Discurso al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2003
«¿El Cowboy o Simbad ?
¿Quién vencerá en la globalización ?
1.- ¿Por qué tenemos miedo al extranjero? Porque tememos que nos agreda y nos lastime. Todos tenemos miedo al Cowboy porque si un desdichado extranjero se acerca a sus fronteras, automáticamente saca sus revólveres. Sin embargo, no tenemos miedo a Simbad el Marino porque en los Cuentos de las mil y una noches, los Ouççaç (narradores públicos) contaban, en el Bagdad del siglo IX, que la suerte de poder viajar a islas lejanas y comunicarse con los extranjeros, le daba placeres y beneficios. En la civilización del Cowboy el extranjero siempre es el enemigo porque el poder y la gloria proceden del control de las fronteras; en la de Simbad, sin embargo, el diálogo con el extranjero enriquece.
1.1.- Simbad es lo contrario de un emigrante. Siempre regresa a su punto de partida, que es Bagdad. En sus siete viajes, sale en barca de Bagdad, Tigris abajo, hasta el puerto de Basora, desde donde parte, cuando el monzón sopla de occidente a oriente, a bordo de navíos, repletos de mercaderes árabes o persas, que surcan el océano Ìndico hasta los puertos de las islas de Malasia, Indonesia y China. Simbad, y los mercaderes que lograban sobrevivir a los naufragios, permanecían en los puertos asiáticos seis u ocho meses, esperando la estación en la que el monzón fuera favorable y soplara del este hacia el oeste. Pero Simbad no era una mera ficción, representaba a una clase de mercaderes de Bagdad que obtenía riqueza y placer de los viajes y de la comunicación con el extranjero:
1.1.1.- Prueba de ello es que, si consultan un diccionario francés o inglés, comprobarán que la palabra monzón es de origen árabe, viene de mawassim (estaciones).
1.1.2.- Otra prueba es que Simbad representaba a toda una civilización de viajeros-comunicadores y que la islamización de Malasia, Indonesia y parte de China no se logró con ejércitos, sino fundamentalmente gracias a los mercaderes Sufíes que hablaban de su nueva religión: un Islam donde el extranjero es el mejor aliado, un Islam Sufi que se resume en las tres postales que les han repartido:
Postal N°l-Versículo 34 de Surat 41: «Responde a la agresividad con bondad».
Postal N°2-Ibn´Arabi: «El ojo es como un espejo: el espejo es único pero, en el ojo del que mira, las imágenes son múltiples».
Postal N°3-Ibn´Arabi: «Mi religión es el amor» lo que significa que si el jefe me dice que el Islam es la violencia, está hablando de otra religión, no de la mía.
2.- Pero ¡Cuidado! No identifiquen automáticamente al Cowboy con la civilización americana y a Simbad con la árabe; de lo que yo quiero hablar aquí es del modelo de extranjero: ¿quién tiene el increíble poder de controlar nuestro imaginario haciéndonos percibir al extranjero como un ser maléfico (modelo Cowboy) o bondadoso (modelo Simbad)? Quiero sugerir la hipótesis de que nuestro modelo de extranjero nos viene impuesto por los intereses de la élite que controla el estado y su máquina burocrática; si Simbad representa un héroe en el Bagdad del siglo IX y, concretamente en el reinado del Califa Harun er-Rachid, es porque en aquel momento el Estado era todavía incipiente y la élite dirigente podía acumular riquezas y poder gracias a un Islam que en esencia era una estrategia de comunicación.
3.- Pero un siglo más tarde, en la misma dinastía Abasida que seguía reinando en Bagdad, aparece un Califa Cowboy: al-Mu´tadid, que declaró la guerra a Simbad, prohibió a los Musulmanes el acceso a los especialistas que enseñaban el arte del diálogo y censuró los libros que explicaban las técnicas de comunicación. ¿Por qué? Porque nuestro Califa Cowboy tenía a su disposición un formidable Estado con una burocracia imperial creada por los consejeros persas. Los califas árabes, que procedían de la tradición nómada y lo ignoraban todo del estado centralizado, habían encontrado en los Persas a unos campeones de la ingeniería y la burocracia imperial. Mu´tadid, nuestro califa cowboy, disponía de una formidable estructura policial, reforzada con espías, para vigilar a la población de Bagdad y de una temible fuerza militar para vencer al extranjero. Vamos a leer juntos la declaración de guerra del Califa cowboy contra Simbad para poder entender algo muy importante en un planeta condenado a la globalización: el deseo de aterrorizar a los extranjeros nunca es un deseo del pueblo sino de las mafias que fabrican las armas y se las confían a espías y policías:
«Durante ese año 279 de la hégira (siglo X del calendario cristiano) se decretó (nudia) en las calles de Bagdad por orden del Sultán del Islam (sultan al muslimin) alMu´tadid que a partir de ese momento quedaba prohibido a los narradores públicos (quççaç), portavoces de las sectas (turuqiya) y astrólogos apostarse en las calles o hablar en las mezquitas. Y se prohibió a los libreros vender libros de retórica (kalam), filosofía (falsafa) y Jadal (técnicas del diálogo)».
(Fuente : el historiador Ibn Katir en su libro El principio y el fin (Al bidaya wa nihaya), volumen Il, año 279. Ibn Katir en 774 de la hégira , (Siglo XIV)
Conclusión: Es posible imaginar, tomando como modelo a Simbad, una globalización en la que el papel de los estados consista en facilitar a los ciudadanos el conocimiento de las técnicas de comunicación y el arte de la navegación y del viaje; porque Simbad, como ya he dicho, es lo contrario del emigrante. Siempre regresa a Bagdad. Pero ¿de dónde se sacaría el dinero para enseñar las técnicas de comunicación a los ciudadanos? Bastaría con transferir el dinero que los cowboys destinan a fabricar armas para espías, policías y soldados, a las instituciones que enseñan el arte del diálogo. ¿Quién va a perder con este cambio? Los ciudadanos no, desde luego.
TEXTOS ANEXOS
«Responde a tu agresor con bondad y verás como tu peor enemigo se transforma en un amigo muy cercano».
Corán, versículo 34 de la Surat 41 (Fuçilat)
El fulgurante esplendor del Islam desde 622, primer año del calendario musulmán que coincide con la hégira, la emigración del profeta de la Meca (su ciudad natal) para buscar aliados en Medina, se explica más por el desarrollo del Jadal, el arte de dialogar con el adversario, que por las conquistas militares. Entre los siglos VII y X, Imanes y sabios escribieron centenares de tratados del Jadal para enseñarles a los musulmanes la estrategia de la comunicación. Esto explica, según el filósofo marroquí Taha Abderahman, que la lengua árabe posea 18 palabras para decir diálogo (los orígenes del diálogo «fi-uçul al hiwar»). La derrota de los árabes en España se debió, según Ibn Khaldun (1332-1406) , cuya familia fue expulsada de Andalucía tras la caída de Sevilla en 1248, a que habían dejado de enseñar el arte del diálogo a sus descendientes.
¿Relanzarán el Jadal las 140 televisiones árabes que emiten vía satélite? Podemos pensar que sí, a juzgar por la popularidad de Fayçal al Qacem, la estrella de Al Jazeera que ha basado en él su talk-show (magazine) «al-Itijah al-Mu'akiss» (la opinión contraria).
El espejo de Ibn´Arabi
«El espejo es único, pero en el ojo del observador las imágenes son múltiples»
Ibn´Arabi, de su libro «La joyas de la sabiduría» (Fuçuç al hikam)
Según Ibn´Arabi, la diversidad de los seres humanos refleja la propia esencia divina (el espejo), de ahí la necesidad del safar (el viaje) recomendado por los Sufíes como medio de autoconocimiento. Sólo nos conocemos cuando nos enfrentamos a la diferencia.
Ibn´Arabi es un gran Sufí (místico musulmán) de la España Andalusí; nació en Murcia, en 1185 (año 560 del calendario musulmán) y murió en Damasco en 1240.
¿Resucitará la televisión por satélite el mundo que soñó Ibn´Arabí, un mundo enriquecido por sus diferencias y en el que las personas buscan el diálogo con los extranjeros para conocerse a sí mismas?
Poema de Ibn´Arabi
«Creo en la religión del amor, vayan adonde vayan sus caravanas. Pues el amor es mi religión y mi fe».
(del «Intérprete de los deseos» (torjomano al achwaki) escrito en 1202 en la Meca)
El sueño de Ibn´Arabi, un mundo gobernado por el amor, que incremente el deseo de comunicar y reduzca el potencial de violencia, cobra más fuerza que nunca gracias a la explosión de las televisiones árabes que emiten vía satélite y que en la actualidad ascienden a 140″.
Magia del incienso de fecha 17 de septiembre de 2003
Nos equivocamos cuando decimos que el azar no existe. Porque cuando te ofreces una hora para vagabundear sin fijarte una meta concreta, creas ya un territorio en el que el azar puede manifestarse. Esa tarde de primavera de 2003 me desperté con ganas de vagabundear. A la puesta de sol, me escapé hasta el Mercado de las Flores de la plaza Pietri, donde me regalé tres orquídeas y una rama de jazmín blanco, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que había una exposición al otro lado de la plaza. El nombre del pintor me era desconocido. Lo que era una ventaja, porque, ese día, tenía ganas de desconectar. La galería estaba llena y al principio me entró pánico, porque me horroriza, cuando busco la ensoñación, que me embarquen en saludos y abrazos interminables Moroccan-Style, inevitables en el centro de Rabat. Se produjo un milagro: nadie me saludó. ¡Evidentemente! Todo el mundo estaba absorto con las imágenes expuestas. «Hay magia en el aire», me murmuré justo antes de que mis ojos quedaran hipnotizados por un cuadro que me transportó fuera del tiempo.
– «Y ¿cómo se puede practicar el sihr [magia] sin una azotea encalada donde una luna subversiva inunde con su luz turbia los sueños de las mujeres?», constataba mi abuela Yasmina escandalizada por la rigidez del cadí.
– «Uno de estos días» -le contestaban a coro Chama, Malika y Sakina, que contaban con la abuela para aprender las fórmulas mágicas-, «el cadí va a prohibir a sus dóciles mujeres que respiren».
Dos viernes antes de ‘Achoura, unos vendedores a lomo de burro invadían el barrio y llamaban a las puertas cuando se habían marchado los hombres para vender a las mujeres bkhour, preciosa mezcla de inciensos para quemar, empezando por el jawi y el fasukh. Yo aborrecía el olor de este último, pero como estaba decidida a seducir al planeta, me pegaba al brasero para aprender ‘al-Isti’dad, término Sufi que repetía Sidi Soussi, el Fquih favorito de la abuela Yasmina. «Isti’dad», explicaba a las mujeres que lo visitaban, «es la preparación que hay que recibir: tú no recibes nada de la vida si no aclaras primero tu deseo. Luego, debes concentrarte en la búsqueda». El deseo mío estaba clarísimo: el planeta a mis pies. Y voy a armarme de jawi y de fasukh para seducir a los profesores que deben darme los diplomas y al hombre con el que me quiero casar.
Décadas más tarde, cuando vine a Rabat oficialmente para estudiar Derecho en la Universidad Mohammed V, descubrí los secretos del jawi y del fasukh al encontrar una maravilla que fue mi libro de cabecera: La farmacopea marroquí tradicional: medicina árabe antigua y saberes populares, de Jamal Ballakhdar. Fasukh, explicaba el libro, quiere decir literalmente el que deshace los sortilegios, y añadía que «es el nombre dado a la goma-resina que segrega la planta» que tiene por nombre latino Ferula communis o férula, o también falso hinojo. Bellakhdar afirma que Marruecos está mundialmente reconocido como productor de esta sustancia mágica: «Fasukh… es el producto comercial más conocido bajo el nombre de goma amoniaco de Marruecos. Esta antigua sustancia es conocida en todas partes, hasta en la India, y sirve para designar la droga que viene de Marruecos». En cuanto a jawi o benjuí, está lejos de ser made in Morocco, explica Bellakhdar: «Es una abreviación de al-luban al Jawi…,incienso, perfume de Jawa». Y termina recordando que es el nombre que lleva esta resina aromática en todo el mundo musulmán. Leyendo el libro de Jamal Bellakhdar, me di cuenta de que estaba lejos de ser la única fan de estos productos y que sus consumidores se contaban, desde hace siglos, por millones a través del mundo musulmán.
Pero volviendo a la fiesta de ‘Achoura que traían a mi memoria los cuadros de la exposición, y sobre todo los que invocaban el trance y las danzas espontáneas, el cadí Chaoui, que era un fino psicólogo, no dejaba de recordar a todas las mujeres de la calle de Salaj, en cuanto aparecía el primer vendedor de incienso, que la definición de la palabra sihr dada en el siglo XIII por Ibn Manzhur, el autor del diccionario Lissan al arab (La lengua de los árabes), está muy clara en cuanto a su naturaleza criminal: «El sihr transforma el odio en amor… y, en ese sentido, es una traición…». El sihr es una actividad peligrosa, según Ibn Manzhur, «porque pervierte la naturaleza propia de las cosas… Transforma la mentira en su realidad. Os hace imaginar cosas que no existen».
Inútil decirles que yo bebía las palabras del cadí Chaoui y aprendía de memoría a Ibn Manzhur porque sólo soñaba con una cosa: dominar los sortilegios durante la luna llena de ‘Achoura. Semanas antes de que llegara, yo trepaba detrás de Chama, Malika y Sakina por las escaleras de azulejos verdes de la gran casa familiar, para evitar que se me escapasen echando el cerrojo de la puerta de la azotea. Porque yo sabía que habían escamoteado algo de jawi y de fasukh,cuando Yasmina declaró que le habían robado su reserva. ¡Ser la sehara de la calle Salaj era mi sueño! Y ¿por qué no?, me decía, con la ayuda de los estudios puedo concursar para el puesto de la sehara más poderosa del reino.
¡Qué magnífica profesión, me repetía secretamente, una vez en la Facultad de Mohammed V en Rabat, observando atentamente los ciclos de la luna: transformar a todos los que me detestan, o, peor aún, a los indiferentes para los que ni siquiera existo, en enamorados perdidos, quemando un poco de jawi y de fasukh en una azotea inundada de luna! La idea de seducir al mundo y a los seres, teniendo a la luna por cómplice, no me abandonó nunca; de ahí el delicioso viaje en el tiempo hacia el harén de mi infancia, provocado por los cuadros de la exposición de Rachid Sebti.
En el siglo X, el historiador Mas’udi, que había prometido al principio de su libro Muruj ad-Dahab hablarnos de cuanto había visto con sus propios ojos a lo largo de sus viajes, estaba maravillado, después de su visita a China, por la importancia dada a los artistas. «Los habitantes de ese imperio son, de entre las criaturas de Dios, los más hábiles con sus manos en la pintura y en las demás artes. Ninguna otra nación podría superarlos cualquiera que fuese la tarea. Cuando un chino ha hecho con sus manos un trabajo que él cree inimitable, lo lleva al palacio del rey con la esperanza de recibir una recompensa por su obra maestra. El rey ordena de inmediato que esa obra quede expuesta en palacio durante un año, y si durante ese tiempo nadie le encuentra ningún defecto, el rey concede al autor una recompensa y lo admite entre sus artistas. Pero si descubren un defecto en la obra, el autor queda despedido sin gratificación».
Según el consejo de Mas’udi, propongo lo siguiente: si de aquí a mayo de 2004 nadie se queja de las pinturas de Rachid Sebti, que se envíe una delegación diplomática al Reino de Bélgica, porque allí vive el artista, para intentar seducir al rey con un poco de jawi y de fasukh si fuese necesario, y que acepte restituirnos a nuestro artista, aunque sólo fuese a tiempo parcial durante el verano, para que ayude a las señoras de cierta edad, como yo, que viven en el Reino de Marruecos a reencontrar su adolescencia.
Fuente | Fátima Mernissi, escritora marroquí, es premio Príncipe de Asturias de las Letras 2003. Traducción de Carmen Martí Fabra. | Este artículo apareció en la edición impresa de El País del Miércoles, 17 de septiembre de 2003.