Discurso pronunciado en la Conferencia Constitucional de Filadelfia de 1787

«Concuerdo plenamente con el General Washington, de que debemos proteger esta joven nación de una influencia insidiosa y penetradora. Esa amenaza, señores, son los judíos.

En cualquier país donde los judíos se asienten en números considerables, bajan sus niveles morales; alterarán su estabilidad comercial; reirán e intentarán desestabilizar la religión cristiana sobre la cual está fundada, haciendo objeciones a sus restricciones; construirán un Estado dentro del Estado y, cuando sufran oposición, intentarán estrangular el país financieramente hasta la muerte, como es el caso de España y Portugal.

Por más de 1.700 años, los judíos estuvieron llorando su triste destino de estar exiliados fuera de su tierra natal, que ellos llaman Palestina. Pero, señores, si el mundo les diese Palestina a ellos, ¿Habría ahora una nueva razón para que no retornasen? ¿Por qué? Porque ellos son vampiros, y los vampiros no viven entre vampiros. No pueden vivir a penas entre ellos mismos. Deben subsistir sobre los cristianos y otros pueblos que no son de su raza. Si ustedes no los excluyen de los Estados Unidos, en su Constitución, en menos de 200 años ellos estarán llegando acá en números tan grandes que dominarán y devorarán la tierra y cambiarán nuestra forma de gobierno, por la cual los americanos hicimos correr nuestra sangre, dimos nuestras vidas, nuestras almas y arriesgamos nuestra libertad.

Si ustedes no los excluyen, en menos de 200 años nuestros descendientes estarán trabajando los campos para darles subsistencia, y mientras ellos estarán en los escritorios comerciales restregándose las manos. Yo les advierto, caballeros, que si ustedes no excluyen a los judíos para siempre, sus descendientes van a maldecirlos en sus tumbas.

Los Judíos, caballeros, son asiáticos, y si los dejan nacer donde quieran por generaciones estando fuera de Asia, ellos jamás van a ser diferentes. Sus ideas no se ajustan a las del americano, y no ha habido jamás seres que vivan dentro de dos generaciones. Un leopardo no puede cambiar sus colmillos. Los Judíos son asiáticos, son una amenaza para este país si les permitimos la entrada, y debiesen ser excluidos de esta Convención Constitucional».

Último discurso de la Convención Constitucional, 1787

«Señor Presidente:

Confieso que hoy no apruebo del todo esta Constitución, pero no estoy seguro, señor, de que nunca la apruebe; porque habiendo vivido largo tiempo, he podido observar que en muchas ocasiones me he visto obligado, debido a una mejor información o a una consideración más detenida, a cambiar de opinión, aún en asuntos de gran importancia que un día creí justos y después tuve que abandonar como erróneos. Por esto, cuanto más viejo me hago, más aprendo a dudar de mi propio juicio sobre los demás.
En realidad, la mayoría de los hombres, lo mismo que la mayoría de las sectas religiosas, se creen en posesión de la verdad pura, y piensan que todos los que difieren de ellos están en el error. Un protestante, Steele, en una dedicatoria, le dice al Papa que la única diferencia entre nuestras dos iglesias sobre las opiniones de la veracidad de su doctrina, es que la Iglesia Romana es infalible y que la Iglesia de Inglaterra nunca se equivoca.

Pero, aunque muchas personas particulares piensan casi tan elevadamente de su propia infalibilidad como de la de su secta, pocos la han expresado tan naturalmente como aquella señora francesa que en una pequeña disputa con su hermana, le dijo: «Yo no me he encontrado con nadie más que conmigo que tenga siempre razón» («Je ne trouve que moi qui aie toujours raison «).

Pensando de este modo, señor, acepto esta Constitución con todas sus faltas… si podemos considerarlas como tales; porque yo creo que un Gobierno general es necesario para nosotros y cualquier forma de Gobierno puede ser una bendición para el pueblo si se administra bien; y creo también que una buena administración dura unos cuantos años solamente y al fin termina en despotismo (como han terminado otras formas antes); porque el pueblo se corrompe de tal manera que es necesario un gobierno despótico. Dudo, también, que ninguna otra Convención que podamos lograr sea capaz de hacer una Constitución mejor; porque cuando se reúnen varias personas y juntan su sabiduría, juntan también todos sus prejuicios, sus pasiones, sus errores, sus intereses locales y sus egoísmos. ¿Puede esperarse de tal conjunción una obra perfecta? Por esto me asombra, señor, encontrar casi perfecto este sistema; y creo que asombrará también a nuestros enemigos, que aguardan confiados a que alguien les diga que nuestros consejos son una torre de Babel y que nuestros Estados están a punto de separarse para juntarse de aquí en adelante tan sólo para degollarse los unos a los otros. Así, pues, señor, apruebo esta Constitución, porque no espero nada mejor y porque casi estoy seguro de que es la mejor. La crítica que he hecho de sus errores la sacrifico al bien general. Jamás diré una sola palabra de esta crítica fuera de aquí. Dentro de estos muros han nacido y dentro de estos muros morirán. Si alguno de nosotros, al volver a nuestros Constituyentes, les cuenta las objeciones que él ha puesto y se esfuerza en sostenerlas para ganar partidarios, impedirá que sea bien recibida en general y hará que pierda por lo tanto sus efectos saludables y las grandes ventajas que resulten naturalmente en nuestro favor, lo mismo entre las naciones extranjeras que entre nosotros, de nuestra verdadera o aparente unanimidad. Mucha de la fuerza y eficacia de un gobierno, al intentar y asegurar la felicidad del pueblo, depende de la opinión, de la opinión general que se tiene de la bondad de este gobierno, lo mismo que de la sabiduría e integridad de sus gobernantes. Espero, por lo tanto, para nuestro beneficio, para beneficio del pueblo, y para beneficio de nuestros descendientes, que nos conduzcamos leal y unánimemente al recomendar esta Constitución hasta donde llegue nuestra influencia, y hacer que nuestros futuros pensamientos y nuestros esfuerzos se acomoden a dirigirla bien.

En resumen, señor, no puedo menos de expresar mi deseo de que todos los miembros de la Convención que quisieran aún hacer alguna objeción, se acojan un poco conmigo en esta ocasión a la duda de su propia infalibilidad y que para manifestar su unanimidad pongan su nombre en este instrumento».

 

[1] Cuando en 1.787 se convocó en Filadelfia una asamblea general de todos los Estados libres de la América septentrional para dar más energía al gobierno de la Unión, revisando los artículos de la Confederación y corrigiendo algunos de ellos, el doctor Franklin, a pesar de tener entonces ochenta y dos años, fue nombrado diputado por el Estado de Pensilvania, y en calidad de tal firmó la nueva acta constitucional, aprobada por los Estados Unidos. El discurso que pronunció Franklin en esta ocasión y que aquí se publica, es un monumento admirable de prudencia y de moderación política.

Una carta al público con fecha 9 de noviembre de 1789

«Es con particular satisfacción nos aseguramos los amigos de la humanidad, que, en la persecución de el diseño de nuestra asociación, nuestros esfuerzos han dado buenos resultados, más allá de nuestras expectativas más optimistas. Animado por este éxito, y por el progreso diario de ese espíritu luminoso y benigna de la libertad, que se difunde en sí en todo el mundo, y humildemente la esperanza para la continuación de la bendición divina sobre nuestro trabajo, nos hemos aventurado a hacer una adición importante a nuestro plan original, y no, por tanto, solicita encarecidamente el apoyo y la ayuda de todos los que pueden sentir las emociones tiernas de simpatía y compasión, o saborear el placer exaltado de la beneficencia.

La esclavitud es una degradación tan atroz de la naturaleza humana, que es muy extirpación, si no se realiza con cuidado solícito, a veces puede abrir una fuente de males graves. El hombre infeliz, que durante mucho tiempo ha sido tratada como un animal bruto, se hunde con demasiada frecuencia por debajo de la norma común de la especie humana. Las cadenas mortificantes, que se unen a su cuerpo, así también haced Fetter sus facultades intelectuales, y en menoscabo de las afecciones sociales de su corazón. Acostumbrado a moverse como una simple máquina, por la voluntad de un maestro, la reflexión se suspende; él no tiene el poder de elegir; y la razón y la conciencia tienen poca influencia sobre su conducta, porque está principalmente regido por la pasión del miedo. Él es pobre y sin amigos; tal vez desgastado por el trabajo extrema, la edad, y la enfermedad.

Bajo tales circunstancias, la libertad puede a menudo resultar una desgracia para sí mismo, y perjudicial para la sociedad.

La atención a las personas negras emancipados, es por lo tanto, es de esperar, se convertirá en una rama de nuestra política nacional; pero, en lo que contribuimos a la promoción de esta emancipación, hasta el momento que la atención es, evidentemente, un deber grave sobre nosotros, y que tenemos la intención de cumplir a lo mejor de nuestro juicio y habilidades.

Instruir, aconsejar, para calificar aquellos, que han sido restauradas para la libertad, para el ejercicio y el goce de la libertad civil, para promover en ellos hábitos de la industria, para proporcionarles empleos adecuados a su edad, sexo, talentos, y otra circunstancias, y para procurar a sus hijos una educación calculado para su situación futura en la vida; éstas son las grandes líneas del plano anexo, que hemos adoptado, y que concebimos será esencialmente promover el bien público, y la felicidad de estos nuestros hasta ahora demasiado descuidado semejantes.

Un plan tan extenso no puede ser llevada a la ejecución sin considerables recursos pecuniarios, más allá de los actuales fondos ordinarios de la Sociedad. Esperamos mucho de la generosidad de los hombres libres iluminados y benévolos, y con gratitud a recibir donaciones o suscripciones para este fin, lo que puede hacerse a nuestro Tesorero, James Starr, oa James Pemberton, presidente del comité de correspondencia.

Singned por orden de la Sociedad.

B. Franklin, Presidente»