Discurso pronunciado en la firma de los Derechos Civiles el 2 de Julio de 1964

«Mis conciudadanos estadounidenses:

Estoy a punto de firmar la Ley de Derechos Civiles de 1964 y quiero aprovechar esta oportunidad para hablar de lo que representa esta nueva ley para cada estadounidense.

En esta misma semana, hace 188 años, un pequeño grupo de hombres valientes comenzó una larga lucha por la libertad. Comprometieron sus vidas, su fortuna y su honor sagrado no solo para fundar una nación, sino para forjar un ideal de libertad. Hicieron esto no solo por la independencia política, sino también por su libertad personal, y no solo para detener el régimen de los británicos, sino también para que reine la justicia en los asuntos de los hombres.

Esa lucha fue un momento decisivo en nuestra historia y hoy, en los confines remotos de continentes lejanos, los ideales de aquellos patriotas estadounidenses todavía forjan la lucha de los hombres sedientos de libertad.

Se trata de un gran triunfo, pero quienes fundaron nuestro país sabían que esa libertad quedaría garantizada únicamente si cada generación luchaba para renovar y ampliar su significado. Desde los milicianos de Concord hasta los soldados de Vietnam, cada generación ha sido fiel a ese deber.

Estadounidenses de todas las razas y colores han muerto en combate para proteger nuestra libertad y han trabajado para construir una nación cada vez más rica en oportunidades. Ahora, nuestra generación de estadounidenses ha sido convocada para continuar la eterna búsqueda de la justicia dentro de nuestras fronteras.

Creemos que todos los hombres fueron creados iguales, pero a muchos no se les trata con igualdad.

Creemos que todos los hombres tienen derechos que no se les pueden negar, pero muchos estadounidenses no gozan de esos derechos.

Creemos que todos los hombres tienen derecho a disfrutar las bendiciones de la libertad, pero millones de personas son privadas de esos beneficios, no por sus propias faltas, sino por el color de su piel.

Las razones están profundamente arraigadas en la historia, en la tradición y en la naturaleza del hombre. Podemos entender —sin rencor ni odio— cómo ocurrió todo esto.

Sin embargo, no podemos continuar así. Nuestra Constitución, el cimiento de nuestra república, lo prohíbe. Los principios de nuestra libertad lo prohíben. La moral y la ley que voy a firmar esta noche lo prohíben.

Esta ley es el resultado de meses de discusiones y debates muy cuidadosos. Fue presentada hace más de un año por nuestro querido y ya difunto Presidente John F. Kennedy. Recibió el apoyo bipartidista de más de dos tercios de la Cámara y del Senado. Hubo una mayoría arrolladora de republicanos y demócratas que votaron por ella.

La ley cuenta con el valioso apoyo de decenas de miles de líderes civiles y religiosos de todas partes de esta nación, y tiene el respaldo de la mayoría del pueblo estadounidense.

El objetivo de la ley es sencillo.

No restringe la libertad de ningún estadounidense mientras este respete los derechos de los demás.

No concede un trato especial a ningún ciudadano.

Establece que el único límite a la esperanza de un hombre de ser feliz y de ofrecer un futuro mejor para sus hijos es su propia capacidad.

Señala que aquellos que son iguales ante Dios también lo son en los comicios, en las aulas, en las fábricas y en los hoteles, restaurantes, salas de cine y demás lugares que prestan servicios al público.

Estoy tomando medidas para implementar la ley basándome en mi obligación constitucional de «garantizar el cumplimiento pleno de las leyes».

En primer lugar, enviaré al Senado mi nominación de LeRoy Collins como director del Servicio de Relaciones con la Comunidad. El Gobernador Collins aportará la experiencia de una larga carrera en un destacado cargo público y la usará para ayudar a las comunidades a solucionar problemas de relaciones humanas por medio de la razón y el sentido común.

En segundo lugar, voy a nombrar un comité de asesoramiento compuesto por destacados estadounidenses para que ayude al Gobernador Collins en su tarea.

En tercer lugar, voy a enviar al Congreso una solicitud de asignaciones suplementarias con el objeto de cubrir los gastos de aplicación de esta ley, y voy a pedir que se haga de inmediato.

En cuarto lugar, durante una reunión con mi gabinete en la tarde de hoy, ordené a las agencias del Gobierno que cumplan con las nuevas responsabilidades impuestas por la ley, plenamente y sin demora, y que me mantengan personalmente informado de sus avances.

Por último, voy a pedir a los funcionarios correspondientes que se reúnan con grupos representativos para promover una mejor comprensión de la ley y lograr un espíritu de cooperación.

No debemos abordar el cumplimiento y la aplicación de esta ley con un sentimiento de venganza. Su objetivo no es castigar ni dividir, sino poner fin a las divisiones que existen desde hace tanto tiempo. Su objetivo es nacional y no regional.

Su objetivo es fomentar un compromiso más duradero con la libertad, una búsqueda más constante de la justicia y un mayor respeto por la dignidad humana.

Lograremos estos objetivos porque la mayoría de los estadounidenses son ciudadanos respetuosos de la ley que desean hacer lo correcto. Por eso, la Ley de Derechos Civiles depende primero de aquellas personas que escogen cumplir la ley, y luego del empeño de las comunidades locales y los estados para asegurar que las demás personas la cumplan, protegiendo así los derechos de los ciudadanos. Esta ley faculta a las autoridades nacionales a intervenir únicamente cuando otros no puedan o no quieran hacerlo.

La Ley de Derechos Civiles nos reta a todos a trabajar en nuestras comunidades y nuestros estados, en nuestros hogares y nuestros corazones, para eliminar el último rastro de injusticia de nuestro amado país.

Así que, esta noche, insto a cada funcionario público, a cada líder religioso, a cada empresa y profesional, a cada trabajador, a cada ama de casa y cada estadounidense a participar de estos esfuerzos para llevar justicia y esperanza a todo nuestro pueblo y para traer paz a nuestra tierra.

Mis queridos conciudadanos, ha llegado para nosotros el momento de la prueba, y no debemos fallar.

Clausuremos los manantiales del veneno racista y oremos para que nuestros corazones sean sabios y comprensivos. Dejemos a un lado nuestras diferencias y hagamos que nuestra nación sea una sola. Apresuremos la llegada del día en el que nuestra fortaleza inmensurable y nuestro espíritu sin límites sean libres y puedan llevar a cabo las grandiosas obras encomendadas a esta nación por nuestro Dios justo y sabio, Padre de todos nosotros.

Gracias y buenas noches».

 

Nota: El 2 de julio de 1964, el Presidente Lyndon Baines Johnson habló en la radio y en la televisión antes de firmar la Ley de Derechos Civiles de 1964. Según dicha ley, sería ilegal tratar a las personas injustamente por ser negras. Esta fue una de las leyes más importantes aprobadas en la historia de Estados Unidos. La Ley de Derechos Civiles de 1964 les dio a las personas negras y a los miembros de los grupos minoritarios el mismo derecho al voto que tenían las personas blancas. Bajo esta ley, era ilegal obligar a las personas negras a ir a escuelas separadas de las personas blancas.

 

Fuente | Newsela

Discursos de Lyndon B. Johnson