La Lengua y la Espada
Una Lengua y una Espada
Cayeron un día presas;
Aquélla por viperina,
Estotra por pendenciera.
Y al verse en la cárcel juntas,
Formando otros presos rueda,
Después de amables saludos,
Se hablaron de esta manera:
«¿Qué has hecho tú, peleona?»
(Dijo a la Espada la Lengua).
«He dado unas cuchilladas,
(Repuso vibrando aquélla):
«Además en guerra injusta
He fulminado sangrienta;
Y al cabo, como soy fuerte,
He cometido violencias.»
«¿Y por esas niñerías,
(Responde la otra) te pescan?
¡Vaya, vaya! no te apures;
Escucha, y verás lindezas:
«Yo profiero cada día
Por millares las blasfemias;
Voto más que un carretero,
Miento más que la Gaceta.
«Juro en falso, y, por mi dicho,
A más de un pobre trompeta
Hicieron morir bailando,
Colgándoles de una cuerda.
«Murmurar es mi delicia,
La calumnia mi sistema,
No dejando honor seguro
Ni en casada ni en doncella.
«Desuno los matrimonios,
Rompo amistades eternas,
Y, atizando la discordia,
Destruyo la paz doméstica.
«Y es lo peor de mis gracias
(Aunque todas son perversas),
Que los daños que ocasiono
Tarde o nunca se remedian.
«Adulo a los poderosos,
Trato al pobre a la baqueta.
Siembro luto en las familias
Con fraude, estafas y afrentas.
«Divido los ciudadanos
Con mis programas y arengas,
Y al pueblo simple alboroto
Con patrañas y quimeras.
«Y turbo la paz del mundo
Con mil intrigas funestas,
Y entre naciones y reyes
Gozo avivando la guerra.
«Y, por fin, si no atajaran
El furor que me envenena,
Cenizas hiciera el orbe
Con mis ardientes saetas.»
«¡Cielo santo!» (exclaman
todos Los Nenes de la caterva),
Y santiguándose muchos,
Sentaron por cosa cierta:
Que la Espada es una monja
En vista de su pareja;
Pues no hay pecados peores
Que los pecados de Lengua.
La virtud y el vicio
“Arta via est quae ducit ad vitam”.
Math., VII, 14.
Con diabólico estruendo,
Por su camino,
El Vicio va corriendo
Con desatino;
Mientras despacio
La Virtud va siguiendo
Su eterno espacio.
Aquél le grita: —«¿Adónde
corres tan viva?»
Y la Virtud responde,
También festiva:
—«Repare el majo
Que yo voy cuesta arriba
Y él cuesta abajo.»
La ventanera
“Ambulant in vanitate sensus sui”.
Ephes. IV, 17.
Era hermosa mujer la Doña Juana,
Y de mucho caudal; pero tenía
El achaque, el desbarro, la manía
De estar siempre asomada a la ventana.
Cuanto ocurre en la casa más lejana
No se esconde a su atenta policía;
Mas, con esto, la pobre no sabía
Lo que pasa en la suya, ¡tan cercana!
Todo en ella es desórdenes y olvidos:
En fuerza de lo cual, a competencia,
Le robaban sus bienes más queridos.
Luego el Alma, que pasa su existencia
Asomada al balcón de los sentidos,
Recoja esta lección de la experiencia.
El orador elocuente
Vente conmigo a admirar
Un orador elocuente;
(Díjole Juan a Clemente,
Echando los dos a andar)
Demóstenes fue un pelgar
Y Tulio un impertinente,
Comparados al torrente
De su elocuencia sin par».
—«Tendré un gusto regalado,
Clemente dijo: es asunto
Que siempre fue de mi agrado».
Y Juan le señala al punto
Un aposento enlutado
Y allí tendido un difunto.
El testarudo
De noche, en un mal paso y sin linterna,
Juan se rompió una pierna.
¡Vaya todo por Dios!
Le curaron tal cual; pero volviendo
a aquel paso tremendo,
¡Juan se rompió las dos!
Sanó al fin; mas tornando a la aspereza
partióse la cabeza
¡y muerto quedó allí!
Si a un cristiano su culpa se le absuelve,
y al vicio vuelve y vuelve,
¿no le sucede así?
El loro y el grillo
Erase un, loro maldito,
que se gloriaba de santo,
porque siempre era su canto
el Santo Dios y el Bendito.
¡Calla necio, y no eches plantas
(dijo un grillo) ni te alabes:
pues si cantas lo que sabes,
nunca sabes lo que cantas!
¡Y tuvo razón el bicho!
Y aun sus tiros se enderezan
a esos, que rezan y rezan
sin saber lo que se han dicho.
Pues la cristiana oración
jamás se remonta al Cielo,
si no le prestan su vuelo
la mente y el corazón.
El cero, el uno y el dos
Graves autores contaron
que en el país de los Ceros
el Uno y el Dos entraron;
y, desde luego, trataron
de medrar y hacer dineros.
Pronto el Uno hizo cosecha,
pues a los Ceros honraba
con amistad muy estrecha,
y dándoles la derecha,
así el valor aumentaba.
Pero el Dos tiene otra cuerda,
¡todo es orgullo maldito!
Y con táctica tan lerda,
los ceros pone a la izquierda,
y así no medraba un pito.
En suma, el humilde Uno
llegó a hacerse millonario,
mientras el Dos importuno
por su orgullo cual ninguno
no pasó de un perdulario.
Luego ved con maravilla
en esta fábula ascética,
que el más baja más brilla,
y el que se exalta se humilla
hasta en la misma Aritmética.

