Primer comunicado de la Junta Militar (11 de septiembre de 1973)
Carta de Friedman al Presidente Pinochet (21 de abril de 1975)
«Estimado señor Presidente:
Durante la visita que le hiciéramos el viernes 21 de Marzo, realizada con el objeto de discutir la situación económica de Chile, Usted me pidió que le transmitiera mi opinión acerca de la situación y políticas económicas chilenas luego de completar mi estancia en su país. Esta carta responde a tal requerimiento.
Permítame primero decirle cuán agradecidos estamos mi esposa y yo de la cálida hospitalidad que nos brindaran tantos chilenos durante nuestra breve visita; nos hicieron sentir como si realmente estuviéramos en casa. Todos los chilenos que conocimos estaban muy conscientes de la seriedad de los problemas que su país enfrenta, dándose cuenta de que el futuro inmediato iba a ser muy difícil. Sin embargo, todos mostraban una firme determinación en aras de superar dichas dificultades y una especial dedicación en el trabajo por un futuro más próspero.
El problema económico fundamental de Chile tiene claramente dos aristas: la inflación y la promoción de una saludable economía social de mercado. Ambos problemas están relacionados: cuánto más efectivamente se fortalezca el sistema de libre mercado, menores serán los costos transicionales de terminar con la inflación. Sin embargo, y pese a estar relacionados, se trata de dos problemas diferentes: el fortalecimiento del libre mercado no terminará con la inflación per se, como tampoco terminar con la inflación derivará automáticamente en un vigoroso e innovador sistema de libre mercado.
La causa de la inflación en Chile es muy clara: el gasto público corresponde, aproximadamente, a un 40% del ingreso nacional. Cerca de un cuarto de este gasto no deriva de impuestos explícitos y, por lo tanto, debe ser financiado emitiendo una mayor cantidad de dinero; en otras palabras, a través del impuesto oculto de la inflación. El impuesto inflación, utilizado para levantar una cantidad de dinero equivalente al 10% del ingreso nacional es, por ende, extremadamente gravoso -una tasa impositiva de 300% a 400% (es decir, la tasa de inflación)- impuesta sobre una estrecha base de cálculo- 3% a 4% del ingreso nacional (es decir, el valor de la cantidad de dinero que circula en Chile como efectivo y depósitos en cuentas corrientes).
Este impuesto inflación genera un enorme daño al inducir a las personas a dedicar un gran esfuerzo por limitar su posesión de dinero en efectivo. Esa es la razón por la cual la base es tan estrecha. En la mayoría de los países, desarrollados y subdesarrollados, la cantidad de dinero es más cercana al 30% del ingreso nacional que al 3% o 4% de éste. Desde la perspectiva del gasto total, que es un múltiplo del ingreso, el dinero en Chile alcanza solo a algo así como 3 días de gasto, lo que fuerza a realizar nada más que operaciones de subsistencia en el rubro comercio, además de estrangular al mercado de capitales.
Existe solo una manera de terminar con la inflación: reducir drásticamente la tasa de incremento en la cantidad de dinero. En la situación de Chile, el único modo para lograr la disminución de la tasa de incremento en la cantidad de dinero es reducir el déficit fiscal. Por principio, el déficit fiscal puede ser reducido disminuyendo el gasto público, aumentando los impuestos o endeudándose dentro o fuera del país. Exceptuando el endeudamiento externo, los otros tres métodos tendrían los mismos efectos transitorios en el empleo, aunque afectando a diferentes personas -disminuir el gasto público afectaría inicialmente a los empleados públicos, aumentar los impuestos afectaría inicialmente a las personas empleadas por quienes pagan impuestos, y endeudarse afectaría inicialmente a las personas empleadas por los titulares de los créditos o por las personas que, de otro modo, hubieran conseguido esos fondos prestados.
En la práctica, disminuir el gasto público es, por lejos, la manera más conveniente para reducir el déficit fiscal ya que, simultáneamente, contribuye al fortalecimiento del sector privado y, por ende, a sentar las bases de un saludable crecimiento económico. La disminución del déficit fiscal es requisito indispensable para terminar con la inflación. Un problema menos claro es cuán rápidamente debe terminarse con ella. Para un país como Estados Unidos, en el cual la inflación es de alrededor del 10%, yo aconsejo una política gradual de eliminación en dos o tres años. Pero para Chile, en que la inflación se mueve entre el 10% y 20% mensual, creo que graduar su eliminación no es viable; conllevaría una tan gravosa operación por un periodo de tiempo tan largo, que temo la paciencia no acompañaría el esfuerzo.
No existe ninguna manera de eliminar la inflación que no involucre un período temporal de transición de severa dificultad, incluyendo desempleo. Sin embargo, y desafortunadamente, Chile enfrenta una elección entre dos males, un breve período de alto desempleo o un largo período de alto desempleo. En mi opinión, las experiencias de Alemania y Japón luego de la II Guerra Mundial, de Brasil más recientemente, del reajuste de postguerra en Estados Unidos, cuando el gasto público fue reducido drástica y rápidamente, argumentan en pro de un tratamiento de shock. Todas estas experiencias sugieren que este período de severas dificultades transicionales sea breve (medible en meses) para que así la subsecuente recuperación sea rápida.
Para mitigar los costos de la transición y facilitar la recuperación, creo que las medidas fiscales y monetarias debieran ser parte de un paquete que incluya medidas que eliminen los obstáculos a la empresa privada y que alivien la aguda angustia.
Para acotar, haré un bosquejo de los contenidos de un paquete de propuestas específicas. Mi conocimiento de Chile es muy limitado como para permitirme ser tan preciso como exhaustivo, de modo que estas medidas deben ser consideradas más bien como ilustrativas.
Si este enfoque de shock fuera adoptado, creo que debiera ser anunciado pública y muy detalladamente y, además, entrar en vigor en una fecha muy cercana a dicho anuncio. Cuánto mejor informado se encuentre el público, más contribuirán sus reacciones al ajuste. A continuación propongo una muestra de las medidas que debieran ser tomadas:
1. Una reforma monetaria que reemplace el escudo por el peso, con 1 peso = 10.000 escudos (o quizás 1.000 escudos). Por sí misma, esta medida no produciría ningún efecto sustancial, pero cumpliría una valiosa función sicológica.
2. Un compromiso del gobierno de reducir su gasto en 25% dentro de seis meses; reducción que debiera tomar la forma de una disminución transversal del presupuesto de cada repartición en 25%, con los relativos a personal a tomarse cuán pronto como sea posible. Sin embargo, las reducciones de gasto debieran ser escalonadas en base a un período de seis meses para permitir el pago de generosas indemnizaciones. (Cualquier intento de ser selectivo o parcial tiene la probabilidad de fracasar debido a las posibles manipulaciones de cada repartición por lograr que la reducción presupuestaria afecte a otra de ellas. Es preferible hacer primero una reducción transversal, para luego reasignar el total ya reducido).
3. Un crédito nacional de estabilización otorgado por el público para complementar la reducción del gasto durante los seis primeros meses para permitir así una más rápida reducción en la emisión de dinero que en el gasto. Las condiciones debieran incluir un reajuste por inflación para lograr la confianza del público en la determinación del gobierno de terminar con la inflación.
4. Si fuera posible, un crédito externo de estabilización para el mismo propósito.
5. Un categórico compromiso del gobierno de que después de seis meses no financiará más gasto alguno a través de la emisión de dinero. (Así como la recuperación económica se vaya dando, la cantidad de dinero deseable en términos reales, esto es, la cantidad consistente con precios estables, aumentará. Sin embargo, este incremento debiera servir como base para la expansión de un mercado de capitales privado en vez de utilizarse para financiar gasto público).
6. Continuar con vuestra política actual de un tipo de cambio diseñado para aproximarse a un tipo de cambio de libre mercado.
7. La eliminación de la mayor cantidad posible de obstáculos que, hoy por hoy, entorpecen el desarrollo del libre mercado. Por ejemplo, suspender, en el caso de las personas que van a emplearse, la ley actual que impide el despido de los trabajadores. En la actualidad, esta ley causa desempleo. También, eliminar los obstáculos a la creación de nuevas instituciones financieras. Asimismo, eliminar la mayor cantidad posible de controles sobre los precios y salarios. El control de precios y salarios no sirve como medida para eliminar la inflación; por el contrario, es una de las peores partes de la enfermedad. (Eliminar obstáculos, pero no sustituir subsidios. La empresa privada tendrá la facultad de gozar de las recompensas del éxito solo si también arriesga soportar los costos del fracaso. Todo hombre de negocios cree en la libre empresa para todos, pero busca también favores especiales para sí mismo. Ningún obstáculo, ningún subsidio; esa debiera ser la regla).
8. Tome las providencias necesarias para aliviar cualquier caso de real dificultad y severa angustia que se dé entre las clases más pobres. Tome en cuenta que las medidas tomadas no producirán, por sí mismas, daño en estos grupos. El despido de empleados públicos no reducirá la producción, sino que simplemente eliminará gasto- sus despidos no significarán la producción de un pan o un par de zapatos menos. Pero indirectamente, algunas de las clases menos privilegiadas serán afectadas y, séanlo o no, el programa de medidas será señalado como el culpable de sus angustias. Por lo tanto, sería beneficioso tomar ciertas providencias de este tipo en dicho programa. En este aspecto, mi ignorancia de la situación y acuerdos actuales vigentes en Chile me hacen imposible ser más específico.
Un programa de shock tal como este podría eliminar la inflación en cuestión de meses. También fundaría las bases necesarias para lograr la solución de su segundo problema: la promoción de una efectiva economía social de mercado. Este no es un problema de reciente origen, sino que surge de tendencias al socialismo que comenzaron hace 40 años y que alcanzaron su lógico, y terrible clímax, durante el régimen de Allende. Ustedes han sido extremadamente sabios en la aplicación de las muchas medidas que ya han tomado para revertir esta tendencia.
La eliminación de la inflación llevará a una rápida expansión del mercado de capitales, lo cual facilitará en gran medida la privatización de empresas y actividades que aún se encuentran en manos del Estado.
El más importante paso en este sentido es la liberalización del comercio internacional para, de este modo, proveer de una efectiva competitividad a las empresas chilenas y promover la expansión de las importaciones y de las exportaciones. Lo anterior no solo mejorará el bienestar del chileno común al permitirle adquirir todos los bienes al menor costo, sino que también disminuirá la dependencia de Chile en una sola exportación de importancia: el cobre. Quizás la mayor recompensa en esta área se obtendría a través de la liberalización de la importación de vehículos motorizados.
Estoy consciente de que su Gobierno ya ha dado pasos importantes y planea otros futuros en orden a reducir las barreras al comercio internacional y a liberalizarlo, y que, como resultado de ello, la ventaja competitiva real de Chile se refleja mejor en este hoy que en las décadas pasadas. Este es un gran logro. También veo que en esta área existe un fuerte argumento a favor de una gradualización para entregar a los productores chilenos una oportunidad para ajustarse a las nuevas condiciones. No obstante, gradualismo no debe significar quedarse estancado. En mi opinión personal, creo que un buen consejo para Chile sería dirigirse a la liberalización del comercio a una velocidad y en una extensión mucho mayores de las que hasta ahora han sido propuestas. Un comercio totalmente libre es el objetivo final deseable, aunque no sea posible de alcanzar en el más cercano futuro.
Quisiera concluir esta carta diciendo que estoy seguro que Chile tiene un gran potencial. Ha sido un pueblo capaz, letrado, creativo y lleno de energía, que tiene una larga historia y tradición de orden y paz social. Hace unos cuarenta años atrás, Chile, como muchos otros países, incluyendo el mío, se encausó en la ruta equivocada, por buenas razones y sin maldad, ya que fueron errores de hombres buenos y no malos. El mayor error, en mi opinión, fue concebir al Estado como el solucionador de todos los problemas, de creer que es posible administrar bien el dinero ajeno.
Si Chile toma hoy la senda correcta, creo que puede lograr otro milagro económico: despegar hacia un crecimiento económico sostenido que proveerá una ampliamente compartida prosperidad. Pero para aprovechar esta oportunidad, Chile deberá primero superar un muy dificultoso período de transición.
Sinceramente,
Milton Friedman».
Entrevista a Pinochet: 10 años de gobierno (SEMANA, 17/7/1983)
SEMANA: Al cumplir 10 años de su gobierno, ¿cuál es, en su opinión, el balance político, social y económico de Chile en este período?
PINOCHET: En estos años, el país ha avanzado notoriamente hacia el establecimiento de una sociedad libre en lo político, en lo económico y en lo social. Toda la inmensa obra del Gobierno se ha orientado hacia ello, creando una institucionalidad integral que comprende esos tres aspectos.
En el plano político, el país cuenta hoy con una Constitución que fue aprobada por el 67% de los electores, a través de un plebiscito libre, secreto e informado, lo cual prevé un itinerario para su vigencia plena.
En el plano social, Chile ha librado en estos últimos años una batalla directa contra la extrema pobreza que heredáramos de gobiernos anteriores. El Estado invierte casi el 60% de su presupuesto en gasto social. Nuestra realidad social es absolutamente diferente hoy a la que había en 1973.
En el ámbito económico, el Gobierno ha puesto en práctica una estrategia de desarrollo basada en el respeto absoluto al principio de propiedad privada de los medios de producción y en la libre empresa. El Estado actúa en subsidio de los particulares y realiza su ineludible labor de fiscalización y control, supliendo, cuando así se requiere, la actividad de los particulares.
Nuestro sistema económico permitió a Chile superar los desastrosos efectos del régimen marxista, posteriormente enfrentar con éxito la llamada crisis del petróleo en 1975 e hizo posible que creciéramos entre 1977 y 1980 en una tasa promedio anual de 8.5%, más del doble del promedio histórico. Hoy, como todos los países del mundo, enfrentamos la crisis económica, para lo cual hemos debido variar algunos instrumentos de política económica.
Chile, en 1983, es un país lleno de perspectivas, con un potencial de desarrollo y con un futuro político definido. Nuestro Gobierno cumplirá fielmente el compromiso contraído con los chilenos de avanzar gradual y progresivamente, como lo indica nuestro orden constitucional, hacia una democracia renovada que favorezca el progreso social y la justicia.
S.: Se rumora que se está dando en Chile la conformación (en la clandestinidad) de una especie de «multipartidaria», tendiente a la reactivación y legalización de los partidos políticos. ¿Cómo ve el Gobierno ese proceso?
P.: La Constitución establece el sistema político que, a partir de 1989, contempla la existencia de partidos políticos. Durante la etapa de normalización institucional que vive el país, los partidos políticos se encuentran en receso, mientras se establece un estatuto que asegure que éstos actuarán dentro del ámbito que les es propio, que su contabilidad y registros sean públicos y que en su organización interna sean democráticos.
S.: ¿Cómo son las relaciones actuales entre el Gobierno y los sectores sindicales de su país?
P.: El gobierno ha reconocido y promovido desde el primer momento el derecho de los trabajadores a desarrollar una vida sindical libre. Para ello fue promulgada una legislación laboral que consagra una organización sindical democrática y una negociación colectiva justa. Lo que vale realmente en el sindicato es la voluntad de cada trabajador; su afiliación es voluntaria y así los dirigentes son verdaderamente representantes de sus bases. Las intervenciones ajenas a la voluntad de los trabajadores, así como la instrumentalización política de los sindicatos, desnaturalizan la función de éstos y destruyen el auténtico sindicalismo.
La llamada Coordinadora Nacional Sindical es un organismo que no representa en absoluto a los trabajadores chilenos y que, careciendo de existencia legal, pues no la han solicitado, se arrogan una representación ilegítima de los trabajadores. Por ello, los Tribunales de Justicia la han sancionado.
S.: Señor Presidente, la actual situación financiera chilena no es de las mejores. Hoy el 65.6% de ese sector está intervenido por el Estado y las deudas de dichas empresas ascienden a los 77 mil millones de pesos, (unos mil millones de dólares), ¿Cuál es entonces el porvenir económico del país?
P.: Chile vive una situación económica difícil que deriva fundamentalmente de una crisis financiera internacional de enorme magnitud. Hemos debido enfrentar un período prolongado de disminución de la actividad económica, restricciones, quiebras de empresas y cesantía.
En vista de lo anterior, pusimos en vigencia el año pasado una nueva política cambiaria para estimular las exportaciones, consiguiendo en 1982 un superávit de más de 200 millones de dólares en el intercambio comercial con el exterior. Además hemos impulsado el saneamiento del sistema financiero, para evitar la concentración entre las entidades financieras y las empresas productoras.
Se han realizado conversaciones con el Fondo Monetario Internacional para lograr un refinanciamiento de los pagos por concepto de deuda externa, y se han sostenido encuentros también con bancos extranjeros acreedores que han demostrado una buena disposición.
Sabemos que el camino no está exento de dificultades. Sin embargo, ya hay algunos síntomas de recuperación y esperamos que en el corto plazo la reactivación sea una realidad generalizada. Estamos dispuestos a vivir con la austeridad que nos imponen nuestros compromisos externos y haremos lo posible por aumentar el ahorro interno.
S.: ¿Cree usted, señor Presidente, que el actual proceso de cambio en América Latina afecta de alguna manera la estabilidad del régimen que usted orienta?
P.: Si por proceso de cambio usted se refiere al progresivo restablecimiento de régimenes democráticos en América Latina, esto de ninguna manera puede afectarnos negativamente, pues en Chile estamos viviendo el mismo proceso.
Chile, al igual que otras naciones del continente, fue afectado por el quiebre de su sistema democrático y, también como otros países, procura corregir los defectos de éste y restablecerlo.
S.: Su gobierno ha hablado de permitir el regreso de algunos exiliados. ¿Por qué esa apertura no se extiende a todas las categorías de exiliados chilenos?
P.: El Gobierno se ha visto en la obligación de aplicar la pena del exilio en resguardo de la paz social y del orden público. Ha sido necesario restringir los derechos de quienes han promovido entre nosotros la guerra civil, la violencia y el terrorismo, para asegurar los derechos humanos de la ciudadania, particularmente de las potenciales víctimas de los terroristas.
En la medida en que se ha restablecido el orden público y la paz social, el Gobierno ha considerado oportuno levantar la sanción del exilio a aquellas personas que expresen la voluntad de no volver a perturbar el orden público.
El Gobierno formó a fines del año pasado una comisión especial, integrada por juristas de reconocido prestigio, con el objeto de proponer normas para evaluar estos casos.
La aplicación de tales normas ha permitido el reingreso de numerosas personas, proceso que continuará, haciendo posible el ingreso de quienes estén dispuestos a actuar dentro de las normas legales y constitucionales vigentes.
S.: Diez años después del derrocamiento del presidente Allende, aún se oye decir que su régimen se sostiene gracias a medidas de control político y social sumamente duras. Amnistía Internacional ha reportado que se siguen dando casos de desaparecidos ¿Cuándo terminará esa situación?
P.: Desde sus inicios, a partir del Pronunciamiento Militar del 11 de septiembre de 1973, el régimen se mantiene con el apoyo mayoritario de la ciudadanía, expresado, entre otras formas, en la aprobación de la Constitución que nos rige.
Esta Constitución faculta al Ejecutivo para combatir acciones subversivas como el terrorismo.
Con respecto a las denuncias de Amnistía Internacional, declaro enfáticamente que no existen casos de desaparecidos, salvo algunas denuncias no resueltas que se remontan a los años 1973 y 1974, época en la cual el Gobierno debió enfrentar a fuerzas paramilitares constituidas por más de 15.000 guerrilleros reclutados por el terrorismo internacional.
S.: ¿Qué opina, Presidente, de la situación en América Central y de los planteamientos de paz para esa región que los gobiernos de México, Colombia, Venezuela y Panamá han hecho?
P.: El conflicto que afecta a la región centroamericana ha alcanzado proporciones que no sólo comprometen a los países involucrados en él, sino que ha trascendido el ámbito regional, motivos por los cuales constituye una gran preocupación para el Gobierno que presido. Por ello, Chile observa con interés toda iniciativa tendiente a buscar una solución que traiga la paz y la concordia en el área.
La vocación pacifista de Chile, inspirada en su apego irrestricto a los tradicionales principios tales como la solución pacífica de controversias, el respeto a la autodeterminación de los pueblos, el rechazo al uso de la fuerza o la amenaza de su empleo y la no intervención en los asuntos internos de otros Estados, principios que orientan nuestro quehacer en la Comunidad Internacional, lleva a concluir que mi Gobierno no puede sino identificarse plenamente con los esfuerzos que conduzcan a una paz permanente en Centroamérica.
S.: ¿Cuál es el estado de las negociaciones con Argentina por el Canal del Beagle?
P.: Estimo indispensable efectuar, previamente, una aclaración; el conflicto por el Canal del Beagle fue definitivamente resuelto por el Laudo Arbitral de Su Majestad Británica, de fecha 2 de mayo de 1977. Este instrumento internacional está plenamente vigente y trazó la frontera terrestre y marítima entre Chile y Argentina en dicho Canal.
En cuanto al diferendo sobre la zona austral, el proceso está entregado a las sabias manos de Su Santidad Juan Pablo II. El Mediador, con fecha 12 de diciembre de 1980, entregó a ambas Partes su Propuesta que contiene una solución justa, honorable y definitiva de la controversia austral. El Gobierno de Chile dio su respuesta favorable a dicha Propuesta con fecha 26 de diciembre de 1980. El Gobierno argentino, por su parte, aún no se pronuncia sobre dicha iniciativa del Sumo Pontífice. No obstante, renuevo mi confianza en la mediación del Santo Padre y en el feliz éxito de este proceso que los chilenos anhelamos.
UNA INTENSA JORNADA
Calificada como «legítima y patriótica» por sus organizadores, y como «provocación marxista», por parte del gobierno, la «Segunda Jornada de Protesta Nacional» llevada a cabo el 14 de junio, volvió a poner de presente el descontento de los chilenos con la dictadura. Una vez más, en el corto lapso de cinco semanas, las ciudades más importantes del país austral se vieron invadidas por manifestantes coreando consignas de protesta. El evento convocado por el Comando Nacionál de Trabajadores Chilenos (CNT) que dirige Rodolto Seguel, confirmó el comienzo de lo que al parecer será una larga lucha entre los militares y grandes masas de la población. A diferencia de lo sucedido en mayo 11, cuando las manifestaciones fueron casi enteramente obreras, en esta oportunidad otros sectores de la opinión se sumaron a la jornada. Los enfrentamientos con la policía dieron como resultado el trágico saldo de dos muertos, numerosos heridos, así como más de mil detenidos.
Lejos de buscar una solución conciliatoria, el general Augusto Pinochet provocó el estupor internacional cuando anunció que el gobierno iba a tomar una posición más dura en el tratamiento de la situación.
Horas después de la jornada, fue detenido el líder minero Rodolfo Seguel calificado por algunos como el Walésa chileno, y responsabilizado por las autoridades de ser el organizador de la protesta nacional. La detención, atribuida a los servicios de seguridad, provocó una respuesta inmediata de la Confederación de los Trabajadores del Cobre que, al final de la semana, realizó un paro de 24 horas en el cual participaron la mayoría de sus 22 mil afiliados. La huelga fue decretada previa a un paro general como protesta por la detención del líder y para exigir su liberación.
Las circunstancias actuales recuerdan, una vez más los convulsionados momentos qué antecedieron al golpe de Estado de sentiembre del 73. Carente de mayor respaldo por parte de la clase media, los sectores obreros y cierta fracción de los grupos de mayor poder económico, Pinochet se basa ahora en el control de las Fuerzas Armadas para mantenerse en su sitio. Inclusive, sectores que durante años habían apoyado a la dictadura han presionado a la administración para que se baje de su pedestal. Por ejemplo, el influyente diario «El Mercurio», reconocido gobiernista, manifestó en su editorial que «parece indispensable que el gobierno considere como un hecho lamentable pero indiscutible que ha perdido crédito en la ciudadanía».
Las exigencias de la CNT están en franca contienda con la filosofía de la dictadura militar y en esta idea se puede basar la línea adoptada desde el palacio de La Moneda, Pinochet sabe que si llega a ceder, sus ilusiones de mantenerse hasta 1989 no se concretarán. La CNT tiene nueve puntos de lucha:
– Terminación del estado militar de emergencia
– Democratización automática de las Uníversidades (antes del golpe los rectores eran nombrados por la comunidad uníversitaria ahora son nombrados rectores militares).
– Apertura de registros electorales y elección de parlamentarios
– Regreso de los exiliados (estimados en más de un millón)
– Fin a la censura de prensa y libros
– Plan de emergencia económica para disminuír el desempleo
– Restauración de la legislación liberal vigente antes de 1973
– Reajuste de salarios
– Devolución de fondos y personería jurídica a las organizaciones políticas y sindicales disueltas por decreto.
Discurso de Augusto Pinochet, al dar cuenta del estado administrativo y político de la Nación, en el décimosexto aniversario de Gobierno (11 de septiembre de 1989)
Compatriotas:
Al conmemorarse un nuevo aniversario del pronunciamiento militar del 11 de septiembre de 1973, y en cumplimiento del mandato establecido en la Constitución Política de la República, me dirijo al país para dar cuenta del estado administrativo y político de la nación.
Lo hago en momentos muy especiales, pues el itinerario institucional que hemos llevado a cabo está culminando exitosamente. Sin embargo, muchos de los comprometidos en el colapso de la democracia han vuelto a alzar sus voces no sólo con ánimos revanchistas, sino pretendiendo olvidar o ignorar los acontecimientos de esos años, durante los cuales con fe y trabajo hemos hecho de Chile un país digno y soberano, orgulloso de sus logros, que le son internacionalmente reconocidos.
Esos señores, cegados por su egoísmo y ofuscados por la pasión no actúan objetivamente, sino que con soberbia, lo que los ha llevado, incluso, a ofender a los miles de mujeres chilenas que en estos años, movidas sólo por el amor a sus compatriotas de menores recursos, han hecho del trabajo voluntario y desinteresado un verdadero apostolado.
iCuántos son los niños, los ancianos, las madres, los enfermos y los desvalidos que han recibido su abnegada ayuda y consuelo!
iEl10s son los mejores testigos de la entrega que estas nobles damas del voluntariado han realizado, a lo largo de todos estos años, en favor de nuestra Patria!
¡Vaya para ellas mi eterna gratitud y el reconocimiento sincero del Gobierno que me honro en presidir!
Señoras y señores:
Los que hoy se autocalifican de paladines de la democracia son los mismos que, con su obcecación, la destruyeron. Por ello, con preocupación, observamos cómo hoy día pregonan retornar a aquellos caminos del pasado, los mismos que nos condujeron a la peor crisis de nuestra Patria.
¡Estos señores olvidan que el 11 de septiembre de 1973 representó una luz de esperanza hacia la libertad y que este hecho de armas marcó el comienzo de la reconstrucción de la convivencia nacional!
¡El caos generalizado que vivía Chile se detuvo en esa histórica fecha! Para lograrlo, hubo que recurrir a la instancia suprema que tiene toda sociedad organizada para defender su integridad física y su identidad histórico-cultural, socavadas por un largo y paulatino proceso de descomposición socioeconómica e ideológica, cuyos costos se trasladaron al interior de las familias de nuestro pueblo.
El derecho de propiedad pasó a constituir una mera garantía de papel, pues fue vulnerado impunemente por políticas de carácter populista que trajeron retraso y pobreza al país, y, al mismo tiempo, las potencialidades y capacidades de las hijas e hijos de esta tierra se encontraban aplastadas, como resultado del creciente estatismo y de la burocracia.
¡El Estado ejercía un control asfixiante de toda posibilidad de desarrollo! ¡Ni la iniciativa individual ni las capacidades creadoras de los chilenos tenían posibilidad alguna de expresión!
Por otra parte, las influencias ideológicas foráneas transformaban a Chile en sucursal de partidos políticos extranjeros. Son esos grupos políticos de la época, y sus seguidores, los que tuvieron una intervención preponderante en la destrucción del sistema democrático, tan arraigado en el alma chilena.
¡Aunque suene curioso, muchas de esas colectividades del pasado, las mismas que hoy subsisten gracias al dinero extranjero, sostienen que constituyen un soporte fundamental para alcanzar la democracia! ¡Qué ironía, señores!
¡Pero si fueron ellas las que tuvieron una responsabilidad indiscutible en su colapso!
Fue el abandono del papel que les corresponde a estas agrupaciones en sus tareas políticas, junto a la falta de normas claras que regularan su función en la vida pública del país, lo que caracterizó la mayor parte del período de vigencia de la Constitución Política de 1925.
Esa falta de control fue la causa más importante de su desborde, y comenzó a dominar a los partidos políticos a partir de la década del cincuenta, alejándolos del bien común, a la vez que empezaban a servir intereses de turno, propios de las verdades absolutas que guiaban sus doctrinas.
¡No es de extrañar, entonces, que con el fin de impregnar toda la sociedad de su ideología se politizaran los sindicatos, los centros de alumnos, las asociaciones profesionales, las juntas de vecinos y, en una palabra, todos los cuerpos intermedios que en ella existían!
La familia tampoco estuvo libre de este proceso, puesto que bajo esta concepción era necesario buscar adeptos incluso en aquellos grupos que son expresión espiritual, y cuyo papel está en la Iglesia, quienes también toman partido y, aún más, no temen actuar en pos de nuevas concepciones alejadas de Dios y en promover la «teología de la liberación «.
La ideologización de los partidos políticos y su proyección al resto de las actividades nacionales fue causa de huelgas, paros, enfrentamientos y, especialmente, de una frondosa legislación destinada a favorecer situaciones particulares y, por qué no decirlo, a pagar favores electorales.
Así, el Congreso Nacional, pilar del sistema democrático, se convirtió, muchas veces, en una instancia para satisfacer intereses puntuales, y se olvidó de aquellos compatriotas que más requerían de su atención.
Por su parte, con pena veíamos cómo algunos de los Presidentes de la República de esos años ejercían un papel de meros ejecutores de los programas electorales elaborados por los partidos o coaliciones de partidos que los apoyaban y, lo que es más, estas decisiones eran exclusivamente de sus cúpulas.
En este contexto, el 4 de noviembre de 1970 asume el poder un mandatario que no trepidó en declararse abiertamente marxista-leninista y cuyo principal, y quizás único, objetivo era convertir a nuestra Patria en un nuevo satélite de la Unión Soviética.
¡Si basta leer su discurso de fines de 1972, en Moscú, para comprender cómo nos transformó sumisamente en hermano menor del gigante comunista!
En la lógica marxista los principios y valores que animan al ser nacional son sólo instrumentos al servicio de una supuesta clase explotadora y, por ende, deben ser eliminados.
Luego, no nos debe extrañar que el mal llamado gobierno de la Unidad Popular aprovechara la debilidad del sistema democrático para llevar a cabo una lapidaria obra de destrucción de la identidad nacional y, en definitiva, atropellara la dignidad del pueblo chileno, legada por los Padres de la Patria.
Desde sus primeros días en el poder, el gobierno marxista alteró profundamente nuestra convivencia ciudadana.
Así provocó daños irreparables en aspectos relativos al orden público, al aparato productivo, a las actividades laborales y gremiales, a la educación, a la situación financiera, económica y comercial y, en general, al ejercicio de los derechos, afectando particularmente la libertad personal y la creatividad que lleva aparejada.
En todos sus niveles, la ciudadanía experimentó, de manera dramática, el caos, la anarquía, la inflación descontrolada, el desabastecimiento y la entronización deliberada de un clima de odio y violencia.
¡No había protección posible, pues se despreciaba e injuriaba a los poderes públicos!
La prensa dominada por el marxismo ofendía a las autoridades encargadas, precisamente, de hacer cumplir la ley, mirándolas a través de un prisma turbio y malintencionado.
¡El Poder Judicial y la Contraloría General de la República, soportes esenciales del régimen democrático, eran ultrajados y ofendidos!
Como prueba de estas realidades, en numerosas oportunidades se ha invocado el acuerdo de la Cámara de Diputados del 23 de agosto de 1973, para cuya aprobación concurrió con su voto la mayor parte de los representantes de la soberanía popular actitud que hoy se pretende ocultar o desconocer.
Para que no suene como alusión abstracta esta evocación, creo indispensable traer a la memoria lo que allí se denunció, es decir, que el gobierno de la Unidad Popular, desde sus inicios, se había empeñado en conquistar el poder total, con el evidente propósito de someter a todas las personas al más estricto control económico y político por parte del Estado y lograr de ese modo la instauración de un sistema totalitario.
Asimismo, dicha Cámara señaló que, para lograr ese fin, el gobierno marxista había hecho de las violaciones a la Constitución y a la ley un sistema permanente de conducta, llegando a los extremos de desconocer y atropellar sistemáticamente las atribuciones de los demás poderes del Estado, con lo cual había destruido elementos esenciales de la institucionalidad y del estado de derecho.
Entre otras acusaciones concretas, la Cámara de Diputados, con los votos favorables de la Democracia Cristiana y de la Centroderecha, formuló las siguientes:
– Usurpar al Congreso su principal función, como es la de legislar.
– Burlar permanentemente las funciones fiscalizadoras de ese organismo y hacer «tabla rasa » de su alta responsabilidad como parte del poder constituyente.
– Capitanear una infamante campaña de injurias y calumnias contra la excelentísima Corte Suprema. – Burlar la acción de la justicia.
– Hacer «tabla rasa» del principio de la separación de los poderes del Estado.
– Violar sistemáticamente los dictámenes y actuaciones de la Contraloría General de la República.
– Violar el principio de igualdad ante la ley.
– Atentar gravemente contra la libertad de expresión.
– Violar el principio de autonomía universitaria.
– Estorbar, impedir y, a veces, reprimir con violencia el ejercicio del derecho de reunión.
– Atentar contra la libertad de enseñanza.
– Violar sistemáticamente la garantía constitucional del derecho de propiedad.
– Incurrir en frecuentes detenciones ilegales.
– Desconocer los derechos de los trabajadores y de sus organizaciones sindicales o gremiales.
– Romper compromisos contraídos para hacer justicia con los trabajadores y
– Estimular y proteger la formación y mantenimiento de organismos sedicioso y armados.
Por ello, creo importante reiterar que la crisis que culminó el 11 de Septiembre de 1973 no fue sólo un quiebre institucional, o una crisis económica, sino que, lo que es aún más grave, representó el peor quebrantamiento de la convivencia nacional de que se tenga memoria.
Chile se encontraba al borde de la guerra civil, era un país enfermo, donde afloraban las ciegas pasiones y se rechazaban la cordura y la sensatez.
En efecto, toda solución de carácter político que permitiera restablecer la convivencia nacional era absolutamente imposible, por la crisis global que atravesaba nuestra Patria.
El anhelo nacional de salvación y liberación del país coincidió con el sentido del deber, el profesionalismo y el patriotismo propios de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden, que no pueden eludir responsabilidades ni escatimar sacrificios, pues para ello están juramentadas.
Es así como en esa fecha que recordamos, el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y Carabineros, definidos constitucionalmente como la fuerza pública y respondiendo al clamor que emanaba desde el cuerpo social mismo, enfrentaron la amenaza extrema que se cernía sobre la nación y lograron, exitosamente, poner término al proceso de destrucción sistemático e integral de los elementos constitutivos de la realidad y del ser chilenos.
¡Qué emocionante es hoy día recordar algunos de los párrafos del acta de constitución de la Junta de Gobierno que reflejan, en toda su dimensión, el compromiso que las Fuerzas Armadas y Carabineros asumieron el 11 de Septiembre de 1973 y que se está cumpliendo más allá de lo previsto!
En ese trascendental documento se consideró, entre otras materias, lo siguiente:
Que la fuerza pública, formada constitucionalmente por el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y el Cuerpo de Carabineros, representa la organización que el Estado se ha dado para el resguardo y defensa de su integridad física y moral y de su identidad histórico-cultural.
Que, de consiguiente, su misión suprema es la de asegurar, por sobre toda otra consideración, la supervivencia de dichas realidades y valores, que son los superiores y permanentes de la nacionalidad chilena, y que Chile se encontraba en un proceso de destrucción sistemática e integral de estos elementos constitutivos de su ser, por efecto de la intromisión de una ideología dogmática y excluyente, inspirada en los principios foráneos del marxismo-leninismo.
Consecuente con ello, los mandos superiores de las Fuerzas Armadas y Carabineros acordaron, en cumplimiento del impostergable deber que tal misión impone a los organismos defensores del Estado, constituirse en Junta de Gobierno y asumir el mando supremo de la nación, con el patriótico compromiso de restaurar la chilenidad, la justicia y la institucionalidad quebrantadas, conscientes de que ésa era la única forma de ser fieles a las tradiciones nacionales, al legado de los Padres de la Patria y a la historia de Chile, y de permitir que la evolución y el progreso del país se encauzaran vigorosamente por los caminos que la dinámica de los tiempos exigían a Chile en el concierto de la comunidad internacional de que forma parte.
Hoy, nadie puede negar que la acción de los cuerpos armados de la República estimuló una adhesión fervorosa y plena de la inmensa mayoría de los chilenos, pertenecientes a todos los sectores políticos y de opinión libres, que estaban afectados directamente por la agresión marxista y su amenaza totalitaria.
¡Esta nueva victoria de las Fuerzas Armadas y Carabineros constituye un hito más de sus gloriosas jornadas a través de la historia patria!
¡Por ello, inspirado sólo en los altos valores inmutables de la Patria, y con la firme serenidad de soldado, declaro, en esta solemne ocasión, que las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden no permitirán que nuevamente se pretenda desfigurar nuestra identidad y someter nuestra soberanía a cualquier designio ideológico extraño a nuestro ser nacional!
¡Quienes lo postulan, deben recibir el pleno rechazo a sus hipocresías y a sus falacias!
Señoras y señores:
Las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden se vieron ante el deber insoslayable de asumir dos tareas esenciales, y adicionales a las de carácter profesional que, en lo medular, ya habían cumplido, para restaurar el país en todos sus órdenes y actividades.
Una, de carácter fundacional, trataba de afianzar los renovados cimientos de esa democracia quebrantada por la acción de muchos de aquellos que hoy se declaran sus más fervientes defensores.
La otra consistía en la administración del Estado, ejerciendo los poderes Ejecutivo y Legislativo, pues desde el primer momento comprometimos nuestro pleno respeto a la independencia del Poder Judicial.
Para lo primero, había que abordar la edificación de la institucionalidad que el país requería, tanto en el sentido de reponer todas aquellas realidades, principios y valores que habían sido conculcados, como en el de aportar creativamente elementos que la perfeccionaran.
iUn nuevo orden institucional debía ser la respuesta a la definición más profunda de nuestros propósitos de alcanzar una sociedad que progrese en libertad y en justicia! Por consiguiente, la proporción de los daños hacía imperativo que dicha tarea abarcara todos los ámbitos de la institucionalidad que había hecho crisis, principalmente en lo político, en lo social y en lo económico.
Labor que entrañaba un énfasis decidido y pleno en favor de la libertad, sobre la base de una confianza en las potencialidades de la persona humana, tan generosamente dadas por la Providencia a los chilenos.
En el orden político-institucional, era primordial reformular y fortalecer un sistema auténticamente democrático, por cuanto es parte de nuestra idiosincrasia, permitiendo que se desenvuelva de manera estable y con una sucesión en el poder que no comprometa a la República en su subsistencia e identidad.
Por ello, puede sostenerse, con justicia, que el desempeño de nuestro Gobierno ha sido el historial de un permanente proceso de enunciación y puesta en práctica de una democracia renovada.
Lo cual se manifiesta tanto en la concepción y dictación de las normas respectivas, como en un metódico proceso de autorregulación y autolimitación del poder en favor de situaciones cada vez más participativas.
Luego, cabe recordar que uno de los primeros actos gubernativos posteriores al 1 1 de Septiembre de 1973 fue el de iniciar el indispensable estudio de una constitución política que sustituyera a la de 1925, cuyas principales inspiraciones habían quedado frustradas por su inadecuada práctica y del todo sobrepasadas por la envergadura de los hechos acaecidos hasta 1973.
Esta labor culminó en 1980, con el proyecto que fue aprobado en forma abrumadora por la ciudadanía ese mismo año y, más tarde, ratificado al aprobarse, recientemente, un conjunto de reformas que han venido a perfeccionar el texto ya vigente.
Nuestros compatriotas comprendieron que la Constitución Política que hoy rige nuestros destinos representa un adecuado equilibrio entre la libertad consustancial a todo ser humano y el necesario orden que toda sociedad requiere para convivir armónicamente y desarrollarse.
La Carta Fundamental de 1980 constituye la base de todo el edificio institucional, porque ella está sólidamente fundada en los principios y valores que identifican el ser nacional y que son los mismos por los que ofrendaron sus vidas los Padres de la Patria. Asimismo, la Constitución Política es la que contiene el itinerario institucional que hoy nos ha colocado a pasos de una auténtica democracia, que las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden hemos respetado y cumplido íntegramente.
Ese fue nuestro compromiso del 11 de Septiembre de 1973 y por él hemos desplegado nuestros mejores esfuerzos!
¡Por él se ha derramado la sangre de muchos hombres, cuyos corazones estaban henchidos de amor por la Patria! Asimismo, en el orden socioeconómico, la tarea era de grandes magnitudes, puesto que se debía enfrentar y reemplazar un estatismo socializante, el que, desde hacía muchas décadas, regía a nuestro país.
Tampoco puede olvidarse que, en la estrategia marxista, la absorción de la propiedad por parte del Estado es un paso requerido para la instauración del régimen totalitario.
El Gobierno, estimulado por sus convicciones, recogió el clamor de la vocación de libertad del pueblo chileno e inició un acelerado proceso en la actividad económica y social.
Así, se desarrolló una política económica basada en el papel fundamental que debe cumplir el mercado, en el vigor que da el derecho de propiedad privada y, sobre todo, en la confianza en las capacidades e iniciativas individuales como motor de todo progreso.
¡Era tiempo de que los particulares asumieran, en plenitud, las responsabilidades que les son propias! Luego, a través de todas estas acciones, la libertad fue abriéndose camino en todos los ámbitos de la actividad nacional. Señoras y señores: El Gobierno de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas de Orden heredó, en septiembre de 1973, un país al borde de la destrucción social y económica, como consecuencia de los profundos desequilibrios que enfrentaba.
En efecto, basta recordar que la tasa de inflación alcanzaba niveles insostenible~, que las distorsiones existentes en el sistema de precios eran enormes, que el déficit fiscal se acercaba al 25% del producto, que había una balanza de pagos negativa y que las reservas internacionales sólo podían financiar unos pocos días de importaciones.
¡Cada hogar chileno sufría los rigores de las indignas colas o debía plegarse al auge del mercado negro, que trataba de paliar, con productos muy por sobre el valor real, el desabastecimiento! ;Este hecho anormal no era ajeno a las intenciones de sometimiento de las voluntades que buscaba el marxismo! Sin embargo, esta situación no afectaba a quienes ejercían el poder, verdadera nomenclatura criolla, los que gozaban de privilegios inalcanzables para el resto de la población nacional.
He ahí una de las razones por las que hoy día desean regresar. Por último, recordemos que el 4 de septiembre de 1973 el mandatario de la Unidad Popular declaró públicamente: «No tenemos el más mínimo stock de harina, a lo sumo queda para tres o cuatro días más».
¡Esa era la situación por la que atravesaba nuestra Patria! Por lo tanto, la política de ajuste y estabilización que nuestro Gobierno empezó a desarrollar, así como la reforma económica estructural, implicó, desde luego, hacer frente a numerosos grupos de presión que se habían beneficiado con las regulaciones y franquicias que el Estado había incentivado, irresponsablemente, después de largos años de intervención económica.
Ahora, en cambio, se procuró que el progreso personal se basara, exclusivamente, en los méritos de cada uno, en su capacidad de ahorro, en la imaginación creadora y en la responsabilidad para prever el futuro.
En este contexto, es importante tener presente que la positiva evolución que hoy presenta la economía chilena no es producto de improvisaciones ni del azar, sino que de un criterio realista y perseverante.
Los resultados exhibidos durante estos últimos años constituyen, en efecto, el reflejo de una política económica coherente y responsable, que privilegia la estabilidad sostenida del progreso por sobre las bonanzas transitorias, efímeras y de corto plazo
Dicha política económica está orientada a favorecer el desarrollo de una nueva mentalidad que supere la mediocridad y el estancamiento que nos carcomieron en el pasado. Asimismo, hemos procurado superar el estatismo centralista para reemplazarlo por un Estado subsidiario que fomenta la libre iniciativa de las personas, pero que, al mismo tiempo, está profundamente comprometido con la justicia social y la preocupación efectiva y eficiente por los sectores más necesitados.
¡En consecuencia, hemos respetado y promovido el esfuerzo y el trabajo abnegado de cada chileno!
A la vez, hemos conseguido acercar el Gobierno a todos aquellos compatriotas que se debaten por superar la pobreza, pues ella atenta contra la dignidad de la persona que es consustancial a todo ser racional.
Ahora bien, no se puede desconocer que una de las causas más importantes del nivel auspicioso de desarrollo económico que presenta nuestro país se encuentra en la apertura de sus mercados al exterior, en el incremento de la inversión foránea y en la igualdad de condiciones que se ha asegurado a los inversionistas nacionales y extranjeros. En materia de exportaciones, no podemos olvidar que el cobre, cuyos trabajadores se opusieron permanentemente a la acción destructiva de la Unidad Popular, representaba en 1973 cerca del ochenta por ciento de la entrada de divisas, lo que hoy, en cambio, llega alrededor de sólo cuarenta y cinco por ciento.
Así, nuestras exportaciones empezaron a abordar rubros no tradicionales, como la producción y exportación de elementos computacionales con ventas por 230 millones de dólares y con un crecimiento que las multiplica por diez desde 1980 a la fecha.
Otro ejemplo digno de distinguir está constituido por las exportaciones frutícolas, que crecieron más de 25 veces desde 1973 hasta el presente año.
Esta tendencia no se vio afectada por la reciente crisis de la fruta, debido a las medidas y decisiones adoptadas oportunamente para evitar que miles de familias chilenas vieran afectada, en forma significativa, su fuente de sustento.
¡No obstante, todavía hay algunos señores que dicen que el éxito del sector frutícola es consecuencia de políticas de antaño! ¡No es posible comprender cómo con el proceso de reforma agraria, llevado a cabo sectariamente por los gobiernos de la Democracia Cristiana y del marxismo-leninismo, se podría haber alcanzado un desarrollo como el que hoy presenta el campo chileno! En suma, podemos decir que mientras en 1971 se exportaban poco más de cuatrocientos productos diferentes a 58 países, hoy exportamos cerca de mil quinientos a 112 países.
El reforzamiento de iniciativas destinadas a mejorarla capacidad competitiva de nuestras exportaciones nos asegura, para el presente año, un superávit comercial cercano a los dos mil millones de dólares, permitiéndonos acumular reservas y pagar deudas que garantizan una estabilidad económica a mediano y largo plazo.
Sin duda, otra de las razones que han permitido estos positivos resultados ha sido el impulso al sector privado nacional, lo cual ha favorecido, entre otros, el desarrollo de la pequeña y mediana minería y el de la industria pesquera.
Nuestra firme convicción de que la libertad económica es consustancial a un régimen auténticamente democrático nos llevó a impulsar la privatización de empresas estatales, como la Compañía de Acero del Pacífico, la Compañía de Teléfonos de Chile, la Empresa Nacional de Electricidad y la Sociedad Química y Minera de Chile, entre algunas, y todo ello con el objeto de contribuir a la mayor eficiencia productiva
Pero también, y en forma muy importante, se incorporó a los propios trabajadores a los beneficios de una economía social de mercado, justa y solidaria, por la vía de convertirlos en copropietarios de las respectivas empresas.
¡Es interesante señalar que la incorporación de nuevos accionistas a las sociedades anónimas del país alcanza hoy una cifra próxima a los doscientos mil! ¡Así hemos buscado una participación real de los trabajadores en la propiedad de los bienes, asegurando su compromiso efectivo con el crecimiento del país y con la auténtica libertad! ;Qué diferencia existe con los añejos planteamientos sobre la propiedad de las empresas estatales! ¿Quién podía, señores, ejercer el derecho a esa propiedad?
¡Sólo el gobierno político de turno! Entonces, ¿de qué propiedad se hablaba? La radical diferencia con la situación que existe hoy día se basa en que, como accionistas propietarios, los trabajadores tienen una participación activa en las decisiones de la empresa y, por ende, su aporte se ha dignificado en el proceso productivo integral.
Señoras y señores:
¡El desarrollo que hemos impulsado abarca todos los sectores de la economía! Los logros obtenidos, si bien son claros y evidentes, requieren de consolidación. Ello exige mantener el compromiso con el crecimiento económico como fuente principal de bienestar de la población y, en ese contexto, la austeridad constituye una alta prioridad y debe observarse permanentemente.
No obstante lo anterior; el Gobierno ha estimado oportuno realizar un esfuerzo, particularmente significativo, en la permanente preocupación por elevar el nivel de bienestar de los chilenos.
En consecuencia, el Presidente de la República que les habla ha dispuesto un reajuste del 12% a las remuneraciones de los trabajadores del sectorpúblico, a partir del lo de diciembre del presente año.
Asimismo, he dispuesto otorgar una bonificación de fiestas patrias de seis mil pesos por trabajador activo y de dos mil pesos por cada carga familiar del sector pasivo, asegurándole a cada uno de los jubilados un mínimo de dos mil pesos por concepto de dicha bonificación.
Las medidas anunciadas constituyen una demostración más de que el país crece y se desarrolla y de que los beneficios de ese proceso comienzan a hacerse sentir en la población.
Compatriotas:
En otro ámbito de la economía, la evolución favorable que el país presenta ha permitido que, en el campo de la minería, se haya triplicado la producción de cobre en relación al año 1973, pero junto a ello, nos convertimos también en el primer productor mundial de carbonato de litio y de salitre.
Asimismo, estamos hoy entre los diez mayores productores de oro del mundo y somos el segundo exportador mundial de molibdeno y de yodo.
Por otra parte, en la mediana minería se encuentran, en la actualidad, algunas empresas cuyo capital y nivel tecnológico las sitúa en un verdadero nivel de competencia internacional.
¡LOS mineros que, con sacrificio y esfuerzo hacen posible estos logros, son los mismos que, valientemente, levantaron sus voces contra el oprobioso gobierno marxista!
¡Chile valora su patriótica entrega! También, en el sector pesquero, la actividad extractiva alcanzó un desembarque superior al 9% en relación a 1987 y a un 26% del promedio de los desembarques registrados en los últimos diez años.
Y en relación con la pesca artesanal, se dispuso el estudio de un título especial que contemple una zona de pesca y áreas de protección en beneficio de las actividades pesqueras de ese importante sector.
¡Ello es una nueva demostración del interés por la persona y sus capacidades! Otra transformación de Chile se llevó a cabo en el sector agrícola, donde se destaca el increíble desarrollo de las actividades agropecuarias y forestales que se ha producido en estos años.
Es conveniente recordar que nuestro Gobierno heredó las consecuencias de una agricultura estatizada y del flagrante despojo de la propiedad a sus legítimos dueños, como resultado del proceso de reforma agraria que retrasó al campo chileno y creó nuevos problemas sociales, arrojando una enorme pérdida al erario nacional.
¡Hoy el país observa con asombro cómo quienes tuvieron responsabilidades directas en la gestión de llevar a cabo la reforma agraria, se justifican y reconocen su fracaso, pero sin inmutarse expresan que el error no fue de ellos, sino de otros! ¡Qué impudicia y qué desvergüenza las de estos señores! No podemos olvidar que la puesta en ejecución de esa reforma significó destrucción, muertes, desempleo y, en definitiva, una manifiesta violación de los derechos humanos de la familia campesina que hoy se intenta ocultar tras una dialéctica marxista.
Frente a ello, nuestro Gobierno protegió y promovió el derecho de propiedad privada, junto con incentivar la iniciativa individual y la libertad de comercio interno y externo de los bienes y servicios provenientes del sector. Como era lo correcto.
Conciudadanos:
¡Esta política, sustentada esencialmente en la confianza en nuestros compatriotas y en sus potencialidades, ha generado más de un millón de empleos en el campo! En el mismo sector, y por su importancia, no puedo dejar de mencionar el diseño y puesta en marcha del «Plan nacional de desarrollo rural», que ha conseguido estimular el progreso de esas zonas al incrementar el nivel de vida de sus habitantes.
¡Así se identifica nuestro Gobierno con cada trabajador de esta tierra!
¡Así se impulsa, efectivamente, una nueva cultura del trabajo basada en el esfuerzo personal! Se persigue asegurar que el trabajador chileno tenga acceso a un trabajo digno, estable y productivo, sin otra exigencia que su idoneidad específica para desempeñarlo.
¡Ya no existen las odiosas diferencias del pasado entre obreros y empleados, provocadas interesadamente para permitir y fomentar la anacrónica concepción marxista de la lucha de clases! ¡Hoy, cada trabajador se considera una persona que no sólo debe asegurar su subsistencia sino también la de su familia! Nuestra permanente preocupación por el trabajador chileno nos permite afirmar, con evidente satisfacción, que a la fecha se ha capacitado a un total aproximado de un millón seiscientos treinta mil personas, lo que sin duda ha contribuido a fortalecer la eficiencia de las empresas.
También, nuestra constante atención hacia el joven trabajador chileno ha llevado a fomentar la contratación de aprendices, cuyos costos de capacitación se descuentan de las obligaciones tributarias de la empresa contratante.
¡Creo que ésta es una palpable demostración del interés que tiene el Gobierno por generar las condiciones que permitan contribuir a la promoción de la juventud! Con respecto a la dignidad del trabajo, también ésta ha tenido una importante proyección en el ámbito de la administración pública, dado que la ley de Bases de la Administración del Estado garantiza la carrera funcionaria y la promoción o el ascenso basados, exclusivamente, en el mérito personal.
¡Con ello se terminaron las injusticias creadas por los gestores políticos, que en esta forma pagaban las deudas electoreras!
¡Además, en los esquemas del pasado la administración pública constituía una maraña burocrática y una instancia a la que se recurría, frecuentemente, para favorecer a los partidarios del Gobierno de turno, permitiéndoles su ingreso a altos cargos, con lo cual se postergaba injustamente a otros chilenos que reunían los méritos para ocuparlos!
Sin embargo, la dignidad del trabajo no estaría completa si no se asegurara a cada trabajador una adecuada cobertura previsional, que le permita enfrentar las contingencias que puedan ocurrirle durante su vida activa y, más tarde, en la vejez.
Durante la vigencia del antiguo régimen previsional los trabajadores nunca tuvieron la libertad para elegir la alternativa que estimaren más conveniente, con el objeto de satisfacer sus necesidades personales y las de su familia.
Con tal imposición existían abusos e injusticias por parte de determinados grupos de presión, que conseguían prebendas particulares en desmedro de la gran mayoría de los chilenos.
¡Cuántas de las pensiones que hoy todos reconocemos como bajas obedecen a que los gobiernos anteriores no pusieron límite alguno a la irresponsabilidad y al criterio demagógico con que se gastaban los recursos que eran depositados por las mujeres y los hombres de trabajo del país!
Nuestro Gobierno efectuó todas las modificaciones legales necesarias, de manera de incorporar nuevos beneficios y de otorgar una cobertura previsional uniforme a aquellos que lo requieran, ya sean trabajadores dependientes, independientes, desempleados o personas de escasos recursos.
Por otro lado, se creó un nuevo sistema de pensiones basado en el régimen de capitalización individual, que sustituyó a los antiguos regímenes previsionales y subsanó sus deficiencias e injusticias, respondiendo en forma efectiva a las necesidades actuales.
Compatriotas: La preocupación por la persona y su plena realización durante estos años de Gobierno se ha prolongado en asegurar condiciones de vida dignas y estables.
En esta materia cabe recordar que en 1973 las tasas de cobertura de agua potable y alcantarillado apenas alcanzaban a un 69% y a un 36%, respectivamente.
Hoy, en cambio, la cobertura de agua potable es casi de un 100% y la de alcantarillado de un 77%, lo que ha permitido que Chile ocupe un lugar de privilegio en el conjunto de los países latinoamericanos. Algo similar ha ocurrido con la cobertura de agua potable rural, que se ha incrementado en más de un cien por ciento, lo que beneficia directamente a cerca de medio millón de habitantes de localidades rurales que antes no contaban con este vital elemento.
A lo anterior se une la ejecución de proyectos de equipamiento comunitario, los que han posibilitado el acceso igualitario a servicios básicos fundamentales a miles de compatriotas.
¡Estas son realidades y no promesas demagógicas tan propias de administraciones anteriores!
Recordemos que, en el pasado, aquellos con menos recursos veían transcurrir sus vidas en condiciones extremas de privación, donde muchos niños morían antes de cumplir un año de edad, en proporciones superiores a las de todo el continente americano.
¡Hoy, la notable disminución de las tasas de mortalidad infantil y de analfabetismo, así como el aumento de la esperanza de vida, son un reflejo de nuestros desvelos por dar mayores posibilidades a cada hija e hijo de esta tierra!
¡Estamos conscientes de que aún hay mucho por hacer y es ello lo que aprovechan los adversarios del Gobierno como base para su propaganda demagógica!
¿Cuántas de sus promesas podrán cumplir si es que toman el timón del Estado? Como he dicho, es cierto que los avances han sido significativos, pero aún hay compatriotas que sufren las consecuencias de la falta de atención de parte de anteriores gobiernos.
¡Por eso seguiremos desplegando todos los esfuerzos que sean necesarios para ir en su ayuda y concretar junto a ellos el anhelo de una vida mejor!
En esa realidad, antes del 11 de Septiembre de 1973 la atención de salud era ineficiente, como consecuencia del excesivo centralismo para la asignación de los recursos, lo que producía una enorme escasez en las prestaciones y, aún más, una baja calidad de ellas.
A ello se sumaba la injusta discriminación que en este sector existía, como en otros, entre el obrero y el empleado, junto con la falta de preocupación sistemática por la desnutrición y por la mortalidad infantil.
Teniendo en consideración nuestro prioritario objetivo de mejorar la calidad de vida de todos los chilenos, especialmente de los más necesitados, debo precisar que, en el sector salud, uno de los aspectos más destacables durante el actual Gobierno ha sido la definición y desarrollo de un nuevo modelo de prestaciones de salud.
La estructura de un «Sistema nacional de servicios» desconcentró y descentralizó el sistema estatal, con lo cual aumentó considerablemente la cantidad de centros de atención, sobre la base de una red a nivel comunal, que permite dar una cobertura más completa y eficiente, y con beneficios que alcanzan a los más alejados rincones del país.
Así se han construido, en estos años, trescientas treinta y nueve postas rurales, ciento ocho consultorios y catorce hospitales.
¡Estas son pruebas de que el mejoramiento de la salud es una de nuestras prioridades! ¡Porque estamos convencidos de que si nuestro pueblo es sano podrá desarrollarse cada día mejor! Chilenas y chilenos: El campo de la enseñanza, principal fundamento para el crecimiento integral de los pueblos, sufrió también los intentos de la Unidad Popular para modelar las conciencias de los chilenos, en el marco de las concepciones totalitarias y con el fin de limitar, hasta sus máximos extremos, las posibilidades legítimas de la libre elección educacional.
¡La Escuela Nacional Unificada era su herramienta!
Sin embargo, frente a ese atropello a un derecho básico, se impuso la firme voluntad y la mayoría de un pueblo que prefiere el camino de la libertad por sobre la esclavitud ideológica de sus conciencias.
¡Qué distinta es la realidad actual!
¡Con legítimo orgullo, podemos sostener que la educación respeta la esfera de la conciencia de cada persona y que se han dispuesto todas las medidas necesarias para elevar la calidad de la educación!
Así, el promedio de cursos que efectúan hoy los estudiantes sobrepasa los ocho años, mientras que, en 1973, era sólo de cuatro años.
No puede desconocerse la importancia de estas cifras, pues la educación está llamada a contribuir al desarrollo de la persona en las distintas etapas de su vida.
Consciente de ello, el Gobierno no sólo ha aumentado significativamente la cobertura educacional, sino que ha ampliado la gama de oportunidades de formación profesional, en términos tales que se ha superado el anacrónico concepto de que la universidad era la única alternativa posterior a la educación media.
En este aspecto debo destacar la importancia que tiene el proceso de descentralización de la educación, lo que ha permitido a las comunidades locales, a través de sus municipios, así como al sector privado, asumir una activa responsabilidad en la superación de todos nuestros compatriotas.
Ese desafío parte del reconocimiento de la igualdad sustancial que existe entre todos los seres humanos desde el punto de vista de su dignidad, y una de las manifestaciones de ella es la igualdad en el acceso a la justicia, la que está garantizada por nuestra Carta Fundamental.
Nuestra posición respecto de la justicia se basa en el reconocimiento permanente de ese poder del Estado y de su independencia, condición que difiere, sustancialmente, de aquella que propiciara la creación de tribunales populares, propios de arcaicas concepciones superadas por la civilización.
Cabe preguntarse, entonces, frente a quienes están promoviendo la transformación del sistema judicial chileno, en el evento de acceder al poder, si implica ello, de alguna forma, que va a primar la opinión de quienes respaldaban los tribunales populares en su época.
Siempre fuimos contrarios a crear instancias paralelas al Poder Judicial y por ello nos hemos preocupado de velar por la efectiva prestación de asistencia jurídica gratuita para todo aquel compatriota que la necesite.
¡Con tal procedimiento se ha atendido más de un millón de causas en doscientos sesenta y dos consultorios que se han creado!
A su vez, el Gobierno, con pleno respeto por la esfera de atribuciones propias del Poder Judicial, ha dictado las leyes necesarias para crear un mayor número de juzgados y adecuar los procedimientos a los nuevos requerimientos.
Asimismo, se han desarrollado las acciones indispensables para renovar y expandir las instalaciones judiciales y carcelarias, lo que sin duda asegura una mejor y más expedita administración de justicia.
Sin embargo, la tarea de la modernización de la justicia sigue siendo un imperativo que es posible perfeccionar: Señoras y señores: Ha sido preocupación permanente del Gobierno dar bienestar integral a nuestros compatriotas, lo que ha conducido a la materialización de una acción persistente destinada a dejar atrás los enormes cinturones de marginalidad, pobreza y miseria que rodeaban a nuestras principales ciudades.
No tienen fundamento aquellas «tomas» y «ocupaciones» indiscriminadas de terrenos y viviendas, donde la violencia y el despojo parecieron constituir el mecanismo institucionalizado para enfrentar el drama habitacional.
¡Esas son las siniestras acciones que el comunismo impulsa y respalda, pues con ello fomenta el odio y la descomposición social!
En cambio, la política habitacional que hemos llevado a cabo se funda en la plena valoración de la persona y en la confianza en su capacidad de ahorro.
¡El acceso a la vivienda propia ha dejado de constituir una merced atada al sufragio como era en el pasado!
¡Ya no se entregan techos en función de los posibles votos o por compromisos de militancia política!
¡La propiedad de un bien raíz es fruto del esfuerzo de cada chileno y de políticas habitacionales serias, honestas y estables!
Como resultado de estas políticas, la acción ejecutada en materia de regularización y entrega de títulos de dominio ha permitido a cerca de un millón cien mil familias chilenas contar con la seguridad y estabilidad que proporciona la propiedad privada.
Por su importancia, destaco el desarrollo de los planes de colonización en la zona austral del país que, en forma racional, han abierto zonas de excepcionales perspectivas para la inversión y el establecimiento de familias y de empresas en esos sectores de gran riqueza potencial, al tiempo que han contribuido a fortalecer el proceso de regionalización del país.
Efectivamente, uno de los objetivos más preciados de nuestro Gobierno ha sido promover la unidad nacional a través de la real integración de cada rincón del territorio.
¡Pero respetando y fomentando la autonomía de cada región sobre la base de sus propias capacidades y potencialidades!
Se ha cumplido así un anhelo insatisfecho por largos años, como consecuencia de que, en el pasado, las demandas de quienes habitaban estos territorios no eran tomadas en cuenta. iY ello simplemente porque no ofrecían ninguna rentabilidad de carácter electoral! Se ha impulsado la ejecución de un conjunto significativo de obras viales, lo que facilita la integración social y el desarrollo económico, al tiempo que mejora las perspectivas de vida de toda la comunidad nacional.
¡Tan sólo el camino Longitudinal Austral ha permitido la real integración de ciento cuarenta mil kilómetros cuadrados de superficie a nuestro territorio, sin conocer aún la riqueza que ellos encierran!
¡A ello debe agregarse la construcción de 2.258 kilómetros de caminos y de 101 puentes definitivos con una longitud de 4.222 metros lineales!
¡Son avances dignos de destacar!
Asimismo, no se puede desconocer que el desarrollo del sector transporte también ha contribuido como agente significativo para lograr la integración nacional.
Ello, merced al esfuerzo permanente de quienes forman parte de un sector que, históricamente, cumplió un papel destacado en momentos en que el régimen de la Unidad Popular pretendía someter el sistema económico a sus dogmáticos postulados.
¡Fueron, entre otros, los transportistas quienes protestaron enérgicamente para evitar que se consumaran esas fatales intenciones!
¡Patriótica actitud por la que fueron víctimas de la violencia y el terror propiciados por miembros de la alianza marxista!
El Gobierno ha tenido especial preocupación ante el rol básico que cumple este sector y ha suplido las carencias o ineficiencias de la iniciativa privada que afectan su normal desenvolvimiento, otorgando los subsidios necesarios que aseguren los servicios de transporte requeridos en la zona austral y en la vinculación de la Isla de Pascua con el continente, entre otros.
Esta misma política de liberalización permite al usuario disponer de una amplia gama de alternativas apropiadas a cada presupuesto.
Por otra parte, estamos conscientes de que un país moderno requiere estar bien informado, en especial en esa comunicación recíproca que debe existir entre quienes ejercen el Gobierno y el resto de la comunidad.
Cuando asumimos la administración del Estado, la situación del sector de las telecomunicaciones era deficitaria; por ello dimos especial énfasis a la participación del sector privado, a la eliminación de las situaciones monopólicas, al estímulo de la competencia y a la libertad para la internación y comercialización de equipos y productos.
A la vez, se han impulsado notorios avances en el número y variedad de los servicios, con niveles de calidad que nada tienen que envidiar a los que ostentan los países desarrollados.
A ello se une el establecimiento de normas destinadas a facilitar el desarrollo de las telecomunicaciones rurales y de aquellas que facilitan la incorporación de nuevos servicios, tales como la transmisión de datos, la telefonía móvil y celular, el correo electrónico, el facsímil y otros.
¡El Chile de hoy es un país que, tecnológicamente, está muy próximo a las naciones más avanzadas!
¡Por lo tanto, no debe extrañar que diversas técnicas y procesos desarrollados por profesionales y técnicos chilenos hayan sido adoptados por otros países!
Sin ir más lejos, el equipamiento del nuevo edificio del Congreso Nacional en Valparaíso tiene considerado incorporar los últimos avances computacionales y de comunicaciones, que permitan a los futuros parlamentarios cumplir un rol que, en la actualidad, es eminentemente tecnificado, destacándose el contacto directo por televisión con cualquier funcionario público.
Chilenas y chilenos:
En esta trascendental fecha es motivo de satisfacción para el Jefe del Estado señalar que las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden y Seguridad pública han desarrollado su quehacer con responsabilidad, honestidad y profesionalismo, dentro del más estricto apego al estado de derecho que impera en nuestra Patria.
Asimismo, han tenido una activa participación en las más diversas acciones vinculadas con el desarrollo económico y social de nuestro país, en áreas como la industria, las obras públicas, la pesca, la minería, la energía y el sector forestal.
La necesidad de suplir la falta de abastecimiento de recursos mínimos para la defensa nacional impulsó, por su parte, un notable incremento de la industria bélica nacional, favoreciendo nuestra independencia de los mercados internacionales.
¡Donde ha habido situaciones de riesgo para la ciudadanía, allí han estado las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden para garantizar su seguridad!
¡Si no hubiéramos asumido el poder en 1973, Chile habría sufrido las trágicas consecuencias de una guerra civil impulsada por el propio Gobierno de la Unidad Popular, cuyos más destacados personeros hoy mienten y trastruecan la verdad!
¿Para qué se habían creado y desarrollado los grupos paramilitares, adiestrados en países satélites de la Unión Soviética, cuyo armamento y equipos se habían internado ilegalmente al país?
Tampoco caben dudas de que tales organizaciones ilegales contaban con el apoyo económico-militar externo e interno.
Al evitar que ello ocurriera, con el pronunciamiento militar, las Fuerzas Armadas y Carabineros debieron enfrentar numerosos ataques de estos mismos elementos, con la pérdida de algunos de sus más valiosos miembros.
Por eso, siento el deber de rendir un profundo y merecido homenaje a los mártires caídos, tanto como consecuencia de esas acciones como, más tarde, por las conductas terroristas atentatorias a los derechos humanos, incentivadas por muchos de los mismos sectores que formaron parte de la Unidad Popular.
¡Hago un recuerdo especial a los cinco mártires del Cajón del Maipo que cayeron defendiendo mi vida!
¡A aquellos que, intelectual o materialmente, participaron en dicho atentado, y que aún permanecen en la impunidad, les digo que, tarde o temprano, la justicia encontrará las pruebas de su culpabilidad!
Señoras y señores:
¡Chile ha abandonado el enclaustramiento del pasado y se ha abierto al mundo!
¡Pero aún así nos califican de estar aislados!
Nuestra política exterior se ha modernizado considerablemente en estos años, como lógica proyección de nuestra economía abierta e integrada a las grandes corrientes universales y como reflejo de la paulatina consolidación de nuestro proceso democrático.
Asimismo, el oportuno y estricto cumplimiento de nuestro itinerario institucional, fijado en la Carta Fundamental, y el avance hacia la auténtica democracia, son una prueba más de la vocación de servicio al bien común con la cual se identifican plenamente las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden.
Por otra parte, a estas alturas resulta innegable que Chile ha cooperado de buena fe con los organismos internacionales en materia de derechos humanos, pese a la discriminación y politización con que se nos ha tratado y que, sin lugar a dudas, es fruto de las campañas que en el exterior desarrollan aquellos que se apartan del sentir nacional, solicitando recursos económicos para estos fines, que sólo hieren nuestra dignidad.
¡Hoy avanzamos, con paso firme y resuelto, a la superación de las injustas discriminaciones de que fuimos objeto en el pasado!
¡Hoy rechazamos la indebida intromisión de algunos Estados que pretenden darnos lecciones de democracia en circunstancias que sólo ayer rompieron las cadenas del totalitarismo!
¡Hemos pedido, y continuaremos pidiendo, con energía, que se sancione internacionalmente la abierta violación a los derechos humanos que constituye el terrorismo!
En otro aspecto, nuestras conquistas internas se proyectan hacia el exterior, al tiempo que recibimos de otros países aportes en inversiones y tecnología.
Se ha desarrollado, en este contexto, una eficaz red diplomática en la cuenca del Pacífico, área con la que hoy se realiza casi la mitad de nuestro comercio y de la que proviene buena parte de las inversiones extranjeras.
No puedo dejar de mencionar, también, que nuestra política antártica sigue inspirada en la consolidación de la presencia chilena en ese continente tan estrechamente vinculado a nuestro territorio americano, en el afianzamiento de nuestra soberanía, en la defensa del sistema del Tratado Antártico y en la adopción de medidas eficaces para la protección del medio ambiente. Por último, en el campo diplomático, digno es de destacar que el Gobierno logró superar la prolongada discusión territorial que existía con la hermana República de Argentina, adoptando todas las medidas posibles para encontrar una definitiva solución, actitud que constituye una muestra palpable de la vocación de paz y entendimiento que ha estado siempre vigente en nuestra gestión gubernamental.
Conciudadanos:
No se puede negar que, a partir de la heroica gesta del 11 de Septiembre de 1973, la labor fundacional y la gestión gubernativa de las Fuerzas Armadas y Fuerzas de Orden han sido el sinónimo de rectificaciones y avances sustanciales en el devenir republicano de la nación.
Del mismo modo, han traído transformaciones profundas al conjunto de las instituciones jurídicas y políticas, a las modalidades de convivencia, a las concepciones y proyectos personales y sociales, y hasta en los modos de conducta de los chilenos.
Pero todo ello ha sido sin desmedro del simultáneo rescate y enriquecimiento de aquellos principios y valores esenciales en los que se funda la chilenidad.
Por sobre las cifras y los guarismos que dimensionan la obra desarrollada, es necesario destacar algunas de las realizaciones de fondo, trascendentes, alcanzadas en beneficio de la Patria y de todos sus hijos, y cuya proyección nos anuncia una nueva era para el futuro de Chile.
En esa perspectiva, se constata el sometimiento de la vida político partidista a modernas normas dictadas con el objeto de regular democráticamente la conformación, la estructura, las funciones, la generación de autoridades y los objetivos de estas colectividades del acontecer público.
Ello obliga a que las corrientes de opinión, antes de proclamar la democracia en sus campañas electorales, demuestren fehacientemente que la ejercen al interior de ellas mismas y no sólo cuando se sienten tocadas por alguna contramanifestación.
En la actividad gremial y sindical se aprecia una conciencia mucho más viva en el sentido de que es absolutamente necesario erradicar en ese ámbito las motivaciones ideológicas o la confusión con objetivos y prácticas político partidistas.
Se rechaza la violencia como método de acción política, por sectores que no habían manifestado tal definición.
¡No obstante, aún subsisten ciertos reductos con resabios totalitarios!
En todo caso, da esperanza la tendencia de encauzar la convivencia política a través de acuerdos sobre materias sustanciales para la vida del país.
Unido a lo anterior; constituye un sentimiento mayoritariamente aceptado el de sancionar las conductas antidemocráticas que no acaten principios básicos, como el respeto por las minorías y el trato mutuo en el poder; e imponiéndose, igualmente, una aceptación de la condena -por primera vez a nivel constitucional- a una de las más cruentas lacras del mundo civilizado: el terrorismo.
Sin perjuicio del valor que en un esquema democrático tienen las organizaciones políticas sólidas y estables, el desarrollo de la libertad se ha traducido, igualmente, en expresiones electorales directas de los sectores independientes, los que ahora logran impulsar postulaciones desligadas de los esquemas partidistas.
Es importante señalar que ello representa un desafío a los partidos políticos para continuar en el proceso de su perfeccionamiento democrático y que, bien entendido por los mismos, podría derivar en armoniosas y vitalizadoras nuevas formas de convivencia.
Señoras y señores: Junto a estas nuevas realidades, es justo destacar los profundos cambios que se han producido en la mentalidad y en las acciones de los chilenos.
En efecto, entre otros aspectos, existe un conocimiento más generalizado de los fenómenos económicos; un esfuerzo por lograr mejores condiciones de vida sobre la base del trabajo y de la iniciativa personal; un proceder más responsable en materia de ahorro; un afán de crear riqueza y de multiplicarla y un propósito de profesionalizar la actividad laboral, al incorporar tecnología y perfeccionar los bienes y servicios que se elaboran y se ofrecen.
Se ha abierto así un enorme campo para el pleno desarrollo de las capacidades creativas de los chilenos y cada vez más sectores aprenden a afrontar los desafíos que plantea el ejercicio de la libertad.
Y es, precisamente, esta respuesta favorable la que ha permitido al Estado desprenderse de funciones que no le son propias y focalizar de mejor forma su acción subsidiaria, al concentrar su esfuerzo en favor de quienes más lo necesitan.
Compatriotas:
¡Nada significa un aniversario si no conlleva una evaluación profunda de lo que él encierra!
En este preciso acontecimiento, cuando se trata de la conmemoración de un momento histórico tan trascendente como es la recuperación de la libertad, de la identidad histórico-cultural y de la dignidad del pueblo chileno, hay una sola idea que resume las palabras que he dirigido al país:
¡Las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden de Chile han reconstruido la auténtica democracia!
¡En definitiva, han cumplido una vez más su misión!
¡Y lo han hecho con el trabajo de la mayoría de las mujeres y de los hombres de esta tierra!
En este sentido, deseo rendir un público y ferviente homenaje a los miles de chilenos que, durante estos años, han aportado una importante cuota de sacrificio para contribuir al engrandecimiento de Chile.
Particularmente, en la persona de mi querida esposa, expreso mi profundo agradecimiento a la mujer chilena, artífice fundamental en el proceso de reconstrucción nacional, por su permanente contribución a la formación de las nuevas generaciones.
¡Es ella el núcleo y la savia del hogar!
¡Es ella la principal transmisora de los valores propios de nuestra identidad!
Hago también pública mi gratitud a las señoras esposas de los miembros de la Honorable Junta de Gobierno, cuyos esfuerzos han permitido un mayor apoyo a los chilenos de la tercera edad, un refugio a la juventud que carecía de hogar y un futuro a los niños que vivían sin esperanzas.
¡A ellas mil gracias!
Hombres y mujeres de mi Patria, chilenos todos:
¡Lejanos parecen hoy los acontecimientos que dieron origen al Gobierno que me honro en presidir!
Durante dieciséis años he tenido la difícil responsabilidad de dirigir los destinos del país, enfrentando al mayor enemigo de la humanidad, el marxismo de corte leninista y estalinista, que por todos los medios no ha cesado en atacar al Gobierno que lo derrotó.
En 1973 el sistema político democrático que nos regía estaba destruido por la violencia y el sectarismo de algunos; por la polarización que quebró la convivencia nacional y por la ineficiencia de un orden moral, político, económico y social que nos ataba al subdesarrollo.
Su caída dejó al descubierto numerosas llagas, que se ocultaban bajo la retórica predominante hasta ese entonces, como, por ejemplo, que el 20% de los chilenos vivía en condiciones miserables e infrahumanas; que teníamos una estructura productiva precaria, distorsionada y en bancarrota; que el aparato estatal era completamente sobredimensionado e ineficaz, destinado a servir como hijuela pagadora de servicios electorales.
¡Ese fue el Chile del que se hicieron cargo las Fuerzas Armadas y Carabineros! ¡Habría sido imposible superar ese estado de postración sin decisión y energía!
Nuestro Gobierno siempre ha tenido claridad respecto de la magnitud de la misión que le correspondió asumir.
En pocas palabras, ella consistió en devolver a Chile el alma nacional, la que se había perdido, inexorablemente, a lo largo de varias décadas.
Había que reabrir los cauces del desarrollo y reorientar la economía en términos tales que pudiéramos crecer como lo hacemos ahora, remover las cadenas de la pobreza, de la dependencia y sobreponernos al dirigismo estatal que durante tantos años negó la riqueza que los chilenos saben producir en libertad.
¡Nuestro objetivo final siempre ha sido restaurar la democracia!
Por ello, no podemos aceptar que se ponga en duda nuestra orientación democrática, ya que los hechos hablan por sí mismos: bajo nuestro Gobierno el país recuperó el sistema democrático del cual, en el pasado, sectores políticos irresponsables lo privaron.
En este período se cumplió una transición política ordenada, y el equilibrio, la transparencia y la prosperidad que ahora son posibles, no como una aventura, sino como la auténtica democracia que Chile se merece.
Las Fuerzas Armadas y Carabineros, y yo personalmente, en mi calidad de Jefe del Estado, hemos debido enfrentar la crítica de adversarios implacables y entiendo que ya no es posible persuadirlos respecto de la magnitud de la obra realizada.
¡Sé que no los convencería, porque su rechazo parte del odio en sus corazones y de su ambición desmedida de poder! Esos sectores no se equivocan cuando reconocen en los hombres de armas el freno que les impidió consumar sus proyectos totalitarios, de los cuales ninguna nación -salvo la nuestra- ha logrado zafarse.
¡Insisten en descalificar nuestra convicción democrática, en circunstancias que fijamos el camino y la normativa que llevó a Chile de regreso a la democracia!
Mas, estoy cierto de que las modernizaciones introducidas durante estos años serán apreciadas mañana mejor de lo que se valoran hoy.
No me cabe duda que muchos de quienes nos combaten, en el futuro recordarán, con nostalgia, el coraje político y la independencia de juicio que tuvimos durante el régimen militar para gobernar sin otro norte que el bien de Chile y de todos los chilenos.
Vendrán aplausos postreros, pero ustedes comprobarán, una vez más, que no nos entusiasman los populismos fáciles.
No hemos gobernando para eso, que hubiera sido fácil de obtener.
Gobernamos en vistas del bien común y los destinos de la Patria, y si eso significa sufrir incomprensiones y hostilidades, ataques e incluso atentados, créanme que los asumimos sin duda alguna, y que incluso, de ser necesario, lo volveríamos a hacer, hasta entregar nuestra propia vida.
¡Recibimos un país postrado y azotado por la violencia, lo entregamos con las bases seguras para un futuro próspero. Ya no necesitamos vivir de la mendicidad internacional. Recuperamos nuestra confianza y podemos apreciar, hoy como pocas veces antes, que la vigencia de los valores de la libertad, la tolerancia, la eficiencia, el orden, la moderación y la estabilidad están presentes!
Pienso que el país tiene horizontes muy superiores a los que podíamos vislumbrar hace dieciséis años.
Chile está llamado a muy grandes destinos y tiene en su pueblo, en su geografía, en sus regiones, en sus ríos, en su mar, en sus montañas y en sus entrañas verdaderos yacimientos de grandeza.
Me reconforta saber que hoy por hoy los espacios de libertad son increíblemente más amplios que en 1973, me satisface observar que el país está creciendo sostenidamente y que los jóvenes conocerán una democracia que, además de sus derechos cívicos, les dará un bienestar y un futuro más expectable.
¡Quiero entrañablemente a mi Patria, y la amo más que a mi vida!
¡Respeto sus raíces, sus valores, su bandera, su historia, sus tradiciones y su pueblo!
¡Les expreso hoy con toda mi fe que seguiré queriendo lo mejor para esta tierra bendita que es Chile!
Compatriotas:
¡Al terminar estas palabras los llamo a todos, sin distinción, a mirar a este Chile que tanto amamos, dejando de lado todo aquello que nos impide comprender lo que realmente somos, especialmente las concepciones ideológicas que tanto mal nos hicieron en el pasado, para disponer nuestro ánimo a trabajar todos juntos por el bien de la Patria!
Somos herederos de una raza altiva, valiente y esforzada, y tenemos la obligación de hacer grande a este país, permitiendo que se constituya en el verdadero polo de influencia política, cultural, social y económica que hoy día con seguridad se perfila.
Pensemos en el futuro y en las muchas generaciones de chilenos que seguirán construyendo este hogar común.
A ellos hemos de asegurarles una sociedad cimentada en fundamentos auténticos y que cuente con todas las potencialidades necesarias para que cada uno de sus hijos se realice plenamente.
Al concluir este Mensaje a la nación chilena, al igual que lo hiciera la primera vez que di cuenta de mi gestión gubernativa, y con la misma fe, invoco la bendición de Dios Todopoderoso para que siempre siga guiando los destinos de esta Patria y llegue con su bondad a cada uno de mis compatriotas.
¡VIVA CHILE
Carta a los chilenos (Londes, diciembre de 1988)
«Impedido de regresar a mi país, y viviendo la experiencia más dura e injusta de mi vida, quiero agradecer a mis compatriotas todas las nobles muestras de cariño y de apoyo que me han dado, sin las cuales estas horas de prueba y soledad serían incomparablemente más tristes para mí y mi familia. Mi gratitud quisiera expresarla con algunas reflexiones venidas a mi mente en estos penosos días, que pueden ayudar a descubrir la verdad y la justicia de la historia que se juzga.
El país sabe que nunca busqué el poder. Por eso cuando lo ejercí jamás me aferré a él y cuando llegó el momento de entregarlo, de acuerdo a nuestra Constitución, lo hice lealmente. Ningún historiador, ni aun el más sesgado y poco objetivo, puede ni podrá mañana sostener de buena fe, que mis actuaciones públicas respondieron a una supuesta ambición personal o a cualquier otro motivo que no fuera el bien de Chile. Al contrario, siempre pensé que debía orientar el llamado a servir a mi Patria, que desde pequeño latía en mi corazón, a través de la carrera militar. Siempre supe que el juramento que un día hice ante Dios y ante nuestra bandera, siendo apenas un adolescente, lo iba a cumplir. Precisamente por nuestra sólida formación moral, los soldados aprendemos a descubrir tempranamente cuanto dolor y pérdidas irreparables provocan las guerras. De allí que, como gobernante, haya sido infatigable e irreductible en mi afán por evitar los conflictos armados, por buscar en todo momento la paz para Chile, aun cuando se hayan cernido sobre nosotros todo género de amenazas.
Frente a la dramática encrucijada en que fue puesto nuestro país por el gobierno de la Unidad Popular me resistí a actuar hasta el final, no obstante el clamor ciudadano que golpeaba las puertas de los cuarteles pidiendo nuestra intervención. Esperé no por temor sino por una secreta esperanza de que se pudiera superar pacíficamente aquella extrema situación de crisis institucional, que fuera denunciada por la Excelentísima Corte Suprema de Justicia, la Honorable Cámara de Diputados y otros órganos de nuestra institucionalidad. Nadie mejor que un soldado sabe cuán incontrolables son los enfrentamientos armados cuando no se combate contra un ejército regular. No fue posible evitarlo y, finalmente, tuvimos que asumir la conducción del país aquel histórico 11 de septiembre, no sin antes encomendar el éxito de nuestra misión a Dios y a la Santísima Virgen del Carmen, Patrona de nuestras Fuerzas Armadas y Reina de Chile. Siempre he tenido y tendré en lo más profundo de mi corazón el recuerdo y un sentimiento de gratitud y admiración hacia esa generación de soldados, marinos, aviadores y carabineros, que participaron en esa jornada patriótica y realizaron tantos sacrificios heroicos.
Sobre aquella gesta, valga solamente una reflexión. Las Fuerzas Armadas y de Orden no destruyeron una democracia ejemplar, ni interrumpieron un proceso de desarrollo y de bienestar, ni era Chile en ese momento un modelo de libertad y de justicia. Todo se había destruido y los hombres de armas actuamos como reserva moral de un país que se desintegraba, en manos de quienes lo querían someter a la órbita soviética.
Creo firmemente en la unidad del país. Todo lo que he hecho a lo largo de mi vida no ha tenido otra razón de ser que producir el reencuentro de los chilenos con su común destino superior. Estoy profundamente convencido que nunca han tenido ni tendrán futuro los países que no logran descubrir la misión histórica que están llamados a cumplir. Tengo la certeza de que nunca han podido ni podrán entender los desafíos que les depara el porvenir, aquellas naciones que olvidan o reniegan de su historia. Que jamás serán felices ni tendrán un buen porvenir los pueblos que son fácilmente seducidos por la prédica del odio, la venganza o la división.
Soy un hombre que pertenece a un tiempo histórico y a unas circunstancias muy concretas. El siglo que ya termina bien podría ser definido como uno de los más crueles que la humanidad haya conocido. Dos atroces guerras mundiales y una guerra ideológica que sojuzgó a más de media humanidad lo han marcado profundamente al confrontarse dos visiones absolutamente opuestas. El dilema era; o vencía la concepción cristiana occidental de la existencia para que primara en el mundo el respeto a la dignidad humana y la vigencia de los valores fundamentales de nuestra civilización; o se imponía la visión materialista y atea del hombre y la sociedad, con un sistema implacablemente opresor de sus libertades y de sus derechos.
En el transcurso de este siglo se llegó a buscar el exterminio de toda una nación, bajo el pretexto de supuestos ideales étnicos.
El comunismo, por su parte, esa verdadera antireligión, le costó a la humanidad las vidas de millones de seres humanos en toda Europa, y de otras decenas de millones de niños, mujeres y hombres en los diferentes países de Asia. También en América el marxismo sembró la muerte y destrucción. No sólo en sus intentos revolucionarios sino con la prédica universal del odio y la lucha de clases, y con la exportación de la guerrilla y el terrorismo. Por ese gigantesco genocidio, por los sistemas más brutales de opresión, los peores que recuerde la humanidad, nadie pide justicia y probablemente nunca la habrá. Al contrario, quienes provocaron esos males, quienes dispusieron en nuestros países de armas y financiamiento soviéticos para realizarlos, quienes promovieron y predicaron a nuestros pueblos la siniestra ideología del socialismo marxista, son los que se levantan hoy como mis jueces.
Todo lo que hice como soldado y como gobernante lo hice pensando en la libertad de los chilenos, en su bienestar y en la unidad nacional, objetivos superiores al logro de los cuales, quienes actuamos el 11 de septiembre, consagramos todos nuestros desvelos. No hicimos promesas. Sólo nos propusimos transformar a Chile en una sociedad de hombres libres y democrática, donde a sus ciudadanos se les respetara el derecho a crear y emprender libremente sus iniciativas, para que se hicieran dueños de sus propios destinos y no esclavos del Estado y menos de otras naciones. Nos propusimos hacer de Chile una gran nación y creemos firmemente haber contribuido a lograrlo, sin perjuicio de que algunos países en el mundo aún no lo valoran, como no valoran que después de una transición pacífica nuestro país tenga hoy un verdadero régimen democrático, en el que todas sus instituciones funcionan plenamente.
Los tiempos, sin embargo, cambiaron. Se derrumbó el comunismo. Quedaron al descubierto los “socialismos reales” y la humanidad pudo conocer una historia de crímenes, injusticias, explotaciones humanas, fracasos y mentiras como jamás ni el más acérrimo adversario pudo imaginar. En Chile, el resultado de nuestra historia es que este desconocido y lejano país pudo superar con éxito la prueba más grande que haya tenido que enfrentar en este siglo. En una verdadera hazaña, que sus agentes nunca nos perdonarán, pudimos demostrar antes que nadie que era posible derrotar al poderoso “imperio de la mentira y del odio”. Aseguramos nuestra libertad y emprendimos temprana y visionariamente el arduo y difícil camino de la reconstrucción nacional y el establecimiento de una sociedad moderna y libre. En casi dos décadas, y gracias al sacrificio de todo un pueblo que recuperó la fe en sus ideales de progreso y de justicia, se construyó un país distinto. Nadie puede desconocer hoy que el 11 de septiembre abrió caminos de esperanza y de oportunidades para todos, que sólo depende de los chilenos conservarlos y hacerlos plenamente fecundos en el tiempo.
Chile es hoy un país distinto de aquél que los jóvenes de muchas generaciones tuvieron que enfrentar cuando tenía una existencia oscura, pesimista y fracasada. Con nuestro gobierno, los pobres y los postergados comenzaron a tener verdaderas oportunidades para progresar. Siempre supimos que esa prioridad social, debía ser nuestro principal compromiso moral. Hoy, no puedo ocultar la satisfacción que me produce saber que, para retroceder al pasado tendrían que sucederse muchas generaciones antes que los chilenos vuelvan a ser un pueblo perdedor, fatalista, deprimido y sin valor, como lo llegamos a ser a comienzos de los años setenta. Gente ideológicamente enceguecida quiso destruir nuestro país. No lo pudieron lograr. No contaron con la reserva espiritual y la dignidad natural de un pueblo pacífico y acogedor que, sin embargo, jamás ha permitido ser sometido ni doblegado por nadie. Cometería una injusticia si en estas líneas no destinara un reconocimiento especial, como testimonio de mi mayor gratitud, a quienes compartieron la epopeya de la reconstrucción del país; a esa generación de soldados y civiles, hombres y mujeres, que han terminado consagrando sus vidas al servicio del país y que diariamente dan testimonio de fidelidad a sus patrióticos ideales; a la juventud de Chile, que ha heredado un país fortalecido con un destino de grandeza que deberá seguir construyendo con voluntad y verdadera responsabilidad patriótica.
Agradezco también a quienes no formaron parte de mi gobierno y, siendo incluso sus adversarios, han sabido valorar en esta hora, por sobre cualquier diferencia, la defensa de la soberanía y la dignidad del país.
Es probable que los misteriosos caminos que el Señor reserva a cada pueblo puedan llevar a que muchos chilenos tarden en descubrir la verdad de lo que ha vivido nuestra Patria. Yo les digo que nada podrá impedir que un día, tal vez no tan lejano, vuelva la paz y la sensatez a esos espíritus que todavía permanecen cegados por la pasión, y en la serenidad de otros tiempos, cuando la historia reivindique nuestra obra común, terminen reconociendo el valor y los méritos de ella. En ese momento, es probable que yo ya no esté. Será, sin embargo, la hora de la victoria, la hora en que los ideales que iluminaron nuestros sueños terminen siendo comunes a todos los chilenos.
Hoy, siento que el destino ha vuelto a poner sobre mis hombros la enorme responsabilidad de contribuir a sembrar semillas de paz que hagan posible la grandeza y la unidad de mi Patria. Más allá de mis dolores y de las heridas que llevo en el alma por las injustas vejaciones de que he sido objeto, y de la indignación que me produce ver a mi país agredido en su condición de estado soberano e independiente y sin ser respetado como lo merece, quiero señalar que acepto esta nueva cruz, con la humildad de un cristiano y el temple de un soldado, si con ello presto un servicio a Chile y a los chilenos. Nada deseo más que ver superadas las divisiones y los rencores estériles entre nosotros.
Al final ya de mi vida, no obstante el cansancio y los sufrimientos que me han provocado tantas injusticias y tantas incomprensiones, quiero decirles que aun cuando todavía tuviera que enfrentar mayores adversidades, jamás mi espíritu se sentirá derrotado. Nada doblegará mis convicciones ni mi firme voluntad de servir a mi Patria, tal como lo juré el día que me incorporé al Ejército de Chile. Mi más profundo anhelo en esta hora es impedir que en nuestra entrañable tierra siga habiendo más víctimas, más dolor del que ideologías foráneas ya provocaron en la familia chilena. Ojalá el mío fuera el último sacrificio. Ojalá mis dolores y los agravios de que soy víctima pudieran satisfacer los siempre insaciables sentimientos de venganza, y sirvieran para que quienes aún siguen anclados al rencor, puedan encontrar la paz para sus conciencias. Ojalá pudieran ellos dejar de vivir tan perturbados, y nunca más se escuchen en nuestra Patria las prédicas revolucionarias que sembraron tanta violencia y división entre los chilenos.
Quienes creemos en el perdón y en la reconciliación verdadera, tenemos que seguir trabajando duramente por el futuro. No está lejano el día en que una nueva generación de compatriotas, al poner sus ojos en la historia de su país, descubra la verdad de la gesta que permitió la construcción de una sociedad de chilenos libres y dignos, de una Patria mejor para todos y no para un sector o para un partido, como estuvimos a punto de vivir.
He sido objeto de una maquinación político-judicial, artera y cobarde, que no tiene ningún valor moral. Mientras en este continente, y específicamente en los países que me condenan mediante juicios espurios, el comunismo ha asesinado a muchos millones de seres humanos durante este siglo, a mí se me persigue por haberlo derrotado en Chile, salvando al país de una virtual guerra civil. Ello significó tres mil muertos, de los cuales casi un tercio son uniformados y civiles que cayeron víctimas del terrorismo extremista. Soy falsamente juzgado en numerosos países europeos, en una operación dirigida por quienes se dicen mis enemigos, sin que exista por lo mismo la más remota posibilidad de que quienes me prejuzgan y condenan lleguen a comprender nuestra historia y a entender el espíritu de lo que hicimos. Soy absolutamente inocente de todos los crímenes y de los hechos que irracionalmente se me imputan. Sin embargo, temo que quienes lo hacen nunca estuvieron ni estarán dispuestos a darse a la razón y aceptar la verdad.
Frente a una aberración semejante, y no obstante mi sufrimiento y mi impotencia, quisiera entregar una palabra de aliento a mis compatriotas. No os desaniméis ni rindáis nunca ante las adversidades y el infortunio. Nunca dejéis de luchar por la grandeza y el poderío de Chile. Ojalá superemos pronto nuestra actual condición de país débil, pequeño y lejano, para que nunca más un chileno, cualquiera sea su condición, vuelva a sufrir las vejaciones y las humillaciones que hoy sufro, precisamente porque no tenemos fuerza en el concierto de las naciones para hacernos respetar. Yo no desfalleceré nunca. No lo he hecho en este difícil trance, ni nunca lo hice a lo largo de mi vida, cuando tuve que enfrentar otras horas de prueba; por ello quiero expresarles a mis camaradas uniformados y en particular a los del Ejército, mi disposición, mi confianza y profundo reconocimiento por su forma de actuar en estas difíciles circunstancias.
Conservo intacta mi fe en Dios y en los principios que han guiado mi existencia. Guardo la firme esperanza de que el Señor en su infinita misericordia aplique mis más íntimos sufrimientos por quienes murieron injustamente en esos años de enfrentamiento. Están equivocados quienes creen o sostienen que el dolor por la sangre derramada en nuestra Patria, es monopolio de un bando. Todos hemos sufrido por las víctimas. Me consta que es especialmente grande el sufrimiento de quienes no provocaron el enfrentamiento, de quienes no lo buscaron ni mucho menos lo desearon, y terminaron siendo sus víctimas inocentes. El soldado siempre busca proteger a sus compatriotas. Nunca he deseado la muerte de nadie y siento un sincero dolor por todos los chilenos que en estos años han perdido la vida.
Le he pedido humildemente a Dios que hasta el último segundo de mi vida me dé la conformidad y la lucidez para entender y aceptar esta cruz y que este dolor que llevo en lo más profundo del espíritu, llegue a ser una buena semilla en el alma de la nación chilena. Si con mi sufrimiento se puede poner fin al odio que se ha sembrado en nuestro país, quiero decirles que estoy dispuesto a aceptar todos los designios del destino con la más absoluta confianza de que Dios, en su infinito amor, sabrá hacer fecundo este sacrificio que le ofrezco para que triunfe la paz, y en el amanecer ya del nuevo siglo, sean los chilenos un pueblo unido y reconciliado como el que siempre soñé alcanzar a ver.
Amo a Chile por sobre todas las cosas y ni aún las más dolorosas circunstancias que deba enfrentar impedirán que, con toda la fuerza de mi espíritu, a la distancia, repita siempre una y mil veces, Viva Chile».
Discurso de Augusto Pinochet con motivo del traspaso de la comandancia en jefe del Ejército (10/03/1998)
«Señoras y señores:
Inicio estas palabras con la gratitud por vuestra presencia en esta ceremonia militar, la última con que culmina mi carrera de las armas, en la que he permanecido por 65 años, sirviéndola con gran cariño y amor porque a través de ella servía a mi Patria, único norte de mi diario vivir y felicidad profunda de mi razón de ser.
Al llegar a esta tribuna, para cumplir lo señalado en la Carta Fundamental en el mando de la institución castrense y despedirme de ella para entregarla al nuevo mando dispuesto por su Excelencia el Presidente de la República, lo hago estoicamente como corresponde a un soldado y con orgullo por entregar un Ejército de gran calidad profesional.
Al escribir mi Memorias expresé ya hace algunos años: «Cuando ingresé como cadete de la Escuela Militar, dentro de ese vetusto edificio de la calle Blanco, donde se vinculan sentimientos de amor a la Patria, el cumplimiento del deber y se somete a la dura disciplina, fue para mí uno de los momentos más felices de mi vida».
Recuerdo también que esta llegada al instituto formador de Oficiales fue en los primeros días de marzo de 1933 y con ello «se cumplía mi aspiración».
Quiso la Divina Providencia que este entusiasmo vocacional se cumpliera en plenitud mucho más allá de lo que las condiciones ordinarias podían haberlo previsto y siempre ajeno a todo cálculo personal.
Durante estos años he caminado por la senda del deber y la disciplina, y en este mismo mes de marzo, hoy, a los 65 años de servicio, cuando debo dejar la carrera activa como soldado, siento murmurar en lo hondo de mi corazón ¡gracias, Patria mía, he sido tu soldado!
Ello me hace feliz, pues llegué al mando superior de mi institución después de haber cumplido regularmente cada una de las etapas de la carrera militar, recibiendo con alegría las destinaciones y cumpliendo las tareas que se me asignaban en el orden táctico operativo y académico, entregando todas las energías de que soy capaz.
Asimismo quiero proclamar solemnemente, en este mismo acto, que en mi espíritu se mantienen con renovado vigor los mismos ideales e ilusiones que me acompañaron en esa lejana fecha de mi ingreso a la Escuela Militar.
Al hacer entrega del mando del Ejército, no puedo dejar de recordar los intensos y extensos años que dediqué a su servicio y, por su intermedio, a la Patria. Son muchas las imágenes y vivencias que cruzan por mi mente y corazón, nombres y hombres, éxitos y desazones; euforias compartidas con inolvidables camaradas y momentos de soledad que rodean las ineludibles decisiones de todo comandante.
En todos estos sesenta y cinco años no ha habido otro afán que haya motivado con más fuerza mi vida profesional y personal que hacer coincidir mi vocación de servicio con los grandes objetivos e intereses de la Patria.
En tal virtud, puedo dar fe de que el Ejército, invariablemente, ha estado a disposición de los supremos intereses nacionales y que su trayectoria ha estado indefectiblemente ligada a los destinos del país, no como una relación fatalista, sino que en una identidad consecuente con la misión fundacional del Estado y de sus instituciones fundamentales.
Señoras y señores:
No es mi ánimo mirar atrás, porque ello es anclarse en ele pasado y no avanzar de acuerdo con el mundo; sin embargo, quiero decir dos palabras sobre una materia pasada para recuerdo de la Nación misma.
Chile se enorgullecía como Nación de larga tradición democrática, señera en el continente, y sus Fuerzas Armadas habían contribuido eficazmente a su formación y defensa.
Sin embargo, en el devenir de nuestra historia fue generándose un estado de conflicto público, cada vez más extendido, agudo e incontrolable. Conflicto que llegó a afectar a la subsistencia de la Patria misma, como Nación libre y Estado soberano.
¡Eran evidentes las posibilidades de autodestrucción de Chile!
¡Primaron entonces los deberes patrióticos por sobre toda otra consideración!
Las Fuerzas Armadas, destinadas a asegurar y defender la integridad de la Patria, deben en estas circunstancias extremas pronunciarse.
El Ejército y sus instituciones hermanas asumieron la conducción del Estado y se abocaron a la restauración de la institucionalidad quebrantada y a la reconstrucción social, política y económica del país.
El estudio desapasionado de la realidad de la época hace concluir que, o las Fuerzas Armadas tenían éxito en esta empresa extraordinaria, o la suerte del país volvía a etapas de aniquilamiento peor. Una pieza trascendental, ene el cumplimiento de esta magna tarea, fue la promulgación de una nueva virtud de la cual se entregó el poder supremo a la civilidad en las fechas y formas preestablecidas y plebiscitadas.
En esta forma, la democracia chilena pudo retomar su rumbo.
A su vez las Instituciones Armadas pudimos decir entonces ¡misión cumplida!
Señora y señores:
Las circunstancias de inicio y término de mi gestión de mando son tan distintas como es la situación institucional que vivía el Ejército en los comienzos de la década del setenta, en comparación con la que vive hoy, al término de los noventa.
En efecto, la turbulencia que caracterizó la etapa previa y misma de mi asunción al mando no era precisamente la más favorable para emprender proyectos de modernización que la Institución requería urgentemente. A su compromiso con la restauración nacional se sumaron dos grandes crisis internacionales, que pusieron de manifiesto carencias que se arrastraban por décadas y que sólo pudieron ser reparadas parcialmente y con soluciones de emergencia, debido a la situación económica que atravesaba el país.
En esta misma vulnerabilidad el Ejército encontró la fuerza para superar, con iniciativa y mucho sacrificio de su personal, situaciones adversas que parecían insalvables.
En más de alguna oportunidad me he referido a las condiciones que rodearon esa primera década de mi mando institucional. Hoy sólo quisiera destacar que en el rol que históricamente han cumplido los ejércitos en el mundo suele juzgárseles mas que por las batallas ganadas en la guerra, que por las que han evitado.
Quiso el destino poner como prueba esta grave situación, cuyos episodios, aún no revelados del todo, trajeron con crudeza la realidad no superada del flagelo de los conflictos, que demandaron los soldados, marinos y aviadores, junto a la solidaridad y serenidad de nuestros compatriotas, una actitud digna y responsable en que los valores en juego no podían ser transados a cualquier precio.
Para un Comandante en Jefe, los momentos de apremio son los que miden la verdadera fuerza de sus medios. La fuerza de entonces, como lo fue históricamente y seguirá siendo en el futuro, no fueron los cañones o los tanques.
Nunca me sentí más orgulloso de mandar el Ejército de Chile que en los períodos en que asumimos tan variadas y diversas crisis en que sólo descansamos en el valor de nuestros hombres y mujeres.
Posteriormente, la década del ochenta pudo haber sido más propicia para cumplir nuestros proyectos institucionales, pero sus costos eran incompatibles con necesidades más apremiantes, sin contar con la carga que debió asumir el Ejército de un endeudamiento a largo plazo, que no fue traspasado al erario nacional. Ante esta nueva prueba, el recurso humano exhibió una vez más su capacidad para superar las carencias materiales.
Podría decir con toda justicia que, así como el país fue capaz de vencer la adversidad de las crisis económicas sucesivas que sacudieron al mundo con el ingenio y sacrificio de sus dirigentes, profesionales, empresarios y trabajadores, los soldados desarrollaron una capacidad tecnológica que permitió al Ejército mantener operacional su material antiguo y desgastado, contribuyendo eficientemente al nivel de disuasión nacional.
Esta medida permitió superar la emergencia recurriendo a la implementación de varios programas, como el aumento de la planta y del contingente, el desarrollo de la industria bélica nacional, que garantizara la provisión de armamento liviano, el aumento de la capacidad antiaérea y de antiblindaje, y el mantenimiento y reparación del material blindado y de artillería.
Paralelamente, el Gobierno Militar aplicó las medidas que la situación ameritaba, lo que permitió mantener el modelo económico y las reformas sociales emprendidas.
Dos décadas, con sus realidades internacionales, nacionales e institucionales particulares, hicieron confluir las características más notables de un ejército comprometido con el desarrollo y la paz: su apego a los valores tradicionales, su identidad con los intereses permanentes, su contribución al progreso y su visión optimista del porvenir.
La década del noventa, junto con el inicio de la plena institucionalidad, trajo los frutos de una economía sana y renovada y de un desarrollo anticipado por un trabajo previsor y austero, ofreciendo circunstancias más auspiciosas para llevar a cabo nuestros proyectos de modernización.
Se avanzó mucho en los procesos de formación, perfeccionamiento y entrenamiento del personal, alcanzando niveles que son reconocidos como similares a los de los ejércitos de los países más desarrollados del mundo.
El Ejército que hoy entrego es, en muchos aspectos, distinto al que recibí en 1973, pero también mantiene las características que le han hecho singular en el concierto americano.
Estoy consciente de una interpretación que suele darse a mi dilatada gestión de mando es que se habría generado una relación personal que rompe la subordinación normal de los hombres y la Institución que dirijo.
Si algo de verdad tiene tal afirmación es que mi entrega ha sido total y la respuesta ha sido una cohesión en torno a valores compartidos. Sin la percepción común de tales valores, ningún comandante puede llegar a reclamar la adhesión de sus subordinados. No es la persona la que encarna a la institución, son los valores trascendentes los que logran el espíritu corporativo. Esa es una constante de la historia de nuestro Ejército.
No son, por tanto, sólo más armas o recursos los que entrego a mi sucesor. Entrego un Ejército monolíticamente unido y comprometido. Unido en su sentido espiritual y valórico, consciente de su rol histórico y del provenir. Comprometido con un destino común con la Patria, con el apego a sus tradiciones y cultura, respetuoso del ordenamiento constitucional que sus hombres contribuyeron a forjar, y con la defensa y soberanía nacional que juraron proteger aún a costa de sus vidas.
Al hacer entrega del mando del Ejército de Chile al Señor Teniente General don Ricardo Izurieta Caffarena, pongo en sus manos, mente y corazón, una de las Instituciones que más ha gravitado en la vida de la Nación.
Cuando un General de la República accede a tan honroso cargo no sólo ha compartido la historia de su Ejército, sino que los mismo valores y desvelos de todos sus hombres. A ellos se debe, como el Ejército hace lo mismo con la Patria. Por ello es que también el señor General Izurieta, junto con asumir el mando institucional, acepta para sí la honrosa misión de ser el continuador de la inmaculada trayectoria de una institución que, como ha ocurrido en el pasado, habrá de trascender nuestras efímeras vidas.
A los soldados del Ejército de Chile les recuerdo que son herederos de un pasado glorioso, guardianes de un presente promisorio y actores de un futuro que habrá de construirse en plena armonía con los valores permanentes de la Nación. Cultiven con orgullo la contribución de este invicto Ejército a la paz y desarrollo de la Nación y renueven su compromiso con ella en cada acto de servicio, con la misma fe y respeto con que veneramos y conservamos nuestras más sagradas tradiciones de valor, honor y lealtad.
Señoras y señores:
Ante los estandartes del Ejército de Chile, que representan lo que más he querido en mi vida, tal como lo hicieran cuando presté mi juramento, vuelvo mi mirada al Todopoderoso para agradecerle tan inmenso privilegio, al haberme permitido ejercer el mando de esta gloriosa Institución.
Mi larga carrera profesional y el mando de este glorioso Ejército me han dado la posibilidad, como a pocos, de comprobar las notables virtudes que caracterizan el hombre de armas chileno. Aquellos que hicieron posible la independencia y la superación victoriosa de las grandes encrucijadas de nuestra historia.
Reitero mi gratitud más profunda por la leal y abnegada colaboración que he recibido en estos años de tantos camaradas de armas, que han entregado lo mejor de sí en el cumplimiento de las misiones que les fueron asignadas.
Rindo en esta hora mi más sentido homenaje a todos aquéllos que ofrendaron su vida en los momentos más decisivos que hemos vivido.
Por ello también, emocionado, hago llegar mi gratitud a las familias de todos los soldados de este Ejército, que con su comprensión y apoyo también participaron en las nobles tareas realizadas.
Asimismo con especial consideración formulo mi reconocimiento a todos los integrantes de la Armada, de la Fuerza Aérea y Carabineros que, en estrecha y leal acción común con la institución que he tenido el honor de comandar, supieron cumplir la orden con gran generosidad y eficiencia.
A mi querida esposa Lucía vayan mis cariñosos sentimientos de amor y de gratitud, porque ella ha sido para mí fuente de inagotable apoyo y comprensión, y en estos 55 años juntos siempre he visto en ella la compañera abnegada y a veces heroica de todos los imperativos que exige la vida de las armas. En ella he visto a la verdadera mujer del soldado valiente y abnegado.
A mis hijos gracias por eses cariño que siempre he recibido de todos.
En una palabra a todos los que han luchado y luchan por un Chile mejor con principios nacionales y no extranjeros.
A las Autoridades de Gobierno y representantes de los Poderes del Estado, por haber comprendido mi gestión de mando en un período de incertidumbres y cambios, con la grandeza que anima a los hombres que han puesto al bien común como el logro más preciado.
Al expresar mis sentimientos de gratitud a quienes han estado conmigo de una u otra forma, los extiendo a todos aquellos compatriotas que me brindaron su apoyo, confianza y amistad por tantos años y en tan variadas circunstancias. Su reconocimiento será mi mejor estímulo para continuar colaborando en el servicio público hasta que Dios, nuestro Señor, me lo permita».
Carta abierta a los premios Nobel de la Paz (1 de diciembre de 1998)
URGENTE
Estimado amigo,
Seguramente está usted al tanto de la presión que se está ejerciendo sobre las autoridades de España y del Reino Unido para que se permita a Augusto Pinochet regresar a Chile. Amnistía Internacional no tiene ninguna duda de que, si esto sucede, el ex general jamás será juzgado: la ley de autoamnistía de 1978 y las disposiciones especiales de la Constitución chilena le han garantizado una inmunidad total durante más de veinte años, y seguirán haciéndolo.
Por ello, me dirijo hoy a usted con una petición urgente para que brinde su apoyo a una causa que constituye el progreso más importante en materia de derechos humanos desde 1948.
Adjunta a esta nota encontrará una carta modelo dirigida al ministro de Interior del Reino Unido, Jack Straw.
Dicha carta, además de manifestar su apoyo hacia las víctimas de las violaciones de derechos humanos cometidas durante el régimen militar chileno, pide al señor Straw que permita a los tribunales dictar una orden de extradición, y que no tome ninguna medida que pueda impedir que un tribunal competente decida sobre los cargos formulados contra el general. Deseo animarle a que, con carácter de urgencia, firme la carta y la envíe por correo o por fax* a ack Straw.
Creo que la autoridad moral que usted, como Premio Nobel de la Paz, reviste puede añadir un peso considerable a la petición de las víctimas y los familiares chilenos para que Augusto Pinochet sea extraditado a España.
Atentamente,
Pierre Sané
Secretario General
Nota: Al personal de campaña y medios de comunicación de Amnistía Internacional le gustaría dar publicidad al hecho de que los Premios Nobel de la Paz se han puesto en contacto con el ministro de Interior del Reino Unido para formular la petición expuesta en esta carta. Si no tienen objeción, les agradeceríamos que enviaran por fax (y, a ser posible, también por correo) una copia de su carta firmada a la atención de Soraya Bermejo, encargada de prensa, a los números +44 171 413 5815 / 5835.
* Número de fax del señor Jack Straw: +44 171 273 3965
Carta de publicación póstuma (escrita el 2004)
«Mensaje a mis compatriotas, para ser difundido a mi fallecimiento.
Chilenos, sin excepción:
Muchas veces hice llegar mi pensamiento a ustedes durante mi vida pública. Especial recuerdo hago de mis comunicaciones desde mi cautiverio en Londres.
Ahora, con esfuerzo, he hilvanado los siguientes pensamientos que surgen desde lo profundo de mis sentimientos y convicciones.
Quiero despedirme de ustedes con mucho cariño. Entiendo que esto parecerá incomprensible para muchísimos, pero es así.
En mi corazón no he dejado lugar para el odio. He recorrido muchos años y entiendo del amor y del dolor.
Yo elegí la carrera militar por amor a la Patria. El que he mantenido sin alteración desde el primer día que entré a la escuela Militar y, ahora, al irme de este mundo, aquel sentimiento llena mi espíritu enteramente.
Amo a la Patria; amo a todos ustedes. Por amor se pueden hacer muchas cosas buenas y muchas malas. Acertadas y erróneas. Yo nunca imaginé entrar a la Gran Historia de mi país, pero así ocurrió.
En transcurrir público de éste se fue transformando desde decir «en Chile nunca pasa nada», a un precipitado de dramáticos acontecimientos.
No quiero entrar en análisis mayores, propio de historiadores, pero sí hacerlo respecto a afirmaciones profesionales y humanas que son las que me interesa comunicarles a ustedes.
Década conflictiva
Yo, como militar, percibí la gravísima y compleja situación que se avecinaba mientras avanzaba la década de los setenta.
Nadie podrá discutir que el mundo entraba en un enfrentamiento global, ideológico y militar, al que se llamó la «guerra fría». Cada día los conflictos se agrandaban más, se calentaba más esa «guerra» y eran más complejos, en especial, para una mirada observadora militar.
Los ángulos comprometidos en esa guerra crecían día a día y abarcaban la casi totalidad de los planos de la vida, pública y privada de la gente.
Crecía y presionaba al hombre común ese sino tan trágico de una guerra, o tú o yo, con el agravante que el dilema se extendía a la comunidad toda internacional, algo así como una guerra total y sin cuartel.
Un militar no podría restarse a este panorama, porque era muy sombrío, debía prepararse para lo mejor y para lo peor, ecuación clave en una estrategia profesional.
Chile empezó a arder y se encajonaba, sin escape objetivamente, en mi concepto, a tres posibilidades (esto que lo entiendan las personas jóvenes, nacidas con posterioridad a la crisis).
A una guerra civil, sin cuartel, «de ventana a ventana», con miles y miles de personas muertas. A una imposición de una dictadura llamada del proletariado, ideológica, marxista leninista, con la pérdida total de la libertad política y del Estado de Derecho; y, a una reacción conjunta de civiles y militares para eliminar tajantemente las anteriores. Nadie discute que la inmensa mayoría de la población se inclinaba por ésta última alternativa. Chilenos, amigos sin exclusión. Una guerra internacional, o una civil, es algo atroz. Lo peor que le puede ocurrir a una sociedad. La guerra, por esto, hay que evitarla hasta donde sea posible.
Los adultos que vivieron el tiempo del pronunciamiento militar se dieron cuenta cabal que la única opción realista era esto último.
Máximo rigor
Hubo que actuar para cubrir eficazmente todos los ángulos de un enfrentamiento amplio, porque explícitamente los partidos de Gobierno sostenían que la vía armada era la única forma de alcanzar el poder, a la corta o a la larga.
Creo que nunca de manera tan contundente se había amenazado una guerra civil en nuestro país o en otra parte del mundo. Si a lo anterior se agregan el sinnúmero de ratificaciones de hecho y retóricas que confirmaban tales propósitos, hicieron más explicable la intervención militar.
Había, pues, que actuar con el máximo rigor y sostenidamente hasta conjurar cualquier extensión del conflicto que se anunciaba.
«Fue preciso emplear diversos procedimientos de control militar, como reclusión transitoria, exilios autorizados, fusilamientos con juicio militar»
Si no se procedía, así, la acción militar habría terminado en un fiasco, y eso hubiera provocado en el pueblo por muchos años consecuencias negativas en extremo dolorosas.
El 73, por las citadas características del contrincante, fue preciso emplear diversos procedimientos de control militar, como reclusión transitoria, exilios autorizados, fusilamientos con juicio militar.
En muchas muertes habidas y en los desaparecimientos de cuerpos es muy posible que no se logre jamás un conocimiento acabado del cómo o por qué ocurrieron. No se puede descargar con simpleza la responsabilidad de un sinnúmero de extralimitaciones porque no hubo un plan institucional para ello. Los conflictos graves son así y siempre serán así: Fuente de abusos y exageraciones.
¿Pero cómo tantos no han querido o podido entender la extrema gravedad de la amenaza si todo el contexto nacional e internacional avalaba su existencia?
En los enfrentamientos habidos en la Historia el resultado en cuanto a pérdidas de vidas y las deshumanizaciones son parte de su definición.
Lo anterior no va en búsqueda de atenuantes a los excesos, sino a recordar su presencia insoslayable.
Yo, como Presidente de la República y comandante en jefe del Ejército actué como les dije, con rigor, pero con mucha más flexibilidad que la que se me reconoce, por lo que yo siempre me refería a una «dictablanda».
Mientras el fanatismo ideológico y armado constituyera un peligro para la estabilidad, no era posible bajar las manos.
Chilenos todos:
¡Cómo quisiera que no hubiese sido necesaria la acción del 11 de septiembre de 1973!
«¡Cómo hubiera querido que la ideología marxista leninista no se hubiera interpuesto en la nuestra vida patria!»
¡Cómo hubiese deseado que el Presidente Salvador Allende no hubiere incubado en su ideario el propósito de transformar a nuestra Patria en una pieza más del tablero dictatorial marxista!
Las guerras traen dolores muy difíciles de sanar.
Los parientes y amigos de compatriotas nuestros caídos en el enfrentamiento fratricida tendrán para siempre un recuerdo negro de lo ocurrido.
Yo voy a misa y comulgo. Nunca dejo de pensar en las heridas abiertas.
Cómo me gustaría andar en las calles, saludando, consolando, ayudando…
Mi destino es un tipo de destierro y soledad que jamás hubiera pensado, y menos deseado.
Para terminar, con toda sinceridad declaro estar orgulloso de la enorme acción que hubo que realizar para impedir que el marxismo leninismo alcanzara el poder total, y también, para que mi entrañable Patria fuera una «gran nación», como fue el lema que desde el principio inspiró a la Junta de Gobierno. De eso, nunca dudaré, sin una pizca de vacilación.
De repetirse la experiencia hubiere deseado, sin embargo, mayor sabiduría.
Augusto Pinochet Ugarte
Capitán general, Ex Presidente de la República, ex senador de la República, ex Comandante en Jefe del Ejército».






Teniendo presente que: 1.- La gravísima crisis social y moral por la que atraviesa el país; 2.- La incapacidad del Gobierno para controlar el caos; 3.- El constante incremento de grupos paramilitares entrenados por los partidos de la Unidad Popular que llevarán al pueblo de Chile a una inevitable guerra civil, las Fuerzas Armadas y Carabineros deciden:
1.- El Presidente de la República debe proceder a la inmediata entrega de su cargo a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile.
2.- Las FF.AA. y Carabineros están unidos para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la Patria y evitar que nuestro país siga bajo el yugo marxista; y la restauración del orden y la institucionalidad;
3.- Los trabajadores de Chile pueden tener la seguridad de que las conquistas económicas y sociales que han alcanzado hasta la fecha no sufrirán modificaciones en lo fundamental;
4.- La prensa, radios difusoras y canales de televisión adictos a la Unidad Popular deben suspender sus actividades informativas a partir de este instante. De lo contrario recibirán castigo aéreo y terrestre;
5.- El pueblo de Santiago debe permanecer en sus casas a fin de evitar víctimas inocentes.
Firmado: Augusto Pinochet Ugarte, Comandante en Jefe del Ejército; José Toribio Merino, Comandante en Jefe de la Armada Nacional; Gustavo Leigh, Comandante. en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile, y; César Mendoza Durán, Director General de Carabineros.
Junta Militar de Gobierno; Santiago, 11 de septiembre de 1973