Discurso pronunciado en la apertura del curso académico de 1900-1901 de la Universidad de Salamanca

«Excmo. e Ilmo. Sr.:

Al abrirse a los jóvenes estudiantes un nuevo curso, en esta solemnidad de su inauguración pública, nada más propio, sin duda, que dirigirles en alocución exhortativa consejos sobre el ánimo con que han de perseguir sus estudios, y advertencias respecto a lo que de ellos debemos esperar.

Los últimos reveses de la patria nos han ocasionado, a vueltas de su maleficio, un saludable efecto, cual es el de hacer que convirtamos a nosotros mismos nuestras miradas para esforzarnos con ahínco en conocernos mejor. Y en este prurito de propia inquisición es la enseñanza pública uno de los institutos sociales a que más nuestro examen de conciencia se endereza, ya que es en los jóvenes en quienes ha de poner la patria sus esperanzas más corroboradoras. Mal pueden, en efecto, darle nueva vida los que en la antigua fraguaron su espíritu. A vosotros los jóvenes toca disipar la plúmbea nube de desaliento y desesperanza que a tantos cela la ruta del porvenir. Sois vosotros los que tenéis que descubrirnos a España y marcarla luego un fin, que no lo es ella en sí misma.

Los que a otras actividades que no la vuestra viertan su espíritu, podrán preocuparse más exclusivamente en hacer a España vigorosa, grande, opulenta, y llenarán, de cierto, su deber al hacerlo, pero vosotros debéis considerar que no es la patria un fin sustantivo, sino medio más bien para que mejor nuestro destino humano cumplamos, y habéis de buscar, con esto en consonancia, a qué propósito hayan de ordenarse el vigor, la grandeza y la opulencia que para ella ambicionamos si es que han de descansar sobre sólidas bases. Vosotros habéis de ser mañana ministros de la reflexión común, y a reflejar con plena conciencia el espíritu de la comunidad habéis de tender desde luego. En el seno mismo de esta comunidad patria, en los anhelos genuinos del pueblo de que somos parte, es donde hemos de ir a despertar el ideal dormido, pues toda realidad por algún ideal vive, ni le hay, en rigor viable y fecundo más que en las entrañas de la realidad misma. Para ello, os lo repito, menester os es descubrirnos a España.

Descubrirnos a España digo, porque si es cierto, como por muchos se nos asegura, que su mayor riqueza material en su subsuelo se esconde esquiva mientras araña el labriego con el tradicional arado la ligera capa que la recubre y vela, en su subsuelo espiritual también, en los no escudriñados soterraños de su cotidiana vida colectiva yace tal vez el venero de su renovación futura mientras seguimos arañando con nuestra crítica y apologética en las humosas glorias de su capa histórica. Tenéis que descubrir a nuestro pueblo tal como por debajo de la historia vive, trabaja, espera, ora, sufre y goza.

Y debéis estudiar también a vuestro pueblo porque siendo aquel de quien vivís, con quien vivís y por quien vivís, es su estudio el único que puede llevaros como por la mano a conocer con entrañable conocimiento a la humanidad toda. Hay en este examen algo de introspección colectiva y social. Mucho de hondo contiene el dicho de esta tierra, que reza así: «Quien vio Frades, vio todos los lugares». Las referencias que acerca de extrañas gentes obtengáis serán siempre retratos y trasuntos de realidad; realidad misma sólo en torno vuestro habéis de encontrar.

Los jóvenes que acudís hoy a estas aulas a que os traslademos lo que otros averiguaron o lo que de la realidad hemos directamente averiguado nosotros, tenéis que interrogar a la realidad misma que se abre liberal a quien la invoca. Pero es preciso que la miréis cara a cara sin interposición de librescos prejuicios, es menester que las lentes de las doctrinas recibidas no estén ahumadas adrede o por descuido. Las disciplinas que aquí se os trasmiten son legado de los siglos, recordatorio de la humanidad, es cierto, pero también lo es y con mayor plenitud aún la realidad exterior concreta, la actualidad palpitante. En la vida común que os rodea, en las costumbres a que todos por hábito ajustamos nuestra conducta, en lo que sucede en la plaza, en el mercado o en la feria, en el templo, en el hogar o en la campiña late el pasado más vivo aún que en todos los libros, crónicas y documentos, donde de ordinario no quedó más que su engañoso y deformado trasunto.

¿Historia? Historia es lo que en torno vuestro ocurre, el motín de ayer, la cosecha de hoy, la fiesta de mañana. Sólo con el hoy aquí entenderéis rectamente el ayer allí, y no a la inversa; sólo el presente es clave del pasado y sólo lo inmediatamente próximo lo es de lo remoto. Lo que no descanse de una manera o de otra en el presente, ya a flor de él, ya en su lecho de roca sedimentado, no fue más que fugitiva apariencia. Es el presente el esfuerzo del pasado por hacerse porvenir y lo que al mañana no tienda en el olvido del ayer debe quedarse.

En la historia apenas se oye más que a los bullangueros y vistosos; los silenciosos y oscuros, que son los más, callan en ella y por ella se deslizan inadvertidos. Óyese en la nuestra el trotar de los caballos de los moros que invadieron nuestro suelo, pero no el lento y silencioso paso de los tardos bueyes que trillaban en tanto las mieses de los que muy de grado se dejaron conquistar. Y sin la comprensión de esto es aquello incomprensible.

¿Literatura? Sólo se refresca y corrobora acudiendo de continuo al siempre inexhausto manantial de cantos, cuentos, consejas, dicharachos, relatos, refranes y leyendas que guarda y lega el pueblo, y empapándose en la vida de éste.

Otra cosa es caer en literatismo. Si leéis el antiguo y siempre verde relato del mítico Homero no se lo entrañará mejor el que con prolijo aparato de erudición y apuro, glosas y escolios intente desmenuzarlo, si no quien sea más capaz de ver, cerrando los ojos, con los de la imaginativa, a los mozos de su pueblo empeñarse en una pedrea con los del lugar vecino por cuestión del noviazgo de uno de ellos…

¿Lenguas? Jamás comprenderéis con comprensión activa y fecunda, no pasiva y estéril, cómo una lengua vive mientras no abráis los oídos a la que en vuestro derredor suena, prestándolos atentos y fieles a los modismos del vulgo, a sus dichos y decires, a todo lo que como a barbarismo indigno de atención han solido desechar los que hacen del lenguaje un producto de pacto literario sujeto a académica prescripción.

¿Derecho o economía? ¿Habéis observado los tratos y contratos, trueques, retrueques y cambalaches de una feria con sus alboroques de añadido? ¿Sabéis cómo vive el labrador vecino o por qué cultiva trigo y no otra cosa y cómo paga su renta y su parte al fisco y cómo se gana la vida?

Bueno es el estudio de reflejo en libros y ajenas lecciones, muy bueno sin duda, pero sólo en cuanto a la realidad directamente intuida nos guíe. Mas sucede con harta frecuencia, por desgracia, que el libro os aparte de la realidad, del texto vivo el muerto, en vez de descubrírosla; acontece que en estos penumbrosos claustros se os enflaquezca la vista y el sol os estorbe luego para ver al aire abierto y a la luz libre. Traed a la memoria la escuela en que se os enseñó a leer, escribir y contar y la recordaréis como una jaula, en medio de la campiña aireada y soledada no pocas veces. ¿Os sacaron a ésta a aprender en medio del campo, por visión directa, lo que el campo a nuestro estudio ofrece? Y si por acaso os educasteis en vuestros primeros años en alguna ciudad, ¿os llevaron a ver las obras de arte o de industria que ella guardara?

Nos cuidamos muy poco de la niñez; cierto culto a los antepasados quita sitio en nuestro corazón al culto debido a la posteridad.

Y así un publicista hoy muy leído, Kropotkine, ha podido escribir «que el niño reputado como perezoso en la escuela es a menudo aquel que comprende mal lo que le enseñan mal», añadiendo esta severísima sentencia: «Vuestra escuela se convierte en la Universidad de la pereza como vuestra prisión en una Universidad del crimen». Podéis tachar esta acerbísima sentencia de exagerada, en hora buena, pero es lo cierto que en vez de satisfacer las preguntas que espotáneamente brotan del niño, las ingenuas cuestiones que, como silvestres flores que se abren, la vida misma a la mente presenta, suscítansele otras en que nunca hubo pensado, interrogaciones a que suele desembocar una investigación mal planteada, cuestiones ociosas, de puro ejercicio escolástico a menudo. Ansía el inocente libre juego espiritual, gozar de los movimientos de sus potencias y facultades, y sométenle a gimnásticos volatines. Y este daño se remata adiestrándolo más tarde para la polémica y la discusión en esgrima de gladiador esclavo, no para la investigación pacífica, en labor de combatiente libre.

Líbreme Dios de predicaros que cerréis los libros, pero sí os repetiré que aprendáis a ver al través de ellos la vida, y no al través de ésta los libros, como hoy tanto ocurre. Poco se lee aquí, por desgracia, pero es donde se lee menos donde más daño puede hacer aquello poco que se lee.

Traduciendo una vez en mi clase cierto pasaje que cuenta Herodoto cómo para embalsamar los cadáveres les ingerían en el vientre los egipcios resina de cedro, hube de preguntar a mis alumnos si conocían este árbol, y todos me contestaron que no, y éstos, los mismos que confesaban no conocerlo, podrían verlo en uno de los paseos de esta ciudad. Y habrá acaso quien sin conocerlo mejor lo tome de tópico, que suele serlo el cedro del Líbano. En tópicos de retórica hemos convertido merced a tal educación no pocas especies en un tiempo henchidas de vida y realidad, en flores de trapo las antaño naturales. Estudiante forastero habrá que de esta ciudad se vuelva a su pueblo, concluida su carrera, sin haber visitado todos, absolutamente todos los monumentos y reliquias del pasado que ella encierra, o si es de nuestra Facultad de Letras, sin haber contemplado en La Flecha el escenario que inspiró al maestro León tantas páginas admirables de sus preñados diálogos de los Nombres de Cristo, en que describe aquel paraje, o los sotos que Meléndez Valdés cantara, o el histórico campo de los Arapiles.

No sé que proyectéis excursiones a contemplar obras de arte o la obra eterna de Dios, la naturaleza, ni sé que organicéis investigaciones sobre vivo de tanto aspecto de la realidad ambiente como nos solicita a estudio. Toda vuestra actividad académica fuera de esta casa redúcese, a lo que sé, a reuniros en otra para discusear y discutir sobre lo que otros formularon o pensaron. No os reunís para fines genuinamente científicos, de ciencia que se hace y no la que se recibe hecha, pero os falta tiempo así que se os ofrezca el más liviano pretexto, para echaros de holgorio por esas calles, paseando las banderas de las Facultades. ¡Y a esto hay quien llama patriotismo!

Sed aplicados, sí, sedlo, pero no olvidéis que no lo es más quien se encierra en su cuarto a mascullar ajenas ideas, o, lo que es ya malo, a aprenderse de coro ajenas frases, sino quien va a todas partes con los ojos y los oídos bien abiertos y en la mano el corazón. Aspirad a que de vosotros se diga: «¡Ha vivido mucho y bien!», más que: «¡Cuánto ha leído!». ¡Cosa terrible sería en verdad una educación con antojeras, como a las bestias de tiro, en que sólo vierais alargarse sin fin ante vuestros ojos la cinta árida y polvorosa de la carrera, sin que os recrearan y confortasen el ánimo los frescos sotos, lozanos prados o frondosos montes que a un lado y otro de ella se despliegan! No ha de enseñársenos aquí tanto a ganar la vida cuanto a vivirla, a vivirla por la ciencia y en ella.

No perdáis tampoco de vista que la experiencia nos enseña cuán frecuente es el fracaso en la vida y en la ciencia de no pocos sobresalientes cargados de laureles académicos. La emulación, aguijada por vanidad no pocas veces, esa deplorable emulación que nuestro infausto sistema de notas y recompensas fomenta, rara vez puede dar opimos frutos. Es un sistema condenado hoy por los más juiciosos pedagogos. No habéis de proponeros sobrepujar a los demás sino sobrepujaros a vosotros mismos, ser hoy más que erais ayer. No os suceda que sudéis y agotéis vuestras juveniles energías en certamen de competencia, como quien corre en pista o redondel, mientras podríais marchar a paso por el camino de la vida. Suele ser no pocas veces en un joven señal de vigoroso espíritu el que atento a la suprema recompensa de conquistar la verdad, único premio digno de nuestros afanes, no se doblegue a enseñanzas que en sí o en el modo de ministrárselas le repugnen, el que no se fuerce a aprender lo que en su conciencia reputa dañoso o vano por un mezquino empeño de amor propio y de vanagloria.

Y en justa correspondencia, deber es del maestro en una disciplina cualquiera inspirar afición a ella en sus discípulos, hacerles amar su estudio.

Si algo distingue a la verdadera juventud es la redundancia de vida, redundancia que para la mente se convierte en comezón de todo saberlo, de inquirirlo todo, en curiosidad a todos los vientos orientada. Y parece como que enseñándosenos tanta cosa que por muerta no nos interesa, hase conseguido tan sólo el que ya no nos interese lo vivo. El niño a los ocho años es un surtidor de preguntas, no se le caen de la boca los porqués, mientras que a los veinte parece poseer ya la clave de los misterios o que de ellos se le dé una higa; está en el secreto, porque le han enseñado que las cosas consisten en la consistidura, que no en otra explicación vienen a dar las soluciones puramente verbales que nos regalan en vez de enseñarnos a saber ignorar e inquirir. Porque es el saber ignorar el principio de toda ciencia; el saber ignorar aunado al querer averiguarlo todo. Saquemos fuerzas de la conciencia de nuestra propia ignorancia.

No perdáis tampoco de vista que la ciencia es para la acción y que todo cuanto no vivifique vuestra obra de mañana nace ya muerto en vuestra mente, pero al tomar en consideración esto no entendáis que haya de sujetarse la ciencia a eso que llaman algunos con estrecha comprensión, lo útil. Buscad la verdad y su triunfo y todo lo demás se os dará de añadidura.

Muchos de los descubrimientos que más han intensificado la vida del linaje humano cumpliéronse mientras el inventor perseguía pura y desinteresada satisfacción de saber, otros se debieron al acaso. Lo que más hizo maestro de civilización al pueblo griego fue su siempre despierta curiosidad, curiosidad de niño, casi sin ulterior propósito, su espíritu platónico, su amor por la caza intelectual más que por la pieza que en ella pudiera cobrarse. Han trascurrido siglos antes de que se hayan traducido en eso que se llama aplicaciones útiles las desinteresadas lucubraciones de Pitágoras, Arquímedes, Euclides, Eratóstenes y tantos otros.

Si alguna vez la pereza mental os dijese: «No quieras saber eso, teorías y nada más que teorías que no han de servirte para la práctica», sabe que de obedecerla no será tu práctica más que rutina, pereza en acción.

El culto a la verdad por la verdad misma es cosa que os predicarán muchos, pero muy luego contradirán su propia predicación. Porque es ése un culto que en su oficio no se deja arredrar ante la secuela práctica que de una afirmación teórica pueden sacar, cegados por sus pasiones, los hombres; ni jamás juzga de la verdad de un principio porque sus consecuencias arruinen nuestras más arraigadas instituciones o ahoguen los fundamentos que, con razón o sin ella, ponemos a los más caros sentimientos de nuestro corazón. La verdad es terrible para el que sólo busca el consuelo a que esté habituado, sin crearse otro en ella.

La inquisición de la verdad por la verdad misma, sobre fe robusta de que nos lleva siempre a la acción más fecunda y más sana, y no el buscarla como soporte de lo que tenemos ya establecido, ha de ser el cimiento de vuestra ciencia. Habiéndole advertido a un insigne pensador francés, a Taine, las consecuencias que de una de sus enseñanzas podrían sacar los franceses, dicen que respondió: «¡Cuando escribo no pienso en que haya franceses en el mundo!». No os acordéis de que hay hombres cuando investiguéis la verdad, que debe erigirse sobre todos los hombres y sobre las aspiraciones e intereses humanos todos. El hombre para la verdad, no la verdad para el hombre.

Utilitario fue sin duda el origen de la ciencia; la necesidad de saber para vivir y no una vana curiosidad movió al hombre a escudriñar los secretos de la vida de la naturaleza y del espíritu; de las exigencias de la navegación surgió la astronomía; de las mediciones de tierra en Egipto, la geometría, pero el hombre debe aspirar a elevarse sobre su propia humanidad y a hacer que el conocimiento, hijo de la acción, sea padre de ésta. Será, pues, vuestra más honda labor, la de los que a la ciencia os consagréis, extraer reflexivo pensamiento del espontáneo y casi inconciente obrar del pueblo de que formáis parte, para que ese pensamiento revierta a la acción, vivificado en la conciencia antes; preparar mediante la reflexión del hábito recibido por el pueblo el que se habitúe éste a lo reflexivo que ha de recibir; llevar a luz de inteligencia lo instintivo para que cuaje en instinto lo intelectual. Pero esto habéis de buscarlo con pureza de intención, sin propósitos bastardos, cuales son los que sólo a corroborar los ya consagrados apotegmas tienden.

Hay quien a pretexto de su ninguna o escasa utilidad posterga ciertos estudios. La más nobre tarea es hacer que sea todo útil, y la más noble confianza creer que todo llegará a serlo. «Necesitamos estudios de aplicación» —dicen—. ¿De aplicación?, de aplicación ¿a qué? A lo ya establecido, a lo presente, a lo constituido. ¿Y los estudios propios para establecer el porvenir?, ¿los que engendran generosas utopías, los estudios de creación? Frente a la ciencia constituida yérguese la constituyente; junto a los estudios de aplicación, los de creación. Ni cabe, en rigor, aplicar cosa alguna con eficacia sin crearla de nuevo.

Sumergíos, pues, en la vida a verla con visión especulativa y desinteresada, a dejaros empapar en realidad inmediata y actual con pureza de intención, sin pedirle más de lo que pueda daros ni exigirle argumentos para soluciones de antemano trazadas a medida de nuestros deseos. Si lo hacéis comprenderéis muy luego que no cabe la realidad en fórmulas ni conceptos silogizables, porque rebosando de ellos, se desborda. La infinita complicación de su trama, su inextricable tejido habrá de enseñaros a desconfiar de todos los sistemas que pretenden encerrarla en fábrica lógica. Y esto os habrá de emancipar de una de las más profundas y arraigadas llagas de nuestro espíritu nacional: el dogmatismo, padre de sectas y de intolerancia.

La rebusca de la verdad con estricta sujeción a los hechos y sin tesis previa es la mejor escuela de humildad, de modestia y de tolerancia; el aprenderse estampadas afirmaciones redondas y escuetas, fórmulas y apotegmas decididos ex cathedra lo es de soberbia intolerante. No caigáis en el ipse dixit ni olvidéis que todo lo que puede saberse entre todos lo sabemos. Y aprended a la vez a cuestionarlo todo, a poner en tela de juicio hasta lo que más asentado y axiomático os parezca, a no aceptar postulado alguno si es que queréis gozar viva visión de lo real. Y no excluyáis nada. Tened el espíritu abierto.

Lo necesitáis y lo necesitamos nosotros, los que el Estado os pone de administradores de ciencia. Vosotros nos habéis de hacer catedráticos, maestros. De arriba, de lo que llamamos, no sé bien por qué, arriba, apenas puede esperarse regeneración alguna para la enseñanza, que no se pliega ésta a decretos, y de nosotros mismos, los profesores, sólo vendría bajo excitación y acicate vuestro. ¡Empujadnos! «La verdadera educación —decía Michelet— no abarca sólo la cultura del espíritu de los hijos por la experiencia de los padres, si no además, y con mayor frecuencia aún, la del espíritu de los padres por la inspiración innovadora de los hijos». ¡Ojalá vinieseis todos henchidos de frescura, sin la huella que os han dejado quince o veinte exámenes, y trayendo a estos claustros no ansia de notas sino sed de verdad y anhelo de saber para la vida, y con ellos aire de la plaza, del campo, del pueblo, de la gran escuela de la vida espontánea y libre!»

 

 

NOTAS:

[1] Analecta Malacitana agradece públicamente a D. Miguel de Unamuno Adarraga, nieto del ilustre rector salmantino, la autorización para publicar este Discurso en el presente número de AnMal, XXI, 1, 1998.

 

 

NOTAS AL DISCURSO

 

Sin que yo se lo diga, de sobra sabe Vd.
si me habrá gustado su discurso, cuyo
desembarazo no falta a conveniencia alguna;
lo cual no sería tampoco falta, tal como andamos
(Carta de Francisco Giner a Miguel de Unamuno, 9-X-1900)

Si yo vendo pan no es pan, sino levadura o fermento
(Miguel de Unamuno, «Mi religión», 9-XII-1907)

 

NOTA PREVIA

1

Con su habitual saber histórico-literario, Azorín describía para los lectores de ABC hace cincuenta años (22-IX-1948) el folleto que en las páginas siguientes editamos y que contenía el «Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1900 a 1901», en la Universidad de Salamanca, por el doctor don Miguel de Unamuno, catedrático de Literatura Griega. La proverbial meticulosidad azoriniana indica que «El libro es chico: quince centímetros de largo por diez de ancho. El papel es amarillento, ligeramente satinado; la impresión, clara, limpia, espaciada, fácil a la lectura. Tiene el libro diecinueve páginas. La cubierta es de un color verde gris, glauco» [1]. El pie de imprenta precisa el lugar y la fecha de edición: Salamanca, Establecimiento Tipográfico del Noticiero Salmantino, 1900.

Como también advierte la sagaz relectura azoriniana —en el cincuentenario de la crisis de 1898— el libro aparece en un momento decisivo, tras los últimos reveses de la Patria, y ofrece al contemplador del panorama histórico español, al joven maestro vasco afincado en Salamanca, motivos de esperanza y de melancolía, que se concretan en el mensaje del folleto dirigido a la juventud, formulado en la glosa de Azorín del siguiente modo: «Deseamos ahincadamente conocernos; queremos conocer a España. Y en España, principalmente lo soterraño y lo espontáneo: que los jóvenes estudien lo que hay de vivo y fecundo en la tradición» [2]. La mirada escéptica del Azorín de 1948 acertaba a ver en las concisas páginas del folleto una balanza ultrasensible del acontecer español de 1900, al mismo tiempo que en torno a su mensaje se hacía tres inteligentes preguntas: «¿Quienes eran los jóvenes de 1900? ¿Atendieron o no a Unamuno? ¿Hasta qué punto se atiende él mismo?» [3]. La respuesta de estas preguntas constituiría —sin duda— un firme y escrupuloso discurso crítico acerca de la juventud intelectual del 98 y el liderazgo espiritual que sobre ellos ejerció Miguel de Unamuno.

El pulso que guía a Unamuno en su intervención salmantina de 1900 es síntesis de su primer ideario dibujado inicialmente en los ensayos de 1895 en La España Moderna, En torno al casticismo, en unos tiempos en los que alrededor de su personalidad está cristalizando el grupo de Baroja, Martínez Ruiz y Maeztu. El ademán unamuniano de octubre de 1900 es adelanto del de una naciente generación intelectual a la que se refería con lucidez y penetración Francisco Ayala en un demasiado olvidado texto, fechado en un momento dramático para la conciencia liberal española, 1941:

Al completarse en la guerra desastrosa contra Estados Unidos la definitiva disgregación del mundo hispano, hora terrible en que una nueva generación intelectual, destinada a elevar de nuevo el valor de la literatura española a un nivel universal, se revuelve en el viejo solar reducido y maltrecho —en él, y contra él—, golpeando sobre las llagas con furor santo y gritando bajo ademanes proféticos la infinita angustia del destino español en un ansia que llega a la obsesión. [4]

 

2

El discurso inaugural del curso académico 1900-1901 fue un hito fundamental tanto para la Universidad salmantina como para la trayectoria intelectual unamuniana. Un dato acredita esta importancia: Unamuno fue nombrado Rector el 24 de octubre (había pronunciado el discurso el día primero del mes) y tomó posesión del cargo una semana después. La trascendencia universitaria y ciudadana circunscrita a Salamanca del discurso y del nombramiento de Rector ha sido estudiada con detalle por Jean Claude Rabaté en un estudio imprescindible para conocer los primeros años castellanos de Unamuno [5]. Junto a la resonancia del discurso en la prensa local hay que anotar el amplio eco —no siempre preciso y ajustado— que las palabras unamunianas encontraron en la prensa nacional y en la hispanoamericana [6].

Unamuno consideraba la oración inaugural como un texto de menor envergadura que los ensayos que hasta entonces había dado a la luz. Así se lo comunica a su habitual corresponsal Pedro Jiménez Ilundain por carta del 19 de octubre de 1900:

El tal discurso ha alcanzado cierta resonancia no por su valor intrínseco —es de lo más flojo que he hecho— sino por la ocasión y el sitio. Les sorprende a muchos que me decidiera a predicar tales cosas en una solemne apertura de un curso oficial ante un claustro revestido de toga, muceta y borla [7].

Sin embargo, el Rector salmantino pensó siempre en el discurso que editamos como el primer eslabón de un proyectado y nonato volumen de discursos, del que habla continuamente en su correspondencia del segundo semestre del año 1902. La primera noticia se la ofrece a Santiago Valentí Camp en carta del 26 de junio de 1902, mientras trabaja en la redacción del discurso que debía pronunciar en Cartagena el 8 de agosto: «Por otoño publicaré en un tomo, precedidos de un prólogo, Cinco discursos, que son: 1º, el de apertura de curso; 2º, el de Bilbao; 3º, el de Valencia; 4º, el que leí ante el Rey, y 5º, el que leeré en Cartagena. Este será el más importante» [8]. A Alberto Nin Frías le escribe el 19 de julio de 1902 para indicarle que sus tres obras capitales son hasta esa fecha: los ensayos En torno al casticismo (1895), la novela Paz en la guerra (1897) y Tres ensayos (1900), a la par que le comunica que está preparando un tomo Cinco discursos, «que son el de apertura de curso de esta Universidad, de 1900, el de los Juegos Florales de Bilbao, el que leí ante el Rey, uno que envié a Valencia y el que leeré el 8 del mes que viene en Cartagena» [9].

Creo que es durante la preparación del discurso de Cartagena —«puse mi alma […] Yo no hago juegos de palabras ni paradojas en el sentido que a esto se presta. Yo vierto mi alma», le escribe a Jiménez Ilundain (7-XII-1902) [10]— cuando se fragua la obsesión unamuniana por dar a la luz los cinco discursos. En los esbozos del prólogo que debía haber precedido a los discursos, Unamuno indicó su intención de abordar las relaciones del discurso de 1900 con Amor y pedagogía y con Tres ensayos, si bien varios testimonios epistolares hablan de la estrecha dependencia del texto de 1900 y de los restantes que iban a componer el nonato volumen con respecto a los ensayos fundacionales de su pensamiento, En torno al casticismo:

En Cartagena dije lo que vengo diciendo hace tiempo, lo que dije en mis ensayos En torno al casticismo, en 1895, y dije en mi ensayo La vida es sueño [11].

Por otra parte el Discurso de 1900 sintetizaba —al aire del ideario del ensayo ¡Adentro! (1900), donde Unamuno expone los pormenores de la misión externa, pero íntima, que está convencido debe cumplir [12]— las reflexiones que había expuesto en su folleto De la enseñanza superior en España (1899) acerca de la doble y convergente tarea que quería para los jóvenes universitarios españoles al alborear el siglo XX:

[…] ahondar en nuestro propio espíritu colectivo, llegar a sus raíces, intraespañolizarnos, y abrirnos al mundo exterior, al ambiente europeo. Y no persisto en esto, porque de ello escribí de largo cuando allá, hace más de cuatro años diserté, En torno al casticismo [13].

Síntesis que —no lo olvidemos— coincide con el momento ilusionado de su nombramiento de Rector, misión que acoge dentro de su pensamiento de agitación, acción y rebeldía que acababa de dibujar en ¡Adentro!:

Morir como Ícaro vale más que vivir sin haber intentado volar nunca, aunque fuese con alas de cera. Sube, sube, pues, para que te broten alas, que deseando volar te brotarán. Sube; pero no quieras una vez arriba arrojarte desde lo más alto del templo para asombrar a los hombres, confiado en que los ángeles te lleven en sus manos, que no debe tentarse a Dios. Sube sin miedo y sin temeridad. ¡Ambición, y nada de codicia! [14].

Ideario activo que quería pragmatizarse en una serie de sermones laicos o predicaciones verdaderas [15] de las que habla con insistencia a sus interlocutores epistolares en las últimas semanas de 1901. El plan detallado de los seis sermones laicos se lo expone a Jiménez Ilundain en carta del 4 de diciembre de 1901, donde repite lo que le había confesado a Timoteo Orbe el 8 de octubre de 1901 [16]. El 12 de diciembre le comunica a Arzadun que le han llamado de Vigo para pronunciar seis conferencias, «y en vez de soltar seis conferencias de economía política o de lingüística haré una seiscena, seis sermones laicos, con su tinte protestante» [17]. Un día después le escribe a Bernardo G. de Candamo: «Voy a predicar seis sermones laicos. Es mi labor. Tengo fe en mí mismo y esto me da calma. Hasta he empezado a creer en una misión providencial que me está en España encomendada» [18]. Finalmente el 19 de diciembre le dice a Leopoldo Gutiérrez Abascal: «Será una seiscena de sermones laicos en que agitaré hasta el fondo el problema total de vida en España» [19]. La predicación la hará en nombre de la verdad, la verdad de su conciencia: la misma fuerza moral que le había impulsado a la catilinaria de octubre de 1900 ante el claustro de profesores y estudiantes de su Universidad. Desde entonces Unamuno se verá abocado a la pelea y al combate, a la inquisición y a la agitación, para desparramarse, verterse, darse, ofreciendo en texto vivo lo que les pedía a los jóvenes universitarios salmantinos en octubre de 1900.

 

3

El Discurso reúne en su tejido ideológico las dos invariantes principales del pensamiento de Unamuno, formuladas en los ensayos de 1895, proyectadas en los ensayos de Ciencia Social (1896), La vida es sueño —el paradigmático ensayo de 1898—, las cartas públicas a Ángel Ganivet (recogidas años más tarde bajo el marbete de El porvenir de España) y los Tres ensayos de 1900. De un lado, el estudio de lo intrahistórico, que oreado por vientos de modernidad europea puede servir de antídoto de la condenada historia bullanguera y superficial. De otro, la apelación a la acción de la juventud en el descubrimiento de sí mismos y de sus verdaderos valores, y del paisaje y la intrahistoria española: es el «menester os es descubrirnos a España» del comienzo del Discurso.

Alimentado por estos elementos perennes del ideario del primer Unamuno el Discurso se inscribe en el centro mismo de una de las dos preocupaciones axiales del maestro vasco: la inquietud por la educación y la enseñanza, entendidas como caminos seguros de la regeneración espiritual de España. En este sentido el Discurso es heredero del racionalismo pragmático de don Francisco Giner y de su siembra continuada en el dominio de la educación. También desde esta óptica hay que señalar que las novedades del Discurso son mínimas, y más bien hay que leerlo como palimpsesto del pensamiento de Unamuno en la órbita de la temática pedagógica. Unamuno apela a la juventud para que, negándose a empantanarse en las apariencias de la historia y en el literatismo, busque con redundancia de vida y con afán de verdad las entrañas de sí misma y del manantial vivo y cordial de lo intrahistórico.

La órbita del Discurso viene dibujada por el folleto De la enseñanza superior en España (1899), previamente publicado en ocho entregas en la Revista Nueva (del 5 de agosto al 25 de octubre) al mismo tiempo que lo hacía en La Publicidad barcelonesa (del 24 de agosto al 28 de octubre). Artículos como «La pirámide nacional» (Vida Nueva, 11-IX-1898) [20], «Las Universidades» (Heraldo de Madrid, 9-X-1898) [21], «De exámenes» (Las Noticias, 28-VI-1899) y «La cátedra y el libro» (Las Noticias, 28-VI-1899) [22], conforman el precedente inmediato del quehacer unamuniano en los meses anteriores al Discurso, que tiene como contextos el importante ensayo de Giner, El problema de la educación nacional y de las clases productoras —aparecido a lo largo de 1900 en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza [23]; diversos trabajos de esos años de Leopoldo Alas y de Pedro Dorado Montero, y sobre todo, del Discurso de Rafael Altamira en la apertura del curso de la Universidad de Oviedo, de octubre de 1898, con el inequívoco título de La Universidad y el patriotismo [24]. En este mar de datos no creo que sea superfluo indicar que un joven liberal catalán, Santiago Valentí Camp (meses más tarde editor de Unamuno, Baroja y Martínez Ruiz), discípulo de Leopoldo Alas en Oviedo, eligiese como personalidades de referencia en el dominio educativo, a la altura de 1900, a don Francisco Giner, Pedro Dorado Montero y Miguel de Unamuno, según atestiguan los tres excelentes perfiles biográficos que ofrece a los lectores La Publicidad [25]. Para la conciencia liberal española en los horizontes primeros del siglo XX las tres voces universitarias formaban parte de un mismo anhelo y de una idéntica vocación de regeneración espiritual.

Miguel de Unamuno invitaba desde la apertura del curso académico 1900-1901 a que los jóvenes universitarios buscaran el encuentro con la verdad, sin apriorismos dogmáticos, con verdadera ilusión de entablar un diálogo entre la cultura y la vida auténtica y sincera. La educación era el remedio adecuado contra la envidia y la mentira de la fantasmagoría de la vida colectiva española.

La urdimbre ideológica, el tono y el léxico del Discurso le eran propios desde 1895 y los ensayos En torno al casticismo (que —no olvidemos— cristalizan una serie de ideas bien conocidas por los lectores del idealismo hegeliano y del positivismo tainiano), pero la impronta convergía con la de de don Francisco Giner y el círculo institucionista. Desde una Universidad y unas enseñanzas, cuyas metodologías reemplacen el libro por el diálogo y el laboratorio, y cuya finalidad sea el descubrimiento de la verdadera faz intrahistórica de la diversidad española, Unamuno cree —quiere creer— que se puede edificar un motivo para vivir las personas y los pueblos, un ideal de verdadero patriotismo:

¡Motivo de vivir! ¡Motivo de vivir vida colectiva, fe patriótica, un ideal, conciencia de una finalidad ad extra de nuestro pueblo, pues sin esa finalidad no será el pueblo nunca patria! [26].

Ideal de verdadero patriotismo que no se queda anclado y cerrado en lo propio excluyente y egoísta, sino que —lo dice en el folleto de 1899— suponga «la forma viva de nuestro lazo con el ideal que de la humanidad nos forjamos» [27]. A los jóvenes universitarios salmantinos del curso 1900-1901 Unamuno les exigía la voluntad de engendrar «un ideal vasto y unitario, un ideal que, por indeciso y vago, lo alcance todo, un motivo de vivir, fíjate bien en esto, un motivo de vivir» [28], según dejó de nuevo escrito en el artículo «Sobre la revolución», publicado en el periódico barcelonés Las Noticias el 5 de mayo de 1901.

 

NOTAS:

[1] José Martínez Ruiz «Azorín», «Bibliografía» (abc, 22-ix-1948), A voleo (1905-1953), Obras Completas (ed. Ángel Cruz Rueda), Aguilar, Madrid, 1954, t. IX, pág. 1335. En el tomo preparado por Laureano Robles, Azorín-Unamuno. Cartas y Escritos Complementarios (Generalitat Valenciana, Valencia, 1990) se data erróneamente el artículo en 1900 (pág. 49) y se ofrece en un lugar cronológicamente inadecuado en las relaciones entre Unamuno y Azorín.
[2] José Martínez Ruiz «Azorín», «Bibliografía», Obras Completas, t. ix, pág. 1336.
[3] Ibidem, pág. 1337.
[4] Francisco Ayala, «Antonio Machado: el poeta y la patria», en Histrionismo y representación, Sudamericana, Buenos Aires, 1944, págs. 170-171.
[5] Jean Claude Rabaté, 1900 en Salamanca (Guerra y Paz en la Salamanca del joven Unamuno), Universidad de Salamanca, 1997.
[6] Un buen botón de muestra lo ofrece la noticia que La Nación de Buenos Aires da el 8 de agosto de 1908 del que va a ser —tras unas esporádicas colaboraciones— uno de sus corresponsales regulares. Se dice en dicha noticia que la alocución inaugural del curso data de 1901. Cf. Miguel de Unamuno, Patriotismo espiritual (Artículos en «La Nación» de Buenos Aires, 1901-1914) (ed. Víctor Ouimette), Universidad de Salamanca, 1997, pág. 33.
[7] Miguel de Unamuno, Epistolario Americano (1890-1936) (ed. Laureano Robles), Universidad de Salamanca, 1996, pág. 95.
[8] José Tarín Iglesias, Unamuno y sus amigos catalanes, Peñíscola, Barcelona, 1966, págs. 162-163.
[9] Miguel de Unamuno, Epistolario Americano (1890-1936), pág. 139.
[10] Ibidem, pág. 149.
[11] Ibidem, pág. 149.
[12] «No quiero negarme a nada, no quiero ser ambicioso; prefiero ser un pródigo espiritual, un agitador […] Me desparramaré, sin cálculos egoístas», le dice a Giner en carta del 3 de noviembre de 1900 [Dolores Gómez Molleda (ed.) Unamuno «agitador de espíritus». Correspondencia inédita, Madrid, Narcea, 1977, pág. 90]. «Tengo una misión que cumplir y la cumpliré. Y quiero supeditarme a algo mayor que yo, servir a un ideal, para tener derecho de supeditar a mí otras cosas, y a no detenerme en mi camino por piedra más o menos», le escribe el 12 de diciembre de 101 a Juan Arzadun [«Cartas de Miguel de Unamuno», Sur, 119 (1944), pág. 58. La carta está erróneamente fechada en 1900; por ello enmiendo su datación a 1901].
[13] Miguel de Unamuno, De la enseñanza superior en España [Revista Nueva, 1899], Obras Completas (ed. Manuel García Blanco), Escelicer, Madrid, 1966, t. i, págs. 758-759. Sobre la contaminación que el ideario de En torno al casticismo ejerce en el primer Unamuno (hasta 1905) remito a la consulta de mi libro Miguel de Unamuno: Artículos en “Las Noticias” de Barcelona (1899-1902), Lumen, Barcelona, 1993.
[14] Miguel de Unamuno, Obras Completas, t. I, pág. 949.
[15] «¡Cuantas veces no le he dicho que mi verdadera vocación es la de predicador!» [Cartas íntimas. Epistolario entre Miguel de Unamuno y los hermanos Gutiérrez Abascal (ed. Javier González de Durana), Eguzki, Bilbao, 1986, pág. 78. La carta de Unamuno está fechada el 23 de noviembre de 1897].

 

Fuente | Analecta malacitana

Artículo "Su Majestad la Lengua Española" del 1 de noviembre de 1908

Tengo a la vista el discurso, en lengua catalana, con que el alcalde de Barcelona se dirigió a S. M. el Rey dándole la bienvenida de su llegada a la ciudad condal, y el discurso con que S. M. le contestó, en lengua española.

El alcalde le dice: «Permitidme que os dirija la palabra en nuestro idioma propio, ya que por medio de él damos toda expresión a nuestro sentir y de él nos servimos los hijos de la tierra catalana para dirigirnos a Dios y a nuestros seres más queridos.»

Alto aquí. Primero, nuestro idioma. ¿Nuestro?, de quiénes. Lo dice más abajo: de los hijos de la tierra catalana. Pero es que el alcalde de Barcelona no representa a los hijos de la tierra catalana, sino a los vecinos de Barcelona, muchos de los cuales no son catalanes, y los vecinos de Barcelona, representados por el alcalde, saben todos español, y no todos saben catalán.

«Nunca más oportuno –sigue diciendo– que en estos momentos, en que deseamos que nuestro afecto y nuestras aspiraciones lleguen sin las mixtificaciones que exige la traducción de nuestro pensamiento…»

¡Alto de nuevo! Esto es una de tantas pedanterías catalanistas. ¿Con que los diputados catalanes mixtifican su pensamiento al traducirlo al español en el Parlamento? Pedantería pura. Porque una de las muchas pedanterías catalanistas es la de pretender que en español no saben decir bien lo que piensan y quieren. ¡Y tan bien como lo dicen!… Sobre todo, cuando hay que pedir.

Un poeta mallorquín, y poeta de verdadero mérito, que durante años estuvo cantando en castellano, se puso a cantar en su lengua de la infancia así que entró en edad más que madura; y decía, para explicarlo, que cantó en castellano mientras tuvo avaricia de lágrimas –la frase, como de poeta, es muy linda–; pero así que sintió la necesidad de dar voz a intimidades, tuvo que hacerlo en su lengua íntima. Acaso haya otra explicación, y es que si hubiera obtenido la fama y renombre que apetecía, y tal vez merece, cantando en castellano, habría seguido en él. Es cuestión de público.

Mas vengamos a la contestación al alcalde que el Gobierno de S. M. ha hecho leer a éste. En la tal contestación se le ha hecho decir que le son igualmente gratas al oído todas las lenguas nacionales, pareciéndole cada vez preferible la expresión que mejor conserve la intimidad ingenua de los corazones que siente cercanos al suyo.

Nos sorprende que haya hecho decir tal cosa a S. M. el Rey el señor presidente de su Consejo de Ministros, que es, además, académico de la Real Academia Española. ¿Lengua nacional? En España no hay más que una, y es la lengua española o castellana. ¿Lengua nacional el catalán? ¿De qué nación? ¿De la española o de la catalana?

No; la única lengua nacional de España es la lengua española; la única lengua, lengua íntegramente española, y, además, lengua internacional, lengua mundial. En ella pronuncia sus discursos el señor presidente del Consejo de Ministros, y no en la lengua de su infancia, no en su lengua materna, no en mallorquín.

Bien están las aspiraciones del pueblo catalán, y ojalá tuviera este pueblo los anhelos de expansión, de imperialismo que algunos de sus hijos quieren con noble empeño infundirle.

Detesto a los retraídos, a los abstinentes, a los que rehúsan o temen influir en los demás, imponerse a ellos. El cogollo de mi ética es que cada uno debe tratar de sellar a los otros con su sello, esforzarse por apartarles del camino que llevan, para traerles al de él. El que así no obra, o es un egoísta o es un incapaz. El que trate sólo de salvar su alma, la perderá, y el mejor modo de salvarla es tratar la salvación de los demás. Y esto se trata imponiéndose uno a ellos. Si mi hermano camina, ciego, a un abismo, mi deber es desviarle de su senda, aun a la fuerza. El inquisidor es más caritativo que el anacoreta.

Y nada aborrezco más que al anacoreta que, encubriendo, so capa de escéptico, su egoísmo y su avaricia espiritual, exclama: «¿Y sé yo acaso cuál es el mejor camino? ¿Sé yo si es él o soy yo quien va a peor? ¿Sé yo si es salvación lo que creo abismo?» Con los que así dicen no nos queda sino lo del Dante: mirarlos al pasar, sin hablar de ellos. Si cada cual en su casa, Dios falta de la de todos.

Y lo que digo de los hombres tomados individualmente, digo también de los pueblos.

Aquí, en España, cada región debe esforzarse por expansionar el espíritu que tenga, por dárselo a las demás, por dar a éstas el ideal de vida civil pública que tuviere, y si no le tiene, acaso no lo adquiera sino buscándolo para darlo; por sellar a las demás regiones con su sello. El deber patriótico, y aun más que patriótico, humano, de Castilla, es tratar de castellanizar a España y aun al mundo; el de Galicia, galleguizarla; andalucizarla, el de Andalucía; vasconizarla, el de Vasconia, y el de Cataluña, catalanizarla.

¿Es que los catalanes se proponen de cierto catalanizar a España? ¡Ojalá! Pero su acción, hasta ahora, y pese a voces aisladas, es puramente defensiva y puramente política, esto es, egoísta y mezquina, no es ni ofensiva ni cultural. Esfuércense por catalanizar a España y a Europa y hasta al mundo, por darles su ideal de vida civil y cultural, y lo adquirirán para sí mismos –ya que hoy no le tienen– y serán salvos.

No le tienen, no, porque la desorientación política y cultural no es en Cataluña menor que en el resto de España, digan lo que quieran los que juzgan del fuego por el humo. ¿Quieren orientarse? ¿Quieren tener ideal? Traten de darlo a los demás, de exportarlo.

Esfuércense en ello. Pero, al esforzarse, caerán bien pronto en la cuenta de que tienen que hacerlo en español, en lengua española, en la única nacional, no sólo de España, sino de una veintena de naciones desparramadas por el mundo todo, en la lengua hispano-americana, lengua mundial.

¿Quieren catalanizar a España? ¿Quieren catalanizarse a sí mismos? ¿Quieren hacer cultura? Pues tendrán que hacerlo en español, en la lengua en que escribieron Boscán, Campmany, Balmes, Milá, Piferrer, Pí y Margall…, en la lengua en que hoy hacen labor de cultura política Maragall, Oliver, Zulueta…

No conozco nada más soberanamente ridículo que ese menguado intento de traducir El criterio, de Balmes, al catalán. ¡Si fuese siquiera El liberalismo es pecado, de Sardá y Salvany, que nunca debió ser escrito en otra lengua!… Tal intento equivale a intentar poner a Renán en bretón, o a Burke en irlandés, o a Thiers en provenzal, porque estas tres lenguas tuvieron también sus literaturas y hubo tiempos en que reflejaron civilizaciones.

El alcalde de Barcelona recordaba a S. M. el Rey que en su reciente visita a tierras extranjeras habrá podido observar en alguna de ellas regiones pertenecientes al mismo Estado expresándose en lenguas diferentes, sin que esto quebrante ni atenúe en lo más mínimo la cordialidad de relaciones que entre las mismas deben existir. Se refería, sin duda, al imperio austro-húngaro. ¡Vaya un modelo! ¡Vaya un modelo de nación ese Estado corroído por odios intestinos y sobre el cual no hay otro principio de unidad que un espíritu de sombrío reaccionarismo! ¡Vaya un modelo Austria! ¡Sólo eso nos faltaba: austricizarnos! ¡Después de lo que debemos a todos esos funestos Austrias! Sólo nos faltaba que en Barcelona hubiera dos Universidades: una en que se explicara en castellano, y otra, en catalán, como hay dos en Praga, donde estudiantes checos y alemanes de lengua se vienen a las manos por cualquier futesa. A ver si en Francia, en Alemania, en Inglaterra o en Italia se da así la beligerancia a las lenguas regionales; a ver si al presidente de la República francesa se le dirigen en provenzal o en bretón; al kaiser, en plattdeutsch o en polaco, y al rey de Inglaterra en galés.

Y si me hablan de Suiza, Suiza no es una nación, sino una Confederación de naciones, y España no puede ser federal; las colmenas no retrogradan a corales. En ninguna nación una, como es España, pasaría cosa tal. ¿Es acaso político buscar un éxito pasajero al jefe del Estado con mengua de la augusta majestad de la lengua nacional?

En esta cuestión de la lengua nacional hay que ser inflexibles. Cobren toda la autonomía municipal y provincial que quieran, puertos francos, libertades y privilegios y fueros de toda clase; pero todo lo oficial en español, en español las leyes, en español los contratos que obliguen, en español cuanto tenga fuerza legal civil, en español sobre todo y ante todo la enseñanza pública en sus grados todos.

La Iglesia puede y debe adoctrinar a cada cual en su lengua materna, pues que trata de salvarle el alma, y para eso no hace falta cultura; pero el Estado, que es y debe ser ante todo un órgano de cultura, debe imponer la lengua de cultura. Y de cultura moderna no hay más que una lengua en España: la lengua nacional, la española.

Y no sólo por razón de estricta justicia, ya que darle valor oficial al catalán sería tanto como obligar injustamente a que lo aprendan a los vecinos de Cataluña no catalanes y a los que allí enseñan y administran justicia o negocios públicos, sino también en bien de ellos, de los catalanes.

En bien espiritual de Cataluña, en bien de su mayor cultura, hay que mantener la oficialidad irrestringida e incompartida de la lengua española, de la única lengua nacional de España. Al sentimiento, siempre respetable, le queda como asilo y refugio la literatura. En catalán canta, y canta egregiamente, Maragall; pero cuando ha tenido que hacer a su modo política, la ha hecho casi siempre en español, y en un español muy fogoso y muy sabroso.

Eso de que los catalanes no acierten a expresarse bien en español, es una pedantería de muchos de los catalanes mismos y de no pocos castellanos inficionados de ese pestilente casticismo, que es una de las mayores plagas de la lengua y lo que más impide su difusión. Y la lengua española ganará con llegar a ser la de los catalanes todos, porque, al hablarla, le dan su espíritu y nos la ensanchan por dentro.

Y tal vez sea en español cómo Cataluña haya de llegar a descubrir lo más hondo de sus honduras espirituales, así como Prusia no las ha descubierto en lituanio, sino en alemán, y acaso Provenza en francés, más que en provenzal. Si Cataluña quiere traducirse y quiere traducir España al europeo, lo tiene que hacer en español, que es su lengua futurista, la de su porvenir. Hablar de futurismo en catalán es un contrasentido; en catalán puede cantarse añoranzas íntimas y hablar arqueológicamente de ideales de tiempo del rey D. Jaime o de Raimundo Lulio; pero no de vida civil del porvenir. No se puede hablar bien de futurismo en una lengua del siglo XV; para hablar de eso está el español, que ha vivido vida civil, europea, moderna, en los cuatro grandes siglos, del XVI al XX, en los siglos del Renacimiento, de la Reforma y de la Revolución, siglos durante los cuales la lengua castellana, la lengua española, civilizó a Cataluña.

Sí, la civilizó; es decir, la liberalizó. Porque la civilización catalana moderna es española y liberal, es, en cuanto a la lengua, castellana. En español aprendieron Ciencias y Filosofía y pensamiento moderno. Su catalán mismo, su lengua regional, el que hablan, y no ese producto galvanizado en que escriben algunos eruditos y escritores profesionales, a los que el pueblo entiende mal, su lengua regional corriente y moliente, es un catalán castellanizado. Y no se descastellaniza con ridículas medidas que se adoptan por votación en un Congreso de la Lengua, cuyo espíritu director, el apóstol Mosén Alcover, no parece tener idea de lo que es una lengua viva. No; cuando quieren pedir algo que valga, tienen que pedirlo en español, y cuando tienen que influir en el propio pueblo, no en los pedantes del renacimiento de la vieja lengua, escriben en el parlar municipal de La Veu de Catalunya, que como catalán es un catalán detestable. Es decir, excelente, porque es el catalán vivo y corriente, castellanizado, en vías de fundirse en el español, como lo está ya casi del todo el valenciano.

A esta gran lengua internacional y mundial, a la lengua española, a la única lengua nacional de España, convergen los verbos de muchedumbre de pueblos desparramados por el mundo todo; a ella convergerá el catalán. Es nuestro más preciado tesoro común.

¿Que el castellano es una lengua dura? –Según quien la pronuncie–. ¿Que es pobre en sonidos? Mejor; la perpetuidad de Velázquez depende de su sobriedad de colores. ¿Que es enfática? ¿Y qué? ¿Que es…? Tonterías de pedantes, que en ninguna parte faltan, y en unas se dan más que en otras, y de literatos condenados a no ser cosa alguna ni a encontrar aplauso y eco sino expresándose en la lengua casera, la del comedor y la alcoba.

Bien, muy bien está guardar cariño a la lengua en que primero se pidió de comer al padre y en que se hizo el amor a la novia; pero no es en esa en la que se puede hacer el amor al mundo ni pedirle civilización. «Es la lengua en que nos dirigimos a Dios», dice a S. M. el Rey el alcalde de Barcelona, como si fuese el catalán la lengua en que se dirigen a Dios todos los vecinos de Barcelona, catalanes y no catalanes, por él representados; «es la lengua en que nos dirigimos a Dios». Pero, aparte de que Dios nos oye mejor el silencio que la palabra, pues con ésta tratamos de encubrir nuestro pensamiento ante Él, el Rey no es Dios, como el Estado no es la Iglesia, ni la cultura es la religión. No puede haber más que una lengua para dirigirse pública y oficialmente al jefe del Estado, que es órgano de cultura, y esta lengua es la lengua de cultura, la única lengua de cultura moderna que hay en España, su única lengua nacional, la lengua española.

Por algo aplauden esa beligerancia concedida a la lengua catalana los antiliberales del resto de España. Sí; la lengua española es vehículo de liberalismo, como lo es todo lo que une y relaciona íntimamente los pueblos. El ideal de ciertas gentes sería cada pago con su lengua rústica, en la que el cura les predicase, y luego el latín litúrgico como lengua universal de los doctores de la Santa Madre Iglesia, de los que sabrán responder aquello que no se nos ha de preguntar a nosotros, que somos ignorantes.

Dejo de lado, claro está, todo lo que toca a esa archirridícula disputilla escolástica, puramente verbal, de si el catalán es dialecto o lengua. Es discusión que no cabe ya sino entre mentecatos, lo mismo los que sostienen una cosa que los que sostienen la otra, pues no se trata sino de cuestión de nombres. Dialecto o lengua es igual; como no vayamos a hacer cuestión capital de las cuestiones de nombres, cosa nada extraña en un país de frases, en que se inventa el mote ese de futurisme para una especial retórica política en catalán. Tradúzcanlo al español, si quieren exportarlo. Y si no lo exportan, será todo menos futurismo; será siempre preteritismo. Dejen, por amor a la cultura, el catalán para las pastorales del señor obispo de Vich, que no carecen, por cierto, de unción y de fuerza. Pero, ¿futurismo en catalán…?

Y ante el peligro que para la cultura, tanto como para la patria y aún más, implica el que se haya consentido que el alcalde de Barcelona se dirija en lengua regional al jefe del Estado español, y el peligro que implica el que se le haya hecho a éste llamar lengua nacional a la que de ninguna nación lo es hoy día, pues que España, gracias a Dios, no es todavía el imperio austro-húngaro, ante esto tienen qua unirse todos los verdaderos futuristas, todos los amantes de la cultura, para defender la augusta majestad de la lengua española.

Miguel de Unamuno

 

Fuente | Proyecto de filosofía en español

Discurso "Sobre la oficialidad del castellano" pronunciado en el Congreso de los Diputados el 18 de septiembre de 1931

Sobre la oficialidad del castellano

«Señores diputados, el texto del proyecto de Constitución hecho por la Comisión dice: «El castellano es el idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconocen a las diferentes provincias o regiones.»

Yo debo confesar que no me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el castellano el idioma oficial de la República (acaso esto es traducción del alemán), e hice una primitiva enmienda, que no era exactamente la que después, al acomodarme al juicio de otros, he firmado. En mi primitiva enmienda decía: «El castellano es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tendrá el derecho y el deber de conocerlo, sin que se le pueda imponer ni prohibir el uso de ningún otro.» Pero por una porción de razones vinimos a convenir en la redacción que últimamente se dió a la enmienda, y que es ésta: «El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.»

Entre estas dos cosas puede haber en la práctica alguna contradicción. Yo confieso que no veo muy claro lo de la cooficialidad, pero hay que transigir. Cooficialidad es tan complejo como cosoberanía; hay «cos» de éstos que son muy peligrosos. Pero al decir «A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional», se modifica el texto oficial, porque eso quiere decir que ninguna región podrá imponer, no a los de otras regiones, sino a los mismos de ella, el uso de aquella misma Lengua. Mejor dicho, que si se encuentra un paisano mío, un gallego o un catalán que no quiera que se le imponga el uso de su propia Lengua, tiene derecho a que no se les imponga. (Un señor diputado: ¿Y a los notarios?) Dejémonos de eso. Tiene derecho a que no se le imponga. Claro que hay una cosa de convivencia -esto es natural- y de conveniencia; pero esto es distinto; una cosa de imposición. Pero como a ello hemos de ir, vamos a pasar adelante. Estamos indudablemente en el corazón de la unidad nacional y es lo que en el fondo más mueve los sentimientos: hasta aquellos a quienes se les acusa de no querer más que vender o mercar sus productos -yo digo que no es verdad-, en un momento estarían dispuestos hasta a arruinarse por defender su espíritu. No hay que achicar las cosas. No quiero decir en nombre de quién hablo; podría parecer una petulancia si dijera que hablo en nombre de España. Sé que se toca aquí en lo más sensible, a veces en la carne viva del espíritu; pero yo creo que hay que herir sentimientos y resentimientos para despenar sentido, porque toca en lo vivo. Se ha creído que hay regiones más vivas que otras y esto no suele ser verdad. Las que se dice que están dormidas, están tan despiertas como las otras; sueñan de otra manera y tienen su viveza en otro sitio. (Muy bien.)

Aquí se ha dicho otra cosa. Se está hablando siempre de nuestras diferencias interiores. Eso es cosa de gente que, o no viaja, o no se entera de lo que ve. En el aspecto lingüístico, cualquier nación de Europa, Francia, Italia, tienen muchas más diferencias que España; porque en Italia no sólo hay una multitud de dialectos de origen románico, sino que se habla alemán en el Alto Adigio, esloveno en el Friul, albanés en ciertos pueblos del Adriático, griego en algunas islas. Y en Francia pasa lo mismo. Además de los dialectos de las Lenguas latinas, tienen el bretón y el vasco. La Lengua, después de todo, es poesía, y así no os extrañe si alguna vez caigo aquí, en medio de ciertas anécdotas, en algo de lirismo. Pero si un código pueden hacerlo sólo juristas, que suelen ser, por lo común, doctores de la letra muerta, creo que para hacer una Constitución, que es algo más que un código, hace falta el concurso de los líricos, que somos los de la palabra viva. (Muy bien.)

Y ahora me vais a permitir, los que no los entienden, que alguna vez yo traiga aquí acentos de las Lenguas de la Península. Primero tengo que ir a mi tierra vasca, a la que constantemente acudo. Allí no hay este problema tan vivo, porque hoy el vascuence en el país vasconavarro no es la Lengua de la mayoría, seguramente que no llegan a una cuarta parte los que lo hablan y los que lo han aprendido de mayores, acaso una estadística demostrara que no es su Lengua verdadera, su Lengua materna; tan no es su verdadera Lengua materna, que aquel ingenuo, aquel hombre abnegado llegó a decir en un momento: «Si un maqueto está ahogándose y te pide ayuda, contéstale: «Eztakit erderaz.» «no sé castellano.»» Y él apenas sabía otra cosa, porque su Lengua materna, lo que aprendió de su madre, era el castellano.

Yo vuelvo constantemente a mi nativa tierra. Cuando era un joven aprendí aquello de «Egialde guztietan toki onak badira bañan biyotzak diyo: zoaz Euskalerrira.» «En todas partes hay buenos lugares, pero el corazón dice: vete al país vasco.» Y hace cosa de treinta años, allí, en mi nativa tierra, pronuncié un discurso que produjo una gran conmoción, un discurso en el que les dije a mis paisanos que el vascuence estaba agonizando, que no nos quedaba más que recogerlo y enterrarlo con piedad filial, embalsamado en ciencia. Provocó aquello una gran conmoción, una mala alegría fuera de mi tierra, porque no es lo mismo hablar en la mesa a los hermanos que hablar a los otros: creyeron que puse en aquello un sentido que no puse. Hoy continúa eso, sigue esa agonia; es cosa triste, pero el hecho es un hecho, y así como me parecería una verdadera impiedad el que se pretendiera despenar a alguien que está muriendo, a la madre moribunda, me parece tan impío inocularle drogas para alargarle una vida ficticia, porque drogas son los trabajos que hoy se realizan para hacer una Lengua culta y una Lengua que, en el sentido que se da ordinariamente a esta palabra, no puede llegar a serlo.

El vascuence, hay que decirlo, como unidad no existe, es un conglomerado de dialectos en que no se entienden a las veces los unos con los otros. Mis cuatro abuelos eran, como mis padres, vascos; dos de ellos no podían entenderse entre sí en vascuence, porque eran de distintas regiones: uno de Vizcaya y el otro de Guipúzcoa. ¿Y en qué viene a parar el vascuence? En una cosa, naturalmente, tocada por completo de castellano, en aquel canto que todos los vascos no hemos oído nunca sin emoción, en el Guernica Arbola, cuando dice que tiene que extender su fruto por el mundo, claro que no en vascuence. «Eman ta zabalzazu munduan frutua adoratzen raitugu, arbola santua» «Da y extiende tu fruto por el mundo mientras te adoramos, árbol santo.» Santo, sin duda; santo para todos los vascos y más santo para mí, que a su pie tomé a la madre de mis hijos. Pero así no puede ser, y recuerdo que cantando esta agonía un poeta vasco, en un último adiós a la madre Euskera, invocaba el mar, y decía: «Lurtu, ichasoa.» «Conviértete en tierra, mar»; pero el mar sigue siendo mar.

Y ¿qué ha ocurrido? Ha ocurrido que por querer hacer una Lengua artificial, como la que ahora están queriendo fabricar los irlandeses; por querer hacer una Lengua artificial, se ha hecho una especie de «volapuk» perfectamente incomprensible. Porque el vascuence no tiene palabras genéricas, ni abstractas, y todos los nombres espirituales son de origen latino, ya que los latinos fueron los que nos civilizaron y los que nos cristianaron también. (Un señor diputado de la minoría vasconavarra: Y «gogua» ¿es latino?) Ahí voy yo. Tan es latino, que cuando han querido introducir la palabra «espíritu», que se dice «izpiritué», han introducido ese gogo, una palabra que significa como en alemán «stimmung», o como en castellano «talante» es estado de ánimo, y al mismo tiempo igual que en catalán «talent», apetito. «Eztankat gogorik» es «no tengo ganas de comer, no tengo apetito». (Un señor diputado interrumpe, sin que se perciban sus palabras.- Varios señores diputados: ¡Callen, callen!)

Me alegro de eso, porque contaré más. Estaba yo en un pueblecito de mi tierra, donde un cura había sustituido -y esto es una cosa que no es cómica- el catecismo que todos habían aprendido, por uno de estos catecismos renovados, y resultaba que como toda aquella gente había aprendido a santiguarse diciendo: «Aitiaren eta semiaren eta izpirituaren izenian» (En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo), se les hacia decir: «Aitiaren eta semiaren eta Crogo dontsuaren izenian», que es: «En el nombre del Padre, del Hijo y del santo apetito.> (Risas.) No; la cosa no es cómica, la cosa es muy seria, porque la Iglesia, que se ha fundado para salvar las almas, tiene que explicar al pueblo en la Lengua que el pueblo habla, sea la que fuere, esté como esté; y así como hubiera sido un atropello pretender, como en un tiempo pretendió Romero Robledo, que se predicara en castellano en pueblos donde el castellano no se hablaba, es tan absurdo predicar en esas Lenguas.

Esto me recuerda algo que no olvido nunca y que pasó en América: que una Orden religiosa dió a los indios guaraníes un catecismo queriendo traducir al guaraní los conceptos más complicados de la Teología, y, naturalmente, fueron acusados por otra Orden de que les estaban enseñando herejías; y es que no se puede poner el catecismo en guaraní ni azteca sin que inmediatamente resulte una herejía. (Risas.)

Y después de todo, lo hondo, lo ínfimo de nuestro espíritu vasco, ¿en qué lo hemos vertido?

El hombre más grande que ha tenido nuestra raza ha sido Iñigo de Loyola y sus Ejercicios no se escribieron en vascuence. No hay un alto espíritu vasco, ni en España ni en Francia, que no se haya expresado o en castellano o en francés. El primero que empezó a escribir en vascuence fue un protestante, y luego los jesuitas. Es muy natural que nos halague mucho tener unos señores alemanes que andan por ahí buscando conejillos de Indias para sus estudios etnográficos y nos declaren el primer pueblo del mundo. Aquí se ha dicho eso de los vascos.

En una ocasión contaba Michelet que discutía un vasco con un montmorency, y que al decir el montmorency: «¿Nosotros los montmorency datamos del siglo.., tal», el vasco contestó: «Pues nosotros, los vascos, no datamos.» (Risas.) Y os digo que nosotros, en el orden espiritual, en el orden de la conciencia universal, datamos de cuando los pueblos latinos, de cuando Castilla, sobre todo, nos civilizó. Cuando yo pronunciaba aquel discurso recibí una carta de D. Joaquín Costa lamentándose de que el vascuence desapareciese siendo una cosa tan interesante para el estudio de las antigüedades ibéricas. Yo hube de contestarle: «Está muy bien; pero no por satisfacer a un patólogo voy a estar conservando la que creo que es una enfermedad.» (Risas.- El señor Leizaola pide la palabra.)

Y ahora hay una cosa. El aldeano, el verdadero aldeano, el que no está perturbado por nacionalismos de señorito resentido, no tiene interés en conservar el vascuence.

Se habla del anillo que en las escuelas iba pasando de un niño a otro hasta ir a parar a manos de uno que hablaba castellano, a quien se le castigaba; pero ¿es que acaso no puede llegar otro anillo? ¿Es que no he oído decir yo: «No enviéis a los niños a la escuela, que allí aprenden el castellano, y el castellano es el vehículo del liberalismo»? Eso lo he oído yo, como he oído decir: «¡Gora Euzkadi ascatuta!» («Euzkadi» es una palabra bárbara; cuando yo era joven no existía; además conocí al que la inventó). «¡Gora Euzkadi ascatuta!» Es decir: ¡Viva Vasconia libre! Acaso si un día viene otro anillo habrá de gritar más bien: «¡Gora Ezpaña ascatuta!» ¡Viva España libre! Y sabéis que España en vascuence significa labio; que viva el labio libre, pero que no nos impongan anillos de ninguna clase. (Un señor Diputado: Muchas gracias, en nombre del pueblo vasco.)

Pasemos a Galicia; tampoco hay aquí, en rigor, problema. Podrán decirme que no conozco Galicia y, acaso, ni Portugal, donde he pasado tantas temporadas; pero ya hemos oído que Castilla no conoce la periferia, y yo os digo que la periferia conoce mucho peor a Castilla; que hay pocos espíritus más comprensivos que el castellano (Muy bien.) Pasemos, como digo, a Galicia. Tampoco allí hay problema. No creo que en una verdadera investigación resultara semejante mayoría. No me convencen de no. Pero aquí se hablaba de la lengua universal, y el que hablaba sin duda recuerda lo que en la introducción a los Aíres da miña terra decía Curros Enríquez de la lengua universal:

«Cuando todas lenguas o fin topen
que marca a todo o providente dedo,
e c’os vellos idiomas estinguidos
un solo idioma universal formemos;
esa lengua pulida, idioma úneco,
mais qu’hoxe enriquecido e mais perfeuto,
resume d’as palabras mais sonoras
qu’aquela n’os deixaran como enherdo.
Ese idioma, compendio d’os idiomas,
com’onha serenata pracenteiro,
com’onha noite de luar docísimo
será -¿que outro sinon?- será o gallego

Fala de minha nai, fala armoñosa,
en qu’o rogo d’os tristes sub’o ceo
y en que decende a prácida esperanza,
os afogados e doloridos peitos.
Falta de meus abós, fala en q’os párias,
de trevos e polvo e de sudor cubertos,
piden a terra o grau d’a cor’a sangue
qu’ha de cebar a besta d’o laudemio…
Lengua enxebre, en q’as anemas d’os mortos
n’as negras noites de silencio e medo
encomendan os vivos as obrigas,
que, ¡mal pecados!, sin cuprir morreron.
Idioma en que garula nos paxaros,
en que falan os anxeles, os nenos,
en qu’as fontes solouzan e marmullan
Entr’os follosos albores os ventos»

Todo eso está bien; pero que me permita Curros y perntitidme vosotros; me da pena verle siempre con ese tono de quejumbrosidad. Parias, azotada, escarnecida…, amarrada contra una roca…, clavado un puñal en el seno…

¿De dónde es así eso? ¿Es que se pueden tomar en serio burlas, a las veces cariñosas, de las gentes? No. Es como lo de la emigración. El mismo Curros, cuando habla de la emigración -lo sabe bien mi buen amigo Castelao-, dice, refiriéndose al gaitero:

«Tocaba…, e cando tocaba,
o vento que d’o roncón
pol-o canuto fungaba,
dixeran que se queixaba
d’a gallega emigración.

Dixeran que esmorecida
de door a Patria nosa,
azoutada, escarnecida,
chamaba, outra Nai chorosa,
os filliños d’a sus vida…

Y era verdá. ¡Mal pocada!
Contr’on peneda amarrada,
crabad’un puñas n’o seo,
n’aquella gaite lembrada
Galicia era un Prometeo.»

No; hay que levantar el ánimo de esas quejumbres, quejumbres además, que no son de aldeanos. Rosalía decía aquello de:

«Castellanos de Castilla,
tratade ben os gallegos;
cando van, van como rosas;
cando veñen, como negros.

¿Es que les trataban mal? No. Eran ellos los que se trataban mal, para ahorrar los cuartos y luego gastarlos alegre y rumbosamente en su tierra, porque no hay nada más rumboso, ni menos avaro, ni más alegre, que un aldeano gallego. Todas esas morriñas de la gaita son cosas de los poetas. (Risas.)

Vuestra misma Rosalía de Castro, después de todo, cuando quiso encontrar la mujer universal, que era una alta mujer, toda una mujer, no la encontró en aquellas coplas gallegas; la encontró en sus poesías castellanas de Las orillas del Sar. (Denegaciones en algunos señores diputados de la minoría gallega.) ¿Y quiénes han enriquecido últimamente a la Lengua castellana, tendiendo a que sea española? Porque hay que tener en cuenta que el castellano es una Lengua hecha, y el español es una Lengua que estamos haciendo. ¿Y quiénes han contribuido más que algunos escritores galleros -y no quiero nombrarlos nominativamente, estrictamente-, que han traído a la Lengua española un acento y una nota nuevos?

Y ahora vengamos a Cataluña. Me parece que el problema es más vivo y habrá que estudiarlo en esta hora de compresión, de cordialidad y de veracidad. Yo conocí, traté, en vuestra tierra, a uno de los hombres que me ha dejado más profunda huella, a un cerebro cordial, a un corazón cerebral, aquel gran hombre que fue Juan Maragall. Oíd:

«Escolta, Espanya le veu d’un fill
que’t parla en llengua no castellana,
parlo en la llengua que m’ha donat
la terra apra,
en questa llengua pocs t’han parlat;
en l’altra…, massa.
En esta Lengua pocos te han hablado, en la otra… demasiados.

Hon ets Espanya? No’t veig enlloc,
no sents la meva ven atronadora?
No entensa aquesta llengua que’t parla entre perills?
Has desaprés d’entendre an els teus fils?
Adeu, Espanya!
Es cierto. Pero él, Maragall, el hombre qué decía esto, como si no fuera bastante lo demasiado que se le había hablado en la otra Lengua, en castellano, a España, él habló siempre, en su trabajo, en su labor periodística; habló siempre, digo, en un español, por cieno lleno de enjundia, de vigor, de fuerza, en un castellano digno, creo que superior al castellano, al español, de Jaime Balmes o de Francisco Pi y Margall. No. Hay una especie de coquetería. Yo oía aquí, el otro día, al señor Torres empezar excusándose de no tener costumbre de hablar en castellano, y luego, me sorprendió que en español no es que vestía, es que desnudaba perfectamente su espíritu, y es mucho más difícil desnudarlo que vestirlo en una Lengua. (Risas.) He llegado -permitidme- a creer que no habláis el catalán mejor que el castellano. (Nuevas risas.) Aquí se nos habla siempre de uno de los mitos que ahora están más en vigor, y es el «hecho». Hay el hecho diferencial, el hecho tal, el hecho consumado. (Risas.) El catalán, que tuvo una espléndida florescencia literaria hasta el siglo XV, enmudeció entonces como Lengua de cultura, y mudo permaneció los siglos del Renacimiento, de la Reforma y la Revolución. Volvió a renacer hará cosa de un siglo -ya diré lo que son estos aparentes renacimientos-; iba a quedar reducido a lo que se llamó el «parlá munisipal». Les había dolido una comparanza -que yo hice, primero en mi tierra, y, después, en Cataluña- entre el máuser y la espingarda, diciendo: yo la espingarda, con la cual se defendieran mis antepasados, la pondré en un sitio de honor, pero para defenderme lo haré con un máuser, que es como se defienden todos, incluso los moros. (Risas.) Porque los moros no tenían espingardas, sino, quizá, mejor armamento que nosotros mismos.

Hoy, afortunadamente, está encargado de esta obra de renovación del catalán un hombre de una gran competencia y, sobre todo, de una exquisita probidad intelectual y de una honradez científica como las de Pompeyo Fahra. Pero aquí viene el punto grave, aquel a que se alude en la enmienda al decir: «no se podrá imponer a nadie».

Como no quiero amezquinar y achicar esto, que hoy no se debate, dejo, para cuando otros artículos se toquen, el hablar y el denunciar algunas cosas que pasan. Algunas las denunció Menéndez Pidal. No se puede negar que fueran ciertas.

Lo demás me parece bien. Hasta es necesario; el catalán tiene que defenderse y conviene que se defienda; conviene hasta al castellano. Por ejemplo, no hace mucho, la Generalidad, que en este caso actuaba, no de generalidad sino de panicularidad (Risas.) dirigió un escrito oficial en catalán al cónsul de España en una ciudad francesa, y el cónsul, vasco por cierto, lo devolvió. Además, está recibiendo constantemente obreros catalanes que se presentan diciendo: «No sabemos castellano», y él responde: «Pues yo no sé catalán; busquen un intérprete.» No es lo malo esto, es que lo saben, es que la mayoría de ellos miente, y éste no es nunca un medio de defenderse. (Rumores en la minoría de Izquierda catalana.- Un señor diputado pronuncia palabras que no se perciben claramente.) Eso es exacto. (Un señor diputado: Eso es inexacto.- El señor Santaló: Sobre todo su señoría no tiene autoridad para investigar si miente o no un señor que se dirige a un cónsul.- Otro señor diputado pronuncia palabras que no se perciben claramente.- Rumores.) ¿Es usted un obrero? (Rumores.- Varios señores diputados pronuncian algunas palabras que no se perciben con claridad.- Continúan los rumores, que impiden oír al orador.)… que hablen en cristiano. Es verdad. Toda persecución a una Lengua es un acto impío e impatriota. (Un señor diputado: Y sobre todo cuando procede de un intelectual.) Ved esto si es incomprensión. Yo sé lo que en una libre lucha puede suceder. En artículos de la Constitución, al establecer la forma en que se ha de dar la enseñanza, trataremos de cómo el Estado español tendrá que tener allí quien obligue a saber castellano, y sé que si mañana hay una Universidad castellana, mejor española, con superioridad, siempre prevalecerá sobre la otra; es más, ellos mismos la buscarán. Os digo aún más, y es que cuando no se persiga su Lengua, ellos empezarán a hablar y a querer conocer la otra. (Varios señores diputados de la minoría de la Izquierda catalana pronuncian algunas palabras que no se entienden claramente.- Un señor diputado: Lo queremos ya.- Rumores.) Como sbre esto se ha de volver y veo que, en efecto, estoy hiriendo resentimientos… (Rumores.- Un señor diputado: Sentimientos; no resentimientos.) Lo que yo no quiero es que llegue un momento en que una obcecación pueda llevaros al suicidio cultural. No lo creo, porque una vez en que aquí en un debate el ministro de la Gobernación hablaba del suicidio de una región yo interrumpí diciendo: «No hay derecho al suicidio.» En efecto, cuando un semejante, cuando un hermano mío quiere suicidarse, yo tengo la obligación de impedírselo, incluso por la fuerza si es preciso, no tanto como poniendo en peligro su vida cuando voy a salvarle, pero sí incluso poniendo en peligro mi propia vida. (Muy bien, muy bien.)

Y tal vez haya quien sueñe también con la conquista lingüística de Valencia. Estaba yo en Valencia cuando se anunció que iba a llegar el señor Cambó y afirmé yo, y todos me dieron la razón, que allí, en aquella ciudad, le hubieran entendido mejor en castellano que si hablara en catalán. porque hay que ver lo que es hoy el valenciano en Valencia, que fue la patria del más grande poeta catalán, Ausias March, donde Ramón Muntaner escribió su maravillosa crónica, de donde salió Tirant lo Blanc.

El más grande poeta valenciano el siglo pasado, uno de los más grandes de España, fue Vicente Wenceslao Querol. Querol quiso escribir en lemosín, que era una cosa artificial y artificiosa y no era su lengua natal; el hombre en aquel lenguaje de juegos florales se dirigía a Valencia y le decía:

«Fill so de la joyosa vida qu’al sol s’escampa
tot temps de fresques roses bronat son mantell d’or,
fill so de la que gusitan com dos geganta cativa
d’un cap Peñagolosa, de l’altre cap Mongó,
de la que en l’aigua juga, de la que fon por bella
dues voltes desposada, ab lo Cid de Castella
y ab Jaume d’Aragó.»

Pero él, Querol, cuando tenía que sacar el alma de su Valencia no la sacaba en la Lengua de Jaime de Aragón, sino en la Lengua castellana, en la del Cid de Castilla. Para convencerse no hay más que leer sin que se le empañen los ojos de lágrimas.

El valenciano corriente es el de los donosos sainetes de Eduardo Escalante, y algunas veces el de aquella regocijantes salacidades de Valldoví de Sueca, al pie de cuyo monumento no hace mucho me he recreado yo. Y también el de Teodoro Llorente cuando decía que la patria lemosina renace por todas partes, añadiendo aquello de…

«… y en membransa dels avis, en penyora
de la gloria passada y venidora,
en fe de germandat,
com penó, com estrella que nos guía
entre llaus de victoria y alegría,
alsem lo Rat-Penat.»

«Lo rat penat»; alcemos «lo rat penat», es decir, el ratón alado que, según la leyenda, se posó en el casco de Jaime el Conquistador y que corona los escudos de Valencia, de Cataluña y de Aragón; ratón alado que en Castilla se le llama muerciélago o ratón ciego; en mi tierra vasca, «saguzarra», ratón viejo, y en Francia, ratón calvo; y esta cabecita calva, ciega y vieja, aunque de ratón alado, no es más que cabeza de ratón. Me diréis que es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. No; cola de león, no; cabeza de león, sí, como la que dominó el Cid.

Cuando yo fui a mi pueblo, fui a predicarles el imperialismo; que se pusieran al frente de España; y es lo que vengo a predicar a cada una de las regiones: que nos conquisten; que nos conquistemos los unos a los otros; yo sé lo que de esta conquista mutua puede salir; puede y debe salir la España para todos.

Y ahora, permitidme un pequeño recuerdo. Al principio del Libro de los Hechos de los Apóstoles se cuenta la jornada de aquello que pudiéramos llamar las primeras Cortes Constituyentes de la primitiva Iglesia cristiana, el Pentecostés; cuando sopló como un eco el Espíritu vivo, vinieron lenguas de fuego sobre los apóstoles, se fundió todo el pueblo, hablaron en cristiano y cada uno oyó en su Lengua y en su dialecto: sulamitas, persas, medos, frigios, árabes y egipcios. Y esto es lo que he querido hacer al traer aquí un eco de todas estas lenguas; porque yo, que subí a las montañas costeras de mi tierra a secar mis huesos, los del cuerpo y los del alma, y en tierra castellana fui a enseñar castellano a los hijos de Castilla, he dedicado largas vigilias durante largos años al estudio de las Lenguas todas de la Patria, y no sólo las he estudiado, las he enseñado, fuera, naturalmente, del vascuence, porque todos mis discípulos han salido iniciados en el conocimiento del castellano, del galaico-portugués y del catalán. Y es que yo, a mi vez, paladeaba y me regodeaba en esas Lenguas, y era para hacerme la mía propia, para rehacer el castellano haciéndolo español, para rehacerlo y recrearlo en el español recreándome en él. Y esto es lo que importa. El español, lo mismo me da que se le llame castellano, yo le llamo el español de España, como recordaba el señor Ovejero, el español de América y no sólo el español de América, sino español del extremo de Asia, que allí dejo marcadas sus huellas y con sangre de mártir el imperio de la Lengua española, con sangre de Rizal, aquel hombre que en los tiempos de la Regencia de doña María Cristina de Habsburgo Lorena fue entregado a la milicia pretoriana y a la frailería mercenaria para que pagara la culpa de ser el padre de su Patria y de ser un español libre. (Aplausos.) Aquel hombre noble a quien aquella España trató de tal modo, con aquellos verdugos, al despedirse, se despidió en Lengua española de sus hijos pidiendo ir allí donde la fe no mata, donde el que reina es Dios, en tanto mascullaban unos sus rezos y barbotaban otros sus órdenes, blasfemando todos ellos el nombre de Dios. Pues bien; aquí mi buen amigo Alomar se atiene a lo de castellano. El castellano es una obra de integración: ha venido elementos leoneses y han venido elementos aragoneses, y estamos haciendo el español, lo estamos haciendo todos los que hacemos Lengua o los que hacemos poesía, lo está haciendo el señor Alomar, y el señor Alomar, que vive de la palabra, por la palabra y para la palabra, como yo, se preocupaba de esto, como se preocupaba de la palabra nación. Yo también, amigo Alomar, yo también en estos días de renacimiento he estado pensando en eso, y me ha venido la palabra precisa: España no es nación, es renación; renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial. Ndie con más tesón ha defendido la salvaje autonomía -toda autonomía, y no es reproche, es salvaje- de su propia personalidad diferencial que lo he hecho yo; yo, que he estado señero defendiendo, no queriendo rendirme, actuando tantas veces de jabalí, y cuántos de vosotros acaso habréis recibido alguna vez alguna colmillada mía. Pero así, no. Ni individuo, ni pueblo, ni Lengua renacen sino muriendo; es la única manera de renacer: fundiéndose en otro. Y esto lo sé yo muy bien ahora que me viene este renacimiento, ahora que, traspuesto el puerto serrano que separa la solana de la umbría, me siento bajar poco a poco, al peso, no de años, de siglos de recuerdos de Historia, al final y merecido descanso al regazo de la tierra maternal de nuestra común España, de la renación española, a esperar, a esperar allí que en la hierba crezca sobre mi tañan ecos de una sola Lengua española que haya recogido, integrado, federado si queréis, todas las esencias íntimas, todos los jugos, todas las virtudes de esas Lenguas que hoy tan tristemente, tan pobremente nos diferencian. Y aquello sí que será gloria».

El poder de la palabra, 1931: única grabación de la voz de Miguel de Unamuno

«Un crítico francés de nuestra literatura española, dijo, que en España, apenas hay escritores, sino oradores por escrito. Acaso es cierto. Por mi parte, nada me molesta más, que oír decir de alguien que habla como un libro, prefiero los libros que hablan como hombres. Y lo que es menester, es que la gente aprenda a leer con los oídos, no con los ojos. La palabra es lo vivo. La palabra es en el principio. En el principio fue el verbo, y acaso en el fin será el verbo también. Cristo, el Cristo, no carpintero sino armador de casas, no dejó nada escrito: toda su obra fue de palabra. Yo recuerdo haber dicho esto:

El armador aquel de casas rústicas
habló desde la barca,
ellos sobre la grava de la orilla,
y él flotando en las aguas.
Y la brisa del lago recogía
de su boca parábolas,
ojos que ven, oídos que oyen gozan
de bienaventuranza.
Recién nacían por el aire claro
las semillas aladas,
el sol las revestía con sus rayos,
la brisa las cunaba.
Hasta que al fin cayeron en un libro
¡ay, tragedia del alma!
ellos tumbados en la grava seca
y él flotando en las aguas.

Yo temo por mi parte, que mueran mis palabras en los libros, y que no sean palabras vivas, porque he vivido siempre, de hacer, de vivir de la lengua.

Niño viejo, a mi juguete
al romance castellano
me di a sacarle las tripas
por mejor matar el año.
Mas de pronto, estremecióse
y se me arredró la mano
pues temblorosas entrañas
vertían sonoro llanto.
Con el hueso de la lengua,
de la tradición, badajo,
Miserere, Ave María,
tañían en bronce sacro.
Martirio del pensamiento,
tirar palabras a garfio,
juguete de niño viejo
lenguaje de hueso trágico.

Y toda la tragedia íntima, que lo es, ha sido luchar con la palabra, para sacarle toda la filosofía, toda la religión que lleva implícita. Porque una palabra es la esencia de la cosa. Cuando Adán dio nombre a las cosas, las hizo humanas y las humanizó.

{Parte II}

De tal modo las palabras llevan la esencia humana de las cosas, que, los que no son nombres propios, los geográficos, los toponímicos, llevan un paisaje, y a las veces, basta sólo, con oír la palabra para adivinar lo que pueda ser la tierra que recibió aquel nombre. Oíd una especie de pintura, del Duero, desde España hasta que entra en Portugal:

Arlanzón, Carrión, Pisuerga,
Tormes, Águeda, mi Duero.
Lígrimos, lánguidos, íntimos,
Espejando claros cielos,
Abrevando pardos campos,
susurrando romanceros.
[…]

Nombres hay, por ejemplo, como el de Madrigal, que él solo, pinta casi. Madrigal de las Altas Torres, allí donde murió Fray Luis de León, donde fue enterrado el príncipe don Juan, donde había nacido Isabel la Católica

Ruinas perdidas en campo
que lecho de mar fue antes de hombres,
tus cubos mordieron el polvo,
Madrigal de las Altas Torres.
Tú la cuna de Isabel, tumba
de don Juan, fatídico brote,
cayó en Salamanca dorada
y en Ávila fúnebre corte.
Medina la del Campo sueña
– cigüeñas, cornejas al borde –
el de César Borja, ¡qué salto!;
San Juan de la Cruz que se esconde.
Cielo del águila bicéfala,
nubarrones llegan del norte;
Maldonado, Bravo, Padilla;
Lutero a lo lejos responde.
Don Sebastián el Encubierto,
el rey del misterio, Quijote
de Portugal, ¡ay pastelero!,
venías quién sabe de dónde…
Fray Luis de León, ojos, mano
se doblan a la última noche;
quebrada la cárcel de carne
su mente al sereno se acoge.
¡Castilla! ¡Castilla! ¡Castilla!
Madriguera de recios hombres;
tus castillos muerden el polvo,
Madrigal de las Altas Torres;
Ruinas» {perdidas en lecho
ya seco de ciénaga enorme}*

* Por falta de espacio de grabación, estas ocho últimas palabras no figuran.

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Título: El Poder de la Palabra: parte I y II.
Autor: Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936).
Fecha: 3 de diciembre de 1931.
Datos de edición: Madrid Centro de Estudios Históricos.
Nº matriz: K 2823, K 2824.
Tipo de Documento: Registro sonoro no musical.
Descripción física: 1 disco (6 min) 78 rpm. Signatura APDS/1/6 APDS/3/8 DS/14444/4 APDS/261/21 PID bdh0000154250.
Resumen: Contiene una explicación improvisada del autor, intercalando la lectura de unos poemas inéditos que se interrumpen por falta de espacio de impresión.
Descripción y notas: Etiqueta beige con letras negras, incluido en el «Catálogo de discos de 78 rpm en la B.N.», nº 6416.
Pertenece a la primera colección de discos grabada entre 1931 -1933 por Columbia Gramophone Company y dirigida por Tomás Navarro.
Publicado en 1990 en vinilo y en 1998 en CD por la Residencia de Estudiantes. Copia digital de conservación (CD y DAT), 1

Discurso "Lengua y educación en Cataluña" pronunciado en las Cortes el 22 de octubre de 1931

-El Sr. Unamuno: Pido la palabra
-El Sr. Presidente: La tiene S.S.
-El Sr. Unamuno: La enmienda dice así:

“A LAS CORTES CONSTITUYENTES. Los Diputados que suscriben tienen el honor de proponer la siguiente enmienda al dictamen de la Comisión de Constitución, en el art. 48:

Art. 48. Es obligatorio el estudio de la Lengua castellana, que deberá emplearse como instrumento de enseñanza en todos los Centros de España.

Las regiones autónomas podrán, sin embargo, organizar enseñanzas en su Lenguas respectivas. Pero en este caso el Estado mantendrá también en dichas regiones las Instituciones de enseñanza de todos los grados en el idioma oficial de la República.

Palacio de las Cortes a 21 de octubre de 1931.- Miguel de Unamuno.- Miguel Maura.- Roberto Novoa Santos.- Fernando Rey.- Emilio González.- Felipe Sánchez Román.- Antonio Sacristán.”

«Y ahora, Sres. Diputados, debo confesar que me levanto en muy especial estado de ánimo, no muy placentero ciertamente. Apenas convaleciente de un cierto arrechucho, no sólo físico, sino también psíquico, vengo con el ánimo profundamente entristecido y contristado y no sé si podré poner la debida sordina a mis palabras y contenerme en los límites debidos, porque no tengo costumbres ninguna de ese forcejeo de partidos políticos ni de cambalaches ni de transacciones. Afortunadamente para mí, y acaso más afortunadamente para vosotros, no pertenezco o no formo parte de ninguno de esos partidos, mejor o peor cimentados, y en los que se resuelven las cosas bajo normas de disciplina; pero hay por debajo de esos partidos políticos una especie de –no le llamaremos partido- agrupaciones, que podían denominarse profesionales. En esta Cámara hay médicos, en esta Cámara hay abogados, en esta Cámara hay ingenieros, hay también hombres de oficios manuales, y en esta Cámara, señores, hay demasiados catedráticos (murmullos); probablemente somos demasiados entre maestros y catedráticos. Yo, que sé lo que he sufrido bajo el pliegue profesional, quisiera hoy, cuando se trata de la enseñanza, poder libertarme de él, poder libertarme de ese triste pliegue que no nos deja ver las cosas con bastante claridad. Dondequiera que el Ejército ha abusado, se ha formado un partido antimilitarista; donde el Clero ha abusado, se ha formado un partido anticlerical. Nuestros hijos, nuestros nietos, conocerán en España un partido antipedagogista, porque yo temo mucha a la pedantería de los que nos arrogamos el sacerdocio de la cultura. (Muy bien, muy bien). Esto es algo muy peligroso; mas ahora que oigo hablar continuamente de cultura (ya es una palabra que me duele en los oídos del corazón), y aquí, cuando parece que se trata de apoderarse, por la enseñanza del niño, de formar su alma, hay veces que, tristemente, creo que de lo que se trata es de dejar tranquilos a los maestros y a los profesores; es un funcionarismo. No sé por qué en esta Constitución de papel que estamos haciendo no se ha puesto un artículo que diga: “Todo español será funcionario público”; y en muchos casos esto quiere decir que todo español será pordiosero. Esta es la verdad verdadera.

Digo esto, porque precisamente en estos días, cuando estaba apasionando aquí y fuera de aquí – en Cataluña, en Vasconia, en Galicia y en las demás partes de España- este problema de la enseñanza del idioma, he recibido cartas y telegramas de padres de familia, de muchachos algunas, de una amargura extrema, que me recordaban a aquellos pobres españoles que fueron a Cuba en un tiempo, casaron allí, formaron allí su familia y se vieron luego despreciados por sus hijos. He recibido cartas de una enorme amargura; pero la mayor parte de los telegramas han sido de funcionarios, de maestros, que lo que querían es que no se les quitara una colocación. Y es que en el fondo, más que de otra cosa, se trata de eso: de si ciertos funcionarios podrán seguir funcionando en unos sitios con libertad o no podrán seguir funcionando. No es más que eso; muchas veces es una cuestión de competencia profesional.

Pero, viniendo al fondo de la cuestión, no es, acaso, lo de la lengua, con serlo tanto, lo más grave. La lengua, en muchos casos –y lo decía muy bien el Sr. De Francisco- , en mi tierra nativa se toma como un instrumento de nacionalismo regional y de algo peor y es allí, además, una lengua que no existe, que se está inventando ahora y que rechaza todo el mundo, porque el genuino aldeano, si se le pregunta a solas, dice: “A mi no me importa eso; lo que yo quiero es aquello que me pueda elevar el espíritu y que me pueda hacer entender de la mayor parte de las gentes”. Pero lo que se trataba con la lengua es de establecer lo que la Biblia llama un “schibolet” para distinguir a unos de otros y que pasara el que pronunciara una cosa bien y no pasara el que pronunciara otra mal. Yo he visto cosas, como decir que para poder aspirar a ser secretario de un Ayuntamiento era menester conocer el vascuence en un pueblo donde el vascuence no se habla.

Quiero abreviar, porque ya digo que no estoy en ánimo muy propicio. Se ha venido hablando continuamente de cultura (oímos esta palabra allá en los principios de la guerra mundial): cultura con c de la pequeña, latina, o con k alemana, con cuatro puntas como un caballo de Frisia; pero hay otra cosa que parece más modesta que la cultura y que, sin embargo, a mí me preocupa mucho más, que es la civilización: la cosa civil. Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, cuando se dirigía a sus paisanos, a los hebreos, les hablaba en hebreo –lo cuenta el libro de “Los hechos de los Apóstoles”-, pero dictaba su cristianismo en lengua griega, que era la lengua ecuménica del Imperio romano; cuando se presentaba ante el pretor, contestaba: “Soy ciudadano romano”. La civilización es de ciudadanía y es romana y lo de la civilización es siempre imperial.

Aquí se hablaba el otro día de minorías étnicas. ¿Qué es eso de minorías étnicas? ¿Dónde están las minorías étnicas? ¿Minorías en qué sentido? ¿Contada toda España o contada una sola región? Yo me acuerdo que, hace años, un alcalde de Barcelona se dirigió al entonces rey D. Alfonso XII, en nombre, decía, de los naturales de Barcelona. Yo me creí obligado a protestar. Un alcalde de Barcelona no puede dirigirse en nombre de los naturales, sino de los vecinos, sean naturales o no, ni se puede establecer una diferencia entre vecinos y naturales. No hay, ni puede haber, dos ciudadanías.

Éste es el punto de la civilización. Yo no sé cuántos son los que constituyen esa llamada minoría étnica; por ejemplo, en Barcelona no sé si son el 10, el 20, el 30 ó el 40 por 100. Lo que me parece bochornoso es que se les vaya a proteger como a una minoría. ¡A proteger! El Estado no debe pasar por eso; a que le protejan otros y a que se les dé como una asignatura el castellano; como un instrumento, no; como una asignatura, no. Esto hace que se forme ese triste caso de lo que llaman en meteco, el hombre que está continuamente sufriendo. ¿Que por qué no se asimila? ¡Ah! Eso habría que verlo muy despacio y con mucha calma.

Pero dejando estas consideraciones, porque si me dejase llevar de ellas llegaría a cosas muy amargas, vengo al texto concreto. “Es obligatorio el estudio de la lengua castellana, que deberá emplearse como instrumento de enseñanza en todos los Centros docentes de España”. Yo hubiera preferido que se dijera: “es obligatorio enseñar en castellano. Las regiones autónomas podrán, sin embargo, organizar enseñanzas en sus lenguas respectivas (naturalmente, los comunistas podrán organizarlas en esperanto o en ruso); pero en este caso, el Estado mantendrá también en dichas regiones las instituciones de enseñanza de todos los grados en el idioma oficial de la nación”. En este caso, y en cualquier caso, “mantendrá”. La cosa está bien clara; no tiene más que seguir manteniendo.

Hoy hay en Barcelona una Universidad de España, y éste es el punto fuerte; Universidad de que no puede ni debe desprenderse el Estado español en absoluto; que no debe caer bajo control de ningún otro Poder que el del Estado español, ni compartirlo. Porque aquí, de lo que se trata en el fondo es de apoderarse de esa Universidad. ¡Cuidado!, que yo temo más aún que a la autonomía regional a la autonomía universitaria. Llevo cuarenta años de profesor, sé lo que serían la mayor parte de nuestras Universidades si se dejara una plena autonomía y cómo se convertirían en cotos cerrados para cerrar el paso a los forasteros. Alguien me decía: ¿Es que se va a sostener allí una Universidad con el dinero de Cataluña? No, con el dinero de toda España, naturalmente, incluso Cataluña; como se mantienen las Universidades del resto de España, y con el dinero de Cataluña.

Además, yo que no entiendo mucho, ni quiero entender, de ciertas distinciones jurídicas, veo que hay una cosa, que nunca comprendo bien, cuando se habla de catalanes y no catalanes. Para mí todo ciudadano español radicado en Cataluña, donde trabaja, donde vive, donde cría su familia, es no sólo ciudadano español, sino ciudadano catalán, tan catalanes como los otros. No hay dos ciudadanías, no puede haber dos ciudadanías.

Por lo demás, y quiero abreviar, por encima de esta Constitución de papel está la realidad tajante y sangrante. Se quiere evitar con esto cierta guerra civil (claro; no una guerra civil cruenta a tiros y palos, no): me parece que va a ser muy difícil, y además no lo deploro. Me he criado, desde muy niño, en medio de una guerra civil y no estoy muy lejano de aquello que decía el viejo Romero Alpuente de que la guerra civil es un don del cielo. Hay ciertas guerras civiles que son las que hacen la verdadera unidad de los pueblos. Antes de ella, una unidad ficticia; después es cuando viene la unidad verdadera. Y ¿qué más da que hagamos la guerra civil? Cualquier cosa que hagamos estará siempre en revisión; la revisión es una cosa continua; los períodos constituyentes no acaban nunca; es una locura creer que porque pongamos una cosa en el papel, va a quedar hecha. Además, ¡hay tantas cosas que no quieren decir nada, que no tienen eficacia ninguna!

Y como alguien más podrá manifestar algo (puede ser que yo tenga ocasión de añadir algo también), digo que no veo peligro, como se ha dicho, en tomar ciertas actitudes. Me han dicho que hay peligros para la República. No sé; no veo que los haya. Parece la República muy timorata; cree que es hasta un acto de agresión hacer la apología del régimen monárquico. A mí me parece esto una inocentada; pero, en fin, yo no veo esos peligros y, en último caso, si los viera, creo que hay que atajarlos; mas, también, como he dicho muchas veces, creo que aquí hay algo por encima de la República». (Aplausos)

 

(Diario de sesiones, 22 de octubre de 1931)

Discurso pronunciado en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936

Venceréis, pero no convenceréis

El General Millán Astray había llegado al paraninfo de la Universidad de Salamanca escoltado por sus legionarios armados con metralletas. Varios oradores soltaron los consabidos tópicos acerca de la «anti-España». Un indignado Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso:

«Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. (… ) Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Se ha hablado también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis…».

En ese punto, Millán empezó a gritar: ¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?. Su escolta presentó armas y alguien del público gritó:¡Viva la muerte!, en lo que, según Ridruejo, fue un exhibicionismo fríamente calculado. Millán habló:»¡Cataluña y las Vancongadas, las vancongadas y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!». Se excitó sobremanera hasta tal punto que no pudo seguir hablando. Resollando, se cuadró mientras se oían gritos de ¡Viva España!». Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno:

«Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de ’¡viva la muerte!’. Esto me suena lo mismo que, ¡muera la vida!’. Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la,muerte. ¡Y otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente, hay hoy en día demasiados inválidos. Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Míllán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él. (… ) El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada…»

Furioso, Millán gritó: «¡Muera la inteligencia!». En un intento de calmar los ánimos, el poeta José María Pemán exclamó: «¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!».

Unamuno no se amilanó y concluyó: «¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España».

Millán se controló lo suficiente como para, señalando a la esposa de Franco, ordenarle: «¡Coja el brazo de la señora!», cosa que Unamuno hizo, evitando así que el incidente acabara en tragedia.

Discursos de Miguel de Unamuno