Poema 1

 

¿A quién dono este agradable, nuevo librito
con árida pómez recién pulido?
Cornelio, a ti, pues tú solías
creer que son algo mis tonterías,
ya entonces cuando osaste, único de los ítalos,
el tiempo explicar en tres pliegos,
doctos, Júpiter, y laboriosos.
Por ello ten para ti este librito, sea cual sea
y como sea; el cual, patrona Virgen,
más dure, perenne, de un siglo.

Poema 2

 

Gorrioncito, joya de mi pequeña,
con quien juega, al que resguarda en el seno,
al que suele dar la yema del dedo
y le incita desgarrados mordiscos:
cuando a mi deseo resplandeciente
le place tornarse alegre y aliviarse
de sus cuitas, para aplacar su ardor,
¡cuánto me gustaría, como hace ella,
jugar contigo y desterrar las penas
lejos de mi triste ánimo!
(II b)
Me es tan grato como a la niña el fruto
doradito que soltó el ceñidor
que tanto tiempo permaneció atado.

Poema 3

 

Llorad, tanto Gracias y Cupidillos,
como todos los hombres más sensibles.
El gorrioncito de mi niña ha muerto,
el gorrioncito, joya de mi niña,
a quien amaba más que a sus ojitos;
pues de miel era y conocía, como
la hija conoce a su madre, a su dueña;
nunca se apartaba de su regazo,
sino que, saltando a su alrededor,
piaba constantemente para su ama.
Y ahora hace un camino de tinieblas,
hacia un lugar de retorno prohibido.
Sed malditas, malas sombras del Orco,
que fagocitáis todo lo precioso;
me arrancasteis este gorrión tan lindo.
¡Oh, acción malévola!¡Oh, gorrión perdido!
Ahora, por tu culpa, los ojitos
hinchaditos de mi niña se encarnan.

Poema 4

 

Aquel barquito que veis cuenta, oh huéspedes,
que él fue, de todas, la nave más rápida,
jamás trabada por el traidor leño
flotante. Bien con los remos volar
podía, si era necesario, bien
con las velas de lino.
Y niega que esto niegue la acechante
costa del Adriático, o las Cícladas,
y Rodas la noble y Tracia Propóntida
terrible o el furïoso golfo Póntico,
donde, antes de barquito, fue un tupido
bosque: pues en la cima del Citoro,
con parlante crin, lanzó silbo hermoso.
A ti, Póntica Amastris, en boj rico
Citoro: afirma que fue conocido
por ti y que en su origen último sobre
tu altura se mantuvo firme; aguas
fueron las tuyas en que hundió sus palas.
Y desde allí portó a su señor, ora
viniera diestra o siniestra del alba
la llamada, por tanto mar soberbio;
ora hiriera Júpiter el velamen
con acción favorable.
Y no había hecho votos a los dioses
costeros, cuando de la mar llegó
por fin hasta este cristalino lago.
Pero esos tiempos pasaron y ahora
envejece en recóndita quietud,
dedicándose a ti, gemelo Cástor,
y también a ti, de Cástor gemelo.

Poema 5

 

Vivamos, Lesbia mía, y amémonos.
Que los rumores de los viejos severos
no nos importen.
El sol puede salir y ponerse:
nosotros, cuando acabe nuestra breve luz,
dormiremos una noche eterna.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta, no la sabremos nosotros
ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos
al saber el total de nuestros besos.

Poema 6

 

Flavio, de tus deleites a Catulo,
si no fueran burdos e indecorosos,
hablar querrías, sin callar detalle.
Pero yo no sé qué puta febril
prefieres:¡tanto te apena decirlo!
Pues tú no yaces una sola noche
solo; tu cama aulla, sin quedar tácita
nunca, olorosa de algún sirio aceite
y guirnaldas; y quedan tus cojines
gastados, entre el chirriar que sacude
tu lecho, tan trémulo y fatigado.
Pues no sirve de nada que los crápulas
callen: ¿y por qué? Tus gastados flancos
delatan todas tus obscenidades.
Dinos qué tienes de malo y qué tienes
de bueno, pues quiero llevarte al cielo,
con tus amores, en estos versitos.

Poema 7

 

Preguntas cuántos a mí besares
tuyos, Lesbia, sean bastantes y de sobra.
Cuan grande el número de las libisas arenas
en la laserpiciosa Cirene yace,
entre el oráculo de Júpiter flagrante
y el sagrado sepulcro de Bato el antiguo,
o cuantas estrellas muchas, cuando calla la noche,
los furtivos amores de los hombres ven:
tantos besos muchos, que tú beses,
para el vesano Catulo bastante y de sobra es,
los que ni percontar los curiosos
puedan, ni fascinarlos con malvada lengua.

Poema 8

 

¡Ay, Catulo, deja de hacer simplezas,
y ten lo que está muerto por perdido!
Radiantes soles te brillaban cuando,
en esos días, ibas
allí donde quería la niñita,
amada por nosotros como nadie
será amada jamás.
Muchas fiestas celebraste allí entonces,
que tú deseabas y ella no odiaba.
En verdad, lucían soles radiantes.
Ella ya no lo quiere,
no lo quieras tú, débil,
ni persigas a la que huye, ni vivas
miserable: resiste
con tu mente obstinada.
Adiós, niña. Catulo aguanta ya,
no te rogará ni pedirá nada.
Mas sufrirás, cuando por nadie seas
rogada. ¡Ay, infame! ¿Qué vida te queda?
¿Quién irá a ti hoy? ¿Quién verá tu belleza?
¿A quién amarás ahora? ¿De quién
se dirá que eres? ¿A quién besarás?
¿A quién morderás los delgados labios?
Pero, Catulo, aguanta decidido.

Poema 40

 

¿Qué mala mente a ti, pobrecillo de Rávido,
te lleva de cabeza hacia mis yambos?
¿Qué dios por ti no bien invocado
te dispone a incitar una malsana pelea?
¿Acaso es para arribar a las bocas de la gente?
¿Qué quieres? ¿Como sea ser conocido deseas?
Lo serás, puesto que a mis amores
quisiste amar, con larga condena.

Poema 43

 

Salve, ni de mínima nariz muchacha,
ni de bonito pie, ni de negros ojillos,
ni de largos dedos, ni de boca seca,
ni, claro es, de demasiado elegante lengua,
del derrochador formiano la amiga,
¿que tú, la provincia narra, eres bonita?
¿Contigo la Lesbia nuestra se compara?
Oh siglo sin gusto y desagraciado.

Poema 46

 

Ya la primavera, desheladas, vuelve a traer las templanzas,
ya del cielo equinoccial el furor,
con las agradables auras del céfiro, calla.
Sean abandonados los frigios, Catulo, campos,
y de la Nicea bullente el campo fértil.
A las claras ciudades de Asia volemos.
Ya mi mente estremecida ansía vagar,
ya alegres de su afán los pies cobran fuerzas.
Oh dulces compañías de mis camaradas, adiós:
a quienes, lejos a la vez de casa que partimos,
distintas vías, diversamente, nos devuelven.

Poema 48

 

De miel los ojos tuyos, Juvencio,
si alguien me dejara sin parar besarlos,
sin parar hasta miles trescientos besaría,
ni nunca me parecería que saciado estaría,
no si más densa que las áridas aristas
fuera de nuestro besar la siembra.

Poema 52

 

¿Qué es, Catulo, qué te demoras para morir?
En la silla curul el bocio de Nonio se sienta,
por el consulado perjura Vatinio:
¿Qué es, Catulo, qué te demoras para morir?

Catulo, Verona, 87-57 a.C.

​Tan enredada está mi razón

 

Tan enredada está mi razón, mi Lesbia, por tu culpa
y por seguirte a ti está tan perdida,
que ya no podré estimarte por muy bien que te portes
ni por muy mal que te portes dejaré de quererte.

Odio y amo

 

Odio y amo. Tal vez preguntes ¿cómo es posible?.
No lo sé, pero siento que ocurre así y me torturo.

Carmina XVI

 

Voy a cogérmelos por el culo y por la cara,
Aurelio mamavergas y Furio el sodomita,
que por mis lascivos versos me consideran
un culo blando y un desvergonzado.
Se supone que el poeta debe ser casto
él mismo, aunque sus versos no lo sean,
aunque tengan sin duda sal y gracia
si son lascivos y desvergonzados
y provoquen escozor, no digo que en los jóvenes,
sino en los peludos viejos
que no pueden levantar ni el culo.
¿Porque han leído «muchos miles de besos»
me consideran un amanerado?
Voy a cogérmelos por el culo y por la cara.

Carmen XXXII

 

Te lo ruego, dulce Ipsitila, joya
mía, mi belleza soñada: manda
que acuda a ti a mediodía, y ayúdame
si lo haces: no cierre nadie la
fina hoja de la puerta, ni salgas fuera;
debes quedar en tu casa y tener
nueve polvos continuos listos para
nosotros. Mándalo ya, si has de hacerlo:
aquí yago, boca arriba a la fuerza,
rebosante, atravesando mi palio
y mi túnica, esperando tu auxilio.

Carmen LI

 

Que es igual a un dios me parece aquel
(y que supera a los dioses, si es lícito)
que sentado frente a ti, sin cesar,
observa y escucha cómo
ríes con dulzor, lo que me arrebata
los sentidos, mísero: Lesbia,
en cuanto te veo, ya no me queda
ni un hilo de voz,
la lengua se torna torpe, y a manar
comienza una llama bajo mis miembros;
me zumban los oídos y una noche
doble cubre mis ojos.
El ocio, Catulo, te es muy molesto;
en el ocio te exaltas e impacientas.
El ocio ya perdió antes muchos reyes
y ciudades felices.

Poema LXXII

 

Decías tiempo atrás que tú conocías sólo a Catulo,
Lesbia, y que no querías,
cambiándolo por mí, ser dueña de Júpiter. Te amé
tanto entonces, no como uno a su
amiga, sino como ama un padre a sus hijos y
yernos. Ahora te conozco: por eso, aunque
me quemo con más vehemencia, sin embargo me
resultas mucho más despreciable y
frívola. «¿Cómo puede ser?», dices. Porque un
engaño de esa clase obliga al amante a
estar más enamorado pero a bienquerer menos.

Poema LXXV

 

A tal situación ha llegado mi alma por tu culpa,
Lesbia mía, y de tal modo ella
misma se ha perdido por su fidelidad, que ya no es
capaz de bienquererte, aunque te
vuelvas la mejor, ni de dejar de desearte, hagas lo
que hagas

Poema LXXXVI

 

Quintiaes para muchos hermosa, para mí
deslumbrante, alta, bien
plantada; eso es así cosa por cosa, yo lo confieso.
Pero digo que en conjunto no es
hermosa: pues ningún encanto, ni una pizca de
sal hay en un cuerpo tan grande.
Lesbia es hermosa y es, no sólo bellísima toda
entera, sino que, única como es,
arrebató a todas todos los atractivos.

Poema LXXXVII

 

Ninguna mujer puede decir que la han querido de
verdad tanto como yo te he
querido a ti, Lesbia. No hubo nunca en ningún pacto
una lealtad tan grande como la
que yo he puesto de mi parte en mi amor por ti.

Carmen XCIX

 

Juvencio, te robé un furtivo beso
-a ti, que eres de miel- aún más dulce
que la ambrosía dulce. Pero no lo hice
impunemente: recuerdo haber quedado
crucificado en alta cruz, y haber
tratado con gran llanto de borrar
un poquito tu áspera crueldad.
En cuanto te besé, tus parvos labios,
mojaditos por gotas incontables,
te limpiaste con todos tus deditos,
para que no quedara nada en ellos
de mi saliva infecta de orinada
loba. Además, me diste al Amor cruel,
¡ay de mí!, sin cesar de atormentarme,
para tornar aquel besito dulce
en un beso más triste que el más triste
eléboro. Si impones al amor
desgraciado tan grande pena, nunca
más habré de robarte beso alguno.

Carmen CI

 

Después de recorrer muchos países
y mares, he llegado, hermano mío,
para asistir a tus exequias tristes,
para rendirte el último tributo
y vanamente hablarle a tus cenizas
mudas, porque el destino te ha apartado
de mi lado a traición, injustamente.
Ahora, toma al menos esta ofrenda,
que según la paterna tradición
se tributa a los muertos, recubierta
por completo de lágrimas fraternas.
Este es mi último adiós, querido hermano.

Catulo, Verona, 87-57 a.C.