Estimado Dr. Lacan:

Gracias por el envío de su tesis de doctorado. Leía con máxima atención, centrándome, conforme a su propia indicación, en el caso que el Señor denomina “Aimée”, sobre el cual se puede decir que ha sido estructurada toda la obra. Acerca de los deseos, entonces, haré algunos comentarios psicoanalíticos, los cuales indubitablemente, deberán tocar aspectos de la teoría, ya que ésta es, finalmente, la que hace hablar a los supuestos “hechos” (el Señor recordará, al respecto, el comienzo de mis “Pulsiones y sus destinos” cuyo manifiesto liminar continúo considerando válido).

Este caso me interesó de sobremanera, teniendo en cuenta la observación incluida en mi “Schreber”, en lo tocante con el mínimo de paranoia que un analista tropieza en su práctica habitualmente. Por eso es que, el Señor bien sabe, yo preferí centrarme en las Memorias del Presidente; con todo, parece que adoptando tal procedimiento – sin darme cuenta de esto a posteriori – hubiese llegado a un dato que su “Aimée” precipita como tal: Me refiero a la importancia del escrito en la paranoia, trasladada en su paciente tanto por la redacción de notas autobiográficas como de cuadernos, como por sus dos “novelas”. O sea que, el paranoico – coincidiendo en esto con el Señor… conmigo, en fin…

¿Con todos los que sentimos que debemos escribir? – no apuesta su dinero a verba-volent pero permanentemente a scripta-manent 1 – tiene que coincidir con la aproximación que se produce entre el paranoico y el filósofo, porque en éste la intensidad de lo personal es tan destacada que hasta da su nombre al sistema – escrito – que a partir de él comienza – ¿Acaso todo filosofo no cree, a sabiendas o no, que su cosmovisión conforma el punto inicial del cosmos, con la consecuente derrota del caos? – Observe el Señor, que su propuesta ateniente a Aimée – o la de ella misma – procede con la misma rutina, en cuanto vehiculiza un “prototipo” inclusive una “observación primordial”, ¡Pequeña conquista la de Aimée!, ¡prototipo primordial!: con afecto, aludo como nuestra pequeña y oscura mucama consigue ser una nada pequeña Narcisa, que acapara la ocupación libidinal del inteligente – y por qué no, erudito – Doctor Lacan, convenciéndolo de su originalidad y su unicidad, y haciendo escribir, a su vez, respecto a ella. O inclusive, instándolo a sustentar, en el mismo sentido, que “toda tarea fecunda debe imponerse la tarea de monografías psicopatológicas tan completas como sean posibles”.

Claro que el psicoanálisis, en tanto disciplina de las singularidades, debe velar por la atención al repudio de todo lo que no comporte una minuciosa escucha al paciente, ¿más cree el Señor, que una monografía completa – o exhaustiva – da cuenta o respeta este carácter singular? Mi obra testimonia que las historias que redacte no fueron “creciendo”, si tomamos como caso el de la joven homosexual. Antes tendía progresivamente – pienso ahora mientras le escribo – a circunscribir, a recortar ciertas constelaciones que los instrumentos analíticos permiten esclarecer y, de hecho, esclarece. Allí pueden estatuirse prototipicidades, u observaciones primordiales.

Puedo decirle que tal fue el modo fundamental según enfoqué los casos de relatos de mis queridos discípulos, los Dres. Abraham y Ferenczi. Uno escribe “lo que cae” de nuestra práctica diaria, aún si el texto resultante fuese relativamente breve. Sí, no olvido que Aimée no es un caso de psicoanálisis, en cuanto no hubo de su parte una intervención analítica, debido – como el Señor declara – a factores ajenos a su voluntad, más siendo un caso susceptible de aplicación del psicoanálisis, los lineamientos que menciona conservan su validez. Releo el escrito y compruebo que parte desde el escrito: a partir del escrito, pues derivé de su escrito a los de Aimée, que el Señor hizo que escribiera.

Más también lo que a ella le configuró su delirio fueron ciertos escritos, e imágenes publicitarias. Así, lo interesante, más todavía, lo apasionante de Aimée es comprobar cómo los medios de comunicación de masas y de espectáculos públicos, le proporcionan el soporte escenificado para diseñar sus perseguidores: la serie de la hermana, como el Señor muy bien indica, basase en la lectura de artículos periodísticos, posters y novelas, a la asistencia al teatro o al cine, a la contemplación de fotografías. Más aún, a partir de este núcleo se desgarran sus oídos contra la agitación sobre artistas, poetas, periodistas, editores que envenenan sus días. ¡Qué notable génesis “indirecta” que tanto deben molestar a nuestros adversarios del otro lado del Atlántico, tan proclives como son a esa extraña concepción allí nacida llamada “conductismo”!

Esta campesina perdida se ve bombardeada por una tormenta de palabras y de imágenes, que la atontan, la descolocan, que no le dejan ya reconocer su lugar. Su mudanza a “la ciudad luz” terminan por hacerla perder en su oscuridad, se busca, en su tentativa de reconstitución, en las letras impresas, allí firmes, allí estables, allí garantidas, las que con su tremenda difusión multiplican las garantías indicadoras de un lugar para ella, cosa que no ignora porque se caratula como una “verdadera enamorada de las palabras” – a esa expresión el Señor agrega – “ese disfrute casi sensible que le producen las palabras de su propia lengua”, advierta, sin embargo, que luego de escribir la frase transcripta, el Señor recuerda a Rousseau a propósito de “un paranoico genio”.

Con todo, yo creo, que Rousseau incide en el Dr. Lacan según la idea de “buen salvaje”, ¿Por qué?, porque idealiza en Aimée – y lo generaliza – el “sentimiento de naturaleza” el cual siguiendo a Montassut2 – cito del texto – es “característica frecuente del paranoico”, más para el Señor es “un sentimiento de valor humano positivo”, que teme sea destruido en aras de la adaptación social.

El caso de Aimée, campesina, ciertamente pareciera confirmarlo, pues su eclosión delirante sucede cuando pospone al regionalismo vital la diseminación urbana de las palabras. Finalmente, que cosa no se intercambia más en las grandes ciudades, que palabras. Pero, ¿la naturaleza guarda en sí alguna cualidad terapéutica, en todo caso, equilibrante, según colijo, acaso transmite algo puro, no tomado de la acción depredadora de los hombres?

Es cierto que no hay cultura sin malestar, yo lo dije, pero no es menos cierto que no hay naturaleza sin cultura. O sea, transitivamente, no hay naturaleza que no sea alcanzada por el malestar. Otra cosa es colocar, como el Señor sagazmente lo indica, la cuestión de la multiplicación de mensajes, es el modo de participación social que pauta, inclusive, un periódico.

Es unos de los efectos de los avances de la ciencia y de la industria sobre el modo de constitución y de adolecer mentalmente de una persona; quiero decir que eleva a potencia o a alcance de “parroquia”, aquella que recordaba Bergson, como condición para la eficacia de un chiste.

Es por eso que respaldo absolutamente la certera afirmación que el Señor escribía así: “el delirio de interpretación… es un delirio de la casa, de la calle, del foro”. Para su paciente, según su registro, la víctima le fue cambiando desde su hermana, en la villa, hasta la señora Z, ofrecida como vedette por el foro, a quién ataca en plena calle.

Esta señora Z no es como el Flechsig de Schreber: es un ser distante, una visión fugaz, un nombre en un lugar investido, antes que todo de símbolos de reconocimiento parroquial, que se prestaba a que su Ideal del Yo todavía asentara sus bases.

Y acontece que su mejor amiga, aunque se haya transformado en un acosador, no pudiera cargar sobre sí el peso del lugar, por no disponer de título que la autorizaran a tanto, esta hipótesis que el Señor piensa, la que juzgo correcta, no se compadece, sin embargo, con otra expresada, en la que afirma que la mejor amiga “hubiese sido agredida si hubiese estado a su alcance”. Entiendo que esta contradicción surge de la mezcla de dos criterios: uno el psicoanalítico, que rescata lo acontecido y lo somete a interpretación, el otro, corresponde más a un ejercicio imaginativo.

Quiero significarle que el objeto de agresión o del delirio, revela en Aimée un carácter más fácilmente móvil que en Schreber, como connotando más nítidamente un funcionamiento pulsional, un carácter menos viscoso de la libido que el mostrado por el Presidente. En efecto la mejor amiga fue la que habló por primera vez con la señora Z de Sarah Bernhardt, que se constituye en una de sus principales perseguidoras, vale decir que quien decía, quien hablaba, se descolocó sobre los nombres de las personas de quien hablaba, ellas fueron su sustituto, de nombre a nombre, en una verdadera cadena de deslizamiento incoercible.

Digno de una “enamorada de palabras” que nos enseña inequívocamente, como le decía, el despropósito que postula el conductismo, pues que podría argumentar éste, con su simplismo explicativo, sobre el hecho que lo dicho sustituye a quien lo dice, sin los choques o diques propios de los modos psiconeuróticos, claro que con todo hay que ligar su modo psicótico con los psiconeuróticos, ya que el sentido de sus síntomas, o de sus actos, permanecen ocultos y enigmáticos. En referencia a la temática de los mecanismos productores, deseaba comentarle algunos puntos, comenzando por la auto-punición, tan decisivas en sus solidas argumentaciones.

El Señor capta en Aimée una problemática que la localiza “más allá del principio del placer” en cuanto a las consecuencias que se presentan de su acto agresivo, ya que éste tiene, a decir verdad, como acto pulsional, coincidiendo, por otro lado, fuente y fin de la pulsión. Sin embargo, claro, digo “ella” y debo corregirme: ¿qué significa ella desde que el psicoanálisis nos demuestra la participación del aparato psíquico?, para preguntárnoslo de modo más apropiado, “lo qué de ella”, el Señor responde que “su ideal exteriorizado”- y está en lo cierto – solo que esta agresión patentiza su carácter irrisorio, en tanto ella intenta eliminar su ideal envidiado, obedeciendo un mandato autodestructivo de su Súper Yo.

Esto, a lo que yo llame “imperativo categórico” – siguiendo a Kant – por su condición de inapelabilidad, significa para el Señor uno de los puntos, el punto al que el psicoanálisis más notoriamente 2 NT: Marcel Montassut, La constitución paranoica, 1924 adhiere, lo que no deja de complacerme. Más colegí de aquí que “los mecanismos psíquicos de autocastigo” conforma una hipótesis “nada implicada… de las primeras síntesis teóricas” psicoanalíticas, me parece ya una afirmación que temo no poder compartirla.

¿Por qué?, porque muy temprano, en la Interpretación de los Sueños, hice mención a los “sueños punitorios”, en un capítulo ni marginal ni secundario, en efecto afirmaba allí que “ha de concederse que admitiéndolos (a los sueños punitorios) se agrega allí un cierto sentido a la teoría de los sueños”, afirmando líneas después que “el carácter esencial de los sueños punitorios reside en que en ellos el formador del sueño no es el deseo inconsciente que procede de lo reprimido (o sistema inconsciente), señalo el deseo punitorio que recae contra aquel, este último pertenece al Yo, aunque también inconsciente (es decir pre-consciente)”, claro, hace tres años me vi forzado, ante una nueva edición del libro, adosando una nota al pie, indicando que ese era el lugar donde debía colocarse al Súper Ego, en tanto descubrimiento posterior del psicoanálisis. Ahora, recuerdo también haber redactado – para esa misma edición – otra nota incluida en el capítulo VI, párrafo “los efectos del sueño”, en que puntuaba una hipótesis que también estimo pertinente: “Es fácil reconocer en estos sueños punitorios el cumplimiento de deseo del Súper Yo, lo que implica, a mi juicio, una reformulación más precisa – basada en nuevos descubrimientos de la teoría psicoanalítica – de un fenómeno ya circunscripto y ya jerarquizado, tanto es así que en mi afán de dejar esto aclarado firmemente, entenderá que esta precisión no se aplica únicamente al ámbito onírico, pues en este mismo texto la extiendo a los síntomas.

Podrá rever así, el caso de la paciente con vómito histérico, su síntoma, escribí “solo se engendra donde dos cumplimientos de deseos opuestos, proveniente cada uno de distintos sistemas psíquicos, pueden coincidir en una expresión” por lo que ellos debían ajustarse también “a la ilación de pensamientos punitorios”.

Lo mismo ocurre con respecto al caso Dora, cuando adjudico su pretendida “neuralgia facial” a un autocastigo, o cuando asumo idéntica posición ante el impulso suicida o la manía de enflaquecer del paciente en el Hombre de las Ratas. Así, siguiendo la misma línea en otros textos, todos anteriores a 1921, (observo este año para manifestarle que en él se puede datar mi Segunda Teoría del Aparato Psíquico, pues Psicología de las Masas se desarrolla a mi entender cómodamente, si bien no ha sido comprendida bien por los comentadores).

Bien: Dr. Lacan, cuique suum tribuere. Más siguiendo dichas preceptivas, debo agradecerle sinceramente el aporte que el Señor ha realizado acerca de la función del Súper Ego, no suficientemente destacada en psicoanálisis hoy día. Aludo a la operación aloplástica de dicha instancia.

El Señor seguramente tendrá presente que esta clasificación – autoplástica / aloplástica – la incluí hasta ahora solamente en la perdida de la realidad en la psicosis y la neurosis, más me parece sumamente valida su articulación como una dimensión superyóica, por cuanto permite la intelección no solamente en cuanto al sentimiento de culpa, si no específicamente en la consumación de la necesidad de castigo, como acontece evidentemente con Aimée.

Esto había sido señalado por Alexander – que el Señor cita – en su libro “El carácter neurótico” de 1930 – porque un título idéntico utilizó el injusto Adler dieciocho años antes – sobre un tipo de paciente que canalizan sus conflictos antes de actuarlos en la realidad, que los revela bajo forma sintomática.

Más creo que Alexander se equivoca cuando idealiza esta condición de “carácter neurótico” al creer que ésta ya tenía resuelta su relación con la realidad, la cual, al contrario, debería retornar lo que estuviese separado – autoplásticamente – de ella. Creo, en efecto, que Alexander desestima el factor de renegación en juego, que torna esa realidad modelada de forma tal que para su presentación fidedigna el crimen se autolejitima.

Diferente de Alexander, el Señor desataca el lado descriptivo, anti-adaptativo del Súper Yo, su hiperpresencia destilada en los efectos – reales – de retorno que suscita, más que en su hipotética ausencia juzgada de acuerdo con la falta de inhibiciones motrices, en este sentido, no se trata la verdad de ausencia, si no de esa orden de superación conservadora que me parece tematizado en Schreber así: “lo superado-conservado dentro retorna de afuera”.

Su localización conceptual del Súper Yo me llevó a una fecunda revisión del concepto que vertí en el prólogo de Aichhorn, en el sugiero la idea de una eventual falla superyóica en la estructura del delincuente impulsivo; su contribución, en cambio, me reconduce apropiadamente a estas pocas líneas que – años antes de este prologo – destiné a reflexión sobre “los que delinquen por sentimiento de culpa”.

Creo que éstos, en verdad, se alivian como su Aimée, enseguida después del acto en cuestión, “se curan” por la obediencia al insensato mandato superyóico bastante más violento y eficaz en el retorno “viniendo de afuera” puesto en juego. Necesidad de castigo, como le decía, que avala tanto su postura, como que Alexander pisoteo en su Psychoanalyse der Gesamtpersonlichkeit: el castigo o el sufrimiento no comportan un beneficio secundario del síntoma – dicho de modo general – si no, un beneficio primario. Esto es lo que traté de exponer cuando hice mención de “las resistencias del Súper Yo”, en tanto él, como el Señor comprendiera, y lo hizo funcionar a las mil maravillas.

Yo colijo que esto fue posible en la medida que él – su antecesor – puede asegurar que el Súper Yo no se configura en función de una supuesta introyección individual de las normas manifiestas vigentes en la sociedad actual, si no que implica algo admirablemente bien resumido en Nunberg, así: “Alexander lo considera como un código de todos los tiempos, invariable y recóndito en las profundidades del yo”.

Carta de Sigmund Freud a Jacques Lacan inédita de 1933
Carta de Sigmund Freud a Jacques Lacan inédita de 1933

El Señor pesquisó con agudeza y lucidez los meandros, los recovecos del psiquismo de Aimée, que transformaran una orden caótica en una concepción donde una hipermoral justiciera armó su mano con una navaja para responder al pedido de dar sentido a su propia vida, al precio de tratar de suprimir al señor Z. Tal vez la línea de profundización de estos desenvolvimientos se encuentre, doctor Lacan, en gran parte en su futuro, como estudioso y practicante del psicoanálisis.

Y ahora, para finalizar, permítame ir estableciendo una suerte de profecía –que su texto me permite esbozar– a cerca de los destinos del psicoanálisis en Francia. El Señor menciona reiteradamente a Janet, aseverando que su postulación de “psicastenia” es la más ajustada para la caracterización de las insuficiencias de personalidad de Aimée, (escrúpulos, perseveraciónes, inacabamiento de tareas, etc.), conjuntamente – cabe reconocerlo – con la descripción de Kretschmer, sobre el “carácter sensitivo”.

Bien es sabido que la actitud de Janet sobre el psicoanálisis ha alternado entre la beligerancia y el total desconocimiento de su originalidad, en tanto se permitió arrogarse la paternidad de los descubrimientos de nuestra disciplina. Primer punto entonces. Vamos, si el Señor me permite, al que sitúo a continuación: Henri Claude, a quien el Señor agradece por el apadrinamiento de la tesis que motiva la presente, y con el cual, por otro lado, el Señor colaboró tanto a nivel clínico como al nivel de co-autoría de escritos.

Pues bien, acontece que en 1924 el mismo Claude apoyaba las extrañas ideas resistentes al psicoanálisis que por esa época circulaban en Francia, las cuales doy cuenta en el párrafo VI de mi Autobiografía, que entonces redactaba. En efecto, al presentarse el libro de Laforgue y Allendy, “Psicoanálisis y Neurosis”, Claude escribió que: “se impone reservas desde un principio, ya que el psicoanálisis no se adaptó aún a la indagación de mentalidades francesas.

Algunos procedimientos de investigación fueron una delicadeza de los sentimientos íntimos, y algunas generalizaciones de un simbolismo exagerado, quizá aplicables a sujetos de otras razas, no me parecen aplicables en Indiscutiblemente se me escapó un error: dije más arriba “el mismo Claude”, es claro que no puede ser el mismo que nueve años atrás fue el autor de dichas impropiedades – cuasi nacionalsocialistas – y ahora apadrina una tesis sobre psicosis paranoica de tamaña calidad.

Porque creo que el Señor, doctor Lacan, resume – condensa – el tercer punto: la esperanza joven, que tomando en cuenta la tradición de la mejor psiquiatría francesa, procede a cruzarla con el instrumento analítico que, en su país, ingresó primero por las “bellas letras”, puente con el cual, – importancia de las letras mediante – vuelvo al comienzo, que no es volver, claro está: Gracias, muchas gracias por el envío de su tesis de doctorado, con mis más afectuosos saludos,

Su, Freud