¿Hitler era cristiano?
Los ateos más importantes sostienen que Adolfo Hitler y el régimen nazi eran teístas y específicamente cristianos.
Christopher Hitchens en su obra Dios no es bueno describe a Hitler como politeísta pagano: no exactamente un teísta convencional, pero sí un teísta. Los sitios de Internet ateos suelen sostener que Hitler era cristiano porque nació en el seno de una familia católica, nunca renunció públicamente a su catolicismo y escribió en Mein Kampf «al defenderme del judío, lucho por la obra del Señor». El escritor ateo Sam Harris dice «el holocausto marcó la culminación de… dos mil años de cristianos despotricando contra los judíos» y en consecuencia «a sabiendas o no, los nazis eran agentes de la religión».
¿Cuán persuasivas son estas aseveraciones? Mi best seller, según New York Times, Lo grandioso del cristianismo (What’s So Great About Christianity) narra la historia completa, con las citas correspondientes, pero aquí les traigo su versión resumida. Hitler nació como católico, así como Stalin nació como miembro de la Iglesia ortodoxa rusa y Mao fue criado budista. Estos hechos no prueban nada ya que muchos repudian su crianza religiosa, tal como lo hicieron estos tres hombres. Desde una edad temprana, según nos cuenta el historiador Allan Bullock, Hitler «no tenía nada de tiempo para recibir una enseñanza católica, a la cual concebía como una religión solo apta para esclavos y cuya ética detestaba».
Entonces, ¿cómo podemos explicar la aseveración de Hitler de que al llevar a cabo su programa antisemita servía de instrumento para la divina providencia? Durante el período de su ascenso al poder, Hitler necesitaba el respaldo de los alemanes –tanto los católicos de Baviera como los luteranos de Prusia– y para asegurar ese respaldo algunas veces utilizaba la retórica y decía, por ejemplo, «estoy cumpliendo con la obra del Señor». Sostener que esta retórica hace de Hitler un cristiano equivale a confundir oportunismo católico con convicción personal. El mismo Hitler expresa en Mein Kampf que sus declaraciones públicas debían entenderse como propaganda que no tiene nada que ver con la verdad, sino que está diseñada para ejercer influencia sobre las masas.
La idea nazi de un Cristo ario que utiliza su espada para limpiar la tierra de judíos –lo que los historiadores llaman el «cristianismo ario»– fue obviamente una desviación radical de la interpretación cristiana tradicional y fue en su oportunidad condenada por el Papa Pío XI. Además, el antisemitismo de Hitler no fue religioso sino racial. Los judíos no estaban en el blanco debido a su religión –de hecho muchos judíos alemanes eran absolutamente seculares en su forma de vida– sino que debido a su identidad racial. Se trataba de una designación étnica, no religiosa. El antisemitismo de Hitler era secular.
Las conversaciones privadas de Hitler (Hitler’s Table Talk), una colección reveladora de las opiniones privadas del Führer, reunidas por uno de sus asesores privados durante los años de guerra, muestran que Hitler era un anti-religioso rabioso. Llamaba al cristianismo uno de los «flagelos» más grandes de la historia y pretendía que los alemanes fueran «los únicos inmunizados contra esta enfermedad». Prometió que «a través del campesinado podremos destruir al cristianismo». De hecho, culpaba a los judíos por haber inventado el cristianismo. También condenaba al cristianismo por su oposición a la evolución.
Hitler reservaba un desprecio especial por los valores cristianos de igualdad y compasión, que identificaba como debilidades. Los asesores más importantes de Hitler: Goebbels, Himmler, Heydrich y Bormann eran ateos que odiaban la religión y buscaban erradicar su influencia en Alemania.
Reconociendo lo absurdo de equiparar el nazismo con el cristianismo, Cristopher Hitchens busca introducir a Hitler en un bando religioso al describir su ideología como un «fenómeno cuasi-pagano». Hitler puede haber sido un politeísta que adoraba a los dioses paganos, según Hitchens, pero el politeísmo no deja de ser teísmo. Este argumento omite hacer una distinción entre paganismo antiguo y paganismo moderno. Es verdad que Hitler y los nazis se valían mucho de arquetipos antiguos –principalmente las leyendas nórdicas y teutónicas– para dar a su visión un aura mística. Sin embargo, este fue un misticismo secular, no religioso.
En sus varios volúmenes de historia del Tercer Reich, el historiador Richard Evans escribe que «los nazis consideraban a las Iglesias como los reservorios más fuertes y duros de oposición ideológica a los principios en los que creían». Una vez que Hitler y los nazis subieron al poder, emprendieron un despiadado camino para dominar y debilitar a las Iglesias cristianas en Alemania.
Los antiguos germanos de verdad creían en dioses paganos. Hitler y los nazis, sin embargo, se basaron en mitos antiguos con la forma moderna que les dieron Nietzsche y Wagner. Para Nietzsche y Wagner, no había dudas acerca de la veracidad de los mitos antiguos. Wagner no creía más en el dios nórdico Odin que lo que Nietzsche creía en Apolo. Para Hitler y los nazis, los mitos antiguos eran valiosos porque podían dar profundidad y significancia a una concepción secular racial del mundo.
En sus varios volúmenes de historia del Tercer Reich, el historiador Richard Evans escribe que «los nazis consideraban a las Iglesias como los reservorios más fuertes y duros de oposición ideológica a los principios en los que creían». Una vez que Hitler y los nazis subieron al poder, emprendieron un despiadado camino para dominar y debilitar a las Iglesias cristianas en Alemania. Evans señala que después de 1937 las políticas del gobierno de Hitler fueron cada vez más antirreligiosas.
Los Nazis dejaron de celebrar la Navidad y la juventud hitleriana recitaba una oración agradeciendo al Führer más que a Dios por sus bendiciones. Se les ordenó a los sacerdotes considerados como «alborotadores» que no predicaran, cientos de ellos fueron encarcelados y muchos simplemente asesinados. Las Iglesias estaban bajo constante vigilancia de la Gestapo. Los nazis cerraron escuelas religiosas, forzaron la disolución de organizaciones cristianas, despidieron a los servidores civiles que eran cristianos practicantes, confiscaron bienes de la Iglesia y censuraron los periódicos religiosos. Ni siquiera el pobre Sam Harris puede explicar cómo es que una ideología que Hitler y sus secuaces percibieron como un repudio al cristianismo pueda calificarse como la «culminación» del cristianismo.
Si es que el nazismo representó la culminación de algo, fue de la ideología del siglo XIX y principios del siglo XX del darwinismo social. Lean el estudio revelador de Richard Weikart, From Darwin to Hitler (en español, De Darwin a Hitler). Tal como lo documenta Weikart, tanto Hitler como Himmler admiraban a Darwin y muchas veces hablaban de su rol de dictar una «ley de la naturaleza» que garantizara la «eliminación de los ineptos». Weikart sostiene que el mismo Hitler «se inspiró en una fuente abundante de pensamiento darwinista social para erigir su propia filosofía racista» y llega a la conclusión de que si bien el darwinismo no es una explicación intelectual «suficiente» del nazismo, sí es una «necesaria». Es muy probable que el nazismo no hubiera existido sin el darwinismo.
Los nazis también se inspiraron en el filósofo Friedrich Nietzsche, adaptando su filosofía atea a sus burdos propósitos. Los propagandistas nazis abrazaron la visión de Nietzsche del superhombre (en alemán, Übermensch) y la elevación de una nueva ética «más allá del bien y del mal». La «voluntad del poder» de Nietzsche se convirtió prácticamente en el eslogan que utilizaban los reclutadores nazis. No estoy sugiriendo ni por un instante que Darwin o Nietzsche hubieran estado de acuerdo con las ideas de Hitler, pero sí que Hitler y sus esbirros estaban de acuerdo con las ideas de Darwin y Nietzsche. Harris simplemente desconoce las pruebas de que los nazis estaban de acuerdo con Darwin, Nietzsche y el ateísmo. Entonces, ¿cómo podemos entender su afirmación de que los líderes nazis eran agentes de la religión «a sabiendas o no»? No hay dudas de que es una tontería.
Entonces, además de las montañas de cadáveres que produjeron los regímenes que odiaban a Dios de Stalin, Mao, Pol Pot y otros, debemos agregar la cantidad de cuerpos del régimen nazi que también se caracterizó por odiar a Dios. Los nazis, como los comunistas, apuntaban deliberadamente a las Iglesias y a los creyentes porque querían crear un nuevo hombre y una nueva utopía libre de las ataduras de la religión tradicional y de la moralidad tradicional. En un blog anterior, pregunté cual era el aporte del ateísmo a la civilización. Una respuesta a esa pregunta: el genocidio.
Fuente | Centro de Recursos para la educación católica (01/11/2007)
Respuesta a los argumentos de los ateos
El último artículo de Dinesh D’Souza publicado en Christian Science Monitor armó mucho revuelo entre los ateos. Dinesh D’Souza descubrió a partir de sus misivas que los ateos de hoy son una manga de discutidores bastante rudimentarios. El siguiente artículo es su respuesta a algunas de sus afirmaciones.
Una vez, Edmund Burke describió a los ateos como una raza carente de iniciativa. Ya no son así… El último artículo de Dinesh D’Souza publicado en Christian Science Monitor armó mucho revuelo entre los ateos. ¿Quién imaginó que iban a leer un artículo publicado por científicos cristianos? Dinesh D’Souza descubrió a partir de sus misivas que los ateos de hoy son una manga de discutidores bastante rudimentarios. El siguiente artículo es su respuesta a algunas de sus afirmaciones.
Primero, varios ateos sostuvieron que no puede hacerse una comparación real entre los delitos de los regímenes cristianos del pasado y los de regímenes ateos del siglo veinte.
Un representante de la American Humanist Association advirtió que los niveles de población eran mucho más bajos durante la Inquisición que, digamos, durante el período en que ocurrieron las purgas de Stalin o Mao. Este fue un tema que señalé en mi artículo original. Sin embargo, nuestro amigo humanista también advirtió que la tecnología del homicidio es mucho más letal en una era de armas de destrucción masiva. No importa que ni Stalin ni Mao hayan utilizado esas armas. Contaban con técnicas primitivas para matar, como por ejemplo, reasentamientos forzados, trabajo forzado e inanición forzada. Además, las advertencias de nuestro colega humanista difícilmente modifiquen los cálculos globales. Las mejores estimaciones indican que entre 5.000 y 10.000 personas murieron en manos de la Inquisición española, en comparación con los 100 millones de personas que fueron asesinadas en las purgas ateas del siglo veinte. Cien millones de personas es en verdad una cifra baja, dado que tiene en cuenta las modestas estimaciones que sólo incluyen a la cantidad de personas que asesinaron Stalin y Mao y dejan afuera a un grupo de tiranos menos ateos, tales como Pol Pot y Enver Hoxha. Aún así, basándonos en esta estimación conservadora, si hacemos un cálculo rápido llegamos a la conclusión de que los regímenes ateos asesinaron diez mil veces más personas en el espacio de unas pocas décadas que las que la Inquisición española consiguió asesinar durante un período de más de dos siglos.
En segundo lugar, varios escritores ateos sostuvieron que los crímenes de Stalin y Mao no pueden atribuirse al ateísmo ya que el ateísmo no es en verdad una creencia, sino que la ausencia de una creencia.
Como lo dice un autor, líderes tales como Stalin y Mao persiguieron a grupos religiosos, no en un intento de expandir el ateísmo, sino que como una manera de centrar el odio de la gente en aquellos grupos para consolidar su propio poder. Desde ya que estoy de acuerdo en que los regímenes sangrientos, ya sean cristianos o ateos, en general buscan fortalecer su posición. Si consideramos que los regímenes cristianos son responsables de los delitos cometidos en nombre del cristianismo, los regímenes ateos también deben considerarse responsables de los delitos cometidos en nombre del ateísmo. ¿Quién puede negar que Stalin y Mao, sin mencionar a Pol Pot y muchos otros, cometieron atrocidades en nombre de la ideología comunista que era explícitamente atea? ¿Quién puede discutir que cometieron esos actos sangrientos arguyendo que estaban instituyendo una utopía del hombre nuevo y sin religión? Aquellos fueron asesinatos en masa que se llevaron a cabo con el ateísmo como núcleo de su inspiración ideológica, no se trató de asesinatos en masa a cargo de personas que simplemente resultaron ser ateas.
Tercero, muchos ateos insistieron con ira en que Hitler no era ateo, ¡que de hecho fue cristiano durante toda su vida! (Todos los días se aprende algo nuevo.)
Desde 1937, las políticas del gobierno de Hitler se volvieron abiertamente y cada vez más antirreligiosas. En particular, repudiaban lo que percibían como valores cristianos de igualdad, compasión y debilidad y ensalzaban las nociones ateas del superhombre de Nietzsche y de una nueva sociedad basada en la voluntad de poder.
Aquí descubrí que los ateos estaban hurgando en varios sitios de Internet ateos que parecen haberse preparado en el tema Hitler. Una carta decía que Hitler había sido criado como católico romano. Otra citaba un discurso de Hitler a principios de la década del treinta en el que manifestaba que estaba cumpliendo con la obra del Señor. Otra ofrecía un extracto de uno de los discursos de Hitler elogiando a Cristo como un valiente opositor de los judíos. El mensaje de los ateos era que Hitler no era uno de ellos, sino que uno de los nuestros.
La pobreza del argumento ateo se hace evidente tras un breve análisis. ¿Qué prueba nos aporta decir que Hitler fue criado como católico? Stalin fue criado en la Iglesia ortodoxa. Mao fue criado como budista. Mucha gente repudia su crianza religiosa. Hitler rechazaba vehementemente el cristianismo tradicional en el que fue criado. Durante el período de su ascenso al poder, necesitaba el respaldo de los alemanes, la mayoría de los cuales eran cristianos, principalmente luteranos, y algunas veces utilizaba la retórica habitual de que estaba cumpliendo con la obra del Señor para intentar asegurar ese respaldo. Esta retórica, debe destacarse, es un dispositivo retórico común entre los autores ateos. Nietzsche, por ejemplo, solía compararse con Jesús, y hasta incluso llegó a ponerle a una de sus obras el título de Ecce Homo (aquí tienen al hombre, una referencia bíblica a Cristo). Sin embargo, ningún lector inteligente de Nietzsche puede dudar de que era un ateo feroz, al igual que Hitler. Uno no debería confundir oportunismo político con convicción personal. No resulta sorprendente que Hitler haya invocado la muerte de Cristo en manos de los judíos para captar el respaldo de los cristianos en pos de su empresa antisemita (secular y racial, pero no religiosa).
Sin embargo, una vez que Hitler y los Nazis subieron al poder denunciaron al cristianismo y emprendieron un despiadado camino para dominar y debilitar al cristianismo tradicional. Desde 1937, las políticas del gobierno de Hitler se volvieron abiertamente y cada vez más antirreligiosas. En particular, repudiaban lo que percibían como valores cristianos de igualdad, compasión y debilidad y ensalzaban las nociones ateas del superhombre de Nietzsche y de una nueva sociedad basada en la voluntad de poder. Los asesores principales de Hitler, como Goebbels, Heydrich y Bormann, eran ateos salvajemente hostiles con la religión. Varios de sus asociados sostenían que las visiones personales del Führer eran profundamente anti-cristianas. Una vez más, la hostilidad de Hitler con la religión en general, y con el cristianismo en particular, no era inherente a la violencia que caracterizaba a su régimen. Era parte de la ideología nazi, una ideología secular que deificaba a la raza por sobre el credo y ayudaba a justificar los horrores de la exterminación y del holocausto. Como Stalin y Mao, Hitler ilustra el tema que plantearon Dostoievski y antes John Locke: cuando se excluye a Dios, no ha de sorprendernos que se sacrifique la moralidad propiamente dicha en el proceso y se desate el caos y el horror en el mundo. Eso fue lo que sucedió en nuestro tiempo y todas las estratagemas que utilizan los ateos de hoy no pueden cambiar lo que sus colegas antirreligiosos hicieron, no pueden modificar los hechos nefastos de la historia.
Fuente | Centro de Recursos para la educación católica (06/12/2006)
¿La resurrección ocurrió realmente?
La historicidad de Cristo, como así también su muerte en la cruz, es un hecho tan comprobado como cualquier otro en el antiguo mundo.
La prueba de que Cristo existió es incluso mucho más contundente que la de Sócrates, Alejandro Magno y numerosas figuras de la antigüedad de cuya historicidad nadie duda. Los historiadores están de acuerdo en que Cristo nació, que tuvo seguidores, que se enfrentó a las autoridades judías y romanas y que fue condenado a muerte. Pero, ¿qué hay de la resurrección?
«Y si no resucitó Cristo,» escribe San Pablo en 1 Cor 15:17, «vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.» La resurrección es el suceso más importante del cristianismo. (Por este motivo, la Pascua es de hecho una fiesta mucho más importante para los cristianos que la Navidad.) Otras religiones, tales como el judaísmo y el islam, pueden destacar algunos milagros, pero éstos no son el punto central de su teología. En cambio, el cristianismo se basa en el milagro de la resurrección.
Desde el siglo diecinueve, algunos biblistas se han rehusado a aceptar el relato bíblico de la resurrección porque estuvo a cargo de personas que obviamente estaban predispuestas a favor de Cristo. De hecho, es interesante que los mismos seguidores de Cristo reconocieran que no estaban esperando la resurrección. Tres días después de su muerte, las mujeres llevaron especias a su tumba para ungir y preservar su cuerpo. No fue sino hasta ese momento que se dieron cuenta de que la piedra se había retirado y que la tumba estaba vacía.
Tanto los guardias romanos como los magistrados judíos admitieron que la tumba estaba vacía y fueron estos últimos quienes dijeron a las autoridades romanas que seguramente los seguidores de Cristo habían robado el cuerpo. Esta es la explicación que suelen dar para justificar la tumba vacía en la polémica judía contra el cristianismo. Sin embargo, ello es a primera vista inverosímil, dado que ¿cómo podría un puñado de discípulas haber domeñado a los guardias romanos y movido la piedra que bloqueaba el acceso a la tumba?
Los apóstoles fueron profundamente escépticos cuando recibieron la noticia de que Cristo había resucitado y el mismo Cristo tuvo que aparecerse varias veces ante ellos para disipar todas esas dudas. Pablo escribe que Cristo «después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron.» En esta oportunidad, Pablo apela a la evidencia empírica directa: el testimonio de múltiples testigos que de verdad habían visto a Jesús vivo después de su ejecución. De este grupo, Pablo dice que muchos aún vivían, lo cual significa que estaban en condiciones de refutar sus dichos en caso de que fueran desacertados. En la historia de las alucinaciones, ¿existe alguna instancia en que quinientas almas hayan visto a la misma persona -una figura conocida para ellos- y que todas estuvieran igualmente equivocadas?
Imaginen una causa iniciada ante un tribunal en el que numerosos testigos oculares declaran el mismo hecho y sostienen su testimonio con tal firmeza que estarían dispuestos a soportar una cadena perpetua o hasta incluso la pena de muerte antes que decir lo contrario.
¿El testimonio de los primeros cristianos es confiable? Bueno, veamos. Los discípulos estaban tan convencidos de lo que habían visto que sus cantos de lamento se reemplazaron por gritos de alegría. Proclamando a Cristo crucificado y a Cristo resucitado, provocaron la ola de conversión religiosa más importante de la historia. Los historiadores dicen que la cantidad de cristianos aumentó de cerca de 100 en el momento de la muerte de Cristo a alrededor de 30 millones al principio del cuarto siglo, cuando el mismo emperador romano se convirtió al cristianismo.
Estas conversiones ocurrieron a pesar de la fuerte oposición política y la persecución del más grande de los imperios de la antigüedad, el imperio Romano. Los primeros cristianos no dudaron en identificarse con el hombre que tildaron de traidor y criminal. Soportarían la prisión, la tortura, el exilio y la muerte antes que renunciar a su compromiso con Cristo resucitado.
Imaginen una causa iniciada ante un tribunal en el que numerosos testigos oculares declaran el mismo hecho y sostienen su testimonio con tal firmeza que estarían dispuestos a soportar una cadena perpetua o hasta incluso la pena de muerte antes que decir lo contrario. ¿Algún jurado dudaría de que esas personas, que tenían poco por ganar y mucho por perder, decían la verdad?
«Sí», admitió un amigo mío ateo. «Los musulmanes radicales, ¿no estarían también dispuestos a morir para ganarse a las vírgenes en el cielo?” Tal vez sí, pero estos dos casos no son comparables. Los musulmanes radicales tienen la creencia de que sus actos los llevarán a un lugar encantador en el que las vírgenes los estarán esperando. Por el contrario, los cristianos que fueron ejecutados en manos de los romanos, lo permitieron porque se rehusaban a renunciar a un suceso que formó parte de su propia experiencia. ¿Cómo es posible que una persona desee morir por algo que sabía que era mentira?
Incluso desde el punto de vista secular, la prueba de la resurrección de Cristo es increíblemente contundente. Podría hasta incluso ser suficiente como para convencer a un jurado imparcial en un tribunal. La gran pregunta que rodea al Viernes Santo y a la Pascua no es si todo eso sucedió. Sí que sucedió. La gran pregunta es si permitiremos que Cristo entre en nuestros corazones para que pueda llevarnos al cielo el día del juicio.
Fuente | Centro de Recursos para la educación católica (21/03/2008)
El ateísmo, y no la religión, es la verdadera fuerza detrás de los asesinatos en masa de la historia
En los meses recientes, un aluvión de libros ateos sostienen que la religión representa, como dice el autor de Fin de la fe, Sam Harris, «la fuente más potente de conflicto humano, tanto pasado como presente».
El columnista Robert Kuttner ofrece la siguiente letanía familiar. «Las Cruzadas masacraron a millones de personas en el nombre de Jesús. La Inquisición torturó y asesinó a millones más. Después de Martín Lutero, los cristianos se enfrentaron entre sí en luchas sangrientas durante tres siglos más».
En su best seller El espejismo de Dios, Richard Dawkins sostiene que la mayoría de los conflictos mundiales recientes en Oriente Medio, los Balcanes, Irlanda del Norte, Cachemira y Sri Lanka muestran cuán vital es el impulso asesino de la religión.
El problema con esta crítica es que exagera los delitos atribuidos a la religión, a la vez que ignora los delitos aún mayores del fanatismo secular. El mejor ejemplo de la persecución religiosa en Estados Unidos está dado por los juicios a las brujas de Salem. ¿Cuántas personas murieron en esos juicios?
¿Miles? ¿Cientos? De hecho, murieron menos de 25 personas. Sin embargo, esta teoría aún sigue alimentando la imaginación liberal.
Resulta extraño ser testigo de la pasión con que algunas figuras seculares claman contra los delitos que los cruzados e inquisidores cometieron hace más de 500 años. Se estima que la Inquisición española dictó la pena de muerte a 5.000 personas durante los 350 años en que estuvo vigente.
Además, muchos de los conflictos que se registran como «guerras religiosas» no tuvieron que ver con la religión. Se dieron principalmente contra rivales que reivindicaban territorios y poder como propios.
Esta cifra es trágica y más aún teniendo en cuenta que los niveles de población eran mucho más bajos en ese momento. Sin embargo, incluso en ese caso, es minúscula si la comparamos con las matanzas que provocaron los despotismos ateos del siglo XX. En pos de crear su propia versión de una utopía libre de religión, Adolfo Hitler, Joseph Stalin y Mao Zedong llevaron a cabo un tipo de masacre en masa que ningún inquisidor podría llegar a igualar. Esos tiranos ateos, en su conjunto, asesinaron a más de 100 millones de personas.
Además, muchos de los conflictos que se registran como «guerras religiosas» no tuvieron que ver con la religión. Se dieron principalmente contra rivales que reivindicaban territorios y poder como propios. Las guerras entre Inglaterra y Francia, ¿pueden considerarse guerras religiosas sólo porque los ingleses eran protestantes y los franceses, católicos? Difícilmente.
Ello también es cierto hoy en día. El conflicto entre israelíes y palestinos no es, en su núcleo, una cuestión religiosa. Surge de una controversia en torno a la autodeterminación y las tierras. Hamas y los partidos extremadamente ortodoxos de Israel pueden argüir reivindicaciones de tipo teológico, como por ejemplo «Dios nos entregó esta tierra» y demás, pero el conflicto continuaría siendo esencialmente el mismo sin estos motivos religiosos. Por otro lado, la rivalidad étnica, no la religión, es la fuente de la tensión en Irlanda del Norte y los Balcanes.
Culpar ciegamente a la religión por el conflicto
No obstante, los ateos actuales insisten en echarle toda la culpa a la religión. Consideremos el análisis que hace Harris sobre el conflicto en Sri Lanka. «Si bien los motivos de los Tigres Tamiles no son explícitamente religiosos, se trata de hindúes que sin duda creen en muchas cosas improbables sobre la naturaleza de la vida y de la muerte», nos cuenta. En otras palabras, mientras los Tigres se consideran a sí mismos como combatientes en la batalla política secular, Harris detecta un motivo religioso porque resulta que son hindúes y que seguramente existe alguna locura religiosa subyacente que explica su fanatismo.
Sin embargo, si la religión algunas veces predispone al hombre al fariseísmo y al absolutismo, también le propone un código moral que condena la matanza de inocentes. En particular, las enseñanzas morales de Jesús no suponen un respaldo sino más bien una dura reprimenda por las injusticias históricas que se perpetraron en nombre del cristianismo.
Harris puede continuar para siempre en este tren. En el intento de exonerar al secularismo y al ateísmo de los horrores cometidos en su nombre, sostiene que el stalinismo y el maoísmo fueron en verdad «un poco más que religiones políticas». En lo que respecta al nazismo, «si bien el odio a los judíos en Alemania se manifestaba de una manera predominantemente secular, se trató de una herencia directa del cristianismo medieval». De hecho, «el holocausto marcó la culminación de… dos mil años de cristianos despotricando contra los judíos».
Uno encuentra las mismas sandeces en la obra del señor Dawkins. No se dejen engañar por esta prestidigitación retórica. Dawkins y Harris no logran explicar a qué se debe que del cristianismo medieval no haya surgido un Hitler si es que el nazismo desciende directamente del mismo. ¿Cómo puede ser que una ideología autoproclamada como atea, promovida por Hitler en repudio del cristianismo, sea la «culminación» de 2.000 años de cristianismo? Dawkins y Harris están utilizando una prestidigitación transparente que hace responsable al cristianismo de los crímenes cometidos en su nombre, a la vez que exonera al secularismo y al ateísmo de los crímenes aún más importantes que se cometieron en su nombre.
Los fanáticos religiosos han hecho cosas difíciles de defender, y algunos de ellos, principalmente en el mundo musulmán, aún están cometiendo horrores en nombre de su credo. Sin embargo, si la religión algunas veces predispone al hombre al fariseísmo y al absolutismo, también le propone un código moral que condena la matanza de inocentes. En particular, las enseñanzas morales de Jesús no suponen un respaldo sino más bien una dura reprimenda por las injusticias históricas que se perpetraron en nombre del cristianismo.
Orgullo desmedido del ateo
Los delitos del ateísmo en general se perpetraron a través de una ideología arrogante que ve al hombre, no a Dios, como el creador de valores.
Con el uso de las técnicas más modernas de la ciencia y la tecnología, el hombre busca desplazar a Dios y crear una utopía secular aquí en la tierra. Desde ya que si algunas personas, judíos, terratenientes, incapaces o discapacitados deben ser eliminados para alcanzar esta utopía, este es un precio que los tiranos ateos y sus apologetas han demostrado estar bastante dispuestos a pagar. Así confirman la verdad de la máxima de Fyodor Dostoyevsky, «Si Dios no existe, todo está permitido».
Independientemente de cuáles sean los motivos que justifiquen su carácter sanguinario, es indiscutible que ninguna de las religiones del mundo en su conjunto, y durante 2.000 años, han logrado matar a la misma cantidad de gente que la que mataron otros en nombre del ateísmo a lo largo de tan solo unas pocas décadas.
Ya es hora de abandonar el mantra que se repite mecánicamente de que la creencia religiosa ha sido la fuente más importante del conflicto y violencia humanas.
El ateísmo, y no la religión, es la verdadera fuerza detrás de los asesinatos en masa de la historia
Fuente | Centro de Recursos para la educación católica (21/11/2006)
Derribando el mito de Galileo
Muchas personas han aceptado sin cuestionamientos la idea de que existe una antigua batalla entre ciencia y religión.
Podemos encontrar que esta guerra se publica en muchos de los tratados ateos más destacados, tales como los de Richard Dawkins, Victor Stenger, Sam Harris y Christopher Hitchens. Cada cierto tiempo alguno de los principales semanarios publica un artículo sobre este tema. Los propagadores de este paradigma no llegan a darse cuenta de que son víctimas de propaganda atea del siglo XIX.
Unos cien años atrás, dos intolerantes antirreligiosos llamados John William Draper y Andrew Dickson White escribieron libros para promover la idea de que existe un conflicto irreconciliable entre ciencia y Dios. Los libros estaban repletos de hechos que los pensadores de hoy en día han desacreditado por completo. Sin embargo, los mitos a cargo de Draper y Dickson continúan reciclándose. Muchas personas que se consideran educadas creen en ellos e incluso han encontrado la manera de introducirse en los libros de texto. En este artículo, expondré varios de estos mitos, centrándome especialmente en el caso de Galileo, dado que se lo caracteriza automáticamente como víctima de persecución religiosa y mártir de la ciencia.
La falacia de la tierra plana: Según los textos ateos, todos los cristianos medievales creían que la tierra era plana hasta que aparecieron unos brillantes científicos de la era moderna que demostraron que era redonda. En realidad, las personas educadas de la Edad Media sabían que la tierra era redonda. De hecho, los antiguos griegos del siglo V a.C. sabían que la tierra era una esfera. No necesitaban de la ciencia moderna para señalar algo tan obvio. Podían ver que cuando un barco se dirigía hacia el horizonte, el casco y el mástil desaparecían en momentos diferentes. Incluso más revelador fue el hecho de que durante un eclipse podían ver la sombra de la tierra en la luna. Vean, amigos, ¡es redonda!
Desprecio mítico de Huxley: Hemos leído en diversos libros acerca del gran debate entre el defensor de Darwin, Thomas Henry Huxley, y el pobre obispo Wilberforce. Según la leyenda, Wilberforce le preguntó a Huxley si descendía del simio por parte de madre o padre y Huxley, de manera encantadora, le contestó que prefería descender de un simio más que de un obispo ignorante que engañaba a las personas en torno a los hallazgos de la ciencia. Un desenlace dramático, por cierto, pero el único problema es que nunca sucedió. No existen registros de ello en las actas de la sociedad en las que se transcribió el debate y el amigo de Darwin, Joseph Hooker, quien le informó sobre el debate, dijo que Huxley no hizo réplica alguna contra los argumentos de Wilberforce.
Darwin contra los cristianos: Según el mito, cuando Darwin publicó su obra El origen de las especies, los científicos se alinearon de un lado y los cristianos, del otro. En realidad, hubo buenos argumentos científicos tanto a favor como en contra de Darwin. El naturalista británico Richard Owen, el zoólogo de Harvard Louis Agassiz y el conocido físico Lord Kelvin tenían serias reservas sobre la teoría de Darwin. La historiadora Gertrude Himmelfarb señala que mientras que algunos cristianos encontraban que la evolución no era coherente con la Biblia, muchos otros ofrecieron su apoyo a Darwin. El más típico fue el diario católico más influyente Dublin Review que elogió de forma exagerada el libro de Darwin a la vez que hizo solo algunas objeciones menores.
El experimento que Galileo no hizo: Hemos leído en los libros de texto que Galileo subió a la Torre de Pisa y arrojó objetos livianos y pesados al suelo. Descubrió que ambos llegaban al suelo en el mismo momento, refutando así siglos de teorías medievales vanas. En realidad, no fue Galileo quien hizo esos experimentos, sino que uno de sus estudiantes. El estudiante descubrió lo que todos podemos descubrir haciendo experimentos similares: ¡los objetos pesados llegaban al suelo primero! Tal como lo indica el historiador de ciencias Thomas Kuhn, es solo ante la ausencia de resistencia del aire que todos los cuerpos llegan al suelo en el mismo momento.
Galileo fue el primero en demostrar el heliocentrismo: En realidad, fue Copérnico quien presentó la teoría heliocéntrica de que el sol, y no la tierra, se encuentra en el centro y que la tierra gira alrededor del sol. Copérnico lo hizo más de medio siglo antes que Galileo, pero no tenía prueba directa y admitió que la experiencia puso obstáculos serios que obraban en contra de su teoría. Por ejemplo, si la tierra se mueve rápidamente, ¿por qué los objetos arrojados al aire no aterrizan a una distancia considerablemente más alejada de su punto de partida? Galileo defendió el heliocentrismo, pero uno de sus argumentos más destacados era incorrecto, ya que sostenía que el movimiento normal de la tierra provocaba chapoteos de agua en los océanos explicando el origen de las mareas, cuando en realidad las mareas tienen más que ver con la fuerza gravitacional de la luna que actúa sobre la tierra.
En realidad, la Iglesia fue la principal promotora de la nueva ciencia y fue la misma Iglesia que financió a Galileo. Los astrónomos más importantes de esos tiempos eran sacerdotes jesuitas.
La Iglesia se oponía dogmáticamente a la nueva ciencia: En realidad, la Iglesia fue la principal promotora de la nueva ciencia y fue la misma Iglesia la que financió a Galileo. Los astrónomos más importantes de esos tiempos eran sacerdotes jesuitas. Estaban abiertos a la teoría de Galileo, pero le dijeron que la prueba para demostrarlo no era contundente. Esa fue la opinión del astrónomo más importante de la era, Tyco Brahe. La visión de la Iglesia del heliocentrismo no fue precisamente dogmática. Cuando el Cardenal Bellarmine se encontró con Galileo, le dijo que «si bien la experiencia nos dice claramente que la tierra permanece quieta, si hubiera una prueba real de que el sol se encuentra en el centro del universo… y de que el sol no gira alrededor de la tierra sino que es la tierra la que gira alrededor del sol, entonces deberíamos proceder con suma cautela al explicar pasajes de las sagradas escrituras que parecen enseñar lo contrario y sería más conveniente admitir que no las entendimos que declarar como falsa una opinión que resultó ser verdadera. Sin embargo, esto no debe hacerse con prisa, y en lo que a mí respecta, no creeré que existen tales pruebas hasta que no me las hayan enseñado». Galileo no tenía tales pruebas.
Galileo fue víctima de tortura y abusos: Este es tal vez uno de los temas más recurrentes y aún así es completamente falso. La Iglesia trató a Galileo como una celebridad. Cuando fue citado por la Inquisición, se lo albergó en la gran Villa Medici de Roma. Asistió a recepciones con el Papa y los cardenales más destacados. Aún después de haber sido condenado, primero fue alojado en el magnífico palacio episcopal y luego se lo mantuvo bajo «arresto domiciliario” y se le permitió que visitara a sus hijas a un convento cercano y que continuara publicando trabajos científicos.
La Iglesia se equivocó al condenar a Galileo por herejía: Galileo no fue acusado de hereje ni condenado por tal motivo. Se lo acusó de enseñar heliocentrismo violando específicamente su promesa de no hacerlo. Este fue el cargo por el que se declaró la culpabilidad de Galileo. Había asegurado al Cardenal Bellarmine que dada la sensibilidad del tema, no promovería públicamente el heliocentrismo. Sin embargo, cuando se designó a un nuevo Papa, Galileo decidió faltar a su palabra. Cuando le preguntaron sobre esto en el juicio, dijo que su obra Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo no abogaba por el heliocentrismo. Esta es una mentira categórica, como pueden verlo claramente quienes lean el libro de Galileo. Incluso les resultaba difícil a quienes respaldaban a Galileo, y había muchos, que lo defendían en este punto.
¿A qué concusión podemos llegar entonces? Galileo tenía razón acerca del heliocentrismo pero sabemos que la tenía solo en retrospectiva debido a la evidencia que surgió tras su muerte. La Iglesia no debería haberlo juzgado, aunque la conducta imprudente de Galileo contribuyó con su suerte. Aún así, su suerte no fue tan terrible. El historiador Gary Ferngren llegó a la conclusión de que «se ha demostrado que la imagen tradicional de Galileo como un mártir de la libertad intelectual y como una víctima de la oposición de la Iglesia a la ciencia fue algo más que una caricatura». Recuerden esto la próxima vez que escuchen a un ateo «semi-educado» divagando sobre la «guerra entre religión y ciencia».
Fuente | Centro de Recursos para la educación católica (26/11/2007)