Discurso de graduación pronunciado en la academia militar de Sandhurst
Discurso pronunciado ante la Cámara de los Comunes del Reino Unido el 13 de Mayo de 1940
«Debemos recordar que estamos en las fases preliminares de una de las grandes batallas de la historia, que nosotros estamos actuando en muchos puntos de Noruega y Holanda, que estamos preparados en el Mediterráneo, que la batalla aérea es continua y que muchos preparativos tienen que hacerse aquí y en el exterior. En esta crisis, espero que pueda perdonárseme si no me extiendo mucho al dirigirme a la Cámara hoy. Espero que cualquiera de mis amigos y colegas, o antiguos colegas, que están preocupados por la reconstrucción política, se harán cargo, y plenamente, de la falta total de ceremonial con la que ha sido necesario actuar. Yo diría a la Cámara, como dije a todos los que se han incorporado a este Gobierno: «No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor».
Tenemos ante nosotros una prueba de la más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros muchos, muchos, largos meses de combate y sufrimiento. Me preguntáis: ¿Cuál es nuestra política?. Os lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política.
Me preguntáis; ¿Cuál es nuestra aspiración?. Puedo responder con una palabra: Victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia. Tened esto por cierto; no habrá supervivencia para todo aquello que el Imperio Británico ha defendido, no habrá supervivencia para el estímulo y el impulso de todas las generaciones, para que la humanidad avance hacia su objetivo. Pero yo asumo mi tarea con ánimo y esperanza.
Estoy seguro de que no se tolerará que nuestra causa se malogre en medio de los hombres. En este tiempo me siento autorizado para reclamar la ayuda de todas las personas y decir: «Venid, pues, y vayamos juntos adelante con nuestras fuerzas unidas»».
Discurso pronunciado en el Parlamento británico el 4 de Junio de 1941
«Hemos de procurar no tratar este rescate como si fuera una victoria. Las guerras no se ganan con evacuaciones. Pero sí que hubo una victoria dentro de este rescate, y es algo que hay que destacar: la obtuvo la Fuerza Aérea. Es posible que muchos de nuestros soldados al regresar no hayan visto la actuación de la Fuerza Aérea; sólo vieron los bombarderos que burlaron su ataque protector y subestiman sus logros. Lo he oído muchas veces y por eso me desvío del asunto para decir esto, pero quiero hablarles de ello.
En realidad esto fue una prueba de fuerza entre la Fuerza Aérea británica y la alemana. ¿Se les ocurre un objetivo aéreo más importante para los alemanes que imposibilitar la evacuación de estas playas y hundir todos estos barcos que estaban desplegados casi a miles? ¿Podría haber un objetivo de mayor importancia y significación militar que éste para todos los efectos de la guerra? Por más que lo intentaron, fueron derrotados; se frustró su misión. Alejamos al Ejército, y ellos pagaron cuatro veces por las pérdidas que infligieron…Todos nuestros tipos y pilotos han demostrado su superioridad con respecto a lo que tienen que enfrentarse ahora.
Cuando nos planteamos cuánto mayor sería nuestra ventaja si tuviéramos que defender de un ataque exterior el espacio aéreo por encima de esta isla, debo decir que estos hechos me proporcionan una base segura par albergar pensamientos prácticos y tranqulizadores. Rendiré homenaje a estos jóvenes aviadores.El gran Ejército francés fue repelido en gran medida, de momento, por el embate de unospocos miles de vehículos blinados. ¿No es posible, asimismo, que la habilidad y la entrega de unos cuantos miles de aviadores defiendan la causa de la civilización?
Nos dicen que herr Hitler tiene un plan para invadir las islas Británicas. No es la primera vez que a alguien se le ocurre esta idea. Cuando Napoleón estuvo un año en Boulogne con sus embarcaciones de fondo plano y su gran Ejército, alguien le dijo: «En Inglaterra hay hierbas amargas». Sin duda las hay en mayor cantidad desde que regresó el Cuerpo Expedicionario británico.
No cabe duda de que afecta poderosamente a toda cuestión de la defensa nacional contra la invasión el hecho de que, de momento, en esta isla disponemos de unas fuerzas militares incomparablemente más poderosas de lo que jamás hemos tenido, ya sea en esta guerra o en la anterior. Pero esto no seguirá siempre así. No nos conformaremos con una guerra defensiva. Tenemos una obligación con nuestro aliado. Tenemos que volver a reconstruir y levantar el Cuerpo Expedicionario británico, a las órdenes de su valiente comandante en jefe, lord Gort. Todo esto está en marcha, pero, mientras tanto, debemos elevar tanto el nivel de las defensas de esta isla que haga falta la menor cantidad posible de personas para brindar una seguridad efectiva y que se consiga el mayor potencial posible de esfuerzo ofensivo. En eso estamos en este momento…
…Por más grandes extensiones de Europa y muchos Estados antiguos y famosos hayan caído o puedan caer en poder de la Gestapo y de todo el espantoso aparato del régimen nazi, no vamos a flaquear ni a fracasar sino que seguiremos hasta el final. Combatiremos en Francia, combatiremos en los mares y los océanos, combatiremos cada vez con mayor confianza y fuerza en el aire; defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Combatiremos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; combatiremos en las montañas; no nos rendiremos jamás; y por más que esta isla o buena parte de ella quede dominada y hambrienta, algo que de momento no creo que ocurra, nuestro imperio de ultramar, armado y protegido por la Flota británica, continuará la lucha hasta que, cuando Dios quiera, el Nuevo Mundo, con todo su poder y su fuerza, dé un paso al frente para rescatar y liberar al Viejo».
Discurso pronunciado en el Harrow School el 29 de octubre de 1941
“Nunca se rindan, nunca cedan, nunca, nunca, nunca, en nada grande o pequeño, nunca cedan salvo por las convicciones del honor y el buen sentido. Nunca cedan a la fuerza; nunca cedan al aparentemente abrumador poderío del enemigo”.
Discurso "El telón de acero", pronunciado el 5 de marzo de 1946
Discurso pronunciado en el Westminster College, Fulton, Missouri
«Estoy contento de haber venido al Westminister College esta tarde, y también de que me hagan el honor de concederme el doctorado…
Hoy los Estados Unidos se encuentran en el pináculo de la torre del poder. Es un momento solemne para la Democracia americana. Porque esa primacía de poder está acompañada de una impresionante responsabilidad de futuro. Si miran a su alrededor, no sólo deberán tener el sentimiento del deber cumplido, sino que habrán de sentir el temor de no alcanzar todo lo que se han propuesto… es necesario que el espíritu constante, el propósito inmutable y la gran sencillez en las decisiones guíen y gobiernen en la paz como e la guerra, la conducta de los pueblos que hablan en inglés. En esta obligación debemos demostrar que somos iguales, y creo que lo vamos a hacer.
Tengo una propuesta práctica y concreta que hacer. Se pueden nombrar tribunales y jueces, pero no pueden funcionar sin sheriff ni policías. La Organización de la Naciones Unidas debe empezar inmediatamente a proveerse de un ejército internacional… propongo que se invite a todas las potencias y a todos los Estados a que deleguen un número determinado de sus escuadrones aéreos para e servicio de la Organización mundial… se podría empezar a escala modesta, para que creciera a medida que lo hiciera la confianza. Querría haber visto que se hacía cuando terminó la Primera Guerra Mundial, y confío de todo corazón que se pueda hacer inmediatamente.
No obstante, sería un error y una imprudencia confiar los conocimientos secretos o la experiencia de la bomba atómica, que hoy comparten los Estados Unidos, Gan Bretaña y Canadá, a la Organización Internacional mientras esta se encuentre en su infancia… Nadie de ningún país ha dormido peor en su cama porque estos conocimientos, esos métodos y las materias primas que hay que utilizar, en su mayoría se encuentren hoy en manos de los americanos. No creo que todos nosotros hubiéramos dormido con tanta placidez si la situación hubiese sido la opuesta o si algún estado comunista o neofascista hubiese monopolizado hasta hoy estos temibles recursos. Dios ha querido que no ocurra así y disponemos al menos de un tiempo para respirar y poner la casa en orden antes de enfrentarnos a este peligro; e incluso entonces, si no se ahorran esfuerzos seguiremos poseyendo una superioridad tan formidable que bastará para disuadir de forma efectiva de que los utilicen o amenacen con hacerlo.
… y ahora hablaré del segundo peligro de estos maleantes que amenazan la finca, la casa y a la gente corriente; es decir, la tiranía. No podemos estar ciegos ante el hecho de que las libertades de que goza cada uno de los ciudadanos de todo el Imperio Británico no existen en número considerable de países, algunos de los cuales son grandes potencias. En estos Estados se controla a la gente corriente mediante diferentes tipos de gobiernos policiales que lo abarcan todo…
Hoy, cuando las dificultades son tantas, no es obligación nuestra intervenir a la fuerza en los asuntos internos de los países que no hemos conquistado en la guerra. Pero nunca debemos dejar de proclamar sin miedo los grandes principios de la libertad y los derechos del hombre, que son la herencia común del mundo de habla inglesa que, a través de la Carta Magna, la Carta de Derechos, el Habeas Corpus, el juicio y el jurado, y el derecho Común Inglés, tienen su más famosa expresión en la Declaración de Independencia Americana.
Todo esto significa que las personas de cualquier país tienen derecho, y deberían tener la capacidad reconocida por la Constitución de elegir o cambiar, mediante elecciones libres, sin restricciones y secretas el carácter o la forma de gobierno por el que se rijan; que debe imperar la libertada de expresión y de pensamiento; que los tribunales de justicia, independientes del poder ejecutivo y de cualquier partido apliquen las leyes que hayan recibido el consentimiento amplio de la mayoría o estén consagradas por el tiempo y la costumbre. Ello representa el título de propiedad de la libertad que debe existir en todos los hogares. Ahí está el mensaje que los pueblos americanos e ingles dirigen a la humanidad.
No se podrá evitar la guerra de forma segura ni podrá progresar de forma continuada la Organización Mundial sin lo que he denominado la asociación fraterna de los pueblos de habla inglesa… la asociación fraterna no solo exige el desarrollo de la amistad y la comprensión mutua de nuestros dos sistemas de sociedad, muy amplios, pero similares, sino la continuidad de relación estrecha entre nuestros asesores militares, que conduzca al estudio común de los posibles peligros, la semejanza de las armas y los manuales de instrucción y al intercambio de oficiales y cadetes en los centros de formación.
Una sombra se cierne sobre los escenarios que hasta hoy alumbraba la luz de la victoria de los aliados. Nadie sabe que pretende hacer la Rusia Soviética y su organización Comunista Internacional en el futuro inmediato, ni cuales son los límites si existe alguno, a su tendencia expansiva y proselitista. Siento una gran admiración y tengo una gran estima al valeroso pueblo ruso y al que fue mi camarada en la guerra, el Mariscal Stalin. En Gran Bretaña (y no dudo que también en Estados Unidos) existe una profunda simpatía y buena voluntad hacia todos los pueblos de Rusia y una disposición a perseverar, a partir de las muchas diferencias y los muchos desaires, en el establecimiento de una amistad duradera. Comprendemos la necesidad que tiene Rusia de asegurar sus fronteras occidentales para alejar cualquier posibilidad de agresión por parte de los alemanes. Damos la bienvenida a Rusia al lugar que le corresponde entre las principales naciones del mundo. Damos la bienvenida a su bandera e los mares. Y sobre todo nos alegramos de los contactos constantes, frecuentes y cada vez más numerosos entre el pueblo ruso y nuestro propio pueblo de ambos lados del Atlántico. Sin embargo s mi obligación, porque estoy seguro que desean que les diga las cosas como las veo, exponerles algunos hechos sobre la posición actual de Europa.
Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de hierro. Tras él se encuentran todas las capitales de los antiguos Estados de Europa central y Oriental. Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía, todas estas famosas ciudades y sus poblaciones y los países en torno a ellas se encuentran en lo que debo llamar la esfera soviética, y todos están sometidos, de una manera u otra, no sólo a la influencia soviética, sino a una altísima y, en muchos casos, creciente medida de control por parte de Moscú, muy fuertes, y en algunos casos, cada vez más estrictas. Únicamente Atenas es libre de elegir su futro en unas elecciones bajo la supervisión de Ingleses, americanos y franceses. El gobierno polaco, dominado por Rusia, ha sido empujado a hacer incursiones enormes e injustas en Alemania, y hoy se está produciendo la expulsión en masa de millones de alemanes a una escala inimaginable y de extrema gravedad. Los partidos Comunistas que eran muy reducidos en los Estados Orientales de Europa, han sido situados en lugares preeminentes, se les ha otorgado un poder muy superior a lo que representan y procuran hacerse con un control totalitario en todas partes. Los gobiernos policiales prevalecen en casi todos los casos y, de momento, salvo en Checoslovaquia no existe una autentica democracia.
La seguridad del mundo exige una nueva unidad de Europa, de la que ninguna nación esté excluida de forma permanente. Las guerras de las que hemos sido testigo o las que ocurrieron en tiempos anteriores, nacieron de las disputas entre pueblos a los que unen fuertes vínculos… dos veces Estados Unidos ha tenido que enviar a la guerra al otro lado del Atlántico a varios millones de sus jóvenes; y hoy la guerra puede sorprender a cualquier nación de cualquier lugar entre oriente y Occidente. No hay duda de que debemos trabajar en la pacificación de toda Europa, dentro de la estructura de Naciones Unidas y de acuerdo con su carta.
…en un gran número de países, lejos de las fronteras rusas y por todo el mundo, se establecen quintas columnas comunistas que trabajan en perfecta Unión y total obediencia a las directrices que reciben del centro comunista.
Pesé que tenía la obligación de mostrar la sombra que, tanto en oriente como en occidente, se cierne sobre el mundo. Era alto ministro en tiempos del Tratado de Versalles y amigo íntimo del Señor Lloyd George, que fue el jefe de la delegación Británica en Versalles. Yo no estaba de acuerdo en muchas cosas que se hicieron, pero tengo muy grabada en la mente aquella situación y me duele tenerla que cotejar con lo que ocurre hoy. En aquellos días se tenia mucha esperanza y una confianza sin límites en que las guerras se habían terminado y en que la Liga de Naciones sería todopoderosa. En el enfermizo mundo de hoy no veo ni siento la misma confianza, ni siquiera las mismas esperanzas.
Por otro lado, rechazo la idea de que es inevitable una nueva guerra, y mucho más la de que sea inminente. Estoy seguro de que nuestros destinos siguen en nuestras manos… por eso me siento obligado a hablar ahora que tengo la oportunidad de hacerlo. No creo que la Rusia Soviética desee la guerra. Lo que quieren son los frutos de la guerra y la expansión indefinida de su poder y de sus doctrinas. Pero lo que debemos considerar hoy aquí mientras hay tiempo es la prevención permanente de la guerra y el establecimiento de las condiciones de liberad y democracias lo antes posible en todos los países… las dificultades y peligros no desaparecerán porque cerremos los ojos…
Por ‘cuanto he visto de nuestros amigos los rusos durante la guerra, estoy convencido de que nada admiran más que la fuerza y nada respetan menos que la debilidad especialmente la debilidad militar. Por esta razón la vieja doctrina del equilibrio de poder es perjudicial. Si las naciones occidentales se mantienen juntas en el respeto estricto de la Carta de las Naciones Unidas, su influencia en el fomento de esos principios será inmensa (…)
La última vez vi que se aproximaba todo esto y lo proclamé a mis paisanos y al mundo, pero nadie prestó atención. Hasta 1933 e incluso 1935 se hubiera podido salvar a Alemania del terrible destino en que ha caído y todos nos podríamos haber evitado todas las calamidades que Hitler permitió que cayeran sobre la Humanidad. Nunca en a historia hubo una guerra tan fácil de prevenir mediante una acción oportuna como la guerra que acaba de asolar grandes zonas del globo… pero nadie quiso escuchar, y el terrible torbellino nos engulló a uno después de otro. Es evidente que no debemos permitir que vuelva a ocurrir.
Y esto sólo se puede conseguir si hoy en 1946, alcanzamos un buen acuerdo con Rusia en todas las cuestiones bajo la autoridad general de la Organización de las Naciones Unidas y con el mantenimiento de ese acuerdo a lo largo de muchos años de paz mediante este instrumento mundial apoyado por todas las fuerzas del mundo de habla inglesa y todos los países relacionados con él. Ahí esta la solución que con todo respeto les propongo en esta Alocución a la que he dado el título de “Los Pilares de la Paz”.
Discurso pronunciado en la Universidad de Zurich el 19 de septiembre de 1946
Discurso del ex-primer ministro británico, Winston S. Churchill, pronunciado en la Universidad de Zurich el 19 de septiembre de 1946. La importancia de sus palabras radican en considerarse un claro antecedente del proceso integrador y de formación de lo que hoy conocemos como Europa.
«Deseo hablarles hoy sobre la tragedia de Europa. Este noble continente, que abarca las regiones más privilegiadas y cultivadas de la tierra, que disfruta de un clima templado y uniforme, es la cuna de todas las razas originarias del mundo. Es la cuna de la fe y la ética cristianas. Es el origen de casi todas las culturas, artes, filosofía y ciencias, tanto de los tiempos modernos como de los antiguos. Si Europa se uniera, compartiendo su herencia común, la felicidad, prosperidad y la gloria que disfrutarían sus tres o cuatrocientos millones de habitantes no tendría límites. Y sin embargo, es desde Europa de donde han surgido y se han desarrollado esta serie de horribles guerras nacionales, originadas por las naciones teutonas, que hemos conocido durante este siglo XX, e incluso durante nuestra existencia, que ha arruinado la paz y destruido las perspectivas de toda la humanidad.
¿Y cuál es la situación a la que ha sido reducida Europa? Es cierto que algunos pequeños Estados se han recuperado rápidamente, pero en grandes áreas, una masa trémula de atormentados, hambrientos, desposeídos y aturdidos seres humanos se encuentran ante las ruinas de sus ciudades y de sus casas y escudriñan los oscuros horizontes, temiendo un nuevo peligro, tiranía y terror. Entre los vencedores hay una gran confusión de voces agitadas; entre los vencidos, el sombrío silencio de la desesperación. Eso es lo que han conseguido los europeos, agrupados en tantos antiguos Estados y naciones, eso es todo lo que ha obtenido el poder germano, destrozándose unos a otros en pedazos, y propagando estragos por todas partes. De no ser porque la gran República del otro lado del océano Atlántico se ha dado cuenta finalmente de que el caos o la esclavitud de Europa, acabarían comprometiendo su propio destino, y nos ha tendido las manos para socorro y guía, los malos tiempos hubieran vuelto con toda su crueldad. Y todavía puede volver.
A pesar de todo, aún hay un remedio que si se adoptara de una manera general y espontánea, podría cambiar todo el panorama como por ensalmo, y en pocos años podría convertir a Europa, o a la mayor parte de ella, en algo tan libre y feliz como es Suiza hoy en día. ¿Cuál es ese eficaz remedio? Es volver a crear la familia europea, o al menos todo lo que se pueda de ella, y dotarla de una estructura bajo la cual pueda vivir en paz, seguridad y libertad. Tenemos que construir una especie de Estados Unidos de Europa, y sólo de esta manera cientos de millones de trabajadores serán capaces de recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena. El proceso es sencillo. Todo lo que se necesita es el propósito de cientos de millones de hombres y mujeres, de hacer el bien en lugar de hacer el mal y obtener como recompensa bendiciones en lugar de maldiciones.
Mucho se ha trabajado en este sentido a través de las gestiones de la Unión Paneuropea, que tanto debe al conde Coudenhove-Kalergi y que recurrió a los servicios del famoso patriota y hombre de Estado francés Aristide Briand. Existe también ese inmenso cuerpo de doctrina y procedimiento, construido para servir a las grandes esperanzas después de la Primera Guerra Mundial, que es la Sociedad de Naciones. La Sociedad de Naciones no fracasó debido a sus principios o concepciones, sino que los habían creado. Falló porque estos principios no fueron acatados por los mismos Estados que los habían creado. Fracasó porque los Gobiernos de aquellos días temieron enfrentarse a los hechos y no se atrevieron a actuar cuando aún era tiempo. Este desastre no debe repetirse. Hay, pues, muchos conocimientos y material con que construir, y también la amarga y cara experiencia de las vidas que ha costado.
Me agradó mucho leer en los periódicos hace dos días que mi amigo el presidente Truman ha expresado su interés y simpatía por este gran proyecto. No hay razón para que una organización regional europea deba enfrentarse de ninguna forma con la organización mundial de las Naciones Unidas. Todo lo contrario, creo que las mayores síntesis sólo sobrevivirán si se fundamentan sobre agrupaciones coherentes y naturales. Ya hay una agrupación natural en el Hemisferio Occidental. Los británicos tenemos nuestra propia Comunidad de Naciones, Estas organizaciones no debilitan, sino que por el contrario fortalecen a la organización mundial. De hecho, por su principal apoyo. ¿Y por qué no podría haber un grupo europeo que diera un sentido de amplio patriotismo y común ciudadanía a las perturbadas gentes de este turbulento y poderoso continente, y por qué no podía ocupar su adecuada posición con otras agrupaciones, para perfilar los destinos de los hombres? Para que esto se realice, debe darse un acto de fe en el que participen conscientemente millones de familias que hablan muchas lenguas.
Todos sabemos que las dos guerras mundiales que hemos pasado, surgieron por la vana pasión de una Alemania recién unida, que quería actuar como parte dominante del mundo. En esta última contienda se han cometido crímenes y masacres sin igual desde la invasión de los mongoles en el siglo XV. Los culpables deben ser castigados. Alemania debe ser privada del poder de volver a armarse y hacer otra guerra agresiva. Pero cuando se haya realizado todo esto, y se realizará, y se está haciendo, debe haber un final para la retribución. Tiene que haber lo que Mr. Gladstone llamó hace muchos años «un bendito acto de olvido». Tenemos que volver la espalda a los horrores del pasado. Debemos mirar hacia el futuro. No podemos permitirnos el arrastrar a través de los años aquello que puede traer de nuevo los odios y las venganzas que se desprenden de las injurias del pasado. Si hay que salvar a Europa de la infinita miseria, y por supuesto de la condena final, tiene que darse un acto de fe en la familia europea y un acto de olvido hacia los crímenes y locuras del pasado.
¿Pueden los pueblos de Europa elevarse a la altura de estas resoluciones del alma e instintos del espíritu humano? Si pueden hacerlo, los errores y las injurias que se han infringido se lavarán en todas partes por las miserias que se han tenido que soportar. ¿Hay alguna necesidad de que haya más abundancia de agonías? ¿Acaso la única lección de la historia es que la humanidad es imposible de educar? Que haya justicia y libertad. Los pueblos sólo tienen que quererlo, y todos alcanzarán el deseo de su corazón.
Ahora voy a decir algo que les sorprenderá. El primer paso en la recreación de la familia europea debe ser una asociación entre Francia y Alemana. Sólo de este modo puede Francia recuperar la primacía moral de Europa. No puede haber un renacimiento de Europa sin una Francia grande espiritualmente y una Alemania grande espiritualmente. La estructura de los Estados Unidos de Europa, si se construyen bien y de verdad, será de tal manera que haga menos importante la fuerza material de un Estado. Las pequeñas naciones contarán tanto como las grandes y ganarán su honor por su contribución a la causa común. Los estados y principados de Alemania, unidos libremente por conveniencia mutua en un sistema federal, ocuparán cada uno su lugar entre los Estados Unidos de Europa. No trataré de hacer un programa detalla do para cientos de millones de personas que quieren ser felices y libres, prósperos y seguras, que desean disfrutar de las cuatro libertades de las que habló el Presidente Roosevelt, y vivir de acuerdo con los principios incorporados en la Carta del Atlántico. Si este es su deseo, no tiene más que decirlo, con la seguridad de que se encontrarán los medios y se establecerán los instrumentos necesarios para llevar este deseo a su plena realización.
Pero tengo que hacerles una advertencia: el tiempo se nos puede echar encima. Actualmente contamos sólo con un espacio de respiro. Los cañones han dejado de disparar, la lucha ha cesado, pero no se han detenido los peligros. Si queremos construir los Estados Unidos de Europa, cualquiera que sean el nombre y la forma que tomen, debemos empezar ahora.
En nuestros días vivimos extraña y precariamente bajo el escudo y protección de la bomba atómica. La bomba atómica está aún en manos de un Estado y nación que sabemos que nunca la usará, excepto a favor del derecho y la libertad. Pero puede ser que dentro de unos años este terrible agente de destrucción se extienda ampliamente y la catástrofe que provocaría su uso por varias naciones guerreras no sólo acabaría con todo lo que llamamos civilización, sino que posiblemente desintegraría el mismo globo.
Debo ahora resumir las propuestas que tienen ante ustedes. Nuestro constante propósito debe ser fortificar la fuerza de la Organización de Naciones Unidas. Bajo, y en el seno de este concepto del mundo, debemos volver a crear la familia europea con una estructura regional llamada, quizás, los Estados Unidos de Europa. El primer paso en crear un Consejo de Europa. Si al principio no todos los Estados de Europa están dispuestos o capacitados para integrase en la Unión, debemos proceder, no obstante, a unir y combinar a aquellos que quieren y pueden. La salvación de la gente normal de cada raza y de cada país, del peligro de la guerra o esclavitud, tiene que establecerse sobre sólidos fundamentos deben estar protegidos por la voluntad de todos los hombres y mujeres de morir, antes de someterse a la tiranía. En todo este urgente trabajo, Francia y Alemania deben tomar juntas la cabeza. Gran Bretaña, la Commonwealth británica de naciones, la poderosa América y confío que la Rusia soviética —y entonces todo sería perfecto— deben ser los amigos y padrinos de la nueva Europa y deben defender su derecho a vivir y brillar. Por eso os digo ¡Levantemos Europa!».
Discurso pronunciado al recoger el Premio Nobel de Literatura de 1953
Como el laureado no tuvo la posibilidad de estar presente en el banquete del Nobel en Estocolmo el 10 de diciembre de 1953 el discurso fue leído por Lady Churchill.
«El premio Nobel de Literatura es para mí un honor único e inesperado y me aflige que mis deberes no me permitan recibirlo por mi mismo aquí en Estocolmo de las manos de Su Majestad, su amado y respetado Soberano. Estoy agradecido de que se me permita confiar esta tarea a mi esposa.
El rol en el cual mi nombre ha sido inscrito representa mucho de lo que se destaca en la literatura mundial del siglo XX. El juicio de la Academia Sueca es aceptado como imparcial, autoritario y sincero a través de todo el mundo civilizado. Yo estoy orgulloso, pero también, debo admitir, pasmado por su decisión de incluirme. Espero estén en lo correcto. Siento que ambos corremos un considerable riesgo y ese es que no lo merezco. Pero no tendré recelos si ustedes no tienen ninguno.
Desde que Alfred Nobel murió en 1896 hemos entrado en una época de tormenta y tragedia. El poder del hombre ha madurado en todas las esferas excepto sobre sí mismo. Nunca en el campo de acción los eventos parecían tan fuertemente a las personalidades enanas. rara vez en la historia hay hechos brutales tan dominados por el pensamiento o tiene una virtud tan generalizada e individual que se encuentra tan débil un enfoque colectivo. La temible pregunta nos enfrenta; ¿nuestros problemas han quedado fuera de control? Sin lugar a dudas estamos atravesando una fase donde esto puede ser así. Bien podemos humillarnos, y pedir por guía y misericordia.
Nosotros en Europa y el mundo occidental, quienes hemos planeado por salud y seguridad social, quienes nos hemos maravillado con los triunfos de la medicina y la ciencia y quienes hemos apuntado a la justicia y la libertad para todos, hemos sido testigos de hambre, miseria, crueldad, y destrucción antes que palidecieran los hechos de Atila o Genghis Khan. Y nosotros quienes, primero en la Liga de las Naciones, y ahora en las Naciones Unidas, hemos intentado dar un fundamento duradero a la paz que los hombres han soñado desde hace mucho tiempo, hemos vivido para ver un mundo estropeado por divisiones y amenazado por discordias incluso más graves y más violentas que aquellas que convulsionaron Europa después de la caída del Imperio Romano.
Es sobre este oscuro fondo que podemos apreciar la majestuosidad y esperanza que inspira la concepción de Alfred Nobel. Ha dejado detrás de él un haz brillante y duradero de cultura, del propósito, y de la inspiración para una generación que está en dolorosa necesidad. Esta institución de fama mundial nos señala un verdadero camino por el cual seguir. Afrontemos, entonces, el estrépito y la rigidez que vemos a nuestro alrededor con tolerancia, variedad, y calma.
El mundo mira con admiración y, de hecho, con comodidad a Escandinavia, donde tres países, sin sacrificar su soberanía, viven unidos en sus pensamientos, en su práctica económica, y en su saludable modo de vivir. De estas fuentes, nuevas y más brillantes oportunidades pueden llegar a toda la humanidad. Estos son, creo, los sentimientos que pueden animar a todos aquellos a quienes la Fundación Nobel decide honrar, con el seguro conocimiento de que ellos respetarán los ideales y deseos de su ilustre fundador».




“¡Nunca se rindan!”… “¡Nunca se rindan!”.