visiones y de aflojamiento de cadenas,
un refugio de elegidos, una torre de sueños.
No fue levantada con piedra común
sino con todos los anhelos y las oraciones del hombre,
para que resista, eternamente nuestra,
el baluarte del Espíritu: barrera contra la desesperación.
Orugario
Tú solo eres una alternativa a Dios, oh, oscura
y ardiente isla entre espíritus, décimo jerarca,
Orugario, Satán inmortal, Ahrimán, solo
segundo a Aquel a quien ningún otro segundo se conocía,
siendo fuego esencial, surgido de su fuego,
pero confinado en el horno sin luz del tuyo, encerrado en torno
a la ira, en el reverberante calor de siete
muros de contención: de ahí tu poder para rivalizar con el Cielo.
Por ello, salvo la templanza del amor eternal,
solo tu absoluta codicia merece la pena pensar.
Todo lo demás es el débil engaño del corazón esperanzado.
Todo lo que parecía la Tierra, es Infierno o Cielo. Dios es, tú eres;
el resto, ilusión. ¡Cómo debe vivir el hombre sino como cristal
para que la luz blanca sin llama, el Padre, pase
sin dejar mácula; o al contrario, opaco, fundido a tu deseo,
venus infernal, muriéndose de hambre en la fuerza del fuego!
Señor, no abras a menudo mis ojos a esto.
Justicia divina
Dios, en su infinita bondad creó
los dolores eternos del Infierno.
Miseria que debe perdurar,
Dios, en su infinita bondad creó
límites eternos y prohibió
a sus olas nunca más olear.
Dios, en su infinita bondad creó
los dolores eternos del Infierno.
Los planetas
Señora Luna, en canoa ligera,
por las desembocaduras y bajíos del inquieto país de las nubes
navega cada mes; con crisma de rocíos
y empapada de sueños, con un encanto lloviznado
nos embrujas con trampas, tornando a veces
una mente en locura, melancolía pálida,
blanqueada de tanto contemplar su rostro
de orbe y atemporal. En el seno de la Tierra,
la lluvia de sus rayos, filos emplumados,
luz que llega descendiendo, madura la plata,
formando y creando brillos femeninos;
metal parecido a una doncella. Su húmedo círculo
está más cerca a la tierra. Después, más allá de ella,
Mercurio marcha; descabezado trotamundos,
patrón de saqueadores. El descarado mercurio
su mirada engendra, mineral de duende,
multitud alegre de sí mismo, igual pero fundido.
Desde las tinieblas del alma, con el caduceo envuelto,
palabras que él manda, guía y reúne; líder alegre
de reunidas fantasías. Su pedernal ha encendido
la chispa del habla desde la yesca del espíritu,
¡Señor del lenguaje! Él lleva para siempre
la lentejuela y el esplendor, deporte que mezcla
en un patrón sutil, el sonido con los sentidos,
las palabras en matrimonio y enlaza, también,
la cosa con el pensamiento. En la tercera región
Venus viaja… pero mi voz se quiebra;
grosera rima que daña su belleza,
cuyos senos y cejas, y la dulzura de su aliento,
embruja mundos. Amplía el reino
de su centro secreto en las cavernas del mar,
en la hierba que crece y en el brotar del grano,
en el despliegue de la flor y en el anhelo de la carne,
y en la lluvia que cae fuerte en abril.
El cobre metálico en la mina enrojece
con brillo sordo, como de oro apagado
por sus dedos formado. Más allá de ella,
la carretera del cielo zumba y tiembla,
tamborilea y vibra, por el trueno compulsivo
del carro de Sol, cuya espada de luz
daña y humilla; solo el ojo del águila
lo vio. Cuando su flecha apunta,
a través de la mente mortal, las nieblas se disipan
y suave como la mañana, la melodiosa sabiduría
respira sobre el pecho, ampliándose hacia el Este,
clara y sin nubes. En un cerrado jardín
(desatada su carga) sus haces crían
el alma en secreto, donde el suelo coloca
paradisíacas palmeras y fuentes puras
cambian y templan, transformando fríamente,
el común desgarbo en oro cordial;
cuyo mineral también, en la base de la Tierra,
es impresión y presión de su orgulloso sello
en la cera del mundo. Él es el varón adorado,
el esposo de la Tierra, contemplándolo todo,
ojo químico supremo. Pero otro país,
negro por la discordia, resuena más allá de él,
con ruido de timbales, relinchos de caballos
y martilleo de arreos. Un dios altivo,
Marte mercenario, monta allí su campamento
y enarbola su bandera; ostenta ridículamente
la belleza sin gracia, aguda y de mirada gris,
rubia insolencia, de su rostro alegre,
que es duro y feliz. Él talla el acto,
la acción indiferente, con su mazo
y su cincel; no se alcanza el logro
sin su ayuda; gladiador a sueldo
del bien y del mal. Todo es uno para Marte,
el mal rectificado, la rescatada mansedumbre,
o la dificultad en las trincheras, con árboles astillados
y pájaros proscritos, bancos repletos de oro
y el mentiroso hecho señor. Como un trabajo manual,
que le ofrece a todos, se gana sus salarios
y silba mientras tanto. El terror de plumas blancas
que Marte ha dominado. El hierro de su metal
que fue golpeado atravesando las manos en la santa cruz,
cruel carpintería. Él es frío y fuerte,
hijo de la necesidad. Suave respira el aire
cálido y praderoso, mientras cabalgamos más allá,
donde el ondulado resplandor gira sobre nosotros
movido por la música; inmensurable la alegría
y el júbilo de las olas. Es la órbita de Júpiter,
llena y festiva, rápida en su viraje
con arco ampliado. Desde las islas de Tin,
los comerciantes tirios, por problemas de dirección,
llegaron con sus cargas; el tesoro de Cornualles
que su rayo madura. De la ira terminada
y de los males reparados, del invierno pasado
y la culpa perdonada, de la buena fortuna
Júpiter es dueño; y del jocoso deleite,
la risa de las damas. Los de corazón de león,
los de mente poderosa, hombres como dioses,
auxiliadores y héroes, cabezas de naciones,
justos y nobles, son hijos de Júpiter,
trabajan sus milagros. En su amplia frente,
calma y regia, ningún cuidado oscurece
ni la ira se arruga; sino que el poder regio
y el ocio y la generosidad, sus grandes 8
esplendores lo envuelven: un manto rico
de alivio e imperio. Mucho más allá,
va Saturno silencioso por la séptima región,
las faldas del cielo. Apenas crece la luz,
enfermiza, incierta (el dedo del Sol
se acobarda con la oscuridad). La distancia nos daña
y la bóveda severa del vasto silencio,
donde la fantasía se nos quiebra y el justo lenguaje
y el amor nos abandonan y la luz nos falta
y Marte nos falla y la alegría de Júpiter
es como el tintineo del estaño. Con andrajosa ropa,
débil de tantos inviernos, camina para siempre
un camino cansado y anchuroso, alrededor del cielo,
encorvado y trastabillando, con un bastón a tientas,
el señor del plomo. Él es el último planeta,
avejentado y feo. Su ojo engendra
pálida pestilencia, dolor de envidia,
remordimiento y asesinato. Melancólica bebida
(para arruinar o bendecir) de amarga sabiduría
él derrama para su gente, una leva peligrosa
que el labio no ama. Dejamos todas las cosas
para alcanzar el borde del redondo firmamento,
la reclusión del cielo, larga y solitaria.

