Yo dicto testamento cada noche:
dispongo mis zapatos, mi camisa,
la piel que llevo puesta
para el cuerpo que ocupe mañana mi huella en el colchón.
Le lego mis pupilas, mi garganta,
mis manos, mis heridas,
mis miedos, mis deberes por cumplir…
Y sobre toda obligación, le lego
las arcas de cariño acumulado
por quien me eligió ayer
como heredero,
que a su vez lo heredó de tantos cuerpos
y cuerpos que murieron cada noche
haciendo testamento de su amor.
Que mi heredero de mañana
no muera sin haber incrementado
en algo el patrimonio familiar.

¿QUÉ ojos me pongo para ver la luna?
Es que se me ha posado en la ventana
y yo no sé qué hacer,
ni qué decirle.
¿La miro o no la miro?
¿La cojo con la mano o con un verso?
Mejor quedarse mudo,
no asustarla,
que cante su canción de plata y sueño
y dejarla brotar de su crisálida.
¡Silencio, está en mis ojos!
¡Si se quedara en mi ventana, quieta!
¡Si durase!
¡Si pudiera no irse para siempre!

Cerveza

 

¿CÓMO es capaz la tierra
de bendecirme la garganta así?
¿Qué milagro obró el sol en la cebada?
¿De dónde logró el oro
burbujear en el cristal tan puro?
¿Quién os iba a decir,
dorados copos,
que había de beber vuestra nevada
en esta jarra donde ahora caso
el cielo con la boca?

Arriba

 

El santo sonriente de granito,
allá en la aguja gótica,
desborda su sonrisa. ¿Para quién?
¿Qué anónimo cincel te hizo ese gozo?
¿Quién te hizo esa paz
que nadie miraría
salvo las aves,
y quizá una nube?
¡Qué tenuemente eres,
jilguero gris que eternamente canta
allá en la aguja gótica
por la que el son enhebra su aurora cotidiana!

Beethoven explicado para sordos

 

Por más que quieras, sí, por más que busques,
por más que desentrañes la semilla,
por más que auscultes el tictac del suelo,
por más que espíes su porqué a la perla,
por más que le preguntes a la muerte,
por más soles que apagues, por más lunas
que enciendas, por más fuegos que alimentes,
no podrás,
Beethoven, no podrás:
el mundo seguirá hablándote entre dientes.

¡Qué chica es la mañana que penetra
por la rendija rota!
Y con todo,
es tan mañana o más
que la que ahora
despunta en los satélites de Júpiter.

El beso de buenas noches

 

Y en esta noche, igual que en otras noches,
hace miedo.
Tú te has ido a soñar, yo me he quedado.
Estoy solo, pensándome,
acariciando en tu respiración la estela
que dejan los cometas por tus sueños.
Empujo como Sísifo las horas,
deshojo los minutos, los segundos
mientras mi vagabunda soledad de asteroide
avista ya el planeta donde hallaré la muerte,
le negra flor de loto
donde he de disiparme
sin besos,
sin narcóticos.
Sin ti.

Ars longa, vita brevis

 

En aquel pueblo que se ve a lo lejos
está el austero santuario gótico
que no visitaré.
Tras esas sierras,
nace una fuente de la roca viva
que nunca beberé.
No sé en qué libro
duerme el poema memorable y único
en el que nunca llegaré a quemarme.
Y dentro del silencio,
me espera una sonata irrepetible
que nunca me hablará.
Y mientras, el otoño
me va amarilleando,

hoja en el bosque inmenso de este mundo.

Arenga

 

Hoy vamos a morir, atardeceres
de fuego, batallón de estrellas de oro,
metáforas del sol y de la luna,
amapolas y nieve que servisteis
lealmente a las mejillas de mi amada.
Hoy vamos a morir, mirad su ejército.
Mas no desfallezcáis en vuestro ánimo.
Blandid la piel contra su yelmo y lanzas
y aprendan qué postura ha de adoptarse
para morir y que florezca un verso.
El cárdeno crepúsculo que violan
sus picas se pondrá de nuestra parte,
se batirá sin tregua hasta que caiga
desangrado en los brazos de la luna.
Y cuando el enemigo apile en túmulos
tanto abril, tanta luz, tanta derrota,
irá una estrella en cabestrillo y ciega
a enmarcar esta frase entre los astros:
«Contadle a la belleza que morimos
amándola hasta el último latido».

Pianissimo

 

Beethoven, escuchándome.
Era a las altas horas del silencio.
Llegaba a mi cabeza,
se sentaba
y tocaba mi vida en do menor.
Y yo fluía en el piano,
era la melodía de sus dedos,
las lágrimas que él mismo lloró ayer,
que yo lloraba
desde mi noche hasta su noche.
Música.
El mundo se tapaba los oídos,
Beethoven me escuchaba
y me oía.

Advertencia

 

Leed mis corazones igual que el barrendero
que acopia los vestigios del otoño.
Junta las hojas del millar de árboles
que una mano plantó mientras huía
y enloquecía para no morirse.
El barrendero las recoge y sabe
que en el envés se les conoce el dueño,
y las habrá de acacia, de arce, de álamo,
pero una savia las recorre a todas.
Guardadlas bajo piel, como hacen ellas
con los relámpagos del sol. Poseen
la huella de la luz, y hay dos razones
por las que pueden compararse a un alma:
por ser de oro y por haber caído.

Te pasa como a mayo

 

Te pasa como a mayo con sus lirios:
que no te das ni cuenta.
No te das cuenta del aroma a risa
que embarga tu palabra y tu cintura.
No te das cuenta de que el día se abre
en tu pestañear, ni que la luna
tiene tus mismos ojos
y el resplandor de tu quererme.
No,
nunca te has dado cuenta.
Tu mano es un jazmín y no lo sabes.
La estela escrita de los meteoros
dice tu nombre sin que tú te enteres.
Y hay una embajadora de tu alma
con sede en mi interior. Y yo le cuento,
le pienso, le recito, le camino
y no te das ni cuenta.
Eso sí:
luego derramo sobre ti mi gozo
como la copa de un poeta ebrio,
como el loco que trae el paraguas del revés
de haber estado recogiendo amor.

Regreso al desierto

 

Ayuno de tus labios,
manco de tus abrazos,
callejeo aterido de mí mismo
y duermo y velo al pie de tu silencio.
Hoy sé que el pajareo de la aurora
no vendrá a bendecirme en la persiana.
El pan no sabrá a pan ni el agua a fuente.
Entre los libros, los sonetos brindan
nobles ejemplos de tristeza al mundo,
y hojeo nuestro árbol de sonrisas
para sedarme el corazón a soplos.
Mientras te miras al espejo sola,
yo busco y palpo ciego
y escribo en los pañuelos, siglo a siglo,
que entre la hora tercia y la hora nona
tu sonrisa se ha puesto.

Cada ciudad del mundo es el sepulcro
de un monte hecho baldosas.
La tierra yace exhausta de cosechas.
Los árboles frutales
no saben quiénes fueron sus abuelos.
Las estrellas olvidan
cuál es su puesto exacto en las constelaciones.
No hay pedazo de cielo sin un tendido eléctrico
ni campo que no violen carreteras.
Hemos robado el argumento a Dios.
Os lo digo, os lo lloro con este corazón
que siente y late a pilas.

Música

 

Un cielo en no bemol templa las cuerdas
con las que ayuda a ahorcarse a los suicidas.
Yo mismo he navegado a bordo de algún sueño
un viejo mar de estrellas de las que cuelgan almas.
Esas consignas que susurra el viento
subido en los pretiles del vacío,
esas sirenas que en el fondo cantan
son el oscuro arranque
de una sonata para hombre solo,
son un mi disonante con el barro.
Tal vez consonará con las estrellas.

Daniel Cotta Lobato, Málaga, 1974

Dios a media voz (fragmentos)

 

Me has tocado, Señor, has sido Tú.
Lo has hecho con la punta de los dedos.
Andaba entre el gentío y me has parado.
Me cercaban sonrisas y quejidos,
Se me agarraban a los hombros sueños,
proyectos de grandeza.
Sentía manotazos, empujones.
Y de pronto,
¿quién me ha tocado?
¿Quién?
¿Quién me ha rozado
la túnica del alma
que he sentido un poder en mis adentros?
Como si el arco de un violín rindiese la voz de los cañones,
como si el vuelo de una mariposa detuviese un glaciar,
tu mano me ha parado,
me ha querido
en mitad de mi vida,
en mitad de mi muerte.
¿Para qué?
¿Qué milagro, Señor, quieres hacerme?

Escarba en mi interior y busca a fondo:
muy dentro está esa parte de mí que era tu imagen,
tu semejanza ya descolorida,
borrosa por el paso de mi carne.
Aparta paletadas de ceguera,
cava sin tregua hasta encontrarme el ángel.
Y entonces, esa espina
que te maldije antes
traspasará mi alma
igual que el sol, quebrándose,
traspasa el claro corazón del agua.
Preñadas de oro dejarás mis márgenes
y —ahora sí— en el fondo,
Señor, podrás buscarte,
seguirte
y encontrarte.
Y me dirás dónde quedó clavada
la punta de mi espina. Fue en tu sangre.

Me has tocado, Señor, has sido Tú.
Me has brindado una astilla del Madero
para que yo la lleve,
para que vaya acompañando a otros
que llevan sus astillas al Calvario,
en una procesión que abarca el mundo,
en una marcha que se llama Hombre.
Subimos lentamente,
sufrimos lentamente.
Algunos arraigamos en las piedras
o vamos encorvados hasta el suelo,
con el alma colgando por la boca.
Nos pesa nuestra astilla,
no podemos con ella.
¡Y aún queda tanto hasta llegar al Gólgota…!
La sangre y el sudor nublan la vista,
tanto, Señor, que ni siquiera vemos
que somos las astillas,
que somos el Calvario,
que somos esa Cruz,
que Tú nos llevas.

Embriágame, Señor, colma mi copa,
que se me suba al corazón tu amor.
Agítame, sacúdeme, descórchame,
que estalle el géiser ebrio de mi vida,
que toque el sol y luego inunde el suelo.
Para que Tú me lo emborraches todo,
para que todo me parezca Tú,
y vaya haciendo el loco por los días,
los años y los siglos.
Que sea regocijo, luz, burbuja,
que diga yo tus obras
en todos los idiomas del silencio.
Y cuando me derrumbe la resaca,
acércate otra vez para esperar,
para salvarme.

Me has tocado, Señor, has sido Tú.
Lo has hecho con la punta de los dedos.
Yo andaba distraído por los años,
obeso de esperanzas ya cumplidas,
como buscando nada.
Y de repente Tú,
Tú me has tocado.
Me has rozado la túnica del alma
y has volcado el milagro en mis adentros.
Y dolía.
Dolía, pero amaba.
Era metal fundido quemándome las venas.
Era metal que, al enfriarse, es oro.
Eso era mi dolor:
oro fundido.
Y ahora que percibo sus quilates,
ayúdame a tallarlo, a someterlo.
Que sea una medalla en mi garganta,
que sea una alianza en mi anular,
que sea un corazón, un lirio abierto,
que sea una sonrisa,
que sea la mañana,
que sea una oración,
que seas Tú.

Glosa

 

Y parece que fue ayer
cuando, con pompa y empaque,
comenzaron a morder
en las hojas sin hacer
de mi tóxico almanaque.
No han sido nada holgazanes,
han trabajado a piñón,
y por eso mis truhanes
piden ya jubilación
tras mil pinchazos y afanes.

Nacidos para picar
y provocar escozor,
han sabido envenenar
sin provocar escozor
ni llegarnos a matar.
Certeros como una flecha,
han escrito en breves trazos
el perfil de cada fecha
con mil y un aguijonazos
dados a izquierda y derecha.

Si no es mérito el veneno,
la constancia sí lo es,
y fuera de algún traspiés,
cada día ha estado lleno
y completo cada mes.
Tienen el alma maltrecha
y extenuada, por cierto.
Con la maleta ya hecha
para volver al desierto,
hoy firman su última fecha.

Descansad en vuestro asilo
de solaces ermitaños
con el tórax bien tranquilo
de haber esparcido daños
con vuestro tóxico estilo.
Yo os di el ser y yo os libero
para que hagáis vuestros planes
y envenenéis con esmero
por vuestro propio sendero,
mis nocivos alacranes.

Si algún código penal
permitiese hablar sin cuota,
le diría a más de un nota
que lo suyo no es normal.

A ese rey de la canción
(o más bien del decibelio),
más creído que evangelio,
más subido que inflación,
si me ofreciera ocasión
le diría sin bozal
que lo suyo no es normal.

Al gurmet de restaurantes
le gritaría en su cara
que escuchara que es cuchara
y no pluma de Cervantes,
ni nos venda por entrantes
lo que entra hasta en un dedal,
que lo suyo no es normal.

Al periodista de fuste
que se cree canciller
le haría no entretejer
la verdad con el embuste,
y le guste o no le guste,
que aprendiera a ser plural,
que lo suyo no es normal.

Al escultor que es un astro
pero no tiene taller
y lo que hace es exponer
como obra de arte un camastro
que ayer adquirió en el rastro,
le soltaría tal cual
que lo suyo no es normal.

Al modisto con poderes
de mudar modas de un día
según quiera, le diría
que le eche un par de alfileres
y haga ropa a las mujeres,
no a rectángulos sin sal,
que lo suyo no es normal.

A la modelo que anhela
que un modistillo de ésos
le amortaje bien los huesos
que ella expone en pasarela,
le bordaría en la tela
sin ponerle epidural
que lo suyo no es normal.

No escondas la guitarra de tu talle
ni te avergüences de esas dos palomas
de picos rojos en las blancas lomas
que se alzan a los lados de tu valle.
Cimbrea tu cintura por la calle
y deja libres florecer tus pomas;
no te castigues en hacerlas romas,
¡Dios cinceló tan bien cada detalle…!
Y así, como te hizo, me perturbas
y atraes a tus jardines mi alma incauta;
por eso, olvida a las hambrientas turbas
ceñidas a ser reglas de una pauta:
mis dedos quieren rasguear tus curvas,
y no los agujeros de una flauta.

Oruga, feto y alma (Pensamiento de mi padre)

 

¡Cuánto ama el lodo gris la verde oruga
mientras se arrastra! ¡Y cuánto lo lamenta
al verse mariposa y darse cuenta
de que el cielo no tiene envés ni arruga!
Igual que el feto, que al urgir la fuga
del cómodo diván de la placenta,
se da al llanto hasta ver cuánto calienta
la luz que acalla el llanto y se lo enjuga.
Igual que el alma, que a la tierra pálida
se aferra ciega y coja. Roto el lazo
que la lastraba, se descubre inválida,
y cuando al fin la muerte, en un abrazo,
le arranca la placenta y la crisálida,
ve a Dios y ríe y vuela en su regazo.

Daniel Cotta Lobato, Málaga, 1974