«Camaradas, ¡salud!:

Vivimos en un momento solemne, y nuestros pensamientos y nuestros actos deben estar a la altura de las circunstancias. Las dos fuerzas históricas que han obrado en los destinos humanos: la fuerza conservadora, que quiere atarnos al pasado, y la fuerza progresiva, que nos impele hacia el porvenir, están a punto de llegar a una crisis. El choque es inminente; la catástrofe se avecina. ¡Preparemos nuestros corazones para cuando llegue el ansiado momento de romper, al fin, nuestras cadenas en los cráneos de nuestros verdugos!

El enemigo oye el toque a somatén y se prepara; ¡preparémonos nosotros también!

¡El enemigo! ¿Para qué deciros quién es nuestro enemigo? Harto lo sabéis: el enemigo es el burgués; el enemigo es el gobernante; el enemigo es el clérigo, los tres pilares que sostienen la tupida trabazón del negro edificio que ha pesado sobre la humanidad desde que apareció el primer bandido que dijo: “¡Esto es mío!”, y surgió, de las sombras de la Historia, el protector del ladrón, gritando: “¡Obedecedme!”, acompañado de un negro pajarraco que, alzando los ojos al cielo, prorrumpió en este graznido: “¡Sed sumisos!”, graznido cuyo eco fúnebre ha tenido a la humanidad de rodillas a los pies de sus tiranos.

Pues bien: ese negro edificio amenaza desplomarse. Agrietado por todos sus costados, ya no bastan reformas; el sistema capitalista se desmorona, se desmorona sin remedio, y sus pilares crujen. La hidra de tres cabezas apela a los extremos para reafirmar su dominio en todo el mundo. No se resigna a perecer sin oponer antes una feroz resistencia, y da un salto atrás, a las tinieblas de la Edad Media, y si no lo remediamos los de abajo, si los oprimidos nos cruzamos de brazos ante la bestia hosca, bien pronto, ante nuestros ojos asombrados, volverán a encenderse las llamas de la Inquisición.

¿Nos resignaremos a este espantoso regreso a la barbarie, adonde nos arrastra iracunda la tiranía capitalista? Porque hacia la barbarie estamos siendo arrastrados, camaradas; se nos lleva al borde de un abismo, donde nos esperan, siniestros y torvos, Pedro Arbués[1] y Torquemada.

Lancemos una amplia mirada en torno nuestro y nos convenceremos de la magnitud del estrago que el enemigo opera en nuestras filas. ¿Cuántos de los nuestros se pudren en los calabozos de esta libre América? ¿Podríais contarlos siquiera? Rangel y compañeros, condenados a seguir la suerte de Ortiz y de Alzalde en las penitenciarías texanas; Tresca[2] y compañeros, candidatos a la silla eléctrica en Minnesota; McNamara[3], Suhr[4] y Ford[5] condenados a pasar toda su vida en los presidios de California; Schmid[6] y Caplan,[7] que no saben si el esbirro que se acerca a su reja les lleva una sentencia de presidio por vida, o una orden de muerte en la horca; Billings[8], en Folsom, por toda su vida, mientras Nolan,[9] los dos Mooney[10] y Weinberg,[11] sus compañeros de martirio, esperan en las mazmorras de San Francisco la acometida brutal del enemigo; en la prisión de Pittsburg, ocho buenos luchadores[12] visten el traje del presidiario, ¡el traje rayado con que nos ofende la sociedad burguesa, y que yo quisiera verlo enarbolado bien pronto por la plebe enfurecida como bandera de venganza!

¿Para qué, camaradas, seguir enumerando uno por uno a los buenos de los nuestros que en estos momentos pueblan los calabozos del país de la libertad (?), como graciosamente se titula a esta Rusia norteamericana? No hay semana de cada mes que, al terminar su periodo de siete días, no lleve inscrito en su negro registro el nombre de uno, de cinco, de cincuenta y hasta de doscientos y trescientos de los nuestros, de los que como nosotros piensan y sienten, como consta en los oscuros archivos de los estados de Pensilvania y de Washington. ¿A dónde vamos a dar? ¿No se nos lleva al abismo?

Y los que caen en las garras de la bestia capitalista son los mejores de los nuestros, es la vanguardia de la legión revolucionaria, son el cerebro y el nervio de la gran masa que gime aplastada, triturada, resquebrajada, escupida bajo las plantas del monstruo insaciable, que en cada moneda que engulle se lleva una gota de nuestra sangre y una lágrima de nuestros ojos. ¡El placer de los de arriba se obtiene al precio del dolor de los de abajo! Máxima vieja es ésta, como vieja es la explotación, como vieja es la tiranía, y ella vive y vivirá en nuestras frentes de esclavos mientras no tengamos el valor de borrarla con la sangre de nuestros verdugos.

Las conquistas de nuestros padres; los sacrificios de nuestros abuelos; las generosas esperanzas de nuestros antepasados; todo el esfuerzo de nuestros mayores, todo, todo lo que se hizo por abrirnos un amplio camino que nos condujera a la libertad y al bienestar, todo eso que significa torrentes de sangre y mares de lágrimas está a punto de naufragar. Los derechos del hombre, comprados al precio del sacrificio de millones de vidas, son flores muertas entre las páginas de las contribuciones políticas de las naciones de la Tierra. A esos derechos les falta la raíz de todos los derechos humanos, el derecho de los derechos: ¡el derecho de vivir!

Está a punto de abrirse un negro paréntesis al progreso humano, que, si no nos apresuramos a impedir que sea abierto, vendrán siglos y más siglos de tinieblas y opresión, hasta que del seno de madres altivas broten hombres superiores a nosotros que sepan abrirse las arterias para ahogar a los tiranos con su sangre generosa.

Toda esta persecución a nuestros compañeros no es más que una persecución al progreso, un asalto brutal a la civilización, porque, en resumen, no es otra cosa que el resultado de una conspiración de la clase parasitaria para hacer fracasar la emancipación o el mejoramiento de la clase trabajadora. Con la persecución se ataca el derecho de asociación, el derecho de huelga, la libertad del pensamiento, hablado y escrito. Persiguiéndose a los más activos, a los más enérgicos, a los más inteligentes y a los más avanzados agitadores, es como se pretende detener el progreso, la civilización que ha alcanzado la humanidad por el esfuerzo de los que trabajan y piensan. Sin los que piensan y los que obran, la especie humana continuaría poblando las cavernas. No es un signo de pesos el que audaz perfora la tierra y se interna en sus entrañas, palpando emocionado las paredes del vientre de nuestra madre común, en busca del metal o del carbón, sino el ser de carne y hueso, y cerebro y sangre que tiene una vida que perder, una familia que angustiada le espera, porque no sabe si el beso que le dio por la mañana al dirigirse a la mina sería la última muestra: de afecto del padre, del hermano, del esposo, del hijo a quien rodean las tinieblas y sobre quien gravita la montaña que puede desplomarse; no es un signo de pesos el hombre que, como una araña hermosa, se balancea en el espacio azul sentado sillar sobre sillar, ladrillo sobre ladrillo, adornando su obra de gigante con la melodía melancólica de un aire popular que parece condensar sus amores, sus angustias de esclavo, las amarguras del paria, mientras con los ojos de la mente ve la oscura covacha y en su penumbra, moverse la figura de los seres queridos que le aguardan inquietos, con el temor de ver aparecer en el humilde dintel, en vez del ser risueño y amable que partió valeroso por la mañana, una masa de carne y huesos astillados, amontonada en una camilla; no es un signo de pesos el valiente que desafía la intemperie en el campo, arañando la tierra para depositar en el surco luminoso la semilla que ha de nutrir a la humanidad; no es un signo de pesos el atrevido que echa a andar el barco sobre el inquieto lomo del mar para transportar la riqueza a otras playas, o para sumergirse en la verde linfa en pos de esa sirena que duerme como el cadáver de una lágrima en una tumba de nácar, ¡la perla!, o para extraer de su seno pródigo los peces, sino el hombre que tiene afectos, que tiene un corazón para sentir, un cerebro para pensar, un par de ojos para dar salida al sentimiento puro, hermoso, límpido como una gota de cristal, y a quien, en la playa que la bruma hace invisible, esperan en vela los suyos, lanzando tristes miradas al horizonte hostil, interrogando con el corazón oprimido a las olas si han visto al padre, al hermano, al hijo, al amante, con el oído atento a los rumores del viento y del agua con la esperanza de escuchar la voz del ser querido; no es un signo de pesos el que bajo la nieve, o flagelado por el sol, o azotado por el viento helado, construye esas arterias de acero, por las que han de circular las riquezas y las personas llevando la vida y la alegría por todas partes, como la sangre circula por el cuerpo para sustentarlo, sino el trabajador que suspira cuando piensa en el porvenir de sus hijos, aquellos queridos pedazos de su carne, aquellos tiernos retoños de su cuerpo que por la tarde, cuando rendido de fatiga retorna a la pocilga, salen a recibirle bulliciosos, alegres, agitando los bracitos en demanda de caricias; no es un signo de pesos el que mueve la industria; no es un signo de pesos el que cuece el pan; no es un signo de pesos el que teje las telas: es el trabajador sin el cual no habría civilización, se estancaría el progreso, regresaría la humanidad a la barbarie.

¿No es, pues, un atentado a la civilización y al progreso esta loca persecución contra los mejores de nuestros hermanos?

Las asociaciones de trabajadores amenazadas de muerte; la libertad de la palabra suprimida a balazos; la prensa obrera aplastada, ¿dónde vamos a dar los de abajo? Vamos al abismo, vamos a la esclavitud. En Everett[13] se asesina a nuestros hermanos por pretender ejercitar un derecho que hace cerca de siglo y medio, entre los acordes gentiles de La Marsellesa y el rugido colérico del bronce, se irguió majestuoso sobre las ruinas malditas de la Bastilla.

En San Francisco estalla una bomba que siembra el pánico en las filas de nuestros enemigos. ¿Qué valerosa mano la puso? No nos importa; ¡fue el pueblo oprimido el que la puso! Sí, fue el pueblo, que ya no quiere soldados, que ya no quiere mantener a los propios verdugos, que ya no quiere guerra con otros pueblos en beneficio de sus amos, que no quiere la militarización del país, porque ve en ella una amenaza contra su libertad. La bomba de San Francisco fue una protesta: no rugió la dinamita en ella: ¡fue el grito formidable de cien millones de seres humanos!

Pues bien; no pudiendo encontrar nuestros verdugos al que puso la bomba, arremetieron contra Nolan, contra Mooney y su compañera!, la valerosa Rena Mooney,[14] y contra Billings y Weinberg.

La prisión de estos queridos camaradas no tiene otro fin que arrancar, del seno de las organizaciones obreras de San Francisco, las personalidades fuertes, enérgicas, inteligentes y activas, y que son capaces de encauzar el movimiento obrero por la senda revolucionaria. No es la explosión del 22 de julio la que tiene encadenados a nuestros amigos: ¡es el miedo a la barricada redentora! La antorcha de la Revolución comenzaba a chispear en las manos audaces, y era necesario encadenar esas manos y apagar esas chispas.

¿Y qué decir de nuestra prensa? ¿Cuántos de nuestros periódicos han sido suprimidos de unos cuantos meses a esta parte? ¡Son más de doce y entre ellos tiene la honra de contarse Regeneración. Regeneración ha merecido siempre ese honor: ¡el de ser perseguido! Se persigue al que se teme; se persigue al que hace daño. ¡Desgraciado el luchador que no sabe atraerse la tempestad sobre su cabeza! ¡Pobre del que lucha si no se siente mordido por la envidia y no pesa sobre sus hombros una montaña de odios! Ser perseguido y ser odiado: he ahí a lo que debe aspirar todo luchador sincero. Miserable el que lucha por encaramarse sobre los hombros de los que sufren; pequeño el que aspira a descansar sobre los lomos del rebaño; insignificante el que siente bajo sus pies las blanduras del que suplica y del que adula; grande el que invita a la embestida, el que mira en torno suyo puños cerrados y sigue su camino a la luz de los relámpagos del odio. ¡El rayo no busca el matorral: hiere a la encina!

Regeneración es una cumbre: por eso atrae el rayo. Regeneración es un baluarte: por eso lo acaricia la metralla. Regeneración es el escudo del que sufre: ¿qué de extraño es que sobre él carguen todas las lanzas del enemigo?

Camaradas: que nuestra presencia en este recinto signifique el descontento de los que sufren; que nuestra presencia aquí sea no sólo una muestra de protesta, sino resolución inquebrantable de llegar a los extremos para refrenar las dementes embestidas del monstruo capitalista. Si con nuestra protesta no logramos detener el brazo que nos arrastra a los tiempos de Loyola, ¡rebelémonos!

Que cese ya esta represión criminal. Nuestros brazos más fuertes, nuestros cerebros más poderosos, la flor de las falanges de la plebe están en los presidios, y todo indica que no serán los únicos. A los grandes corazones indios en Texas, al generoso poeta Carlo Tresca, al firme Suhr, al mártir Schmidt, al traicionado Caplan, a los trescientos iww de Everett, a todos nuestros mártires, que en estos momentos pasean, silenciosos e insomnes, en las tinieblas de sus calabozos, les irán a hacer compañía otros cientos, otros miles más de los buenos, a quienes el enemigo teme y odia porque son la levadura que hace fermentar en la muchedumbre esclava, el ansia de rebelión.

Arrancando a los buenos de nuestras filas, la fiera capitalista aplaza la barricada, impide el motín, mata el nervio de la insurrección y prolonga la existencia del sistema maldito que se nutre con nuestros pesares, que se bebe nuestras lágrimas. Sí; con la prisión de los buenos, ¿quién encarrilará a las uniones de trabajadores por la senda revolucionaria? ¿Quién soliviantará las masas a la revolución y a la protesta? ¿Quién hará vibrar el clarín que convoque al combate? ¿Qué mano se atreverá a desplegar, ante las miradas azoradas de los tiranos del mundo, la bandera roja de Tierra y Libertad?

Hermanos de cadenas: a la huelga de protesta por la libertad de nuestros hermanos, y si ni así ceden nuestros tiranos, entonces ¡a las armas!

¡Viva la Anarquía! ¡Viva Tierra y Libertad!»

 

Regeneración, núm. 250, 9 de diciembre de 1916

 

 

NOTAS:

[1] Pedro Arbués (1411-1485). Inquisidor general de Aragón. Su sangrienta muerte en la catedral de Zaragoza, se adjudico a los miembros de la comunidad judía de ese lugar.

[2] Carlo Tresca (1879-1943). Italiano. Periodista y ferrocarrilero. Fue secretario de la Unión de trabajadores del ferrocarril italiano y editor del periódico Il Germe. Con el fin de evitar una condena por sus actividades políticas emigra a los Estados Unidos en 1904. En Filadelfia asume la redacción de Il Proletario, órgano oficial de la Federación Socialista Italiana. Por sus ideas cada vez más cercanas al anarquismo lo llevan a renunciar, en 1906, publicación para publicar su propio periódico La Plebe. En 1908, se estableció en Pittsburgh, y desarrolló un intenso trabajo de propaganda entre los obreros y mineros del carbón italianos del oeste de Pennsylvania, lo que le provocó numerosas multas, encarcelamientos e inclusive un intento de asesinato. A partir de mayo de 1911, publica diversos artículos a favor del plm, en L’Avvenire de New Kensignton, Pa., a pesar de tener viejas diferencias con el redactor de la sección italiana de Regeneración, Ludovico Caminita, quien se negó, tras el arresto de Tresca ese mismo año, a hacerse cargo de L’Avvenire, por diferencias con Tresca, a quien acusa de apoyar a miembros de la colonia italiana, comerciantes y burgueses, chantajistas, etcétera, lo que lleva a la ruptura. En 1912, invitado por la Industrial Workers of the World (iww) a Lawrence, Massachusetts, realiza una campaña entre los trabajadores italianos en busca de la libertad para los líderes huelguistas Joseph Ettor y Arturo Giovannitti, acusados falsamente de asesinato. Tresca continuó su labor de agitación en las huelgas de los trabajadores textiles en Little Falls en Nueva York (1912), de los trabajadores de los hoteles de Nueva York (1913), de los trabajadores de la seda en Paterson, Nueva Jersey (1913), entre otras. Para 1916, Tresca reanudó la relación con los editores de Regeneración, habiendo participado el 18 de marzo de ese año como orador en un Mitin internacional llevado a cabo en el Labor Temple, “para protestar contra la persecución de que son víctimas los luchadores anarquistas Ricardo y Enrique Flores Magón”. En julio, Tresca, junto con F. H. Little, Schmidt y otros siete wobblies es arrestado por su participación en la huelga de los mineros en Mesabi Range, Minnesota. En este último lugar escapa de un intento de linchamiento, pero fue acusado de asesinato, “como resultado de un choque armado habido entre mineros huelguistas y una fuerza de esbirros en Biwabick, en el cual resultaron dos hombres muertos”. El juicio se llevó a cabo en diciembre de 1916. El 3 de diciembre en Los Ángeles se organiza un mitin internacional, “a favor de los hermanos Magón, Tresca, Rangel, Schmidt, Caplan y tantos más perseguidos en esta nación por la hidra capitalista”. rfm fue el orador en español; En su discurso ”La rusia americana”, Flores Magón lo llamó “generoso poeta”. Para no interceder por él, el gobierno de Italia acusaba a Tresca de ser espía alemán. Fue declarado inocente y liberado, para meses después ser de nueva cuenta encarcelado, junto con la Gurley Flynn, Giovanniti, Hayword y más de 160 wobblies. A lo largo del resto de su vida fue un activo opositor al fascismo y al estalinismo y de la infiltración de la mafia en los sindicatos norteamericanos. Fue asesinado por esta última en la ciudad de Nueva York, el 11 de enero de 1943.

[3] James B. McNamara (Cincinnati, Ohio -1941) miembro de la International Association of Bridges and Structural Iron Workers (Asociación Internacional de Trabajadores de Puentes y Estructuras de Acero), de la cual era secretario-tesorero su hermano John J. Esa asociación había utilizado la dinamita como arma de presión a partir de 1908, sin provocar víctimas personales. James B. McNamara y su hermano John fueron acusados de haber dinamitado el edificio del periódico antiobrero The Los Angeles Times el 1 de octubre de 1910. El incendio que prosiguió a la explosión provocó 21 muertes y numerosos heridos. El Times buscó en un principio incriminar en esos hechos a los redactores de Regeneración, a lo que este periódico replicó con la validación de la tesis de un autoatentado ideado por el general Otis, dueño del periódico, y la defensa de los hermanos McNamara, tras su captura en abril de 1911. rfm y Mc Namara coincidieron en la cárcel del condado de Los Ángeles. Sin embargo, James B., durante el juicio que tuvo lugar en octubre de ese año, se declaró culpable por consejo de su abogado Clearence Darrow. Fue sentenciado a cadena perpetua y su hermano John a 15 años de prisión. Las condenas fueron purgadas en la Penitenciaría de San Quintín, California. Regeneración mantuvo su simpatía para con los hermanos McNamara hasta el final.

[4] Herman D. Suhr. Estadounidense. Miembro de la iww. En 1913 trabajaba en la organización de los recolectores de lúpulo en el Rancho Durst, en la vecindad de Wheatland, California. Durst era el mayor empleador de jornaleros del estado, llegó a ocupar 23 000 pizcadores. El 13 de agosto de ese año, durante una manifestación de cerca de 2 000 jornaleros en uno de los campamentos del rancho, en la que el wobblie Richard Ford llamó a la huelga, se presentó un grupo de sheriffs que intentaron detener a Ford. En la refriega murieron dos trabajadores, un sheriff y Edward T. Manwel, fiscal del distrito y abogado del rancho. Pese a que se comprobó que Ford no disparó y que Suhr ni siquiera se encontraba entre los manifestantes, ambos fueron acusados de incitar a la rebelión y, por tanto, de homicidio en segundo grado y condenados a cadena perpetua. Regeneración se sumó a la campaña en su defensa. En 1918, cuando el gobernador de California se negó a otorgar el perdón a Ford y Surh, la iww emprendió una campaña de sabotajes en el Imperial Valley y otros campos del estado, la que según el New York Times causó millones de dólares en pérdidas.

[5] Richard Ford (¿?-¿?). Estadounidense. Organizador de la iww. En 1913 trabajaba con recolectores de lúpulo en el Rancho Durst, en la vecindad de Wheatland, California. El 13 de agosto, cuando llamaba a la huelga durante una manifestación en uno de los campamentos del rancho se presentó un grupo de sheriffs que intentaron detenerlo. En la refriega murieron dos trabajadores, un sheriff y Edward T. Manwel, fiscal del distrito y abogado del rancho. Pese a que se comprobó que Ford no disparó fue acusado de incitar a la rebelión y, por tanto, de homicidio en segundo grado y condenado a cadena perpetua, al igual que su compañero Herman D. Suhr.

[6] Refiérese a Matthew Schmidt, obrero y sindicalista de Los Ángeles, Calif., acusado de participar en el atentado con bomba que sufrió el edificio de Los Angeles Times el 1 de octubre de 1910, perpetrado por los hermanos James y Joseph McNamara. Cuatro años después, Matthew A. Schmidt y David Caplan fueron capturados en Nueva York, acusados de participar en el atentado y recluidos en prisión en Los Ángeles. Schmidt y Caplan eran camaradas de Alexander Berkman y Emma Goldman. rfm conoció a Schmidt en la cárcel, compartían la misma celda, y éste ayudó al mexicano a recibir clandestinamente visitas de sus compañeros del plm, lo que le estaba vedado. Schmidt recibía como propias las visitas de rfm; Ricardo se aproximaba al lugar donde el norteamericano supuestamente conversaba con su “visita”. Así fue como Nicolás T. Bernal pudo ver y hablar para Ricardo por primera vez, aun cuando éste se limitó a escuchar una supuesta conversación entre el mexicano y Schmidt. Regeneración participó activamente en la campaña de defensa de Schmidt y Caplan. Schmidt fue sentenciado a cadena perpetua.

[7] David Caplan. Ruso. Obrero, sindicalista, Los Ángeles, Calif. (1915). Deportado de Rusia a los 18 años por su actividad anarquista, se exilió en los Estados Unidos. Acusado de participar en el atentado con bomba que sufrió el edificio del diario Los Angeles Times el 1 de octubre de 1910, perpetrado por los hermanos James y Joseph McNamara. Cuatro años después, Matthew A. Schmidt y David Caplan fueron capturados en Nueva York, acusados de participar en el atentado y recluidos en prisión en Los Ángeles. Schmidt y Caplan eran camaradas de Alexander Berkman y Emma Goldman. rfm conoció a Schmidt en la cárcel, compartían la misma celda, y éste ayudó al mexicano a recibir clandestinamente visitas de sus compañeros del plm, lo que le estaba vedado. Schmidt recibía como propias las visitas de rfm; Ricardo se aproximaba al lugar donde el norteamericano supuestamente conversaba con su “visita”. Así fue como Nicolás T. Bernal pudo ver y hablar para Ricardo por primera vez, aun cuando éste se limitó a escuchar una supuesta conversación entre el mexicano y Schmidt. Desde octubre de 1915, Regeneración participó activamente en la campaña de defensa de Schmidt y Caplan, mientras éstos eran sometidos a juicio. EL plm sostenía que Schmidt y Caplan eran inocentes toda vez que los hermanos McNamara se habían declarado culpables y sostenía que “la burgesía americana” se aprovechaba de la situación para atacar a las uniones obreras. En diciembre de 1916 Caplan fue declarado culpable de homicidio en tercer grado “por el conocimiento que pudo tener” del atentado al edificio de Los Angeles Times y sentenciado a cumplir una condena de 10 años en la prisión de San Quintín.

[8] Warren K. Billings (Nueva York, 1893-1972). Organizador. Se mudó a San Francisco en 1911. Dos años más tarde fue acusado de posesión de dinamita durante un viaje en ferrocarril. En 1916, junto con Tom Mooney, su esposa Rena Mooney, Israel Weinberg y Ed Nolan, fue acusado de poner una bomba casera al paso del desfile pro belicista del 22 de julio de ese año, misma que provocó 10 muertos y decenas de heridos. Recibió una sentencia de muerte al igual que su compañero. Ambos fueron trasladados al prisión estatal de Folsom, Calif. Su pena le fue conmutada en 1939.

[9] Refiérese a Edward D. Nolan, secretario de la Liga Internacional de Defensa de los Trabajadores (International Worker’s Defense League), con sede en San Francisco, Calif., acusado de complicidad en el atentado contra el desfile probélico del 22 de julio de 1916. Se le retiraron los cargos.

[10] Thomas Mooney (Chicago, Ill., 1882-1942). Hijo de una familia minera de origen irlandés. Se trasladó a San Francisco, Calif., donde conoció a la que sería su esposa a partir de 1911, Rena Hermann. Miembro del Partido Socialista de América, “Tom” era editor de The Revolt. Fue arrestado bajo la acusación de portación de dinamita durante una huelga de electricistas de la Pacific Gas & Electric Co. en la misma ciudad, pero no fue procesado por ello. Junto con Warren K. Billings, su ayudante, su esposa Rena Mooney, Israel Weinberg y Ed Nolan, fue acusado de poner una bomba casera al paso del desfile pro belicista del 22 de julio de ese año, misma que provocó 10 muertos y decenas de heridos. Recibió una sentencia de muerte al igual que su compañero. Ambos fueron trasladados a la prisión estatal de Folsom, Calif. Su pena le fue conmutada en 1939.

[11] Israel Weinberg. Taxista, acusado de complicidad en el atentado contra el desfile probélico del 22 de julio de 1916 en la ciudad de San Francisco, Calif. Se le retiraron los cargos.

[12] Refiérese a los obreros y activistas arrestados tras el rompimiento de la huelga llevada al cabo en la fábrica de la Westinghouse Electric Company, en Pittsburg, Pa., en abril de 1916.

[13] Refiérese a la “Masacre de Evertt”, en Washington, acaecida el 30 de octubre de 1916, la cual tuvo un saldo de una docena de wobblies muertos de manera salvaje por parte de las autoridades locales y un grupo de “vigilantes”, a las órdenes de los dueños de los molinos de la región.

[14] Rena Herman, pareja de Thomas Mooney. Sindicalista y miembro del Partido Socialista de América. Fue acusada de complicidad en el atentado contra el desfile prebélico del 22 de julio de 1916 en la ciudad de San Francisco, Calif. Fue enjuiciada y declarada inocente. Se mantuvo en la cárcel hasta el 30 de marzo de 1918.