Mensaje de Navidad pronunciado el 24 de diciembre de 2018
Palabras conmemorando el 40º Aniversario de la Constitución Española, 6 de diciembre de 2018
«Permítanme comenzar expresándoles el gran honor que es para mí dirigirme a sus señorías y a todos ustedes en este acto conmemorativo del 40 aniversario de nuestra Constitución. Una Constitución cuya celebración merece el mayor reconocimiento de todas las instituciones del Estado; pues gracias a ella y a su amparo España vive hoy en democracia y en libertad.
Muchas gracias, Señora Presidenta, por su amable invitación y por sus palabras; y a todos, por su presencia en este día emotivo y tan lleno de significado en el que evocamos un período único de nuestra historia. Lo hacemos, además, en presencia de algunos de sus principales y más destacados protagonistas a los que saludo con todo afecto y reconocimiento.
Señorías, Señoras y Señores,
En estas primeras palabras, y con motivo de este aniversario, quiero manifestar, una vez más, mi respeto y compromiso con nuestra Constitución. Un compromiso que asumí formalmente al cumplir la mayoría de edad y que renové el 19 de junio de 2014 ante las Cortes Generales. Recuerdo bien las palabras que me dirigió aquel 30 de enero de 1986 el entonces Presidente del Congreso, Don Gregorio Peces-Barba.
Dijo así: “Con el Juramento que vais a prestar estáis simbolizando vuestro sometimiento al Derecho, vuestra aceptación del sistema parlamentario representativo que nuestra Constitución establece, vuestro compromiso de servicio a las instituciones y a los ciudadanos y vuestra lealtad al Rey”.
Un compromiso institucional, pero también, sin duda, personal y moral. Un compromiso que no solo constituye una exigencia de mi responsabilidad, ahora como Jefe del Estado, sino que también es expresión de mi respeto y deber de lealtad al pueblo español que, al ratificar nuestra Constitución en libertad y en el ejercicio de su soberanía, otorgó legalidad y plena legitimidad democrática a todos los Poderes e Instituciones del Estado.
Señorías, Señoras y Señores,
Este aniversario es una gran oportunidad para recordar y reconocer la dimensión histórica de la decisión tomada por los españoles el 6 de diciembre de 1978; y lo es, también, sin duda, para valorar en nuestros días su alcance y proyección como se merece.
Por ello, celebramos este día con solemnidad y, también, como un profundo homenaje de gratitud. Son tantas las personas –presentes y ausentes– a las que se lo debemos, que sería imposible mencionarlas a todas. Por eso, quiero simbolizar ese agradecimiento en quienes, con todo merecimiento, hemos llamado Padres de la Constitución. Y quiero hacerlo a través de la autoridad de su propio testimonio, pues ellos nos ofrecen la interpretación más fiel de la obra que hoy conmemoramos.
Permítanme, entonces, que comience con las palabras de Don Gabriel Cisneros, que describía así a sus compañeros de la ponencia constitucional:
“La vehemente erudición de Fraga; el conservadurismo ilustrado y mordaz de Miguel Herrero; la templada displicencia gaditana y liberal de Pérez-Llorca; el maritainismo −a veces un punto cándido, a veces un punto airado− de Peces-Barba; la catalanidad sutil, negociadora e implacable de Roca; la increíble tenacidad marxista de Solé Tura; mi populismo —decía Cisneros de si mismo— antioligárquico, reformista, puritano y tradicional a un tiempo. Todo eso hizo la Constitución española de 1978. Todo eso —concluía— más la pasión española de los siete”.
Con todos ellos —y tantos hombres y mujeres que junto a ellos, debatieron y acordaron, desde ideologías tan opuestas y tradiciones tan diferentes— España tiene contraída su más alta deuda. Sus nombres forman parte de nuestra mejor historia, porque con su visión política y su generosidad han hecho posible la libertad y el progreso de millones y millones de españoles.
Señorías, Señoras y Señores,
La Constitución es el gran pacto nacional de convivencia entre los españoles por la concordia y la reconciliación, por la democracia y por la libertad. En palabras de Don Miguel Herrero: “Una Constitución consensuada (…) un pacto, pero entendido no como mera transacción, sino como unión de voluntades”.
No es una Constitución más de nuestra historia, desde aquel destello ilustrado y fugaz que supuso la de Cádiz en 1812: es la primera realmente fruto del acuerdo y el entendimiento y no de la imposición; es la primera que materializa la voluntad de integrar sin excluir; es la primera que no divide a los españoles sino que los une, que los convoca para un proyecto común y compartido; para el proyecto de una España diferente, de una España nueva: de una nueva idea de España.
“La Constitución fue un pacto de coraje y no de debilidad: porque el pacto es el privilegio del coraje”; no son palabras mías. Son de Don Miquel Roca, que, al referirse a las personas perseguidas por la dictadura, decía: “No pueden ser acusados, desde la dignidad y la objetividad, como susceptibles de haberse visto condicionados por unos poderes fácticos a los que habían derrotado con su retorno a la libertad.”
Y añadía: “Nadie podía sentirse condicionado cuando se construía un sistema democrático en medio de un conflicto terrorista que causaba muertos y víctimas de manera constante. Y nadie debería ignorar que los pactos de la Moncloa, (…) fueron firmados y avalados desde todo el abanico social y político. Y que los nostálgicos se sintieron tan derrotados como para intentar un golpe de estado el 23 de febrero de 1981, que fracasó y consolidó la democracia en España.”
Tampoco el pueblo español tuvo dudas ni debilidad: tenía inquietud y preocupación, sí, pero también una gran esperanza; vivía con una enorme ilusión, tenía incluso fe en que esta vez sí se iba a conseguir; y así lo demostró de manera clara y rotunda con su decisión libre, cívica y madura en el referéndum del 6 de diciembre de 1978.
Señorías, Señoras y Señores,
Al referirse a la transición política decía Don Manuel Fraga: “Son años de decisión. Tenemos que ocupar nuestro sitio exacto en el mundo actual. Si dejamos, por indecisión o por incapacidad, pasar el tren de la historia, no tendrán solución nuestros problemas económicos, sociales y políticos”.
Y España no dejó pasar, en esta ocasión, el tren de la Historia; así lo reconoció la Comunidad Internacional. Nuestra Constitución es la culminación de un proceso que supone el mayor éxito político de la España contemporánea. Un proceso del que todos podemos sentirnos auténticamente orgullosos porque en el espíritu, en los valores y en los ideales que inspiró este periodo de nuestra historia se encuentra la mejor España.
Y ese espíritu, esos valores y esos ideales, no podemos ni olvidarlos ni desvirtuarlos, sino reivindicarlos hoy con toda legitimidad, porque son la base del consenso político y social que resuelve las diferencias históricas entre los españoles y supera una España secularmente enfrentada y dividida.
Como ha señalado Don Miguel Herrero: “Los ponentes que redactamos el proyecto definitivo tuvimos la buena dicha de ser y sentirnos órganos, más o menos conscientes pero ciertos, del espíritu de nuestro pueblo. No tuvimos que buscarlo; lo respiramos en la plaza pública.”
Y a ese espíritu, a ese espíritu del pueblo, que es el de la Constitución, es al que ahora me voy a referir:
En primer lugar, a la reconciliación. Nunca podremos ni debemos olvidar a esos españoles de diferentes lugares, ideas y sentimientos, del interior y del exilio que, movidos por unos mismos ideales, empujados por la fuerza y la ilusión del pueblo, con complicidad y una inmensa generosidad, se reconocían y se aceptaban en un reencuentro lleno de emoción, perdón, y renuncia.
Pero ese abrazo estaba también lleno de futuro y de esperanza. Porque esos españoles quisieron legar a las futuras generaciones, por encima de todo, una España reconciliada consigo misma en la que nunca tuvieran que volver a vivir el sufrimiento, el miedo o el rencor que ellos habían padecido. Para que el desprecio no volviese a dividir a los españoles, ni el odio venciera a la razón.
Esos españoles nos dieron el mejor ejemplo de humanidad y de fraternidad; nos dieron una lección de dignidad; por eso, una vez más, quiero reiterarles nuestro mayor agradecimiento, toda nuestra admiración y nuestro más profundo respeto.
En segundo lugar, el entendimiento. Una voluntad de todos los españoles de querer entenderse; de respetar las ideas de los demás, de comprender y aceptar las diferencias poniendo fin a la persecución política y a la intolerancia; una voluntad de resolver los conflictos y las discrepancias a través del diálogo, respetando las leyes y los derechos de los demás, sin imposiciones ni exclusiones.
Don Jordi Solé Tura lo explicaba así: “Entre los siete ponentes había muchas diferencias políticas (…) Representábamos opciones diferentes, y en el pasado habíamos tenido enfrentamientos radicales. Y por encima de nuestras diferencias supimos encontrar un punto de coincidencia fundamental: que no se trataba de elaborar una Constitución (…) que dividiese a los ciudadanos españoles en dos bloques equivalentes y enfrentados radicalmente, sino que había que establecer unas reglas de juego practicables para todos los que éramos partidarios de la democracia. Había que establecer, desde luego, una línea divisoria −decía Solé Tura−: la que separaba a los partidarios de la democracia –fuesen cuales fuesen sus opciones y sus intereses sociales– de los enemigos de ella.”
Finalmente, el espíritu integrador de la sociedad española. Una vocación integradora que no supone uniformidad, ni significa olvidar o suprimir la diversidad territorial, ni negar la pluralidad, sino asumir y reconocer a todas ellas en una realidad nacional común en la que caben diferentes modos de pensar, de comprender y de sentir. Una España, en fin, que es de todos, construida por todos, y sentida y compartida por todos.
En ese sentido, decía Don Miguel Herrero: “Nuestra Constitución reconoció lo diverso y plural, precisamente para integrarlo”.
Y por su parte, Don José Pedro Pérez-Llorca lo entendió de esta manera: “La conciencia de que anteriores arranques históricos habían fallado y que su fracaso había traído calamidades sin fin al país era (…) algo que pesó mucho, tanto en el equilibrio final de la Constitución como, sobre todo, en la actitud o talante con que se negoció palabra por palabra. Actitud o talante –decía- en los que estuvo ausente la voluntad de imponerse, aun siendo cada cual consciente de sus razones y argumentos, y estuvo presente, más bien, la necesidad de llegar a acuerdos, convirtiendo la razón de cada cual en las razones del conjunto.”
La Constitución es el gran pacto nacional de convivencia entre los españoles por la concordia y la reconciliación, por la democracia y por la libertad… es la primera que materializa la voluntad de integrar sin excluir; es la primera que no divide a los españoles sino que los une, que los convoca para un proyecto común y compartido; para el proyecto de una España diferente, de una España nueva: de una nueva idea de España.
Y añadió: “Se trató de ser inclusivos, y de huir de anatemas y condenas (…) Así la Constitución, si no de todos, porque ello es imposible, nació con vocación de poder ser asumida por todos”.
Señorías, Señoras y Señores,
Bajo ese espíritu de reconciliación, de entendimiento y de integración, la Constitución recogió en su texto las bases fundacionales de una España que se constituyó como un Estado Social y Democrático de Derecho.
De esa manera la Constitución afirmó:
– La Soberanía nacional, que fue recuperada por y para el pueblo español, devolviendo a los españoles su condición de ciudadanos y suprimiendo su consideración de súbditos.
– La unidad de España, reconociendo la autonomía de sus nacionalidades y regiones para su autogobierno.
– La Monarquía parlamentaria, en la que el Rey es símbolo de la unidad y de la permanencia del Estado. Una Monarquía Parlamentaria, en el seno de una democracia, que impulsó mi padre el Rey Juan Carlos I, de forma tan decisiva y determinante, durante aquel periodo trascendental de nuestra historia; y siempre junto a él, el apoyo permanente y comprometido de mi madre la Reina Sofía.
– La separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, independientes en el ejercicio de sus funciones, y el Tribunal Constitucional como supremo intérprete de nuestra Constitución.
– Finalmente, y como fundamento del orden político y la paz social, el reconocimiento de los derechos y libertades basados en la dignidad de la persona, en el respeto a la ley y a los derechos de los demás.
De esas bases fundacionales nacía una nueva España, un nuevo Estado, diferente de los anteriores y que rompía con el pasado. España se constituía en una democracia a semejanza de otras naciones occidentales y compartía con Repúblicas y Monarquías parlamentarias de su entorno los valores constitucionales que proclamaba: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo.
Decía, en ese sentido, Don Gregorio Peces-Barba: “Creo que se puede decir que la democracia parlamentaria es el único cauce para el acuerdo básico entre todos los españoles y para la exclusión de la violencia. Es el modelo del progreso, de la racionalidad y de la integración de los conflictos sobre la base de la transacción. No hay alternativa al Parlamento para evitar la trágica dialéctica del odio y del amigo enemigo. Es el modelo de la libertad y de los derechos fundamentales, es el modelo de la tolerancia”.
España iniciaba así, sobre esas bases, un camino para acometer las profundas transformaciones que requería nuestra vida en común.
Transcurridos ahora ya 40 años podemos decir que, en efecto, bajo la vigencia de nuestra Constitución, España ha vivido, sin duda, el cambio político, territorial, internacional, económico y social más profundo y más radical de su historia.
En el ámbito político, hoy –sobre todo y felizmente– podemos afirmar que la democracia está firme y plenamente consolidada. Las jóvenes generaciones nacen, se educan y se desarrollan en una sociedad democrática y los valores constitucionales impregnan la vida diaria y personal de nuestros ciudadanos y también nuestra vida colectiva.
Resolver los desencuentros mediante el diálogo, respetar las leyes y los derechos de los demás, ejercer esos derechos y acudir a los tribunales para defenderlos y cumplir sus decisiones, son principios definitivamente arraigados en los comportamientos de los ciudadanos. El sentimiento constitucional, consciente o a veces inconscientemente, está hondamente asentado en nuestras actitudes porque la Constitución es el alma viva de nuestra democracia. Una democracia que no tiene vuelta atrás en el sentir y las conciencias de los españoles.
Profunda ha sido igualmente la transformación vivida en nuestra estructura territorial. Nunca antes en nuestra historia se había diseñado y construido una arquitectura territorial con tan profunda descentralización del poder político, y el reconocimiento y protección de nuestras lenguas, tradiciones, culturas e instituciones.
En el ámbito internacional, España alcanzó su gran sueño de volver a la Europa democrática; desplegó todo el potencial político, económico y cultural que nos une con nuestras naciones hermanas de Iberoamérica. Recuperó, en fin, su presencia y su protagonismo en las instituciones internacionales y en los compromisos multilaterales con la paz, la seguridad y el desarrollo; facilitando también la apertura y presencia económica y empresarial en el mercado mundial, en puertas de –o cercana ya– la gran ola de la globalización.
Finalmente, creo necesario subrayar, también, el enorme nivel de progreso en todos los órdenes que España ha alcanzado en estos 40 años de democracia, regidos por nuestra Constitución. Los avances en derechos civiles y en protección e igualdad de la mujer son conquistas indiscutibles en una sociedad avanzada y madura como la nuestra. Y ningún ámbito social, económico o cultural ha quedado excluido de una renovación y mejora profunda en sus estructuras, en su organización y en su desarrollo.
Año a año y gracias –sobre todo– al trabajo sacrificado y esforzado de sucesivas generaciones de españoles, se ha ido construyendo un Estado del bienestar que debemos preservar y mejorar y que es esencial en nuestra convivencia. La educación pública ha llegado a todos los ciudadanos y la sanidad pública, gratuita y universal, es altamente reconocida y valorada dentro y fuera de nuestro país.
Los avances en turismo, transportes, infraestructuras, energía, telecomunicaciones, medio ambiente…, también en seguridad, por poner algunos ejemplos, son evidentes y realmente extraordinarios; y España, en ese gran salto hacia delante, ha conseguido incluso posiciones de liderazgo –impensables hace 40 años– en muchos de esos ámbitos de nuestra realidad.
España, en fin, aun con las necesidades y dificultades que bien conocemos y pese al impacto de las crisis económicas –especialmente la más reciente–, ha alcanzado niveles de prosperidad y bienestar como nunca antes en nuestra historia. En definitiva, España, se ha modernizado.
El paso del tiempo ha permitido, así pues, comprobar el acierto histórico de nuestras Cortes Constituyentes. El camino recorrido por nuestra Constitución ha sido un gran éxito colectivo pero no ha sido fácil. Muchos españoles han perdido su vida, o la de algún familiar, víctimas del fanatismo y la sinrazón terrorista; ellos estarán siempre, con la mayor dignidad, en nuestra memoria. España ha tenido que hacer frente a lo largo de estos últimos 40 años a hechos muy graves, y muy serios, que han afectado a nuestra libertad y también a nuestra convivencia. Y sin embargo, pese a todo ello, la Constitución y nuestro Estado Social y Democrático de Derecho han prevalecido.
Señorías, Señoras y Señores,
Una nueva generación de españoles hemos empezado a ocupar responsabilidades en la sociedad y en las instituciones. Y tenemos, sin duda, la enorme tarea de seguir hacia adelante, de no conformarnos, de hacer todo lo posible para honrar y mejorar el ingente legado que hemos recibido de las generaciones que nos han precedido.
La celebración del 40 aniversario de nuestra Constitución nos sirve para poner de manifiesto que la España de hoy es muy diferente a la de aquel 6 de diciembre de 1978. Como igualmente las circunstancias mundiales que vivimos son muy distintas y aún más exigentes que las del último tercio del siglo pasado.
Y, naturalmente, este aniversario no puede hacernos olvidar que a lo largo de todos estos años se han producido en nuestro país equivocaciones, errores e insuficiencias. Como tampoco debemos silenciar que, por supuesto, tenemos problemas políticos, económicos y sociales muy relevantes; que tenemos también el gran reto, que nos interpela a diario, de preparar a España ante las nuevas exigencias de los avances científicos y la revolución tecnológica que ya definen de manera tan evidente, en nuestros días, al siglo XXI; y especialmente de procurar que el bienestar y la prosperidad que la Constitución ayudó a asentar, llegue de forma efectiva a todos nuestros ciudadanos, para que puedan contemplar su futuro con el ánimo y la tranquilidad de espíritu a los que tienen derecho.
Por eso, tenemos el deber de pensar en el futuro; de seguir construyendo, desde nuestras respectivas responsabilidades, una España en vanguardia, moderna y renovada; una España abierta a los cambios que nuestra sociedad y, especialmente, las jóvenes generaciones merecen.
Y también sabemos que para avanzar, para progresar con seguridad y confianza –para evolucionar–, hemos de sumar ese inmenso patrimonio de libertades, derechos y bienestar que hemos conseguido a la voluntad de ir adaptando y amoldando nuestra manera de hacer y de vivir a la realidad de cada momento; con espíritu crítico pero siempre constructivo. Solo así, podremos abrirnos al futuro con garantías y solidez, con ilusión y con esperanza.
Celebraciones como las de hoy nos permiten no solo recordar y reconocer los ideales y los valores que unieron a los españoles en un período inolvidable de nuestra historia, sino también reivindicar su plena vigencia en nuestros días como pilares esenciales y fuente de inspiración de nuestra convivencia: El espíritu de reconciliación, porque la Constitución es un mandato permanente de concordia entre los españoles; la voluntad de entendimiento, a través de la palabra, la razón y el derecho; la vocación de integración, respetando nuestras diferencias y nuestra diversidad; y el ánimo, solidario y generoso, que edifica y cohesiona la fibra moral de nuestra sociedad.
Señorías, Señoras y Señores,
A esa tarea de construir España, a la que todos estamos convocados, dedico mi vida y todos mis esfuerzos; desde aquel lejano 30 de enero de 1986, que conservo con gran emoción en mi memoria; y de manera aún más especial desde mi proclamación como Rey el 19 de junio de 2014, al iniciar una nueva y renovada época para la Corona de España. Una vida al servicio de todos los españoles, desde la independencia y la neutralidad, y comprometido con la Constitución que nos trajo la democracia y la libertad.
Porque la Corona está ya indisolublemente unida −en la vida de España− a la democracia y a la libertad.
Señora Presidenta, Señorías, Señoras y Señores,
Muchas gracias, moltes gràcies, eskerrik asko, moitas grazas».
Mensaje de Navidad pronunciado el 24 de diciembre de 2017
«Buenas noches,
Me dirijo a todos vosotros para felicitaros la Navidad y transmitiros junto a la Reina, la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía nuestros mejores deseos para el año 2018.
Y os agradezco que en esta noche de encuentro de familias y de seres queridos, me permitáis acompañaros unos minutos para compartir con vosotros algunas reflexiones cuando estamos ya a punto de terminar el año.
2017 ha sido en España, sin duda, un año difícil para nuestra vida en común; un año marcado, sobre todo, por la situación en Cataluña, a la que luego me referiré.
Pero también ha sido un año en el que hemos comprobado el compromiso muy sentido, firme y sincero de los españoles con la España democrática que juntos hemos construido.
Porque lo largo de los últimos 40 años, hemos conseguido hacer realidad un país nuevo y moderno, un país entre los más avanzados del mundo:
Hemos asentado definitivamente la democracia, incluso superando hace décadas un intento de involución de nuestras libertades y derechos.
Somos una parte esencial de una Unión Europea con la que compartimos objetivos y una misma visión del mundo.
Frente al terrorismo hemos conseguido hacer prevalecer la vida, la dignidad y la libertad de las personas con la fuerza de nuestras convicciones democráticas.
Y hemos llevado a cabo, en fin, la transformación más profunda de nuestra historia en muchos ámbitos de nuestra vida: en educación y en cultura, en sanidad y en servicios sociales, en infraestructuras y en comunicaciones, o en defensa y seguridad ciudadana.
En definitiva, a lo largo de todos estos años de convivencia democrática, los derechos y libertades, el progreso y la modernización de España, y también su proyección y relevancia internacional, han ido de la mano.
Y todo ese gran cambio, todo ese gran salto sin precedentes en nuestra historia, ha sido posible gracias a una España abierta y solidaria, no encerrada en sí misma; una España que reconoce y respeta nuestras diferencias, nuestra pluralidad y nuestra diversidad, con un espíritu integrador; una España inspirada en una irrenunciable voluntad de concordia.
En el camino que hemos recorrido, desde luego, hay que reconocer que no todo han sido aciertos; que persisten situaciones difíciles y complejas que hay que corregir, y que requieren de un compromiso de toda la sociedad para superarlas.A pesar de todo ello, el balance tan positivo de todos estos años es innegable. Tenemos que apreciarlo y valorarlo. Merece la pena y nos lo merecemos como país y como sociedad.
Porque la historia de la España que juntos hemos construido es la historia de un gran triunfo de todos los españoles. Una España a la que no debemos renunciar, que debe ilusionar y motivarnos, y que debemos seguir construyendo, mejorándola, actualizándola, sobre la base sólida de los principios democráticos y los valores cívicos de respeto y de diálogo que fundamentan nuestra convivencia.
Unos principios y valores que, como hemos comprobado incluso en este año 2017, están profundamente arraigados en nuestra sociedad, en la vida diaria de nuestros ciudadanos, y tienen raíces muy hondas en las conciencias y en los sentimientos de los españoles. Mucho más de lo que nos podíamos imaginar.
la situación en Cataluña no nos puede hacer olvidar otras serias preocupaciones o desafíos de la sociedad española: el futuro de la economía y el empleo, el terrorismo yihadista, la corrupción, el proyecto europeo y la defensa del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático
España es hoy una democracia madura, donde cualquier ciudadano puede pensar, defender y contrastar, libre y democráticamente, sus opiniones y sus ideas; pero no imponer las ideas propias frente a los derechos de los demás.
Respetar y preservar los principios y valores de nuestro Estado social y democrático de Derecho es imprescindible para garantizar una convivencia que asegure “la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político”, tal y como señala nuestra Constitución. Porque cuando estos principios básicos se quiebran, la convivencia primero se deteriora y luego se hace inviable.
Hace unos días, los ciudadanos de Cataluña han votado para elegir a sus representantes en el Parlament, que ahora deben afrontar los problemas que afectan a todos los catalanes, respetando la pluralidad y pensando con responsabilidad en el bien común de todos.
El camino no puede llevar de nuevo al enfrentamiento o a la exclusión, que –como sabemos ya– solo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y –por supuesto– económico de toda una sociedad.
Un camino que, en cambio, sí debe conducir a que la convivencia en el seno de la sociedad catalana –tan diversa y plural como es– recupere la serenidad, la estabilidad y el respeto mutuo; de manera que las ideas no distancien ni separen a las familias y a los amigos. Un camino que debe conducir también a que renazca la confianza, el prestigio y la mejor imagen de Cataluña; y a que se afirmen los valores que la han caracterizado siempre en su propia personalidad y le han dado los mejores momentos de su historia: su capacidad de liderazgo y de esfuerzo, su espíritu creativo y vocación de apertura, su voluntad de compromiso, y su sentido de la responsabilidad.
Pero superar los problemas de convivencia que ha generado esta situación no nos puede hacer olvidar, por supuesto, otras serias preocupaciones y desafíos de la sociedad española, que también condicionan nuestro futuro y a los que me voy a referir muy brevemente:
Nuestra economía y el empleo han mejorado sustancialmente, pero la creación de puestos de trabajo estables tiene que ser siempre un objetivo esencial y prioritario. Como igualmente no puede caer en el olvido la obligación y la responsabilidad de afrontar la desigualdad y las diferencias sociales, sobre todo tras las consecuencias generadas por la reciente crisis económica, que tanto daño ha hecho a no pocas familias, y ha afectado tanto al futuro de muchos jóvenes.
El terrorismo yihadista sigue siendo una amenaza mundial y este año nosotros lo hemos sufrido directamente en Barcelona y Cambrils. Los españoles sabemos muy bien que solo desde la unidad democrática, la firmeza del Estado de Derecho, y la eficacia de la cooperación internacional, podremos vencerlo y derrotarlo. Y así lo haremos, teniendo siempre muy presentes el recuerdo y el respeto permanente a sus víctimas.
La corrupción se mantiene también como una de las principales preocupaciones de la sociedad, que demanda que sigan tomándose las medidas necesarias para su completa erradicación y que los ciudadanos puedan confiar plenamente en la correcta administración del dinero público.
Por otra parte somos Europa, y Europa se encuentra en estos momentos en una encrucijada histórica. España debe recuperar su protagonismo en un proyecto europeo que ahora requiere una mayor vitalidad e impulso. Europa –y España con ella– tiene que hacer frente a unos retos que son globales y ante los que no cabe la debilidad o la división sino la fortaleza de la unión.
La defensa del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático no son problemas menores ni secundarios por la dimensión y los riesgos que acarrean y que ya estamos sufriendo. Debemos ser muy conscientes de ello, e implicarnos todos mucho más. Y España debe mantenerse firme en sus compromisos ante un problema que afecta a todo el planeta y que requiere soluciones no sólo globales, sino verdaderamente urgentes.
Tenemos otras muchas preocupaciones –desde luego– pero esta noche no quiero olvidarme de las mujeres que, en un silencio tantas veces impuesto por el miedo, sufren la violencia de género. Una lacra inadmisible que nos hiere en nuestros sentimientos más profundos y nos avergüenza e indigna. Mantengamos la firmeza y el apoyo político para ayudar y defender a las víctimas y concienciemos a toda la sociedad contra esa violencia, criminal y cobarde, que degrada nuestra convivencia.
2018 nos espera en unos días y debemos seguir construyendo nuestro país, porque la historia no se detiene. Y no hemos llegado hasta aquí para temer al futuro sino para crearlo.
Y estoy seguro de que nadie desea una España paralizada o conformista, sino moderna y atractiva, que ilusione; una España serena, pero en movimiento y dispuesta a evolucionar y a adaptarse a los nuevos tiempos.
Sintámonos, sin complejos, orgullosos de todo lo que hemos conseguido porque es mérito de todos; confiemos en lo que siempre nos ha unido, en lo que somos, tal y como somos, y sobre todo en lo que podemos alcanzar juntos con una fe firme en nuestras convicciones y en nuestras capacidades. Si seguimos por ese camino, si lo hacemos así, y con todas nuestras energías, yo estoy convencido de que el año que viene –y los que vendrán después– serán mucho mejores. Sin duda.
Ese es mi deseo para todos en esta noche tan especial.
Muchas gracias. Feliz Navidad, Eguberri on, Bon Nadal y Boas festas.
Buenas noches. Y Feliz y próspero año 2018″.
Mensaje sobre Cataluña pronunciado el 3 de octubre de 2017
«Buenas noches,
Estamos viviendo momentos muy graves para nuestra vida democrática. Y en estas circunstancias, quiero dirigirme directamente a todos los españoles. Todos hemos sido testigos de los hechos que se han ido produciendo en Cataluña, con la pretensión final de la Generalitat de que sea proclamada −ilegalmente−la independencia de Cataluña.
Desde hace ya tiempo, determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía, que es la Ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno.
Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. Un Estado al que, precisamente, esas autoridades representan en Cataluña.
Han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando ─desgraciadamente─ a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada. Esas autoridades han menospreciado los afectos y los sentimientos de solidaridad que han unido y unirán al conjunto de los españoles; y con su conducta irresponsable incluso pueden poner en riesgo la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España.
En definitiva, todo ello ha supuesto la culminación de un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña. Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común.
Por todo ello y ante esta situación de extrema gravedad, que requiere el firme compromiso de todos con los intereses generales, es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de Autonomía.
Hoy quiero, además, transmitir varios mensajes a todos los españoles, particularmente a los catalanes.
A los ciudadanos de Cataluña –a todos− quiero reiterarles que desde hace décadas vivimos en un Estado democrático que ofrece las vías constitucionales para que cualquier persona pueda defender sus ideas dentro del respeto a la ley. Porque, como todos sabemos, sin ese respeto no hay convivencia democrática posible en paz y libertad, ni en Cataluña, ni en el resto de España, ni en ningún lugar del mundo. En la España constitucional y democrática, saben bien que tienen un espacio de concordia y de encuentro con todos sus conciudadanos.
Sé muy bien que en Cataluña también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho en la defensa de su libertad y de sus derechos.
Y al conjunto de los españoles, que viven con desasosiego y tristeza estos acontecimientos, les transmito un mensaje de tranquilidad, de confianza y, también, de esperanza.
Son momentos difíciles, pero los superaremos. Son momentos muy complejos, pero saldremos adelante. Porque creemos en nuestro país y nos sentimos orgullosos de lo que somos. Porque nuestros principios democráticos son fuertes, son sólidos. Y lo son porque están basados en el deseo de millones y millones de españoles de convivir en paz y en libertad. Así hemos ido construyendo la España de las últimas décadas. Y así debemos seguir ese camino, con serenidad y con determinación. En ese camino, en esa España mejor que todos deseamos, estará también Cataluña.
Termino ya estas palabras, dirigidas a todo el pueblo español, para subrayar una vez más el firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, mi entrega al entendimiento y la concordia entre españoles, y mi compromiso como Rey con la unidad y la permanencia de España».
Mensaje de Navidad pronunciado el 24 de diciembre de 2016
«Buenas noches.
En estas horas de la Navidad quiero desearos, junto a la Reina y nuestras hijas Leonor y Sofía, unas felices fiestas y nuestra esperanza de que el 2017 sea un año mejor para todos. Y en una noche como la de hoy, a tantas familias que han sufrido las recientes inundaciones en nuestro país, quiero decirles especialmente que las tenemos muy presentes.
Navidad es nacimiento, y celebrar con alegría lo que nace es tener fe en el futuro. Es en momentos como estos, cuando los sentimientos personales y colectivos de afecto, de amistad y de fraternidad, creados a través de nuestra convivencia, nos recuerdan el gran patrimonio común que compartimos. Un patrimonio que merece el cuidado de todos y que todos debemos ayudar a proteger como lo mejor que tenemos y somos; como lo mejor de lo que nos une.
Como es tradición, permitidme esta noche que comparta con vosotros algunas reflexiones sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro, procurando extraer de todo lo que hemos vivido, especialmente durante este 2016, aquello que mejor nos ayude a seguir adelante.
Siempre se ha dicho que los momentos más difíciles de la vida son las mejores oportunidades para descubrir nuestra fuerza interior, para comprobar nuestro carácter, nuestra verdadera dimensión. A lo largo de este año he estado en diferentes lugares de nuestra geografía nacional. Y tengo que deciros que, en todo ese recorrido por nuestros pueblos y ciudades he visto dificultades y problemas para muchos de nuestros compatriotas; pero también trabajo duro, honesto, sacrificado; mucha capacidad y talento; y, sobre todo, determinación, ganas de salir adelante.
He comprobado, una vez más, el valor que tiene en nuestra sociedad la familia, porque su ayuda ha permitido a muchos sobrellevar los peores momentos.
He conocido a trabajadores y profesionales, hombres y mujeres que, con su esfuerzo sereno, durante estos largos y difíciles años, sin desfallecer ni resignarse, sostienen con gran dignidad y coraje a sus familias, sus vidas y sus trabajos.
He visto, también, en muchos compatriotas la decisión de asumir riesgos para crear o defender puestos de trabajo, y el valor para levantarse y reemprender la tarea después de haber visto destruidas obras hechas con ilusión y gran sacrificio.
Podría dar, además, innumerables ejemplos de solidaridad. Muchos de vosotros entregáis con generosidad vuestro saber, vuestro tiempo y esfuerzo, y sobre todo vuestro corazón, para ayudar a los demás; sois capaces de reaccionar ante cualquier emergencia, probando siempre que, allá donde haga falta, allá donde se necesite una palabra de aliento o una mano amiga, hay un español que demuestra con obras la grandeza y el alma más profunda de nuestra tierra.
Como también he sido, y soy continuamente, testigo de la labor de tantos servidores públicos que, con una extraordinaria vocación de servicio a la comunidad, garantizan nuestras libertades, atienden nuestros hospitales o educan a nuestros hijos; muchos compatriotas que, dentro y fuera de España, velan por nuestra seguridad, defienden nuestros valores y contribuyen al avance de la ciencia y al enriquecimiento de la cultura. Todos ellos son la imagen de nuestro país y también hacen posible que nuestro Estado funcione y que podamos celebrar un día como hoy.
Todo esto para mí y para todos nosotros, es un motivo para sentirnos auténticamente orgullosos; y también es una razón para la esperanza, porque una sociedad que mantenga estas actitudes, estas convicciones y estos valores no puede tenerle miedo al futuro. Estoy seguro de que nuestra memoria colectiva reservará un lugar de honor en la historia para estos tiempos de sacrificio y abnegación; pero también de generosidad y superación.
Pero tenemos que seguir mirando hacia adelante construyendo nuestro país, construyendo también Europa. Tenemos que esforzarnos, paso a paso, día a día y con espíritu positivo, para que la prosperidad y el bienestar sean la base de una convivencia ilusionada. Y por eso hay varios asuntos a los que, concretamente, quiero referirme esta noche:
Es cierto que la crisis ha impuesto grandes sacrificios. Hoy, sin embargo, vivimos con la esperanza de la recuperación que ya hemos iniciado. Todos deseamos que esa recuperación se consolide, que nos permita además crear mucho más empleo y de calidad, y también corregir tanto las desigualdades derivadas de una crisis tan profunda como la que hemos vivido, como fortalecer, en general, nuestra cohesión social, que es una garantía para asegurar la estabilidad y el equilibrio de nuestra sociedad.
el progreso, la modernización, el bienestar, requieren siempre de una convivencia democrática basada en el respeto a la Ley, en una voluntad decidida y leal de construir y no de destruir, de engrandecer y no de empequeñecer, de fortalecer y no de debilitar. Porque ahora es el momento de pensar en la España que queremos para las próximas décadas, que será la de nuestros jóvenes de hoy, y de forjarla con solidez
En ese sentido, es muy importante para todos que muchas familias puedan recuperar su nivel de vida y que nuestros jóvenes puedan tener oportunidades de futuro, de ilusión, de confianza; que sobre todo las personas más desfavorecidas o más vulnerables tengan la certeza de que no se quedarán en la soledad del camino que España tiene que recorrer en el siglo XXI.
Por otra parte, hemos superado una compleja situación política que conocéis bien. Es importante ahora que en nuestra sociedad se haya recuperado serenidad y que los ciudadanos puedan tener la tranquilidad necesaria para poder llevar a cabo sus proyectos de vida. Como igualmente es esencial, de cara al futuro, que el diálogo y el entendimiento entre los grupos políticos permita preservar e impulsar los consensos básicos para el mejor funcionamiento de nuestra sociedad.
Y me gustaría insistir esta noche también en la necesidad de que cuidemos y mejoremos en todo momento nuestra convivencia. Y la convivencia exige siempre, y ante todo, respeto. Respeto y consideración a los demás, a los mayores, entre hombres y mujeres, en los colegios, en el ámbito laboral; respeto al entorno natural que compartimos y que nos sustenta. Respeto y consideración también a las ideas distintas a las nuestras. La intolerancia y la exclusión, la negación del otro o el desprecio al valor de la opinión ajena, no pueden caber en la España de hoy.
Como tampoco son admisibles ni actitudes ni comportamientos que ignoren o desprecien los derechos que tienen y que comparten todos los españoles para la organización de la vida en común. Vulnerar las normas que garantizan nuestra democracia y libertad solo lleva, primero, a tensiones y enfrentamientos estériles que no resuelven nada y, luego, al empobrecimiento moral y material de la sociedad.
Porque el progreso, la modernización, el bienestar, requieren siempre de una convivencia democrática basada en el respeto a la Ley, en una voluntad decidida y leal de construir y no de destruir, de engrandecer y no de empequeñecer, de fortalecer y no de debilitar.
Porque ahora es el momento de pensar en la España que queremos para las próximas décadas, que será la de nuestros jóvenes de hoy, y de forjarla con solidez. Y para ello, debemos concentrar nuestras energías en mirar hacia el mundo que nos rodea, y darnos cuenta cabalmente de por dónde va.
Un mundo muy incierto, con grandes desafíos políticos, sociales o en materia de desarrollo y seguridad, por ejemplo. Pero entre ellos, hoy quiero detenerme en los avances de la tecnología que, a escala global, condicionan cada día más nuestras vidas cotidianas.
Vivimos una nueva realidad que ha cambiado la forma de comunicarnos y relacionarnos entre nosotros; de recibir información necesaria para formar nuestra opinión y tomar decisiones; que se ha introducido en nuestras empresas, en nuestras fábricas y en nuestras industrias, transformando los procesos productivos y los empleos, tal y como los conocíamos. Incluso está transformando nuestros colegios, universidades y centros de formación. Nunca antes en la historia de la Humanidad y en un espacio de tiempo tan corto, se habían producido cambios tan grandes.
Hoy sabemos que no se trata ya solo de una revolución tecnológica: es algo mucho más profundo. Es un nuevo modelo del mundo que traspasa fronteras, sociedades, generaciones y creencias.
En este contexto es evidente que debemos adaptarnos a esa nueva realidad imparable y desarrollar al máximo nuestras habilidades para actuar con éxito en la ciencia, en la economía o en la cultura, también en la industria y en la seguridad; pero preservando siempre los valores humanos que nos identifican y nos definen. No debemos esperar a que esa nueva realidad se imponga sobre nosotros; tengamos en cambio, la fuerza y el empuje suficientes como país para anticiparnos y asumir el protagonismo necesario en la nueva era que se abre ante nosotros.
Y en esa tarea la educación es –y será sin duda– la clave esencial. Una educación que asegure y actualice permanentemente nuestros conocimientos; pero que también forme en lenguas y en cultura; en civismo y en valores; que prepare a nuestros jóvenes para ser ciudadanos de este nuevo mundo más libres y más capaces y que sepan aprovechar la experiencia de nuestros mayores. Una educación que fomente la investigación, impulse la innovación, promueva la creatividad y el espíritu emprendedor como rasgos y exigencias de la sociedad del futuro, que es ya la sociedad de nuestros días.
No quisiera ocupar durante más tiempo vuestra atención en una noche que debe ser de celebración familiar; aunque no quiero terminar sin deciros que creo sinceramente en una España consciente, solidaria, firme en sus valores, alejada del pesimismo, de la desilusión o el desencanto; creo en una España decidida a superar las dificultades que, aunque grandes, son también vencibles.
Y no tengo duda de que seremos capaces de superarlas si entendemos que ya no vivimos tiempos para encerrarnos en nosotros mismos, sino para abrirnos al mundo; si tenemos claro que no lo son tampoco para fracturas, para divisiones internas, sino para poner el acento en aquello que nos une, construyendo sobre nuestra diversidad; son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas. Tiempos, en fin, en los que tenemos motivos y razones más que poderosas para la unión, para trabajar todos juntos, desde cualquier lugar de nuestro gran país, con ilusión, con ideales y con proyectos para la mejor España.
Así lo siento y así lo creo. Y con esa profunda convicción os deseo, en esta noche a todos y a cada uno de vosotros y a vuestras familias, una muy feliz Navidad.
Eguberri on / Bon Nadal / Boas festas.
Buenas noches. Y Feliz y próspero 2017″.
Mensaje de Navidad pronunciado el 24 de diciembre de 2015
«Buenas noches,
En esta nochebuena, quiero especialmente desearos junto a la Reina y nuestras hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía, unas muy felices fiestas y todo lo mejor para el año nuevo.
Desearía también que la voluntad de entendimiento y el espíritu fraternal, tan propios de estos días, estén siempre muy presentes entre nosotros, en nuestra convivencia.
Esta noche me dirijo a vosotros desde el Palacio Real, donde la Corona celebra actos de Estado en los que queremos expresar, con la mayor dignidad y solemnidad, la grandeza de España.
Este Palacio es de todos los españoles y es un símbolo de nuestra historia que está abierto a todos los ciudadanos que desean conocer y comprender mejor nuestro pasado. En sus techos, en sus paredes, cuadros y tapices, en definitiva, en todo su patrimonio, se recogen siglos y siglos de nuestra historia común.
Y esa historia, sin duda, debemos conocerla y recordarla, porque nos ayuda a entender nuestro presente y orientar nuestro futuro y nos permite también apreciar mejor nuestros aciertos y nuestros errores; porque la historia, además, define y explica nuestra identidad a lo largo del tiempo.
Creo sinceramente que hoy vivimos tiempos en los que es más necesario que nunca reconocernos en todo lo que nos une. Es necesario poner en valor lo que hemos construido juntos a lo largo de los años con muchos y grandes sacrificios, también con generosidad y enorme entrega. Es necesario ensalzar todo lo que somos, lo que nos hace ser y sentirnos españoles. En mi discurso de proclamación manifesté que en la España constitucional caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español; de ser y de sentirse parte de una misma comunidad política y social, de una misma realidad histórica, actual y de futuro, como la que representa nuestra nación.
Una gran nación definida por una cultura que ha traspasado tiempos y fronteras, por las artes y por una literatura universal; enriquecida por nuestra lengua común, junto a las demás lenguas de España, que también explican nuestra identidad.
Un país que a lo largo de los siglos han tejido pensadores, científicos, creadores, y tantos y tantos hombres y mujeres, muchos de los cuales han dado su vida por España.
Y es también un gran Estado, cuya solidez se basa hoy en unos mismos valores constitucionales que compartimos y en unas reglas comunes de convivencia que nos hemos dado y que nos unen; un Estado que reconoce nuestra diversidad en el autogobierno de nuestras nacionalidades y regiones; y que tiene en el respeto a la voluntad democrática de todos los españoles, expresada a través de la Ley, el fundamento de nuestra vida en libertad.
Por todo ello, tenemos –tengo- muchas razones para poder afirmar esta noche que ser y sentirse español, querer, admirar y respetar a España, es un sentimiento profundo, una emoción sincera, y es un orgullo muy legítimo.
Con estas razones, y compartiendo estos sentimientos, haremos honor a nuestra historia, de la que hoy somos protagonistas y cuyo gran legado tenemos la responsabilidad de administrar; y fortaleceremos nuestra cohesión nacional, que es imprescindible para impulsar nuestro progreso político, cívico y moral; para impulsar nuestro proyecto común de convivencia. Porque ahora, lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles.
Tras las elecciones generales celebradas el pasado día 20, y como siempre después de cada renovación del Congreso de los Diputados y el Senado, se inicia el procedimiento establecido en nuestra Constitución para la gobernación de nuestro país.
En un régimen constitucional y democrático de Monarquía Parlamentaria como el nuestro, las Cortes Generales, como depositarias de la soberanía nacional, son las titulares del poder de decisión sobre las cuestiones que conciernen y afectan al conjunto de los españoles: son la sede donde, tras el debate y el diálogo entre las fuerzas políticas, se deben abordar y decidir los asuntos esenciales de la vida nacional.
Con estas razones, y compartiendo estos sentimientos, haremos honor a nuestra historia, de la que hoy somos protagonistas y cuyo gran legado tenemos la responsabilidad de administrar; y fortaleceremos nuestra cohesión nacional, que es imprescindible para impulsar nuestro progreso político, cívico y moral; para impulsar nuestro proyecto común de convivencia. Porque ahora, lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles.
La pluralidad política, expresada en las urnas, aporta sin duda sensibilidades, visiones y perspectivas diferentes; y conlleva una forma de ejercer la política basada en el diálogo, la concertación y el compromiso, con la finalidad de tomar las mejores decisiones que resuelvan los problemas de los ciudadanos.
España inicia una nueva legislatura que requiere todos los esfuerzos, todas las energías, todas las voluntades de nuestras instituciones democráticas, para asegurar y consolidar lo conseguido a lo largo de las últimas décadas y adecuar nuestro progreso político a la realidad de la sociedad española de hoy. Unas instituciones dinámicas que caminen siempre al mismo paso del pueblo español al que sirven y representan; y que sean sensibles con las demandas de rigor, rectitud e integridad que exigen los ciudadanos para la vida pública.
La España actual es muy distinta de la España de los siglos que nos preceden gracias a una auténtica y generosa voluntad de entendimiento de todos los españoles, a un sincero espíritu de reconciliación y superación de nuestras diferencias históricas y a un compromiso de las fuerzas políticas y sociales con el servicio a todo un pueblo, a los intereses generales de la Nación, que deben estar siempre por encima de todo. Esta es la gran lección de nuestra historia más reciente que nunca debemos olvidar.
Como tampoco debemos olvidar que la ruptura de la Ley, la imposición de una idea o de un proyecto de unos sobre la voluntad de los demás españoles, solo nos ha conducido en nuestra historia a la decadencia, al empobrecimiento y al aislamiento. Ese es un error de nuestro pasado que no debemos volver a cometer.
Nuestro camino es ya, de manera irrenunciable, el del entendimiento, la convivencia y la concordia en democracia y libertad. Por ello, respetar nuestro orden constitucional es defender la convivencia democrática aprobada por todo el pueblo español; es defender los derechos y libertades de todos los ciudadanos y es también defender nuestra diversidad cultural y territorial.
Por eso, esta noche quiero reiterar un mensaje de serenidad, de tranquilidad y confianza en la unidad y continuidad de España; un mensaje de seguridad en la primacía y defensa de nuestra Constitución.
Y me gustaría también transmitir un mensaje de esperanza en que la reflexión serena, el contraste sincero y leal de las opiniones, y el respeto tanto a la realidad de nuestra historia, como a la íntima comunidad de afectos e intereses entre todos los españoles, alimenten la vigencia de nuestro mejor espíritu constitucional.
Por otro lado, la mejora de la economía es una prioridad para todos. Creo que todas las instituciones tenemos un deber con los ciudadanos, las familias y especialmente los más jóvenes, para que puedan recuperar lo que nunca se debe perder: la tranquilidad y la estabilidad con las que afrontar el futuro y la ilusión por un proyecto de vida hacia el mañana. Todos deseamos un crecimiento económico sostenido. Un crecimiento que permita seguir creando empleo —y empleo digno—, que fortalezca los servicios públicos esenciales, como la sanidad y la educación, y que permita reducir las desigualdades, acentuadas por la dureza de la crisis económica.
Europa es, sin duda, otra de nuestras grandes realidades, pero también con grandes desafíos en su seno. Todos hemos sentido la indignación y el horror ante los atentados que han costado la vida a compatriotas nuestros, ante los terribles crímenes de París y de otros lugares del mundo, que son auténticos ataques a nuestro modelo de convivencia y a los más elementales valores humanos. Y todos nos hemos conmovido ante el drama de los refugiados que llegan a nuestras fronteras huyendo de la guerra, o el de los migrantes angustiados y acosados por la pobreza.
Ante estos desafíos, y otros muchos como el de la lucha contra el cambio climático, es necesario que la voz de España se haga oír en la Unión Europea y en las instituciones internacionales en todo aquello que afecta a nuestras convicciones y a nuestros intereses vitales. Porque el mundo de hoy exige naciones fuertes, responsables, unidas, solidarias y leales a sus compromisos con sus socios y aliados y con el conjunto de la comunidad internacional.
Finalmente, no quiero despedirme esta noche sin deciros, con total convicción, que a los españoles de hoy nos corresponde seguir escribiendo la historia de nuestro tiempo y que vamos a hacerlo como ya hemos demostrado que sabemos:
Contando con todos: hombres y mujeres, jóvenes y mayores, nacidos aquí o venidos de fuera; empujando todos a la vez, sin que nadie se quede en el camino.
Debemos mirar hacia adelante, porque en el mundo de hoy nadie espera a quien solo mira hacia atrás. Debemos desterrar los enfrentamientos y los rencores; y sustituir el egoísmo por la generosidad, el pesimismo por la esperanza, el desamparo por la solidaridad.
Tengamos fe y creamos en nuestro país. España tiene una resistencia a la adversidad, una capacidad de superación y una fuerza interior mucho mayor de lo que a veces pensamos. La fortaleza de España está en nosotros mismos; está en nuestro coraje, en nuestro carácter y en nuestro talento. Está también, por qué no decirlo, en nuestra forma de vivir y de entender la vida.
Los españoles nunca nos hemos rendido ante las dificultades, que han sido grandes, y siempre las hemos vencido.
Y sabemos, además, que tenemos que seguir caminando con la voluntad de entendimiento y con el espíritu de unión a los que me refería al principio. Con diálogo y con compromiso, con sentido del deber y con responsabilidad; sintiendo y viviendo, cada día, cada uno de nosotros, ese compromiso ético que hace grande a un pueblo; uniendo nuestros corazones, porque hace décadas el pueblo español decidió, de una vez por todas y para siempre, darse la mano y no la espalda. Hagámoslo con toda la fuerza y la confianza de quienes estamos orgullosos —con razón— de lo que hemos conseguido juntos y, sobre todo, de lo que juntos vamos a conseguir.
Con esa emoción, con esa confianza en nuestro futuro —en ese futuro de España en el que creo— os deseo a todos una muy Feliz Navidad, Eguberri on, Bon Nadal, Boas Festas y un próspero año 2016″.
Mensaje de Navidad pronunciado el 24 de diciembre de 2014
«Buenas noches.
Quiero, en primer lugar, daros las gracias por abrirme vuestras casas en esta Nochebuena. Un momento que es, sobre todo, de cercanía y de reencuentro; un momento para aproximarnos, para mirarnos con la voluntad y el deseo de entendernos, para transmitir a las personas que nos rodean nuestros mejores sentimientos de afecto, de paz y de alegría.
Hoy quiero estar a vuestro lado para compartir —en el primer mensaje de Navidad que os dirijo—, unas reflexiones sobre nuestro futuro, con la mirada puesta, con confianza en el año 2015.
Estamos viviendo tiempos complejos y difíciles para muchos ciudadanos y para España en general. La dureza y duración de la crisis económica produce en muchas familias incertidumbre por su futuro; la importancia de algunos de nuestros problemas políticos genera inquietud; y las conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público, provocan, con toda razón, indignación y desencanto.
Los problemas que he mencionado han dado lugar a una seria preocupación social. Sin embargo, no debemos dejarnos vencer por el pesimismo, el malestar social, o por el desánimo; sino afrontar con firmeza y eficacia las causas de esos problemas, resolverlos y recuperar el sosiego y la serenidad que requiere y merece una sociedad democrática como la nuestra.
El pasado mes de octubre afirmé en Asturias que necesitábamos referencias morales a las que admirar, principios éticos que reconocer, valores cívicos que preservar. Decía, entonces, que necesitábamos un gran impulso moral colectivo. Y quiero añadir ahora que necesitamos una profunda regeneración de nuestra vida colectiva. Y en esa tarea, la lucha contra la corrupción es un objetivo irrenunciable.
Es cierto que los responsables de esas conductas irregulares están respondiendo de ellas; eso es una prueba del funcionamiento de nuestro Estado de Derecho. Como es verdad también que la gran mayoría de los servidores públicos desempeñan sus tareas con honradez y voluntad de servir a los intereses generales.
Pero es necesario —también y sobre todo— evitar que esas conductas echen raíces en nuestra sociedad y se puedan reproducir en el futuro. Los ciudadanos necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines legalmente previstos; que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública; que desempeñar un cargo público no sea un medio para aprovecharse o enriquecerse; que no se empañe nuestro prestigio y buena imagen en el mundo.
Pocos temas como éste suscitan una opinión tan unánime. Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción. La honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia en una España que todos queremos sana, limpia.
También quiero hablaros de la situación económica, porque continúa siendo un motivo de grave preocupación para todos. Los índices de desempleo son todavía inaceptables y frustran las expectativas de nuestros jóvenes y de muchos más hombres y mujeres que llevan tiempo en el paro. Es cierto que nuestras empresas son punteras en muchos sectores en todo el mundo; pero también lo es que nuestra economía no ha sido capaz, todavía, de resolver de manera definitiva este desequilibrio fundamental.
No obstante, es un hecho —muy positivo— que las principales magnitudes macroeconómicas están mejorando y que hemos recuperado el crecimiento económico y la creación de empleo. Estos datos son una base nueva para la esperanza de que, en el futuro, puedan generarse de forma sostenible muchos más empleos y, especialmente, empleos de calidad.
Es evidente, por tanto, que la lucha contra el paro debe continuar siendo nuestra gran prioridad. El sacrificio y el esfuerzo de los ciudadanos durante toda la crisis económica exige que los agentes políticos, económicos y sociales trabajen unidos permanentemente en esta dirección, anteponiendo sólo el interés de la ciudadanía. Porque la economía debe estar siempre al servicio de las personas.
Por eso, debemos proteger especialmente a las personas más desfavorecidas y vulnerables. Y para ello debemos seguir garantizando nuestro Estado de Bienestar, que ha sido durante estos años de crisis el soporte de nuestra cohesión social, junto a las familias y a las asociaciones y movimientos solidarios. Algo de lo que debemos realmente sentirnos orgullosos.
Quiero referirme ahora también a la situación que se vive actualmente en Cataluña.
El pueblo español, en el ejercicio de su soberanía nacional, ratificó mediante referéndum la Constitución de 1978, que proclamó nuestra unidad histórica y política y reconoció el derecho de todos a sentirse y ser respetados en su propia personalidad, en su cultura, tradiciones, lenguas e instituciones.
No quiero terminar mis palabras sin transmitiros un mensaje de esperanza. Regenerar nuestra vida política, recuperar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, garantizar nuestro Estado del Bienestar y preservar nuestra unidad desde la pluralidad son nuestros grandes retos. No son tareas sencillas. No son retos fáciles. Pero los vamos a superar, sin duda; estoy convencido de ello. Tenemos capacidad y coraje de sobra. Tenemos también el deseo y la voluntad. Y hemos de sumar, además la confianza en nosotros mismos.
Bajo ese espíritu constitucional, hemos convivido estos años. Cada Comunidad, cada pueblo y territorio de España, cada ciudadano, han aportado lo mejor de sí mismos en beneficio de todos. Y sin duda, desde Cataluña, se ha contribuido a la estabilidad política de toda España y a su progreso económico.
Es evidente que todos nos necesitamos. Formamos parte de un tronco común del que somos complementarios los unos de los otros pero imprescindibles para el progreso de cada uno en particular y de todos en conjunto.
Pero no se trata solo de economía o de intereses sino también y sobre todo, de sentimientos.
Millones de españoles llevan, llevamos, a Cataluña en el corazón. Como también para millones de catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser. Por eso me duele y me preocupa que se puedan producir fracturas emocionales, desafectos o rechazos entre familias, amigos o ciudadanos. Nadie en la España de hoy es adversario de nadie.
Y lo que hace de España una nación con una fuerza única, es la suma de nuestras diferencias que debemos comprender y respetar y que siempre nos deben acercar y nunca distanciar. Porque todo lo que hemos alcanzado juntos nace de la fuerza de la unión. Y la fuerza de esa unidad es la que nos permitirá llegar más lejos y mejor en un mundo que no acepta ni la debilidad ni la división de las sociedades, y que camina hacia una mayor integración.
Los desencuentros no se resuelven con rupturas emocionales o sentimentales. Hagamos todos un esfuerzo leal y sincero, y reencontrémonos en lo que nunca deberíamos perder: los afectos mutuos y los sentimientos que compartimos. Respetemos la Constitución que es la garantía de una convivencia democrática, ordenada, en paz y libertad. Y sigamos construyendo todos juntos un proyecto que respete nuestra pluralidad y genere ilusión y confianza en el futuro.
Porque necesitamos, también, ilusión y confianza.
El mes de junio pasado, España se dio a sí misma y al mundo un ejemplo de seriedad y dignidad en el desarrollo del proceso de abdicación de mi padre el Rey Juan Carlos y de mi proclamación como Rey; todo ello de acuerdo con nuestra Constitución. Y a lo largo de estos últimos meses me habéis rodeado de vuestro respeto, afecto y cariño. Sinceramente, me he sentido querido y apreciado y os lo agradezco de corazón. Y tengo que deciros también que he visto ilusión en muchos de vosotros, en vuestras miradas, en vuestras palabras, ante el inicio de una nueva época en nuestra historia.
Es cierto que vivimos tiempos complejos y difíciles. Sin duda. Pero son también tiempos que debemos afrontar con responsabilidad, con ilusión y espíritu renovador. Tiempos nuevos que se proyectan en todos los ámbitos de nuestra vida colectiva e individual. Y ahora nos corresponde a los españoles de hoy continuar la tarea de labrar nuestro mejor futuro; que empieza ya, que ha empezado ya.
Afortunadamente, no partimos de cero, ni mucho menos, y, por ello, no debemos olvidar lo que hemos conseguido juntos con grandes esfuerzos y sacrificios, generación tras generación; que es mucho y lo debemos valorar con orgullo.
Aunque también tengamos la responsabilidad de corregir los fallos y mejorar y acrecentar los activos de la España de hoy, con la vista puesta en un futuro que nos pertenece a todos los españoles.
Somos una democracia consolidada. Disfrutamos de una estabilidad política como nunca antes en nuestra historia. Nuestro marco constitucional nos ha permitido la alternancia política basada en unas elecciones libres y democráticas. Somos, además, una nación respetada y apreciada en el mundo y con una profunda vocación universal, imprescindible para promover nuestra cultura y defender nuestros intereses en un mundo global. Hoy, más que nunca, somos parte fundamental de un proyecto europeo que nos hace más fuertes, más competitivos y más protagonistas de un futuro de integración.
Como dije en mi discurso de proclamación, todo tiempo político tiene sus propios retos. Debemos seguir avanzando en nuestra convivencia política, paso a paso, adaptándola a las necesidades de nuestro tiempo. Poner al día y actualizar el funcionamiento de nuestra sociedad democrática y conseguir que los ciudadanos recuperen su confianza en las instituciones. Unas instituciones con vigor y vitalidad, que puedan sentir como suyas.
No quiero terminar mis palabras sin transmitiros un mensaje de esperanza.
Regenerar nuestra vida política, recuperar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, garantizar nuestro Estado del Bienestar y preservar nuestra unidad desde la pluralidad son nuestros grandes retos. No son tareas sencillas. No son retos fáciles. Pero los vamos a superar, sin duda; estoy convencido de ello. Tenemos capacidad y coraje de sobra. Tenemos también el deseo y la voluntad. Y hemos de sumar, además la confianza en nosotros mismos.
Esa es la clave de nuestra esperanza en el futuro. La clave para recuperar el orgullo de nuestra conciencia nacional: la de una España moderna, de profundas convicciones democráticas, diversa, abierta al mundo, solidaria, potente y con empuje. Con ese mismo empuje y con el ejemplo con el que vosotros afrontáis vuestro día a día luchando ante las adversidades intentando progresar, procurando mejorar honestamente vuestra vida y la de vuestras familias. Y ahí estaré siempre a vuestro lado como el primer servidor de los españoles.
Gracias nuevamente por escucharme esta noche y muchísimas felicidades en nombre de la Reina, de la Princesa de Asturias y de la Infanta Sofía.
Feliz Navidad, Eguberri on, Bon Nadal, Boas Festas».


«Buenas noches.
En estos días tan especiales, en los que siempre nos deben unir los mejores sentimientos, os deseo, junto a la Reina y nuestras hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía, una Feliz Navidad y que en el año 2019 podáis ver cumplidos vuestros anhelos y aspiraciones.
Hoy no quiero dejar de recordar a quienes vivís una situación difícil por razones personales, económicas o sociales; o estáis lejos de vuestro hogar y seres queridos. En estas horas, que han de ser para la alegría y de celebración, nuestro corazón y nuestro pensamiento están a vuestro lado; y nuestro mayor deseo es que todas esas circunstancias queden pronto atrás.
A lo largo de los últimos años os he venido transmitiendo en Nochebuena mis inquietudes y reflexiones sobre nuestra democracia; sobre la cohesión social y territorial, la economía y el paro o la educación; también sobre la corrupción, el terrorismo, o la violencia contra las mujeres; una violencia, de tan triste actualidad y que merece siempre nuestra repulsa y condena más enérgica y el empeño de toda la sociedad para erradicarla de nuestra vida. Todas estas cuestiones que acabo de mencionar nos siguen preocupando, por supuesto, muy seriamente.
Permitidme que esta noche os hable de algo que también me parece muy importante. Quiero hablaros de nuestra convivencia, de los principios en los que se inspira, pensando en el presente y también en el futuro, en nuestras generaciones más jóvenes, a las que hoy me voy a dirigir especialmente.
El pasado 6 de diciembre, con motivo del 40 aniversario de nuestra Constitución, recordé nuevamente los ideales que animaron y unieron a los españoles durante la transición política y que han sido el fundamento, la base de nuestra libertad y de nuestro progreso de estos últimos 40 años: la reconciliación y la concordia; el diálogo y el entendimiento; la integración y la solidaridad.
Quienes vivieron aquellos años saben bien que si hay algo que los define fue el valor de trabajar juntos y unidos pensando en nuestro país y en su futuro; fue la voluntad de los españoles de entenderse y la de los líderes políticos, económicos y sociales de llegar a acuerdos, a pesar de estar muy distanciados por sus ideas y sentimientos.
A todos les unía un objetivo muy claro: la democracia y la libertad en España; definir unas reglas comunes que garantizaran nuestra convivencia. Y lo lograron. De ese éxito nos hemos beneficiado las siguientes generaciones; y lo que debemos hacer hoy es todo lo que esté en nuestras manos para que esos principios no se pierdan ni se olviden, para que las reglas que son de todos sean respetadas por todos. Y de esa manera asegurar a los jóvenes, con mayor garantía, nuevas décadas de progreso y avance como las que nosotros afortunadamente hemos conocido.
Quienes fuisteis protagonistas o testigos de la transición estoy seguro de que entenderéis muy bien lo que acabo de decir. A los que no vivisteis aquel tiempo y especialmente a las generaciones más jóvenes, tenemos el deber de haceros partícipes de ese período de nuestra historia, de ese camino que permite entender por qué y cómo España ha conseguido el cambio más radical de su historia; por qué y cómo ha avanzado y prosperado tanto nuestra sociedad desde entonces.
una convivencia, en fin, que exige el respeto a nuestra Constitución,(…) es la obra más valiosa de nuestra democracia y el mejor legado que podemos confiar a las generaciones más jóvenes; debemos defenderla, cuidarla, protegerla
Yo creo que eso es necesario, sí; pero también creo que no es suficiente. Porque como sociedad tenemos una deuda pendiente con nuestros jóvenes. Somos responsables de su futuro y las circunstancias de hoy en día no son, ni mucho menos, las más fáciles.
Los jóvenes vivís inmersos en la realidad de una sociedad tecnológica —de cambios continuos y acelerados— que plantea nuevos interrogantes, pero que a la vez está llena de nuevas oportunidades. Tenéis talento, creéis en la paz, estáis abiertos al mundo porque sois y os sentís europeos, sois solidarios, estáis comprometidos con las causas sociales, con la lucha contra el cambio climático y la defensa del medio ambiente. Queréis vivir y convivir, pero tenéis problemas serios.
Sabéis que es muy difícil encontrar trabajo sin una adecuada formación. Muchos la tenéis, pero a veces os veis obligados a ocupar un puesto de trabajo que no es para el que os habéis preparado o que no responde a vuestras expectativas. Y os tenemos que ayudar: a que podáis construir un proyecto de vida personal y profesional, con un trabajo y un salario dignos, a tener un lugar adecuado donde vivir y, si así lo queréis, a formar una familia y poder conciliar con la vida laboral.
Nuestra responsabilidad, la de toda nuestra sociedad, es que vuestra capacidad, vuestra motivación, vuestra ilusión y esfuerzo, venzan a las dificultades; porque tenemos la obligación –contando con vosotros, con vuestra energía–, de seguir construyendo día a día un país mejor, más creativo, más dinámico, y siempre en vanguardia; una España más cohesionada socialmente y más comprometida con la igualdad real entre hombres y mujeres.
Hoy, que vivimos en una democracia asentada y que compartimos unos mismos principios y valores con otras democracias de nuestro entorno, es imprescindible que aseguremos en todo momento nuestra convivencia.
Una convivencia que se basa en la consideración y en el respeto a las personas, a las ideas y a los derechos de los demás; que requiere que cuidemos y reforcemos los profundos vínculos que nos unen y que siempre nos deben unir a todos los españoles; que es incompatible con el rencor y el resentimiento, porque estas actitudes forman parte de nuestra peor historia y no debemos permitir que renazcan; una convivencia en la que la superación de los grandes problemas y de las injusticias nunca puede nacer de la división, ni mucho menos del enfrentamiento, sino del acuerdo y de la unión ante los desafíos y las dificultades.
Una convivencia, en fin, que exige el respeto a nuestra Constitución; que no es una realidad inerte, sino una realidad viva que ampara, protege y tutela nuestros derechos y libertades. Todos los proyectos necesitan unos cimientos sólidos, y la España de hoy los tiene, porque están hechos de una voluntad decidida de concordia, de paz y de entendimiento.
Y esta es la reflexión que quería haceros llegar esta noche: que la convivencia —que siempre es frágil, no lo olvidemos— es el mayor patrimonio que tenemos los españoles. La obra más valiosa de nuestra democracia y el mejor legado que podemos confiar a las generaciones más jóvenes; y, por ello, debemos evitar que se deteriore o se erosione; debemos defenderla, cuidarla, protegerla; y hacerlo con responsabilidad y convicción. Así lo hemos demostrado durante estos últimos cuarenta años de libertad porque hemos creído en nosotros mismos y en nuestras propias fuerzas.
Ahora debemos valorar con orgullo lo que somos, lo que hemos hecho y confiar en lo que podemos hacer entre todos, alejando el desencanto o el pesimismo. Debemos ser conscientes de la nueva realidad que nos impone el siglo XXI y ser capaces de alcanzar consensos cívicos y sociales que aseguren el gran proyecto de modernización de España.
Con esa esperanza y confianza en el futuro, sigamos adelante. Con coraje y sin descanso. Porque todos podemos hacer mucho por el bien común, y superarnos cada día; haciendo cada uno lo que nos corresponde y apoyando a quien cumple con su obligación; animando a quien lo precisa —sin que nadie quede atrás—, y sumando todas nuestras fuerzas en el deseo de una España siempre mejor, porque los españoles lo merecemos.
A todo esto os animo. Gracias por escucharme y os deseo nuevamente a cada uno de vosotros y a vuestras familias, una muy feliz Navidad.
Eguberri on. Bon Nadal. Boas festas.
Buenas noches. Y feliz y próspero 2019″.