«Si la sociedad puede sostenerse tensa con una idea racionalista y relativista, nadie lo sabe. Ya los rusos, como desconfiando de toda teoría relativista, convierten el comunismo en religión, a Lenin en profeta y hacen que la Dialéctica de Hegel, que no parece más que un juego de seminario laico, se considere algo de un rigor científico absoluto. Por ahora, el monoideísmo y el espíritu sectario es lo que produce la acción; las gentes agnósticas, saturadas de relativismo y de libre examen, con pluralidad de ideas, viven entre dudas y vacilaciones. No hay hombre de espíritu relativista y comprensivo capaz de ordenar las matanzas que ordenaron los Lenin, los Trotsky y los Zinovief en Rusia, ayudados por unos judíos descendientes, sin duda, del mal ladrón, a juzgar por sus intenciones. Tampoco manda una persona de buen sentido las estúpidas matanzas que se hicieron en España en Casas Viejas. Para eso hay que ser un fanático y un pedante, fruta que abunda entre los políticos rusos y entre los españoles. Yo supongo que en España debe haber gente harta de tanta palabrería, de tanto aspaviento, de tanto gesto histriónico y de tanta vulgaridad como ha destilado siempre la política. Dicen que nos debemos dividir en izquierdas, derechas y centro. Todo eso de izquierda, derecha y centro yo lo veo muy claro en los descansillos de las escaleras, pero en la vida no lo noto absolutamente en nada. Supongo que tiene que haber personas que quieran trabajar en lo suyo con un poco de silencio y con cierto pudor. Si no las hay, peor para nosotros. Esto querrá decir que no servimos más que para charlatanes de plazuela. Que el político hable de los aranceles y de los presupuestos está bien; ¿pero de su alma?, ¿para qué? Para eso ya están los poetas; los Byron, los Bécquer, los Verlaine, los Baudelaire. El público español corriente parece que quiere dar como trozo lírico de algún valor el alegato chabacano del político que exhibe sus sentimientos, probablemente falsos, con una literatura de último orden. La retórica, que ni siquiera es la buena, nos envenena. La frase histriónica, la metáfora usada y efectista quieren hacerla pasar por un producto intelectual y hasta práctico. Esta retórica de tono mayor, de grandes brochazos, de lugares comunes solemnes, esconde todos los gérmenes de porvenir, si es que los hay en España».