"Hipócritas", artículo publicado en ABC el 19 de enero de 1962

«Los que se amedrentan y atemorizan ante las explosiones termonucleares por vía de ensayo y no tuvieron escrúpulos para lanzar la primera bomba atómica sobre los seres indefensos de Hiros­hima.

Los que condenaron al fuego hombres y ciudades y en Núremberg se erigieron en jueces de los criminales de guerra.

Los que hoy, pusilánimes y temblorosos, llaman la atención sobre el peligro comunista y se aliaron con el comunismo entregándole como botín patrias y culturas.

Los que alardean, vocingleros, de anticomunistas y en el fondo “buscan anhelantes una formula de coexistencia que, les permita vivir tranquilos, aunque millones de hombres continúen gimiendo como esclavos.

Los que firman, alcanzan y establecen bases estratégicas de carácter militar en países a los que llaman amigos y luego los abandonan indiferentes y mudos cuando estos países se encuentran en el momento difícil.

Los que incitan a la lucha por la libertad movilizando voluntades con espíritu de sacrificio y después, iniciada la lucha, permanecen impasibles ante la represión brutal del enemigo.

Los que hicieron su historia y su grandeza volando buques y atribuyendo culpas para justificar la intervención armada en beneficio propio y ahora se escandalizan de sus mejores discípulos.

Los que hablan de libertad de pensamiento y de libertad de prensa y de un modo sistemático y con arreglo a prejuicios irreformables ahogan ciertas noticias, las desfiguran o las inventan y en vez de una censura inspirada, aunque cometa errores, en el bien común, crean tantas censuras solapadas y clandestinas, como intereses sectarios o grupos de presión económi­ca y política.

Los que presumen de anticolonialistas y al exigir la independencia y la autodeterminación de los pueblos subdesarrollados, pretenden uncirlos al yugo de una total dependencia económica.

Los que quisieron o toleraron la división de Berlín, de Alemania, de Corea y del Vietnam y se rasgan las vestiduras y atropellan el derecho por la división del Congo.

Los que facilitaron armas, brindaron aliento y proporcio­naron la mayor propaganda gratuita a Fidel Castro y se estremecen ante los horrores del sistema y, lo que es más grave, ante su enorme fuerza de contagio.

Los que mantienen relaciones diplomáticas con las naciones ocultas tras el telón de acero o el telón de “bambú” y pata­lean si otros gobiernos de la órbita occidental aspiran a seguir su ejemplo.

Los que juegan a mantener gobiernos liberales sin apoyo popular autentico y sin obra social entre las manos, a sabien­das de su enorme debilidad para oponerse al marxismo.

Los que ofrecen millones en concepto de ayuda generosa y abonan precios de hambre por la riqueza obtenida en los países a los cuales la ayuda se ofrece.

Los que predicaron los derechos del hombre y, sin embargo, le arrancan el derecho a la vida al impedir los movimientos migratorios, condenar al hambre a millones de ciudadanos y esti­mular sin preocupaciones morales el control de los nacimientos y el aborto (más de un millón y medio de abortos provocados en las clínicas oficiales del Japón en 1.960).

Los que hablan de democracia, de sufragio universal y de un hombre, un voto, y después condicionan el voto al pago de un impuesto para evitar el voto de los negros pobres o al conoci­miento del inglés para evitar el voto de los ciudadanos de raíz cultural distinta.

Les que exigen el respeto a las minorías y ahogan con hábil y paciente terquedad a las que existen dentro de las propias fronteras.

Los que mientras favorecen las llamadas reivindicaciones territoriales de otras naciones, mantienen con orgullo colonias inútiles en países soberanos.

Los que hacen del pacifismo y de la no violencia adagio y norma de conducta y usan la fuerza cuando así lo consideran oportuno.

Los que a un tiempo atropellan al débil y observan una actitud de cobarde respeto frente al vecino poderoso que los ofende.

Los que se dicen defensores ardientes del mundo occidental y abren, negociando a espaldas de Occidente, un portillo por el cual un rio de divisas occidentales contribuye a aumentar la fuerza del comunismo.

Los que nos ofrecen su amistad y a estas alturas y refiriéndose al descubrimiento de América se atreven a escribir con carácter oficial: “It was no accident that the voyages which led to the discovery of America were led by an Italian. Italian seamanship was supreme. The exploration of the Western Hemisphere was a direct result of the inquiring mind of 15th century Italy“, desco­nociendo y despreciando así la obra de España.

Los que eluden el vocablo Hispanoamérica y no estarían dis­puestos a consentir que se hablase de África latina.

Los que lisonjean al llamado catolicismo liberal y progresista y buscando su colaboración y ayuda “bajo el lema de comprensión, dialogo y caridad, acaban, cuando triunfan, persiguiendo y aniquilando a la Iglesia de Cristo.

Pero, nada es tan oculto que no se haya de manifestar, ni tan secreto que al fin no se sepa. (San Lucas XII, 2). En estos años hemos aprendido muchas cosas, tantas y tan graves que a nuestros hermanos podemos repetir aquello de Cristo: “guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía».

Discurso pronunciado en la concentración en Montejurra de 1964

Había pronunciado un discurso en esta misma concentración de Montejurra el año anterior; entre ambas, también intervino en otros actos públicos carlistas y de otros signos. Se estaba configurando como un nuevo y vigoroso leader de masas. La revista “Montejurra”, del mes de junio, antes de su discurso, que de ella vamos a copiar, pone la siguiente entradilla: «Éste es el interesante discurso de Blas Piñar, que no perteneciendo a la Comunión Tradicionalista, representa el pensamiento de una importante masa de opinión.» En este discurso leemos: «Yo, que no estoy sino en el vértice de confluencia del movimiento político español, en nombre de esa masa de opinión difusa, de españoles anónimos…». Era como oponer al plan carlista de atraer a sí a unos afines, su propio proyecto inverso de atraer él al Carlismo a su propio movimiento. En este discurso se encuentra ya la gran paradoja de toda su vida política: clamaba contra la Revolución que había roto el frente, y, a la vez, idolatraba a Franco, que era el cómplice o el vencido de la misma.

«Aquí estamos haciendo la auténtica unidad española, en torno a la Monarquía popular, social, católica y tradicional que vosotros defendisteis desde hace ciento treinta años y que no puede ser arrebatada por el Liberalismo»

Éste es el interesante discurso de Blas Piñar que, no perteneciendo a la Comunión Tradicionalista, representa el pensamiento de una importante masa de opinión.

«Carlistas, españoles, amigos:

Una vez más, en Montejurra y en Estella, nos reunimos los valientes y empecinados carlistas y los españoles que estamos en el punto de convergencia de las fuerzas políticas que dieron contenido ideológico y combatientes, doctrina y fuerza, junto al Ejército, a la Cruzada nacional.

Nos hemos reunido aquí, en el veinticinco aniversario de la victoria. Fijaos bien que no pongo el énfasis en los veinticinco años de paz, porque nuestra paz no es una paz burguesa, vegetativa, aséptica (aplausos), sino que es una paz enraizada en la victoria. El día primero de abril decía yo a los excombatientes vallisoletanos, y a los españoles que sienten de verdad los ideales de la Cruzada, que nosotros rechazamos esa paz oficial que se nos brinda con palomas que parecen de Picasso (aplausos) y cornúpetos para una fiesta de toros, porque nuestra paz y los veinticinco años de la victoria de un movimiento social, revolucionario y tradicionalista, como el nuestro, exigen carteles inmensos representando victorias aladas, sobre fondos blancos como el armiño, con grandes y rojas cruces de San Andrés, con yugos y flechas en las manos, y con soldados vigilantes que tengan en sus manos aquellas espadas bruñidas de que hablaba José Antonio, y que han sido olvidadas por algunos de los que fueron sus seguidores (gritos de ¡muy bien! y fuertes aplausos), montando incansables su guardia viril a las puertas sagradas de nuestra paz.

No hagáis caso a aquéllos que turbiamente tratan de romper esta sagrada unidad de los combatientes; esta sagrada unidad política de los españoles. Los que azuzaban a la Falange contra vosotros, ya no están con ella. Fueron los teóricos de la Falange, los poetas de la Falange, los intérpretes de la Falange (fuertes aplausos), que se pusieron todas las camisas y todos los gorros y todas las botas e iban a la cama con uniforme, pero que se quitaron todo y se desnudaron o cambiaron de traje, cuando otras brisas corrían por Europa. Hoy, la Falange auténtica, noble, revolucionaria y española, está aquí presente, con el alma (aplausos), porque sabe que todo lo otro era puro mimetismo. Aquí estamos haciendo la auténtica unidad española, en torno a la Monarquía popular, social, católica y tradicional que vosotros defendéis desde hace ciento treinta años y que no puede ser arrebatada por el Liberalismo (gritos de ¡muy bien1 y grandes aplausos).

Ha dicho el Ministro de Información y Turismo en un discurso reciente: “Hemos aprendido duras lecciones, hemos aprendido a sacrificarnos, para sacar al país del caos. Hubo una generación española, hace veinticinco años, que tuvo que arriesgarlo todo para salvarlo todo de una vez y para siempre. La paz no está en el ornamento exterior, sino en las pilastras y en los cimientos”. Pues bien, si nuestra paz está en las pilastras y en los cimientos, vamos a defender nuestros cimientos, no vayamos a consentir que los roa la polilla del enemigo (aplausos).

Porque, carlistas, españoles y amigos, ¿qué ha pasado en este año último, desde el pasado Montejurra a acá? ¿Es que acaso el enemigo no está agazapado, no está esperando el instante en que la tolerancia, la apertura o la falsa libertad le abra las puertas para arrebatarnos la paz y arrebatarnos con ella la victoria?

Nos decía el Teniente Coronel Sequeiros que ha habido un escrito de intelectuales o pseudo intelectuales con acusaciones graves, y una de dos: O esas acusaciones graves eran ciertas y aquéllos que cometieron el delito hubieran de ser castigados, o eran inciertas, al servicio del enemigo, y entonces los suscriptores debieron ser realmente y en justicia severamente amonestados.

Más aún, hemos visto también cómo se ha organizado en la Universidad de Madrid –esa Universidad por la que dieron sus vidas tantos estudiantes frente al comunismo, azotada hoy por los enemigos de la Cruzada, sobre todo por algunos Catedráticos– una semana de Renovación Universitaria (aplausos), en la que se autorizó que hablara un Profesor que a sí mismo se titula Presidente del Partido socialista español y hubo que suspenderla porque se estaba atacando al Movimiento y a la Iglesia ¡y aún se nos dice que la Universidad tiene que ser apolítica! Lo contrario, lo que se precisa es una Universidad que eduque políticamente en los ideales de nuestro Movimiento a la Juventud Universitaria española.

Nosotros estamos deseando y deseosos de que esta vigilancia de los cimientos de nuestra paz no sea un puro vocabulario, sino una realidad combativa y auténtica. Necesitamos, lo decía hace muy poco tiempo en Madrid en una Conferencia sobre Gibraltar, que no se arrebaten a la juventud las grandes banderas. Cuando la juventud universitaria de Madrid desfilaba por nuestras calles pidiendo la devolución de Gibraltar, la manifestación universitaria fue disuelta por la Policía. A partir de entonces, en vez de poner en manos de nuestra juventud una gran bandera, hemos dejado, torpes y estúpidos, que otros coloquen en sus manos pañuelos y banderitas (¡muy bien!).

Os digo más: que mientras una ley aprobada por las Cortes españolas exige a los funcionarios un juramento de fidelidad a los principios políticos del Movimiento, obtienen Cátedras quienes han estado en Munich y fueron desterrados (ovación) y se prende en los pechos de las gentes poco o nada adictas, a juzgar por sus conductas, las más honrosas condecoraciones que en su historia ha ido bordando España para los hombres de honor (gritos de ¡muy bien!).

Nosotros luchamos por la unidad de las tierras, por la unidad de los hombres de España y hemos visto con estupor cómo en esa españolísima región de Cataluña, aquí representada por los Requetés catalanes, por los del Tercio de Montserrat, entre otros, alguien, amparado por hábitos sagrados y saliendo al exterior, ha hecho declaraciones contra esta sagrada unidad de España, sin que ello tenga consecuencias. Debiéramos decir a éstos que salen al exterior y se esconden tras los muros sagrados: aprendan, como catalanes, a amar a España; la grandeza de España es la grandeza de Cataluña; aprended de esos sacerdotes catalanes, ejemplares y españolísimos, que se llamaron Sardá y Salvany, San Antonio María Claret, el Cardenal Gomá –con quien tiene contraída España una deuda de gratitud, que todavía no ha saldado– y Mosén Domingo y Sol, el catalán de Tortosa, cuyos restos yacen bajo la imagen hermosa y varonil del Ángel tutelar de España (fuertes aplausos).

Hemos luchado por la unidad de los hombres de España y por la unidad del hombre, por una unidad consigo mismo, con sus hermanos y con Dios y, por consiguiente, por la limpieza de nuestras costumbres familiares y sociales, y de pronto, por no sé qué plato de lentejas llegado del exterior, hemos abierto o estamos empezando abrir las puertas a la pornografía en el cine y en el teatro, para corromper a nuestro pueblo, que es lo que quiere el enemigo (aplausos).

Se discutía en el último Consejo Nacional entre dos grandes posiciones políticas que se definían así: de una parte el quietismo, el inmovilismo; y de otra parte, la evolución. Y yo pregunto: ¿Acaso debajo de estas fórmulas y de estas etiquetas, la lucha verdadera, el dilema, no está planteado entre la fidelidad a nuestros ideales, la fidelidad a nuestros muertos, o la liquidación, subasta y almoneda de la Cruzada? (gritos de ¡muy bien! y grandes aplausos).

En la vida política española, tomados del Evangelio, podríamos encontrar dos tipos de hombres. El tipo simbolizado por Pedro, que niega a Jesucristo, como los españoles que han negado un día a España, pero que después, cuando han visto a España destrozada por sus pecados, por sus durezas y por sus errores, han entrado en arrepentimiento, han llorado lágrimas de amargura y se han consagrado al servicio de la Patria, y los que, por el contrario, como Judas, reconociendo públicamente a España, con el nombre de España en los labios, con la constante preocupación por nuestro porvenir, la besan, con el peor de los besos, que es el beso de la traición, para después, cuando España se encuentre deshecha y destruida, colgarse como pecadores impenitentes, de cualquier encina de la comarca (aplausos).

No queremos dejar de traer aquí un pensamiento que, fijaros bien, está lejos, en cuanto a mí se refiere, de incidir en un problema político o dinástico. Hablo de la boda de vuestro Príncipe, de la boda de la Princesa Irene de Holanda (fuertes aplausos). Se nos habla hoy en España mucho de comprensión, de apertura, de tolerancia y de entendimiento con los enemigos. Pues bien, ¿qué ha ocurrido en Europa, en la Europa tolerante, cuando una Princesa pasa del protestantismo al catolicismo, cuando se casa con un Príncipe católico?, se la niega el pan y la sal, y la obliga un Gobierno, que se llama liberal… (le interrumpen los aplausos) …

Yo quisiera interpretar aquí el sentimiento de los españoles hidalgos, cualquiera que sea su ideología, y rendir a esta mujer extraordinaria, a la que yo no conozco en absoluto, un homenaje de admiración y de respeto, porque en ella vemos a la mujer fuerte de la Sagrada Escritura, que ha sabido, por ser fiel a su fe, romper con todo: con sus padres, con su pueblo, con su Gobierno y con su Patria (grandes aplausos).

Yo os diría que éste es el único y verdadero ecumenismo, el que ha sabido ejercer vuestro Príncipe: Convertir a Princesas protestantes a la única fe de Jesucristo (fuertes aplausos).

Si ella estuviera aquí, la diría: Yo, que no estoy sino en el vértice de confluencia del movimiento político español, en nombre de esa masa de opinión difusa, de españoles anónimos, que todavía conservan el sentimiento de hidalguía y del honor: Gracias, Señora, en nombre de España; gracias porque te has convertido; gracias porque has aprendido español y lo has hecho tu idioma de familia; gracias porque te has arrodillado sobre tierra de Holanda poniendo a tu lado tierra española (aplausos). Yo quisiera, Señora, que como regalo de este pueblo, de esta Monarquía popular, vuestros tulipanes solitarios y erectos de Holanda se transformaran en claveles rojos y reventones, heridos por el sol de España (aplausos que tapan el final del párrafo). Y más aún, yo pediría para vuestro matrimonio el mejor de los regalos: que Dios os bendiga con hijos, Señora, churumbeles, como aquí les llamamos, que sean como retoños de olivo alrededor de vuestra mesa.

No os importe que no haya habido Casas Reales, ligadas a la aristocracia, en vuestra boda. En ella estaban los mejores: La Emperatriz Zita, ejemplo de pundonor y fe; estaba el Pretendiente de Portugal; estaba el representante de Otto de Habsburgo, y estaba el pueblo de la monarquía del pueblo de España (fuertes aplausos).

Seamos leales a España. No os importe lo que diga la prensa internacional, que so pretexto de libertad está ahogando los sentimientos profundos de los pueblos de Europa. Lo mejor de la Europa cristiana, acogotada, perseguida, aherrojada por el comunismo y el liberalismo, tiene sus ojos puestos en España, espera mucho de España, que no nos entreguemos, que permanezcamos firmes. Para eso –yo, que soy un español anónimo–, he vuelto a Montejurra y a Estella, porque yo sé, y lo proclamo ante los españoles todos a los que de alguna manera lleguen estas palabras, que Estella y Montejurra son, en primer lugar, un baluarte de la resistencia, pero también un campamento para la reconquista en el que se siguen cantando los versos del Oriamendi: “Por Dios, por la Patria y el Rey lucharon nuestros padres” – “ Por Dios, por la Patria y el Rey lucharemos nosotros también”. Grandes aplausos acogen el final del discurso. El orador termina con los gritos de viva Franco y Arriba España».

Fuente | Presentación del discurso: Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español. 1939 – 1966. Tomo 26. 1964. Manuel de Santa Cruz. Páginas 145 – 146. | Montejurra, Número 41, Junio 1964, página 12.

Mística y política de la Hispanidad pronunciado el 19 de abril de 1969

«La Hispanidad es un vocablo de uso corriente entre nosotros, y hasta se atisban o vislumbran de un modo confuso, al pronunciarlo, algunas de las ideas que en el vocablo se esconden y contienen. Hoy, la Hispanidad circula como una moneda de valor y cuño conocidos.

Pero a nosotros, ahora y en este momento, nos incumbe algo más que recibir la moneda, examinarla superficialmente y dejarla correr en el mercado. Desaprovecharíamos con estúpida frivolidad esta ocasión que la Providencia nos depara si no intentáramos -con la impresión de riesgo que la aventura implica- retirarnos con esa moneda a nuestro estudio a fin de considerarla con atención y minuciosa simpatía, de repasar, despacio y con amor, las honduras y el perfil de sus relieves, de recitar con pausa sus orlas y leyendas y de extrañarnos en su hechura para conocer con detalle su ingrediente y la ley que norma y preside su íntima aleación.

¿Cómo y cuando se ha elaborado y construido la doctrina de la Hispanidad? ¿Cuáles son sus principios ideológicos? ¿Cuál es la empresa, el programa, el quehacer de la Hispanidad?

Porque, ciertamente, nosotros no hemos inventado la Hispanidad. Nos hemos limitado a bautizarla, a darle un nombre. Monseñor Zacarías de Vizcarra, Obispo Consiliario general de la Acción Católica Española, fue el feliz descubridor de la palabra. Y Ramiro de Maeztu, uno de sus teóricos y expositores, el que la propaga y vulgariza. Pero la Hispanidad estaba ahí. Nosotros no la hemos edificado ni constituido. Nos hemos limitado a declararla, a proclamarla, a quitar los velos que la cubrían.

Nos ha sucedido con la Hispanidad aquello que acontece con los astros y con los dogmas. No son nuevos, no nacen de la noche a la mañana. No se crean, ni se inventan cada día.

El astro esta en su sitio, girando en su órbita desconocida para nosotros, hasta que llega un instante en que la triple concurrencia de un observador agudo, de un tiempo bonancible y de un instrumento hábil señalan, con precisión y exactitud, la diáfana presencia de la antes ignorada criatura sideral.

El dogma, igualmente, está embebido, navegando en el tesoro de la Revelación tradicional y escrita, vagamente percibido, expuesto a los choques de la discusión y la disputa, hasta que, agudizada la perspectiva histórica y asistido por la infalibilidad prometida cuando se trata de los graves asuntos que atañen a la Fe, el Romano Pontífice declara la verdad que, so pena de herejía, deben aceptar y creer los hijos de la Iglesia.

Los mismos contradictores de la Hispanidad, los de dentro y los de fuera de nuestra dimensión geográfica, han contribuido, sin saberlo, a aclarar sus contornos. La reciedumbre y agresividad de sus ataques nos revelaba que había algo de peso que atacar, y como reacción y contraste, aquello que insultaban, menospreciaban y zaherían atrajo la curiosidad de muchos; al principio. con las precauciones y cautelas de algo que se reputa vergonzante y prohibido y, al fin, con el ímpetu, el entusiasmo y la generosidad de una causa que se estima grande y bella a la vez.

Fue así como una generación, luego conocida como la generación de la esperanza, pudo tener la sensación, espiritual y física, de que una entera y prolija comunidad humana había vivido en la plenitud de la Hispanidad. La Hispanidad comenzó a percibirse cuando, por paradoja, empezó a retirarse, cuando dejo de vitalizar el conjunto, y ello por la sencilla razón de que, al igual que el hombre, las colectividades tienen un sistema nervioso que acusa la incomodidad y la falta de salud.

Estamos en el camino de retorno, enfermos, si, pero con la ilusión rejuvenecida y alimentada por el tesoro de la experiencia. Esa experiencia, necesaria siempre, que cursa a los hombres y a las sociedades, que les da un cierto sentido para discernir y ponderar, nos ha revelado ahora, de un modo clarividente, que nuestro error, error grave y colectivo, no fue otro que asociar la quiebra del Imperio a la quiebra de la Hispanidad, es decir, de los principios ideológicos que la habían estructurado en el curso de tres siglos de amorosa convivencia.

No fuimos capaces de percibir que el Imperio -aquel Imperio sin imperialismo, como alguien ha estampado con letras de molde- era tan sólo una fórmula política, un expediente pasajero, contingente, susceptible de mudanza y de cambio, sin que por ello padeciera la Hispanidad.

La Hispanidad era lo permanente, el espíritu con fuerza y energía creadora y fecundante, capaz de corporeizarse, de hacerse visible y operar a través de esquemas distintos. Estimamos que al devenir insuficiente e inservible la fórmula, también lo sustantivo se encontraba en liquidación, y con infantil alegría emprendimos la subasta.

De otro lado, no supimos tampoco caracterizar y calificar el hecho doloroso de la separación. Creímos que las Provincias emancipadas hacían, con el gesto independiente, una manifestación tajante, definitiva y pública de repudio a la España materna y progenitora que, cubierta de luto, lloraba la incomprensión de sus hijas, cuando la realidad era que la España de comienzos del XIX era la hija mayor que había desfigurado su rostro, la “vieja y tahúr, zaragatera y triste” que dibujara Antonio Machado y que repelía a la más noble juventud de América. Las provincias españolas de América y de Asia, Hispanoamérica y Filipinas, repudiaron a esa España en metamorfosis que se había traicionado a sí misma, pero no repudiaron a la Hispanidad. Más aún, por ser fieles a la Hispanidad, por entender que la España de su tiempo no respondía a las exigencias ideológicas del mayorazgo, se hicieron independientes y soberanas. No fue la Enciclopedia, ni un afán de mimetismo -aunque todo ello tuviera su influjo-, lo que produjo el parto de veinte naciones en la configuración política del universo. Fue un proceso desintegrador, incubado y desarrollado exclusivamente de puertas para adentro, la lucha entre el absolutismo centralizador de la monarquía borbónica de signo francés y el régimen tradicional criollo de los Cabildos abiertos y de los Congresos generales; y aunque después el alejamiento de la Hispanidad se generalizara -que no fue vano el grito suicida de “¡Libertémonos de nuestros libertadores!”-, lo cierto es que la Independencia fue desgajamiento de España y afirmación de Hispanidad

La España oficial, el equipo dirigente de la Nación, había renegado de los valores que nos engendraron a la existencia histórica. Ya el 30 de marzo de 1751, el Marqués de la Ensenada escribía al embajador Figueroa: “Hemos sido unos piojosos llenos de vanidad y de ignorancia.”

De aquí, al análisis exacerbado y punzante de los hombres del XIX no había mas que un paso. Como escriben Areilza y Castiella en su magnífica obra Revindicaciones de España, la postración nacional, subsiguiente la Independencia y emancipación americana, se halla atravesada por un río caudaloso de hipercrítica afrancesada y liberal que se suma satisfecha a la tesis de la “leyenda negra”, que comparte, saboreándolos, los puntos de vista de nuestros enemigos y que asienta y consolida la tesis de la decadencia española como algo fatal e inherente a la Nación.

Cuando llega el año del desastre, cuando es preciso, ante la perdida de Cuba y Filipinas recoger la bandera y apretar los dientes, exclamando con versos del poeta Ramos Carrión:

“Hoy desmayada y triste con humildad se pliega amarilla de rabia y roja de vergüenza”, España se hunde en una atmósfera de hastío y de fatiga. Hay como un dolor amargo, como una temperatura alocada y febril que hace, en su delirio, bancarrota de valores . Todo se ha vuelto triste y feo. Se diagnostica, con nausea, de nuestra Historia y de nuestro presente. Para Unamuno, “los pueblos de habla española están carcomidos de pereza y de superficialidad”. Baroja asegura que América y el catolicismo son las dos trabas que habían entorpecido la grandeza de España. Costa propone que se cierre con dos llaves el sepulcro del Cid, y Cánovas, el restaurador, comentando, a su modo, la Constitución de 1876, afirma con sarcasmo y con burla que “son españoles… los que no pueden ser otra cosa”.

¿Cómo sorprendernos, pues, ante esta condenación brutal de nuestro pasado histórico, de aquellas generaciones hispanófobas y positivistas que subsiguen a los libertadores de América? ¿Cómo admirarnos de los insultos de Sarmiento y de la frase terrible del ecuatoriano Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo: “Vivimos en la ignorancia y en la miseria”? ¿Cómo extrañarnos de aquel grito: “¡Despañolización!”, que fórmula el chileno Francisco Bilbao, o del ímpetu soñador de Luis Alberto Sánchez, que quiere “hacerlo todo de nuevo, y todo sin España”?

Hoy, el transcurso del tiempo, la serenidad y la pausa de la investigación y el acontecer histórico nos permiten asignar a ese conjunto histérico y dramático de vejaciones y denuestos su alcance limitado.

Si en un principio los hombres que presentían la Hispanidad podían sentirse irritados e increpar a los enemigos como se increpa a Calibán, el monstruo shakesperiano: “te doy el don de la palabra y con ella me maldices”, en la hora presente os habéis dado cuenta, vosotros los hispanoamericanos, de que “hablar mal de los conquistadores -como ha dicho el uruguayo José Enrique Rodó- es hablar mal de vuestros abuelos, porque más tenéis vosotros de tales conquistadores que aquellos que permanecimos en la Península”; y nos hemos dado cuenta, nosotros los españoles -como escribe Ramiro de Maeztu-, que al fin y al cabo es preferible que nos insulte un hombre de Hispanoamérica a que nos adule Mr. Taft, porque cuando alguno de vosotros nos insulta, nos insulta porque nos quiere, porque, a despecho de sus palabras, le hierve la sangre española, le duele España y quisiera transfundirla y rehacerla a imagen y semejanza de su ideal.

¡Bienvenido sea el dolor si es causa de arrepentimiento! Porque hay un dolor que naufraga en la angustia y que termina en la tragedia suicida del nihilismo. Pero hay también un enfoque cristiano del dolor que nos refugia en la eternidad, que nos hace humildes, que nos purifica y eleva, que nos devuelve y retorna la voluntad de vencer, con un firme y definitivo propósito de la enmienda.

Nosotros no detestamos el dolor de los hombres que vivieron la amargura del desastre. Lo que repudiamos en algunos es el derrotero espiritual y político de su dolor, el ver tan solo “una España que muere y otra España que bosteza”, el no descubrir, como Rodó, la España niña, la España núbil que aguarda la hora propicia de enviar al mundo el mensaje nuevo de su eterna y vigorosa juventud.

Por eso, porque en mi Patria hubo una alegre y heroica juventud que creía en la España núbil, porque alguien dijo, frente al sarcasmo de Cánovas, que “ser español era una de las pocas cosas serias que se podía ser en el mundo”, porque no creímos en la decadencia que es fruto de una enfermedad interna, sino en la derrota por imperios rivales; porque entendimos que es estúpido dar la razón a los vencedores por el hecho simple de su victoria; porque hay una diferencia clara entre los vencidos después de la lucha y los cobardes que de la lucha desertan, nos pusimos en pie dispuestos a romper para siempre las dos grandes losas que angustiaban la vida de la Nación: por abajo, la losa de la injusticia social, y por arriba, la falta de un sano y auténtico patriotismo. Aspiramos a empalmar el ayer con el mañana, a fundir lo social y lo nacional bajo las exigencias religiosas, y a aupar a España buscando su esencia y su quehacer histórico, porque, como reza un himno: “del fondo del pasado nace mi revolución”.

Mas no creáis que aquella etapa de la amargura y del cansancio se presenta tan oscura y sombría. Un instinto casi irracional pugnaba por abrirse paso en una atmósfera saturada de reservas. A su conjuro, las naciones de nuestra común estirpe se sabían hermanas, compañeras de un destino unánime, personajes de igual categoría en una empresa universal y humana.

En la vía próxima de la auscultación, acercando el oído al aliento popular, estaba claro que una misma lengua permitía comunicarse y entenderse a los hombres que vivían del norte al sur y del este al oeste de aquella dilatada vastedad. Andrés Bello, el insigne venezolano, entiende que frente a todo separatismo lingüístico, “esta unidad de lengua hay que conservarla celosamente, como el vinculo inmortal de España con las naciones de América que de España descienden, como un medio providencial de comunicación y un vinculo fraterno entre las naciones de origen hispano”. Por esta razón, Andrés Bello, al escribir su Gramática castellana para americanos, emula la misión de Antonio de Nebrija y, siguiendo su pauta, el argentino Amado Alonso, el venezolano Rafael María Baralt y los colombianos José Eusebio Caro, Rufino José Cuervo y Mario Fidel Suárez, con plenitud de facultad y de derechos, legislan acerca de nuestro idioma. José Martí, artífice de la independencia cubana, escribe sin ambages: “Buena lengua nos dio España”, agregando: “Quien quiera oír Tirsos y Argensolas ni en Valladolid mismo los busque…, búsquelos entre las mozas apuestas y los mancebos humildes de la América del Centro, donde aún se llama galán a un hombre hermoso, o en Caracas, donde a las contribuciones dicen pechos, o en Méjico altivo, donde al trabajar llaman, como Moreto, hacer la lucha”. Y es que, de una parte, mientras mas se estudia el habla criollo, tanto más se convence uno de que muchas voces y giros que en América se estiman de origen guaraní, quechua o araucano son genuinamente españolas, y, de otra, que siendo patrimonio común el castellano, un giro que nace en Castilla no tiene más razones para prevalecer e imponerse que otro nacido en Lima o en Tegucigalpa.

Se produce así un fenómeno de intercambio y ósmosis. Rubén Darío y Valle Inclán popularizan entre nosotros los llamados americanismos. Se fundan, en pleno siglo XIX, las Academias americanas de la Lengua correspondientes de la Española, y en el II Congreso de las mismas, celebrado en Madrid en el año 1956, se reafirma la unidad del lenguaje y, como una prueba de tolerancia y de abertura, se reconoce, admite y legitima el “seseo”.

Ese examen de lo auténticamente popular, por encima de la extravagancia y desentrenamiento de las clases mas cultas, pone de relieve el origen peninsular del folklore de Hispanoamérica. Como dice Joaquín Rodrigo, la primera música que llega al Nuevo Mundo es la música popular española: los sones de guitarra, las coplas y los bailes del pueblo; y es esta música la que, al entrar en colisión con la música aborigen, la desaloja en parte de los oídos y de la memoria y en parte se mezcla y se funde con ella. De este modo, la ranchera de Méjico, el merengue de Santo Domingo, el son-chapín de Guatemala, el punto guanasteco de Costa Rica, el joropo de Venezuela, el bambuco de Colombia, la marinera del Perú, la cueca de Chile, la samba argentina, el yaraví de Bolivia y la guarania del Paraguay, responden a una temática común de ritmo y de armonía y denuncian el aire familiar hispánico. No hay en ellos, como escribe Barreda Laos, ni estridencias ni saltos acrobáticos; hay suavidad y dulzura de abandono. Hispanoamérica, cuando se aparta del snobismo de la moda y baila con su propio sentido, busca la gracia leve del arte y no el automatismo mecánico de los pies; se entrega a la melodía del alma y huye del ruidoso estrépito del “jazz”.

En uno y otro lado se conservan, al través del tiempo, las mismas canciones populares. Pedro Massa, argentino, escucha emocionado, a la altura de Baeza, una seguidilla familiar en su patria:

“Me enamoré -jugando-
de una María;
cuando quise olvidarla
ya no podía.”

Y en Santiago del Estero aún se escuchan coplas del cancionero medieval de España:

“Las estrellas del cielo
son ciento doce;
con las dos de tu cara,
ciento catorce.”

¡Cómo admirarnos, pues, de la influencia de Albéniz en los músicos criollos y de la acogida fraterna en la península de vuestras canciones, que repiten sin cansancio de los oyentes las orquestas y los tríos musicales, y que se ponen de moda y se escuchan desde Madrid y Barcelona hasta los cortijos andaluces y los caseríos de Navarra! Es que existe un fondo lírico y musical común adentrado en la conciencia de los hombres hispánicos, los cuales, ante un ritmo concreto, levantan el espíritu, se contagian de alegría o de tristeza, esbozan una sonrisa de humor o empanan los ojos con lagrimas leves y furtivas.

En esa vida diaria y popular, lejos de las urbes abigarradas y cosmopolitas, se conserva profundo y enraizado el sentimiento hispánico de las nacientes soberanías. En los campos abiertos, en la pampa, en la sabana y en el llano sobre los corceles que arrancan su linaje de los caballos andaluces que sirvieron de cabalgadura a los hombres de la conquista, los vaqueros de Méjico, los guasos de Chile, los gauchos del Río de la Plata, los llaneros de Venezuela y los cow-boys de los Estados Unidos, contribuyen, con su anónimo cabalgar, a la extensión de las fronteras.

La estampa airosa del caballo sirve de trampolín para el recuerdo de la conquista. “después de Dios, debemos la victoria a los caballos” había escrito Bernal Díaz. “A la Jineta -asegura el Inca Garcilaso -se gaño mi patria”

Sin duda por ello, Santos Chocano canta la epopeya de los corceles andaluces:

“¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos y sus ancas
relucientes y sus cascos musicales.
¡No! No han sido los guerreros solamente
de corazas y penachos y tizonas y estandartes
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes.
Los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes.
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los nos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras y en los bosques y en los valles
Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!”

Todo aquello que sirve de talismán y de piedra de toque para que el alma del pueblo, sin engaño y sin artificio, se manifiesta y se desborda, trasluce de inmediato una misma conformación espiritual. Y así, el cine, ese espectáculo de masas, a pesar de la técnica y del respaldo económico de los que han convenido en llamarse países adelantados, no tiene eco y resonancia de taquilla, no desborda las salas de espectáculos, hasta que Cantinflas, Sandrini o José Luis Ozores no reproducen la comicidad de nuestros ambientes, hasta que Pedro Armendáriz o Pablito Calvo no representan en la pantalla todo el tramado de pasión y de ingenuidad de nuestros hombres, hasta que María Félix o Carmen Sevilla no dibujan, con su donaire y con su garbo, un modo especial de entender la belleza.

Este transfondo de unidad se palpa cuando lo “nuestro”, lo de “todos”, tiene que luchar y que enfrentarse con una circunstancia hostil o indiferente. Así, en Nueva York, todos los años se celebra el desfile de los “hispánicos”, cuyo contingente más numeroso, los emigrados de Puerto Rico, han hecho del castellano un idioma familiar en la urbe y obligatorio en las escuelas; y en Los Ángeles, donde los nietos de mejicanos continúan hablando su lengua de origen, y donde los “espaldas mojadas”, al rellenar los cuestionarios oficiales, ponen orgullosamente en la. casilla señalada para el país de procedencia, spanish, es decir, “hispánico”.

Hombres de nuestros países luchan y trabajan en los países ajenos como en el propio. Los reveses de la fortuna o de la política no impelen ni constriñen a una radical expatriación, porque, sobre unas fronteras artificiales, se repite y reproduce el ambiente de familia.

Hay fenómenos que, no obstante afectar de un modo directo e inmediato a una de las naciones que integran nuestro mundo, dan origen en todas ellas a una tensión unánime, profunda y general. La guerra de España, el justicialismo de Perón, el A. P. R. A. del Perú, los movimientos políticos de Belice y el fidelismo cubano son hechos palpables y suficientes que explican, sin aclaraciones ni comentarios, la realidad operante de esta conciencia colectiva de los pueblos hispánicos.

Esa conciencia colectiva está como traspasada e impregnada de una profunda religiosidad. Los avatares de la Independencia, la ausencia de clero y su falta de ejemplaridad en muchos casos, la instigación y la propaganda de las sectas, el Estado agnóstico o beligerante en la persecución y la escuela laica, no han sido capaces de arrancar el sentido católico romano de nuestros pueblos. Aunque es verdad, como alguien ha dicho, que son muchos los hispánicos que no acuden a las iglesias, la realidad es que, en su inmensa mayoría, en su unidad moral, viven en la Iglesia y se saben miembros de su mística corporeidad.

Por mucho que se haya intentado identificar a la Iglesia con la antigua Monarquía española, dando a entender que era patriótico luchar contra ambas, lo cierto es, como demuestra Hichard Patte, que la Independencia de las naciones hispanoamericanas. nada tuvo que ver con la Iglesia como tal; no hubo entonces, durante las jornadas difíciles y turbulentas de la emancipación, ni un solo caso de anticlericalismo ni de hostilidad a la Iglesia, y el mismo Bolívar, en sus consejos, tantas veces, por cierto, desatendidos, dice textualmente: “Me permitiréis que mi último acto sea el recomendaros que protejáis la santa religión que profesamos y que es el manantial abundante de las bendiciones del cielo.”

Entre esas bendiciones, aquella que ha servido para mantener esa confirmación católica del Continente americano de origen español, ha sido, sin temor a dudas, la devoción a la Virgen. Bajo el signo de María se descubre América. La jornada memorable del descubrimiento estaba ya bajo el dulce y amoroso patrocinio de la Señora y como si ello no fuera bastante la misma Señora alzó en aquella mañana todo un mundo nuevo arrancado de las tinieblas de lo desconocido, pare elevarlo aún más alto en el trono de su reinado maternal.

Bajo el signo de María se fundan las ciudades como La Paz, La asunción o Nuestra Señora del Buen Aire, se bautizan ríos y ensenadas, se erigen escuelas y universidades, y en la roca del Tepeyac se aparece nuestra Madre al indio Juan Diego, se dibuja y reproduce en su tilma y, como queriendo refrendar desde la altura la Hispanidad naciente, le habla al indio en castellano e inunda su mantón, cuando el Obispo Zumarraga le exige las pruebas del prodigio, con un manojo fragante de rosas de Castilla.

María deviene así la Regina Hispaniarum Gentium El Gobierno independiente de Caracas jura defender; como lo habían hecho tantos municipios españoles, el privilegio de la Concepción Inmaculada de la Señora, y la Señora, bajo las bellas y emotivas advocaciones de Luján, del Carmen y la Aparecida, de la Caridad del Cobre, de la Alta Gracia, de Caacupé, de Copacabana, de Chiquinquira, de Coromoto, de Suyapa, , de la Merced, es proclamada Patrona Celestial de los países soberanos e independientes de Hispanoamérica.

Este fenómeno de la unidad, lleno de vida y palpitación, no podía por menos de conmover y subyugar a quienes en América hispana y Filipinas advenían a la cultura libres de prejuicios y con lealtad, valor e intrepidez bastantes pare hacer tabla rasa de los mismos. Ellos son los que integran esa generación de la esperanza a que antes aludíamos, una generación cuya perenne fidelidad nos asegura, para un futuro quizá próximo e inmediato, un trueque de rotulo y bandera. Porque la esperanza, como la fe, en frase de San Pablo, son virtudes para la dureza, la austeridad, la zozobra y la incertidumbre del camino, y siendo la caridad la virtud que permanece a la llegada, cuando la unión y la entrega se consuman, nos es lícito entender que a muchos de estos esforzados caballeros de la Hispanidad, entrevistos por la mirada soñadora de Maeztu cabrá en suerte la providencial tarea de tejer y edificar, con su amor y su talento, la continuidad de los pueblos hispánicos.

En esta línea de pensamiento, al proyectar sin celajes la mirada sobre el tremendo episodio de la conquista y del trasvase subsiguiente por España a los pueblos de América del tesoro envidiable de la cultura cristiana y occidental, que otros países europeos, por contraste, guardaron con celo para sí, se multiplican las frases, los párrafos, las estrofas, los libros de admiración, de agradecimiento y de sorpresa.

En Ecuador, Montalvo no vacila en decir: “¡España! Lo que hay de puro en nuestra sangre y de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti lo debemos. Yo, que adoro a Jesucristo y que hablo la lengua de Castilla, ¿cómo habría de aborrecerla?” Y Benjamín Carrión estampa sin miedo esta frase tan bella: “España, que nos hizo la visita de las carabelas, nos dejo la herencia de la cruz y la lengua, la lealtad, el honor y la aventura”. Y José Rumazo, el poeta de hoy, escribe: “Recordada en la sangre, España mía.”

“Renegar de España, el punto de partida -escribe el argentino Manuel Ugarte- , es edificar en el viento”. “España -dice el también argentino Julio Soler Miralles- nos ha dado la concepción del hombre cabal. Por ello y porque nos ha dado aquello que vale más que la vida, que es el estilo y la fe, que Dios la bendiga.” Y hasta el propio Juan Domingo Perón, hubo de afirmar: “Si la América española olvidara la tradición que enriquece su alma… y negara a España, quedaría instantáneamente baldía.”

“Si hemos de mantener alguna personalidad colectiva -argumenta el uruguayo José Enrique Rodó- necesitamos conocernos en el pasado, divisarlo por encima de nuestro suelto velamen y confesar la vinculación con el núcleo primero. Sólo así -concluye- tendremos conciencia de continuidad histórica, abolengo, solar y linaje en las tradiciones de la humanidad civilizada.”

“Hemos sido educados en la leyenda negra -grita con ademán airado el chileno Augusto Fontaine Aldunate- cuando nos son precisas y con urgencia lecciones de hispanidad, es decir, de un modo noble y señorial de ser y de comportarse como hombre.”

«¿Por qué se oculta en las historias oficiales de mi país -nos dice el mejicano Alberto Escalona Ramos- que durante los siglos virreinales Méjico era la capital de un mundo que se alargaba desde Honduras. al Canadá?» «¿Es qué acaso se quiere -como protesta Vasconcelos con su indignación justificada- que reneguemos de un pasado grandioso, que liquidemos nuestra médula cristiana y española y nos transformemos y convirtamos en parias del espíritu?» «¿Es qué se olvida que tan sólo España es -como afirma don Alfonso Reyes- el camino de nuestra América?» «¿Es qué acaso España no es la Madre y -como asegura Porfirio Díaz- sigue siéndolo, porque las maternidades no prescriben?»

“Nosotros somos, amigos europeos -dice como en una arenga el nicaragüense José Coronel Urtecho-, la España americana” “España está en nosotros” -escribe su compatriota Ycaza Tijerino-. “Y nosotros -agrega el colombiano Eduardo Caballero Calderón- salvaremos la levadura española en los pueblos de Hispanoamérica, porque España es como una levadura sin la que el pan puede, desde luego, fabricarse, mas con el castigo casi bíblico de que ni la masa crece ni el pan se degusta.»

España está así como metida en el alma de Hispanoamérica, y son los versos, la expresión más alta y encendida de la belleza, los que se desbordan en rimas subyugantes.

En Méjico, Amado Nervo, en su poema “Águilas y leones”, escribe:

¡Oh España…!
Los pueblos hermanos que en ti fijos
tienen los grandes ojos, negros. soñadores,
te brindan sus estrellas, sus manos enlazadas,
sus vivos gorros frigios.
¡Somos de raza de águilas y de leones!
Tengamos esperanza.

Y en Guatemala, Manuel José Arce y Valladares, en “Los argonautas vuelven», dice:

Y una raza -india, núbil- desgarrada
en la violencia del primer encuentro;
y el abrazo de sangre del mestizo
como tierno maíz al sol granado.
La cruz proliferó las selvas vírgenes,
de sol de fe de España jamás puesto,
y mi sol tropical hinchó de zumos,
de oro y de glorias nuevas toda España.

Y en Panamá, Enrique Grenzier, grita:

¡Mentira! Tú no estás en decadencia,
noble, gloriosa, bendecida España.
No estás en decadencia como dicen,
estás en gestación cual la crisálida.

Y en Venezuela, Andrés Eloy Blanco, en su “Canto a España”, casi reza:

Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Occidente.
Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Colón,
frente al sol, las pupilas, contra el viento la frente,
y en la arena sin mancha, sepultado el talón.
Halla en España mimos y en América arrullos,
¡el mismo vuelo tiendan al porvenir las dos!
y el mundo estupendo verá las maravillas
de una raza que tiene por pedestal tres quillas
y crece como un árbol hacia el cielo, hacia Dios.

Y en Colombia, José Joaquín Ortiz, se expresa de este modo

El recuerdo de España
seguíamos doquiera.
Todo nos es común: su Dios, el nuestro,
la sangre que circula por sus venas
y el hermoso lenguaje;
sus artes, nuestras artes, la armonía
de sus cantos, la nuestra;
sus reveses,
nuestros también, y nuestras
las glorias de Bailén y de Pavía.

Y en Chile, Gabriela Mistral, en “Salutación”, amonesta:

“Y he dicho al descartado que destiñe lo nuestro que en español es más profundo el Padrenuestro. Soy vuestra y ardo dentro la España apasionada como el diente en el rojo millón de la granada. Os fue dada por Dios una virtud tremenda: el ganar el botín y abandonar la tienda; perder supieron sólo España y Jesucristo, y el mundo todavía no aprende lo que ha visto.”

Y en Argentina, Ignacio B. Anzoátegui, en , proclama:

Presencia
del cielo de España
que puso una cruz en el cielo,
para que la ausencia
tuviera un poco de España y de anhelo.
Y en Paraguay, José Antonio Bilbao, se emociona:
Tú, madre España, patria antigua, gozas
tu piel de mar a mar bien extendida
-camino de tu sangre y de tus rosas-
estás con sangre a nuestra piel cosida.

En Filipinas, Manuel Bernabé, canta:

Filipinas, la Virgen marinera
salta de una ribera a otra ribera
montante en trampolín de nipa y caña,
y os trae, como regalos del Oriente,
los dos soles que bailan en su frente:
la fe de Cristo y el amor a España.

Y Claro Mayo Recto, en Elogio del Castellano, nos arenga:

No en vano por tres siglos tus ejércitos
han levantado en mi solar sus tiendas,
y vieron el prodigio de mis lagos
y de mis bellas noches el poema;
no en vano en nuestras almas imprimiste
de tus virtudes la radiosa estela
y gallardos enjoyan tus rosales
plenos de aroma las nativas sendas.
No morirás en este suelo
que ilumina tu luz; quien lo pretenda
ignora que el castillo de mi raza
es de bloques que dieron tus canteras.

Pero no basta con este cambio de mente. Era preciso que un soplo de primavera llegara hasta nosotros e hiciera florecer en nuestro invierno helado las flores fraternales de una misma esperanza. Fue Rubén, el poeta de los cisnes, las princesas y las crisálidas el que nos trajo el mensaje de las ínclitas razas ubérrimas, el que infundió, al brindarnos la estupenda y melodiosa, energías nuevas para deshacer la farándula deambulante y perezosa de la vida nacional y convertirla en una empresa dinámica, tensa y contagiosa:

“¿Quién será el pusilánime
que al vigor español niegue músculo
que al alma española
juzgase artera, ciega y tullida?
Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos,
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente.
Juntas las testas ancianas ceñidas de lincos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora.
¡Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros.
Inclitas razas ubérrimas, sangre de Hispana fecunda!”

Ganivet, en su Ideario español, ya había escrito: “Noli foras ire: in interiori Hispaniae habitat veritas.” Pero es Ramiro de Maeztu, el convertido, el que había anhelado ir “hacia la otra España”, el que escribe, sembrando la fe: “La obra de España, lejos de ser ruina y polvo, es una fabrica a medio hacer, como la Sagrada Familia de Barcelona o la Almudena de Madrid o, si se quiere, una flecha caída a mitad del camino que espera el brazo que la recoja y lance al blanco, o una sinfonía interrumpida que esta pidiendo los músicos que sepan continuarla.”

“El ideal hispánico esta en pie y, por mucho que se haga por olvidarlo, mientras lleven nombres españoles la mitad de las sierras del globo, la idea nuestra seguirá saltando de los libros de la mística a las paginas graves y solemnes de la historia universal.”

Este bagaje ideológico y emotivo movilizo a los nuevos alarifes, a los músicos noveles, a los guerreros barbilampiños a continuar la obra interrumpida, la sinfonía inacabada, a encorvarse hasta el suelo, a tomar la flecha y acerarla con precisión pare abrirse camino en la fronda y en la maraña de los errores, de las calumnias y las desidias.

Ahí estaban las más recientes interpretaciones de la América española, que era preciso examinar con agudeza y desenmascarar con denuedo.

En primer lugar, la que estima el paso de. España como algo advenedizo y extraño que se yuxtapone a la población autóctona y que es preciso sacudir y expulsar con objeto de que aquellas espléndidas civilizaciones vernáculas recobren su vigor y su grandeza primitivos. La América española es una creación artificial, lo que cuenta es Indoamérica, e indigenismo se llama la doctrina redentora que es necesario predicar frente a la opresión de la conquista.

Se utilizan los tópicos conocidos, se montan leyendas con hecatombes de indios pacíficos e inocentes y de tal modo se exagera la nota de brutalidad de los españoles, que Clemente Orozco, uno de los mas grandes pintores mejicanos, no ha podido por menos, criticando el indigenismo, que escribir estas paginas humorísticas: “La Conquista no debió haber sido como fue. En lugar de capitanes crueles y ambiciosos, España debió mandar una delegación numerosa de etnólogos, antropólogos, arqueólogos, ingenieros civiles, cirujanos, dentistas, veterinarios, médicos, maestros rurales, agrónomos, enfermeras de la Cruz Roja, filósofos, filólogos, biólogos, críticos de arte, pintores murales y eruditos en Historia. A1 llegar a Veracruz, desembarcar de las carabelas carros alegóricos enflorados y en uno de ellos Hernán Cortes y sus capitanes, llevando sendas canastillas de azucenas y gran cantidad de flores, confetis y serpentinas para el camino de Tlaxcala. Y después de rendir pleito homenaje al poderoso Moctezuma, establecer laboratorios de bacteriología, neurología, rayos X, luz ultravioleta, un departamento de asistencia pública, universidades, kindergartens, bibliotecas y bancos refaccionarios… Poner a Alvarado, a Ordaz, a Sandoval y demás varones fuertes de gendarmes, a cuidar las ruinas… Aprender ellos mismos los 782 idiomas diferentes que se hablaban. Respetar la religión indígena… Impulsar los sacrificios humanos, con departamento de engorde y maquinaria moderna para refrigerar y enlatar y sugerirle, muy respetuosamente, al gran Moctezuma que estableciera la democracia en el pueblo, pero conservando los privilegios de la aristocracia.”

Pero es que la construcción ideológica de Indoamérica es radicalmente falsa en su base y deletérea edemas, si de la misma se deducen sus naturales consecuencias.

Es falsa en su base porque, sin perjuicio de los abusos inherentes a toda empresa humana, la médula del quehacer español en América no fue otra que la expansión del Evangelio. La Conquista no fue encomendada a empresas comerciales, provistas de concesiones y privilegios, que asegurasen, en todo caso, rentas ajustadas a la Corona, ni fue tampoco el resultado de una huida de grupos disidentes que buscaban cobijo a su preciosa libertad. La empresa española fue una empresa del pueblo y del Estado, fieles, absolutamente fieles, a la convicción ortodoxa que pliega y subordina los intereses temporales al mas alto servicio de Dios y de las almas.

Por esto -y vuelvo a repetir que sin ocultar la existencia de pecados y pecadores-, cuando Alonso de Ojeda desembarca en las Antillas en 1509, no les dice a los indios que los descubridores pertenecen a una raza superior y distinta, sino que, animándoles, les enseña que “Dios Nuestro Señor, que es único y eterno, creo el cielo y la tierra y un hombre y una mujer de los cuales vosotros y yo, y todos los hombres que han sido y serán en el mundo, descendemos”. “Nuestros amigos los indios”, repetirán los Reyes de España, y para ellos, para que fueran respetados y amados como iguales, se dicta ese monumento de las Leyes. de Indias, que ahí está para gloria de los hispanos y vergüenza de los fariseos que han querido ocultar sus lacras vergonzantes lanzando manotadas de cieno sobre la estampa limpia de la verdad.

Pero la construcción ideológica de Indoamérica no solo es falsa en su base, sino que es absurda en sus resultados, sobre todo si entre ellos se aspira a buscar estímulos y resortes a la unidad de nuestros pueblos. En primer lugar, países como Argentina, Uruguay y Costa Rica, donde apenas si existen vestigios de la población autóctona, quedarían automáticamente separados del movimiento;. Por otro lado, habría que detener el mestizaje, que los auténticos indigenistas han de considerar como producto híbrido, como una yerba malsana que es necesario expulsar o destruir con tanto o con mas ahínco que aquellos cuyo color y contextura siguen representando la conquista. Finalmente, conseguidas las metas deseadas y repuesta la situación en el punto de partida, en el instante mismo en que las culturas aborígenes quedaron paralizadas, nos encontraríamos con el espectáculo desesperante de miles de tribus, ligadas tan solo por el vinculo lugareño, separadas por abismos de incomprensión y de idioma, sin conciencia histórica nacional, entregadas a practicas y costumbres primitivas y, en muchos casos, despóticas y sanguinarias.

La construcción ideológica de Indoamérica es inadmisible. Si hay algo en el indigenismo que merece beligerancia y que ha de recogerse con cariño y con amor es aquello que tiene de inquietud por mejorar el nivel de vida de los indios, en demasiadas ocasiones bajo, desolador e infrahumano; lo que tiene de afán por ir agregando a la cultura a las tribus en estado salvaje; lo que tiene de ambición por ofrecerles la posibilidad de ser, como ha escrito Lain, lo que fue en su época y con respecto a los hombres de su raza, el Inca Garcilaso.

Pero esto no es otra cosa que Cristianismo a secas, continuación de esa sinfonía inacabada que hemos llamado la Hispanidad. La que prolongan, ensanchan y continúan los misioneros en las auras avanzadas de los infieles; la que hace de lo español, como escribe el chileno Jaime Eyzaguirre, no un elemento más en el conglomerado étnico, sino el factor decisivo y aglutinante, con fuerza y genio capaz de atarlos a todos, de armonizar las lenguas dispares de Méjico y hacer de Chile, no ya el nombre de un valle, sino la denominación de una vasta y plena unidad territorial.

Si alguna vez hubo desprecio hacia los indios, no fue realmente durante la Colonia, sino en los años inmediatos y subsiguientes a la emancipación. Jamás fueron escuchados de labios peninsulares sentencias tan auras como esta de Sarmiento: “Los araucanos son indios asquerosos a quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos colgar ahora”; y jamas, durante la época colonial, se produjo la situación de Guatemala en 1870, cuando el Presidente Barrios anuló e incluso ordenó destruir los títulos de propiedad otorgados a los indios quiché por la Corona de España, aboliendo una situación legal avalada por siglos de existencia y deshaciendo, con daño del país, un orden económico que había traído la paz y la ventura a los indígenas.

Lo que hay de auténtico y de valioso en el indigenismo es patrimonio de la Hispanidad, en cuanto que la Hispanidad tiene un núcleo medular cristiano.

Ramiro de Maeztu, al enfrentarse con el problema “nativista”, como se llama en Brasil la doctrina que mantiene la postura indoamericana, ha escrito de modo admirable: “Cuando el azteca culto compare un día la gran promesa que significa la catedral de Méjico, con la miseria, la ignorancia y las supersticiones de muchos de sus hermanos, es muy posible que se le ocurra renegar de la promesa y declararse enemigo de la Iglesia católica. Pero también es muy posible que vislumbre que la obra de la Hispanidad no está sino iniciada, que consiste precisamente en sacar a los indios y a todos los pueblos de la miseria y de la crueldad, de la ignorancia y de las supersticiones. Y acaso entonces se le entre por el alma un relámpago de luz que le haga ver que su destino personal consiste en continuar la obra en la medida de sus fuerzas. A1 reflejo de esa chispa de luz, habrá surgido un caballero de la Hispanidad, que también podrá ser un duque castellano, o un estudiante de Salamanca, o un cura de nuestras aldeas, o un hacendado brasileño, un estanciero argentino, un negro de Cuba, un indio de Méjico o Perú, un tagalo de Luzón o un mestizo de cualquier país de América, así como una monja o una mujer intrépida, porque si un ideal produce caballeros, también han de nacerle damas que le sirvan.”.

Pues bien, si la construcción doctrinal de Indoamérica es inadmisible, no lo es menos la que, volviendo los ojos hacia el norte, defiende la postura panamericana y hace santo y seña de lo que Rodó ha llamado la “nordomanía” y que se conoce con el nombre de panamericanismo. El panamericanismo cuenta con una declaración publica, oficial y solemne en la doctrina de Monroe y con una formulación literaria, hecha desde un campo opuesto, en el mensaje a la América hispana, de Waldo Frank.

El atento examen de las fuentes mencionadas, pone de manifiesto que el panamericanismo parte de dos principios que considera incontrovertibles: que la concepción católica e hispánica es una concepción medieval fracasada y superada en la historia, que la concepción sajona y protestante constituye el nervio del porvenir. Por ello, el panamericanismo pretende la aglutinación de América y la unificación política y cultural del Continente, con arreglo a las normas e instituciones del pueblo norteamericano.

Con dicho fin, se han seguido los sistemas del “big stik” y de la ayuda económica y técnica, y se ha pasado del terreno puramente especulativo al terreno institucional, mediante la creación y perfeccionamiento de la Organización de los Estados Americanos.

En virtud de la política del “big stik”, el balance para las naciones de origen español en América ha sido tan satisfactorio como el siguiente: Los Tratados de Guadalupe, que arrancan a Méjico e incorporan a la Unión los estados de Texas, Nuevo México, Arizona y California, es decir, la mitad del territorio patrio; Nicaragua y Costa Rica ven hollados sus puertos y aldeas, en 1853 por las tropas de Guillermo Walker, derrotadas, al fin en Santa Marta. Cuba y Santo Domingo son ocupadas por el ejercito yanqui, quedando intervenida la aduana; Panamá se transforma en república independiente, y los Estados Unidos adquieren la zona del Canal como una concesión perpetua, que viene a ser algo así como el precio que la joven nación americana tiene que abonar para obtener su anhelada soberanía.

De la política del “big stik” , el panamericanismo pasa a la ayuda económica y técnica, que va poniendo en manos de las grandes empresas de los Estados Unidos la enorme riqueza potencial de los países de Hispanoamérica y con carácter sucesivo, se han aplicado a: los bananos, el azúcar, el petróleo, las industrias extractivas, los nudos y sistemas de comunicación y de transporte. No se trata de préstamos a largo plazo para crear riqueza nacional, sino de inversiones absorbentes del patrimonio que monopolizan fuerzas económicas tan hábiles y potentes que, a despecho de las fórmulas, tienen en sus manos la orientación social y política de los partidos y de los gobiernos. La fijación de los precios topes a las material primas y la libertad de precio para los artículos manufacturados, hace deficitaria la balanza de pagos de muchos países de Hispanoamérica, clientes únicos en el doble juego de la importación y de la exportación de los Estados Unidos.

Pero, como antes apuntábamos, el panamericanismo no se ha limitado a una formulación doctrinal y a un aprovechamiento de las distintas coyunturas para adentrarse en Hispanoamérica. El panamericanismo ha cuajado, además, institucionalmente, en la Organización de los Estados Americanos, cuyo punto de partida corresponde al año 1890, en Washington, y cuya culminación se produce al firmarse, en abril de 1948, la Carta de Bogotá. Durante este lapso relativamente corto de tiempo, el panamericanismo ha dado sus frutos y las naciones americanas de origen español han visto mediatizada, manejada y dirigida desde fuera su política internacional, puesta al servicio de intereses distintos y a veces opuestos a los suyos.

En efecto, como escribe Mario Amadeo, en ningún caso el mecanismo de seguridad colectiva o de coordinación que prevén los acuerdos suscritos por los estados integrantes de la Organización, se ha puesto en marcha para defender puntos de vista que no son precisamente los de los Estados Unidos. Cuando los Estados Unidos eran neutrales en la segunda guerra mundial, la reunión de consulta de Panamá proclamó la neutralidad más estricta. Cuando los Estados Unidos comenzaron a aproximarse a la guerra, la reunión de consulta de La Habana declaró la solidaridad ante la amenaza exterior. Cuando los Estados Unidos entraron en la guerra, la reunión de Río de Janeiro recomendó declarar la guerra. Cuando los Estados Unidos empezaron a tener dificultades con Rusia, la Conferencia de Bogotá señaló el peligro de la infiltración comunista.

El panamericanismo ha despertado así una atmósfera de recelo y de resentimiento cada día más agudizado, estimándose, como dice Ycaza Tijerino, que Norteamérica no puede imponer, ni siquiera con el pretexto de la amenaza comunista, a la Organización de los Estados Americanos, al Continente y a las Repúblicas hispanoamericanas, su propio estilo de vida, sus preocupaciones políticas y sus concepciones para la realización ideológica de su destino.

La hora del momento es lo suficientemente trágica y decisiva para que soslayemos el problema bajo la excusa de la amistad. Precisamente porque nos damos cuenta del papel protagonista que los Estados Unidos desempeñan en la historia del momento y de la responsabilidad cósmica que la Providencia ha querido encomendarle, tenemos la obligación de apuntar los errores que, a la larga o a la corta, pueden redundar en su perjuicio y en perjuicio de la Humanidad.

Tarea de amigos, de amigos sinceros, es la de señalar los fallos, no para recrearse cuando los mismos se cometen, sino para avivar el punto de mira y evitarlos y prevenirlos en el futuro..

Pues bien, constituye un error tremendo y lamentable identificar con los intereses de los Estados Unidos la lucha contra el sistema comunista, de tal manera que cualquier movimiento político, cualquier reivindicación social, cualquier orientación de las corrientes comerciales que se oponga a sus programas deba estimarse que favorece al comunismo.

En primer lugar, los Estados Unidos no han sido siempre los campeones de la lucha anticomunista, ni son, desde luego, los más ejemplares. Durante la segunda guerra mundial, los Estados Unidos fueron aliados de la U.R.S.S., y a la U.R.S.S. entregaron una gran parte de Europa. En Asia cometieron la terrible torpeza de abandonar al ejercito nacionalista chino, dejando a merced de la “democracia popular” una inmensa área de territorio y más de seiscientos millones de almas. Y hoy en día, los Estados Unidos protege y ayudan, militar y económicamente, a Yugoslavia, que vive bajo la dictadura del mariscal Tito, en régimen comunista, aunque este régimen, por circunstancias más bien de tipo personal, no se halle de acuerdo con Moscú.

Yo no voy a entrar en las razones de peso que justifican este proceder de los Estados Unidos; pero quiero afirmar, de un modo rotundo, que pueden existir otras líneas de conducta de signo anticomunista mucho más tajantes y enérgicas, como lo es, a no dudarlo, la que ha seguido y viene manteniendo la política española.

Frente a un anticomunismo de coyuntura, puede existir y de hecho existe un anticomunismo sustancial, fruto de una postura radical y esencialmente hispánica.

Realizar en los países hispánicos una política que menoscabe su personalidad, tolerar o admitir que los pastores protestantes disuelvan nuestra fe, anular el ímpetu y el coraje de los movimientos nacionalistas que pretenden la consolidación política y la superación económica de nuestros pueblos, equivale a seguir una política miope, dando a entender como, sin duda, lo entienden los grupos comunistas, ortodoxos o disidentes -y ahí esta el libro de Jorge Abelardo Ramos como prueba-, que determinadas exigencias de Justicia, irrebatibles o inexorables, pueden conseguirse solamente, únicamente, adoptando una postura opuesta y refractaria a los Estados Unidos.

El panamericanismo es, por consiguiente, rechazable. Implica una desviación de nuestro sentido histórico que desconoce y ahoga la personalidad cultural y política de Hispanoamérica.

No quiere decir ello, claro es, que no sea posible aunar los esfuerzos y establecer, en el esquema mismo de la Organización de Estados Americanos, una atmósfera de convivencia fraterna. Mas para ello es preciso que, de buena gana, lealmente, con hidalga caballerosidad se reconozcan y rectifiquen los errores cometidos, se tracen las coordenadas de una actuación sincera y, sobre todo, exista un equilibrio de poder, de tal modo que no haya, como al presente -y según apunta Humberto Pasquini Usandivaras- algo así como unas acciones preferentes y de voto plural, privilegiadas y de soberanía, en la caja fuerte de los Estados Unidos y otras acciones vulgares, ordinarias, que aseguran un puesto en la Asamblea para hacer bulto y contribuir a la farsa y que están en manos de las naciones de Hispanoamérica.

Pero si son falsas e inadmisibles, como acabamos de demostrar, las construcciones doctrinales del indigenismo y del panamericanismo, no lo es menos la tesis, más hábil, enguantada y sutil que, partiendo de una supuesta filiación espiritual, minoriza la aportación española a la creación de las naciones de Hispanoamérica y habla con desenvoltura y desparpajo de América Latina.

No solo se ha intentado, por toda clase de medios, arrancar a España la gloria del Descubrimiento de América, acotando y aislando la figura del Almirante para centrar las ofrendas y las conmemoraciones en torno al llamado “Día de Colon”, sino que, además, y por añadidura, quiere desconocerse el esfuerzo, el tesón y la energía de más de trescientos años de entrega y sacrificio. Con tal fin, se inventó la frase, hoy vulgar y generalizada, de la América Latina, que muchos de vosotros y de nosotros repetimos haciendo el juego a quienes con interés y con falacia la han puesto en circulación, la han impuesto en las organizaciones oficiales y la han vulgarizado a través de sus medios poderosos de difusión y propaganda.

De acuerdo con su tesis, la noción de Hispanoamérica es incomprensible, porque en la constitución espiritual de las naciones oriundas de España, han intervenido tanto o más que los valores españoles, los italianos y los franceses.

No es posible negar que los valores franceses e italianos, como los alemanes, los ingleses o los eslavos, han producido un acrecentamiento del panorama cultural de los países de Hispanoamérica, pero negamos de una manera categórica que tales valores hayan influido en la constitución de aquellas naciones.

Si éstas -escribe el chileno Oswaldo Lira- son cada una de ellas, las mismas esencialmente que en los momentos de la Independencia -cosa que ningún patriota puede poner en duda sin renegar de sí mismo-, es necesario admitir que la afluencia de valores extranjeros no pudo tener otro alcance que el de un prodigioso enriquecimiento adjetivo del espíritu nacional.

Los valores europeos llegaron y sus posibilidades de influjo y asimilación se debieron a que, como afirma el peruano Alberto Wagner de Reina las naciones americanas de origen español habían recibido la cultura de España. Fue esta cultura, forjada al amparo de la cruz y de las cinco declinaciones latinas la que, al convertirse en columna medular de dichas naciones, las hizo capaces de aprender y asimilar las otras culturas occidentales.

El argumento de la América Latina se vuelve así en contra de sus defensores. Si en ella hay algo que no sea estrictamente peninsular, algo del espíritu francés, del italiano, del inglés o del germánico, se debe a España, que no dudo en transferir sin reservas el tesoro de su idioma y de su bagaje intelectual.

Hoy, esta verdad, clara y tajante, empieza a ser reconocida por hombres ajenos a nuestro ambiente, y así Jaques de Lauwe, en su obra L’Amérique Ibérique, escribe que la misma “constituye un mundo aparte y que es mentiroso el calificativo de Latina que se le atribuye”, y Waldo Frank, al que antes hacíamos referencia, escribe que “España esta más próxima a América que las corrientes complejas de París”.

Por tanto, si los términos Latinoamérica y América Latina sólo pretender con torpeza diluir el nombre español en fórmulas amplias y genéricas que den cabida y preponderancia -como apunta Jaime Eyzaguirre- a otras naciones, muy ilustres, pero que estuvieron ausentes en las etapas culminantes de la Conquista y de la Colonia, si dicha terminología supone, como escribe Lohman, una aberración conceptual, debemos con justicia exigir, en nombre de la historia, como pide Oswaldo Lira, y de los principios mas elementales de la filosofía de la cultura, que tales denominaciones son eliminadas y abolidas.

En los ambientes populares, incontaminados por los juegos del idioma, se palpa de inmediato lo artificioso de estas construcciones. “Vista desde Europa -dice Rodó-, -toda la América nuestra es una sola entidad que procede históricamente de España y que se expresa en idioma español.” Y apreciada desde dentro esta claro, como señala el argentino Enrique V. Corominas, que, no obstante la presión artificiosa de indigenistas, panamericanistas y latinoamericanistas, hay como una fuerza emocional y telúrica que vincula y ata a los pueblos de América en lo español y que los convierte en comunidades de ciudadanos hispanoamericanos.

Toda la argumentación desemboca, pues, en el lógico e indiscutible corolario de que la única denominación ajustada y, a la vez, comprensiva de las naciones americanas que se emanciparon de la Península, es precisamente la de Hispanoamérica o Iberoamérica, bajo la cual se comprende a la América española y a la portuguesa.

Ahora bien, si lo ibérico es algo así como la infraestructura, lo espontáneo, lo étnico y temperamental subyacente en lo español y portugués, y lo hispánico, en cambio, es la alta estructura, la determinación cultural y la forma histórica de lo español y de lo luso, resulta congruente que el vocablo más preciso es Hispanoamérica.

Almeida Garret confirma esta tesis al decir, con harta razón: “Somos hispanos e devemos chamar hispanos a cuantos habitamos a peninsula hispánica”. En el mismo sentido, Ricardo Jorge dice: “Chamese Hispana a peninsula, hispano, ao seu habitante ondequer que demore, hispanico ao que lhez diez respeito”. Y Miguel Torga, el poeta portugués de nuestro siglo, no vacila en decir que su patria “termina en los Pirineos”.

Por su parte, el escritor brasileño Gilberto Freire escribe que “Brasil es una nación doblemente hispánica, la nación más hispánica del mundo por el hecho feliz de haber tenido, a la vez, una formación española y portuguesa”.

Y es que hay algo entrañable que enlaza y complementa a los dos pueblos de la Península, cantados por Camoens en la época de su máxima extensión territorial con los versos hermosos:

“Del Tajo al Amazonas el portugués impera, de un polo al otro el castellano yoga y ambos extremos de la terrestre esfera dependen de Sevilla y de Lisboa.”

La tradición hispánica pertenece por igual a las dos. naciones peninsulares, como pertenece y forma parte del de Hispanoamérica. El secreto con la continuidad, en contribuir y en mantener y desarrollar este sentimiento de tradición, en darnos cuenta del fraterno quehacer que se nos brinda y comprender a fondo aquellas palabras de Menéndez y Pelayo, según las cuales los pueblos no pueden renunciar a la cultura que les es propia, sin mengua de la parte mas noble de su ser, sin comenzar una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil.

Tal es la tarea de nuestra generación y de nuestro tiempo: dar plenitud de vigencia al ser histórico de las naciones hispánicas. Cierto que son muchos los impacientes a los que ahoga y desespera la lentitud, que son muchos los que ambicionan una superación inmediata del estadio floral, pero también es cierto que, con independencia y aún a pesar de las disquisiciones líricas y de las evocaciones sentimentales, nuestra obra esta en marcha.

En un mundo industrial y mecanizado como el mundo moderno, la enorme empresa hispánica parece caminar con lentitud, con una engañosa impresión de retraso, más ello se debe, como apunta Coronel Urtecho, a que la misma no opera, en primer lugar, sobre la superficie de la tierra, modificando los aspectos aparentes de la civilización, sino que trabaja secretamente, como un fermento,

Un patrimonio cultural que consiste en rendir culto a un esfuerzo colectivo un sentimiento de tradición, en hacer que se nos brinda, en las profundidades oscuras de la vida del hombre, en la entraña insondable de las naciones, en el subsuelo de la cultura y en el humus fecundante del sentido católico de nuestros pueblos.

En este operar callado, hemos visto aparecer, limpia y recortada, la figura de Hispanoamérica, es decir, de un conjunto de naciones que, por encima y por debajo de su lozana diversidad, tienen el común apellido de hispánicas. Más al occidente de América, el archipiélago filipino, que los españoles descubrieron y civilizaron, constituye una nación de la misma raíz y estirpe. Por último, en Europa, Portugal y España, los dos países ibéricos, peninsulares y fundadores, son también, y por las razones señaladas, substantivamente hispánicos.

Es decir, que además de los hispanoamericanos, existen los hispanofilipinos y los hispanopeninsulares. Todos ellos gozan de la hispanofiliacion e integran, por consiguiente, la Hispanidad.

Pero la Hispanidad no es solo el conjunto de hombres que gozan de la hispanofiliación, ni el marco geográfico y político en que los mismos habitan Hispanidad es, sobre todo, como apunta Lain Entralgo, un modo de ser o, como nosotros indicábamos al comienzo, el conjunto de principios vitales que un día cuajaron en un cuerpo político y que hoy, por tener como nunca el más alto grado de vigencia histórica, pueden y deben operar y manifestarse de nuevo.

La diferencia en el modus operandi radica, con respecto al pasado, en que en la oportunidad presente, no es España (y Portugal con ella) la nación portadora de tales principios. Si las naciones peninsulares fueron entonces las que infundieron Hispanidad, ahora es el conjunto de pueblos en que la Hispanidad quedo trascendida, los que, de un modo solidario, han de incorporarse a la tarea. No es, por consiguiente, que Hispanoamérica, como han dicho Pablo Antonio Cuadra y Alfredo Sánchez Bella, comience en los Pirineos; es que la unidad de Hispanoamérica procede de España y luego la comprende con el nombre de Hispanidad. Lo hispánico no es, por consiguiente, lo español; la Hispanidad no fluye, en consecuencia, de la España del momento, sino que, partiendo de la España de entonces, mana a través de los pueblos hispánicos y nutre o deja nutrir la corriente del gran Amazonas de nuestro espíritu. La Hispanidad es como una llama que, encendida con la leña ancestral de los olmos, los robles y las encinas de la Península, prende y a la vez se nutre, vigoriza y alimenta -como con bella metáfora ha dicho el uruguayo Alejandro Gallinal -con las maderas y los troncos de vuestros montes y vuestras cordilleras vírgenes.

La España actual es una entre los pueblos hispánicos, tan hija de la España progenitora, como pueden serlo Ecuador o Venezuela. La Madre Patria de que hablan con tanto amor como respeto hispanoamericanos y filipinos, es también la madre de nuestra España, a la que solo corresponde, por razón de su mayorazgo, la custodia y no la propiedad de los viejos papeles de familia. El centro de gravedad de los pueblos hispánicos, su nivel, no esta aquí ni allá, en Europa, en América o en Oceanía, está en aquel grupo de hombres que representen, en cada instante, de un modo mas fiel, exacto y preciso, los ideales de la Hispanidad.

Por eso ha podido escribirse desde América que si España dejara de existir, tragada por el mar, o hiciera traición a sus propias esencias hispánicas, la Hispanidad realizaría su propia misión sin España, esforzándose como un primer objetivo en reconstituirla y en rehacerla.

Si la Hispanidad es, por consiguiente, un fluir de vida y exigencias, se equivocan aquellos que la reducen, empequeñecen y esterilizan, confundiéndola con una mera contemplación embobada y narcisista de España en los estratos históricos superados.

La Hispanidad, sin desentenderse del pasado, aspira a trascenderlo con una dinámica permanente, pensando en la España actual y concreta, con sus virtudes y defectos; en la nación filipina, enfrentada en una lucha heroica contra valores extraños a su plasma vital; en las naciones, grandes o chicas de América, pero orgullosas de su destino.

Bajo este punto de vista, la Hispanidad supone una auténtica revolución histórica. Es más que recuerdo, empresa; más que sentimiento, voluntad de fundación. En la Hispanidad ya estamos -escribe Mariano Picón Salas-; lo que nos hace falta es su actuación eficiente, crear -como arguye Sandro Tacconi- un orden hispánico nuevo; dar forma jurídica -como quiere Martín Artajo- al conjunto de naciones hispánicas.

Había, hasta la fecha, como una cierta timidez al llegar a este punto de las conclusiones. Expuesta la doctrina, se estancaba aquí, como temiendo que alguien se escandalizara ante el anuncio de un posible encuadramiento formal de la estirpe hispánica.

¿Acaso no sería todo ello una argucia, hábilmente tejida, por la España del momento que ideara para recobrar su pasada hegemonía? Más aún, ¿acaso no sería la Hispanidad si se llegaba a tales consecuencias, un artilugio para exportar de contrabando cierta mercancía política que puede no gustar o no ser apta para ciertos ambientes?

Pero hoy, tales reservas, han sido, afortunadamente, sujetadas. El esquema jurídico en que la Hispanidad cristalice no se encuentra a priori al servicio de ninguna hegemonía, sino al servicio perfecto y colectivo de la Comunidad.

De aquí que hoy se prolongue, sin rebozos, dar contenido plástico a la unión de nuestros pueblos y realizar de algún modo -como sea, dice Alfonso Junco – su unidad política. Aunque la Hispanidad postula una actitud frente a la vida y una forma de catolicismo y de cultura pretende, como señala Ycaza Tijerino, una finalidad política. Por eso, el que no tiene conciencia política no entiende del todo la Hispanidad.

Esta exigencia política de la Hispanidad ha sido y es irrenunciable y permanente. La idea de una comunidad de naciones hispánicas -escribe el uruguayo Carlos Lacalle – no ha surgido de pronto ni la han discurrido en torno de una mesa un grupo de doctrinarios, sino que ha sido elaborada desde el día siguiente a la emancipación.

El examen de los años subsiguientes a la Independencia pone de manifiesto dos cosas: de un lado, la nostalgia de la unidad perdida, y, de otro, el anhelo, siempre reiterado, de lograrla.

Sarmiento no vacila en exclamar: “hace veinte años, un habitante de las pampas de Colombia se abrazaba en medio del Continente con otro de las pampas de Buenos Aires, y ya no ha quedado ni un solo vínculo entre los Estados vecinos”, y Ugarte escribe “que no es posible regocijarse completamente de una emancipación que, multiplicando el desmigajamiento de los antiguos virreinatos en Repúblicas a menudo minúsculas e indefensas, ha venido a sembrar el porvenir de responsabilidades históricas”.

La profunda miseria moral de las medianías que hostigaban al genio de América -dice el ecuatoriano Ulpiano Navarro-, el caudillismo montaraz de algunos jefes de Venezuela, la intriga del subsuelo, roedora y terrible, de los libertarios de Bogotá, la ingratitud de los antiguos áulicos del virreinato de los Reyes, la envidia de los estadistas del Plata fueron parte a que nuestra América, después de la guerra de la Independencia, no se constituyese con la integridad de los territorios patrimoniales.

La Independencia ha significado la disgregación -subraya Mariano Picón Salas- por haber sido realizada traicionando el ideal de los auténticos libertadores. Por ello, si la enfermedad, como asegura D’Ors, se llama nacionalismo, la salud debe llamarse anfictionía.

Y fue, efectivamente, una confederación, una anfictionía, lo que hoy, con términos más exactos, conocemos con el nombre de Comunidad, lo que se busco incluso antes de que aparecieran los primeros conatos libertadores.

En esta línea, el célebre Francisco de Miranda imaginó, por los años 1785 y 1790, formar, una vez terminada la Independencia, un Imperio Americano que se extendiera desde el Mississipi hasta la Patagonia con un monarca incaico y sistema parlamentario a la inglesa, que evitara la anarquía en el orden político y la desmembración en el orden geográfico; la Infanta Carlota-Joaquina, hermana de Fernando VII y esposa de Juan VI de Portugal, ofreció desde el Brasil, a los diferentes virreyes y a las diversas Juntas de Defensa hispanoamericanas, una serie de ideas políticas renovadoras que tendían a salvar la unidad supranacional, amenazada peligrosamente por la invasión napoleónica de la Península. José Gregorio Argomedo propuso en Chile, el 18 de septiembre de 1810, un Congreso de todas las provincias de América que habría de celebrarse en el caso de ser derrotada España por los franceses; y el mejicano Lucas Alamán pidió en las Cortes de Cádiz una relativa independencia de las Colonias y una confederación de las mismas con España.

De los libertadores, sabido es como José de San Martín sacrificó su presencia en América al logro de la Unidad; O`Higgins, después de Maipu, abogó por ella, y en favor de ella se pronunciaron las Constituciones de la Independencia; e Iturbide suscribió el Tratado de Córdoba con el último virrey de Méjico, tratando de establecer una interdependencia jurídica entre la Nueva España y la Corona.

Por su parte, Simón Bolívar, antes y después de Boyaca y de Carabobo, levanto la bandera confederal, y el de septiembre de 1815 escribía: “Puesto que estas naciones tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, deben tener igualmente un solo Gobierno que confedere los diferentes Estados que hayan de formarse.”

Con absoluta fidelidad a esta idea, el Libertador como presidente de Colombia, y don Pedro Gual, como ministro de Asuntos Exteriores, facultaron a don Jaime Mosquera para la suscripción de tratados con los países fraternos, y así, después de penosas negociaciones, se firmaron, en 1822 con Perú, en 1823 con Méjico y en 1825 con Centroamérica. En el espíritu y en la letra de estos acuerdos aparece el deseo de constituir “una sociedad de naciones hermanas”, “un cuerpo anfictionico o Asamblea de plenipotenciarios que de impulso a los intereses comunes y dirima las discordias que puedan suscitarse entre pueblos que tienen unas mismas costumbres”.

Los acuerdos mencionados fueron el punto de partida del Congreso de Panamá y de Tacubaya de 1826. Bolívar, al convocarlo en 7 de diciembre de 1824, insiste en la necesidad de una “asamblea de plenipotenciarios que nos sirva de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel interpretación de los tratados. y de conciliación, en fin, de nuestras diferencias”.

El Congreso de Panamá, que terminó suscribiendo el 15 de junio de 1826 un “Tratado de unión, liga y confederación perpetuas entre las Repúblicas de Perú, Colombia, Centroamérica y Estados Unidos mejicanos”, vino a resultar inoperante no solo porque dicho acuerdo fue ratificado solo por Colombia, sino porque en 1830, la Gran Colombia, que había nacido en diciembre de 1819, se dividió en tres Estados independientes: la actual Colombia, Ecuador y Venezuela, y el 30 de mayo de 1838, el Congreso Federal de las Provincias Unidas de Centroamérica, que había surgido el 1 de julio de 1821, dejó en libertad a las mismas para constituirse como gustaren, naciendo los Estados de Honduras, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua.

Pero los esfuerzos comunitarios han proseguido sin desaliento, tratando de suturar las piezas desatadas. Y así, Ecuador, Colombia y Venezuela firmaron, el 29 de octubre de 1948, la Carta de Quito, en la que, reconociendo la existencia de los “vínculos especiales que unen entre sí a los Estados hispanoamericanos por su comunidad de origen y cultura”, den nacimiento a la Organización Económica Grancolombiana. Honduras, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua, con la conciencia de sentirse y saberse “partes disgregadas de una misma nación”, suscriben, el 14 de octubre de 1951, en San Salvador, la Carta fundacional de la Organización de Estados Centroamericanos. Y Chile y Argentina, el 8 de julio de 1953, firman un tratado por el que constituyen su Unión Económica.

A su vez, los países hispánicos de la Península, al calor de los embates de la última contienda universal constituyen el llamado “Bloque Ibérico”, confirmado después con las entrevistas de sus gobernantes y ampliando a colaboraciones y entendimientos que rebasan la esfera militar, como han puesto de relieve las conversaciones de Ciudad Rodrigo.

Es decir, que lenta y gradualmente, salvando prejuicios y distancias, se abre paso la empresa de comunidad inacabada en áreas regionales económica y geográficamente definidas, como un paso firme y seguro hacia la estructura mas amplia, completa y general.

En este aspecto, estimamos un error de enfoque el considerar, como lo han hecho algunos escritores hispanoamericanos, la declaración de Salta -obsesos por sus graves problemas de vecindad con los Estados Unidos-, que lo más importante y urgente es conseguir la integridad de Hispanoamérica y luego ofrecer un status especial a los países peninsulares, toda vez que la ubicación europea de los mismos les desplazan de aquella órbita continental.

Y decimos que esta corriente de opinión es equivocada porque la urgencia por atender y cubrir frentes determinados no puede oscurecer el enfoque del movimiento y la vastedad de la estructura.

La Hispanidad, modo de ser, conjunto de principios vitales, anima y federa una comunidad, a un puñado de pueblos que de ella se alimentan con el fin de realizar, a través de los instrumentos de ayuda y de trabajo que constituyen, su quehacer histórico.

Si en la hora prima de la fundación de la Comunidad estuviera ausente alguno de nuestros pueblos, se apreciaría al instante, en ese Amazonas del espíritu a que antes hacíamos referencia, no solo una falta de caudal, sino también la especia o ingrediente propio de una forma especifica de vivir la Hispanidad por el ausente.

Por otro lado, el destino de la Hispanidad es ecuménico y necesita realizarse en todas las latitudes. Habrá pues una hispanidad operante en Europa, en América y en Asia que adoptará, acomodándose a las necesidades del clima y a las coyunturas del momento, las formas de actuación que estime prudentes y acertadas.

Cada una de nuestras naciones, aisladas o desconfiante, devendría estéril y acabaría siendo anulada o absorbida. El ejemplo que nos ofrece la nación filipina, combatiendo a solas en el mar de la indiferencia, que ahora tan sólo comienza a transformarse en simpatía, pero que aún no ha llegado a cuajar en ayudas prácticas y concretas, es espectáculo y escándalo para todos y ejemplo bastante para no reducir y acotar nuestros puntos de mira.

El enfoque del movimiento hispánico y el conjunto de la estructura formal y jurídica en que el mismo se manifiesta, ha de reconocer como efectivo y operante el hecho de que en América constituimos, desde Méjico hasta la extremidad patagónica, como dice Federico García Godoy, “un gran todo sólidamente cohesionado” , y que en Europa los dos países hispánicos peninsulares, y en el Oriente Lejano la nación filipina están unidos por vínculos que nada ni nadie pueden desconocer o ignorar.

Estos vínculos hacen que la anhelada comunidad de naciones hispánicas sea mucho más hacedera de aquello que nosotros -encima de la menudencia y prolijidad de los hechos- nos figuramos.

Vivimos en la era de los grandes sujetos supranacionales. La Comunidad Británica, la Liga Árabe, las organizaciones de cooperación en Europa, la Agrupación Regional Soviética, la Seato, la misma Organización de Estados Americanos nos indican con claridad meridiana que ha llegado el momento de hacer efectiva esa homogeneidad de que hacemos gala, y superar las disputas entre naciones pequeñas que sólo redundan en beneficio de las grandes; de consumar la unidad antes de que otros la consoliden y antes, incluso, de que nos sea impuesta con un signo ideológico distinto.

Porque el problema no está en si esa unión de nuestros pueblos, esa comunidad que armonice lo diverso y variado ha de consumarse. o no, sino en si tal fenómeno ha de producirse como señala Mario Amadeo bajo el lema “Cristianismo y libertad” o bajo el lema de “Comunismo y tiranía”.

Vamos, pues, como dice el Padre Juan Ramón Sepich, a construir nuestro mundo según nuestro ser, a aunar a la “gran familia”, como añoraba el poeta uruguayo Alagarinos Cervantes, fundador de la “Revista española de ambos mundos”, y a llevar a termino su doble tarea, una que mire hacia dentro de la comunidad y otra que mira hacia fuera.

Desde el punto de vista interno, la Comunidad tiene que partir de un hecho evidente, a saber: que bajo su rubrica no solo se federan los Estados, sino que se aglutinan también los hombres de la Hispanidad. ¡Ojo Colmeiro observa con exactitud que “los hispánicos no llegan entre si a considerarse extranjeros”. Mariano Picor T Salas dice que “aún cuando empleen pabellones distintos, un chileno esta emocionalmente más cerca de un mejicano que un habitante de Australia de otro del Canadá”, y Calor Lacalle, avanzando aún más, estima “que es necesario fomentar la conciencia íntima de que el ser ciudadano de un país hispánico supone -con los derechos y deberes consiguientes- la afiliación a la Hispanidad”.

No es -como dijera Menéndez Pelayo, todavía perplejo por la incertidumbre de su época -que “gentes con un mismo origen, un mismo culto y un mismo idioma, pueden ser de distintas naciones, pero ante Dios forman una sola familia”; no se trata de crear simplemente una pura nacionalidad literaria común que haga ciudadanos de nuestro mundo, sin vinculaciones provinciales, a Agustín de Foxa, a Enrique Larreta, a Gabriela Mistral y a Juan de Ibarbourou; no se trata, en fin, de una imprecación unamunesca: “la sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria esta allí donde resuene”. Lo que se busca es la declaración y reconocimiento de la “común nacionalidad” que pide Barreda Laos, del hecho traslucido de que “somos parte de una misma nación”, como dice Gustavo Kosling; de abolir entre hispánicos las fronteras, que el escritor salvadoreño Viera Altamirano considera malditas, y proclamar la existencia de la unidad supranacional hispánica que propugna Ycaza Tijerino, y que Menéndez Pelayo, en la villa europea de la Hispanidad, conoce por “Hispania Mayor”, y José Enrique Rodó, desde la villa opuesta, denomina, con entusiasmo y con orgullo, “Magna Patria”.

En esta línea, el Congreso Hispano-Luso-Americano y Filipino de Derecho Internacional, celebrado en Madrid en el año 1951, estudió la ponencia de Federico Castro Bravo sobre “El problema de la doble nacionalidad”, recomendando la formación de un proyecto de ley uniforme y la concesión, por cada país, a los hispánicos de las otras naciones, de una condición jurídica especial que les separe de la rúbrica de extranjeros y les vaya gradualmente equiparando a los nacionales.

En España, la nueva Ley de 15 de julio de 1954, que ha derogado los artículos correspondientes del Código civil, admite la doble nacionalidad y, recogiendo las disposiciones especiales que se habían venido dictando, facilita la adquisición de la ciudadanía española a hispanoamericanos y filipinos.

Mas no basta, en el frente interior, con llegar, como sin duda llegaremos, a ser ciudadanos de la Hispanidad. Hace falta constituirnos en bloque cultural, económico y castrense.

El bloque cultural postula un libre intercambio y una circulación sin trabas aduaneras de libros y revistas; una depuración de nuestros textos escolares, arrancando de los mismos todo resabio de hostilidad y planteando en ellos el acontecer hispánico en un clima fraterno y de conjunto; un intercambio reciproco de profesores entre las facultades universitarias; un encuentro periódico de estudiantes, graduados, profesionales y artistas, como pretenden nuestros Colegios Mayores “Nuestra Señora de Guadalupe”, “Hernán Cortes” y “Junípero Serra”, y el propio Instituto de Cultura Hispánica, nacido en aquellas reuniones históricas celebradas en San Lorenzo de El Escorial en el verano de 1946; un especial interés por la pureza del idioma, apasionando en la tarea a periodistas y hombres de la radio; una validez universal de nuestros títulos académicos; una creciente unificación legislativa, que tiene su punto de arranque en un derecho histórico común y en una forma análoga de vivirlo y de aplicarlo; una sincera y eficaz colaboración en la esfera cinematográfica, y una agencia, en fin, de noticias, como aquella que propugna Fernando Mora, subdirector de Novedades, de Méjico, que transmita con fidelidad el latido diario de nuestro vivir, que evite el silencio de la noticia importante o su difusión con falta de espíritu constructivo de lo que, refiriéndose a otras agencias extrañas al mundo hispánico, se quejaba el colombiano Alberto Lleras, siendo secretario de la Organización de Estados Americanos.

En este orden, los esfuerzos de la Oficina de Educación Iberoamericana, cuyo III Congreso acaba de celebrarse en Santo Domingo, y los de la joven Asociación Iberoamericana de Periodistas, son un trampolín brindado y abierto a las mas anchas e ilusionadas ambiciones.

Y junto al bloque cultural, el bloque económico, cuyos postulados fundamentales han de ser los siguientes: la Hispanidad constituye un área económica y un mercado común. Sobre esta base, es preciso superar el estadio presente de coloniaje económico, salir del monocultivo (estaño en Bolivia, cobre y nitrato en Chile, petróleo en Venezuela, café en Colombia y Brasil, azúcar en Cuba y Santo Domingo, carne y lana en la Argentina y Uruguay), diversificando la producción; crear corrientes comerciales nuevas que eviten la tiranía de los monopolios, especializar la mano de obra; industrializar, de acuerdo con las necesidades generales, evitando los planes inorgánicos y haciendo posible que una fábrica de botones en Costa Rica, con una población de 800.000 habitantes, pueda construirse a sabiendas de que esta destinada no solo a saturar el reducido mercado del país, sino a suministrar el producto a una población adecuada de consumidores y de usuarios.

Las reuniones de la C. E. P. A. L. y las conferencias económicas celebradas al amparo de la Organización de Estados Americanos, han puesto de relieve la urgencia de la llamada emancipación económica. Mientras el ingreso anual per cápita en los Estados Unidos excede de los 1.900 dólares, en los países iberoamericanos dicho ingreso alcanza solamente a 211,45, y ello a pesar de que Iberoamérica es hoy el mercado más grande para las exportaciones norteamericanas, la fuente principal de importaciones y el campo de mayor inversión privada en el extranjero.

Aunque las cifras son engorrosas, tienen valor edificante y es necesario reproducirlas. Así, en el año 1953 Iberoamérica provee a los Estados Unidos del 100 por 100 del quebracho que importa; del 100 por 100 del asbesto; del 98 por 100 del cuarzo en cristales; del 65 por 100 de la bauxita; del 62 por 100 del antimonio; del 42 por 100 del berilio; del 43 por 100 del sisal; del 37 por 100 del cadmio; del 29 por 100 del cobre; del 25 por 100 del espatofluor; del 23 por 100 del manganeso; del 20 por 100 del vanadio; del 18 por 100 del estaño, y del 17 por 100 del wolframio.

En el mismo año, Iberoamérica importo de los Estados Unidos el 27 por -100 de su producción de maquinaria industrial; el 33 por 100 de la maquinaria eléctrica; el 52 por 100 de autobuses y camiones; el 43 por 100 de automóviles, y el 35 por 100 de grasas, leche, carne y otros productos alimenticios.

El desequilibrio de la balanza de pagos se debe, en gran parte, a que cuando el dólar norteamericano va a Hispanoamérica, en pago de material primas, materiales estratégicos o productos agrícolas, ese dólar sirve para pagar el salario de un hombre en un día; en cambio, cuando ese dólar retorna a los Estados Unidos solo alcanza a pagar el salario de un hombre en media hora.

El sistema actual, que se reduce, en suma, a vender barato y a precios determinados por el comprador, y a comprar cada vez mas caro, sólo puede romperse estimulando el comercio entre las naciones hispánicas, viendo la forma de autoabastecerse dentro de la Comunidad, reduciendo las tarifas aduaneras, dándose el trato reciproco de nación más favorecida, utilizando los servicios de la Organización Iberoamericana de Cooperación Económica y creando la Unión Iberoamericana de Pagos que, al facilitar la compensación múltiple, evite el movimiento improcedente de divisas y engrase y haga mas fluido el engranaje total de la economía.

Dentro de esta consideración económica, no puede olvidarse el aspecto demográfico. Hoy tiene Iberoamérica más de 160 millones de habitantes, es decir, una población absoluta superior a la de los Estados Unidos; y decimos absoluta porque la relativa es de 6,7 por kilómetro cuadrado para Iberoamérica y de 27,4 pare la Unión. El aumento entre los años 1920 y: 1940 ha sido del 41 por 100 para la primera y del 26 por 100 pare los Estados Unidos. Pues bien, si el ritmo actual persiste, en 1970 las naciones americanas de origen peninsular tendrán una población de 225 millones que, unidos a los de los países fundadores y a los de Filipinas, hacen un total de 300 millones de habitantes.

Esta población no ha de verse obligada a buscar puestos de trabajo fuera de la órbita comunitaria. El caso de los “espaldas mojadas” de Méjico, que atraviesan a nado y clandestinamente el Río Bravo, y cuya situación ilegal aprovechan los granjeros norteamericanos haciéndoles efectivos salarios inferiores a los normales, es un motivo de sonrojo para la Hispanidad, como lo es, igualmente, la política de exterminio a base de prácticas neomalthusianas que oficialmente se divulgan en Puerto Rico por las entidades oficiales y por la Organización Mundial de la Salud, para limitar el incremento de la población puertorriqueña y cortar de raíz su inmigración a los Estados Unidos. Con una economía mas fuerte y: con un nivel de vida más alto, la Comunidad de naciones hispánicas, con tantas y tan fabulosas posibilidades, las ofrecerá sin duda y sin reservas a sus hermanos de Méjico y Puerto Rico.

En este orden de cosas, las corrientes migratorias debieran ser organizadas evitando que el ingreso masivo de grupos étnicos y espiritualmente distintos ahoguen y desfiguren la fisonomía del país. No se trata de adoptar una absurda política migratoria de puerta cerrada. Se trata de buscar una fórmula prudente que equilibre y armonice el legítimo derecho a desplazarse para encontrar un puesto de trabajo desde sitios o lugares donde dichos puestos no existen, y el derecho también legitimo a mantener la continuidad histórica de la nación.

De aquí que haya de buscarse preferentemente la cantera para las nuevas aportaciones demográficas en los países que integran la Comunidad de naciones hispánicas, o en aquellos otros que presenten con los mismos el mayor número de afinidades, pues la realidad demuestra que los grupos emigratorios muy diferenciados, se enquistan y endurecen dentro del país, hacen dentro del mismo su pequeño mundo y tardan en incorporarse plenamente al quehacer nacional. Por el contrario, la inmigración española o portuguesa a las naciones de su lengua, ha puesto de relieve que, a la primera generación se funde y entraña con el país al que estima y considera como su patria.

Todo el esfuerzo que en esta dirección se realice ha de ser coordinado y con una visión muy amplia y de gran alcance de la política migratoria. Así, nos parece equivocada, en principio, la emigración española al Canadá y a Bélgica, como nos pareció desafortunada la emigración masiva que hace unos años se produjo con dirección a Argelia y al entonces Marruecos francés. El balance ha sido una contribución humana de calidad insuperable al desarrollo de la riqueza de estos últimos países, y una deshispanización progresiva de los emigrantes.

Todo este potencial de riqueza y de hombres debe pensar en su defensa armada frente al agresor. No esta el mundo, desgraciadamente, en un lecho de rosas, sino en el carácter amenazador de un volcán que, de vez en cuando, manifiesta, con sus esporádicas erupciones, la temperatura del subsuelo.

En este trance, el bloque económico y cultural del mundo hispánico necesita completarse con un bloque militar. La unificación de táctica, armamento, enseñanza y altos mandos; el encuentro periódico de los Estados Mayores; la recepción por las Academias Militares de las distintas Armas y Cuerpos de alumnos procedentes de países donde tales Academias no existan y que hoy cursan sus estudios en naciones extrañas a la Comunidad; la coordinación de los ejércitos terrestres, marítimos y aéreos y de sus programas de construcción y de compras en el futuro; el montaje de una industria con fines militares, cuyo secreto, como el de toda industria, no es otro que capital bastante, aprovisionamiento seguro, técnica competente y capacidad de absorción en el mercado, circunstancias todas ellas que si no concurren en cada uno de nuestros países, concurren, desde luego, en la comunidad que los integra; Y, sobre todo, la necesidad imperiosa de fortalecer en el soldado -el que combate con las armas y el que dirige la operación -la conciencia de que sirve, no solo a su Patria-Argentina, Méjico o España-, sino a la Hispanidad entera, a la “Hispania Mayor” o a la “Magna Patria”, a que antes hicimos referencia, son tareas y objetivos a través de los cuales puede y debe constituirse el bloque militar hispánico.

Pero de nada nos serviría este triple bloque cultural, económico y castrense, si los Estados que integran la Comunidad Hispánica no se proponen el servicio del bien común, si no hacen suyo un programa de justicia social de lucha y de combate contra la miseria, de aumento del nivel de vida de nuestras clases menesterosas.

Y ello por fidelidad a nuestro propio ideario, no por copia y mimetismo de proclamas sociales de signo diverso.

Toda esta atmósfera de resentimiento social y de lucha de clases que nos rodea y existe en el mundo, no puede imputarse a quienes, como nosotros, hemos permanecido ausentes del mismo. Lo que no es licito es afirmar que somos países subdesarrollados, económica y culturalmente inferiores, y luego sumarnos a la vorágine de las ideas creadas por una civilización industrial, inhumana y desaprensiva que ha nacido a nuestras espaldas.

Esa civilización y esos países que se dejaron arrastrar por el ansia de riqueza y por la filosofía de la acción, que dieron origen al proletariado de las urbes y a la alta burguesía de las grandes empresas, que asuman la responsabilidad absoluta de su obra y que nos dejen libres pare edificar nuestro mundo con un ansia de justicia social que no pretende mantener con alguna concesión determinadas prebendas, sino hacer efectiva la hermandad entre los hombres que nos predica el Evangelio.

Si vuestra justicia social -podemos decirles -es la justicia del miedo, la nuestra es y ha de ser la política del amor.

Y porque en el amor se cifra y resume todo el secreto de la convivencia fraterna y no en un amor filantrópico y vocinglero que se desmadeja y evapora al primer incidente, sino en aquel que fluye incesante de Dios, a la vez Creador, Redentor y Santificador, la Comunidad de los pueblos hispánicos tiene que vertebrales religiosamente, ahondar en Su espíritu católico romano, tradicional y verdadero, y vivirlo y practicarlo a fondo.

La época agnóstica y laica es ya, pare nosotros, anacrónica La humanidad, de vuelta de los errores del pasado, retorna la mirada a Jesucristo y entiende de nuevo que sólo en la Cruz y en el Sagrario están las palabras hermosas y los silencios humildes de la salvación y de la paz.

En este aspecto se abre todo un amplio horizonte de actuación: emprender una campaña por el denso tejido de nuestra sociedad que afiance la fibra y el sentimiento religiosos; cubrir los baches de vocación con ayudas y envíos de sacerdotes como quiere el Papa y como hace la Obra Hispanoamericana de Cooperación Sacerdotal; luchar contra quienes, con espíritu suicida, abren las fronteras a determinadas propagandas que pretender romper el don inestimable de la unidad católica del mundo hispánico; y entrañar, aún más si cabe, la devoción a la Señora, viva en nuestros pueblos, seguros de que Ella, la Madre, la regina Hispaniorum gentium arrancará del Señor todas las gracias que nos fueran precisas para el logro de tan nobles y elevados fines.

En este marco, viviremos en la “pax hispánica”. Las diferencias que tienen que existir como inherentes a la contextura humana de la tarea serán dirimidas por la conversación y el arbitraje. Por ello, uno de los objetivos inmediatos de la comunidad tiene que ser el arreglo de los litigios que hoy día nos preocupan: estado permanente de ruptura de relaciones, litigios de fronteras, salidas al mar de los pueblos mediterráneos…, seguros de que la solución será fácil porque previamente, al crear el bloque cultural y económico, habrá quedado resuelta la inquietud y la desazón que provocan los mencionados conflictos.

Tal es, apresurada y casi esquemáticamente expuesta, la cara interior de la Comunidad de naciones hispánicas Pero, al lado de la misma, existe una cara exterior, un frente orientado hacia fuera que es necesario considerar.

En primer lugar, el mundo hispánico tiene que actuar, como lo viene haciendo afortunadamente, como un solo bloque, como una unidad granítica en la esfera internacional. Solo así será estimado y tenido en cuenta. Para el futuro, es decir, pare el tiempo que subsiga a la creación de la Comunidad, las directrices de la política externa de nuestros pueblos debe ser decidida en reuniones periódicas de Cancilleres, y en aquellas otras de urgencia que los acontecimientos históricos hagan necesario. En todos los supuestos, cuando un miembro de la organización hable o se presente a las elecciones mediante las cuales ha de ser provisto un cargo, quien habla o quien arriesga su nombre en la urna no es una nación concreta, sino el conjunto todo de la Hispanidad.

La unánime comparecencia del bloque hispánico reforzará su potencia pare exigir la plena satisfacción de las reivindicaciones territoriales y aún culturales de la hispanidad.

Son muchas las situaciones de coloniaje que persisten en nuestra amplia geografía y contra las cuales han sido infructuosas las reclamaciones aisladas y aún las formuladas colectivamente en la X Conferencia Interamericana de Caracas de marzo de 1954.

En el sur de la Península Ibérica, Gibraltar, que el New English Dictionary de Historics Principles, publicado por la Universidad de Oxford, define como territorio español y posesión británica y que la misma Enciclopedia de este nombre tiene que reconocer, haciendo historia de su adquisición por los ingleses durante la guerra de sucesión, que en esa coyuntura el Gobierno de la Gran Bretaña procedió con falta absoluta de principios.

En Oceanía, la isla de Guam, en el archipiélago de las Marianas, que como indica y prueba Pastor y Santos, sigue siendo de iure tierra filipina.

En América, yendo de Norte a Sur, Belice, en manos de Inglaterra, que la sigue usurpando a Guatemala, cuya Constitución de 1945 reconoce a dicha zona como territorio nacional, considerando nacionales a aquellos que nacen en la misma.

La zona del Canal, cuya concesión a los Estados Unidos por la joven república panameña, no supone, como de hecho sucede, abandono de la soberanía.

Las Guayanas, que se acuestan sobre la ancha y extensa joroba de la América del Sur y sobre las cuales tres países europeos mantienen un sistema de explotación colonial que hasta en las zonas mas atrasadas ha entrado en fase de completa liquidación. Las Guayanas, que descubriera Yañez Pinzón y que recorrieran y colonizaran Diego de Ordaz, Jerónimo de Altar y los Gobernadores de Venezuela, pertenecen al mundo hispánico. Por ello, Venezuela ha protestado siempre contra aquel arbitraje leonino de 1889, dictado por un tribunal internacional reunido en París, que le arrebato, para la Guayana inglesa, un área de 200.000 kilómetros cuadrados, y ha hecho saber, pública y oficialmente, que continuara reclamando contra el despojo de una zona que con legítimo derecho le pertenece.

Las Islas Nuevas, Magallánicas o Malvinas, al pie de la América del Sur, ocupadas también, como un sino trágico, por Inglaterra, que las llama con el nombre extraño de Falkland. Al apoderarse de tales islas, Inglaterra no se hizo cargo de un archipiélago que mereciera la consideración de res nullius, sino de un territorio que en 1816 la Argentina soberana había heredado de la monarquía española, y que había sido parte del antiguo Virreinato del Río de la Plata.

Y más abajo, en la Antártida, de nuevo frente a la pretensión inglesa de adueñarse de su enorme extensión Chile y Argentina reivindican los sectores vecinos, y esta última, desde el año 1904 mantiene como prueba incontestable de sus legítimos derechos, servicios públicos adecuados en la zona demarcada a su propia soberanía.

Pues bien, todo este conjunto de tierras, hoy en manos foráneas, deben reintegrarse a los países de la Comunidad hispánica. Un objetivo primordial de la misma es patrocinar y hacer suyo el irredentismo con la voz incallable de la verdad y la doctrina del uti possidetis, que sirve de fundamento a una gran parte de las reivindicaciones apuntadas, y oponerse a todo intento de consagración definitiva del estado actual o de evolución hacia fórmulas ambiguas como los Estados Unidos de Guayana o la Federación Británica del Caribe.

Pero el bloque hispánico no tiene ante si únicamente revindicaciones de carácter territorial. Hay otras, tan importantes como estas, que es preciso defender con ahínco. En efecto, si un país de estirpe hispánica puede haber sufrido ciertas amputaciones materiales e incluso haberlas confirmado con su explícito asentimiento en el orden de la cultura, la Comunidad de naciones hispánicas no puede aceptar ni refrendar el desgaje y la separación. Así, la extensa faja que corre al norte del río Bravo y que integran California, Arizona, Nuevo México y Texas, actuales Estados de la Unión; la amplia zona que incluye a la Luisiana y a la Florida y que bordea el golfo de Méjico, y los archipiélagos de Carolinas, Marianas y Palaos cedidos por España el 30 de junio de 1899 al imperio alemán, pertenecen, sin perjuicio de su actual encuadramiento político, al ámbito cultural del mundo hispánico. La comunidad de nuestros pueblos no puede tolerar ni consentir el progresivo desalojo de su cultura por el simple hecho de un cambio de soberanía. Ahí están los vestigios históricos de una época gloriosa, la subsistencia de un pueblo autóctono, la conveniencia de mantener con el respeto integro hacia esa cultura, los principios de democracia y libertad que se predican, como argumentos innegables pare defender la tesis por nosotros mantenida.

Por si ello fuera poco, en este aspecto de la reivindicación cultural podría presentarse, desde un ángulo de vista distinto al acostumbrado, la misma historia de los Estados Unidos. Bastaría con seguir cronológicamente los establecimientos europeos en el territorio de la Unión y partir, no de las colonias fundadas por los peregrinos del Mayflower, sino del pueblo de San Agustín, el primero y mas antiguo de Norteamérica, fundado por españoles.

Para llevar a termino este ambicioso programa, la comunidad de nuestros pueblos necesita de hombres con carisma hispánico, sabedores de que en esta empresa son portadores de un mensaje henchido de valores éticos.

Porque la Hispanidad representa, como ha dicho García Morente, una concepción de la vida basada en el predominio de la realidad sobre la abstracción, en el hombre, portador de valores eternos, diferenciado y libre, frente a un mundo de enanos que pasan con el rostro hacia el suelo, ocultos entre la mesa del rebaño.

Para ello, los portadores del mensaje habrán de vivir con el espíritu de entrega y desprendimiento que, como apunta el argentino Eduardo Mallea, existe siempre en el genio hispánico en olor de heroísmo; con impaciencia de eternidad, pero sin olvido ni abandono de las realidades terrenas.

Porque quizá uno de nuestros fallos haya sido la interpretación literal de algunos preceptos, con olvido de que la letra mata y el espíritu vivifica y de que, junto a la invitación que el Maestro nos hace a no poner el corazón allí donde el ladrón y la polilla actúan, otro mandamiento del Génesis nos dice: “Creced, multiplicaos y sujetad la tierra”.

Por ello, cuando hemos visto a una civilización racionalista olvidar el primer mandamiento y conseguir éxitos deslumbrantes y aparentes con la practica exclusiva del segundo, la reacción hispánica no puede consistir en un complejo de inferioridad para las ciencias aplicadas y experimentales o en la cuchufleta simpática pero inútil de Miguel de Unamuno. “¡Que inventen ellos!, porque, como dijo don Quijote a Sancho: “Nadie es más que otro si no hace mas que otro”, y porque aun cuando es verdad que la civilización no consiste en conservar limpias las fachadas y hacer graciosa la alineación de la ciudad, lo cierto es que la civilización y la cultura, la virtud y el reino del espíritu, necesitan, en este valle de lagrimas, el logro de un cierto y moderado bienestar.”

El secreto del mensaje hispánico radica en hacer de la riqueza, no fin, sino instrumento; en ordenar la economía, como quiere Nimio de Anquim, sub specie communitatis y en supeditar ese bien común sub specie hierarchie, a los intereses más altos de la Cristiandad.

El hombre, investido del carisma hispánico, será así en un mundo lleno de tinieblas, el español quijotizado que vislumbrara Miguel de Unamuno, el caballero de la Hispanidad o el caballero cristiano que soñaran Ramiro de Maeztu y García Morente, el que “habrá atravesado a la fuerza por el Renacimiento, la Reforma y la Revolución, aprendiendo, sí, de ellas, pero sin dejarse tocar el alma, conservando la herencia espiritual de aquellos tiempos que llaman caliginosos”.

El hombre quijotizado, dice Lain anudando palabras de Unamuno, empeñará su existencia en dos quehaceres, uno tocante a la vida y atañadero el otro a la muerte. En el primero luchará a favor de la justicia y de la verdad. ¿Tropezáis con uno que miente? Gritadle a la cara: ¡Mentira! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que robe? Gritadle: ¡Ladrón! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta? Gritadles: ¡Estúpidos! y ¡adelante! (Unamuno)

¡Adelante siempre! Pero no tendrá sentido alguno esta empresa terrenal del hombre quijotizado si el no sintiera como hondo imperativo lo que atañe a la muerte, y a la inmortalidad. Por su propia inmortalidad lucha el hombre quijotizado: “para que Dios le salve, para que no le deje morir del todo”. Y también pare edificar una civilización inédita en que la pasión por la inmortalidad encienda dentro del pecho de los hombres.

Si para ser nación hace falta el aplauso universal a un pasado histórico, como quiere Renan, o un programa de hacer colectivo, como exige Ortega y Gasset, o una adhesión plebiscitaría a un estilo de vida, como asegura García Morente, no vacilemos en abrir paso a la comunidad de nuestros pueblos, porque ese hombre quijotizado, ese caballero de la Hispanidad, ese caballero de Cristo, pasado y futuro, modo de ser y estilo de vida, bulle y suena en cada uno de nosotros, hombres de la estirpe Hispánica.

Dios quiera que algún día próximo, en el istmo de Panamá, como soñara Bolívar, y en la ciudad de Colón, que lleva el nombre del Almirante, reunidas las banderas de nuestros 23 países, veamos alzarse lentamente, majestuosamente, la bandera de la Hispanidad del uruguayo Angel Camblor, mientras las bandas de mil regimientos entonan el Himno de la Estirpe, del ecuatoriano Antonio Parra Velasco, y los poetas y los niños, con lagrimas en los ojos, recitan los versos de Ruben.

Al día siguiente, cuando aún permanezca en el alma y en el aire la emoción, yo tengo por seguro que algún hispano de los que tengan la dicha de asistir a la escena, repetirá modificada, al ver nacida la Comunidad de nuestros pueblos, la estrofa nostálgica y suave de José María Pemán:

“Ramiro de Maeztu, señor y Capitán de la Cruzada: ¿Donde estabas ayer, mi dulce amigo, que no pude encontrarte? ¿Donde estabas? ¡Para haberte traído de la mano a las doce del día, bajo el cielo de viento y nubes altas, a ver, para reposo de tu eterna inquietud tu Verdad hecha ya Vida en la Plaza Mayor de las Españas».

Discurso oponiéndose a acuerdos con la URSS pronunciado el 24 de octubre de 1972

Texto del Boletín Oficial de las Cortes

PRESIDENCIA DE LAS CORTES

Por acuerdo del Consejo de Ministros ha sido remitido a esta Presidencia el Protocolo entre el Gobierno del Estado español y el Gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas sobre establecimiento de Delegaciones Comerciales, el cual, conforme a lo establecido en los artículos 10, 12 y 14, apartado II, de la Ley Constitutiva de las Cortes, es, en principio, de la competencia de las Comisiones.

En consecuencia, se ordena su envío a la Comisión de Asuntos Exteriores para su estudio, así como su publicación en el «Boletín Oficial de las Cortes Españolas», con arreglo a lo preceptuado en el número 2 del artículo 63 en relación con el artículo 99 del vigente Reglamento.

Los Procuradores, cualquiera que sea la Comisión a que pertenezcan, podrán, de acuerdo con lo dispuesto en los artículos 7.º, 67 y 99 del referido Reglamento, presentar las enmiendas o propuestas que estimen pertinente formular, en el plazo de veinte días, contados a partir de la fecha siguiente a esta publicación.

En la Secretaría de las Cortes podrá ser examinada por los señores Procuradores la documentación remitida por el Gobierno con el citado Protocolo.

Palacio de las Cortes, 18 de octubre de 1972.– El Presidente, Alejandro Rodríguez de Valcárcel y Nebreda.

ARTÍCULO 1.º

Los Gobiernos del Estado español y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, con el fin de facilitar el desarrollo de los intercambios previstos en el Convenio Comercial firmado en esta misma fecha, consienten en el establecimiento de Representaciones Comerciales en Madrid y Moscú, respectivamente. Estas representaciones se denominarán Delegación Comercial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en Madrid y Delegación Comercial de España en Moscú.

ARTÍCULO 2.º

Cada una de las referidas Delegaciones Comerciales podrá estar compuesta hasta por doce miembros de la nacionalidad del país mandante.

Los haberes de dichos miembros de las Delegaciones Comerciales estarán exentos de todo impuesto en el país de residencia.

ARTÍCULO 3.º

Las Delegaciones Comerciales podrán emplear ciudadanos del país de residencia, quienes no gozarán de condiciones distintas a las que disfrutan los demás ciudadanos del mismo país. Estos empleados no se considerarán en ningún caso como miembros de las Delegaciones Comerciales y sólo podrán ocuparse en las mismas de funciones auxiliares y subalternas.

ARTÍCULO 4.º

Se considerará como «Jefe de la Delegación Comercial» a la persona encargada por el Estado mandante de obrar en dicha calidad.

ARTÍCULO 5.º

Las Delegaciones Comerciales tendrán como funciones:

a) Promover y contribuir al desarrollo de las relaciones comerciales y económicas entre España y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

b) Representar los intereses comerciales y económicos del país mandante.

ARTÍCULO 6.º

El país de recepción deberá permitir y facilitar el cumplimiento de las funciones de la Delegación Comercial de la otra Parte relacionadas en el artículo 5.º. Con tal fin deberá:

a) Facilitar, bien la adquisición o el alquiler por dicha Delegación Comercial de los locales necesarios para el cumplimiento de sus funciones, bien ayudarla a procurarse dichos locales de otra manera, de acuerdo con la legislación en vigor en el país respectivo. Deberá igualmente, si fuera necesario, ayudar a la Delegación Comercial a obtener viviendas convenientes para todos sus miembros.

b) Permitir, dentro del marco de su legislación, y de acuerdo con el principio de reciprocidad, la comunicación de la Delegación Comercial con su Estado mandante.

c) Otorgar, dentro del marco de su legislación, y de acuerdo con el principio de reciprocidad, los necesarios visados de entrada, permanencia y salida a los miembros de la Delegación Comercial y a las personas que constituyan las Delegaciones oficiales de la otra Parte. Dichos visados serán también estampados en los pasaportes correspondientes.

d) Autorizar, dentro del marco de su legislación, y de acuerdo con el principio de reciprocidad, la importación, exportación y adquisición de los muebles y enseres personales de los miembros de la Delegación Comercial, así como del material necesario para el funcionamiento de esta última.

ARTÍCULO 7.º

Para el cumplimiento de las funciones que las Delegaciones Comerciales tienen reconocidas en el artículo 5.º se convienen las modalidades prácticas siguientes:

a) Las Delegaciones Comerciales podrán utilizar sistemas de cifra en la transmisión de sus mensajes. Dichos mensajes serán trasmitidos por correo, telégrafo, teléfono y télex.

b) Los locales que se consideren imprescindibles para el uso de los servicios de cifra y archivo correspondiente serán inviolables. También se extenderá la inviolabilidad a los otros locales adicionales de las Delegaciones Comerciales que fueren acordados por ambas Partes con carácter recíproco a fin de garantizar la salvaguardia de los referidos servicios y el adecuado funcionamiento de las Delegaciones Comerciales. Las Partes se pondrán de acuerdo sobre el espacio requerido para todos estos locales.

c) Cada Gobierno extenderá, a petición de la Delegación Comercial de la otra Parte, salvoconductos especiales para el envío y recepción de los elementos amparados por la inviolabilidad que ambas Partes se conceden, de acuerdo con lo dispuesto en el apartado anterior. Los referidos salvoconductos, que se extenderán con una frecuencia máxima de una vez por mes, indicarán el nombre de las personas que actúen de correo y el número de bultos que transporten, cuyo peso total no podrá exceder en cada caso de 10 kilos.

Tanto las personas que actúen de correo como los bultos reseñados en el salvoconducto gozarán de inviolabilidad. Esta inviolabilidad se extenderá también a los envíos en tránsito transportados bajo la responsabilidad de las personas que actúen de correo, procedentes del país mandante y destinados a terceros países o procedentes de éstos y destinados al primero, siempre que no entren en el territorio aduanero del país en tránsito.

d) Para garantizar los beneficios otorgados en los apartados anteriores, ambas Partes concederán inviolabilidad personal a cuatro miembros de las Delegaciones Comerciales, así como inmunidad de jurisdicción por actos ejecutados en el ejercicio de sus funciones, de conformidad con las normas de derecho internacional vigentes en la materia.

ARTÍCULO 8.º

La Delegación Comercial y sus miembros podrán, dentro del marco de la legislación del país de recepción, y de acuerdo con el principio de reciprocidad, relacionarse, a los efectos de las funciones que tienen encomendadas, con las Autoridades del país competentes en materia de comercio exterior y con las personas físicas y jurídicas que operen en este campo.

ARTÍCULO 9.º

A reserva de sus Leyes y Reglamentos relativos a las zonas donde el acceso esté prohibido o reglamentado por razón de seguridad nacional, y de acuerdo con el principio de reciprocidad, los miembros de la Delegación Comercial gozarán de la libertad de desplazamiento y circulación sobre el territorio del país de residencia.

ARTÍCULO 10

La Delegación Comercial y sus miembros podrán abrir las cuentas bancarias necesarias para el ejercicio de sus funciones.

ARTÍCULO 11

Los miembros de la Delegación Comercial no podrán ejercer en el país de residencia ninguna actividad profesional o comercial en provecho propio.

ARTÍCULO 12

El presente Protocolo entrará en vigor en la misma fecha que el Convenio Comercial entre el Gobierno de España y el Gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas firmado en el día de hoy, y será válido en tanto en cuanto una de las dos Partes no lo denuncie con tres meses de preaviso.


El consejero nacional y procurador en Cortes Blas Piñar ha presentado una enmienda a la totalidad del Protocolo de Ratificación de Relaciones Comerciales con la URSS, ante la comisión correspondiente de las Cortes Españolas, que publicamos encabezando esta página y que suscribieron otros procuradores. El pasado día 18 [de Diciembre] defendió brillantemente su enmienda, plena de razonamientos jurídicos, éticos y, sobre todo, políticos.

Como estimamos interesante para nuestros lectores la lectura del texto íntegro de las palabras de Blas Piñar en esta ocasión, sobre todo ante la carencia informativa de la prensa nacional, lo transcribimos a continuación, confiando que servirá de luz a muchas gentes y de ratificación de un sentir patriótico de otras más.

No hemos podido insertar ninguna fotografía del orador, porque los servicios de prensa destacados en las sesiones no atendieron gráficamente la intervención de éste, a pesar de su hora y cuarto de exposición y de la trascendencia nacional de sus palabras.


Relaciones comerciales con la U.R.S.S.: discurso del consejero nacional defendiendo su enmienda a la totalidad

LA ENMIENDA

Blas Piñar López, procurador en Cortes, como primer firmante de este escrito, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 99 del Reglamento de las Cortes, PROPONE:

A) La no ratificación del Convenio Comercial entre el Gobierno de España y el Gobierno de la URSS, copia de cuyo Protocolo se publicó en el «Boletín de las Cortes» el día 24 de octubre de 1972.

RAZÓN:

Las graves implicaciones políticas, sociales y económicas que llevaría consigo para España la ratificación de dicho Convenio.

Para el caso de que la propuesta de no ratificación fuera rechazada.

B) La ratificación del Convenio, pero con las reservas de que sean retirados del mismo los privilegios de carácter diplomático que se conceden en el artículo 7 (cifra, inviolabilidad e inmunidad) y se aclare hasta dónde llega la libertad de desplazamiento y circulación de los miembros de la Delegación Comercial Española en la URSS.

RAZÓN:

Las relaciones comerciales que se pretende fomentar con la URSS no exigen, una vez establecidas y reguladas jurídicamente por un Convenio Internacional, el tratamiento diplomático del artículo 7.

Por otra parte, es necesario que exista una reciprocidad en orden al desplazamiento y circulación de los miembros de las Delegaciones Comerciales, ya que el límite impuesto por razones de «seguridad nacional», aunque lógico teóricamente, en la práctica reducirá al mínimo esa libertad para los miembros de la Delegación Española en la URSS, mientras que será casi absoluta para los miembros de la Delegación Soviética en España.

Madrid, 2 de noviembre de 1972.


EL DISCURSO

Señor presidente, compañeros de la Ponencia, de la Comisión y de la Cámara:

Creo que el tema que hoy ocupa nuestra atención es de importancia decisiva. Lo que se somete a nuestro estudio, aunque no sea más que en vía de consulta –puesto que cuanto aquí se acuerde no vincula al Gobierno (de conformidad con el Artículo 98, p.º 2.º, del Reglamento de las Cortes españolas)–, es, a mi modesto juicio, algo que excede de lo que de ordinario se rotula con la etiqueta de Tratado Comercial.

Es cierto que debiendo oír el Ejecutivo el dictamen de esta Comisión (y sólo de esta Comisión, puesto que se ha negado a escuchar al Pleno, cuya opinión hubiera podido requerir de acuerdo con la facultad que le concede el Artículo 10, p.º 1.º, letra m, y p.º 2.º), y sólo oír, la responsabilidad de las Cortes, en el supuesto de que la ratificación del Tratado se produzca, queda paliada y disminuida. El poder decisorio no nos corresponde, y el Gobierno puede ratificar, aun cuando nuestro voto unánime fuese adverso a la ratificación.

Ello no obstante, estimo que la gravedad del caso que nos ocupa no aminora la responsabilidad de los miembros de esta Comisión. Nuestro deber nos pide, pese a la carencia de posibilidades coercitivas, examinar el Tratado y su contorno político, social y económico, con el máximo detenimiento, a fin de evacuar la consulta que de nosotros se requiere, con toda objetividad, sin marginación de consideraciones que podrían escaparse por la premura o por el clima psicológico que nos envuelve. Sólo así nos será posible ofrecer al Gobierno, con el más elevado y sincero espíritu de colaboración, un dictamen serio y meditado sobre la procedencia o improcedencia de la ratificación. Lo que el Gobierno decida, una vez emitido nuestro dictamen, no es ya de nuestra incumbencia. El Gobierno, y sólo el Gobierno, habrá de responder de la resolución que en definitiva adopte.

* * *

Os decía antes que el Protocolo que se somete a nuestro estudio excede de lo que, de ordinario, se rotula con la etiqueta de Tratado Comercial, y la afirmación no es gratuita.

El Tratado Comercial simple se limita a dar una disciplina jurídica al intercambio mercantil entre dos países. Ahora bien, el protocolo que ahora examinamos excede del marco normal de esta calificación, por las siguientes razones:

1.º Porque una de las partes contratantes es la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en la que concurren características y circunstancias que la configuran con una especialísima singularidad;

2.º porque, precisamente, y sin duda por esta especialísima singularidad, se insertan e injertan en el Tratado unos privilegios diplomáticos, subjetivos y objetivos, que lo desnaturalizan;

3.º porque estando concebido el Tratado como un todo, que se ratifica o se rechaza, no cabe un escamoteo de la cuestión, polarizando el debate en torno a su aspecto comercial y soslayando, como accesorio, el tema político;

4.º porque, como ha declarado en repetidas ocasiones el ministro de Asuntos Exteriores, este Tratado es un paso hacia adelante –y a mi manera de ver decisivo– en la línea, ya iniciada por su predecesor, de apertura al Este, y un primer paso hacia la normalización de las relaciones diplomáticas con la URSS y con todos los países comunistas, y

5.º porque hay una abierta contradicción entre las afirmaciones de principio que subrayan la política exterior del titular de la cartera y la firma, y posible ratificación, del Tratado con la URSS.

* * *

Quisiera, señor presidente, hacer una exposición breve, clara y ojalá que con fuerza suasoria, de las razones que acabo de alegar, de los argumentos que se esgrimen postulando la ratificación, de las consideraciones a que antes hice general referencia, y que debo especificar que se oponen a tales argumentos, y de mi opinión personal, que desearía que mis compañeros compartiesen –pero que no trato de imponer, como es lógico–, sobre la conveniencia de que nuestro dictamen sea negativo.

Señor presidente: ya sé que el Artículo 75 del Reglamento de las Cortes me señala tan sólo para hacer uso de la palabra un tiempo no superior a media hora. Pero también me consta, señor presidente, que cuando la importancia del asunto lo requiere, puede concederse al procurador, de un modo discrecional, el tiempo que necesita para defender su enmienda. Creo que la importancia del asunto es innegable, pero aun cuando no lo fuera, desde ahora me acojo a la bondad del señor presidente y a su flexibilidad en la interpretación del Reglamento para que abra un margen amplísimo de confianza cronológica a la intervención oral que comienza ahora su curso.

Con la seguridad de esta concesión y de esta confianza, prosigo, señor presidente.

I

UNA DE LAS PARTES CONTRATANTES ES LA URSS

«El comunismo es intrínsecamente perverso», afirmó Pío [XI]. Pues bien; salvo que esta afirmación de Pío [XI] sea, como dijo un sacerdote en la homilía dominical, una equivocación imperdonable, no cabe duda que todo contacto, diálogo y entendimiento por vía directa o indirecta con el comunismo, debe ser objeto de madura reflexión, y ello sin perjuicio de lo que al respecto en última instancia se resuelva.

Sentado esto, que me parece incontrovertible, el contacto, diálogo o entendimiento –pues admito de arranque cualquiera de los matices– con la URSS, debe ser objeto de madura reflexión, toda vez que la URSS –y nadie podrá negarlo– es el centro, o al menos uno de los centros, de la conspiración comunista universal. El Estado soviético ha nacido, se ha constituido y se halla plenamente, vocacionalmente, totalitariamente, al servicio del comunismo y de su implantación universal, no excluyendo, como es lógico, a España, como lo demuestra no sólo su gravísima implicación en nuestra guerra y en las campañas contra el Régimen después de la guerra, sino el propósito enunciado por Lenin: «Después de Rusia, España».

II

SE INJERTAN E INSERTAN PRIVILEGIOS DIPLOMÁTICOS

Yo no conozco, señores procuradores, en la historia de nuestros tratados comerciales, uno, como el que ahora estudiamos, en que se concedan los privilegios que señalan, con respecto a la persona y a las cosas, los artículos del Protocolo.

Podrá decirse que en los convenios suscritos por España con los Gobiernos de otros países comunistas aparecen ya tales privilegios. Pero no se olvide que en los mismos –aparte de la anomalía que ello puede representar– se establecen también unas relaciones consulares, relaciones de las que no se habla en el Tratado Comercial con la URSS.

Decía un semanario barcelonés («Mundo», 11-11-72) que «realmente los «comerciantes» rusos en Madrid, y los españoles en Moscú, van a gozar de una situación realmente envidiable para los miembros de cualquier cámara de comercio del mundo entero».

¿Dónde podemos encontrar punto de apoyo para el «status» peculiar que a estos «comerciantes» concede el Tratado, mediante la yuxtaposición de privilegios diplomáticos?

Pienso, señores, que ese punto de apoyo está: o en el hecho de que con el Tratado se pone en marcha una política de plena normalización de relaciones diplomáticas, para lo cual se recurre al procedimiento, no sé si tímido o vergonzante, de la inserción de que venimos hablando; o en el temor, justificado sin duda, de que pueda existir extralimitación grave, por las personas acreditadas en los países respectivos, de sus funciones de carácter estrictamente comercial.

El primer caso, es decir, el de la puesta en marcha de un entendimiento diplomático normal y pleno con la URSS, lo estudiaremos más adelante en evitación de reincidencias.

El segundo caso, el de temor a desviaciones funcionales, por parte de los que, para entendernos, podríamos llamar «personas acreditadas», debe atraer nuestra atención.

En efecto, ¿por qué a los agentes comerciales soviéticos acreditados en Madrid se conceden tales privilegios? Pues se conceden, podrá argüirse, para la seguridad de los agentes comerciales españoles en Moscú, habiéndose pactado, para ello, un régimen de reciprocidad.

Ahora bien, los puros agentes comerciales de España en cualquier otro país carecen de privilegios diplomáticos, y carecen de tales privilegios porque su seguridad personal y el cumplimiento de su cometido no encuentra trabas de ningún género. Tampoco gozan de tales privilegios los agentes comerciales extranjeros en España, por idénticas razones.

Estamos otra vez ante un caso de singularidad. El Gobierno español, pese a sus buenos deseos y a sus propósitos de distensión, no ignora el régimen de terror que impera en la URSS y aspira, y hace bien, a que los ciudadanos que allí representan los intereses comerciales de España puedan escapar al mismo en el caso de que el aparato de terror pretendiera desplegarse sobre ellos. No seré yo, precisamente, quien le censure por tal motivo. Lo que ocurre es que, por razón de la reciprocidad apuntada, tiene que aceptar la concesión de privilegios idénticos para los «acreditados» en Madrid y ello a sabiendas de que los agentes comerciales españoles sólo serán agentes comerciales y no agentes del Movimiento, y de que los «acreditados» soviéticos, tanto por razón de la doctrina inspiradora del Estado a que sirven como por la prueba concluyente, a que más tarde aludiremos, de la experiencia universal, serán, ante todo y sobre todo, agentes en España, con protección oficial, de la conspiración comunista, que tiene en la URSS su centro, o al menos uno de sus más importantes centros directores.

Creo que una realidad como la expuesta nos obliga a meditar seriamente antes de formular nuestro voto a favor o en contra de la ratificación de este Tratado Comercial «sui generis».

III

NO PUEDE SOSLAYARSE EL TEMA POLÍTICO

La política exterior de un país, si es auténtica, es como el semblante de su política interior. El espíritu que anima a éste aflora a través de aquélla.

Si esto es así, si no estamos ante una argucia, ante una máscara o camuflaje que la situación internacional nos impone, si nuestra política exterior de apertura a los países comunistas es realmente sincera, tendremos que preguntar, y yo desde luego me lo pregunto –dando por supuesta dicha autenticidad–, si el cambio de nuestra política exterior responde y es consecuencia obligada y lógica de un cambio previo de nuestra política interior.

Según el agudo comentario de un especialista francés en política internacional, «la declaración hecha por el señor López Bravo de que España «debe participar en la Conferencia de Seguridad Europea con todos los países de este continente, sin distinción de régimen político», es prueba de una mutación profunda en el seno de la sociedad española…, de un cambio de espíritu y mentalidad por el que el mundo debe felicitarse» (citado en «Informatodo», 1971, pág. 585).

Y aquí está el nervio del asunto. Este cambio evidente de la política exterior española, ¿responde a un cambio de mentalidad de la política interior? Y a esta pregunta sigue otra: ¿se halla este cambio en la línea de la continuidad y de la evolución homogénea del Régimen, o supone, por el contrario, una discontinuidad, una evolución heterogénea, y por ello mismo extraña a su filosofía?

Tales son las preguntas a las que, implícitamente, vamos a dar contestación al emitir nuestro dictamen consultivo sobre el Tratado con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

El cambio de la política exterior con respecto a los países comunistas, y en especial a Rusia, es indiscutible. El mismo Régimen que a través de su ministro de Asuntos Exteriores dijo con énfasis desde los balcones de la Secretaría General del Movimiento: «¡Camaradas! ¡Rusia es culpable!… ¡Culpable de nuestra guerra civil, culpable de la muerte de José Antonio, nuestro Fundador!… ¡Culpable de la muerte de tantos y tantos camaradas y soldados caídos en aquélla por la opresión del comunismo!», es el mismo que, a través de otro ministro de Asuntos Exteriores, inicia los contactos con Moscú en una escala técnica en su aeropuerto, autoriza una delegación marítima soviética en Madrid, el fondeo de la flota pesquera rusa en Santa Cruz de Tenerife, la empresa mixta Sovispan, para el abastecimiento de dicha flota, el funcionamiento en España de la agencia oficial de prensa Tass, y formaliza en París, el 15 de septiembre pasado, el Protocolo con la URSS, pendiente de ratificación, que ahora nos ocupa.

Yo recuerdo que cuando la evolución apuntada tuvo comienzo –y conste que no pretendo ahora calificarla como homogénea o heterogénea–, se puso en juego la palabra liberalización, la cual tiene raíz idéntica a las palabras liberal y liberalismo. Yo, entonces, pensé, ingenuamente, si la utilización de aquella palabra, que tuvo una acepción a primera vista puramente económica, era, a la vez, un expediente hábil para comenzar un cambio, en la acepción política, de la mentalidad que iba a presidir en el futuro las tareas de gobierno.

Que no andaba muy descaminado lo prueba el hecho de que el titular de la cartera de Asuntos Exteriores, en una entrevista famosa que concedió para un periódico de Madrid a un profesional de la prensa, se declaró «liberal reprimido» y «más de lo que usted –hablaba con el periodista– se puede figurar» («ABC» dominical, 2-7-72, página 24).

Esta declaración es, para mí, importante, y, además, esclarecedora del cambio producido en nuestra política exterior, y digo que es esclarecedora e importante porque, como el titular de la cartera aseguró en las mismas declaraciones, «el ministro de Asuntos Exteriores, en sus aciertos o en sus errores, de alguna manera compromete al Estado, mientras que los otros Departamentos afectan a un ámbito más reducido».

Por ello, y teniendo en cuenta que el ministro, como tuvo en dicha ocasión la oportunidad de advertir, coloca a la misma altura la libertad y la responsabilidad, hemos de deducir que, haciendo uso de su libertad, a la que tiene perfecto derecho, y sin eludir la responsabilidad, de la que no puede excusarse –y, por ello mismo, comprometiendo al Estado que representa–, se ha proclamado liberal, aunque sea reprimido.

Pero la ideología que se profesa, y que se profesa públicamente, debe marcar la pauta de la conducta política, en el interior y en el exterior, salvo que se caiga en el pecado de la inautenticidad.

Pues bien; según Franco, jefe del Estado español, «no puede concebirse un sistema más dañino que el de la democracia liberal para los intereses de la Patria y para el bienestar de los españoles» (17-5-1955); «la consecuencia del liberalismo fue el ocaso de España» (3-6-1950); «el mayor error del liberalismo es su negación de toda categoría permanente de razón, su relativismo absoluto y radical» (2-10-1961).

Por su parte, el vicepresidente del Gobierno, don Luis Carrero Blanco, en su discurso de felicitación a Franco de hace tan sólo unos días, aseguró que «el liberalismo… es el sistema político más favorable para debilitar a los pueblos y favorecer con esta debilidad el que puedan caer en las garras (del comunismo)».

Me parece que la cuestión, precisamente tratando de la llamada apertura al Este y del Tratado con la URSS, la he planteado con toda nitidez y en un plano completamente objetivo, como quien analiza una situación alejado de ella, desapasionadamente y con absoluta imparcialidad.

En principio, y desde este observatorio imparcial en que he querido colocarme, yo no me atrevería a decir si el Tratado Comercial «sui generis» suscrito con la URSS responde o no a una mentalidad liberal incrustada en el Estado. Pero, una de dos, o responde a una mentalidad liberal, y entonces la política exterior que se realiza se halla en contradicción con la filosofía que nutre al Estado, lo compromete y desvía de manera grave; o se halla concorde con esa filosofía, y entonces aquella política se halla en contradicción con la mentalidad y con la ideología de quien la asume y dirige.

En ambos supuestos estimo que hay que meditar muy seriamente antes de emitir dictamen sobre la ratificación del Tratado con la URSS, uno de los hitos más importantes y decisorios de la política exterior del Gobierno.

IV

ES UN PASO HACIA ADELANTE EN LA APERTURA AL ESTE Y HACIA LA ANUNCIADA NORMALIZACIÓN DE RELACIONES DIPLOMÁTICAS

La orientación oficial aparece clara –y hemos de agradecer esta claridad– en el prólogo del ministro de Asuntos Exteriores al libro de Samuel Pisar «Transacciones entre el Este y el Oeste», publicado por Dopesa, editorial que forma parte de los negocios de Sebastián Auger.

Aunque el libro tiene un alcance práctico y orienta sobre mercados, forma de negociar y de resolver los posibles litigios, el titular de la cartera abre el volumen con unas consideraciones doctrinales muy jugosas, que ponen de relieve su pensamiento.

Para el señor López Bravo, «tras el triunfo de los bolcheviques en la revolución de 1917, el mundo occidental trató de aislar a Rusia por el temor al contagio ideológico y porque se suponía que su aspiración iba a consistir en imponer a los restantes países del globo, por todos los medios a su alcance, la revolución anunciada por sus doctrinarios». «La oposición –sigue diciendo López Bravo– se creyó insalvable». «La realidad –continúa– ha demostrado que se trataba de un «enfoque simplista»», de tal modo que la «lucha entre los dos bloques político-económicos ha pasado hoy a la historia», debido, sin duda, al «pragmatismo reinante en el mundo».

El señor López Bravo destaca los «admirables esfuerzos de ambos sistemas», y convencido de que sólo la imaginación de los trasnochados puede pensar en que la URSS y los comunistas pretenden imponer su ideología y su Gobierno a escala mundial, entiende que España «debe estar abierta a todas las corrientes mundiales de intercambio y cooperación, y entre ellas, a las que fluyen y refluyen de los países del Este de nuestro mismo continente, que constituyen una realidad que no cabe ignorar». De aquí, concluye el señor López Bravo, que «nuestra política exterior (tienda) a continuar el proceso de acercamiento con los países del Este europeo, hasta llegar a la meta que nos hemos propuesto de la plena normalización de los vínculos».

Con los respetos que me merece el titular de la cartera de Asuntos Exteriores, yo no he visto en tan breves líneas mayor número de dislates. Todo el drama del mundo moderno está planteado en torno a la voluntad perseverante de los bolcheviques de conquistar el mundo. Esta voluntad, desde 1917, se ha visto satisfecha en tales términos, que basta con pasar una ligera mirada sobre el globo terráqueo para ver que la suposición, que hace sonreír al ministro, es una trágica realidad que ha sumido en la esclavitud a millones y millones de hombres y arrancado la libertad y la soberanía a muchas naciones, y entre ellas a las que constituyen la marca oriental de nuestro mismo continente.

La frialdad e indiferencia del prólogo que comentamos no pueden soslayarse. En política no se construye tan sólo con abstracciones, no se manejan tan sólo palabras y conceptos. En la política, lo fundamental es el hombre, y, si me apuráis mucho, los hermanos, y en este caso los hermanos que sufren y gimen, los auténticos condenados a vivir en esos campos de concentración que son los países comunistas.

Por eso, cuando se habla de la apertura a las corrientes que fluyen y refluyen del Este, no se puede olvidar a las que nos traen prendida en sus ondas la amargura de los oprimidos, el lamento de los hermanos a los que nuestra insensibilidad, por no decir nuestro egoísmo suicida, desconoce y en el fondo desprecia, en su lenguaje oficial y en sus tratados comerciales «sui generis».

Pero si éstas son las líneas maestras del pensamiento oficial sobre la llamada apertura al Este, nada puede extrañarnos la firma del protocolo con la URSS. Este protocolo se encuadra en el marco general de la «Ostpolitik» española, en el que podemos distinguir:

a) Las relaciones consulares, con privilegios diplomáticos, establecidos con los países de régimen marxista.

Hoy las tenemos con todas las naciones europeas gobernadas por el Partido Comunista, a excepción de Albania y Yugoslavia. Por su parte, en la reunión de Viena del pasado mes de septiembre, a la que concurrieron, bajo la presidencia del subsecretario del Departamento, nuestros cónsules en los países del Este, se urgió que se elevasen a Embajadas las Delegaciones consulares.

b) Los contactos con China.

De ellos ha hablado la prensa. Y han sido corroborados por las conversaciones, en Nueva York, entre el ministro de Asuntos Exteriores y los representantes de Mao en las Naciones Unidas.

Por otra parte, la tesis oficialista de la apertura, antes expuesta, es aplicable a la China continental, que «cuantitativa y cualitativamente, ocupa un lugar destacado en la comunidad internacional» (López Bravo: declaraciones citadas en «ABC»).

La importación por una gran empresa comercial española de productos de la China comunista y la publicidad lanzada como estímulo para su venta son síntomas de que aquí estamos más allá de la especulación o del proyecto.

c) El apoyo de España a la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa.

El ministro de Asuntos Exteriores, en el marco solemne de la Asamblea General de las Naciones Unidas, afirmó el 4 de octubre de 1972: «España ha venido manteniendo una postura coherente de apoyo a la idea de celebrar una Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, que pueda ser un instrumento útil para la creación de un orden nuevo, mediante la aceptación de compromisos formales sobre la base del respeto a la independencia y soberanía de todos los Estados europeos».

d) La ayuda económica a los países que están al borde de caer bajo la dominación comunista.

Tal es el caso de Chile, a cuyo Gobierno de Unidad Popular –o de Frente Popular, para entendernos mejor–, presidido por Salvador Allende, que no se recata de proclamarse masón y de rendir cuentas de su quehacer político a la secta a que pertenece, se le acaba de conceder un préstamo de cuarenta millones de dólares.

* * *

Prescindiendo del primer punto, el de las relaciones consulares con los países comunistas, que no precisa de más comentarios, permitidme unas sencillas observaciones sobre los otros puntos que acabo de enumerar.

– Por lo que respecta a los contactos con la China comunista, creo que los mismos colocan a España en una situación equívoca y llena de ambigüedades con relación a Formosa.

Si mantenemos con Taipeh la normalidad de vínculos que ambiciona el titular de la cartera de Asuntos Exteriores para con los países del Este, no nos explicamos cómo se coloca en tela de juicio la normalidad diplomática, anunciando desde ella y enfáticamente que queremos tener Embajada en Pekín, por cuanto significa «cualitativa y cuantitativamente la China comunista».

La situación es idéntica, pero más alarmante, porque entra más por los ojos, a la que se produciría en el caso de que un Gobierno extranjero con el que España mantiene relaciones normales hiciera públicos sus coqueteos con el Gobierno de la República en el exilio. Supongo que nuestro embajador recibiría instrucciones a fin de formular una justificada protesta.

Pero hay más. Dentro de esas relaciones amistosas con la China nacionalista, llegó a Madrid, en este otoño, una misión militar. Su llegada coincidió con la campaña publicitaria a que antes hicimos referencia. Los anuncios, prodigados en las calles y en los periódicos, no eran anuncios neutrales, estrictamente mercantiles. Eran, en realidad, propaganda política, con una miliciana de Mao como atractivo.

¿No quiere esto decir nada? A mí se me ofrecen muy distintas sugerencias, pero sólo me atrevo a indicar una: ¿podrían anunciarse en Pekín los productos españoles con grandes carteles en los que apareciera una muchacha de nuestra Sección Femenina, ataviada con boina roja y con camisa azul?

* * *

– Por lo que respecta a la Conferencia sobre Cooperación y Seguridad en Europa, resulta evidente que la misma tiene una inspiración rusa manifiesta y es una continuación de la inútil Conferencia de Ginebra, celebrada entre el 18 y el 23 de julio de 1955.

Pero, ¿qué es lo que pretende la URSS con la Conferencia de Helsinki? A juicio de los que mejor conocen el tema («Informe de un grupo de exiliados»), los objetivos que persigue la URSS son los siguientes: sancionar el «statu quo» europeo; legalizar la doctrina de la soberanía limitada, en la órbita comunista; asegurar la estabilidad política en el flanco occidental; eliminar a los Estados Unidos de la defensa de Europa; y reforzar la economía soviética con técnica y dinero de los países del mundo libre, a fin de consolidar su plataforma de asalto.

¿Pero es que el «statu quo» europeo no está reconocido? Pues no, al menos en la forma y con la universalidad que el comunismo requiere. Si las fronteras del despojo se impusieron y legitimaron en Yalta, esta imposición y esta legitimidad arbitraria tienen sólo la aquiescencia oficial de las grandes potencias que fueron aliadas de la URSS en la última contienda. Falta la adhesión de los demás países, de los neutrales y sobre todo de la Alemania Federal.

Este asentimiento es el que se pide a España. Se nos pide, pues, que ratifiquemos libremente una situación de injusticia en la que no tuvimos ni directa ni indirectamente ninguna intervención.

* * *

– Por lo que respecta al préstamo concedido a Chile, y que asciende a cuarenta millones de dólares, hemos de subrayar que se hace a un país en tránsito oficial hacia un sistema marxista de Gobierno, que ha suspendido sus pagos internacionales por quiebra casi total de su economía, hasta el punto de que, según frase de su presidente, ya no quedan divisas «ni para raspar la olla».

Pues bien, con cargo a este préstamo, España ha procedido a la financiación de una empresa mixta que han constituido en Santiago de Chile, el 12 de octubre pasado, ENASA, de una parte, y CORFO (Corporación de Fomento de Chile), de otra. El capital de la empresa asciende a veinte millones de dólares, de los que corresponde a ENASA (España) el 49 por 100, y a CORFO (Chile) el 51 por 100.

Pero lo curioso es que la total aportación de Chile, 10.200.000 dólares, se los cede precisamente España, a título de crédito. Es decir, que los veinte millones de dólares proceden en su totalidad de España.

En la referencia oficiosa, que tengo a la vista («Mundo Hispánico», número 296), se dice que el crédito español de 10.200.000 dólares se liquidará mediante la exportación a España de productos chilenos, de tal forma que el país hermano no tiene por este concepto nada que gastar en divisas.

La inquietud y la sospecha de nuestro compañero señor Rosillo, manifestada en una de las reuniones de esta Comisión, de que España, con una economía en desarrollo, necesitada por consiguiente de salida para sus productos, esté abriendo créditos para la importación de mercancías foráneas, tiene ahora confirmación plena.

No puede extrañar que Salvador Allende, que presidió el acto constitutivo de la empresa mixta ENASA-CORFO, dijera que «quería manifestar públicamente y pedirle al embajador que hiciera llegar al ministro de Asuntos Exteriores de España su reconocimiento por (su) decidido apoyo… y (por) la comprensión que ha tenido no sólo para la posibilidad de este convenio, sino para los problemas generales que afronta Chile».

V

HAY UNA CONTRADICCIÓN ENTRE LOS PRINCIPIOS QUE ANIMAN LA APERTURA AL ESTE Y LA FIRMA DEL TRATADO CON LA URSS

Yo suscribiría, y con muy escasas reservas, la «praxis» de nuestra política exterior con respecto a los países comunistas, si fuera verdad o casi totalmente verdad tanta belleza como se predica y ofrece.

Lo que ocurre, sin embargo, es que entre la doctrina y la realidad existe una oposición tan honda, que el rechazo del trasplante se produce en el acto.

En efecto, la doctrina oficial, diseminada, pero reiterada en diversas ocasiones, la entresacamos de dos textos: del discurso del ministro de Asuntos Exteriores en la última Asamblea General de las Naciones Unidas, y del prólogo al libro a que más arriba hicimos referencia.

En el discurso en la ONU el ministro acepta «compromisos formales, sobre la base del respeto a la independencia y soberanía de todos los Estados europeos».

En el prólogo, el ministro añade: «España quiere una convivencia leal con todos los pueblos que acepten sin reservas los principios de la relación internacional básica, es decir, el respeto por las formas de vida ajena y por los elementos que constituyen la propia personalidad nacional».

Es decir, que la doctrina oficial admite, como es lógico, que hay una relación internacional básica. Si esa relación se elude o se quiebra, no puede haber ni compromisos formales ni convivencia leal. Luego, con un silogismo riguroso, si no se dan los elementos fundamentales, esenciales, constitutivos de la relación internacional básica, nos estará vedado, por fidelidad a la doctrina que preside nuestra política exterior, suscribir tratados (compromisos formales) que regulen jurídicamente una convivencia imposible.

Sólo nos queda examinar, para obtener la conclusión correspondiente, si se dan o no se dan, en el caso que ahora nos ocupa, y en todos los que hacen relación a los países comunistas, los supuestos esenciales de la relación internacional básica.

En la doctrina oficial se consideran como tales supuestos esenciales: que el convenio tenga lugar entre Estados; que estos Estados respeten de un modo recíproco su independencia y soberanía; que este respeto alcance también carácter recíproco a las formas de vida y a la personalidad nacional de cada uno de ellos.

Pues bien; cuando se negocia con un país gobernado por un régimen comunista, no se negocia con un Estado, y por ello la parte comunista no puede obligarse a esa gama de respetos que exige como indispensable la relación internacional básica.

En efecto, ¿qué es un Estado?. Como dice Horia Sima («¿Qué es el comunismo?», Editorial Fuerza Nueva, Madrid, 1971, págs. 23 y s.): «La existencia de un Estado viene condicionada por tres factores: un territorio, una población y una autoridad central que representa sus intereses y aspiraciones. La sustancia del Estado es la nación. La nación se organiza sobre un territorio, con vista al cumplimiento de su destino histórico. La estructura de los Estados comunistas es diferente. Éstos se presentan amputados. De los tres factores que constituyen un Estado, aquéllos no poseen más que el territorio. Por consiguiente, no pueden ser considerados más que como simples expresiones geográficas. Son Estados muertos, Estados sin pueblo. Evidentemente, las naciones existen (pero llevan) una existencia oscura…, paralela (y) ajena al Estado. ¿Dónde encontramos a las naciones en los Estados comunistas? En los campos de concentración o reducidas al estado de animales de trabajo. En un Estado comunista la nación está detenida en su totalidad y vive como en una gigantesca prisión. Las fronteras están herméticamente cerradas y vigiladas por guardianes feroces para que nadie se escape de aquélla.

»Una vez apartadas las naciones de la formación de los Estados comunistas, estos Estados no pueden izar la bandera de la soberanía nacional. No son Estados independientes, y ni siquiera autónomos. Existe, es verdad, una autoridad central, un Gobierno…, pero (la) autoridad no emana de la nación… La nación creadora del Estado yace encadenada… Los que hablan en su nombre, las personas que aparecen con títulos de jefes de Estado, jefes de partido o de Gobierno, representan en realidad una superestructura impuesta a la nación por otra fuerza.

»La autoridad central en un Estado comunista está bajo el control de la Internacional Comunista, de la organización mundial que manda por medio de sus personas de confianza a todos los Estados comunistas. En realidad, los Estados comunistas representan los límites de la expansión del imperialismo comunista. Son sus nuevas conquistas, sus nuevas anexiones, sus nuevas provincias.

»Todo lo que se ve (de) un Estado comunista, desde el Gobierno hasta un comité deportivo, forma parte del aparato de terror y sirve a la expansión del comunismo en el mundo.

»Si fuera suprimido el aparato de terror, lo cual no puede ocurrir mientras detrás de él vigile la fuerza mundial del comunismo, entonces automáticamente se (desharía) la fachada engañosa de los Estados comunistas, con todas sus ramificaciones, y la nación saldría triunfante a la luz».

Creo que el tema está expuesto por Horia Sima de un modo magistral. El telón de bambú, la cortina de hierro, el muro de Berlín son símbolos de esas cárceles gigantescas; y los levantamientos populares aplastados por los tanques soviéticos prueban la vida oscura y esclavizada de las naciones y la fuerza irresistible del inmenso aparato de terror que es el comunismo.

Ahora bien, si los Estados comunistas no son Estados propiamente dichos, sino puros aparatos de terror, el primero de los requisitos esenciales de la relación internacional básica no existe. Los organizadores de un congreso de municipios se entienden con los alcaldes, pero no con los jefes de los campos de concentración. Confundir o identificar a unos y otros sería un insulto para los primeros y, además, un error inconcebible e imperdonable.

Pero si los Estados comunistas no son Estados, no pueden obligarse a respetar la independencia y la soberanía de los Estados que con ellos contratan. «¿Acaso los países comunistas tienen independencia política?», preguntaba el vicepresidente del Gobierno en su discurso del pasado día 7. Pues si ellos mismos carecen de independencia y de soberanía, si son puras anexiones, ¿cómo podrán obligarse a mantener un estricto respeto a la independencia y a la soberanía ajenas?.

Los Estados comunistas no tienen política exterior propia. Su política exterior está dictada; e incluso cuando aparecen y airean conatos de autodeterminación, los mismos están insertos en el cuadro general de esa política única, que intenta la confusión y el ablandamiento del adversario.

La famosa doctrina Breznev o de la soberanía limitada nos advierte que son acertados nuestros puntos de vista, ya que tal doctrina justifica la intervención armada de la URSS en cualquier país socialista, si lleva a cabo ciertas reformas que Moscú considera como una amenaza a la comunidad soviética.

De lo dicho resulta que falta el otro de los principios esenciales de la relación internacional básica, ya que, por una parte, un Estado clásico no puede respetar la independencia y la soberanía de otro comunista, pues no puede respetarse lo que un Estado comunista no tiene; y un Estado comunista, precisamente por carecer de soberanía y de independencia, no puede obligarse a respetar la independencia y la soberanía de los demás.

Todo esto, que es de aplicación inexcusable a los Estados comunistas, tiene vigencia con respecto a la URSS y al Tratado Comercial «sui generis» objeto del debate; porque, en última instancia, la sede central del aparato de terror se halla en la gran metrópoli del imperialismo marxista. ¿Y cómo podrá la URSS, que ha dado pruebas de su voluntad continuada de expansión por toda clase métodos, que actúa constantemente en las naciones libres, azuzando la subversión, fomentando la disgregación moral y aprovechando todas las situaciones de conflicto, renunciar a su propósito de aprisionar al mundo, a todo el mundo, con la hoz y el martillo?. Y España, por muchas razones, sigue siendo una de sus metas más apetecidas.

Diréis, como quizá nos dice el ministro de Asuntos Exteriores: ¿es que no va a ser posible una quiebra, un desmayo, un abandono en ese proyecto de dominación universal?. Sin duda que en ocasiones hay síntomas que, dado nuestro deseo, que yo comparto, de distensión, parecen indicar que la oposición no es insalvable. Pero la realidad, por desgracia, no es como nosotros la imaginamos. El «vals de Lenin», «dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás», permitió a la URSS transigir y perder a Letonia, Estonia y Lituania, para recuperarlas después, y retirarse de Austria, para seguir al acecho. Mientras, ha ganado la Alemania de Pankow, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumanía. Dos pasos hacia adelante y uno, muy pequeño, hacia atrás. El balance es positivo.

Señores procuradores: yo advierto que nuestra política internacional con respecto a los países comunistas plantea una cuestión de principio, que es muy grave. Por un lado, hay una falta de consecuencia y coordinación entre la línea fundamental del pensamiento del ministro y los escalones que vamos ascendiendo en el amplio y anunciado camino de apertura sin límite, y digo sin límite, porque creo haber demostrado la ausencia en el mismo de los supuestos esenciales de la relación internacional básica. De otro lado, hay también, a mi juicio, una contradicción de fondo entre los puntos de vista del ministro de Asuntos Exteriores y los del vicepresidente del Gobierno.

El señor López Bravo cree posible la convivencia leal con los países comunistas, cree que «las transacciones económicas, financieras y comerciales entre el Este y el Oeste suponen a la larga un factor positivo para una auténtica distensión… (y estima que la política de apertura) genera una ininterrumpida cooperación, como garantía de paz» (En el prólogo aludido). El Señor López Bravo es, en suma, coexistencialista.

El señor Carrero Blanco no opina lo mismo en materia tan decisiva para España y para el mundo. El señor Carrero Blanco mantiene idéntica doctrina a la que Franco expuso en repetidas ocasiones, aunque, como es lógico, lo haga con palabras distintas. Las palabras del Señor Carrero Blanco dicen así: «La URSS no entiende más paz posible en el mundo que la transformación de éste en una República Soviética universal. Cuando hablan de coexistencialismo mienten; cuando hablan de asegurar la paz mienten. Estos hombres que dirigen la URSS… no son más que una especie de monstruos, que asesinan con la mayor sangre fría, que en su grotesca soberbia niegan a Dios, que no tienen concepto de la verdad ni de la mentira, ni de lo que es justo o injusto, ni de lo que es hacer honor a la propia palabra, ni de lo que significa la fidelidad a un acuerdo. Y no lo tienen, por principio, por doctrina. No es posible tratar con ellos. Nunca podrá haber la más mínima garantía de que cumplieran nada de lo que con ellos se conviniera. El coexistencialismo, con el que tratan de engañar (al) mundo…, para más fácilmente aniquilarlo…, es tan irrealizable como el pretender hacer de un cedro un catedrático de filosofía. Esto –concluye el señor Carrero Blanco– sólo lo pueden negar los necios o los cómplices del comunismo» (Juan de la Cosa: «Las modernas Torres de Babel», Ed. Idea, Madrid, 1956, págs. 470 y s.).

Yo, naturalmente, me adhiero a los puntos de vista del señor Carrero, y, por eso, me pregunto con él si se ha pensado en las posibilidades que se brindan a la URSS «dentro de los países de Occidente con sus representaciones diplomáticas», y si el Gobierno español está decidido a brindarlas también a la URSS, iniciando este brindis con las inmunidades y privilegios que se insertan e injertan en el Tratado Comercial que estudiamos.

Porque no se olvide que en el Tratado «sui generis» que nos ocupa falta también la última exigencia de la relación internacional básica, que exige la tesis del titular de la cartera de Asuntos Exteriores, y es que la otra parte respete nuestra forma peculiar de vida y los elementos que constituyen la propia personalidad nacional. Por principio, por ánimo de revancha y por hallarse en la estrategia inicial de Lenin, la URSS ha hecho gala y sigue haciendo gala de enemistad manifiesta contra esa forma de vida y contra los elementos básicos de la personalidad de la nación española, pretendiendo cambiarla de signo, alienarla y enmadejarla en la superestructura mundial comunista.

Ahí están no sólo la intervención soviética en España durante la guerra de liberación de 1936 a 1939, sino las constantes maniobras de la URSS para considerar a España, país neutral, como país vencido en la última contienda; las campañas de agitación universal contra el Régimen, como la promovida con motivo del Consejo de Guerra de Burgos; las emisiones de radio insultantes e incitadoras de la subversión; el envío de agentes para promover disturbios. De todo ello nos da noticia puntual la prensa, y todo ello es objeto de observación y también de indignación y de escándalo por parte de todos los buenos españoles; y de todo ello hay informes oficiales y oficiosos que incriminan a la URSS y que no creo que ahora se puedan negar o retirar de la circulación. (Ver, entre otros, «Apuntes para la Historia. La ofensiva comunista contra España. “Caso español en la ONU”. (Enero-Abril de 1946)», O.I.E., Madrid).

¿No son tales consideraciones objetivas y sensatas? ¿No nos obligan a reflexionar seriamente antes de emitir dictamen sobre la ratificación del Tratado con la URSS?.

Se dirá, y admito como base dialéctica la objeción, que todo lo que acabo de exponer es respetable y hasta lógico, pero que a la hora de la verdad, al descender con el pragmatismo que seduce a nuestra política exterior, las pesetas son las pesetas; las naciones no tienen amigos, sino intereses; no se puede ignorar a los países comunistas; no se dialoga ni se transige con las ideologías adversas, sino que se dialoga y se pacta con los Estados; y, en última instancia, la política de apertura a los países comunistas tiene el aval de Francisco Franco.

Como aspiro a que mi intervención, en materia tan decisiva como la presente, no margine ningún aspecto de la misma, quiero examinar y deshojar los cinco pétalos de esta margarita dialéctica. Examinemos, pues, cada uno de los cinco argumentos a que, en síntesis, se reduce la campaña a favor del Tratado con la URSS y de la política de apertura al Este.

A) Las pesetas son las pesetas

Naturalmente, y no seré yo quien lo niegue. Como el comercio es el comercio, y el turismo es el turismo (ver Manuel Fernández Areal, director de «Mundo», en esta revista, 11-11-72, pág. 9), y el arte es el arte.

Pero, dicho esto, no está dicho todo, porque hay pesetas de cuño legal y pesetas falsas; y hay pesetas que se ganan honradamente y hay pesetas que se consiguen con engaño o por la violencia; y hasta hay indemnizaciones en pesetas que se pagan voluntariamente, y otras que se hacen efectivas, ante la resistencia o morosidad del deudor, por vía judicial de embargo y de subasta, y otras, finalmente, que no se hacen efectivas, condonadas por medio del indulto. En cuestión de pesetas habría mucho que hablar y el tema nos llevaría muy lejos, adentrándonos en zonas cuya peligrosidad es manifiesta y que ahora no es el caso de poner a examen.

Con el turismo y con el arte pasa exactamente lo mismo. Hay turismo apetecible y turismo rechazable, como el que en tantas ocasiones produce escándalo en nuestros pueblos, propaga la droga o la pornografía, o insulta a la bandera o al Jefe del Estado. Hay arte, sin dejar de ser arte, positivo o negativo por razón de su objeto y del fin que el autor pretende con la obra expuesta; y así, el cuadro de Zuloaga sobre el Alcázar desmantelado y en ruinas, para mí, es positivo, porque es un elogio al heroísmo de la España nacional, quintaesenciado en la fortaleza toledana, mientras que «Guernica», el cuadro de Pablo Ruiz Picasso, es un insulto al Ejército español y a Francisco Franco.

Pues bien; lo mismo que sucede con las pesetas, con el turismo y con el arte, ocurre con el comercio. Por muy declamatoria y aséptica que resulte la frase «el comercio es el comercio», no merece la misma calificación la trata de blancas que la venta de panecillos, ni las transacciones legales con el exterior que rinden tributo a la aduana, que aquéllos que la eluden y terminan en el Tribunal de contrabando.

En un semanario barcelonés, entusiasta defensor de la apertura, se ha escrito: «Al fin y al cabo, todo se compra, todo se vende». Quizá crea quien está dispuesto a convertirse en materia venal que todo el mundo es así, que ya no hay dignidad, ni hombría de bien, ni espíritu de sacrificio bastante que se resista a entrar en el mercado de las conciencias. Afortunadamente, sin embargo, y con la ayuda de Dios, todavía hay cosas y todavía hay hombres, pese al pragmatismo reinante, que son «extra comercium», como decían los romanos, que están fuera del comercio de los hombres.

Pero sigamos adelante. Cuando se inicia una polémica hay que admitir, aun cuando no se acepta la propuesta, una base de discusión. Pues bien: yo, que no acepto la tesis absoluta de que las pesetas son las pesetas, la admito para entrar en el diálogo.

De acuerdo, pues, en que las pesetas son las pesetas. Pero, ¿dónde están?. Creo que Cuba, país con el que nuestra balanza de pagos es favorable, nos debe algo así como dos mil millones de pesetas. ¿Dónde están, pues, las pesetas que tanto necesita España para su desarrollo?

Tengo a la vista los datos oficiales sobre el comercio exterior de España con los países comunistas. De tales datos oficiales resulta que en pesetas el saldo de nuestro comercio exterior con la URSS ha sido deficitario y que perdimos, en 1967, 516 millones de pesetas; en 1968, 77 millones de pesetas; en 1969, 1.152 millones de pesetas; en 1970, 266 millones de pesetas; y en 1971, 221 millones de pesetas.

Las pesetas son, sin duda, las pesetas. Pero, en este caso, para la URSS y no para España. ¡Magníficos defensores de la peseta nos han salido entre los vocingleros –y utilizo esta palabra por ser uno de los epítetos que la revista barcelonesa aplica de contrario– entusiastas del Tratado Comercial «sui generis» con la URSS!

Bueno, podrá decirse, todo esto sucede por la falta de regulación jurídica del comercio URSS-España. Con esa regulación, que el Tratado proporciona, «el comercio mutuo podrá ser más fluido y amplio» (ver editorial de «Informaciones», 16-11-72), y entendemos que también más favorable.

Pues dudo, con toda sinceridad, que este cambio de signo se produzca, ya que después de suscribir tratados comerciales y de establecer relaciones consulares con los demás países soviéticos de Europa, el balance arroja –incluyendo a la URSS y con exclusión de Yugoslavia– un déficit para España, en 1971, de 12.726.000 dólares, y en el primer semestre de 1972, de 8.048.000 dólares.

Supongamos, ello no obstante, y a pesar de la experiencia, que el cambio de signo se produce. Entonces, y bajo la premisa de que el comercio es el comercio, ¿se podrá seguir considerando como mercancía apta para el mismo, y con lesión grave para nuestra economía, la importación de cemento pasado de fecha, como el que se trajo de Rumanía, que arruinó un enorme grupo de viviendas sociales apenas construido y habitado, o la importación de toneladas y toneladas de carne con fiebre aftosa, a la que es preciso someter a cuarentena y posiblemente incinerar en los mismos puertos de llegada?

B) Las naciones no tienen amigos, sino intereses

En un diario de la más alta significación oficial católica, se utilizaba este argumento para recomendar la firma del Tratado con la URSS, y para secundar y alentar la política de apertura a los países comunistas.

Ya podéis imaginaros que no puedo, como católico, compartir este punto de vista. La política y la economía –y por tanto la política económica, incluso la que se proyecta al exterior– no pueden guiarse exclusivamente por el baremo del interés, escapándose al dominio de la ética y regulándose por sus propias leyes, a las que es preciso reputar justas por sí mismas. La deseada y practicada autonomía teórica de la política y de la economía «con respecto a la moral, se transforma, prácticamente, en rebelión contra la moral» (Pío XII, 23-3-1952).

La proclamación del interés sobre la amistad, en este campo de la política económica, es una prueba de lo que se viene llamando nueva mentalización, la cual sustituye poco a poco, en méritos del tan manoseado pragmatismo, la moral cristiana por la moral capitalista o burguesa.

Para el cristiano, la moralidad de un acto, privado o público, se hace apelando a la ética. Para el capitalismo, apelando al interés. Para el marxismo, apelando a la eficacia.

De aquí que, para una concepción capitalista, la moralidad de un acto se determine por el interés. Lo que produce lucro, lo que trae consigo un aumento de bienestar es bueno; y lo contrario es malo. El dictamen huye de toda confrontación ética, para trasladarse a la órbita del beneficio.

En el campo comunista, el criterio del beneficio se desplaza, como piedra de toque, de la moralidad del acto, para dar entrada a un nuevo índice: el de la eficacia. Es bueno, aunque no lleve consigo lucro ni bienestar, lo que favorece al marxismo, lo que ayuda a la subversión mundial, lo que sirve a la más rápida o más segura implantación del régimen soviético, lo que incrementa la difusión o la influencia del partido. Lo contrario es malo.

Sólo si se tiene ante la mirada esta doctrina fundamental, y se proyecta la luz que difunde sobre la conducta privada o pública, se puede esquivar el riesgo de aplicar, en el momento de resolver en uno u otro sentido, una concepción capitalista, como podría sucedernos ahora, al dictaminar sobre el Tratado con la URSS, cayendo, además, en el engaño de una concepción marxista que con habilidad se nos ofrece desde la mesa que ocupa la otra parte que contrata.

Todo esto nos lleva de la mano a insistir una vez más en que el materialismo no es sólo comunista; en que el materialismo comunista es la consecuencia obligada de una cosmovisión materialista de la Historia, que tuvo su origen en el capitalismo y en la herejía protestante del siglo XVI. La primacía del interés a toda costa está descartada, incluso para la política económica exterior, del programa normativo de un gobernante católico.

En este sentido conviene recordar algo de lo que Pablo VI acaba de decirnos sobre el tema: «El hombre deviene ciego, condicionado, cuando su psicología se deja penetrar por los intereses económicos» (2-8-72). «Deberíamos descubrir las redes de la así llamada moral de situación, cuando nos propone como regla moral universal el instinto, habitualmente utilitarista» (30-8-72). «Deberíamos estar dispuestos a no adaptar nuestra actitud a tal o tal situación, sino a tener en cuenta la obligación moral objetiva y las exigencias subjetivas de una noble coherencia» (30-8-72).

Pues bien; tanto la moralidad objetiva como la coherencia subjetiva demandan, para la calificación ética favorable de la conducta, no sólo la intención recta, que se supone, sino también la obra buena; y la obra buena deja de serlo cuando para conseguirla se hace uso del mal, o cuando, sin dejar de ser buena la obra, hay un bien superior al que debe sacrificarse todo, incluso la obra buena que con el acto se persigue.

Así, el hacer queda subordinado al ser, y como, según el propio Pablo VI, los componentes de la moralidad son «deber, poder y querer» (9-8-72), está claro que las preguntas que nos hemos de formular son las siguientes: 1) ¿Podemos tener relaciones comerciales y diplomáticas con la URSS?. Claro que sí, será la respuesta. 2) ¿Queremos tener tales relaciones?. Claro que sí, nos dice con insistencia el ministro de Asuntos Exteriores. 3) ¿Debemos tenerlas?. Y aquí empiezan las dudas, porque es aquí donde los criterios –el del señor ministro y el mío– varían, por una concepción que posiblemente sea distinta acerca de la moralidad de la política y de la economía.

Y que conste, luego trataré de complementar mi pensamiento, que conjugando ese triple verbo deber-poder-querer yo no me opongo de una manera radical y absoluta a las relaciones comerciales con los países comunistas, aunque me oponga a la ratificación de este Tratado «sui generis» con la URSS. Más tarde me explicaré.

Y vaya, para que no todo se quede en pura elaboración doctrinal, un ejemplo que nos afecta de modo peculiarísimo y en el que se puso a prueba el binomio interés-amistad. Me refiero a los 750 millones de pesetas que la Argentina prestó a España en 1946, cuando el mundo nos odiaba y escarnecía, cuando un bloqueo internacional, hostigado por la URSS, nos redujo al hambre y tuvimos que apretarnos los cinturones, popularizar el gasógeno y comer borona. ¿Qué interés podía seguírsele a Perón, calificado entonces como fascista, de la ayuda a España, país depauperado y esquilmado, excluido de las Naciones Unidas y al borde, según la propaganda, de una catástrofe interior?

Entonces primó, señores procuradores, la amistad sobre el interés. Esa amistad, cuando los embajadores huían de Madrid, como se huye de un lugar apestado, nos envió, valiente y conmovido hasta las entrañas, el abrazo del embajador Radío, y luego, la sonrisa y el saludo de Evita, la esposa del presidente.

Cualquiera que sea la opinión que pueda sugerirnos el itinerario y el quehacer político de Juan Domingo Perón, y con independencia también de la mía propia, no habrá un español bien nacido que no guarde un agradecimiento profundo y una gratitud imperecedera al hombre y al país que en un momento doloroso y amargo para España entendió que la amistad entre las naciones se halla por encima, muy por encima, del interés; y que, por tanto, las naciones tienen, sin duda, intereses, pero, gracias a Dios, también tienen amigos.

C) A los países comunistas no se los puede ignorar

He aquí una verdad de Perogrullo. Pero la no ignorancia no lleva inexorablemente, ni lógicamente, en todo caso, a una política de coexistencia y de convivencia. Por eso, la doctrina inspiradora de la plenitud y normalidad de las relaciones con los países esclavizados por el comunismo no puede etiquetarse con el rótulo simplista de la «no ignorancia», sino con el más acertado de la «coexistencia sin ignorancia».

En efecto, ignorar la existencia del comunismo y de los Estados al servicio de aquél sería necio y absurdo. Habría que tener los sentidos a punto de desmayo para no darse cuenta de la realidad agobiante y angustiosa que suponen.

Pero no ignoramos muchas cosas, y nos negamos a coexistir con ellas. Aunque el director del semanario barcelonés antes aludido estime que hay que «coexistir con todo el mundo», estoy cierto de que no cumpliría su propósito si tuviese que convivir con piojosos, afeminados, homicidas, prostitutas o drogadictos. Podrá preocuparse de ellos, atender a su conversión o reeducación, pero no creo, con toda sinceridad, y no obstante su desenfado característico, que fuese a convivir con ellos.

No hay un solo gobernante que desconozca los delitos contra la propiedad, y entre ellos, el robo. Pero ante el robo, que no se ignora, inicialmente podrán adoptarse tres comportamientos: tolerarlo, participar del botín o perseguirlo. La doctrina de la no ignorancia, como se ve, admite diversidad de conclusiones, y no creo que las dos primeras vayan a merecer nuestra adhesión.

Pero hay más: sentado el principio de la coexistencia como única conclusión de la no ignorancia, hay que ser lógicos y aplicar la doctrina en todos los supuestos.

Por tanto, la coexistencia sin ignorancia habrá de aplicarse al separatismo, que evidentemente existe y ha dado pruebas de su vitalidad con actos de terror y asesinatos, como el último de Zaragoza. Y, sin embargo, estoy seguro de que cuantos nos reunimos aquí tacharíamos de traidor a España al gobernante que pactara con el separatismo, en el interior o en el exterior, oficialmente o en la clandestinidad, porque el separatismo es uno de aquellos pecados contra el espíritu de la Patria que no se perdonan, ni a aquél que lo comete ni tampoco a aquél que lo encubre.

Y lo que se dice del separatismo se puede decir igualmente del comunismo, pero, en este caso, en presencia de una cruel paradoja, cuando se formalizan tratados, como el presente, con la URSS o con los países soviéticos. La frase ingeniosa del príncipe Suvana Fuma: «Soy amigo de los comunistas fuera de casa; en casa soy su enemigo» (citado por Emilio Romero en su intervención del 21-3-71, en TVE) es, a la corta, irrealizable. «¿Cómo –decíamos hace tres años (FUERZA NUEVA, número 159, 24-1-1970)– reconocer al comunismo de fuera y denigrar al que trabaja dentro de España? ¿Cambia de signo una filosofía y una praxis según el lugar donde se proclama o practica? ¿Cómo mantener la moral interior y alentar a los españoles contra la propaganda comunista –que ya nos invade por todos lados, decimos ahora– cuando después se cruzan abrazos y sonrisas con quienes lo alientan, a través de enlaces, afluencia de dinero y emisiones constantes de radio que funcionan sin paréntesis en territorio comunista?».

Por otra parte, y para ser consecuentes, la no ignorancia, seguida de la coexistencia, como medio para convivir, debe generalizarse. ¿Por qué no tenemos relaciones diplomáticas con Israel? ¿Por qué no hemos establecido relaciones consulares? (El Consulado de Jerusalén existía antes de la fundación del Estado judío). ¿Por qué no hemos suscrito con Israel ni siquiera un modesto Tratado comercial o un simple Acuerdo de pagos?.

Y no se diga que Israel no existe, porque existe, y no lo podemos ignorar, y se halla en la cuenca del Mediterráneo, mar predilecto de nuestra política exterior, y, por si fuera poco, está deseando tener un embajador en Madrid.

Yo no prejuzgo la cuestión, ni opino sobre el tema; me limito a decir que la no ignorancia no puede terminar en coexistencia con la URSS y en desconocimiento del Estado de Israel, salvo que haya otros motivos que mediaticen la política exterior española, obligándonos a excepciones e incongruencias.

Pero la doctrina de la no ignorancia tiene otras perspectivas que no pueden soslayarse al examinar el Tratado que nos ocupa. Una de ellas nos la ofrece el problema del oro español en Moscú, que ha quedado pendiente y marginado del convenio, y que puede plantear, como seguidamente veremos, problemas graves en el futuro.

Es verdad que algunos han tratado la cuestión del oro con excesiva frivolidad. Así, una revista madrileña («La Actualidad Española», 13-3-1971) aludía a esa cuestión como «tema sempiterno que aún sigue coleando para la gloria de la incomunicación patria». «El oro –concluía el semanario– existió, pero ya no existe, y, además, nadie quiere saber quién es deudor de quién».

La cosa, sin embargo, no es tan sencilla, y su tratamiento, a mi modo de ver, no ha sido acertado al negociar el Protocolo que se nos envía por el Gobierno para examen.

¿Qué ha sido de las 510 toneladas de oro que el Gobierno de la República trasladó a Moscú y depositó en las arcas del Comisariado de Hacienda de la URSS? ¿Podemos reclamar ese oro? ¿Para qué nos sirve el resguardo del depósito que por voluntad póstuma de Negrín (muerto el 14 de noviembre de 1956) su familia envió a Franco, y se custodia en el Banco de España? ¿Qué alcance tienen las cartas cruzadas, con ocasión del Tratado Comercial, entre José Luis Cerón Ayuso y Alexis Nicolai Munchulo, delegados, respectivamente, de España y de la URSS?.

José María de Areilza, que fue embajador de España en París, cuenta en unas declaraciones muy recientes («Avanzada», número 44, noviembre 1972, págs. 4 y 5) que en sus conversaciones con Serguei A. Vinogradof, le dijo éste «que, según sus cálculos, no quedaba saldo favorable a España por haberse girado contra ese depósito el importe de gran número de suministros a la zona republicana durante la guerra civil, superiores en valor al de los lingotes depositados en la URSS».

El criterio de Vinogradof, por ser parcial y por no haber aportado la prueba necesaria, no es admisible. Pero lo es menos si se traen a colación las palabras de Stalin: «No volverán a ver este oro, del mismo modo que no ven sus propias orejas» (Alexander Orlov: «How Stalin relieved Spain of 600.000.000 dollars», en «Reader´s Digest», noviembre 1966, págs. 37-50).

Por su parte, el testimonio de los responsables del traslado del oro, a la hora de formar opinión, creo que es importante. Pues bien, Indalecio Prieto («Convulsiones en España», Ediciones Oasis, Méjico, 1968, tomo II, pág. 146) escribe: «Estoy segurísimo de que es falsa la afirmación difundida por «Pravda» de que el importe de las quinientas toneladas de oro transportadas de Cartagena a Odesa se consumieron por la República. Estamos –dice– en presencia de un colosal desfalco. Sea cualquiera mi opinión sobre Negrín, le declaro incapaz de la macabra broma de disponer que al morir él –si así lo dispuso– se entregara a Franco un documento que nada positivo representaba».

Madariaga, por su lado, cuenta cómo pocos meses después de efectuarse el depósito, de súbito, se colocó la URSS a la cabeza de los países exportadores de oro, después de África del Sur. «Los comunistoides bien enterados –comenta– murmuraban que se habían descubierto nuevas minas de oro detrás de los Urales. Eran las cajas del Banco de España». (Ver Carlos Seco Serrano: «Historia de España», tomo VI, «Época contemporánea», Edit. Gallach, Barcelona, pág. 197).

Admitamos, sin embargo, que la URSS consumió el depósito, autopagándose los suministros al Gobierno de la República, y que las exportaciones de oro a que alude Madariaga no tuvieran otra finalidad que su conversión en divisas, para hacer efectivos tales pagos. Pues bien, así y todo, la reclamación de España debe seguir en pie, porque como escribía Mariano Granados, ex magistrado rojo exiliado en Méjico («España y Rusia», en «Novedades», de Méjico, 25-11-1967), «ni jurídica ni moralmente el Estado español es sucesor del Gobierno de la República (por lo que) está en todo su derecho a efectuar cuantas reclamaciones considere necesarias hacer, para lograr la devolución del oro remitido a Moscú, patrimonio de la nación española, y no se le pueden imputar los gastos que la URSS haya hecho para ayudar al bando que amparaba con su doctrina política oficial y, además, con una intervención en las cuestiones internas del mismo». No se olvide, añadimos nosotros, que el embajador soviético Marcel Rosemberg asistía a los Consejos de Ministros.

Se dirá que, aun siendo esto así, el tema ha sido previsto, aunque marginado en evitación de dificultades, al negociar el Protocolo con la URSS. En la misma fecha en que se firmó dicho Protocolo se cruzaron unas cartas entre los jefes de ambas delegaciones, en las que se dice que el convenio «no implica la renuncia, por los dos países, a cualquier reivindicación que cada uno de ellos, o sus nacionales o personas jurídicas, puedan tener contra la otra parte, sus nacionales o personas jurídicas, en lo que concierne a bienes, derechos y obligaciones anteriores».

El tema del oro, aunque no aludido explícitamente, está salvado. La interpretación me parece triunfalista y ligera, porque la renuncia es recíproca, y la URSS no ha renunciado a exigir –y así lo hizo constar después de que ingresara en el Banco de España el resguardo del famoso depósito– la suma nada despreciable de cincuenta millones de dólares por deudas del Gobierno republicano (ver Indalecio Prieto, lugar citado), más, como le dijo Vinogradof a Areilza, la indemnización pendiente por «los daños causados por la División de voluntarios durante la guerra mundial» (ver declaraciones citadas).

Es decir, que habiéndose soslayado la oportunidad de resolver un tema contencioso, o de haber abierto cauce jurídico para su solución al firmar el Tratado, se margina el asunto y se empeora, reconociendo la posibilidad de una reclamación de la URSS, de los entes jurídicos de toda índole que la integran, y de sus ciudadanos, contra el Estado español, las personas jurídicas españolas y los antiguos divisionarios –que son ciudadanos españoles–. ¡Ya no faltaría más, sino que los heroicos divisionarios, después de las penalidades sufridas por todos, y de la prisión inhumana de muchos, fueran demandados ante un juez internacional como criminales de guerra y condenados luego a resarcir perjuicios con cargo a sus propios bienes!

No quiero terminar este capítulo desagradable, que nos obliga también a meditar seriamente sobre la ratificación o no ratificación del Tratado con la URSS, sin afirmar que yo soy de los que estiman que aún existe el oro que allí fue depositado. Y me remito para ello al testimonio de José María de Areilza en su libro «Embajadores sobre España» (pág. 7), cuando, al referirse a las denuncias y a las campañas contra el Régimen, asegura que las mismas «no han acabado, ni se extinguirán en mucho tiempo. Al menos –dice–, mientras quede algo de oro español en las cajas fuertes rusas…, para comprar votos y plumas».

«Como las campañas contra el Régimen continúan –sigo con el testimonio de Areilza en la mano–, el oro existe, y en cantidad bastante, no sólo para comprar votos y plumas, sino para hacer que algunos votos se inclinen por otros candidatos y algunas plumas utilicen una tinta de color político diferente…».

D) Tratamos con Estados, no pactamos con ideologías

Ojalá que esto fuera así. Pero las cosas, a veces, no son como uno quisiera, sino como realmente son, y la verdad es que, como ya hemos tenido ocasión de decir (FUERZA NUEVA, número 159, de 24-1-1970), «los Estados de los países comunistas están al servicio del comunismo (pero tanto) dentro de sus fronteras (como) más allá de las mismas. Son órganos poderosos de la subversión mundial que, fieles a su ideología y a la moral del partido, utilizan todos los medios, todas las tintas y toda la capacidad de maniobra a su alcance, para implantar el marxismo en el mundo. Quien olvide esto se halla perdido».

Cuando se negocia, pues, con un Estado comunista, se negocia en realidad con el comunismo que actúa a través de un Estado o, con más exactitud, de una superestructura con apariencia de Estado, y que no es otra cosa, como antes vimos, que un aparato de terror.

El comunismo utiliza el Estado como instrumento para su propósito de subversión y dominación universal. Si así no lo hiciera, no sería un Estado comunista. Al servicio de esa ideología, y obediente al cuadro director que señala las líneas maestras del quehacer revolucionario en cada país, el comunismo envía a sus agentes investidos de las misiones más simpáticas y ortodoxas, pues, como preconizaba Lenin, «en caso de necesidad, úsese toda clase de ardides, trapacerías, métodos ilegales, subterfugios y ocultaciones de la verdad».

Estos agentes actúan «in situ»: o bien como espías, enviando información a la URSS, o bien como promotores de la subversión, agitando los conflictos sociales y la rivalidad entre los grupos que apoyan al régimen, y erosionando y carcomiendo la moral ciudadana. Tales agentes, a través de la estructura paralela y de la difamación de los adversarios prestigiosos, logran, o pretenden lograr, una anestesia de la sensibilidad política, un bloqueo de las reacciones vitales de defensa contra el comunismo, una desgana ante el llamamiento de la conciencia a sacrificarse por unos valores que se encuentran amenazados y en peligro.

Tales agentes son, pues, agentes de una ideología, aunque sean, en la forma, súbditos y funcionarios estatales. De aquí que, al tratar con los Estados comunistas, no pueda olvidarse que la vigilancia que la negociación exige no debe ser tan escrupulosa hacia el exterior, montando la guardia en los balcones, como hacia el interior; pues, como dicen los italianos, el enemigo trata de colocarse a la espalda del frente. Sería inútil, pues, avizorar desde los ventanales, y encontrarnos de súbito con que el enemigo penetró por el sótano.

Decía un diario madrileño («Informaciones», editorial, 16-11-72) que cuanto acabamos de exponer «entra de lleno en el terreno de la «política-ficción»», y alude, después, para el caso de que tales posibles injerencias se produzcan, a los «mecanismos de defensa».

A mí me sorprende que, con seriedad, pueda hablarse de política-ficción en un tema como el presente, cuando sólo en 1970 fueron expulsados diplomáticos soviéticos –sólo en Europa Occidental– de Bélgica, Italia, Holanda, Noruega, Gran Bretaña y Alemania Occidental. (Ver «Est-Ouest», 15-10-71, págs. 475 y s.).

El diario «ABC» de 8 de diciembre de 1970 rotulaba así una de sus noticias: «El Gobierno británico expulsa a tres funcionarios rusos acusados de practicar el espionaje. La Misión comercial soviética en Gran Bretaña se dedica, en gran parte, a tareas de información secreta y subversión».

Recalcitrantes en su propósito, el 24 de septiembre de 1971 Inglaterra tuvo que expulsar a ciento cinco funcionarios soviéticos, no sólo afectos a la Embajada de la URSS en Londres, sino también a la Aeroflot, Intourist, Empresa de Navegación, Oficina de Asuntos Culturales, Delegación Comercial, Oficina de Compras, Delegación de Artes y Cinematografía, y Biblioteca Pública Soviética.

Después de esta expulsión casi masiva, desaparecieron de Bruselas un miembro de la Misión comercial soviética y uno de los corresponsales de la Agencia Tass.

Por su parte, en Hispanoamérica, según la versión del «New York Times», que no creo que sea dudoso en este a[sp]ecto, actúan, con disfraz diplomático, más de trescientos agentes comunistas, y los periódicos «La Unión», de Valparaíso (22-4-66), y «La Prensa», de Buenos Aires, denunciaban como promotores de la subversión y de las guerrillas urbanas a «los extranjeros que están en nuestro país al amparo de las nuevas relaciones internacionales con los países comunistas»; no obstante lo cual, al Gobierno de la URSS «se le sigue tratando como a un amigo y se le piden acuerdos de asistencia económica y cultural».

La revista «Est-Ouest», que es, sin duda, la más objetiva y la mejor informada sobre comunismo, afirmaba (15-10-71), comentando la expulsión de los funcionarios soviéticos de Inglaterra, que con esta expulsión se ponía de manifiesto, «una vez más, que un Estado comunista no es lo mismo que un Estado liberal y democrático, aun cuando las instituciones lleven el mismo nombre en los dos casos. De igual modo que el Gobierno, bajo el régimen comunista, no es más que un agente ejecutivo de la voluntad del buró político, la Iglesia (en un Estado comunista) es tan sólo una correa de transmisión del régimen; la Justicia, un auxiliar de la Policía; y la diplomacia, en su casi totalidad, una prolongación del espionaje. Cuando los comunistas contratan, entre sus motivos para contratar figura el deseo de acercarse a los otros para procurar ahogarlos».

Dijo José Antonio una vez que «sólo nosotros cometemos la incomparable estupidez de abrir por nuestras propias manos la puerta de la casa a quienes sólo quieren entrar para arrojarnos de ella con sangre y vilipendio».

Para no incidir en tamaña estupidez, sólo hay dos soluciones: una, la de no admitirlos; y otra, la de admitirlos, sabiendo con quién nos jugamos las cartas y sin acudir a distinciones sutiles, y falsas en este supuesto, entre Estados e ideologías, y seguros –claro es– de que tan sólo por muy elevados intereses nos resignamos a tolerar a conciencia, entre nosotros, la presencia de un cierto número de profesionales, bien preparados y adiestrados, del espionaje enemigo y de la subversión comunista.

Por eso, mientras no llegue hasta nosotros un informe fidedigno o una declaración solemne de que los servicios de seguridad del Estado han recibido instrucciones y medios económicos y técnicos para desbaratar de raíz lo que no pudo desbaratarse a tiempo en otros países con más experiencia y mucho más ricos que España, y en tanto que nuestra política interior no se empeñe con energía en un rearme político y moral de nuestro pueblo –que buena falta le hace–, debemos pensar muy seriamente si nuestro voto debe ser a favor o en contra de la ratificación del Tratado con la URSS.

E) El Jefe del Estado apoya la apertura al Este

«La política exterior –se dice– no es exclusiva de un Ministerio, sino del Gobierno todo, y por ello cuenta con el respaldo del Jefe del Estado». («Informaciones», lugar citado).

En apoyo de este respaldo se pueden aducir dos textos tomados de sus mensajes a los españoles de los dos últimos años. En el del 30 de diciembre de 1970 hizo referencia a «la iniciación de relaciones económicas con países con los que habíamos perdido el contacto diplomático hace más de treinta años, estimando que los mismos son ejemplares síntomas de la fortaleza y madurez con que España afronta su misión en el escenario internacional». En el de 30 de diciembre de 1971 dijo que «la convivencia (con países de credos políticos diferentes) no presupone identificación ideológica ni conjunción con aquellos principios; significa simplemente voluntad de entendimiento en cuestiones concretas de interés común».

El último texto me parece clarísimo y no implica, «per se», aval absoluto al Tratado «sui generis» que examinamos. El primero no entra en el análisis de los que en aquella fecha se habían ratificado con los países comunistas.

Pero supongamos que fuera así y que se enarbolan tales textos con la pretensión de decirnos: «Si usted se opone a la ratificación del Tratado con la URSS, usted se sitúa en contra de Franco».

Niego de plano tal admonición. Y la niego porque Franco expuso con toda nitidez su posición ante el coexistencialismo, y con respecto al Tratado con la URSS: «Mientras Moscú siga siendo centro de agitación comunista en otros países, y España un objeto preferido de tal actividad, subsistirá una situación que no permite las normales relaciones. En todo caso, sería indispensable la devolución del oro español que se encuentra en Rusia». (Declaración, en 1964, a «Christ und Welt». Ver «Mundo», lugar citado).

Para mí, no es preciso ningún esfuerzo para armonizar los textos que acabamos de sacar a la luz. Pero si el esfuerzo coordinador hiciera falta, lo dejo en manos de quien tiene la responsabilidad de recoger los principios de nuestra política exterior y de ponerlos en práctica.

No excuso, sin embargo, el argumento, y me permito llevarlo a una situación límite, es decir, que en efecto el Tratado con la URSS tenga el apoyo incondicional de Franco. Pues bien, en tal supuesto, yo seguiría votando en contra, por las siguientes razones:

1) Porque sería una ofensa al Jefe del Estado pensar que los instrumentos que su Gobierno envía a deliberación o dictamen deben ser aprobados sin el contraste de pareceres que la ley autoriza, y por tanto, sin votos en contra. Tales instrumentos llegan aquí no para que los aplaudamos, sin más, como borregos, sino para ser estudiados, discutidos, modificados o devueltos. De este modo las Cortes y el Régimen salen fortalecidos.

2) Porque siendo verdad que quien os habla es procurador en Cortes, por ser consejero nacional del reducido grupo de designación directa, lo cual me honra y enorgullece a un tiempo, también es verdad que no he recibido jamás «mandato imperativo» que me obligue a formular mi voto, como no sea aquél muy genérico de expresarme conforme a conciencia, y a conciencia formada.

3) Porque también cuenta con el aval del Jefe del Estado la tesis refractaria a los partidos políticos y la lucha contra la pornografía, y, sin embargo, son muchas las publicaciones que se apoyan en el Jefe del Estado para pedir la ratificación que ahora se dilucida, y le ignoran cuando defienden con insistencia machacona las asociaciones políticas de base o inundan de erotismo tales publicaciones.

¡Me hace mucha gracia esta insólita y novísima guardia mora que se ha dado cita, con motivo de este asunto, en torno al Jefe del Estado!

4) Porque una cosa es la lealtad y otra la disciplina. Ésta me obliga en los mismos términos de aquella famosa alocución de Franco a los cadetes de la Academia General Militar de Zaragoza. Aquélla me obliga a exponer, con respeto, pero con libertad, mi modesta opinión, cuando se me pide, y ello aun cuando sea, que no creo que lo sea, distinta y aun opuesta a la del Jefe del Estado.

Señores procuradores: yo no soy de aquéllos que proclaman que el «jefe no se equivoca». Yo sé que el jefe puede equivocarse y tengo la obligación, por lealtad, de evitarlo; y luego, si a pesar de no seguir el consejo, se equivoca –lo que es humano–, respaldarle, para rectificar la equivocación si es posible, y para evitar, si se puede, las consecuencias de su equivocación, que llenan de alegría a los desleales.

CONCLUSIONES

Agradezco al presidente de la Comisión y a los señores procuradores la paciencia con que han seguido este largo informe, y que, a pesar de ser largo, no es tan exhaustivo como exige la gravedad del asunto.

Termino, pues, este informe, expresión sincera de mi punto de vista, formulando las siguientes conclusiones:

PRIMERA: No me opongo a las relaciones comerciales con la URSS. Tales relaciones han existido y existen sin un Tratado Comercial a nivel de Gobiernos.

SEGUNDA: No me opongo, si se considera que a la mayor fluidez y seguridad de esas transacciones mercantiles conviene que se firme y se ratifique un Tratado Comercial con la URSS; pero sólo un Tratado Comercial.

TERCERA: Siendo así que nuestro ministro de Asuntos Exteriores declaró en el CESEDEN que con la Unión Soviética –como ya había advertido a Gromyko– sólo firmaríamos un acuerdo exclusivamente comercial (y en esto de exclusivamente insistió el señor ministro), yo pido que se nos traiga un Tratado exclusivamente comercial, sin los injertos que lo desnaturalizan, al conceder a unos agentes comerciales privilegios diplomáticos; privilegios que sólo se pueden conferir a las personas que representan la soberanía del Estado.

CUARTA: El Tratado «sui generis» que se trae a estudio, no es, pues, un Tratado Comercial, sino un Tratado por el que se inicia la reanudación de los vínculos diplomáticos con la URSS, aunque con representación acéfala, pues falta tan sólo el nombramiento de embajador; y todo ello disfrazado o involucrado en un Acuerdo que debería ser «exclusivamente comercial».

QUINTA: Aun suponiendo que se ratificase el Tratado, me opongo a que se mantenga como vinculante el Acuerdo contenido en las cartas que cruzaron los representantes de las delegaciones española y soviética. La no ratificación del contenido de esas cartas ni lesiona al Tratado, ni afecta a los derechos de España a exigir la devolución del oro depositado en Moscú. Por el contrario, la ratificación de esas cartas supone que admitamos la viabilidad de reclamaciones de la URSS contra el Estado español y contra el patrimonio de los voluntarios de la División Azul, que podrían ser demandados como criminales de guerra; y ello es, de principio, inadmisible.

SEXTA: En el caso de que se estime que cuanto aquí he expuesto sobre la no ignorancia y la coexistencia pertenece de verdad a la política-ficción, es decir, que no es cierto que los Estados comunistas sean aparatos de terror que sojuzgan a naciones esclavizadas; que no es verdad que el marxismo instrumente, a través de los Estados, agentes de la subversión y del espionaje en los países con los cuales se relaciona; o que, siendo todo eso verdad, nuestro país está fuerte y seguro, y los mecanismos de defensa, morales y materiales, dispuestos para actuar si es preciso; entonces y sólo entonces, con esas garantías que debe dar el Gobierno, pido que no nos andemos con remilgos, subterfugios y demoras, sino que cuanto antes, y por el bien de España, no nos quedemos atrás, y se entablen relaciones diplomáticas plenas y normales, desde ahora mismo, con la Unión Soviética.

Fuente | El texto del Discurso que se deja a continuación, así como los demás textos adyacentes, están tomados de un folleto editado aparte por la Editorial Fuerza Nueva. Para ampliar ver Boletín Oficial de las Cortes en el que se recoge el debate habido en la Comisión de Asuntos Exteriores: Discurso Blas Piñar contra Tratado con URSS (1972) | Fuente originaria: Blas Piñar en las Cortes. Relaciones España-URSS, Ed. Fuerza Nueva, 1973.

Discurso pronunciado en Pedreguer (Alicante) el 8 de diciembre de 1975

​DISCURSO DE BLAS PIÑAR EN PEDREGUER (ALICANTE) EN LA CLAUSURA DE LAS VII JORNADAS DE DELEGADOS DE FUERZA NUEVA

Sean mis palabras iniciales de agradecimiento a quienes en Pedreguer se han desvivido para que este acto pudiera celebrarse.

Con este acto se clausuran las VII Jornadas de Delegados de FUERZA NUEVA. Estas jornadas, de modo tradicional, se venían celebrando en la hospedería del Valle de los Caídos, de Madrid. Este año nos hemos visto forzados a cambiar el lugar de nuestras reuniones tradicionales. Los signos de los tiempos obligaron al abad mitrado del Valle de los Caídos [Luis María de Lojendio, abad entre 1968 y 1979], a prohibir nuestra Asamblea en un recinto que es para nosotros sagrado porque consideramos que aquella basílica, su monasterio y su hospedería, allí, en lo alto de la sierra de Guadarrama, vienen a ser como un altar de la patria, venerado por todos los buenos española.

1. SIN BENEFICIO DE INVENTARIO

Recibí una carta del abad en que justificaba su negativa a la reunión so pretexto de que nosotros éramos un grupo político y que la basílica, el monasterio y la hospedería debían quedar ausentes de la política, para dedicarse únicamente a lo espiritual, a lo que tuviese carácter religioso estricto. Yo le contesté, por escrito naturalmente, y la carta no ha tenido réplica, ni siquiera cortés, diciéndole lo que sigue: “Señor abad, si es cierto que nosotros somos un grupo político fiel, radicalmente fiel al 18 de Julio, fiel a la sangre vertida que hizo posible que se levantasen en la serranía del Guadarrama ese templo y esa cruz que quiere proteger a todos los hombres de España. (Aplausos incesantes). No olvide señor abad que nosotros nos consideramos en nuestro tiempo, a la altura de 1975, herederos y continuadores, si es preciso sin beneficio de inventario, de los ideales de la Cruzada; no se olvide que las dos agrupaciones políticas que se dieron cita para aquella contienda salvadora de la Patria fueron la Comunión Tradicionalista, que creo, señor, que fue fundamentalmente católica, con su lema de “Dios Patria, Fueros y Rey” (inmensa ovación del público puesto en pie), y la Falange Española, que en el pensamiento clásico, perfecto, de José Antonio, fue profundamente católica, profundamente cristiana, de manera que, por encima de cualquier otra consideración racista o totalitaria, estimó que el hombre es portador de valores eternos y que sobre el hombre, así considerado, descansa el esquema político nacional. (Ovación entusiasta).

Si esto es así, señor abad, usted tiene, con todos los respetos, dos soluciones: si usted hubiera admitido en el recinto del Valle de los Caídos a José Antonio y a sus amigos, para celebrar una reunión de un grupo político, pero de un grupo político sinceramente religioso, ¿por qué cierra las puertas a los que nos sentimos continuadores de ese pensamiento político nacional? Y si usted hubiera cerrado en 1975 las puertas a José Antonio y a sus amigos, por favor, sea usted sincero, arranque usted a la basílica el nombre del Valle de los Caídos (larga ovación) y devuélvanos los restos de José Antonio, que usted se ha comprometido a custodiar”. (Se repite la ovación, que dura largo rato).

2. EN TIERRAS ALICANTINAS

Sin embargo, este cierre hermético y peyorativamente discriminatorio para FUERZA NUEVA ha tenido como compensación el que hayamos venido a tierras de Alicante, a las que yo, personalmente, y por razones de convivencia y de afecto, estoy vinculado de un modo especial. Y ha sido en el término de Elche donde han podido celebrarse en paz, en silencio y en comunidad de ideas y actitudes, estas Jornadas Nacionales. Hemos venido a tierras alicantinas e ilicitanas, y hemos recibido el triple saludo del sol, del mar y las palmeras.

Y así como he iniciado mi capítulo de gracias con las que he tributado al pueblo de Pedreguer y a quienes se hallan al frente de su administración municipal, quiero también expresar mi agradecimiento, en nombre propio y en nombre de los jornadistas, a las delegaciones de FUERZA NUEVA en Elche y en Alicante, que se han esmerado en la organización e incluso en las atenciones personales con nosotros.

La prohibición del abad Valle de los Caídos hizo imposible tanto la reunión bajo la sombra amorosa de su Cruz como el acto sublime de depositar cinco rosas, como una ofrenda de sentimientos y de oraciones sobre la tumba del Fundador, rosas que en esta ocasión se hubieran multiplicado, para desde la lápida mortuoria de José Antonio, que está delante del altar y el coro, a depositar otras cinco rosas en la tumba del artífice del Estado nuevo, Francisco Franco, vencedor de la guerra y príncipe de la paz. (Ovación entusiasta).

3. CINCO ROSAS

Como compensación hemos acudido con religioso silencio al lugar mismo donde la sangre de José Antonio, el capitán y el poeta, fue sacrificada y salpicó la tierra de España, a la que amó entrañablemente porque no le gustaba. Y este amor ascético por la Patria, que le embanderó al servicio de un gran ideal, lo hemos recordado y rememorado nosotros ante la cruz de madera, bien austera y sencilla, por cierto. Y allí, después de escuchar la oración de los caídos de Sánchez Mazas, con lágrimas en los ojos y firme posición, después de rezar con el padre Venancio Marcos un padrenuestro, que es a un tiempo encomendarnos a José Antonio privadamente, y pedir por José Antonio, si le fuese preciso, al Dios Padre, nos hemos acercado con lentitud hasta la cruz austera y sencilla, para depositar a sus pies, emocionadamente, nuestras cinco rosas, rogando al Señor que el perfume de las rosas de España, de 1975, se mezcle con el perfume de las rosas de España de todos los años de la paz, para que la paz sea permanente entre nosotros, para que nuestras juventudes se sientan orgullosas de tener un héroe y un capitán, que ha muerto físicamente, pero que no muere porque su ideal continúa vivo y permanente entre nosotros. (Ovación entusiasta).

Al pie de la cruz, cara al recuerdo de esa sangre, que es como el aval y el testimonio de una ideología tan noble y tan elevada que por ella fueron y son capaces de morir los jóvenes, sentimos hasta lo más hondo de nuestro corazón lo que es España, la España múltiple y diversa, pero la España una, unida, la España que en su unidad labra su grandeza y su libertad. Yo no sé si José Antonio y sus jóvenes escuadristas de entonces pensaron en el simbolismo que encierran las cinco rosas, porque las rosas no son tan sólo perfume y oración de la Patria, de la tierra que se espuma y florece en el rojo-sangre encendido de los pétalos; yo creo también que esas cinco rosas son los cinco reinos de la Edad Media, aquellos cinco reinos que los Reyes Católicos fundieron para siempre con el nombre de España.

4. DESDE BADAJOZ

Hace unos días, después de la muerte de Franco –cuyo nombre con el grito ritual de ¡presente! figura al fondo de este escenario, nombre y ¡presente! que pasearemos por España mientras dure el luto nacional-, y después de la coronación del Estado, al jurar ante los Evangelios fidelidad a la Constitución [LEYES FUNDAMENTALES] y a los Principios que informan el Movimiento Nacional el que entonces era Príncipe y hoy es Jefe del Estado con el título de Rey, celebramos un acto en Badajoz, en la capital de la Baja Extremadura. En el teatro, lleno hasta rebosar, no sabíamos si llamaba más nuestra atención el número de personas allí congregadas al conjuro de unos ideales o el entusiasmo de la multitud. En esa ocasión expusimos el pensamiento de FUERZA NUEVA y nuestra postura ante la Monarquía instaurada y recobrada de todo veneno liberal. Allí afirmamos que nosotros apoyamos sin condiciones de ninguna clase a la Monarquía tradicional española, a la Monarquía que se enlazaba y se enhebraba con la Monarquía nacional de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando. Y hacíamos ver que lo que no es posible de ninguna manera es que, por la maniobra y el subterfugio de las presiones externas e internas de los enemigos larvados o declarados de España, la Monarquía tradicional que ha jurado el Rey pueda ser escamoteada para convertirse otra vez en una Monarquía liberal que con los vicios del liberalismo acabe no sólo con la propia Monarquía, sino también con la esencia histórica y con la unidad de nuestra Patria. (Inmensa ovación del público puesto en pie).

5. EN PROTESTA ENARDECIDA

Muchos españoles, millones de españoles, callados y silenciosos, que han estado dedicados a su trabajo, a su oficio, a su profesión, de bruces en la lucha por la vida, hoy pueden salir y dar un paso hacia adelante, porque al pueblo, al pueblo de España no se le puede convocar simplemente para unas elecciones a concejales de Ayuntamiento, porque es posible que estas elecciones le tengan sin cuidado, especialmente cuando tiene confianza en el hombre que rige, al servicio de España, los intereses comunes; pero cuando el pueblo de España, el que parece indiferente por el quehacer político, sabe que esté en juego el alma de la nación, la unidad de la Patria, la paz de los españoles, se manifiesta, sale a la calle, como salió aquel 17 de diciembre [1970] a la plaza de Oriente de Madrid y a las plazas de Oriente que son todos los pueblos de España, en protesta enardecida contra la injerencia extranjera que quería imponernos el liberalismo o el comunismo, y por medio del terror pretendía turbar nuestro presente y ennegrecer nuestro futuro. Ese pueblo salió el 1 de octubre para decir a un Caudillo anciano que seguíamos gritando ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! Ese pueblo se alineó en colas largas, silenciosas, respetuosas, interminables, aguardando catorce y dieciséis horas, no para pedir aumento de salarios, exigir reivindicaciones o formular quejas, sino para rendir su último homenaje, con oración y con amor, al que fue Jefe y prácticamente Rey natural de todos los españoles. (Interminable ovación del público puesto en pie, que impide continuar al orador).

Ese pueblo, amigos y camaradas, está ahí. El buen vasallo está en las casas, en los campos, en los talleres, en los barcos de pesca, en el Ejército, en las fuerzas de orden público, en la juventud, en las mujeres. Ese pueblo está ahí: que nadie trate de confundirlo, que nadie trate de desmoralizarlo, que nadie trate de agarrotarlo, para quitarle fuerza y empuje: porque si la clase dirigente del país se traiciona a sí misma –los mismos que gobernaron con Franco y quieren gobernar en el futuro con esa supuesta Monarquía liberal que rompa con el Movimiento y con la España del 18 de Julio-, habrá hombres y mujeres en España que saldremos a convocaros y a organizaros para que… (una inmensa ovación impide continuar al orador y recoger sus palabras).

6. LA PEOR DICTADURA

Por eso, permitidme que repita, porque es necesario repetirlo, ya que no tenemos posibilidades de multiplicar nuestra voz y nos están vedados los grandes medios de comunicación social, incluso del Estado, que cuando en estos días trascendentes para España la Televisión iba recogiendo los puntos de vista de los españoles que creyó autorizados u obligados a exponer su criterio, también se solicitó el del que os habla ahora, consejero nacional del Movimiento, designado por Francisco Franco –lo que constituye mi mayor timbre de honor y un compromiso de fidelidad mientras vivió, pero sobre todo después de su muerte-, (Aplausos). Pero da la casualidad de que mi punto de vista –ignoro los motivos- no se dio a conocer a los telespectadores, porque la peor censura es la de los liberales y la peor dictadura es la dictadura de la democracia liberal, que deja a los hombres afónicos. (Ovación).

En Badajoz dejamos constancia (se nos podrán imputar muchos defectos y muchas imperfecciones, cosa que por otra parte es propia de humanos, pues si no, seríamos ángeles; pero no se nos podrá imputar nunca ni calificársenos de insinceros, de actuar con máscaras o veladuras, de tratar de que nuestras ideas discurran más fácilmente envueltas en la insinceridad untuosa de que tantos politicastros hacen gala en estos momentos difíciles de nuestro pueblo) de que mientras el Estado nacional continúe y trate de permanecer, no obstante las vicisitudes de los tiempos, fiel a la ideología vitalizante del 18 de Julio, mientras la vida política española quiera discurrir por el cauce, amplio sin duda, pero con sus fronteras y limitaciones, del Movimiento Nacional –fronteras y limitaciones para aquellas ideologías, como indicaba don Marcelo González, en su homilía de la plaza de Oriente, que tratan de disolver la integridad de la nación-, nosotros estaremos con el Estado nacional y con el Movimiento, y no estaremos en el juego equívoco , que divide a los españoles, del asociacionismo político. Pero si llegamos a entender claramente o se nos dice de forma definitoria que el Estado nacional está caducado, que el Movimiento está periclitado, que cuanto supuso la ideología del 18 de Julio queda arrinconado en la penumbra de la Historia, y que, por consiguiente, y so pretexto de aproximación a Europa y de reconciliación de los españoles, vamos a un Estado liberal, entonces, en nombre de ese liberalismo y de la democracia inorgánica, nosotros, que no queremos jugar a los partidos políticos disfrazados de asociaciones, compareceremos en la vida pública como partido político auténtico, que va a luchar. (Inmensa ovación que no permite recoger las palabras del orador).

7. LEALTAD NO ES ADULACIÓN

Se abre con la coronación del Rey y con su juramento una etapa nueva en la historia política de España y en la historia política del Régimen español. Una época que nace, claro es, cargada de esperanzas, y hoy, después de los últimos acontecimientos, más que de esperanza, de expectativas y de inquietudes.

Hablamos y hablaremos con la misma lealtad que nos ha caracterizado durante el periodo de gobierno de Franco, en el que la lealtad no la confundimos con la adulación.

Los que adularon a Franco son ahora sus primeros hipercríticos, y la conducta moral del adulador es idéntica al del que lo critica todo. La única conducta moral seria en la vida personal, familiar y política consiste, en nombre de la lealtad, en decir con lealtad al jefe cuándo creemos que se equivoca, y si no obstante decirle que se equivoca insiste en la equivocación, cuando llega el momento de cosechar las consecuencias desastrosas de su medida, no lanzarle pellones de basura, sino ponernos incondicionalmente a su lado para defenderle de las consecuencias de su error. (Ovación).

Esta es y será también ahora nuestra línea de conducta, a partir del momento inicial de esperanza o de inquieta expectativa, de la etapa que acaba de iniciarse.

No es ése el camino. No es el camino, señores del Gobierno, el camino del indulto que acabáis de conceder. No porque nosotros no seamos partidarios de la generosidad y de la benevolencia. En Zaragoza, a raíz del acto que organizó FUERZA NUEVA el pasado 9 de noviembre, decíamos, hablando del indulto, en una entrevista a un diario local: naturalmente que el Jefe del Estado debe comenzar su periodo de gobierno con un indulto o con una amnistía de la generosidad y, por consiguiente, para los delitos menores comunes y políticos, porque si excede de los límites de la benevolencia, el adversario no lo interpretará como benevolencia sino como debilidad. (Aplausos).

Pero el indulto ha tenido tal amplitud que, antes de que los Tribunales de Justicia se pronuncien sobre los hechos y dicten sentencia, se conmutan las posibles sanciones nada más y nada menos que a los asesinos de Carrero Blanco y a los autores del crimen brutal de la calle del Correo, de Madrid. (Ovación).

8. ¿SON HÉROES NACIONALES?

Interpretado el indulto no como signo de benevolencia, sino como signo de debilidad, se tiene la impresión de que se ha extendido una alfombra de laurel a los que salen de las prisiones. Basta para entenderlo así con asomarse a las páginas de la prensa de todo tipo, incluso la oficialista, que presenta a los indultados como héroes nacionales acreedores a fotografía de primera página, en las que aparecen sonriendo y aptos para ganar la simpatía de los lectores. No salieron con el ánimo contrito, arrepentido y agradecido del que sabe que el indulto y el perdón son fruto de la misericordia y hasta de la elegancia de quien acaba de constituirse en autoridad, sino con el coraje del triunfo y de la victoria.

Por eso, inmediatamente después de su liberación, como si les faltase tiempo, no para reconciliarse, sino para la revancha, los que salían de las cárceles tomaban las riendas de los cuadros de acción del Partido Comunista, del FRAP y de ETA. Empezó la cosa con el asesinato del jefe local del Movimiento de Oyarzun, en Guipúzcoa [Nov. 1975], y ha continuado con la comparecencia pública de uno de los jefes de la subversión en la Universidad de Valladolid, para arengar a los estudiantes, y la de Marcelino Camacho en una de las Facultades de la Autónoma de Madrid, en compañía de Ruiz-Giménez, y luego en la recepción a García Salve.

La propaganda subversiva se repartió sin demasiadas complicaciones, hubo grupos de manifestantes en sitios diversos, se levantó el puño, se ofendió gravemente a Franco y al Rey, se lesionó a un capitán de la Policía Armada. ¿Qué se podía esperar? Pero la pregunta adecuada no es ésta. La pregunta adecuada debe inquirir al responsable. (Gritos entre el público.) Y el responsable no es García Salve, ciertamente, ni el funcionario que cumpliendo órdenes abrió disciplinadamente la puerta de la cárcel, sino el que dio la orden, sabiendo por experiencia viva de lo que ocurrió en España, y por experiencia de lo que hoy sucede en los países subyugados por el comunismo, que todo puede terminar otra vez en el asesinato y en el martirio, en el desorden y el caos. Olvidar todo esto, cuando de oficio se tiene la custodia del bien común, de la paz y del futuro, es una blasfemia contra la Patria, un desprecio a la lección todavía reciente que nos ofreció la Providencia. (Inmensa ovación).

9. AFRENTA AL REY

No es ése el camino. Como no lo es el cambio de mentalización que se intenta, confundiendo y escandalizando al pueblo sencillo, al indicar que la presencia en España de ciertos jefes de Estado europeos con motivo de la proclamación y del juramento del Rey quiere decir que Europa nos mira con ojos de bendición y complacencia. Se ha llegado a escribir en uno de los principales rotativos nacionales que no debe preocuparnos excesivamente la injerencia del exterior, puesto que con ella, y con cuanto supone de evolución y de cambio político, están de acuerdo la inmensa mayoría de los españoles. Se nos dice, incluso, que son constantes las llamadas telefónicas del presidente de la República francesa al palacio de la Zarzuela y que Giscard lleva muchos años atento a los asuntos de España, como por ejemplo, digo yo, al de dar cobijo a los terroristas de ETA, a los que ha protegido con descaro. (Ovación).

Esto, a mi juicio, supone no sólo una afrenta para el pueblo español, que se ha manifestado contra la injerencia extranjera realizada tanto por medio del terrorismo como de los consejos, las recomendaciones, de las presiones y es posible que hasta de las órdenes, sino también para el Rey de España, porque se está dando la impresión, hacia fuera y hacia dentro, de que el Rey de España, lejos de ser soberano, no es otra cosa que una especie de virrey o de gobernador general que el presidente de la República francesa hubiera nombrado para el territorio español. (Inmensa ovación del público, puesto en pie.)

En esta línea de pensamiento, un periódico de la difusión y la responsabilidad del «New York Times», que excuso indicaros los intereses económicos a que responde, hablando del tema español y del momento actual de España, expone su tesis en un editorial que he traído ante vosotros. ¡Con qué sutileza se amenaza! Después de hablar del proceso discutible, según su mentalidad democrática, por el cual Juan Carlos llegó a ser Jefe del Estado dice así: “Desde cualquier punto de vista, pero en particular en aras de la unidad nacional, de la paz civil y la prosperidad económica, es imperativo (el subrayado es mío) que España empiece sin retraso la restauración de la libertad y la construcción de una sociedad democrática, a tono con la que hay al otro lado de los Pirineos. Si tiene audacia bastante para convertirse en el abanderado de esa tarea esencial, el Rey Juan Carlos I obtendrá el poderoso apoyo de la Comunidad Europea, que ha dejado bien claro que daría una entusiasta bienvenida como miembro a una España democrática. Una actuación de tal naturaleza tendría también el apoyo generoso de Estados Unidos, para los cuales una España libre sería un socio más confiable y útil.

¿Os dais cuenta de cómo se está aprovechando este momento de España para tratar de confundirnos, para presionar a la clase dirigente y para influir en la cabeza que rige los destinos del Estado? Se está jugando con el futuro, con la paz y con el bienestar de los españoles.

10. NO QUEREMOS LAS LIBERTADES DEL TERROR

No es ese el camino. Y como no es ese el camino tenemos que decir, con esta advertencia, que no es gratuita, que nos oponemos desde nuestra posición de lealtad al 18 de Julio, a que se nos otorguen las libertades de que se disfruta más allá de los Pirineos, porque esas libertades terminan con la sagrada libertad del hombre, porque en nombre de esas libertades hay pueblos esclavizados, porque el liberalismo, que no tiene mística, y corrompe con la droga, el erotismo y la pornografía, deja a los pueblos sin valor para enfrentarse con sus enemigos mortales (ovación), porque, en suma, no queremos las dos libertades de actualidad en Europa: la del aborto y la del terror.

Ya sabéis que el aborto ha sido legalizado en muchos países, y no hace mucho en Francia, durante la presidencia del católico Giscard, que hace unos días fue recibido por el Papa, para hablar entre otras cosas del tema español y no sabemos si también de los miles de niños franceses a los que se asesina con toda legalidad en nombre de las libertades democráticas. (Inmensa ovación).

Nosotros no queremos libertad para el asesinato, y menos para el que se perpetra sobre quien, como un niño en el vientre de su madre, no tiene ninguna posibilidad de defenderse. Por eso nos repugna la actitud de la democracia cristiana de Italia, que ha admitido el aborto con tal de que se declare delito no punible, desconociendo con esta lamentable contradicción la naturaleza misma del Derecho Penal y creyendo sin duda que de este modo salva su escrúpulo de conciencia.

Por otra parte, tampoco queremos la libertad para el terror. Habéis visto las escenas terribles del tren secuestrado en Holanda y los crímenes que con tal ocasión se han cometido. Yo no sé cómo va a resolverse la situación, ni sé tampoco cuáles serán las sentencias que se dicten; pero como los Tribunales de Justicia de Holanda declaren que los secuestradores son reos de pena de muerte o de la pena máxima según su ordenamiento jurídico, yo invitaré a los españoles a que salgan en manifestación protestando contra las sentencias. (Entusiasta y prolongada ovación.) [Ironía frente a la protesta de las democracias europeas contra las ejecuciones de terroristas en España dos meses atrás].

(…)

11. TRES FIDELIDADES

¿Cuál es nuestra postura ante una situación que exponemos con absoluta claridad, a la española, que es el único modo de captar la simpatía o el odio de nuestras gentes? Desde luego, nuestra postura no es turbia ni almibarada, no es una postura de centro, equilibrada y equilibrista, que no puede seducir ni entusiasmar a nadie.

Nuestra postura se ahínca y enardece en la proclamación de tres fidelidades:

I. Fidelidad a la carga ideológica del 18 de Julio de 1936

Para nosotros –lo hemos dicho muchas veces- el 18 de Julio no es una hoja del calendario que se arroja al cesto de los papeles. Es una fecha que envuelve y cobija un ancho contenido político. Cuando se habla de 1789 o de 1917 no se alude a un año concreto, se alude a dos revoluciones, a la revolución burguesa y a la revolución marxista. De igual modo, cuando nosotros hablamos del 18 de Julio, no nos referimos a una fecha, ni tampoco solamente a un alzamiento militar, sino que hablamos de una Revolución en marcha que se pone al servicio de la antigua Tradición española.

Nosotros somos fieles al 18 de Julio, pero sépase que cuando hablamos de lealtad al 18 de Julio nos estamos refiriendo a las fuerzas políticas que se dieron cita para la cruzada y que convocaron al pueblo español para que España continuara viviendo. Esas fuerzas políticas, junto a un sector importante de nuestros Ejércitos, fueron: el Tradicionalismo, que durante muchos años mantuvo la bandera de la españolía frente al afrancesamiento europeizante, como dijo Francisco Franco, y la Falange, que tuvo su expresión más autorizada en el pensamiento clásico y moderno a la vez, juvenil y poético, electrizante y sugestivo de José Antonio Primo de Rivera.

Estas son las únicas fuerzas políticas que hicieron la convocatoria para la Cruzada. Lo demás vino por añadidura. Vinieron porque peligraba la vida, porque peligraba la fortuna o el dinero; vinieron porque, incapaces por razón de su liberalismo, tuvieron que refugiarse en los místicos a los que habían llamado pistoleros. Este tipo de gentes –los que vinieron por añadidura- está de huida. De cuanto puedan ideológicamente representar no somos tributarios. Nuestra lealtad se afina, depura y concreta a la doctrina que con su vida y con su muerte defendieron los viejos requetés de la Tradición y los magníficos camaradas de la Falange Española de José Antonio. (Inmensa ovación.)

II. Fidelidad al recuerdo y a la obra de Franco

Nosotros proclamamos abiertamente nuestro franquismo, cuando públicamente, en España y fuera de España, se quiere enterrar el recuerdo y la obra de Francisco Franco.

Ya sabéis los procedimientos de que se vale el enemigo, el que acecha y el que está encubierto, para ir cambiando la mentalidad del pueblo español y convertir el agradecimiento en repulsa. Pero allá donde no existen cortapisas de ninguna clase, así se expresan los que están esperando el momento de la revancha. ¡Pobres de aquellos que en España, con supuesta buena fe, mientras el enemigo prepara amenazante su puño para destrozarnos, aflojan los estímulos morales diciendo que ha llegado la hora de la reconciliación y de la concordia nacionales, de la paz y del entendimiento de todos los españoles! ¡Como si fuera posible que la reconciliación y el entendimiento sean unilaterales! Si yo estoy dispuesto a hacer la paz, pero el enemigo se niega, y ello no obstante me desarmo física y espiritualmente, el adversario conseguirá sin esfuerzo la victoria, y, estando indefenso, acabará machacándome. A esto es a lo que, engañados y de buena fe, se nos invita en ocasiones por algunos. (Ovación.)

Os traigo una breve reseña, espigada, porque el tema es inagotable, de lo que han dicho quienes dirigen la conjura internacional contra el Estado del 18 de Julio.

– La Pasionaria ha dicho: “Levantaremos al pueblo de España contra el franquismo sin Franco”.

– El gran poeta Alberti –qué tremenda responsabilidad la de tener un dominio absoluto del idioma y la inspiración poética, para verter veneno contra España y contra Franco- ha dicho: “No hay fuegos bastantes en el infierno para recoger el alma de Francisco Franco”. (Risas.)

– «Izvestia» (contrariando el bulo de que la prensa soviética se comportó con el máximo respeto al dar y comentar la noticia de la muerte del Caudillo) dice: “Ha desaparecido el último dictador llegado en el momento culminante del fascismo, el hombre que llegó al palacio de El Pardo caminando sobre cadáveres”. (Risas.)

– Fernando Valera, titulado presidente de la República en el exilio, ha dicho, refiriéndose a la sucesión querida por Franco, que “Juan Carlos es un intruso y un usurpador”.

– Felipe González, en nombre del muy democrático Partido Socialista Obrero Español, que está deseoso de colaborar en la evolución del Sistema ha dicho que con la muerte de Franco acaba de cerrarse un negro capítulo de la historia de España. “La desaparición física de Franco –asegura- significa algo más que la muerte de un dictador. Implica la inexorable liquidación de la superestructura que nació con él”. Y añade: “El PSOE rechaza toda fórmula que continúe el Régimen y las instituciones que han hecho posible la continuidad en forma de Monarquía, con desprecio de otras formas de gobierno. El PSOE reafirma su voluntad de ruptura democrática y la necesidad de unir en torno a un programa de transición a todas las organizaciones políticas y sindicales implantadas en el conjunto del país y representadas hoy día en el seno de la Plataforma Democrática, de la Junta Democrática y de las plataformas unitarias catalana y vasca”.

– Calvo Serer, miembro con Santiago Carrillo de esa Junta Democrática –el mismo que obtuvo el premio nacional Francisco Franco- dice del Caudillo que fue “un dictador implacable y mediocre, intelectual y aun moralmente”, que su periodo de gobierno ha sido “un paréntesis… largo, pero sin gloria y lleno de humillaciones para todos los españoles” y que “es hoy tarea primordial el impedir que perdure el franquismo agrupado en torno del sucesor, el Príncipe Juan Carlos”. “Olvidemos a Franco –concluye Calvo Serer-, es lo mejor que se puede hacer con sus casi cuarenta años de ejercicio absoluto de poder”. ¡Me hubiera gustado ver a Calvo Serer leyendo este precioso artículo ante las colas de españoles “humillados” que se agolpaban junto a la puerta principal del Palacio de Oriente de Madrid! (Ovación.)

– ETA ha dicho en una de sus declaraciones oficiales, después de congratularse por la muerte del verdugo y de enviar un saludo a las víctimas de los cuarenta años de terror y de represión criminal, que “ninguna concesión de Juan Carlos podrá satisfacer la sed de libertad de las masas”.

– El FRAP, por último, declara: “Franco ha muerto: ha perecido uno de los mayores asesinos de la historia contemporánea (Risas). Pero el franquismo continúa. Por eso, no puede abandonarse la lucha contra él, sólo porque haya muerto el dictador”.

Franco ha muerto, pero, gracias a Dios –y el enemigo descarado o en la sombra lo sabe-, el franquismo, en lo que tiene de acierto en lo fundamental, continúa. Pero no continúa por la imposición dictatorial de un grupo dirigente sino por la lealtad del pueblo, del buen vasallo agradecido, que espera con inquietud que a Franco suceda un “buen señor” que le rija y acaudille.

III. Al Rey de la Monarquía tradicional

No se trata de lealtad a una persona, sino de lealtad a una institución. Una cosa es la amistad, la devoción personal, y otra muy distinta la lealtad a la institución que el Rey representa.

¡Qué bien, con su conducta, dibujó esta diferencia José Antonio! José Antonio, que hizo la crítica más sincera y perfecta de la Monarquía liberal, a la que declaró “gloriosamente fenecida”, mantuvo incólume hasta la hora difícil, en que tantas defecciones se registraron, su devoción personal hacia el Monarca. José Antonio, cuando el Rey fue víctima, no de sus defectos, sino de los vicios del Sistema, estuvo a su lado y acompañó hasta el último momento a la Reina Victoria. ¿Dónde estaban los que quebrantaron su juramento de fidelidad a la institución y a un tiempo el vínculo de amistad? (Ovación entusiasta).

Nosotros, y yo personalmente, nos consideramos amigos del Rey de España. Me considero amigo del hombre que se ha formado aquí, que ha sido educado por Franco, que conoce el pálpito, el latido, la inquietud, la zozobra, la esperanza y la ilusión del pueblo. Esta devoción personal, en cualquier caso, no se romperá nunca, suceda lo que suceda. Pero una cosa es, acabamos de decirlo, la devoción personal al hombre y otra la lealtad de nuestro grupo a la institución. Mientras la institución que representa Juan Carlos encarne en serio y de verdad el Estado monárquico del 18 de Julio, con unidad de mando y de poder, los hombres y las mujeres de FUERZA NUEVA estaremos con Juan Carlos a vida o muerte. Seremos sus soldados, sus adelantados, sus apóstoles, sus militantes. Pero si la institución deserta, y por presiones internas o externas Juan Carlos no fuese el Rey de la Monarquía tradicional, de la Monarquía de la Ley Orgánica, entonces, manteniendo nuestra amistad y nuestra devoción personales, en nombre del juramento que el Rey y nosotros hicimos, de velar por los Principios del Movimiento –que no pueden ser desconocidos ni arrumbados-, no podríamos mantener nuestra lealtad a la institución. (Gritos de “¡Muy bien!” Ovación.)

12. QUEREMOS LA CONTINUIDAD

Estas son nuestras tres lealtades, nuestras tres fidelidades. Las formulamos no sólo por sentimiento –y el sentimiento cuenta y no es despreciable-, sino por razones intelectuales e ideológicas; con toda la frialdad que ello pueda suponer en su base, pero con todo el corazón que necesitan para ser puestas en práctica.

Las tres lealtades no implican, como alguien asegura, que nosotros queramos el continuismo, sino que queremos la continuidad. Nosotros hemos dicho muchas veces que los fallos que se han producido en el Sistema no son fallos del Sistema, sino fallos que provienen de la infidelidad a cuanto representa.

Nosotros hemos dicho que el Régimen, en los últimos años, ha padecido una crisis de identidad, porque una parte del grupo director se había avergonzado de su acta de nacimiento político, porque no ha tenido aquella fuerza moral que contemplara José Antonio, que transforma a un grupo de hombres en una minoría inasequible al desaliento. De aquí que no queramos el continuismo del despegue y de la infidelidad, sino que al frente del Estado, de la cultura, de la economía, de las Fuerzas Armadas, de la política, haya hombres que crean en el Sistema.

¿Sería posible una empresa religiosa dirigida por hombres sin fe sobrenatural? ¿Tendría éxito una empresa mercantil si sus ejecutivos no creen en la bondad del producto fabricado o distribuido? ¿Lograría buenos resultados una empresa turística si quienes la fundan permanecen dubitativos ante la bondad del clima o la belleza del paisaje? Pues, si la respuesta es obvia en tales casos, ¿cómo puede seguir adelante y coronar nuevas etapas una empresa política si no creen en ella los que están al frente de la misma? (Larga ovación.)

13. DIEZ LECCIONES MAGISTRALES

“Del fondo del pasado nace mi revolución” dice un himno del Frente de Juventudes. Pues bien, del fondo de nuestra Tradición y nuestro ímpetu revolucionario, que de esa Tradición arranca, nacen diez lecciones magistrales, que hacemos nuestras y que juramos defender y propagar como si fueran, políticamente hablando, nuestros diez mandamientos:

I. Sentido espiritual y providencialista de la Historia universal.
Por eso nos consta que la carta que hoy se juega no está en litigio en este o en aquel país. Es una carta en torno a la cual gira la suerte del mundo entero. Hay trincheras a favor del liberalismo masónico y del comunismo, del materialismo, en suma, que de una manera u otra, aplastando o agarrotando los resortes morales y físicos de los pueblos, pretenden convertir a la Humanidad en un inmenso rebaño sometido al poder sin límites de una superestructura monolítica internacional.

De aquí que tratemos de mantener contacto con los hombres y las mujeres de cualquier país que se hallen en nuestra línea ideológica y táctica.

II. Catolicismo, frente a laicismo de que a veces hacen gala en la vida pública y para la vida pública agrupaciones de carácter político que se autodefinen y califican de cristianas.
Nosotros, pese a la moda y sin ningún respeto humano, hacemos una confesión individual y colectiva de catolicismo, en fe y en práctica, en ideas y en ejercicio. Nosotros no creemos que la religión sea algo que solo incide e importa a la conciencia personal. Es la sociedad entera, en la que el hombre vive, la que está obligada a rendir tributo, homenajes y obediencia a la Ley de Dios. Por encima, pues, de los derechos de los hombres, proclamados, que no respetados por la Revolución Francesa, se hallan los derechos de Dios. (Ovación.)

No entendemos por ello que un príncipe de la Iglesia haya puesto en solfa, en unas declaraciones recientes sobre catolicismo y Patria, cuanto se dijo sobre esta cuestión allá por los años 30. Por lo visto, España no se ha construido en torno al hecho religioso, desde Covadonga hasta el Alzamiento Nacional. ¿Cómo puede negarse esta verdad histórica y entender y amar profundamente a España? (Inmensa ovación que dura largo rato y que impide continuar hablando al orador.)

III. Unidad de la Patria, concebida como unidad de historia, de convivencia y de destino en lo universal.

IV. Vocación europea de España, no porque vayamos a identificar esa vocación con intereses mercantiles supercapitalistas y contradictorios.
Somos europeos de la Europa cristiana, dotada de valores universales. De esa Europa cristiana, dotada de valores universales, España, eminentemente europea, tomó lo mejor, lo embarcó en los mares del descubrimiento y de la conquista y en América y en Filipinas, allí donde llegó España, no desaparecieron las culturas autóctonas, ni fueron aniquilados sus pobladores. La España europea y cristiana depuró, subsumió, cristianizó lo autóctono y dio paso a la obra imperecedera del mestizaje de la sangre y del espíritu.

España forjó en parte a Europa: en las peregrinaciones jacobeas, en Lepanto, en Trento y en las guerras divinales. España es la punta de Europa, con el continente africano a los pies y la antigua imagen de Santa María de Europa cabalgando sobre el Peñón de Gibraltar.

Vocación europea auténtica y por ello mismo vocación hispánica desbordante, que vuela y anhela la comunidad con los pueblos a los que dio su lengua, su genio y su talante.

V. El hombre es portador de valores eternos y eje del sistema político.
De aquí que todo lo que sea esclavizar al hombre, aherrojarlo, privarlo de su libertad cristiana, manipular su opinión, degradarlo con la pornografía, envilecerlo con las malas costumbres, tendrá en nosotros una postura de abierta, radical e incansable oposición.

Nosotros respetamos al prójimo no solo porque tiene nuestra misma naturaleza, sino sobre todo porque somos hermanos, y somos hermanos porque tenemos un Padre común.

¡Qué difícil entender la fraternidad y no convertirla en pura camaradería, en solidaridad de raza, de clase o de sexo, cuando no se cree en la paternidad de Dios!

VI. La economía al servicio del hombre, y nunca al contrario.
El hombre no puede jamás convertirse o ser convertido en puro instrumento, en esclavo, en animal biológicamente desarrollado. No es al hombre sino a la economía a la que conviene una tarea subordinada e instrumental. Por ello la economía no puede adueñarse de la política y ponerla a su servicio, subordinando el bienestar de los ciudadanos al espíritu de lucro, utilidad y ganancia de los grandes monopolios, nuevos señores feudales sin límite ni frontera, que acaban con la soberanía del Estado.

VII. Sindicalismo vertical.
En él se encuentran, se entienden y se armonizan los factores que se integran en el proceso económico: el trabajo, la técnica y el capital. Esa armonía que el Sindicato vertical postula y que se logra cuando el Sindicato vertical no se desfigura, impide que el capital se transforme en capitalismo, la técnica en tecnocracia, y el trabajo en marxismo.

Un Sindicato vertical fuerte podrá influir de forma directa en la construcción y desarrollo de la empresa: una empresa más justa al servicio de España. En este orden de cosas la empresa agrícola y ganadera requiere la máxima atención, sin descuido, claro es, de nuestro proceso industrial. Pero el campo no puede ni despoblarse ni descapitalizarse. España requiere una agricultura rica, sin la cual nuestros mercados pueden quedar desabastecidos, nuestra economía gravada estúpidamente con la importación de productos de primera necesidad y nuestro comercio exterior seriamente menguado.

Hay que evitar la emigración de nuestros campesinos, transformados en gentes de suburbio, que a la postre acaban perdiendo, en el anonimato y los vicios de la gran ciudad, su fe en Dios y su amor a la Patria. (Ovación entusiasta y prolongada).

VIII. Cultura para todos los españoles.
Que no es lo mismo que Universidad para todos. Estamos hartos de ver cómo se despilfarra y malbarata el enorme presupuesto de Educación y Ciencia en las Universidades mientras hay todavía pueblos sin escuela y sin maestro. (Aplausos.)

No queremos solo una cultura informativa, que en muchos casos se está volviendo corruptora. Queremos también una cultura formativa en lo físico y en lo moral, de manera que la tarea educadora adopte como lema el “mens sana in corpore sano” o, mejor aún, el de un hombre honesto en una sociedad honesta.

IX. Prestigio y dotación de las Fuerzas Armadas.
¡Ya está bien de desprecio y de ironía hacia las virtudes militares, hacia el uniforme de quienes se han consagrado de por vida al servicio de la Patria! ¡Ya está bien de olvido de las necesidades, incluso de las más imperiosas de las Fuerzas Armadas! La sobrevivencia de la sociedad civil requiere un Ejército que la ampare y la defienda. ¿Y cómo podrá defenderla y ampararla si carece de lo necesario, si no tiene la dotación que precisa, si no se rodea a las instituciones castrenses de una aureola de respeto y admiración?

La sociedad de nuestro tiempo, por otra parte, cuando las fuerzas que hostigan a la nación se agrupan y fortalecen, no puede mirar de soslayo al Ejército. El Ejército, las Fuerzas Armadas, por razón de su misión y de sus virtudes, no son solamente el brazo derecho de la Patria, son su columna y su corazón. Y en estos momentos, yo os diría que con mayor apremio y urgencia que en la época de José Antonio, los civiles, sin dejar de ser civiles, tenemos que asimilar, que hacer nuestras y vivir a fondo las virtudes castrenses, que son las virtudes del honor, de la entrega y del sacrificio. (Gritos de “¡Muy bien!” Ovación.)

X. Estado nacional.
Es decir, un Estado que nada tiene que ver con el Estado liberal o el Estado marxista. El Estado nacional es el fruto de la ideología de los pensadores que hicieron posible el 18 de Julio.

Un Estado marxista es un Estado que subyuga a un pueblo y que para la discrepancia organiza los campos de concentración, convierte en “no personas” a los opositores e ingresa en los manicomios a los disidentes. Llevado de un antiteísmo rabioso, el Estado marxista pretende arrancar el sentimiento religioso y persigue sin descanso no sólo las manifestaciones de fe, sino a los propios fieles. La dictadura, o mejor la tiranía, no la ejercen los proletarios, sino grupos de burgueses ambiciosos y resentidos que cabalgan sobre pueblos privados de pan y de libertad.

Escuchemos el testimonio de los que, educados en la URSS, bajo la égida del Partido Comunista, pueden escapar de aquella cárcel. Ellos nos amonestan y nos avisan. Nos descubren la realidad y nos aleccionan sobre la propaganda. Nos advierten para que no nos dejemos seducir y nos ilustran con el duro ejemplo de su patria. ¡Ay de los pueblos que sucumben! ¡No hay uno sólo que después de la ocupación total por el comunismo se haya desembarazado de él! Y cuando lo han intentado, como Hungría, Checoslovaquia, Polonia o el Berlín Oriental, han sido las divisiones rusas y los tanques soviéticos los que han cumplido a la perfección su tarea de aniquilar en sangre su deseo de independencia. (Ovación.)

El Estado liberal es aséptico, no cree en nada, puro espectador de las contiendas y de las disputas sociales.

Nosotros queremos un Estado nacional que se sabe y se siente actor, protagonista y promotor de la justicia, del bien común. El Estado nacional, que no es totalitario, porque no subsume a la sociedad, sino que la estimula y la espolea, vigila el proceso económico, a fin de que la fuerza del dinero no acabe con la Patria, de que la lucha de clases propugnada por el marxismo se haga imposible, y de que la técnica absorbente y todopoderosa no nos convierta en robots fríos y sin alma.

14. EN EL DÍA DE LA INMACULADA

Todo esto lo afirmamos, definiéndonos, en un acto como el de hoy, que celebramos en Pedreguer, en el día de la Inmaculada Concepción, Patrona de España, clausurando nuestras VII Jornadas Nacionales.

Es curioso que sea la Señora, en su advocación Inmaculada, la que sea Patrona de España. Hay como un subconsciente nacional que busca y pide el patronato. ¿Por qué razón España ha buscado y obtenido el de María Inmaculada?

Quizá porque al español de veras le gusta lo limpio, lo incontaminado, lo puro. Ya sabemos que somos imperfectos y que no nos podemos escandalizar, porque somos humanos, de nuestras propias imperfecciones. Pero, mientras María Inmaculada sea nuestra Patrona y nuestro ejemplo de vida, procuraremos arrancar lo que haya de impuro y de menos noble en nuestra vida individual y en nuestra vida colectiva.

¿Sabéis lo que vamos a pedir a María Inmaculada, Patrona de España y de los españoles, en este 8 de diciembre de 1975?

Hay una escena del Evangelio que, como a todas ellas no nos será posible sacar el jugo y la enseñanza infinita que encierran, porque son escenas reveladoras de la inagotable Verdad eterna. Es la escena de las bodas de Caná. María, mujer en última instancia, se da cuenta de que se acabó el vino del convite, y amorosamente, maternalmente, obliga a su Hijo a que haga el primero de los milagros de su vida pública.

Pues bien, los hombres de España tenemos que pensar si a esta hora, después de la fiesta larga de las bodas con la paz, el trabajo, el bienestar, después de la dirección afortunada de Franco en las cosas fundamentales, después de tantos años de fidelidad al pensamiento de la Tradición y al pensamiento de José Antonio, nos hemos ido quedando sin vino.

Si es así, acudamos a la Señora –que sin duda lo advirtió antes que nosotros- para decirle: “María Inmaculada, Patrona de los españoles: nos hemos quedado sin vino. Pero vamos a traer lo que tenemos, el agua insípida, caliza o salobre de nuestro pozo. Un grupo de españoles vamos a sacarla con esfuerzo y vamos a llenar de ella las tinajas. Tú, María, dile al Señor que mire el agua insípida caliza o salobre de nuestro pozo interior y con su mirada poderosa haga el gran milagro de convertirla en vino”.

15. SE CONSEGUIRÁ EL MILAGRO

Y sucederá entonces que algún maestresala camuflado, al saborear el vino sabroso de la conversión, para él desconocida, se pregunte la razón de la reserva del caldo mejor para la hora última del banquete.

Pues bien, que sepan todos, que sepamos de un modo especial nosotros, que si somos fieles a nuestra profesión de fe religiosa y política, si amamos de verdad a María Inmaculada, Ella nos conseguirá el milagro de convertir nuestra agua insípida, caliza o salobre, en el vino nuevo y sabroso de la resurrección nacional. (Ovación).

Con nuestras tres lealtades, y nuestro programa nacional, y como prueba de que estamos dispuestos a luchar por Dios y por España, puestos en pie, en posición de firmes, como corresponde a quienes formulan un juramento por su honor, gritad conmigo, brazo en alto:
¡España! ¡Una!
¡España! ¡Grande!
¡España! ¡Libre!
¡José Antonio Primo de Rivera!¡Presente!
¡Caídos por Dios y por España !¡Presentes!
¡Francisco Franco!¡Presente!
¡Arriba España!¡Arriba!

Más tarde se cantó el «Cara al Sol»

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 468, 27-Dic-1975

Las tres posiciones (discurso pronunciado el 17 de Enero, 1976)

LAS TRES POSICIONES  (discurso pronunciado el 17 de Enero, 1976)

“Señoras, señores, camaradas y amigos:

Bien está que nos reunamos aquí, en este salón de actos de la Hermandad de Alféreces Provisionales. Creo que ello tiene algún simbolismo. Cuando el 1 de abril de 1939 terminaba la guerra con la victoria del Ejército Nacional, podía cantarse como nunca el “Cara al Sol” de José Antonio y de la Falange: “en España vuelve a amanecer”. Por eso, porque volvía a amanecer desaparecían las estrellas. Ahora, cuando parece que un temblor nos sobrecoge a todos porque algo nos anuncia que en España puede comenzar la tiniebla y la oscuridad, no nos importe que se oculte el sol por poniente; vendrá la noche, pero en el cielo negro y oscuro volverán a aparecer, como una luz de esperanza, las estrellas de los alféreces provisionales. (Grandes aplausos.)

Desde hace nueve años, fecha de mi última visita a Las Palmas hasta hoy, han sucedido muchas cosas. El clima político, económico y social ha variado ciertamente. Lo que entonces preveía en solitario y por simple reflexión un semanario modesto pero cuajado de fe y de gallardía, que se llama FUERZA NUEVA, es hoy palpado con inquietud y escalofrío por muchos cientos de miles de españoles.

Varios han sido los factores concurrentes para lograrlo. De ellos, a mi juicio, los que conviene subrayar por razón de su importancia son estos:
– La creciente presión encaminada a erosionar las bases políticas e ideológicas del Régimen, mediante la desvitalización del Movimiento Nacional, puesto en estado de coma, letargo y fragmentación.
– El control por los adversarios del Sistema de factores influyentes de la economía nacional y de un amplio abanico de medios de información y diversión.
– La muerte de Franco (con su emotivo testamento).
– La proclamación y el juramento del Rey
– La solución de la crisis, la formación del primer gobierno de la Monarquía y su anunciado programa de reformas.

***

Toda la problemática de este momento difícil, decisivo de nuestra historia, y también, en cierto modo, de la historia universal, se centra en torno a las consecuencias de ese programa del Ejecutivo. En realidad hay una palabra que ha saltado de su reposo, que ha tomado calor polémico y que tiene, al parecer, algo así como una fuerza taumatúrgica: “cambio”. Y con esa palabra, “cambio”, se bautizó significativamente una publicación supercapitalista («Cambio 16»), a tenor de sus colaboraciones y de los manifiestos apoyos económicos de los que disfruta a través de una publicidad fabulosa.

El debate en torno al cambio se centra en tres posiciones distintas que pueden definirse así:
-Continuidad del Régimen, lo que implica un no rotundo al cambio.
-Destrucción del Régimen mediante la ruptura democrática.
-Reforma del Régimen a través de su modificación y adaptación.

PRIMERA POSICIÓN

La continuidad del Régimen, y el no al cambio, que no quiere decir, ni mucho menos, que no sean necesarios los cambios en plural y con minúscula. Al contrario, la continuidad, por serlo, no es continuismo, ni tampoco, naturalmente, inmovilismo. Esta posición, que es la nuestra, se identifica con la del Movimiento. Pero no con la de un Movimiento anquilosado y esclerótico, ineficaz y dormido. El Movimiento es el antídoto y la contradicción de una actitud inmóvil, áptera y átona. Por eso cuando el Movimiento oficial se iba aletargando, nosotros, en la medida que se nos ha permitido y en que nos ha sido posible, hemos demostrado, a lo largo y ancho del país, que las ideas inspiradoras del Movimiento, dejadas en la penumbra por quienes debían promoverlas y airearlas, tenían y tienen capacidad de convocatoria y embanderamiento.

De aquí que, desde FUERZA NUEVA, de palabra y por escrito, propugnemos la continuidad de un Régimen que ha acertado en los temas fundamentales y que ha deparado a España paz y prosperidad durante muchos años. La continuidad del Régimen conlleva su perfeccionamiento, su desarrollo, la corrección de los errores inherentes a toda empresa humana, por altos que sean sus propósitos y fundamentos, su puesta a punto, su autenticidad plena, su evolución homogénea, el reajuste de las corrientes políticas de signo nacional, la dinámica creadora y operativa, la fidelidad al pensamiento y a la obra de Francisco Franco.

SEGUNDA POSICIÓN

Destrucción del Régimen, mediante un cambio que provoque la ruptura democrática con el mismo, deshaciendo sin escrúpulos legalistas lo “atado y bien atado”. Tal es la postura diáfanamente expuesta por la Junta Democrática y por la Plataforma de Convergencia Democrática que, sin obstáculos de ninguna clase y en notas, declaraciones, entrevistas y conferencias, advierten que “no hay Democracia ni reforma desde el Poder”.

Tal es igualmente la postura de los grupos que, por utilizar el lenguaje europeo, llamaremos extraparlamentarios, los que, más radicales todavía, y dentro de la línea de ruptura, afirman, como ETA, que su programa de gobierno tiene un objetivo inmediato: “matar al Rey” (ver «Paris Match» de 13-12-75, pág. 64). (Exclamaciones de sorpresa.)

TERCERA POSICIÓN

Reforma del Régimen, poniendo en juego un cambio que no rompa su continuidad, al realizarse desde sus mismas raíces institucionales. Tal es la postura del Centro y tal es la postura del Gobierno.

La postura del Centro tuvimos ocasión de examinarla hace unos años, en el acto que celebramos en Gerona y pocos días después que el señor Fraga Iribarne la expusiera como suya en una conferencia en el Club Mundo de Barcelona. Allí dijimos y comprobamos que la postura Centro es artificial, ajena a las realidades jurídicas y vitales de nuestro pueblo, sin contenido propio, con un ojo desviado hacia la derecha y otro hacia la izquierda, sin posibilidad, por ello mismo, de caminar seguro y hacia adelante. Postura híbrida, falsa, peligrosa, y puramente imaginaria, como lo son los centauros y las sirenas.

POSTURA COINCIDENTE

La postura del Gobierno viene a coincidir con la del centrismo, tanto porque el señor Fraga ocupa la vicepresidencia para Asuntos Internos y el Ministerio de la Gobernación como por las medidas y reformas que se anuncian.

Tales medidas y reformas, expuestas de muy diversos modos y a través de portavoces oficiales diferentes son: sufragio universal, partidos políticos, pluralismo sindical, amnistía, modificación o derogación del Decreto-ley contra el terrorismo, amplia admisión de los derechos de huelga, reunión, expresión y manifestación.

Todo esto, en un plano teórico y puramente dialéctico sería muy respetable si fuera posible hacerlo jurídicamente y sin ruptura. Lo que ocurre es que por mucho y bien almibarado que se nos diga y se nos repita, muchas de las reformas anunciadas son inviables.

Son inviables, jurídicamente hablando, porque aun cuando es cierto que las llamadas Leyes Fundamentales son susceptibles de modificación y de cambio, poniendo en marcha el procedimiento que para tal fin ellas mismas establecen y que culmina con el referéndum, también es verdad que las bases del orden constituido, la Constitución de la constitución (*), es decir, los Principios del Movimiento, son, por definición y naturaleza, “permanentes e inalterables”, y algunas de las reformas aludidas se hallan en contradicción tan absoluta con tales Principios que estarían viciadas de nulidad y constituirían un caso evidente de contrafuero.

¿Y EL ARTÍCULO 164 DEL CÓDIGO PENAL?

Lo curioso es que se propone oficialmente lo mismo que se pide desde la posición de ruptura democrática, con olvido de lo que dispone el artículo 164 bis del Código Penal, que quizá se considere derogado por desuso, o porque prospere la solución insinuada con acierto por el señor Pío Cabanillas de que puede mantenerse la vigencia no sólo de la Ley de Principios, sino también de las Leyes Fundamentales –aún no modificadas- siempre que la interpretación de aquélla y de éstas sea tan laxa y flexible que de facto sea una interpretación derogatoria de las mismas.

Pero gran parte de las medidas y de las reformas anunciadas no son tan sólo inviables jurídicamente, sino que, siempre en la línea de pensamiento del cambio en la continuidad, no pueden llevarse a la práctica sin producir la ruptura con el Régimen, pese a la buena voluntad de quienes las patrocinan.

Para lograr sus propósitos, y antes de que las medidas y reformas tengan un respaldo legal, el Gobierno ha dado a conocer sus puntos de vista, ha mantenido a los más altos niveles conversaciones con jefes connotados de las fuerzas de oposición al Régimen, integrantes de los cuadros directivos de la Junta Democrática y de la Plataforma de Convergencia Democrática.

En virtud de un convenio explícito o tácito –para los efectos es indiferente- con tales organizaciones, las mismas se desenvuelven con plena libertad en el país: se reúnen, toman acuerdos, dan notas a la prensa y a la radio, exponen sus puntos de vista, convocan a sus seguidores, lanzan consignas de reagrupación, reavivan recuerdos del pasado, se manifiestan en forma pacífica o tumultuosa, respaldan huelgas de carácter político, exigen la puesta en libertad de los detenidos, regresan los exiliados, como Rodolfo Llopis –al que, según se informa, se reconocen sus emolumentos oficiales-, se alardea de separatismo y se ofende a España en actos deportivos y artísticos, etcétera.

¿Qué diferencia hay entre las reformas de la continuidad sin ruptura y el cambio de la ruptura democrática sin continuidad? Alguien podrá decir que, al menos, se salva la Corona con las primeras, mientras que desaparecería con la ruptura. Pero la verdad es que tan pronto como se deroga de derecho el orden constitucional (*) básico recibido, la Corona, quiérase o no, la ponen en tela de juicio quienes se hallan acuciados por el deseo incontenible de revisión. (Aplausos.)

HACIA LA RUPTURA

La tercera postura, la del Centro, con la que el Gobierno se identifica, nos llevará, por desgracia, si se lleva a término, a la ruptura. Quizá, de algún modo, los portavoces más significados del Gobierno lo atisban y balbucen, atemorizados, al advertir que comienzan a ser víctimas de sus propias palabras, pues:

– Si hacen lo que dicen, pueden caer en contrafuero, faltando a las lealtades prometidas, olvidando el mensaje póstumo del Caudillo, haciendo inútil la sangre y el sacrificio de la Cruzada, produciendo el caos social y la paralización de la economía, perdiendo la adhesión de las fuerzas políticas de signo nacional, a la vez que alientan y fortalecen a las fuerzas políticas hostiles, cuya gratitud no conquistan, ganando, contrariamente, su desprecio. (Grandes aplausos.)

– Si, por el contrario, no hacen lo que dicen, por una parte, se demostrará en seguida el desacuerdo entre la teoría y la práctica, entre lo prometido y lo otorgado, y de otra, se desatará de manera creciente la actividad subversiva, con la que se amenaza con descaro desde dentro y desde fuera, desde los panfletos que pululan por doquier hasta los discursos de Santiago Carrillo y de La Pasionaria, del 14 de diciembre en Roma, emplazando al Gobierno, de acuerdo con sus amigos de la Junta y de la Plataforma, para llevar a cabo las reformas en un plazo mínimo o pasar a la lucha callejera y a la huelga total, llamado fascistas y asesinos a los más esforzados reformistas.

CONTINUIDAD PERFECTIVA DEL FRANQUISMO

Creo que el análisis de las tres posturas –continuidad, ruptura y reforma del Régimen- han sido expuestas con rigor. Creo, también, que si la ruptura, como única posibilidad de cambio, supone la destrucción de lo conseguido en cuarenta años de esfuerzo, y el cambio, mediante las reformas que se proponen, lleva de un modo inexorable a idéntica ruptura, el único camino a seguir, pensando en España, en la paz y el bienestar de los españoles, es, sin duda, el de la continuidad perfectiva del franquismo.

El hecho de que el Gobierno, aceptando la postura centro, oficialice el criterio reformista, con el alcance expuesto, justifica la preocupación que poco antes de la muerte del Caudillo expusimos en el acto inolvidable de Zaragoza. No será el momento de la sucesión el más grave, por mucho que nos duela la muerte de Franco. En ese momento, decíamos, estamos seguros que no pasara nada. Lo verdaderamente grave es lo que pueda ocurrir tres meses después, lo que –decimos hoy- ha comenzado a ocurrir ahora.

Conviene que, a través de las declaraciones de quienes integran lo que podríamos llamar triángulo o trinidad política del Gobierno, veamos cómo se expresa el temor, por una parte, y la contradicción, por otra.

TRIÁNGULO O TRINIDAD POLÍTICA

El ministro de Justicia, señor Garrigues, ex director general de los Registros y del Notariado en el Gobierno provisional de la República, ex embajador de Franco en Washington y en el Vaticano, y ministro de Justicia del primer Gobierno de la Monarquía, acaba de decir en un acto oficial: “No somos perjuros. No hemos venido a abrir las puertas de la subversión”. Yo no dudo que sus intenciones sean distintas. Pero en este mundo no bastan las intenciones buenas o aceptables, si luego, pese a las mismas, los resultados son otros. A los políticos no se les juzga por sus intenciones, sobre todo a los que están investidos del poder y han de ejercerlo en función del bien común.

Recuerdan las palabras del señor Garrigues al “no es eso” de Ortega y Gasset, cuando comparaba sus buenas intenciones sobre la República recién nacida y la barbarie y zafiedad que trajo consigo, y podrían traer a colación –tales palabras- los viejos aforismos: “excusatio non petita, est acussatio”, “confessus pro indicato habetur” y “a confesión de parte, relevación de pruebas”. (Aplausos.)

POR OTRA PARTE… (Ministro J. M. de Areilza)

Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores, conde consorte de Motrico, antiguo jonsista, gracias a cuya munificiencia se publicó el «Discurso a las juventudes de España», de Ramiro Ledesma Ramos, colaborador de «Acción Española», coautor de las «Las reivindicaciones de España», autor de «Embajadores sobre España», ex alcalde de Bilbao, embajador de Franco en Buenos Aires, Washington y París, codirectivo con Joaquín Ruiz-Giménez, Satrústegui y Tierno Galván de la Asociación que sumaba su protesta a tantas otras y ante una personalidad extranjera, por la falta de libertades democráticas en España y felicitaba a los militares portugueses del 25 de abril; presidente del Consejo Privado de don Juan, al que un Gobierno de Franco tuvo que retirar el pasaporte, peregrino de Europa, como alguien le ha llamado recientemente, pidió antes de asumir la cartera, en nombre de la homologación con la Europa liberal, la legalización de los partidos políticos adversos, incluso del comunista, que tanto en Francia como en Italia han aceptado el juego democrático.

Llevado de la inercia, en su primer viaje a París no puso objeciones graves para el regreso de Santiago Carrillo, un español más, tan digno como cualquiera, si bien, luego, en su discurso en Bonn, dijo que la apertura tendría tres límites entre nosotros: la violencia, el comunismo y los atentados a la unidad de España; lo que no es obstáculo, naturalmente, para que se reanuden los secuestros, para que Marcelino Camacho propague libremente el comunismo y para que los actos de provocación separatista se produzcan casi a diario. (Grandes y prolongados aplausos.)

Es curioso que en su discurso de Bonn el señor Areilza reconozca, por una parte, que gracias a lo que él califica de poder personal de Franco España haya progresado de forma gigantesca, y por otra, quiera la implantación de una democracia pluralista y liberal, que estancó a España en la miseria y que condujo a un enfrentamiento de los españoles. (Aplausos.)

La apelación que Areilza hizo en su mencionado discurso a las fuerzas políticas serias de oposición al Régimen, para que se incorporen al mismo, es –y él bien lo sabe- una pura quimera, porque tales fuerzas han dicho que no, rotundamente, a la continuidad.

CONTRADICCIÓN CONSTANTE (Ministro M. Fraga Iribarne)

Finalmente, el señor Fraga Iribarne, vicepresidente para los Asuntos del Interior y ministro de la Gobernación, hombre clave del Ejecutivo, cuyos numerosos e importantes cargos en el Régimen del 18 de Julio sería prolijo enumerar, se ve, aun sin quererlo, y no obstante sus dotes extraordinarias, en una contradicción constante. Afirma que el mejor servicio a España es el servicio al Estado como institución permanente, y olvida que este Estado tiene en el comunismo su instrumento más eficaz para la construcción del socialismo. Por eso el Estado al que sin duda quiere servir el señor Fraga no es a un Estado cualquiera, sino al Estado nacional, cuyos principios ha jurado defender [IRONÍA]. (Aplausos.)

Destaca, y en cierto modo censura, el carácter autoritario que se atribuye al Régimen, y afirma que “la libertad tiene que ser establecida por un hombre fuerte” (pensando quizá en sí mismo). (Risas y aplausos.)

Dice que urgen las reformas, y luego añade que a pesar de la urgencia no se puede improvisar.

Rechaza el asociacionismo político, y accede a un puesto clave del Poder en un Gobierno que preside quien se ha erigido en su campeón [C. ARIAS NAVARRO], pero que luego, al resolver la crisis, no sólo ignora a los grupos políticos que convocaron a la Cruzada, sino que prescinde casi en absoluto de las asociaciones constituidas o en gestación; con lo que el asociacionismo, pese a tantas declaraciones oficiales, está tocado de muerte y llamado a la caducidad.

Declara que viene desde Londres a arrimar el hombro, y ahora resulta que lo arrimó tanto que metió el carro en un camino difícil, y para ponerlo en franquía, y sacarlo del atolladero reclama la ayuda y el concurso de todos. (Aplausos muy fuertes y prolongados.)

Propone un programa que, según pruebas inequívocas que él posee, pero que no revela, ha merecido el respeto y la admiración de muchos, y pide la colaboración general para llevarlo a la práctica, ignorando o queriendo ignorar que aquellos que, como nosotros, no pueden ni respetar ni admirar dicho programa, por considerarlo suicida, pese a su buena intención, no podemos brindársela por razones poderosas de conciencia y de patriotismo.

Proclama el monopolio de la violencia para el Estado de derecho, cuando la violencia se ha adueñado de la calle y se impone la participación en huelgas y conflictos con amenazas y palizas.

Almuerza con Tierno Galván, catedrático sancionado, marxista y dirigente con Santiago Carrillo de la Junta Democrática, conversa con socialistas destacados de la Plataforma, autoriza no sólo el regreso de Llopis, al que promete una acogida casi triunfal, y luego se inquieta y bautiza de ilegales y reprime a quienes, siguiendo las instrucciones de tan destacadas personalidades de oposición total al Régimen, se manifiestan en la calle para exigir lo mismo que el Gobierno ofrece y desea. (Fuertes aplausos.)

Jura la Monarquía Tradicional de la Ley Orgánica, y luego en sus declaraciones al «New York Times», la califica de República coronada; acepta a Juan Carlos por el bien de la paz, y asegura que el Rey no puede moverse sin el permiso del Gobierno, que, a modo seguramente de tutor, sabe perfectamente lo que al Rey conviene. (Aplausos.)

Rechaza los colaboradores espontáneos y pide la reacción de la mayoría silenciosa frente a los alborotadores y agentes subversivos.

Equipara a lo que se viene llamando la ultraderecha con la extrema izquierda, cuando le consta que aquella calificación la utilizan los enemigos del 18 de Julio para identificar a los leales, y que la extrema izquierda no pretende otra cosa que destruir el Régimen. (Ovación estruendosa.)

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No son agradables las andaduras de nuestra política interior; ni lo son tampoco las de nuestra política exterior. Y es lógico, porque ésta no es otra cosa que el reflejo de aquélla, del mismo modo que el color de la piel o la vivacidad de los ojos manifiestan el grado de salud.

El gran tema de actualidad en lo que a nuestra política exterior se refiere es, sin duda, y en Canarias con mayor incidencia que en otros lugares, el del abandono del Sáhara.

La política que se ha seguido con relación a lo que ha sido provincia española, si nos atenemos a la nomenclatura oficial, no ha podido ser, por contradictoria e incoherente, más absurda.

LO MÁS ANTIDEMOCRÁTICO

No es el momento de hacer aquí y ahora un análisis pormenorizado de los disparates cometidos. Lo que sí importa resaltar es que la solución no ha podido ser más antidemocrática, lo mismo con respecto a España que con respecto al pueblo saharaui.

A estas alturas, el pueblo español no sabe en qué consiste el famoso tratado secreto tripartito con Marruecos y Mauritania, y a estas alturas, la autodeterminación querida por la ONU y prometida tantas veces no se ha producido. Las urnas nadie las ha visto por ninguna parte. Ni siquiera la Yemaa ha hecho uso del sufragio.

Por otra parte, el éxito de la “Marcha Verde” ha sido claro, sin los peligros del avance de la misma hasta El Aaiún. La visita gallarda del Príncipe, que vuela al desierto para alentar a sus soldados y confraternizar con ellos, tuvo la contramedida inmediata del viaje de Antonio Carro y la negociación de la entrega. El voto de las Cortes, que facultó en blanco al Gobierno para hacer lo que estimase oportuno en tema tan difícil y comprometedor, no tuvo más que cuatro votos en contra; uno, como podéis imaginaros, el mío.

No es verdad que el Sáhara no tenía ningún valor, ni es cierto tampoco que no mereciese ningún sacrificio. A veces, como la Historia nos dice, un sacrificio inmediato evita, para más tarde, sacrificios mayores que pueden resultar insoportables…

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El estado de nuestra política, tanto interior como exterior nos obliga a contemplar el panorama, proyectando sobre el mismo dos líneas de pensamiento fundamentales, y en principio coincidentes. La primera, marcada por el Rey en el mensaje de la Corona: el recuerdo de Franco, dijo, “constituye para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio”. La segunda viene señalada por el testamento político de Franco, como exigencia de ese comportamiento y de esa lealtad: “No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta”.

Pues bien, pese a todo ello, y por presiones sin duda muy poderosas, vamos camino de un cambio del Sistema que puede terminar, por vía de la reforma, en la ruptura. El propio Hans Dietrich Gensher le decía implícitamente al ministro español de Asuntos Exteriores que un país aguanta con dificultad y a la vez lo que yo entiendo que son dos males gravísimos: la crisis económica y la democracia liberal. ¿Cómo se atreve el Gobierno a asumirlos a la vez? (Aplausos.)

De otro lado, esos enemigos de España y de la civilización cristiana, salvo que Franco se equivocara en su discurso del pasado primero de octubre, son los mismos que España derrotó luego de una Cruzada victoriosa, y los mismos que, amparados en la interpretación derogatoria del orden constitucional [LEYES FUNDAMENTALES], se rehacen, fortalecen y toman la iniciativa. (Aplausos.)

EL MITIN DE ROMA

En Roma, el 14 de diciembre, con ocasión del ochenta aniversario de La Pasionaria y en un acto en el Palacio de los Deportes, cuya preparación ha costado 132 millones de pesetas, y al que antes hicimos referencia, Longo y Berlinguer, Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri, en compañía de representaciones de todos los grupos socialistas y de la democracia cristiana, con el respaldo de la Junta y de la Plataforma, que mantienen relaciones con el Gobierno español, han emplazado al mismo para que desmote el Sistema con rapidez, amenazando con la lucha callejera y la paralización de la economía nacional por medio de la huelga. Y no se crea que en los discursos pronunciados en aquella ocasión hubo frases reconciliadoras o de respeto. Salvo las grandes alabanzas de Dolores Ibarruri a amplios sectores de la Iglesia Católica que colaboran con el Partido Comunista, y al propio arzobispo de Madrid [MONS TARANCÓN], todo son insultos y amenazas; insultos a los generales “felones y traidores”, y amenazas a los ministros “amamantados por el Régimen” y, en algún caso, “reos –afirman- de crímenes monstruosos”. Fraga, se dijo en el acto de Roma, formaba parte del Gabinete que ajustició a Grimau, y Arias mandó ejecutar cinco sentencias de muerte en vida de Franco. (Indignación y repulsa entre los asistentes.)

¡Que nadie olvide los insultos y las amenazas; y que nadie olvide que quienes los formulan con tono de desafío se sientan en torno a la misma mesa con los compañeros de la Junta Democrática que dialogan con los amenazados! (Gran ovación.)

LO QUE A ESPAÑA LE CORRESPONDE

Y es que, como Franco vio con absoluta nitidez, en nuestra época planetaria ya no hay ni son posibles los compartimentos estancos. Por ello, España no puede quedarse en un cómodo aislamiento, encerrada en la torre de marfil de unos problemas propios y específicos.

Hace falta contemplar el tema español en un planteamiento universal y de conjunto, y comprender, antes de tomar alegres decisiones, el juego que a España corresponde tanto por su posición geográfica como por su área cultural.

En este orden de cosas, España es un factor decisivo en el enfrentamiento ideológico que se está librando en el mundo. Flanco sudoccidental de Europa y cabeza y alma de un haz de pueblos en América, España constituye una presa que es necesario lograr a toda costa. En 1936, el esfuerzo y la sangre de una de las mejores generaciones españolas lo impidió con bravura y heroísmo. La gran obra de Franco, aparte del progreso conseguido por España, fue impedir el asalto comunista sobre Europa desde su flanco sudoccidental. Pero la pretensión de “los enemigos de España y de la civilización cristiana” no cesa, y otra vez, con halago y terror, pretenden conquistar lo que entonces les fuera imposible. (Aplausos.)

El camino que se nos propone es la transformación del Régimen en una democracia liberal, controlada y dirigida por el capitalismo. La democracia liberal, lo dicen sin escrúpulos las “fuerzas serias” que proponen la ruptura, es la etapa precisa para otro género de avances, es decir, para la implantación de la dictadura marxista. La democracia liberal proporciona al marxismo los instrumentos de acción, y el marxismo no tiene otra cosa que hacer sino utilizarlos para que concurran, como quería Lenin, las condiciones objetivas de la Revolución. El comunismo busca así aliados hasta en el capitalismo, para destruir a los Estados nacionales. Después, cuando el Estado nacional desaparece, busca el modo de destruir a sus aliados de conveniencia. (Aplausos.)

CONTRA EL ORDEN CRISTIANO

El clima que proporciona la democracia coadyuva al intento de un cambio de mentalidad. Esta mentalidad es atea. El marxismo no es una teoría económica, vulnerable, raquítica y fracasada, sino que es una concepción de la vida, de la comunidad y de la Historia, totalmente materialista y contrapuesta a la concepción espiritual y, sobre todo, cristiana.

Para este cambio de mentalidad, Marx buscaba un instrumento y ese instrumento provisional fue el proletariado. No es que a Marx le interesara redimir a los trabajadores de su tiempo; es tan solo que, poniendo en marcha la lucha de clases –como hoy se pone en juego la lucha generacional o la de sexos, o la de razas-, contaba con la energía que le era imprescindible para la subversión del orden cristiano y la construcción de un hombre y de una comunidad ateos.

Esta importancia del cambio de mentalidad, con primacía sobre la praxis revolucionaria y subversiva, y como antecedente y requisito necesario para ella, explica la campaña intensa desplegada en todos los países para marxistizar a los cristianos, para colaborar con ellos, para invertir el esquema evangélico de valores y hasta el valor y el significado de la cruz.

El Partido Comunista, para cumplir con su misión –cambio de mentalidad y cambio de las estructuras-, reduciendo al hombre a la categoría de animal evolucionado y a la comunidad a pura y disciplinada colmena, se halla, por razón de principio, en estado de movilización y de guerra total. Esa guerra total supone, a su vez, un estado latente o declarado de guerra civil en el interior de todas las naciones todavía no subyugadas, aparte, claro es, de las guerras convencionales que sirven de entrenamiento y permiten de paso la absorción de nuevos países. Si examináis un mapa y os fijáis en los acontecimientos de los años subsiguientes al término de la última contienda universal, comprobaréis, desde la anexión de media Europa, pasando por Corea y el Sudeste asiático, y terminando en Portugal y en Angola, que poco o nada puede objetarse a esta afirmación.

POR ESO DICEN…

El Partido Comunista, tanto si vive en la legalidad que le concede la democracia como si está tolerado o vive en la clandestinidad, tiene, de una parte, sus grupos “extraparlamentarios” que practican el terrorismo, y sus máscaras liberales y progresistas, que a través de las correas de transmisión facilitan las infiltraciones y les ofrecen impunidad, defensa o cobertura en los lances peligrosos.

Decidme si los “enemigos de España y de la civilización cristiana” no hacen su juego, en este instante, a la perfección. Por eso se grita que, al morir Franco, el franquismo, que hasta donde le fue posible les cerró el paso, debe morir.

Santiago Carrillo aseguró en el acto de Roma que, aun cuando Franco ha muerto, continúa el franquismo y que hay que sepultarlo (cosa que él aprendió muy bien en Paracuellos del Jarama). (Muestras de indignación.) Pero si Franco ha muerto y el franquismo vive, la única diferencia, a partir de este acuerdo con el Partido Comunista y sus aliados, radica en que, mientras ellos quieren sepultarlo, nosotros no sólo que viva, sino que se fortalezca. De aquí que evolucionar, como se propugna, hacia la democracia liberal que el comunismo pide, no sea en realidad ninguna evolución, sino, simplemente, un retorno al caos y a la miseria. Lo que importa es que, fieles a nosotros mismos, sin complejos de inferioridad y menos aún de culpabilidad, continuemos el avance y la marcha. (Gran aplauso general.)

En última instancia: ¿nos fue mal con el Régimen cuya ruptura o reforma se pide? ¿Quién garantiza al pueblo español que con tales reformas o ruptura mejoraremos lo conseguido?

GIMNASIA MENTAL Y ESPIRITUAL

Un rearme ideológico y moral, como el que nosotros predicamos por toda España, es tan necesario como urgente. La duda doctrinal o táctica que lleva a la división o a la dispersión, deprime y desmoraliza. Por eso requerimos una gimnasia mental y espiritual que nos defienda e inmunice frente a la propaganda adversa y al ánimo entreguista. Esa gimnasia, y la reflexión atenta del mundo que nos circunda, y el recuerdo del heroísmo de nuestros mejores camaradas, será un estímulo constante para nuestra entera dedicación a la gran empresa de la unidad, de la grandeza y de la libertad de España.

No olvidemos, como el Señor nos dijo, que el que trata de salvar su vida la perderá, y que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos.

¡Qué bien aprendieron estas lecciones dos capitanes de Europa! Cornelio Zelea Codreanu, en la lejana Rumanía, acosado por sus enemigos les decía: “Me matarán. Y mi muerte será mi gran discurso al pueblo rumano; y el último.” Y José Antonio, el fundador de la Falange, como lo acreditó con religiosa entereza al ser fusilado por los mismos que hoy levantan el puño en nuestras calles, nos aseguró con el estilo clásico de su palabra joven que la muerte por España es tan solo un acto de servicio.

¡ARRIBA ESPAÑA!

(Una ovación cerrada puso fin al grito de nuestro fundador, interrumpida por las notas del “Cara al Sol”, que surgió espontáneo del auditorio).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 473, 31-Ene-1976

Discurso pronunciado el 18 de enero de 1976 en el Puerto de la Cruz (Tenerife)

TRES REFLEXIONES (Desafío al Gobierno, Abandono del Sáhara, Amnistía)

“Estamos escuchando con reiteración, todos los días, que uno de los derechos que no se puede negar a nadie es el de reunión. Pues bien, nosotros, a los que creo nadie negará tal derecho, hemos tenido tantas dificultades para ejercerlo que, negado a última hora el local que se nos había concedido en Santa Cruz, hemos tenido que improvisar el acto en el hotel que ahora nos alberga. Agradezcamos a quienes lo dirigen la noble hospitalidad con que nos han dado acogida, tributándoles un aplauso largo y generoso, pues ellos hicieron posible que nos reuniéramos, nos abrazáramos y pudiéramos gritar enardecidos nuestro ¡Arriba España! (Ovación.)

Sabedlo bien, aunque la experiencia histórica lo prueba con exceso: en la medida en que se hable con énfasis de apertura y de libertades democráticas, exactamente y en proporción diametralmente opuesta, crecerán las dificultades para las reuniones y para la comparecencia pública de los hombres que hacemos un acto de fe de la lealtad al 18 de Julio y a los ideales de la Cruzada.

Autoridad para hablar

Y creo que si alguien tiene autoridad para hablar y pronunciarse en este momento somos precisamente nosotros.

En primer lugar, porque nosotros no hemos gobernado jamás (aplausos), porque nosotros ni hemos sido ni somos ministros o embajadores de Franco o del Rey.

En segundo lugar, porque nosotros, que no hemos gobernado, mantuvimos una lealtad plena y absoluta a los Principios informadores del Régimen, a la Falange y a la Tradición, a las dos fuerzas políticas… (ovación), no haciendo depender esa lealtad de los favores del oficialismo o de las remuneraciones económicas a través de “enchufes” o cargos bien retribuidos. Por ello, porque es desinteresada, merece, incluso, el respeto de nuestros enemigos. (Ovación.)

En tercer lugar, porque habiendo discriminado entre el Gobierno y los Principios animadores del Régimen, no hemos incurrido nunca en el grave defecto del “sí” como sistema, de la adulación permanente, sino que hemos discrepado tan pronto como hemos sorprendido la infidelidad y el despegue entre las acciones políticas concretas y lo que exigía nuestro ideario; y ello, desde «Hipócritas» [1962] hasta «Señor Presidente» [1974], pasando por las negociaciones con la URSS y la ruptura de relaciones con la China nacionalista, y terminando con la entrega o el abandono de Ifni, de Guinea y del Sáhara. (Inmensa ovación.)

En cuarto lugar, porque nosotros, al inmovilizarse el Movimiento, hemos salido por las tierras de España predicando la doctrina de la Falange y de la Tradición, y con ellas nuestro entendimiento de la vida política, dentro de los cauces marcados y recibidos, diferenciando la unidad imprescindible de la uniformidad que algunos deseaban. Por eso también, cuando ahora, so pretexto de diversidad, lo que se ha querido y se quiere es la dispersión y, en última instancia, la disolución del Movimiento, nosotros seguimos convocando a los españoles a la unidad, a la fidelidad al 18 de Julio, porque lo que está en juego, y hasta en posible trance de liquidación, es España como ser histórico. (Gran ovación.)

Es la unidad de destino en lo universal, que dijera José Antonio, es la unidad de quinientos años de vida española en común lo que puede darnos fuerza y prestigio; sin ella no hay ni grandeza ni libertad. Por eso se trata de escindir la unidad española. Cuando ciertas voces os llegan por caminos distintos y hasta por cierta emisora argelina, tratando de menoscabar el sentimiento español de las Canarias, sabedlo muy bien, se trata de descuartizar España, de balcanizarla y desmembrarla, tanto o más que de someterla al yugo comunista. España sigue siendo hoy, con su ejemplo reciente, la conciencia del mundo, y es preciso ahogar esa conciencia, borrarla, antes de que, aguijoneando al mudo, lo despierte y lo ponga en pie contra los enemigos al acecho.

Aquí estuvo la raíz del Alzamiento

Cuando os lleguen las voces de los que manipulan la opinión, de los que aspiran a arrancar vuestra españolía, afirmaos en vuestras convicciones seculares y decid bien alto, con la palabra y el ejemplo, frente a quienes os hablan de separatismo y de un Estado canario independiente, que canarias es España; y, más aún, que si la España peninsular sucumbiere y se entregase, la España insular, la España del archipiélago, la España canaria, sacaría de su propio ser valor y coraje, como la llama que se aviva con el viento desde la propia ceniza, para acudir, como en 1936 lo hizo desde esta isla, a la nueva liberación de la patria, porque aquí, en Tenerife, estuvo la raíz del Alzamiento nacional español. (Gritos de ¡muy bien!, aplausos.)

En Las Palmas de Gran Canaria, hacíamos ayer, ante un público numeroso y entusiasta, un examen del momento político español. No quisiera repetirme tanto, porque la repetición resulta molesta para el que expone su pensamiento, como porque las cintas magnetofónicas que allí se grabaron y las páginas de FUERZA NUEVA os darán noticia de cuanto allí se dijo. Hay, sin embargo, tres temas que, a pesar de la repetición que ello suponga, no puedo omitir en estas reflexiones en alta voz y ante vosotros: el desafío al Gobierno de los enemigos del Régimen, el abandono del Sáhara y la amnistía. Trataremos de examinarlos con la brevedad posible:

1. DESAFÍO AL RÉGIMEN

La tregua, el armisticio, la paz provisional que las fuerzas de oposición al Régimen habían convenido con el Gobierno, está a punto de terminarse. El desafío que las agrupaciones políticas que ya campan sin obstáculos, y que quieren la ruptura total con el franquismo, resulta evidente. Así lo han dicho, tanto la Junta Democrática como la Plataforma de Convergencia Democrática, en la que se congregan para una actuación comunitaria tales agrupaciones, con las que, por otra parte, el propio Gobierno dialoga, como lo prueba el almuerzo, a la vez gastronómico y público, del ministro de la Gobernación [Fraga Iribarne] con el señor Tierno Galván, catedrático marxista, expulsado de la Universidad española por sus actividades contra el Régimen.

Santiago Carrillo, en el homenaje a la Pasionaria, del 14 de diciembre de 1975, emplazaba al Gobierno para que de forma inmediata llevase a término las reformas prometidas: amnistía plena para todos los presos políticos (voces de protesta), el retorno de los exiliados, la derogación del decreto ley contra el terrorismo, la consagración constitucional del derecho de huelga ilimitado, y los de manifestación y expresión, los partidos políticos, los sindicatos plurales y, naturalmente, el sufragio universal. Si el Gobierno -aseguró Carrillo- no realiza estas reformas, que por otra parte ha prometido, y no las realiza en el plazo de unas semanas, estaremos en la calle luchando contra el Gobierno, acusaremos al señor Fraga Iribarne de asesino, ya que formó parte del gobierno franquista que ajustició a Julián Grimau, acusaremos de asesino, igualmente, al señor Arias, presidente del Gobierno de Franco que ordenó la ejecución de cinco valientes camaradas, y acusaremos, en fin, de fascistas a todos los ministros, pues todos ellos, de una forma o de otra, han servido al Régimen y se han amamantado del mismo.

Los partidos están en la calle

Este desafío ha comenzado ya. Las huelgas de todo tipo, hasta salvajes, las ha denunciado cierto periódico aperturista, impuestas por los piquetes armados de la subversión, están conduciendo por la fuerza al paro y al hambre a muchos obreros, obreros improtegidos en su derecho a trabajar, cuando se niegan al abandono de tajos, fábricas, minas y talleres. (Aplausos.)

Lo triste, lo contradictorio y lo ininteligible es que, con la anuencia y el beneplácito del Gobierno en nombre de una interpretación derogatoria de la Constitución [Leyes Fundamentales], los partidos políticos y organizaciones subversivas que avalan esas huelgas estén en la calle, se reúnan con plena libertad y hallen en los medios de comunicación, incluso en aquellos que mantiene el Estado, un eco amplísimo y unos márgenes de propaganda gratuita que, sin duda, hubieran creído imposibles. La verdad es que los Principios del Movimiento, de hecho, y al menos, ocasionalmente, están privados de vigencia, que las Leyes Fundamentales, a pesar de que se afirme que, en tanto no sean modificadas deben respetarse, no se respetan, y que el Ministerio Fiscal, que conoce a la perfección los delitos perseguibles de oficio, debe advertir con estupor que desde el plano oficial se considera modificado el Código en cuanto afecta a la tipificación delictiva de hechos demasiado llamativos y espectaculares para que se estimen ignorados y sin relieve. (Ovación.)

No sólo la subversión llega a la vía pública, a la parálisis de la economía nacional, que detiene nuestro desarrollo, superador de la pobreza y el caos a que nos condujeron el liberalismo y el marxismo: es que hemos pasado ya a los secuestros y a los asesinatos. Ayer caía otro guardia civil, víctima de ETA. ¿No ha llegado el momento de decir basta? ¿No ha llegado el momento de que la paz, el bienestar y la libertad no queramos cambiarlos por la ficción de las llamadas libertades democráticas, cuyo disfrute malsano acaba de comenzar? ¡Basta ya! ¡Estamos hartos!, repetimos con un ilustre coronel de nuestro Ejército. (Inmensa ovación.)

Cuando está en juego la vida de la Patria…

Terminaba el ministro de la Gobernación [Fraga Iribarne] un discurso pronunciado en los locales de «ABC», con esta frase latina y magistral: “Salus populi, suprema lex” (exclamaciones irónicas del público). Pues bien, precisamente por eso, porque la salud y el bien del pueblo constituyen la ley suprema, se produjo el Alzamiento Nacional del 18 de Julio. Si la violencia no es legítima en muchos casos, alcanza la máxima legitimidad, como decía José Antonio, cuando están en juego la vida y el destino de la Patria. (Aplausos.)

De aquí que aquellos que tienen experiencia histórica propia, más la experiencia que les deparan los pueblos de Europa sujetos a la tiranía marxista, más un deber de lealtad hacia su propia biografía política y al juramento formulado sobre los Evangelios, ante Dios y ante España, de defender los Principios del Movimiento, no tengan disculpa si luego de contemplar los primeros frutos de sus reformas, todavía en proyecto, tienen que apelar al noble principio de “salus populi, suprema lex”. Nosotros apelamos también a estas palabras que un ministro clave y especialmente calificado del Gobierno acaba de pronunciar.

Sólo un nombre

Si la salud del pueblo es la ley suprema y sabéis perfectamente que la salud del pueblo español está en trance y comprometida por el asalto de las fuerzas oscuras que tratan de mover los hilos de la historia universal y la historia de España, del capitalismo financiero, que no tiene escrúpulos y vende a los países y pisotea su honor con tal de que aumenten sus ganancias, y del comunismo poderoso, con sus medios ilimitados, su poderío creciente y su mística arrebatadora y falsa, ¡ah!, entonces, el gobernante que rompiese con la continuidad del Sistema, abandonando a las fuerzas nacionales que debería aglutinar y vitalizar, y dialogase, convocase e invitase a las fuerzas enemigas que pretenden su destrucción, no tendría más que un calificativo en lengua castellana, el mismo que merecen los que facilitan el acceso al adversario abriendo las puertas del castillo, arruinando sus cimientos, debilitando sus fortalezas, haciendo ineficaces las armas defensivas, desmoralizando a la hueste y echando escalas desde las almenas para facilitar la toma del patio interior. (Inmensa ovación.)

2. AMNISTÍA

El segundo tema que tampoco puedo soslayar aquí, pese a su repetición, es el de la amnistía.

Hay vocablos que tienen un potencial enorme de contagio, que se ponen en circulación y que resultan simpáticos al oído. Y no cabe la menor duda que a este género de vocablos pertenece la palabra amnistía, por todo lo que en principio y en apariencia puede encerrar de misericordia y de perdón.

Ahora bien, en esta hora en que tanto se habla del derecho a la información, del respeto a la verdad, tenemos que preguntar y hasta exigir a quienes piden la amnistía desde fuera y desde dentro de la Administración, qué es lo que realmente se persigue y se aspira a lograr con la cacareada amnistía.

Está claro, a nuestro modo de ver, que la amnistía no puede afectar a los crímenes cometidos durante la guerra y la revolución en zona marxista, porque esos crímenes, incluso los de sangre, quedaron prescritos, y muchos de los que los cometieron se pasean en libertad por nuestras calles, amparados por el cumplimiento de la condena, por los indultos generosamente otorgados, por la prescripción aludida y, en cualquier caso, por el perdón de las víctimas o de sus familiares.

Lo que de verdad se pretende

Cuando se habla de amnistía no se pretende, pues, el olvido de aquellos crímenes. Lo que se quiere de verdad –y dejémonos de remilgos- es la amnistía de los delitos, como ahora se dice, para enmascararla barbarie de convicción política, y por tanto, como señalaba Vicente Mas en una hoja casi volandera de la Hermandad alicantina de la División Azul, que se aplique a “los individuos que planearon fríamente el asesinato de Carrero Blanco; a los que jugaron al azar a quién correspondía asesinar al inspector señor Manzanas; a los que montaron, para hacerlo explotar a distancia el artilugio al paso del jeep de los guardias civiles, o a los que por el simple deseo de crear una situación de desconcierto y depresión, mataban a traición a los policías que ni siquiera conocían”. (Ovación.)

Otra amnistía

Frente a esta realidad, nosotros también reclamamos, de los que desde el Gobierno ofrecen la amnistía, que la concedan a los muertos y asesinados, que los resuciten primero, que los devuelvan a sus padres, a sus esposas, a sus hijos.

Frente a esta realidad, nosotros también pedimos que, aun cuando no sea sino para evitar el pecado de la hipocresía y de la conciencia doblada, exijan también la amnistía para Rodolfo Hess, el prisionero de Spandau (aplausos), y para León Degrelle, cuyo delito se servir a Bélgica no prescribirá nunca por acuerdo de los diputados de su país, y para los millones y millones de fugitivos y exiliados de las naciones sojuzgadas por el comunismo, que no pueden regresar a sus patrias. ¡Qué voces representativas del mundo político, cultural y hasta religioso, se alzan llenas de misericordia y de espíritu de reconciliación solicitando para ellos la amnistía? (Aplausos.)

3. EL SAHARA

Si algo os preocupa a vosotros, como canarios, es el tema del Sáhara. Ni ayer en Las Palmas, ni hoy en Puerto de la Cruz, quiero escamotearlo y soslayarlo, y menos aquí, en presencia del teniente general Pérez de Lema, que ha sido el hombre del desierto (el público tributa una gran ovación al teniente general Pérez de Lema, que éste agradece con visibles muestras de emoción), el militar íntegro y puro que no se ha mezclado en la política menor, para guardar todas sus lealtades a la gran política del 18 de Julio, y que hoy nos depara el honor de tenerlo sentado con nosotros, presidiendo el acto que nos reúne y congrega. (Larga ovación que obliga a ponerse en pie al teniente general Pérez de Lema.)

Virtudes castrenses

El general Pérez de Lema –permitidme la digresión- puede compendiar y sintetizar todas las virtudes castrenses que yo os diría que son un calco en lo humano de las auténticas virtudes religiosas, esas virtudes que se enseñan y asimilan en las aulas de nuestras Academias militares, y que se transmiten, como en el general Pérez de Lema ocurre, de padres a hijos, cuando se forma parte de una estirpe castrense; virtudes que se subliman en la Cruzada, y de un modo especial en la gesta inolvidable y heroica del Alcázar toledano. Allí se fundió España, allí se forjó la unidad de carlistas y falangistas, de los españoles de buena ley, que hoy necesitamos más que nunca. Por ello no deja de ser providencial que también se halle cerca de nosotros, y sentada muy cerca de mí, la condesa del alcázar de Toledo. (Inmensa y larga ovación.)

Recuerdo con gratitud, hace nueve años, al general Pérez de Lema, entonces gobernador militar del Sáhara, esperándome, de uniforme, en el aeropuerto de El Aiún; y hospedándome en su casa, y presentándome al auditorio antes de iniciar mi conferencia y acompañándome al acuartelamiento de la Legión para presenciar el homenaje a sus muertos, y ofreciéndome, en unión de los jefes y oficiales de aquel Tercio, una arqueta de plata, labrada por artesanos saharauis, que tengo sobre la mesa de mi despacho, y en la que se guarda, como una reliquia, arena del desierto con manchas rojas de sangre legionaria. (Aplausos.)

Política torpe y perniciosa

Pero volvamos al tema de actualidad, al de la pérdida del Sáhara. No creo que la política de nuestros Gobiernos haya podido ser más torpe y perniciosa. No era difícil advertir hace nueve años cómo la codicia internacional se despertaba, no por el desierto inhóspito que nadie había querido, y sobre el cual España, sacrificándose, se volcó con entusiasmo y con dinero, sino por la riqueza de los bancos pesqueros y de los famosos superfosfatos. Esa codicia internacional buscó potentes pantallas que esgrimieron derechos y reivindicaciones para favorecer los intereses de los poderosos que detrás de tales derechos y reivindicaciones se enmascaran. De este modo se ponía en litigio la presencia española en el continente africano.

Desgraciadamente no hemos sabido jugar con las bazas que teníamos. Aceptamos la resolución de la ONU sobre la autodeterminación del pueblo saharaui. Pero esta autodeterminación suponía que los saharauis pudieran elegir entre varias opciones: seguir siendo España, como quiso una gran parte de la población autóctona en el único plebiscito celebrado, o unirse a Marruecos, a Mauritania o a Argelia, o dividirse y ser anexionado por cualquiera de estas naciones, o constituirse en Estado independiente, o en Estado libre, pero asociado con España, al modo de Puerto Rico con los Estados Unidos.

Entierro de la propia dignidad

Pero la verdad es que en el Sáhara nadie se ha autodeterminado. Lo único que sucede es que se ha entregado un pueblo sin oírle. (Aplausos.) No ha sido una retirada muy acertada y valiente, como se ha dicho, sino un entierro de la propia dignidad, como escribe un conocido africanista.

Es muy bonito afirmar que el Sáhara no valía la pena de un conflicto, de derramar una sola gota de sangre. Así lo aseguraban tanto los portavoces oficiales del Gobierno como los grupos de oposición al Régimen. Había como un convenio tácito para manipular la inteligencia y el sentimiento de los españoles a fin de convencerles de que el asunto del Sáhara era de aquellos por los que no vale la pena luchar, con olvido de que hay circunstancias en que es preferible un sacrificio menor y realizado ahora, con el fin de evitar sacrificios mayores algún tiempo después. Yo jamás he dudado de la buena fe de don Alfonso XIII, cuando, al conocer el resultado de unas simples elecciones municipales, decidió, para evitar derramamiento de sangre, abandonar el país. La verdad es que un pequeño sacrificio entonces, una prueba de valor y de serenidad en aquel momento, hubiera evitado después que en una confrontación horrible perdieran la vida un millón de españoles. (¡Muy bien! Aplausos.)

Pero además, y esto es lo grave, es que cuando se proclama desde la altura de un principio, una norma de conducta, hay que llevarlo, o le obligan a uno a llevarlo, a sus últimas consecuencias, porque ya no es posible poner a tales aplicaciones límites ni barreras. Si el principio es que no vale la pena derramar una gota de sangre por mantener la dignidad y los intereses de España y de los españoles en el Sáhara. ¿qué ocurrirá cuando Marruecos organice otra marcha verde y piojosa para anexionarse Ceuta y Melilla? Habrá también entonces consejos benevolentes de abstención y de entrega, que advertirán que no vale la pena ningún sacrificio por ambas ciudades. ¿Y qué sucederá cuando las pretensiones absorbentes giren en torno al archipiélago canario? ¿Tampoco será preciso sacrificarse? ¿Primará, también , que es lo que importa, la paz burguesa, confortable, egoísta, de los que (inmensa y entusiasta ovación que interrumpe al orador e impide recoger sus palabras)…

Gibraltar

Comprendo, canarios, vuestra irritación. Cuando un pueblo pierde su dignidad se asemeja al hombre que se queda despojado de sus vestidos, expuesto a la contemplación pública. Me preguntaba un periodista en Las Palmas: “¿No cree usted que, luego de la cesión de Ifni, de la independencia de Guinea y del abandono del Sáhara, España podía, cargada de razones, pedir a Inglaterra la devolución de Gibraltar?”

“No – le repliqué al periodista-. Gibraltar es una reivindicación permanente de España. España no habrá realizado su unidad mientras el Peñón se halle bajo el dominio extranjero. España linda por el Sur, como dijeron Ganivet y José Antonio, con una vergüenza. Pero si hay una oportunidad menos propicia para conseguir la reincorporación de Gibraltar a España, es ésta precisamente. Débiles ante Marruecos, ¿nos sentiremos fuertes ante Inglaterra? Mendicantes del beneplácito del socialismo europeo, ¿nos mostraremos audaces ante el laborismo británico?” (Risas y aplausos.)

*****

No es posible, porque nos llevaría mucho tiempo, y el avión no espera, analizar en todos sus pormenores cada una de las cuestiones agobiantes del momento. Lo que importa es que saquemos de estas reflexiones en voz alta, y de las que cada uno os estáis haciendo, unas conclusiones prácticas y urgentes. Diagnóstico y terapéutica son precisos…

Mientras España ha sido fiel a sí misma, a las pautas doctrinales del pensamiento fundacional, a los esquemas tradicionales y revolucionarios que se dieron cita en el ordenamiento jurídico básico, España ha vivido en paz, se hizo la auténtica y fraterna reconciliación. En un sendero duro y hostigado, pero unidos y en orden, hemos alcanzado cotas insospechadas. Por el contrario, en el instante mismo en que comienza la infidelidad, la crisis de identificación, los complejos rectificatorios, el despegue de los Principios que informan al Estado, y cunde el propósito de romper la unidad de los hombres, de las tierras y las clases, con un programado y creciente enfrentamiento, la paz se pierde y se regresa al punto caótico de partida.

Cuando esto sucede, tenemos la obligación de abandonar el silencio grato de nuestra propia celda y salir al exterior para alertar y convocar a nuestro pueblo, hoy atomizado, para decirle que España tenía razón, y que otra vez la suerte del mundo se está jugando dentro de nuestras fronteras. ¡Españoles, no os durmáis, no os aburgueséis, no dejéis que con rabia y premura se eche por la borda el esfuerzo de los años de unidad y entendimiento!

Tres grandes tentaciones

Hay que ganar, ante todo, para evitarlo, nuestra batalla interior contra la comodidad, contra las grandes tentaciones que nos circundan: adaptarse, desentenderse, sobrenaturalizarse.

Adaptarse, porque, ¡es tan lógico, luego de haber realizado casi lo imposible, de entregar vida y hacienda durante la Cruzada! Lo cierto es, dice la tentación, que, a pesar de ello, el mundo parece seguir por cauces distintos a aquellos que nosotros deseábamos. Por eso, “no hay otra solución, para tratar de sobrevivir, que adaptarse”. Así se expresaba un gran amigo mío y colaborador inicial en carta que me envió hace unos días tan solo. Así lo exige, aseguran incluso, el pensamiento actualizado de José Antonio. (Risas despectivas.)

Preguntaos a vosotros mismos con sinceridad plena, interrogad a vuestros compañeros. Algunos, que han cedido a la tentación de adaptarse, os dirán que ellos piensan y sienten como vosotros, que se hallan completamente identificados con nuestra doctrina y con nuestra postura, pero que las circunstancias y los cambios que se operan en el país les obligan a disimularlo e incluso a actuar en contra de sus más íntimas y sagradas convicciones. Es un caso de mimetismo, de metamorfosis, de adaptación, de cambio de chaqueta, que no de esqueleto, en suma.

Desentenderse. He aquí la segunda tentación, frente a la cual los hombres de bien, los que tienen conciencia clara de lo que sucede, han de salir derrotados o victoriosos. De esa victoria o esa derrota, como de una cuestión previa, depende luego nuestra conducta. Por eso hablamos de una batalla interior, de un debate en profundidad dentro de cada uno de nosotros mismos.

Desentenderse significa buscar el pretexto y la excusa de que también se sirve a España dedicándonos a lo nuestro, al oficio y profesión que nos corresponde, al negocio que emprendimos, a la familia que fundamos. También hace unos días, pero en directo, otro amigo me aseguraba que para él lo único importante en la vida eran su mujer y sus hijos, y que para su protección y defensa –lo que exigía para él una plena dedicación- excusaba cualquier tipo de riesgos y compromisos públicos. Yo le contesté que su amor a la familia era torpe; que, precisamente para salvaguardarla, tenía que defenderla, y que, como buen cristiano, debía tener presente que el que quiere salvar su vida del modo que él propugnaba, la perderá, como dice el Evangelio.

Sobrenaturalizarse. He aquí la tercera y la más sutil de las tentaciones, falseamiento de la verdadera sobrenaturalización, la que se vislumbra cuando se oye exclamar: “¡que Dios nos coja confesados!”, “¡que Dios nos salve!”, “¡vamos a pedir a la Virgen de Fátima que resuelva todos nuestros problemas!”. Todo esto naturalmente, está muy bien. Pero con esto no basta. Sería equivocado y hasta un contraconcepto del espíritu sobrenatural quedarse ahí en tales exclamaciones. Un verdadero cristiano sabe que, como recuerdan San Pablo y Santiago, si el justo vive de la fe, la fe meritoria, la fe que vitaliza y salva, no es una fe dormida e inactiva, sino una fe conformada por la caridad y manifestada en obras. San Agustín decía: “Dios te ha creado sin ti, pero no te salvará sin ti”.

La voluntad salvadora de Dios es universal, y no admite excepciones; pero de tal modo respeta la libertad humana que no actúa sin la cooperación de la voluntad del hombre. De poco sirven los hombres de mucha fe adormecida, que no cuaja en obras, que no actúa sobre la realidad terrena, que a lo sumo es incentivo para la crítica, para la murmuración o el comentario de la tertulia, pero que niegan una contribución económica, rehúsan su participación en el acto al que se les invita, o se abstienen de firmar una nota o un artículo protestando contra la difamación… (Gritos de “¡sí, señor!”. Aplausos.)

Pero el hombre se salva tal y como es, y, por tanto, en el medio en que vive, en la comunidad política a que pertenece. El hombre se salva, y la comunidad política se salva también, cumple su cometido temporal, en la medida en que el hombre actúa en ella con su fe operativa y dinámica. Decía José Antonio, y lo hemos repetido muchas veces que el hombre es portador de valores eternos… ser portador de valores eternos equivale a tener conciencia que los llevamos injertos en el alma, y no para enterrarlos con miedo, como el mal administrador, sino para ponerlos ejemplarmente en ejercicio y cultivo.

Los españoles de nuestra ideología que ceden a la tentación de sobrenaturalizarse en la inactividad, relegándolo todo a la Providencia como un justificante de su postura estática cometen un grave pecado de omisión. Es la hora del gran esfuerzo. Hay que desarmarse de prejuicios, de personalismos. Hay que destruir las telarañas con que nos envuelven. Hay que borrar las torpes caricaturas con que se nos presenta. Tenemos que entablar una relación directa y sin disfraces inventados o impuestos por los enemigos comunistas. Hemos de manifestarnos de una manera solidaria, unidos y fuertes, seguros y enardecidos por la nobleza de la causa de que nos sentimos servidores.

La base existe

¡Cómo saben unirse los adversarios cuando llega la hora del combate! ¿Nos encontrarán desunidos, disputadores, sin mandos y sin moral? El Movimiento se halla inerme. La base existe, pero faltan los capitanes. ¡Qué surjan los capitanes para alentar a nuestro pueblo, para organizarlo y dirigirlo, para devolverle el entusiasmo y la fe! Si es así, veréis cómo responden nuestros camaradas de todas las edades al llamamiento. Eso quiere ser, y para ello nació, FUERZA NUEVA, bandería de enganche, clarín de convocatoria por las tierras de España.

No cedáis a ninguna de las tres tentaciones: la de adaptaros, la de desentenderos, la de sobrenaturalizaros, que es, en suma, un modo como otro cualquiera, pero más hipócrita, de escapismo.

Os pido fe y os pido obras. Y a vuestras obras y a las mías, en consonancia con esa fe, por el bien de España, os demando y os convoco. ¡Arriba España!

(El público, puesto en pie, responde a ese grito y prorrumpe en una gran ovación, entonándose inmediatamente el «Cara al Sol»).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 474, 7-Feb-1976

Discurso pronunciado el 21 de diciembre de 1976 en la apertura de la Delegación Provincial de Fuerza Nueva en Madrid

“SERVIR AL ESTADO” SÍ, PERO ¿A CUÁL?

DISCURSO DE BLAS PIÑAR EN LA APERTURA DE LA DELEGACIÓN PROVINCIAL DE FUERZA NUEVA EN MADRID pronuncia do el 21 de Diciembre, 1976.

“Cuando se reúnen libremente los grupos socialistas para federarse; cuando los demócrata-cristianos, con inclusión de sectores separatistas, elaboran con abundante publicidad planes de acción conjunta; cuando se buscan homologaciones con partidos políticos del exterior, por parte de las asociaciones recientemente constituidas o en periodo constituyente; cuando Marcelino Camacho, dirigente comunista, habla, con la autorización oportuna aquí y allá; cuando un ministro del Gobierno almuerza con un marxista declarado, como el profesor Tierno Galván, en busca de colaboraciones; cuando otro ministro asegura que Santiago Carrillo es un español tan digno como cualquier otro; cuando todavía caliente el cadáver de Franco, y sin haber concluido el luto nacional, los “enemigos de España y de la civilización cristiana” –la masonería y el comunismo-, contra los cuales nos alertó en su testamento político y en su discurso del pasado 1 de octubre el propio Franco, se pasean libremente, y jaleados por los medios de comunicación social pretenden destruir la obra de cuarenta años y pisotear la sangre que se derramó para el rescate de España, tenemos, me figuro yo, no sólo el derecho, sino la obligación ineludible de actuar.

EN LA LÍNEA IDEOLÓGICA DEL MOVIMIENTO SIN DEPENDENCIAS

Hasta ahora, nosotros hemos sido tan sólo los catalizadores de una corriente de opinión leal al Movimiento, a través de un semanario, modesto sin duda, y al que se le ha privado de toda publicidad; de la edición de unos cuantos libros y de una serie de actos en toda la nación, cuyo éxito, por la concurrencia multitudinaria y por el entusiasmo desbordante de los congregados, es de sobra conocido.

Por entender que el Movimiento no era un partido, nosotros, sin depender orgánica, administrativa o económicamente del Movimiento, estuvimos en su línea ideológica. Por eso, por lealtad a lo que el Movimiento, como cauce de la inquietud y del quehacer político suponía, nos negamos a que se transformara en un simple esquema burocrático. Quisimos, con nuestra aportación desinteresada y muchas veces sacrificada, llenarlo de vida, y nadie podrá negarnos que en la última época de confusión, abandono y parálisis hemos sido nosotros, en gran parte, los que, con el recelo y la oposición de los cuadros oficialistas, hemos mantenido el tono, la dialéctica y la capacidad de convocatoria en torno a los ideales del 18 de Julio.

POR ESTAS RAZONES…

Por esa misma razón de lealtad nos opusimos de siempre a la escisión del Movimiento a través del asociacionismo de base [año 1974], que dio origen, como alguien indicó en las VII Jornadas Nacionales, a partidos políticos sietemesinos. Las asociaciones –y ahora supongo que lo verán bien claro quienes de buena fe se sumaron a la fórmula- no eran otra cosa que un método para dividir a los hombres del Movimiento, convirtiendo la diversidad, que es lícita, en dispersión, que es suicida, especialmente en un momento como el actual en que se legaliza la comparecencia pública de quienes, con descaro, se manifiestan fieles a su ideología, enemigos tanto de la doctrina que informa tanto el Movimiento Nacional como el Estado al que el Movimiento dio vida y estructura.

Nos negamos por ello a entrar en el juego equívoco de las asociaciones, despreciadas y puestas en solfa en las consultas y solución de la crisis, y repudiamos, en una enmienda presentada al Consejo Nacional y rechazada por éste, la subvención estatal a las mismas. Si el que paga compra, las asociaciones con subvención abundante, pierden su independencia y su libertad y si el espíritu asociacionista realmente existe, las asociaciones ya arbitrarán los medios honestos de financiación que necesiten, a través de la cotización y de la voluntad proselitista de sus propios militantes.

Ahora bien, si las cosas van como han comenzado a ir, nosotros, a los que no nos cabe la responsabilidad de haber gobernado, que no hemos sido beneficiarios, sino servidores del Régimen, que hemos tenido que soportar desprecios y humillaciones, que hemos sido llevados en repetidas ocasiones a los Tribunales de Justicia, a instancia de la propia Administración, saldremos, por amor a España y por lealtad al juramento que empeñamos, a defender el franquismo –y hemos salido ya-, con la vestidura jurídica que nos convenga y que la nueva situación reclame.

TRABAJANDO COMO HASTA HOY

Mientras tanto, tenemos el propósito de seguir trabajando como hasta la fecha. No creo que el actual equipo de Gobierno, en el que figuran hombres cuya actividad política ha sido copiosa en los últimos años pueda argüir, para impedirla, que somos una sociedad y no una asociación…

Ello no obstante, si “de iure” o “de facto” el Movimiento desaparece y se instaura un Estado liberal, nosotros anunciamos –como ya lo hicimos en Badajoz y en Pedreguer- nuestro propósito de constituirnos en partido político…

***

No quisiera que nos despidiésemos, después de un acto tan emotivo como éste, con una concurrencia que ha superado todas nuestras previsiones, sin comentar en voz alta y ante vosotros, suscriptores y amigos de FUERZA NUEVA, militantes de lo que puede ser mañana una agrupación política, el discurso pronunciado ayer por el ministro de la Gobernación y vicepresidente segundo del Gobierno [Manuel Fraga], al dar posesión de sus cargos a sus nuevos colaboradores.

El asunto adquiere particular importancia cuando, como en este caso, y luego de demorar para más tarde la exposición del programa de reformas que el Gobierno se propone realizar, uno de sus vicepresidentes, desbordando quizá el límite de sus atribuciones, lo esboza, adelantándose al presidente y a su ya anunciado discurso ante el Pleno de las Cortes.

El ministro de la Gobernación y vicepresidente segundo del Gobierno ha dicho: “Se puede servir al Estado de muchas maneras”, y que “servir al Estado español es una de las más importantes maneras de servir a España”.

Yo estoy totalmente de acuerdo con ambas afirmaciones, como punto de partida. Ahora bien, en 1936, para servir a España se funda un Estado nuevo. Ese Estado se alimenta de los Principios del Movimiento Nacional, y éste, según definición bien conocida por el ministro, que es catedrático de Derecho Político, es la “comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la Cruzada”.

De aquí que para ser correctos no baste con hablar de servicio a un Estado español abstracto, o cualquiera que éste sea, sino a un Estado concreto, es decir, al Estado que vitalizan e informan los ideales de la Cruzada; y no otros, como los que vitalizaron e informaron las concepciones adversas o enemigas, para utilizar los términos del discurso pronunciado por el ministro… el Estado al que yo juré lealtad y al que el ministro [Fraga] juró repetidas veces:
– como consejero nacional;
– como procurador en Cortes;
– como delegado nacional del Movimiento;
– como secretario general del Instituto de Cultura Hispánica;
– como secretario general técnico del Ministerio de Educación;
– como director del Instituto de Estudios políticos;
– como ministro de Información y Turismo;
– como embajador de Franco en Londres;
– y ahora como ministro de la Gobernación y vicepresidente segundo del Gobierno.

LOS AMIGOS Y LOS ENEMIGOS

El ministro, completando su pensamiento sobre el Estado, afirma en su discurso: “No tendremos más amigos ni enemigos que los del Estado, entendido como institución permanente” …

El Estado, como institución permanente, puede ser católico, agnóstico, laico, ateo o antiteo, nacional, capitalista, promover la justicia y el bien común, permanecer alejado del proceso social o regir imperativamente el mismo.

No basta, pues, para discriminar amigos y enemigos, la apelación al concepto de Estado como institución permanente, ni siquiera añadir después que no se admitirá la violencia física para lograr el éxito de una opción del Estado diferente a la del 18 de Julio, pues el dolo (violencia moral) aunque más sutil no es menos demoledor que la fuerza bruta… Conforme con este módulo, el deseo de separar a un matrimonio no sería malo por pretender la ruptura, sino por pretenderlo con violencia… El adagio famoso se invierte: si antes se decía que la licitud del fin no hace legítimos los medios, ahora resulta que la supuesta licitud de los medios arranca la ilicitud a la meta perseguida.

***

Sigue afirmando el ministro, para matizar su pensamiento, que en esta institución permanente que es el Estado al que aspira a servir “cabremos todos”. Y es natural, pero una cosa es que quepamos todos y otra es cómo vamos a caber y qué puesto va a ocupar cada uno. En el Estado comunista, caben todos: unos, en los campos de concentración, y otros, en las garitas vigilantes. En el nuestro, me parece que, desechada esa concepción del Estado y rechazada la fórmula liberal por razones constitucionales y de experiencia, hemos de caber todos, pero aquellos que son hostiles a los Principios informadores del Estado no pueden dirigirlo, del mismo modo que en el mercado de abastos caben todos los consumidores, pero no se entrega el despacho de las mercancías a quienes adulteran o cambian el producto.

***
(…)

NO ES LÓGICO

No hacer mención de los militantes o entender que se alude a los mismos al hacer referencia a los oficiosos que se arrogan facultades de vigilancia, me parece un error, porque de poco servirá un ordenamiento a base de palo y tente tieso y de fuerza pública si no hay un cuerpo de opinión activo, que colabora con las instituciones y reacciona espontánea y virilmente en su defensa allí donde aún no ha comparecido la Policía. Si esa reacción se condena de antemano, no es lógico, como lo hiciera un ministro de Educación, echar de menos y atribuir a la falta de energía ciudadana el cierre de la Universidad, reducida al caos por obra y gracia de la subversión marxista.

Si la paz, como dijo San Agustín, es “la tranquilidad en el orden”, el orden moral, que se impone por sí mismo cuando las ideas y las costumbres son sanas, cuando la sociedad se convierte en su custodio, es el que garantiza la paz. El orden impuesto sólo por la fuerza del Estado debe ser excepcional y nunca normativo. Por eso cuando la fuerza pública aumenta es porque el orden moral se resiente y la paz se halla seriamente comprometida.

En otro orden de cosas, afirma el ministro y vicepresidente segundo del gobierno, haciendo suya una frase del discurso de la Corona, que “nadie debe esperar privilegios”. Y es natural, siempre que no se confunda el sentido vulgar con el jurídico de privilegio. El privilegio, en aquella acepción, es odioso, mientras que en la segunda puede ser una exigencia de la justicia, que exige dar a cada uno lo suyo. Así, el que ejerce autoridad disfruta de unos privilegios de que el súbdito carece, y nadie pondrá en duda que al concedérselos se lesiona lo que es justo. En este sentido, la Iglesia tiene unos privilegios que le corresponden como una exigencia derivada de la misión salvadora que le corresponde. Lo que sucede y lo que produce escándalo no son los privilegios, sino que, por una parte, se diga que no se desean tales privilegios, y después, no sólo se mantengan –contradiciendo lo dicho y lo proclamado en los discursos de la Corona y del ministro-, sino que se abuse de ellos.

UN EJEMPLO EPISCOPAL

Poco antes que el ministro se expresara tan rotundamente, el arzobispo de Madrid, haciendo uso y abuso de un privilegio, escamoteaba a la acción de la Justicia a un clérigo [P. García Salve] que, sin duda con propósito nada evangelizador, había levantado el puño en la vía pública y agredido de palabra y de obra a un capitán de la Policía Armada.

Y lo curioso es que la negativa arzobispal al procesamiento contrasta con la autorización concedida para procesar a un sacerdote –al fin absuelto por una sentencia, que me atrevería a considerar laudatoria para su conducta-, que sólo había tratado de defender públicamente a la Virgen de las ofensas graves que alguno escribió contra la misma.

Finalmente, el ministro y vicepresidente segundo del Gobierno afirmó, con su estilo peculiar, que “los que recurren a la violencia… deben saber que se enfrentarán con un poder decidido”, lo que me parece lógico y hasta obligado. Lo que ocurre es que no debieron tomar demasiada nota de la admonición los piquetes de huelga que en Madrid, y a pocos pasos del Ministerio de la Gobernación, volcaban taxis o apaleaban brutalmente a los taxistas que haciendo uso de su derecho a trabajar, no querían sumarse a la huelga… De donde se sigue, una vez más, que la libertad desaparece –como la libertad para el trabajo- cuando se predican y legalizan las libertades democráticas, como el derecho a la huelga…

***
Termino pidiéndoos a todos una cooperación entusiasta. Ya sabéis que no vamos a regatear esfuerzos para que surja el Frente Nacional que venimos propugnando desde hace mucho tiempo. Yo no seré nunca obstáculo sino estímulo para que se constituya, y no me importará, si es preciso para lograrlo, desaparecer de escena. Aquí estamos, en serio, para servir a España. LO personal, por noble que sea, pasa a segundo plano.

Multiplicad el número de suscriptores. Ellos son un aval para nuestra postura, el soporte económico que garantiza nuestra independencia y el comienzo de una posible organización política. Si así lo hacéis, en un momento tan difícil para España, que Dios os lo premie y si no, que os lo demande.”

Acabado el discurso, interrumpido por los aplausos en numerosas ocasiones, se cantó el «Cara al Sol».

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 469, 3-Ene-1976

Discurso en Cartagena pronunciado el 1 de Febrero de 1976

LOS TRES NO ( al revisionismo, al cambio, a la reforma)

(Discurso pronunciado por Blas Piñar en el teatro Mariola de Cartagena, en un acto de afirmación nacional, el 1 de febrero de 1976)

“Señoras, señores, camaradas y amigos: Decía el presidente del Gobierno, en el marco solemne de las Cortes Españolas, el pasado 28 de enero, al presentar a las mismas el programa de su Gabinete, que estamos en un momento excepcional de nuestra historia”. Pues bien, ningún marco mejor que Cartagena para completar y reflexionar sobre ese momento histórico.

Desde un punto de vista personal, porque si desde la limpieza desinteresada de la niñez los ojos aprenden las cosas sin prejuicios, a mí Cartagena me instaba en esa postura de anhelante y nítida comprensión, ya que en vuestra ciudad transcurrieron algunos años de mi infancia.

Desde un punto de vista objetivo, porque si España es un enigma, como ha dicho Sánchez Albornoz, o un misterio, como yo corregiría, no por lo que tenga de irreal, sino por lo que tiene de oculto o de místico, como nación y como empresa, aquí, entre vosotros, se puede transitar por dos de las dimensiones de ese misterio: hacia lo alto con el autogiro de La Cierva, y hacia lo hondo, con el submarino de Isaac Peral.

Porque por aquí pasaron o aquí se hallan vinculados nombres ilustres de la Marina española, que en el capítulo reciente de la Cruzada nos dejaron, con su ejemplo y su sacrificio, un legado de honor.

Basterreche, antes de su fusilamiento, dice a un camarada: “No llore, doctor; en este momento lo único que importa es ir con la conciencia tranquila”.

Cervera, alentando a los que van a compartir la muerte con él, exclama decidido: “¡Vamos! ¡Por Dios y por la Patria!

Barreto quebrará con guasa su impaciencia ironizando al comprobar cómo se retrasa el piquete de ejecución: “Hasta en eso son informales. Ya nos llevan robada media hora de cielo”.

Los ejemplos que nos ofrecen los marinos de España, al enfrentarse con la muerte en aquellas jornadas de horror son innumerables. Giral, el ministro de Marina del llamado Gobierno republicano, al tener noticia de los asesinatos a bordo y en masa, dio la siguiente y repugnante orden: “Con solemnidad respetuosa echen al mar los cadáveres”.

Y es que los marinos de España, en aquella hora límite y difícil, que puede, claro es, repetirse, se plantearon, como el resto de las Fuerzas Armadas, el tremendo problema de elegir entre la disciplina, que les hubiera llevado a traicionar a España, o el patriotismo, que les obligaba a quebrantar la disciplina. Pues bien, ante el dilema angustioso, al llegar esta situación límite, las Fuerzas Armadas, y, naturalmente, la Marina de guerra, comprendiendo que aquel género de disciplina era un engaño encadenante para el cumplimiento de su más alta misión, optaron políticamente, en el más puro y noble sentido del vocablo, el 18 de Julio de 1936, por el patriotismo. Y no se advierta que ello estaba en contradicción con aquel concepto de la disciplina que el director de la Academia General Militar de Zaragoza expuso en la arenga que dirigió a sus alumnos al clausurarse la misma por orden de la República, porque fue precisamente el director de dicha Academia, el general Franco, el que puso límite a esa disciplina al dirigir y encabezar el Alzamiento contra un Régimen sectario bajo el cual la Patria misma que había jurado defender y servir se hallaba en trance de disolución inmediata. (Ovación.)

Porque Cartagena, en fin, sumergida en el caos del dominio rojo, aún encontró hombres que el 5 de marzo de 1939 se levantaran contra la tiranía del marxismo. A esos hombres abnegados, y a los que sucumbieron en el buque Castillo de Olite en su intento frustrado de ayuda, yo quiero rendir ante vosotros homenaje público de admiración y de respeto. (Ovación.)

***

Este “momento excepcional de nuestra historia”, en frase del presidente, trae, sin duda, causa de aquel que comenzó con el arranque de nuestra Cruzada. Por eso nos preocupa la insistencia, incluso oficial, con que se pretende, por un juego de adaptación, metamorfosis, prestidigitación, copia y mimetismo, el retorno al sistema liberal, con independencia de su vestidura inicial monárquica o republicana, ya que, en definitiva, la Monarquía liberal de Sagunto [1874] terminó en República [1931], y la República llevó a España a un enfrentamiento heroico y cruel.

Hasta tal punto da la impresión que el retorno obsesiona a nuestros gobernantes, que el señor Fraga, ministro de la Gobernación y vicepresidente para Asuntos internos, se ha identificado con la obra de Cánovas, rechazando a la vez la conducta de Caetano [Portugal, 1974], con olvido de que, en virtud de un proceso evidente y comprobable de aceleración histórica, el Cánovas de la Monarquía de Sagunto puede convertirse, si no hay rectificaciones, en el Caetano del Régimen español; y tengo para mí que el señor Fraga tiene inteligencia bastante para no asumir la enorme y trágica responsabilidad de tan pobre y ridículo papel. (Ovación.)

A la hora de la verdad, lo cierto es que nos encontramos, a primera vista al menos, con tres lenguajes distintos. Se podría hablar, en términos políticos, del español en tres idiomas, o para tres auditorios diferentes: el de las Cortes y el Consejo Nacional, el del pueblo español en directo, y el de la prensa, la radio y la televisión de los países extranjeros. De este modo, la palabra, que debe ser vehículo claro de las ideas, se ha tornado ambigua, confusa y hasta contradictoria según las ocasiones. Para entender algo de lo que en realidad se ha querido decir se hace imprescindible la consulta a una clave o a un mecanismo de cifra y la confección de un diccionario sui generis. (Risas.)

A veces resulta útil, para aclarar el tema, cotejar y complementar con lo dicho cara al exterior lo que con disimulo o tono conciliante se ha dicho para dentro de casa. De cualquier modo, si con el español en tres idiomas distintos lo que se pretende es no quedar mal o servir a tres señores, decidme hasta qué punto ello no será complicado y hasta imposible cuando con frase evangélica no es nada fácil servir a dos amos distintos. (Risas.)

Continuidad perfectiva

Para orientar el curso de lo que voy a deciros, conviene subrayar que, de momento y en un plano oficialista, se advierten dos expresiones programáticas contrapuestas al parecer: la del presidente del Gobierno, señor Arias, y la del vicepresidente del Gobierno, señor Fraga.

Don Carlos Arias, en su discurso ante el pleno del Consejo Nacional, del pasado 19 de enero, habló de la “continuidad perfectiva” del Régimen.

Don Manuel Fraga, en múltiples intervenciones, viene hablando de adaptación, cambio y reforma.

Quede bien claro, y así lo hemos dicho en repetidas ocasiones, que nosotros, que no estamos, como se nos reprocha con frivolidad o con mala fe, por el inmovilismo, estamos con la “continuidad perfectiva”, siempre, claro es, que esta continuidad sea auténtica y no una soflama que, calmando la inquietud de nuestro pueblo, persiga en el fondo, por medio del cambio, la ruptura con el Sistema.

De aquí se infiere que rechazamos la reforma propuesta, sin que llegue a convencernos la argumentación endeble del ministro de que “sólo se reforma aquello que quiere conservarse, en lo que de verdad se cree”, pues, por un lado, una cosa son las intenciones reformistas de origen y otra la realidad a que, no queriendo, se llega; y, de otro, que es preciso aclarar en qué consisten las reformas, pues éstas pueden tener entidad y consecuencias muy distintas.

Para verlo claro, pensemos de una parte en Lutero, el hombre de la Reforma. Yo no dudo que al poner en marcha su propósito reformista quisiera adaptar, manteniendo; cambiar, conservando; reformar, consolidando. Pero la verdad es que la Reforma por antonomasia arrancó de la unidad de la Iglesia una gran parte de Europa. Su resultado fue, en muchos órdenes, y no sólo en el espiritual, verdaderamente catastrófico. Por contraste, la catarsis de la Iglesia de Roma, su verdadera purificación, se hizo con la llamada Contrarreforma. El campeón de la reforma auténtica no fue Martín Lutero sino Ignacio de Loyola, y no se realizó por medio de protesta, sino en el Concilio de Trento. (Ovación.)

De otra parte, no es lo mismo la revocación de una fachada, que puede resultar imprescindible, o una rectificación en el tabicado de las habitaciones para que se acomoden mejor a las necesidades de la familia, que el derribo total de la casa, la reducción a solar del inmueble y la construcción de otra casa nueva, con planos y arquitectos diferentes. Las consecuencias urbanísticas y fiscales –políticas en nuestro caso- no pueden ser idénticas.

Examinemos

De aquí la conveniencia de examinar con detenimiento el discurso del señor Arias del pleno de las Cortes, del pasado 28 de enero, y, en especial, sus definiciones y enunciados programáticos. Como no es posible, no obstante el interés del tema, que aquí y ahora nos ocupemos de todas las definiciones y enunciados con la atención que se merecen, espigaremos en los que, a nuestro juicio, son de la máxima expectación y urgencia. Sólo con este examen podremos entrever si estamos ante una “continuidad perfectiva” que no destruye el Régimen, sino que, haciéndolo más auténtico y fiel a sí mismo, lo consolida, o ante una reforma que, pese a su buena intención de origen, equivale a la ruptura.

Hay unas afirmaciones de principio en el discurso del presidente que debieran ser ilusionadoras e interpretativas de su contenido y de cada una de las apreciaciones que encierra. Tales afirmaciones de principio son las siguientes:

1ª. “Estamos ante dos tiempos claramente diferenciados: distintos, pero no distantes”, es decir, el tiempo de Franco y el tiempo del Rey.

2ª. “El legado de (la) obra gigantesca (de Franco) constituye una exigencia de comportamiento en la lealtad”.

3ª. “Partimos de unos elevados niveles, alcanzados por sacrificadas generaciones”.

Vamos a ver si el programa expuesto por el presidente, y que debiera quedar iluminado por tales afirmaciones de principio, puede contribuir o no a que el tiempo actual sea no solamente “distinto”, sino, como da la impresión, “distante” del tiempo de Franco; si la “lealtad” a la obra de Franco permite o no –y parece que se está permitiendo- su rápida y total disolución; y si el “sacrificio” de esas generaciones puede o no quedar inútil y frustrado.

Dice el presidente: “La claridad ha sido en todo momento una de las constantes de mi actuación política”. Espero que con idéntica apelación estas reflexiones en voz alta, que inspiran un concepto claro de mi deber como español y como consejero nacional designado por Franco, se entiendan, desde el Gobierno y desde la calle, como exposición de lo que comparto de ese discurso, de lo que discrepo, y de lo que me ofrece dudas, precisamente por su ambigüedad o por su contradicción, pero jamás como postura hostil y falta de espíritu constructivo.

Analicemos, pues, la exposición que el presidente Arias hizo en su discurso sobre la Monarquía, la democracia, la política exterior y los valores del espíritu.

I- MONARQUÍA

Habla el presidente, refiriéndose, como es natural, a la Monarquía española, de una Monarquía “reinstaurada” y arbitral, en la que el Rey no es responsable de la acción específica de gobierno, no se identifica con los grupos políticos y no está sujeto a sus vaivenes, anunciando una rectificación sobre lo prevenido para el caso de Regencia.

Pues bien, el empleo de la palabra “reinstauración” supone tanto como romper la palabra acuñada por Franco que fue la de instauración. Con ella se evitan las ambigüedades que evidentemente comporta la de “reinstauración” y que puede confundirse en el lenguaje ordinario con la descartada totalmente de restauración.

Los términos “Monarquía reinstaurada” pueden insinuar, sobre todo por lo que supone de despegue de un vocablo cuyo valor todos entendíamos, que la Monarquía que se corona con Juan Carlos I no trae su causa y última legitimidad de origen del 18 de Julio y que, por lo tanto, no se trata de la Monarquía por la cual combatieron nuestros bravos carlistas (ovación) sino de la Monarquía liberal, cáscara vacía de contenido, que repudió José Antonio, y que a la hora de la verdad no tuvo monárquicos que la defendieran. (Ovación.)

La Monarquía española, instaurada, para que no haya lugar a dudas, es la Monarquía tradicional, la Monarquía de la Ley Orgánica y de los principios del Movimiento, con aquella unidad de mando y de poder que José Antonio quería, tal como la concibieron y edificaron los Reyes católicos. (Ovación.)

Dice el presidente que la Monarquía española es una “Monarquía arbitral, sustancialmente análoga a la de algunos países europeos que se distinguen por su alta cultura cívica y sosegado desenvolvimiento político”.

Con todos los respetos, me parece que esto no es así, toda vez que las Monarquías de esos países europeos son Monarquías liberales y con ellas, si somos fieles a los ideales inspiradores de la Cruzada, la nuestra, la española, no tiene sustancialmente nada en común, toda vez que responde a postulados y exigencias doctrinales e históricas distintas.

Por otra parte, dudo que los países escandinavos, en los que se dan las Monarquías propuestas como modelo, tengan una “cultura cívica” tan elevada, cuando legalizan el aborto, la anticoncepción, las comunas promiscuas, el matrimonio entre homosexuales y alcanzan los índices más elevados de suicidios; ni estimo que el ejemplo del Ulster, donde el crimen y el terror se han hecho endémicos, puedan ser alicientes para imitar a la Monarquía inglesa. (Ovación.)

El árbitro

En la Monarquía española, según el discurso del presidente, al Rey le cabe la función de “árbitro”, función muy expuesta, ya que todo el mundo sabe que no se puede arbitrar a gusto de todos y que, por tal motivo, durante los encuentros, las ofensas más graves se dirigen al árbitro y es al árbitro al que, al terminar los partidos se despide arrojándole las almohadillas.

Al escuchar de labios del presidente que al Rey correspondía esta función arbitral, imaginé que, al terminar la sesión, el Gobierno se presentaba corporativamente en la Zarzuela para entregar al Rey un silbato de bronce a fin de que pite, de ahora en adelante, las faltas de toda condición que se cometan en el juego político. Pobre y difícil papeleta la que se encomienda al Jefe del Estado. (Risas y ovación.)

En la Monarquía española, dice, el Rey “no es responsable de la acción específica de gobierno”. Y tal afirmación no deja de ser sugestiva, aunque apenas examinada se entienda que es errónea, no sólo porque es responsable, como es lógico de su propia actuación “arbitral”, sino porque, como la Historia demuestra, y tuvimos ocasión de exponer en el discurso de Badajoz, cuando llega la hora de la verdad, y pese a las afirmaciones cargadas de énfasis, el Rey responde de todo y asume la responsabilidad de todas las acciones específicas y equivocadas de sus gobiernos, mientras que los artífices de tales equivocaciones, que son sus ministros, no responden de nada o de muy poco. Así don Alfonso XIII, víctima del sistema liberal, respondió de todo y tuvo que marcharse, mientras que algunos de sus ministros, como Alcalá Zamora, no sólo no respondió de nada, sino que llegó a ser presidente de la segunda República española. (Ovación.)

Hay que distinguir

En la Monarquía española, el Rey “no se identifica con los grupos políticos… pues, como fiel guardián de un depósito inalienable, personifica e integra a todos los españoles en un consenso de concordia nacional”.

Sin embargo, habría que distinguir entre “grupos y grupos políticos”, pues mientras hay y puede haber unos que respetan, admiran y sirven a ese depósito inalienable, hay y puede haber otros que pretendan dilapidarlo. De aquí que, si el Rey “no puede identificarse con los grupos políticos”, como afirma el señor Arias, será preciso aclarar, en previsión de equívocos y ambigüedades que podrían traer consecuencias muy dolorosas, que esa “no identificación” ha de entenderse con respecto a los temas accidentales en los que resulta lógico y hasta necesario la discrepancia de opiniones.

Y de otro, que, por la razón apuntada, el Rey ha de identificarse y buscar el respaldo de aquellos grupos políticos que defienden el depósito inalienable del que la Corona se ha convertido en fidelísimo guardián. De lo contrario, es decir, considerando lo mismo a quienes defienden ese depósito y a quienes lo atacan, y llamando a colaborar a los últimos, podía convertirse en cómplice o encubridor de su quebranto; y el quebranto de ese depósito es más grave, a mi juicio, desde el punto de vista moral, por la frustración de confianza que supone, que por el daño económico que pudiera implicar.

Por otro lado no puede olvidarse, y así nos lo dice la experiencia histórica, que en el tipo de Monarquía liberal a que parece ser que ahora se nos empuja, el Rey, como sucedió el 14 de abril de 1931, al no sentirse constitucionalmente responsable de la acción específica de sus gobiernos, dejó sin custodia ese depósito inalienable, y fue el pueblo español el que, para preservarlo, tuvo que alzarse y contabilizar un millón de muertos. ¡Sería muy triste que alguien quisiera reservar al Rey de la nueva Monarquía un papel idéntico y al pueblo español la ardua tarea de tener que luchar otra vez para continuar subsistiendo! (Inmensa ovación.)

La Monarquía española, siempre según el discurso del señor Arias, “(no) está sujeta a los vaivenes del juego político”.

Y así debiera ser. Lo que ocurre es que, si tal afirmación fuera cierta, en España estaríamos aún bajo la Monarquía de Sagunto (1874), no se hubiera implantado la República y no hubiera sido necesario un régimen nacido de la Victoria nacional para instaurarla.

No basta lo retórico

Por eso, y aprendiendo las lecciones del pasado, para evitar las consecuencias suicidas de los “vaivenes”, hay que asentar la Monarquía sobre cimientos bien sólidos, no sólo no renegando de su origen, sino afianzándola en los grupos políticos que pueden darle permanencia. Sacar de sus covachuelas, alentar y magnificar, por ejemplo, a la democracia cristiana, que habla sólo de “los pueblos del Estado español”, soslayando a España y que por añadidura se ha confesado escéptica e indiferente a las formas de gobierno, y al partido o partidos socialistas, que colaboraron con la Monarquía y hasta con la Dictadura de don Miguel Primo de Rivera, para sumarse después a la conjunción republicana, expulsando al Rey, es algo que mueve a risa si no fuera realmente dramático para la propia Monarquía y para España.

Y es que no bastan las proclamaciones retóricas, aunque sean muy sugestivas. En política, terreno como ninguno en que la doctrina cuenta en tanto sea susceptible de aplicación, no pueden dejarse nunca a un lado ni el terreno de operaciones ni los ejércitos en presencia.

II- DEMOCRACIA

Dice el señor Arias en su discurso que “caminamos hacia una alternativa democrática (mediante) fórmulas de limpia y clara participación.

Ello, con las máximas consideraciones, equivale a decir que hasta la fecha no hemos sido una democracia, y ello aun cuando Francisco Franco repitiera hasta la saciedad que España era una democracia orgánica. Y una de dos, o Franco no nos dijo la verdad o la democracia orgánica no es una de tantas modalidades democráticas sino su negación y por ello caminamos ahora, precisamente ahora, después de la muerte de Franco hacia ella.

Y caminamos hacia ella –la democracia- mediante “fórmulas de limpia y clara participación”. Es verdad que el presidente no explicita ni detalla esas fórmulas –que luego han enumerado sus colaboradores en sus comparecencias en el exterior-, pero está claro, al menos implícitamente, que hasta la fecha las fórmulas de participación establecida en la Ley de Principios, concorde con la doctrina de la Tradición y de la Falange, no eran “limpias” ni “claras”. Por ello, para que sean “limpias y claras” hay que despegarse de las estructuras básicas de la comunidad nacional, familia, municipio, sindicatos y corporaciones profesionales –democracia orgánica-, para acudir al sufragio universal y al sistema de partidos políticos.

Ahora bien, ¿puede probarse con la experiencia electoral española –abstenciones masivas, rotura de urnas, presiones sobre las mesas, procedimientos de proclamación- que el sufragio universal y el sistema de partidos, aparte de su antieconomía y del complejo pasional que promueven, sean, en serio, “fórmulas de limpia y clara participación”?

La democracia a la que alternativamente caminamos es, en palabras del presidente, una “democracia española, no copiada” y “más próxima a los países más prósperos del mundo occidental”.

Si esto es así, si nuestra democracia –a la que vamos- ha de ser española y no copiada, no comprendo las razones que pueden mover a nuestro equipo de gobierno para aceptar la visita de tantos supervisores y de tantos maestros de fuera. La obsesión por el beneplácito del mundo occidental ha colmado todo lo que hubiera podido imaginarse. Comisiones de demócratas cristianos, liberales, socialistas, sindicalistas, etcétera, deambulan por nuestro país, emitiendo dictamen, aprobando y desaprobando públicamente y formulando opinión en los despachos oficiales. En este trance, el Consejo de Europa examina y censura, y Kissinger, en ese famoso desayuno norteamericano, pronuncia, para júbilo del ministro secretario de la Presidencia, un sonriente beneplácito para la evolución española hacia la democracia.

España, ¿un maniquí?

Y yo me pregunto: ¿cómo es posible que nuestros demócratas del Ejecutivo, en vez de buscar de inmediato y sin tapaderas la opinión y el apoyo, en su caso, del pueblo español, mendiguen las bendiciones de ciertos poderes de fuera? (Inmensa ovación del público, puesto en pie.)

Parece que España es un maniquí al que ha de vestirse entre todos. Cada uno saca de su bolsa de retales un trozo de tela distinto: rojo los socialistas, amarillo los liberales y morado los vaticanistas. Se trata de un traje tricolor y republicano, que puede ser… (Inmensa ovación.) Y Dios quiera que España, aturdida, no pierda la ecuanimidad y se sienta a gusto con el traje, porque entonces acabará no sólo envilecida sino siendo el hazmerreír del mundo. (Ovación.)

La democracia hacia la que alternativamente caminamos es una “república coronada” y no, como dijo Fraga Iribarne con poco acierto una democracia coronada. Pero, así y todo, para los oídos y el recuerdo de los españoles, la fórmula presidencial, la de “democracia coronada” resulta molesta. Quienes deseamos que en España se consolide la Monarquía que Franco quiso, no podemos olvidar que esa fórmula se empleó sin éxito en Grecia, país mediterráneo de sensibilidad muy próxima a la nuestra. La solución de la “democracia coronada” se rechazó en un plebiscito popular, y el Rey, cuñado de Juan Carlos, continúa fuera de su país. (Ovación.)

El régimen asociativo, fracasado

“En la democracia española han de conjugarse el Movimiento y unas Asociaciones políticas evolucionadas”. Esto es lo que, en síntesis, vino a decir el presidente Arias en su discurso del 28 de enero. Sobre el particular conviene que hagamos algunas observaciones que estimo importantes.

En primer término, que el régimen asociativo, como era de prever y nosotros anunciamos y pusimos de relieve al negarnos a participar en el mismo, está fracasado. El presidente, que en su día fue su gran animador [Feb. 1974] y que lo espoleó desde su alta magistratura en su penúltimo discurso al Pleno de las Cortes, confiesa ahora con sinceridad que “la respuesta a la oferta asociativa ha resultado limitadamente satisfactoria”. Y es natural que así sucediera, pues el asociacionismo político no era un anhelo del pueblo español, sino la puesta en marcha, por intereses y grupos de presión conocidos, de un propósito confesado por otra parte, de liquidar o fragmentar al Movimiento y de abrir brecha a los partidos políticos.

Por eso, y al modo del despotismo ilustrado, el sistema asociativo fue, no algo que el pueblo pedía, sino una oferta gubernamental, que, no obstante las incitaciones de oficio y la financiación del Estado, tuvo una respuesta “limitadamente satisfactoria”. De aquí que, con palabras del presidente, “persuadidos de la insuficiencia de las normas asociativas, por su escaso arraigo en la realidad en que deben insertarse, no tendremos ningún escrúpulo en reconsiderarlas”.

Al llevar a cabo esta reconsideración, aunque el presidente haya salvado con habilidad la trampa, es posible que se admitan los partidos, de acuerdo con sus declaraciones a «Newsweek» de 12 de enero de 1976 y a las aclaraciones para el exterior de algunos de sus compañeros de Gobierno.

En cualquier caso, partidos o asociaciones políticas evolucionadas, y siempre de acuerdo con el discurso presidencial, han de ser compatibles con el Movimiento, al que define como “pacto social básico”. Ahora bien, como por una parte se llama a colaboración a las fuerzas que “sintonicen con los Principios de nuestro orden constitucional” [Principios del Movimiento], y por otro a “todos cuantos quieran aceptar unas reglas de convivencia elementales”, el problema que surge es el de si los Principios se diluyen transformándose en reglas elementales de convivencia, o bien si tales reglas elementales de convivencia son precisamente los Principios del Movimiento. El dilema pone en marcha una contradicción tan evidente como insoluble:

Si los Principios, como “pacto social básico”, se identifican con las “reglas de convivencia elementales”, no se explica la legalización de facto de los partidos políticos que se manifiestan hostiles a tales Principios, propugnando abiertamente, dentro y fuera de España, la ruptura con el Régimen.

Si, por el contrario, esa legalización se justifica porque los Principios han dejado de ser –no obstante lo que se dice con solemnidad- el “pacto social básico” y las “reglas de convivencia elementales”, entonces habrá que definir estas últimas y correlativamente derogar o modificar tales Principios, lo que, por definición constitucional, resulta imposible.

Sugiere confusiones

Es verdad que el presidente arroja del seno de la legalidad a la violencia terrorista, al anarquismo, al separatismo y al comunismo totalitario, pero también es verdad que no conocemos ningún comunismo que no sea por esencia totalitario, por lo que el calificativo sólo sugiere confusiones y hasta la posibilidad de que algún género de comunismo fuera admisible; que el separatismo campa por sus respetos con libertad digna de mejor causa desde los actos de Guernica a los de Barcelona (ovación) y que los secuestros y asesinatos de guardias civiles gozan de desgraciada actualidad.

Las severas admoniciones del presidente, cuyos puntos de vista en este supuesto comparto, me recuerdan, no obstante, esas películas del Oeste en una de cuyas secuencias la cantina se convierte en un auténtico pandemónium de gritos, disparos, espejos y lámparas rotas, mujeres que huyen y puñetazos a granel, mientras el sheriff, representante de la autoridad, subido en el mostrador, grita enloquecido y sin que nadie le haga ni caso. “¡Respeto a la ley, orden y paz!” (Risas y aplausos.)

Democracia y Monarquía. He aquí dos temas fundamentales. De la Monarquía tradicional no se dice nada. Dela democracia orgánica, tampoco. Por ello, si es difícil precisar “la frontera entre lo lícito y lo ilícito en política”, una cosa es clara: que el fraude ideológico es ilícito.

III- POLÍTICA EXTERIOR

El tema de la política exterior es muy amplio, y no es posible que entremos a fondo en cada uno de los apartados que engloba.

De la cuestión del Sáhara hablamos detenidamente en los discursos de Las Palmas y del Puerto de la Cruz, hace tan sólo unos días, y a ellos me remito, no sin reiterar que en plena alternativa democrática ni el pueblo ni las Cortes saben a estas alturas en que consiste el Tratado de España con Marruecos y Mauritania, ni cuál, como no sea por la prensa, el estado de anarquía en que se vive en la que fue próspera y pacífica provincia española (Ovación.)

Por lo que se refiere al Tratado que el señor Areilza acaba de firmar con los Estados Unidos, representados por Kissinger, creo que no se ha hecho otra cosa de carácter sustancial que una actualización, por el doble proceso inflacionario de la peseta y del dólar, de las sumas a percibir por España. Todo lo demás son préstamos con interés, entrega de material de segunda mano y muchos futuribles y “desiderata”, amén de documentos que aún han de firmarse y de normas adjetivas que han de discutirse. Demasiado papel para pocas nueces, relegando el tema de la balanza comercial deficitaria con los Estados Unidos y sobre todo el tema de las exportaciones españolas, de trato tan escasamente amistoso. (Ovación.)

La posición de España al respecto debió quedar absolutamente clara subrayando: que encuadrados en Occidente no somos neutralistas; que no toleramos la postura de segundones; que las bases militares y todo nuestro dispositivo de defensa y ataque debe estar en nuestras manos; que una cosa es la ayuda y el suministro de material y otra la presencia en nuestro territorio de tropas extranjeras en situación de paz; que en ningún caso puede admitirse chatarra como sustitutivo; y que tampoco es admisible que nuestro Ejército se vea coartado en el uso libre del material recibido, como ocurrió, al menos que yo sepa, cuando las agresiones de Marruecos en Ifni [1957]. (Ovación.)

IV- VALORES DEL ESPÍRITU, MORALES Y RELIGIOSOS

Habla el presidente del cultivo de estos valores. ¡Y cómo no hemos de compartir su punto de vista y el énfasis con que en ello insistió! Pero basta salir a la calle para darse cuenta de que el libro, el folleto, la revista, el espectáculo y los anuncios llamativos y a todo color de tales espectáculos, atentan gravísimamente y con desafío cada día mayor a tales valores, degradando al individuo y a la sociedad.

El propio presidente reconoce, al referirse a los medios de comunicación social, que los mismos, a veces, se utilizan de tal modo que son vía abierta “para la difamación”, para el “ataque al honor”, a la dignidad de instituciones, grupos o personas”, para “la insidia y el insulto”, para “campañas contra el Estado, la sociedad, la familia (y) la moral pública”.

Yo no me atrevería a dar ningún calificativo a este género de campañas, pero la verdad es que el presidente, con harta razón, las repudia y las condena; lo que sucede es que, siendo así las cosas, lo que hay que hacer, como indica con razón Ricardo de la Cierva, con el que estoy de acuerdo en este caso, no es tanto hablar de reforma de la ley, sino sencillamente aplicarla. (Aplausos.)

***

Señaló Franco a la masonería y al comunismo como los grandes adversarios de España y de la civilización cristiana contra los cuales debíamos y debemos permanecer alerta. ¿Y será precisamente el programa de reforma que se anuncia el mejor camino de permanecer alerta? ¿La “continuidad perfectiva” no será tan sólo un bello enunciado adormecedor al confundirse e identificarse con un cambio que nos llevará a la ruptura, a desatar todo lo atado y bien atado?

Para mí está claro que el retorno al punto de partida, mediante la instalación de un sistema liberal, equivale a reponer las causas de los mismos desastres que acarrearon la ruina de la nación. El liberalismo es el clima más apto para la implantación de la tiranía comunista, sin que la socialdemocracia, que tanto se cacarea como fórmula de contención, sirva en realidad para algo positivo, pues, como dijera José Antonio, sólo actúa como arena en los cojinetes del capitalismo.

Todo lo que facilite o acelere las posibilidades de sovietización de nuestra Patria nos parece condenable, y el comunismo, como es lógico, aprovechará la incertidumbre y el juego permisivo del sistema liberal para adueñarse de la situación y monopolizarla.

A tal fin, dispone de medios extraordinarios. El comunismo sacrifica todo a la propaganda, a las exigencias de la lucha política, a la causa de la revolución universal. El hambre de los pueblos dominados, la esclavitud de millones de seres, significa muy poco para los cuadros dirigentes del marxismo. Los grandes tópicos con que encabezan sus campañas, aun torpes y fraudulentos, proliferan ante el olvido histórico, las manipulaciones de la opinión pública, la apelación constante a sentimientos primarios o a movimientos reflejos.

Incomprensible

Así, el comunismo hace un llamamiento reiterado a la libertad. Las grandes pancartas de las manifestaciones públicas que los dirigentes comunistas preparan o encabezan, lucen de un modo llamativo, estridente y entre admiraciones la palabra ¡Libertad!

Y ello es incomprensible, porque el comunismo, no sólo en la práctica, allí donde domina, no admite libertades ni derechos humanos, que conculca sistemáticamente, sino que niega doctrinalmente la libertad que solicita. En efecto, si la libertad procede del espíritu y el marxismo niega lo sobrenatural, exaltando el determinismo materialista, que somete a la Naturaleza y al hombre a una dialéctica sin autor y sin destino, no es posible concebir a un comunista pidiendo una libertad que niega. El propio Lenin, cuya autoridad no discuten ni siquiera los comunistas heterodoxos de nuestro tiempo, preguntaba: “La libertad: ¿para qué?”.

De aquí que el marxismo, como tantas concepciones políticas y sociales –filosóficas, en el fondo- equivocadas de raíz acaben olvidando al hombre. El buen salvaje de Juan Jacobo Rousseau, el ciudadano de Robespierre, el proletario de Marx, son entes de razón, criaturas imaginadas y artificiales, ideas prefabricadas, que desorbitan o ignoran al hombre. Por el contrario, para una concepción política de raíz cristiana, como fue la de José Antonio, el hombre y sólo el hombre es el eje del Sistema; un hombre portador de valores eternos y no de valores económicos, productor o consumidor, como lo es para el marxismo.

Acudir a la libertad para, haciendo uso de ella, establecer el comunismo y la utópica sociedad sin clases, es otra de las contradicciones del marxismo toda vez que, si la Historia se mueve y avanza en virtud de un determinismo natural y por un juego inexorable e inevitable de la dialéctica materialista, la entrada en el proceso de la libertad, que por otra parte se niega, parece contradictoria.

Otro de los grandes espejismos en que se escuda la propaganda marxista es la que transforma al Partido en vanguardia de la clase obrera. Y ello no es verdad, porque si al Partido Comunista lo que le interesara en serio es la llamada clase obrera y por tanto la mejora de sus condiciones de vida y de trabajo, no pretendería la quiebra económica, que produce un colapso y un deterioro de los niveles conseguidos, la mayoría de las veces sin la intervención de sus agitadores. (Ovación.)

Destruir la civilización

El Partido Comunista no es la vanguardia de la clase obrera, sino la vanguardia de la subversión mundial, que pretende por todos los medios, hasta la violencia, la destrucción del orden recibido, para construir otro antitético en el que las nociones sustantivas del hombre, de la comunidad en que el hombre vive, de su origen y de su destino, descansen en una concepción atea y antitea.

Rosenberg, en su libro «Marx y el proletariado» nos descubre que, para Marx, el servicio al proletariado, a la clase obrera, no constituye un fin. Para Marx, que aspira a destruir la civilización recibida, subvirtiéndola y sustituyéndola por las estructuras que él imagina, la clase obrera tan sólo es un instrumento para llevar a cabo la subversión. No la sirve, sino que se sirve de ella, y a tal fin la explota, la azuza y la seduce, espolea odios y resentimientos, espíritu de venganza y revanchismo, llegando a crear, victimando al obrero, el hambre y la ira para que puedan darse lo que Lenin ha llamado con acierto las condiciones objetivas de la revolución.

Precisamente porque la clase obrera es para Marx un instrumento, cuando la misma deja de escucharle y se libera de su yugo –verdadero opio del trabajador, que le aliena de su contorno y de su esencia-, tiene que buscar febrilmente un sucedáneo. Y así, probando una vez más lo falso de su fundamento, crea o fomenta, según los países y las circunstancias, la lucha generacional, la de razas y tribus, la regional y la eclesiástica.

No es el marxismo militante la vanguardia de la clase obrera. Ni Marx ni Engels ni Lenin fueron trabajadores manuales. Y, que yo sepa, no son tampoco obreros Santiago Carrillo, Tierno Galván, Rodolfo Llopis y Felipe González.

El capitalismo, al máximo de poder

El eslogan anticapitalista campea en todo el aparato dialéctico del marxismo, siendo así que en el Estado comunista el capitalismo llega al máximo de poder y concentración monopolística. En el Estado soviético no hay más que un solo patrón y todos los súbditos se constituyen en dependencia burocrática y funcional del mismo. Si en el sistema capitalista puede darse la explotación del hombre por el hombre, cabe, con toda su tragedia, que el explotador tenga sentimientos de piedad o que el explotado cambie de empresa; en el sistema comunista, que concentra en el Estado todo el poder político y todo el poder económico, no cabe ni la misericordia ni el cambio, sólo cabe la esclavitud o la muerte.

Ahora comprenderéis el panorama sombrío que ofrecen los países comunistas; la tristeza de sus habitantes resignados; los heroicos levantamientos ahogados en sangre de Berlín, de Alemania Oriental, de Polonia, de Hungría y de Checoslovaquia; las guerrillas endémicas de Ucrania; los huidos a través del Muro de la vergüenza, del Telón de Acero, de la Cortina de bambú o de los tiburones del Caribe; las peticiones de asilo de los que con un motivo u otro pueden saltar las fronteras; los inmensos campos de concentración y los manicomios para los discrepantes.

Hasta El Campesino, comunista de renombre durante la Cruzada, ha podido escribir luego de su experiencia en Rusia: “Me arrepiento de haber tratado de imponer el comunismo. La URSS ha sido para mí la mayor desilusión, el mayor engaño y el peor fracaso de mi vida”.

¡Qué tremenda responsabilidad, pues, la de alejar el tema de España de este encuadramiento, de una España que, por otra parte, con un esfuerzo extraordinario, diríamos que sobrehumano, logró colocarse en una cota desde la que podía no sólo escapar a la maniobra envolvente del enemigo, sino encabezar a escala cósmica la ofensiva contra el adversario!

Guerras convencionales

¿Conseguirá ahora el enemigo, con el desmantelamiento iniciado, lo que no logró alcanzar en 1936? Porque si el comunismo se instaló en Rusia en 1917, a raíz de la primera guerra mundial, y se consolidó y extendió a raíz de la segunda, ¿no intentará adueñarse del mundo en la tercera? Y esa tercera guerra mundial, como dice Soljenitsin, testigo de primera línea, comenzó al firmarse el acuerdo de Yalta y alcanzó una victoria indudable con el Tratado de Helsinki [1975].

La tercera guerra mundial se diafragma en guerras convencionales, en confrontaciones civiles de carácter bélico y en la lucha política, subversiva y psicológica en todas partes. La confusión ideológica y la corrupción moral son tácticas insistentes y bien programadas, capítulos importantes de esta conflagración, para la cual los países occidentales se hallan, por culpa de su clase directora –negligente o cómplice-, infradotados.

Por estar infradotados, los países sucumben, como señala Soljenitsin, al primer encontronazo con el comunismo. Después del encontronazo, descubren con asombro su auténtico perfil, llegan a arrancarle la máscara y pretenden reaccionar. Pero ya es tarde. La sumisión por la fuerza de los embaucados es un juego de niños para las divisiones soviéticas. Entonces, cuando se descubre que el marxismo no tiene rostro humano y que habría que intentar que lo tuviera, de un lado ya no hay tiempo para conseguirlo, y de otro, el intento sería imposible, porque el marxismo, en tanto que lo sea, al arrancar al hombre su dignidad de hijo de Dios y considerarlo como un animal en alto grado de desarrollo, no puede tener jamás, aunque quisiera, un rostro verdaderamente humano. (Ovación.)

Los alzamientos contra la tiranía comunista, los gestos heroicos y escalofriantes de los pueblos subyugados, no fueron obra de los fascistas, ni de los conservadores, que habían sido asesinados o estaban en prisión, fueron obra de los engañados por el comunismo, de los militantes de las células, de los trabajadores, de los estudiantes, que reaccionaron con el vigor del arrepentimiento contra los autores del inmenso engaño. ¡Con qué razón se ha dicho que el comunismo es intrínsecamente perverso!

Para hacer frente al enemigo de la civilización cristiana, el liberalismo, primer disolvente de la misma, carece de aptitud; sin que valga tampoco el mejor armamento convencional o atómico. Sin la voluntad decidida, sin las convicciones firmes, el armamento puede entregarse al adversario, como ocurrió en Vietnam. El rearme de los pueblos sólo puede hacerse desde el campo moral e ideológico. Lo demás viene por añadidura; el uso de la fuerza se hace innecesario cuando el enemigo en acecho advierte nuestra decisión de combatirlo. Las victorias de los comunistas han sido deserciones del mundo libre.

La caridad no es la traición

Si para Occidente ha llegado el momento decisivo en que se pone en juego la civilización, no hay más remedio que huir de las libertades falsas, de las libertades de perdición, para anclarnos y fortalecernos en la libertad auténtica, devolviendo a la palabra su verdadero sabor. La libertad, se nos grita desde los campos de esclavos de la URSS, no es el cálculo, que pone en la balanza mi comodidad de momento o la miseria espiritual y material de mis hermanos, del mismo modo que la caridad no es la traición, ni la tolerancia la indiferencia, ni el amor a los enemigos pasarme a sus trincheras. Amor, tolerancia, libertad, ¡de qué modo os han falsificado en Occidente!

La libertad, estragada por tantos abusos, astillada y reblandecida, sólo es viable y se mantiene enhiesta cuando se nutre de las obligaciones que comporta, cuando se apercibe y asume las responsabilidades que conlleva, cuando sacrifica egoísmos, placeres y hasta valores lícitos de entidad menor en un tiempo difícil, cuando está dispuesta, si es necesario, al heroísmo. La libertad que dignifica no es el libre albedrío psicológico que me da a elegir entre matar o no matar, entre cumplir con mi deber o incumplirlo. La libertad psicológica no es un fin, es tan sólo un medio, y el medio, como todo camino, vale en tanto me conduce a la meta, es decir, a la verdad y al bien. La libertad psicológica afecta al ámbito autónomo de mis decisiones, pero el ejercicio recto, en orden a su fin, de esa libertad es el único que me libera y me perfecciona, que me hace realmente hombre.

Lo importante hoy es la claridad en las ideas, las convicciones firmes, la voluntad dispuesta, la libertad en su sentido auténtico, eligiendo la verdad y el bien, a costa de lo que sea. Este rearme ideológico y moral milita contra la abulia, la resignación, el fatalismo, la vida muelle y confortable, y demanda, individual y colectivamente, un esfuerzo como el que los españoles y España como nación, con el propósito de subsistir, hicieron durante la Cruzada (Ovación.)

La primera batalla, en la que todo va a decidirse, lo decíamos en Puerto de la Cruz, es la batalla interior, la que es posible que se esté librando dentro de nosotros mismos.

***

El presidente Arias, con sumo acierto ha dicho en su discurso, con toda valentía que:
“es evidente que se intenta borrar nuestro pasado político (y) volver a un imposible e indeseable punto cero”; y que es preciso evitar la
“aventura suicida de dinamitar… un orden tan dolorosamente logrado”.

Pues bien, como “albaceas de la memoria de Franco (y) para hacer operativo su mensaje”, utilizando palabras del discurso presidencial del 28 de enero, decimos:

No al Revisionismo
No al Cambio
No a la Reforma:
y decimos con frase del propio jefe del Gobierno,

Sí a la “continuidad perfectiva”, que asegure la autenticidad del Régimen del 18 de Julio y no su crisis de identidad y su desmantelamiento y demolición y, con una y otra, el suicidio de España.

De esta forma, la nostalgia –también siguiendo el hilo del discurso que comentamos- no será un freno, sino un estímulo para que la etapa de Juan Carlos, siendo distinta, no sea distante de la época de Franco.

(Clamorosa y larga ovación del público, puesto en pie, que entona como cierre del acto el “Cara al Sol”).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 475, 14-Feb-1976

Discurso en el homenaje a Carlos de Meer pronunciado el 20 de febrero de 1976

“REMOCIÓN VÍA SATÉLITE”

En el restaurante el Bosque, de Madrid, el 20 de febrero de 1976, homenaje que, convocado por FUERZA NUEVA, le tributaron más de 800 personas; en el curso del mismo hablaron, además del homenajeado, dos representantes de las Islas Baleares, de cuyo archipiélago fue Carlos de Meer gobernador civil y jefe provincial del Movimiento hasta su cese por decisión del Gobierno.

“Hoy hace tres meses que murió Franco. Aquellos que al enterrar sus restos mortales en la basílica del Valle de los Caídos deseaban también dar sepultura al Régimen, pueden sentirse satisfechos y estar orgullosos de su obra, porque a la vista de los acontecimientos podría tenerse la impresión de que Franco debió morir hace muchos años.

Dos semanas, dos meses, dos años

“El programa del cuadro dirigente de la nación se proponía unas metas a alcanzar en plazos previstos de dos semanas, dos meses y dos años. La consigna del cambio sin ruptura, sin artilugios de lenguaje es a mi juicio y en el fondo, la siguiente: dos semanas para exponer con cierta claridad las intenciones reformistas y, a la larga, liquidatorias del Sistema; dos meses para la interpretación derogatoria del orden institucional, sin demasiados escrúpulos morales por el juramento prestado de defenderlo; dos años, en fin –que no sabemos si habrán de cumplirse-, para deshacer la obra de Franco, regresar al punto de partida, y transformar una España floreciente y en paz en una España roja y rota a la vez. (Aplausos.)

En este cuadro general, en el que el desmantelamiento ideológico, la corrupción moral, la ruina económica y la mendicidad en el exterior (enorme ovación del público puesto en pie) pretenden cabalgar sobre España como jinetes aniquiladores del Apocalipsis, se produce la remoción casi vía satélite –el progresismo avanza mucho- de Carlos de Meer como gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de Baleares.

Se trata de la remoción de un hombre fiel al 18 de Julio, al que adornan las más altas virtudes castrenses y políticas, zaherido por esas campañas de difamación a que aludía el jefe del Gobierno en su discurso ante las Cortes el pasado 28 de enero.

Me interesa destacar aquí, para agradecérselo una vez más, su presencia en el acto de Palma de Mallorca, porque a partir de ese instante llovieron sobre Carlos de Meer la insidia y las ofensas. ¿Es que un jefe provincial del Movimiento no puede acudir, incluso por razones de respeto y cortesía a un acto público en el que interviene como orador un consejero nacional del Movimiento, que en este caso, además, fue designado personalmente por el Caudillo? ¿Es que no va a merecer su confianza, si goza plenamente de la confianza del jefe nacional?

Acaba de decir un tal Tarafini, al que no conozco… que Carlos de Meer, el cesado gobernador civil de Baleares, “no tenía sentido común”. Al leerlo me indigné, estimando que esta apreciación pecaba de injuriosa. Pero reflexionando entendí, querido Carlos, que tiene toda la razón. Carlos de Meer no ha tenido sentido común, porque hace falta tener poco sentido común y mucho patriotismo para servir en un cargo de responsabilidad a un sistema que se complace, o así lo parece, tolerando la difamación contra sus mejores funcionarios y convidando a restaurantes de lujo o recibiendo amistosamente en los despachos oficiales a aquellos que lo atacan sin reservas. (Ovación entusiasta).

El caso de Carlos de Meer se inscribe en el contexto de la dimisión presentada por la alcaldesa de Bilbao, doña Pilar Careaga, que también tuvo que sufrir ataques reiterados y convergentes de los que deseaban su salida, y la detención de unos muchachos de Barcelona –cuya conducta esclarecerán los tribunales- en el momento de enfrentarse en torno a Xirinachs, el huelguista del hambre bien alimentado , con quienes vendían carteles del “Che” Guevara y de Mao Tse-Tung, junto a otros que representaban un cerdo con la cara de Franco o un dibujo ridículo de Juan Carlos con la leyenda de pelele.

Merecen nuestro aplauso

“Estos jóvenes de Barcelona, en una época aburguesada como la nuestra, merecen nuestro aplauso, como lo merecen los estudiantes que en la Universidad madrileña han sabido defender el honor de la Patria ultrajada. Unimos nuestro clamor y nuestra protesta a la del teniente general Galera y a la de todos aquellos que con harta razón se indignan al ver cómo el recinto de la Ciudad Universitaria, que se rescató de la esclavitud marxista a precio de sangre de una de las mejores generaciones españolas de todos los tiempos, se haya convertido, sin tomar serias medidas para evitarlo, en lugar propicio para las concentraciones subversivas en las que la hoz y el martillo y las enseñas separatistas se exhiben con desafío y libertad. (Ovación.)

Lo que ocurre –y bendita sea la indignación de algunos, aunque venga con retraso- es que lo que ahora vemos de forma más generalizada y con eco notable en la prensa comenzó hace años, al aparecer pintadas brutalmente ofensivas contra el Caudillo, en las facultades madrileñas, sin que los colaboradores de Franco hiciesen nada o muy poco para descubrir y sancionar a los autores. Obran en mi poder fotografías y relación circunstanciada de las frases soeces y cargadas de odio, con letras de gran tamaño, que ensuciaban los blancos paramentos de la Facultad de Ciencias Económicas.

Y data de entonces también la expulsión de la Universidad de seis estudiantes, entre ellos uno de mis hijos, acusados de alborotadores, por el simple delito de arrancar y romper un inmenso cartelón que estuvo expuesto durante varios días con la siguiente leyenda: “Franco, hijo de…”; y conste que donde están los puntos suspensivos figuraba la palabrota. (Gritos de ¡Franco, Franco!)

Ahogada en los despachos

“Entonces nadie se conmovió, y las protestas más que justificadas de los que padecíamos por tanta barbarie se ahogaron en los despachos de los hombres públicos, sin que nada trascendiese para no alterar las digestiones de la superioridad. (Inmensa ovación.)

Hace unos días, querido Carlos, trataba en Barcelona de mantener la moral de ese grupo de muchachos patriotas y valientes, y ello porque hace falta una fortaleza en grado heroico cuando el gesto de valor se realiza en la soledad y ante el silencio “prudente” de los amigos.

En épocas signadas por la valentía, en las que la valentía se contagia por emoción, el héroe nota hasta físicamente el calor, a la vez que el aplauso de los suyos, que le contemplan, le respaldan y animan. En épocas pusilánimes, signadas por el miedo y el temor, el héroe llega a sentirse aislado, solitario y advierte, porque salta a la vista, que con un pretexto o con otro hasta los mejores camaradas se repliegan y huyen.

Así, el Divino Maestro se quedó solo cuando el instante del prendimiento, y solo, con apenas un jovencillo y unas pocas mujeres cuando el instante de la crucifixión. (Aplausos.)

En silencio y en soledad el heroísmo es doble, porque en ese clima hay que rechazar la tentación del abandono, ahuyentar la pregunta –luego de conocer las traiciones, las negaciones, las deserciones, las ingratitudes- del porqué del sacrificio sin límite; negar oídos a los burlones, a los que rodean cargados de odio y de envidia, incapaces de una actitud gallarda y entera, y que claman incesantes y aturdidores: “Bájate de la cruz”. (Aplausos.)

Tres objetivos

“Nosotros, en el acto de hoy, con este homenaje que te brindamos y ofrecemos en la hora difícil, aspiramos a lograr al menos tres objetivos:

· En cuanto a ti, que no te sientas solo, sino confortado por la amistad y camaradería de muchos españoles que no están dispuestos a que España desaparezca como nación; a que sin un solo disparo sea entregada a sus enemigos, que ya pasean sus trapos, sus puños y su rencor por toda nuestra ancha y diversa geografía.

· En cuanto a nosotros, que no nos sumamos a los cobardes, a los resentidos, a los veleidosos, a los que sustituyen con frivolidad su indumentaria ideológica si ello resulta más cómodo, aunque sea menos digno, más fácil para su ambición personal, aunque ello conlleve la ruina de la Patria.

· En cuanto a España y al pueblo español, que -como dijimos pronto hará diez años en «Razón de ser» cuando FUERZA NUEVA aparecía como un pasquín de llamada- como un clarinazo en la siesta cómoda del bienestar: “ora est iam nos de somno surgere”. Ya es hora de despertar. “Los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta”. Lo dijo Franco. Fueron sus últimas palabras. Las que escuchamos el 20 de noviembre.

¿Están alerta todos los españoles? No lo sé. Pero sí sé que nosotros, los hombres y mujeres de FUERZA NUEVA, contigo, Carlos de Meer, estamos despiertos, en vigilancia y alerta. ¡Arriba España!

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 478, 6-Mar-1976

Discurso pronunciado en el Coliseo Luengo, de Guadalajara el 22 de febrero de 1976

«¡AMIGOS DEL BUNKER!»

“Amigos y camaradas del “bunker” (enorme ovación), señoras y señores:

Hace unos días se cumplió un nuevo aniversario de la batalla de Krasny Bor, en la que, con sus tres mil bajas y su legendario heroísmo, se cubrió de gloria la casi olvidada División Azul.

Yo quiero agradecer a la Hermandad que agrupa a los supervivientes de aquella gesta que haya patrocinado el acto de afirmación nacional organizado por FUERZA NUEVA, y que ahora nos reúne, porque FUERZA NUEVA se identifica con los ideales y con las razones que movilizaron a la División Azul, cubriendo el frente antimarxista desde Novgorod a San Petersburgo y desde el Wolchof al Ladoga, con la bandera roja y amarilla en pie, sobre la nieve sucia o brillante de la estepa rusa.

“¡Rusia es culpable!”, se dijo entonces con arrebato y con énfasis por quien no sé si estaría ahora, después de lo que escribe, dispuesto a mantener la frase y la exclamación (grandes aplausos). Culpable el comunismo y culpable la masonería, como afirmó Franco en su discurso del primero de octubre de 1975 ante la inmensa y enardecida multitud congregada en la Plaza de Oriente. Culpables uno y otra de la gran tragedia de España, del enfrentamiento cruel de los españoles durante una guerra larga y difícil que se hizo precisa para salvar a la nación. (Ovación entusiasta.)

Una deuda de sangre

Ahí estaba Europa, después de concluir nuestra lucha, embarcada en una confrontación civil y fratricida, mientras la URSS permanecía expectante para sacar de ella el máximo provecho. La URSS, sin más miramiento que su propio beneficio, no tuvo remilgos y no realizó aspavientos antinazis para pactar con Hitler el reparto de Polonia, permaneciendo neutral en la conflagración, primero, y sumándose, después, a los aliados para extender así su dominio hasta el corazón de Europa. (Aplausos.)

Por eso, España, que con un gran sentido común –el sentido común, la alta visión y el patriotismo de Franco- no participó en la guerra civil europea e hizo todo lo posible por que terminara, se unió a la gran empresa de la lucha contra el enemigo común de la civilización occidental, enviando a la División Azul, que combatió codo con codo junto a los voluntarios de todas las naciones europeas; de las naciones europeas que estúpidamente combatían entre sí. (Aplausos.)

Con la presencia en Rusia de nuestros divisionarios, España cumplía también una deuda de sangre y de honor, agradeciendo con la misma moneda, como es propio de hidalgos, la presencia, el sacrificio y hasta la muerte de tantos camaradas europeos como habían luchado en el Ejército nacional durante la Cruzada y, entre ellos, los de la famosa Legión cóndor, de inolvidable memoria para muchos españoles agradecidos. (Inmensa ovación.)

***
La gesta gloriosa y casi olvidada de la heroica División Azul no hubiera sido posible sin las grandes lecciones de la época histórica que inmediatamente le había precedido. La División Azul no fue un hecho esporádico, fue una consecuencia lógica, casi diríamos que necesaria, de nuestra contienda, cuyas dimensiones universales resultan cada día más evidentes. Sólo en el marco de la Guerra de Liberación española, teniéndola presente y como fondo, se puede entender la oleada de entusiasmo de aquella juventud fervorosa que quiso con júbilo alistarse en ella.

Ese pasado histórico inmediato y precedente ofrecía tres lecciones ejemplares:

-La barbarie roja, que se cebó sobre España, con decenas de millares de asesinatos, en los que, en muchas ocasiones, concurrieron espeluznantes circunstancias y matices prueba de un odio satánico y de un sadismo increíble.

La provincia de Guadalajara, por su proximidad a Madrid, donde todas las pasiones y deseos de sangre se habían acumulado, sufrió de una manera singular. Hasta el obispo de Sigüenza, de cuyo martirio por la Fe quizá se avergüencen los monseñores de la Conjunta (inmensa ovación), cayó alcanzado por las balas marxistas; como cayeron, victimados por el odio a Cristo, sacerdotes, religiosas y religiosos, y centenares de alcarreños de toda edad, sexo y profesión, por el solo delito de amar a su Patria. La carretera de Chiloeches aún podría dar testimonio de aquella brutalidad sin límite… ¿Por qué, ahora que se convierte a los asesinos en españoles respetables y en hermanitas de la caridad, no constituimos asociaciones de familiares de caídos, que recuerden, ya que nadie ha agradecido su perdón generoso y hasta su olvido, cómo actúan socialistas, comunistas y anarquistas cuando la democracia liberal los reconoce y alienta? (Ovación entusiasta y prolongada.)

-El heroísmo político y el heroísmo militar. El primero, porque también en Guadalajara y su provincia, junto a los fieles al carlismo, prendió la semilla de la Falange. La palabra de José Antonio, poeta y capitán de aquella hora (aplausos), cautivó a los primeros escuadristas, como José María Sainz de Baranda y Gerardo Juan García, que con un mesianismo contagioso convocaron entorno a sí a lo más prometedor de la juventud alcarreña, dotándola de una doctrina y de un talante moral para el combate por España, que se percibía próximo. Carlistas, falangistas y cuantos se unieron a los mismos para colaborar con el Ejército, en aquellas jornadas inciertas del comienzo, prueban hasta la saciedad el amor a la Patria y el espíritu de entrega de aquellos valientes alcarreños.

Heroísmo militar, fruto de unas convicciones políticas profundas y de una moral a toda prueba, que se sublima en muchos hombres ilustres y que yo quiero personificar en el comandante de Ingenieros Rafael Ortiz de Zárate (aplausos), auténtico iluminado, que defiende solo con su ametralladora y hasta el último cartucho la ciudad de Guadalajara. Desde el Pinarcillo, sobre el puente que cabalga sobre el río Henares, se mantiene impávido, como un semidiós dispuesto al sacrificio. Al fin, vadeado el río por la chusma roja, y descendiendo para atraparle por la espalda, Ortiz de Zárate es apresado y asesinado, sin ningún miramiento, sin un proceso, sin un abogado defensor. (Ovación inmensa que impide continuar al orador.)

-El patriotismo, en suma, del pueblo no sofisticado ni encanallado por la propaganda corrosiva, fiel a sus tradiciones, arraigado a la tierra que le vio nacer. Hubo sitios bajo la dominación roja, en que las milicias no entraron, y si llegaron a entrar no pudieron cometer los desmanes consabidos. Y hubo lugares de la Alcarria que se quedaron sin un solo hombre llamado a filas, porque todos, sin excepción, y por mil medios peligrosos y extraños, se fueron a zona nacional para alistarse bajo las banderas de Franco. (Aplausos.)

***
Aquellas inversiones dramáticas de heroísmo impidieron con un esfuerzo sobrehumano que España fuera definitivamente ocupada y subyugada por el marxismo, contribuyendo así a la defensa de Europa.

A partir de la Victoria nacional comenzó la gran obra de reconstrucción y engrandecimiento. La alta temperatura moral que se alcanzó durante la contienda, y que durante tanto tiempo se mantuvo, hizo fácil, aun cuando fuera doloroso, superar todas las dificultades: boicot internacional, retirada de embajadores, aislamiento, guerrillas, escasez de alimentos y suministros, que nos obligó a comer borona y a suplir la gasolina con gasógenos para que marchase por nuestras deterioradas carreteras el escaso y desvencijado parque de camiones y automóviles. ¡Pero qué importa el sacrificio cuando se asume y ofrece por una causa grande! (Aplausos.)

Unidos y en orden

De este modo, España coronó cotas que parecían insoñables de crecimiento económico, de seguridad individual y colectiva y hasta de religiosidad, colmándose seminarios y noviciados de vocaciones numerosas (ovación). Éramos un pueblo unido y en orden, un pueblo en marcha, con un sistema político original, concorde con nuestro temperamento, fruto de la experiencia, animados por los ideales de la Tradición, puestos en parte al día por la inquietud social de la Falange.

Nuestra juventud, primavera constante de la Patria, se nutría de espíritu nacional en hogares y campamentos (ovación), y todo, desde la escuela hasta la prensa y la diversión, concurría al noble propósito de forjar las nuevas generaciones ilusionándolas por el servicio a la unidad, a la grandeza y a la libertad de España.

***
¿Qué ha pasado en los últimos años, durante los últimos años de la vida de Franco, y sobre todo después del asesinato bestial del almirante Carrero y de la muerte del Caudillo victorioso de la Cruzada, artífice de la paz y del Estado? (Gritos de ¡Franco! ¡Franco!)

Ocurrió y ocurre que la guerra ideológica no terminó al concluir la batalla militar. La guerra ideológica ni terminó entonces ni terminará nunca, y ahora mismo la tenemos planteada otra vez en términos insoslayables –creer lo contrario sería el más grave de los errores- cambiando el signo de la contienda, dilapidando frívolamente el fruto que se logró alcanzar con tanto sufrimiento y heroísmo.

No estamos solos

Para llegar a este momento preocupante, en el que se tiene la impresión de que otra vez va a ponerse en juego lo fundamental y con ello, por tanto, la existencia misma de la nación, la libertad y la vida, han tenido que suceder muchas cosas que, estilizando el tema, pueden reducirse a dos: la tenacidad de un enemigo inteligente, que conoce a la perfección la psicología humana, que tiene medios muy poderosos de toda índole para la penetración, y que se puso a trabajar al día siguiente de su derrota, y el aburguesamiento, el abandono, el descanso en la comodidad y en los laureles de los mismos que asumieron la responsabilidad de rehacer España.

¿Qué hacer ante esta realidad? ¿También nos aburguesaremos nosotros? ¿Consentiremos que todo quede reducido a la nada, que sea estéril la sangre vertida? Aquí está el problema planteado a cada español de 1976. Sobre nuestros hombros modestos hemos arrojado la gran tarea de tomar contacto con el pueblo, y a pesar del silencio y de la difamación, está claro que nuestro pueblo responde. No estamos solos, somos muchos. El “bunker” existe. (Inmensa y larga ovación del público, puesto en pie, que impide continuar al orador.)

¿Y qué es lo que se pretende? Lo que se pretende –aquí y fuera de aquí- es destruir la nación y sus valores constitutivos. Para ello, y por lo que a España respecta, conviene que analicemos cuatro vías de destrucción.

-La primera, que carece de importancia a primera vista, y a la que hasta nosotros mismos sin quererlo, colaboramos, es la gramatical. Unas palabras, con un sentido claro, con una significación evidente, se soslayan y desplazan, para ser ocupadas por otras distintas.

En este orden de cosas, la nación ha dejado de ser la Patria, para transformarse en simple “país”, y hasta en el irónico y despectivo “este país”. De Patria, tierra de nuestros padres, con sus tradiciones, su propia idiosincrasia y fisonomía espiritual, y a la vez engendradora y genesíaca, con capacidad de empresa y de futuro, hemos pasado, casi insensiblemente, por la presión de quienes manipulan los vocablos, al país, cuyo enunciado, sin perjuicio de otras etimologías, responde más bien a lo telúrico, material, geográfico y paisajístico, sin un adarme ideológico, sin una cadencia de historia, sin una llamada al destino o a la misión.

A la nación, que no es Patria sino “país”, se la ridiculiza, despojándola de aureola, desmitizando sus gestos, sus hombres geniales, sus símbolos casi sagrados, reemplazándolos, claro es, inmediatamente, por otros mitos falsos y embaucadores, como el universalismo internacional y la regionalización (ovación), entre otros, que ahora no nos es posible examinar. El internacionalismo pretende destruir la nación por arriba, absorbiéndola y desdibujándola. La regionalización persigue análogo objetivo, simultáneamente, además, desde dentro de la nación misma, fragmentándola y dividiéndola.

II
-Fijémonos ahora, por la novedad alucinante de estos días, en la cacareada regionalización de España, porque sólo reflexionando sobre la misma, tal y como en realidad se propone, nos daremos cuenta de su terrible fuerza desintegradora.

Dijo Franco en su testamento: “Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones”. ¡Naturalmente que nosotros suscribimos sin excepción ni reserva de ninguna especie las palabras del Caudillo! (Ovación.) Y precisamente por ello nos gustaría que se cumpliesen a la letra, y también según el espíritu que las anima, porque a tenor de tales palabras conviene hacer las cinco observaciones siguientes:

1) Hay que exaltar la rica multiplicidad de todas las regiones y no tan sólo a algunas de ellas (inmensa ovación del público puesto en pie), especialmente de las que ya lo han sido en todos los órdenes, quizá con exceso y, sin lugar a dudas, con perjuicio de las demás. Esto no sería exaltación justa, sino discriminación odiosa. (Ovación.) Más aún, en estricta justicia, y de acuerdo con la línea esencial del mensaje de la Corona, son estas regiones olvidadas las que debieran recibir una atención especial y compensadora, y algunas de ellas debió merecer la primera visita oficial de los Reyes de España [CATALUÑA, FEB. 1976]. (Inmensa ovación del público puesto en pie.)

2) Hay que exaltar la rica multiplicidad de las regiones, pero no olvidando que con ello lo que se persigue es, en frase de Franco, “la fortaleza de la unidad de la Patria”, y por ello no puede fomentarse hasta límites que la erosionen o la rompan. Si las diferencias regionales alegran el rostro de la Patria, quebrando la monótona y triste uniformidad, su conversión en “hechos diferenciales” e incluso antagónicos, como frutos de campañas insidiosas, que no carecen de financiación abundante, sólo puede conducir a la ruptura de la unidad y, por tanto, al separatismo.

3) Hay que exaltar la rica multiplicidad de las regiones, como un afianzamiento de su personalidad, que enriquece, con su complemento y su aportación ilusionada y recíproca, la convivencia nacional, el sentimiento de una historia vivida en común, el propósito unánime de cumplir una misma tarea colectiva, pero jamás –por ser contradictorio con todo ello- el fomento del orgullo, de la superioridad o de la autosuficiencia, que acaba encerrando a la región en un narcisismo estéril. Y así como en el matrimonio el amor de los esposos, la creación del hogar y el nacimiento de una familia mueve a sacrificar libertades y a la renuncia de derechos, que poco valen cuando la ilusión existe, de igual modo la exaltación regional supone la exigencia de concesiones mutuas para que la unidad de la Patria se consolida y robustezca.

4) Hay que exaltar la rica multiplicidad de las regiones, y por ello mismo, para no estrangular a las restantes, dicha exaltación no puede consistir en concentrar riqueza, industria y población en algunas zonas de la periferia, desertizando el interior y provocando con los movimientos migratorios masivos la pérdida de las propias raíces y, al mismo tiempo, problemas casi insolubles, y en cualquier caso de solución muy costosa, de proletarización… de exigencias como las del trasvase del Ebro…

5) Hay que exaltar la rica multiplicidad de las regiones, pero como fruto del amor a la Patria y desde su unidad, como reconocimiento, tal y como lo demanda el Derecho público cristiano –y la doctrina de la Tradición y de la Falange que en él se inspiran-, de los cuerpos y entidades intermedios, pero nunca como una concesión que se obtiene con amenazas o como un ofrecimiento halagados para captar adhesiones o apoyos coyunturales. (Ovación.)

Porque amamos a la nación nos oponemos tanto a las corrientes internacionalistas, que pretenden absorberla y borrarla, como a la regionalización, que desde dentro la desintegra, aunque advertimos, como ya indicamos en otra oportunidad, que regionalización y descentralización no pueden identificarse, y que nadie, para hacer su juego, pueda utilizarlas indistintamente.

La obra de quinientos años de vida en común no puede deshacerse con alegría casquivana o suicida. Logramos la unidad antes que ninguna otra nación de Europa. ¿Vamos a ser los primeros en destruirla? En este trance histórico hay que recordar que las cinco flechas del escudo que la Falange tomó de los Reyes Católicos representan a los cinco reinos de España y que el yugo los prende, ata y unifica. Pues bien, en la medida en que el abrazo se lima y corroe, se está facilitando el desenlace de las flechas, que al despegarse y separarse no sólo pierden su postura erecta, vertical y gallarda, sino que, al mismo tiempo, se envilecen y, faltas de equilibrio, caen, dejando así de ser miembros integrantes de una Patria, para acabar, de un modo o de otro, convirtiéndose en colonias.

Decía José Antonio que el separatismo es un pecado que la Patria no puede perdonar. ¡Nosotros, tampoco! (Inmensa ovación.)

III
Pero no sólo por los métodos citados, que podrían de alguna manera entenderse como metafísicos, se pretende destruir la Patria. También se emplea la vía económica, dilapidando la riqueza acumulada por medio de la inflación…

Pero el factor más importante, a mi juicio, que coadyuva y determina la inflación, es la inseguridad política, la falta de tranquilidad en el orden, que lleva aparejada la contención inversionista rentable, disminuye el turismo, aumenta el desempleo…, se gasta más de lo que debe gastarse, crece la deuda exterior y se agota la reserva de divisas. De este modo la justicia social, que es uno de los fines del Estado español, cae por los suelos. Todas las reivindicaciones logradas, todos los avances conseguidos se esfuman ante la pérdida del valor adquisitivo del dinero, ante la volatilización del ahorro…

IV
Otra vía utilizada para destruir la nación, aparte de las que hemos examinado, consiste en desmantelar el Régimen del 18 de Julio. Si el 18 de Julio, con toda su carga ideológica, es consustancial con la existencia de España como nación, destruir todo cuanto aquella fecha significa es un modo de aniquilarla.

No voy a hacer aquí y ahora un repaso de los Principios permanentes e inalterables en que el Estado español constitucionalmente descansa. Voy tan sólo a espigar entre tantas declaraciones oficiales como se han producido en los últimos meses, para que vosotros mismos apreciéis la concordancia o divergencia de tales declaraciones con los mencionados Principios.

El señor Areilza, ministro de Asuntos Exteriores, ha dicho en Bruselas que tendremos en un plazo muy breve elecciones con sufragio universal e inorgánico, lo que es contrafuero (aplausos), y un nuevo Estatuto de Asociaciones políticas, que también puede llamarse, a juicio del señor Osorio, ministro secretario de la Presidencia, partidos políticos. Por otra parte, y según el señor Areilza, es consolador ver cómo Felipe González, en nombre del ilegal PSOE, está haciendo libremente una campaña en favor del ideario marxista, propio de dicho partido, y que la Televisión Española, órgano del Estado español, retransmita, para júbilo y entretenimiento político de los telespectadores, el congreso de los distintos grupos demócrata-cristianos, incluso de signo separatista, celebrado recientemente en Madrid.

¡Qué pena ver al máximo representante de nuestra diplomacia recorrer las cancillerías extranjeras con propósito mendicante! Vendedor de humos, le dicen los partidarios de la “ruptura democrática”; peregrino de Europa, le llaman sus amigos…; aun cuando nada se ha dicho en la prensa española, pese al reconocido derecho a la información veraz, nuestro ministro de Asuntos Exteriores no tuvo acceso a la sede de la Comunidad Europea por la puerta principal, obturada por los socialistas, sino por la puerta de servicio. Y aquí tengo, sobre la mesa, periódicos y fotografías de Bruselas que dan testimonio de esta absurda humillación (¡Muy bien! Ovación.)

Antes, pese a las campañas diplomáticas contra el Régimen, los diplomáticos extranjeros venían a visitar al Jefe del Estado para mantener contactos con España y hacernos patente, aunque no fuera más que por egoísmo, su respeto, su admiración o su amistad. (En medio de una emoción indescriptible, el público, puesto en pie, grita incansablemente: ¡Franco! ¡Franco!) Ahora, que empiezan a apuntar las libertades democráticas, tenemos que recorrer incansablemente Europa, dando explicaciones de lo que se piensa hacer y ofreciendo excusas por no hacerlo tan deprisa como ellos quisieran.

Es curioso que la prensa oficiosa norteamericana –y algún diario de este tipo también está sobre la mesa- afirme que el Senado americano no tiene prisa en ratificar el Convenio con España, y que tampoco se atosigará el Mercado Común por atender nuestras peticiones. Mientras la implantación de la democracia liberal no sea un hecho garantizado por una Constitución nueva, no se moverá un solo dedo en el sentido que quieren nuestros gobernantes.

Si del campo de la política exterior pasamos al interior, siempre resulta provechoso pasar revista a la reforma sin ruptura patrocinada por el ministro de la Gobernación, al que considero un hombre muy listo y de una gran capacidad de trabajo al que le pierde su cambio ideológico. (Larga ovación.)

Lo cierto es que se produjo el secuestro [E.T.A.] del señor Arrasate; que este secuestro extraño produce dudas en amplios sectores de nuestro pueblo (ovación); que en última instancia han salido muchos millones de pesetas en concepto de rescate para engrosar el cajón de los que asesinaron y asesinan sin piedad. (¡Muy bien! Aplausos.)

Porque los asesinatos continúan. Asesinatos políticos o no políticos, de guardias civiles, de obreros… ¿Os dais cuenta de lo que significa, desde el punto de vista político y moral, el asesinato de Víctor Legorburu, el alcalde de Galdácano? Era un hombre de bien, un esposo ejemplar, un padre de familia modelo, diputado provincial, querido de todos. Y lo mataron por todo eso y por ser un español de apellidos vascos, que amaba entrañablemente a su Patria (Ovación.)

El ministro de la Gobernación, que tiene tiempo para almorzar con un marxista y para recibir a otro marxista en su despacho, no lo tuvo –pendiente de los mil periodistas que lo tienen asaeteado- para acudir a su funeral y a su entierro, como no lo tuvo tampoco el ministro de Información y Turismo, espectador alegre de un festival de Televisión en el que frívolamente exhibía su desnudez una artista importada. (¡Muy bien! Inmensa ovación que se prolonga largamente e impide continuar al orador.)

Siguen y se multiplican las huelgas, con el eufemismo, a veces, de conflictividad laboral. El asunto “Matesa” … costó a España unos quince mil millones de pesetas. Pues bien, ahora, y sólo en el mes de enero, las pérdidas por jornales superan los ocho mil millones de pesetas. ¿Sabéis lo que esto supone para una nación que está despegando del subdesarrollo? (Ovación.)

Lo que sucede en la Universidad es bochornoso. (Ovación inenarrable.) Con la tolerancia del Gobierno y en una de las Universidades madrileñas, se ha celebrado una reunión, presidida y presentada por un catedrático, en la que han intervenido el señor Ruiz-Giménez, Pablo Castellanos, y el señor Sánchez Montero, por el Partido Comunista. Hablaron después representantes de otros grupos marxistas, de la ETA y de una liga femenina. (Ovación.) El diario «Pueblo», de Madrid, ha dado una corta reseña del acto. Yo os voy a leer algunas de las cosas que allí se dijeron, y que van desde la petición de amnistía para los delitos de adulterio, aborto y prostitución, hasta la solicitud de disolución de las fuerzas de seguridad y la policía.

(El orador da lectura entre la atención, la sorpresa, la indignación, las risas, los gritos del público…)

***
Por este camino de la reforma sin ruptura marchamos mal, porque la ruptura se impone, de continuarlo, y nada se arregla con decir, como ha dicho el señor Fraga en no sé qué declaraciones –porque son tantas que ya uno se olvida de la fecha y del periódico-, que “meterá en la misma cárcel a los de la extrema derecha y a los de la extrema izquierda”.

Y me permito, con el máximo respeto, hacer dos observaciones al ministro de la Gobernación.

La primera, que no comprendo cómo después de proclamarse liberal, demócrata, respetuoso, en un Estado de Derecho, de la libertad y de los derechos fundamentales de la persona humana y, sobre todo, de la independencia judicial, se arroga por anticipado las funciones propias de los jueces y de los Tribunales de Justicia, juzgando por sí mismo y haciendo ejecutar lo que él por sí sólo juzga.

La segunda, que no entiendo cómo estando próxima la fecha en que las cárceles van a quedar vacías y quedando tantísimo espacio libre en los establecimientos penitenciarios, se empeña en meternos a unos y a otros en la misma cárcel, creando problemas innecesarios de hacinamiento. (Risas e inmensa ovación.)

Si todo esto llega a ser así, acudiremos, aunque me luce que sin éxito, a Amnesty International o al defensor del secretario general del Partido Comunista chileno, cuyo corazón magnánimo se compadecerá también de nosotros. (Risas y aplausos.)

Ya en serio, el señor Fraga me permitirá que le diga: el Estado que usted representa puede tener –y ello es discutible- el monopolio de la violencia; ahora bien, lo que no puede tener de ninguna manera es el monopolio de la ligereza o de la arbitrariedad, a no ser que por un proceso de cambio ideológico haya usted, entre otras conclusiones, llegado a aquella fatídica de Luis XIV: “El Estado soy yo”. (Risas y aplausos.)

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El “bunker”

Frente a todo este panorama inquietante, para los españoles de 1976 aparece, dibujado por el enemigo que arroja la palabra con burla, pero también con miedo, el “bunker”.

A nosotros no nos molesta la palabra, y hasta la enarbolamos con orgullo. Es una pena que el adversario tenga tanta falta de imaginación y viva en un régimen de colonialismo gramatical. Hasta para el insulto ha tenido que importar el vocablo.

¡Bien venido sea el “bunker”! Porque nuestro bunker es un “bunker” a la española. No sólo es lugar de refugio, atrincheramiento y resistencia, sino que es lugar para el abrazo, para la alegría de los camaradas que en él se reúnen y es, más que nada y a un tiempo, fortín, fortaleza y alcázar, puesto de adiestramiento y de partida para el combate.

Por eso, mientras Hitler se suicida, nosotros, que tenemos un sentido cristiano y providencial de la Historia, no nos suicidamos. Se equivoca la revista que ha hecho público nuestro suicidio en el acto magnífico e inolvidable de Cartagena. Si nos hubiéramos suicidado no nos temeríais, no nos atacaríais, no ensuciaríais vuestras plumas con tanta necedad y con tanta infamia.

Al contrario. El “bunker”, todos los “bunker” de España, enlazados por un mismo ideal, la lealtad al pensamiento y a la obra de Franco, la lealtad al 18 de Julio, la lealtad a nosotros mismos y a nuestras más profundas convicciones, se hallan en forma y dispuestos y alientan en toda la geografía de la Patria.

Nosotros, los hombres del “bunker” –cada día nos gusta más la palabra-,
– no queremos que el halago de las palabras melifluas engañe a nuestro pueblo;
– no queremos que la amenaza de los asesinos de ayer, de hoy y mañana, le atemoricen y acobarden;
– no queremos que pierda la noción de su papel en el mundo y la conciencia de la gravedad de la hora en que vivimos.

Dice San Pablo, en la carta a los Gálatas, que a Dios no se le engaña y que aquello que se cultiva eso se cosecha. Nosotros sabemos que el enemigo cultiva la cizaña, y que el administrador, adormilado o comprometido, lo tolera. Pero sabemos también que nosotros tenemos en nuestras trojes la semilla de calidad. Por eso abrimos los surcos de España, los recorremos con amor y arrojamos el trigo, seguros de que vendrá la lluvia en el momento preciso y de que el sol, al besar el verde pespunte de la sembradura, nos dará las mejores, las más altas y las más doradas espigas de todas las cosechas. ¡ARRIBA ESPAÑA!

(A continuación, el público, puesto en pie, canta el “Cara al Sol”).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 478, 6-Mar-1976

Discurso pronunciado en el cine Morasol de Madrid, el 28 de marzo de 1976, con motivo del 37º aniversario de la Liberación de la capital de España por las tropas nacionales

LA LIBERACIÓN DE MADRID, CONMEMORADA

El consejero nacional del Movimiento y fundador de FUERZA NUEVA, luego de saludar a las representaciones cualificadas de Unión Nacional Española y de Frente Nacional Español, a Luis Valero Bermejo, secretario de la Confederación Nacional de Combatientes, y a Raimundo Fernández Cuesta, al que el público tributó una cariñosa ovación, pronunció el siguiente discurso.

Señoras, señores, amigos y camaradas:

28 de marzo de 1939, 28 de marzo de 1976. ¡Y con las mismas banderas! Nosotros, al menos, no las hemos olvidado, ni abandonado, ni arriado, ni enlodado, ni pisoteado. Nosotros, al menos, las seguimos manteniendo en pie, alzadas, erguidas, enhiestas, con el mismo ímpetu fervoroso, juvenil e ilusionado con que fueron enarboladas el 18 de Julio, al ponerse en marcha la Revolución nacional; con el mismo ardor y la misma esperanza con que entraron en Madrid hace 37 años; con el mismo coraje e idéntica gallardía con que fueron izadas para recibir la caricia suave de todos los vientos de España, en aquella mañana inolvidable del primero de Abril, cuando se hizo tangible, palpitante, estremecedora, con el último parte de guerra firmado por Francisco Franco, caudillo de la Cruzada, la profecía del Cara al Sol: “Volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz”.

Así entraron en Madrid el 28 de marzo de 1939, para liberarla de la esclavitud marxista, los ejércitos nacionales.

Y ahora, cuando nosotros quebramos el silencio cómplice y cobarde, para conmemorar, recordar y reflexionar sobre la alta significación de aquel glorioso acontecimiento, dirijamos, aunque sea con brevedad, nuestra mirada agradecida hacia las trincheras nacionales, donde se prodigó el heroísmo hasta límites extremos, y nuestra mirada dolorosa hacia la ciudad subyugada por la peor y la más sanguinaria de las tiranías.

I LAS TRINCHERAS NACIONALES EN TORNO A MADRID

Sería interminable el repaso de los episodios que se suceden desde la llegada a la Casa de Campo, el 7 de noviembre de 1936, con la liberación de los arrabales madrileños, hasta las 3 de la tarde de aquel 28 de marzo de 1939, en que se dio la orden de entrar en Madrid; pasando, naturalmente, por los enfrentamientos con las Brigadas Internacionales, reclutadas por los enemigos de la Patria, en las que se enrolaron muchos de los que hoy ocupan puestos clave en la política oficial europea; lo que explica, naturalmente, la hostilidad continuada contra el Sistema creado por quienes con valentía y con honor supieron derrotarlas.

Batalla de Brunete.
Batalla del Jarama, con Joaquín García Morato y su escuadrilla azul: por el azul mahón de sus camisas y por los girones de azul con que el cielo premiaba sus combates victoriosos.
La Cuesta de las Perdices, con el padre Huidobro, capellán legionario, cuyo proceso de beatificación está en marcha; cuyo monumento inaugurábamos, con el patrocinio de García Lomas, el hombre leal, en la carretera de La Coruña; y del que tantas y tan bellas y tan emotivas cosas podrían decirnos el padre Valdés, postulador de la causa, y el padre Caballero, su camarada de la guerra.
La Ciudad Universitaria y la guerra subterránea de minas, en la que se disputaba palmo a palmo el terreno, en sentido vertical y horizontal y en la que se mantuvo la guardia con derroche de sangre, sin medida.

“Cómo es posible resistir tanto y llevar tan lejos el heroísmo?”, se pregunta Manuel Aznar. “Explíquelo España, y en nombre de España hable Franco, el Caudillo, que sabe hasta el fin los misterios de la Legión y la gloria de estos hombres incomparables para la guerra”.

El general Duval contempló el trazado de las líneas nacionales y de las trincheras rojas: “Je ne comprend plus rien”.

“Efectivamente -dice Aznar-, si aquel espectáculo se miraba con ojos de técnico, no podía entenderse. Había que poner miradas de espíritu, contemplaciones morales, porque sin este elemento ideal, puro e inefable, nadie puede entender lo que en aquel trozo de tierra española aconteció”.

Por eso nos indigna, y diría que nos enfurece, que la abdicación de los que propugnan las reformas pero que han jurado defender un orden constitucional que aún no ha sido jurídicamente reformado, y nuestra propia e imperdonable abulia tolere, con unos u otros pretextos miserables, que sobre ese trozo de tierra sagrada, en el que se vertió la sangre a raudales para liberar a Madrid del comunismo, se enseñoreen las banderas rojas del odio y la revancha; se exhiban con descaro hoces y martillos; se amenace con los puños en alto; se venda sin cortapisas el «Mundo Obrero»; se reúnan con permiso de la autoridad gubernativa y académica quienes piden la disolución de las fuerzas de orden público y hacen la apología de los asesinos de ETA…

La ciudad subyugada

Las matanzas. Las checas: “Amanecer”, García Atadell, el S.I.M… Paracuellos del Jarama. El “túnel de la muerte”. La Cárcel Modelo. «Madrid de Corte a checa” de Agustín de Foxá. «Una isla en el mar Rojo», de Fernández Flórez, y «El pimpinela de la guerra española», de Lucas Philips, que tan verazmente relatan lo que fue aquello.

¡Todos cayeron! Con Ramiro Ledesma, el jonsista, y Albiñana, el fundador del Partido Nacional español, los ministros de la República: Salazar Alonso, Rico Avello, Álvarez Valdés; y Melquiades Álvarez, presidente del partido republicano liberal demócrata. ¡Así trata el marxismo a los liberales! Pero la lección, al parecer, resulta inútil, si vemos cómo vuelven a repetirse los abrazos que fingen amor para ocultar la táctica de dominio sin compasiones agradecidas.

Aún espera Madrid la bendición e inauguración del Monumento a los Caídos, terminado pero olvidado, allí donde parece que se juntan el martirio de la Cárcel Modelo, el heroísmo de la Ciudad Universitaria y el arco triunfal de la Victoria. Hasta los pueblos diminutos tienen el monumento, como lo tiene José Antonio. ¡Ay de las ciudades que olvidan o se avergüenzan de su Historia, porque se verán obligadas a repetirla!

Y el encuentro de la trinchera con la ciudad

Se produjo a las tres de la tarde por el frente de la Ciudad Universitaria. ¡A Madrid! ¡No pasarán!, decían. Y se pasó, como el cinturón de hierro de Bilbao.

“La capital, hambrienta, mordida por la metralla, emplea los pocos restos de su energía en aclamar a los soldados”.

Madrid se cubre de banderas, de brazos en alto, de caras macilentas y afligidas, por los que fueron arrancados y asesinados en calle y caminos, pero sonrientes por haber dado algo muy querido, por haber sacrificado tanto por España. España, en aquel momento, bajo el sol luminoso de la primavera profetizada, no era un nombre geográfico, ni un ente histórico, ni siquiera una unidad de destino en lo universal; era todo eso y mucho más: era la propia conciencia, la entraña misma de cada madrileño, el alma y la sangre, el corazón y el nervio de cada español, que otra vez sentía el arrebatado orgullo de serlo, de pertenecer a una estirpe capaz de dar la existencia por la esencia, la propia vida para que España, fiel a su misión, continuara viviendo.

¡Cómo recogió el insigne poeta Manuel Machado, el instante del encuentro entre los libertadores y los liberados! ¡Cómo cifra en el Caudillo, dirigiéndose a él, su salutación poética en aquel 28 de marzo!

“¡Bien venido, capitán!
Bienvenido a tu Madrid,
con la palma de la vid
y con la espiga del pan.”

II LAS RAÍCES ÚLTIMAS DE LA CRUZADA

No basta para entender la guerra española -que terminó como conflagración bélica el Primero de Abril, pero que no ha terminado y está más viva que nunca como enfrentamiento ideológico y vital- con el examen de los hechos, con la exposición meticulosa de los ejércitos en presencia. Ello es importante para la milicia, aunque también ha sido en parte olvidado en los planes de enseñanza de nuestros centros castrenses de formación. Pero desde el punto de vista ideológico, trascendente, por su influencia en el curso de la Historia, ese planteamiento exclusivamente profesional no arrojaría demasiada luz sobre el tema puesto a debate…

La causa de la enfermedad

La causa de la enfermedad que exigió la guerra (“No fue posible la paz” se titula el libro-testimonio de José María Gil Robles –el que dice ahora que prefiere colaborar con los comunistas a con los conservadores, «Ya», 24-I-76- hay que buscarla bastante atrás. La temática política, aseguraba Donoso Cortés, entraña no sólo una interrogación filosófica, sino una cuestión grave incardinada en el campo teológico.

Hoy son muchos los que han calado y comprobado la exactitud y la clarividencia de Donoso Cortés, en España y fuera de España. Soljenitsin lo ha expuesto muy bien, entre nosotros y más allá de nuestras fronteras, con un valor ejemplar y en medio de una horrible campaña inmisericorde de difamación y de injurias. La pérdida del sentido sobrenatural de la vida, la construcción de una sociedad laica, cerrada en sí misma, que niega a Dios, huye de Dios o le desprecia, no ha nacido como propósito ni aquí ni ahora.

Es la tentación del Paraíso que se repite, a la que no son ajenos ni el hombre ni la comunidad en que el hombre habita. “Seréis como dioses”, dice el padre de la mentira. Y ante la tentación renovada, cada hombre, cada comunidad política… tiene que responder… o con el ascetismo moral de la obediencia a la ley divina, o con la soberbia del ángel caído, soberbia que acaba degradando al hombre, animalizándole por la codicia desordenada de bienes temporales. Desde la proclama de Proudhon, “ni Dios ni amo”; desde el “superhombre” de Nietzsche; desde “la religión opio del pueblo” de Carlos Marx, a la corrupción de Sodoma y Gomorra, a una sociedad freudiana o al existencialismo ateo de Sartre, que hace de la vida náusea y eleva a categoría moral el suicidio, no hay más que un paso…, y concluye en la explotación del hombre por el hombre, sigue con la explotación del hombre por el Estado, y termina explotándose a sí mismo con la desesperanza nihilista o el uso y abuso de la droga.

… Si el libre examen se levantó frente al principio de autoridad y magisterio en el ámbito de lo sagrado, ¿por qué no había de admitirse el liberalismo en el campo político… Si mi conciencia crea la norma moral… la ruptura de los valores éticos, sobre los cuales se funda la honestidad personal y la civilización cristiana, se produce de inmediato. A la ética sustituye la economía; al modo de ser, la forma de estar; a lo bueno, lo lucrativo; al deber que con renuncia ascética se cumple, el solo placer que se exige como derecho de la propia personalidad que se realiza.

Ahí está el origen del mal

El liberalismo levantó un altar a la razón humana; el capitalismo financiero levantó un altar al becerro de oro; el erotismo levantó un altar al sexo. De este modo, el hombre se arrodilló ante sus tres concupiscencias, y esclavizado, envilecido, arrebatado por ellas, destruyó el amor –palabra que Stalin no quiso que figurase en la Enciclopedia soviética- y se postró ante el comunismo, al que Ion Mota, el legionario rumano que murió luchando por Cristo y por España en Majadahonda, llamó la bestia roja del Apocalipsis.

Ahí está el origen del mal. El que no contemple la última razón de nuestra guerra desde ese ángulo, ni entiende nada ni puede asumir posturas consecuentes. San Pablo… que vivió el drama completo de la humanidad, a lo que se ha llamado teología de la Historia, lo interpreta muy bien, cuando nos deja en sus epístolas… con una incidencia temporal bien marcada: “el combate que libráis no es contra la carne ni la sangre sino contra el espíritu del mal”.

No se trata, pues, de una elección entre la derecha y la izquierda; entre el Este y el Oeste; entre el capitalismo y el marxismo. Este planteamiento está equivocado de raíz. La solución no está, por ello, en la postura centro, postulada por algunos de no alinearse, en la síntesis de ambas concepciones, y ello porque:
· El centro no tiene consistencia propia, busca equidistar de un lado y de otro, se vuelve estrábico, sin poder mirar, lleno de temor hacia adelante.
· La no alienación en un mundo radicalizado y hostil es inútil, porque no hay torres ebúrneas que garanticen la neutralidad, y se quiera o no… o se hace la historia o se padece.
· La simbiosis es imposible, porque si de un bando hay espíritu de entrega, de otro hay la decisión firme de dominar el mundo, como lo demuestran Yalta y Postdam, que dejó en manos soviéticas a una gran parte de Europa, sin oír democráticamente a sus ciudadanos; Cuba bajo la férula férrea de Fidel Castro; China, parte de Corea, Laos, Vietnam… Mozambique y Angola enajenados a Portugal, para caer bajo dominio comunista…
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La solución única y posible, y con la ayuda de Dios viable, ha consistido y consiste en no entrar en esa área equívoca de juego o en salirse de él; en el trasplante… hacia un área distinta que nos depare una perspectiva diferente.

Esto fue… lo que hizo España con sus teólogos en Trento, en la Europa que comenzó a disgregarse con la falsa y herética interpretación del “libero arbitrio”. Esto fue lo que hizo España con los carlistas, en las guerras del siglo XIX frente a los principios liberales de la Revolución de 1789 y a los afrancesados europeizantes de su tiempo. Esto fue, en fin, lo que hizo España con los carlistas, las escuadras juveniles de Falange y las Fuerzas Armadas en 1936, al alzarse en uso de su derecho de rebelión, que tan acertadamente ha estudiado Castro Albarrán, contra un ejército visible, pero también invisible, como ha escrito García Morente, que aspiraba a destruirla como reserva espiritual de Occidente y como último baluarte de la civilización cristiana.

No fue un enfrentamiento entre capitalistas y trabajadores

Falsean deliberadamente la verdad los que entienden que nuestra guerra fue… una lucha cruenta y descarada de clases… de izquierdas y derechas. Lo que de esto hubiera podido existir es tangencial y accesorio. En el campo marxista hubo señoritos, intelectuales, burgueses y capitalistas. En el campo nacional hubo artesanos, obreros, industriales y campesinos. El diagrama, sin embargo, no puede presentarse así, porque no reflejaría la hondura…, el clima de tragedia que empapa el episodio que ahora recordamos.

De una parte, en efecto, los tradicionalistas permanecieron, por razón de su origen, extraños y enemigos de la perspectiva derecha-izquierda del liberalismo. De otra, la Falange y José Antonio con ella se desprendieron de la ganga liberal en que germinaron, y desde el discurso fundacional de La Comedia hasta su última voluntad en la prisión alicantina, marcharon hacia un terreno político de contornos nacionales, no sólo radicalmente antimarxista sino ajeno a aquella perspectiva liberal.

La clave del pensamiento joseantoniano, fiel a la savia tradicional de que se nutre… se halla en que, al afirmar que su Movimiento nace como antipartido y que no es de derechas ni de izquierdas, no asume la posición centro, totalmente insostenible, sino que, rechazando las fórmulas mágicas de derecha, izquierda y centro, hace tránsito a una cota diferente, desde la que, y bajo un halo de luz no sólo temporal sino metafísico, contempla a España para amarla… con amor ascético y de perfección… como ha dicho mons. Marcelo González, con la virtud religiosa del patriotismo.
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Esta es la España fiel a sí misma y fiel al pensamiento cristiano, la España que hemos recibido rehecha y recobrada, admirada u odiada, como signo de contradicción, pero nunca despreciada. Esta es la España que merced a tanto heroísmo, a tanto martirio, en tantas guerras divinales, no se dejó arrastrar por la corriente del laicismo y del ateísmo, guardando como un tesoro la levadura intacta que puede salvar al mundo de la confusión ideológica y de la corrupción moral.

Tienen en parte razón los que a esta España quijotesca y mítica la tachan de inmóvil e incluso la denigran, porque, consumida –pero también consumada- en un combate secular, perdió el tren de la industrialización y de las comodidades. Pero este inmovilismo no es un fallo sino un triunfo, un signo de virilidad y de entereza, un seguro, a la larga, de salvación… ¿Acaso lo admirable no es quedar ahincado como la roca de granito, impávida y fija…? ¿Quién acertó ante el diluvio… los frívolos o indiferentes o Noé y los suyos que fabricaron el arca y guardaron las fuentes de la vida? Europa, podemos decir, pereció en el diluvio materialista y ateo. La Europa auténtica está en España brindando su ejemplo para el rearme y la reconstrucción moral del Continente.

¡Qué bien lo entiende Ignacio Anzoátegui, el argentino de palabra de hierro que sacude y electriza, al darnos su interpretación de la guerra! “La España noble estaba en vigilia, en su dial, inmóvil, anclada, no por falta de movimiento, sino porque había superado el movimiento. Se mueve el que busca una meta; está quieto quien la logra. Por eso, España es escándalo. La Historia de Europa tiene edades; la de España, no. España tiene una sola edad, donde todas las edades se confunden. España no envejece nunca, está joven, eternamente joven”

Y esa España intemporal, metafísica, inmóvil por haber superado el movimiento y saberse anclada en el mundo real aunque invisible de la Verdad, a cuyo servicio se entregó siempre; esa España núbil, que cantara el uruguayo José Enrique Rodó, esa España que tiene para la hora difícil del mundo un mensaje que conmueve, se levantó en nombre de la lealtad a sí misma, de una lealtad, ha escrito Anzóategui, “íntegra y a fondo, a la cual horroriza la prudencia, porque a la prudencia la han desacreditado los hombre “prudentes”. España, en su lealtad indomable, prefirió, a una prudencia dudosa que encubre la cobardía, la imprudencia que puede convertirse en pecado, porque sabe que Dios perdona todos los pecados cuando el pecador se porta como un héroe y se arrepiente como un miserable, que son las dos formas más altas de heroísmo”.
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Por eso España, aunque el griterío de los que manipulan la opinión lo ahogue y oculte, en verdad no está sola: está sola en apariencia. Las miradas de todos los hombres de buena voluntad se dirigen a nosotros… De nuestra renovada fidelidad depende que el mundo se levante o definitivamente se hunda.

Paul Claudel, entonces, escribió anhelante y estremecido:
“Santa España,
en la extremidad de Europa,
trinchera de la Virgen Madre,
En esta hora de tu crucifixión, hermana España;
cuando todos los cobardes te traicionan
y ha llegado, por fin, el momento de que se conozca
el color de vuestra sangre;
nos ponen el cielo y el infierno en la mano
y tenemos cuarenta segundos para elegir.
¡Cuarenta segundos!
Hermana España, Santa España: Tú ya elegiste.
Decían que dormías, hermana España,
dormías como quien finge un sueño.”

Y si esto es en Europa, imaginaos lo que será en América. El colombiano José Joaquín Casas nos dirá a todos los hombres de una y otra orilla del Atlántico: “Somos hermanos en España”.

Acontecimiento número uno

La guerra española –Cruzada por los ideales que allí se defendieron; Cruzada por la santidad y las virtudes heroicas de muchos de los que dieron su vida; Cruzada, porque así la definió la Iglesia- constituye así, en frase comunista, el acontecimiento número uno de la Historia universal, después de la revolución burguesa de 1789 y de la revolución marxista de 1917. Las dos últimas conflagraciones universales no plantearon de modo directo el problema fundamental a debate, y buena prueba de ello es que sucesivamente pactaron con el comunismo la Alemania de Hitler y las potencias aliadas. El debate de fondo que subyace en el ambiente de guerra civil universal en que vivimos, se plantea entre una concepción espiritual del hombre y la comunidad política y una concepción atea; entre el hombre portador de valores eternos… y el ‘homo faber’, ‘homo aeconomicus’, bestia evolucionada, que tiene aquí abajo su único posible paraíso.

¡Qué estupidez la afrenta que se hace a José Antonio de totalitario! ¿Totalitario el que quiso un Estado totalmente al servicio de España y del bien común; el que propuso como cauces de participación política las estructuras básicas de la sociedad…?

III JOSÉ ANTONIO Y FRANCO

José Antonio profetizó, predicó, era como la voz que clamaba en el desierto y, al igual que el Bautista y que todos los profetas, dio testimonio de… la verdad política, que también existe, con su propia sangre. Y no fue pura casualidad, sino más bien signo fraterno y arra precisa de la unidad, que José Antonio cayese entre aquellos falangistas de la Vega del Segura, que habían alimentado el sueño imposible de liberarle.

José Antonio, frente a la generación desmayada del 98, entendió, con Vázquez de Mella, que no era posible ser pesimistas; con Aparisi y Guijarro, que sobre España no había sentencia condenatoria; con Machado, que ni el pasado había muerto ni el mañana estaba escrito; con Antonio maura, que era precisa y hasta inevitable la revolución, pero que antes era necesario recobrar la fe en los destinos de la Patria; con Ganivet, que esa fe debía ser activa, militante, conquistadora, capaz de convertir a cada español, como quería Menéndez Pelayo, en un nuevo Josué, con vigor bastante para detener el sol en su carrera, al saberse, como ansiaba Unamuno, el genial equivocado, un español de nacimiento, de educación, de cuerpo y de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio.

Sólo a Francisco Franco

Y José Antonio, el precursor, sabía que detrás de él –el profeta- venía el elegido –el artífice-. Y lo señaló con claridad. Su carta del 24 de septiembre de 1934 no se dirigía a cualquiera de los generales prestigiosos de su tiempo. La dirige sólo y en exclusiva a Francisco Franco, el legionario de Marruecos; al director de la Academia General Militar de Zaragoza, que habló de disciplina, pero también de sus límites, porque la obediencia formal no puede conducir nunca a la traición; al jefe del Alto Estado Mayor, que luego se enfrentaría con la revuelta criminal del socialismo en Asturias y del separatismo en Barcelona; al capitán general de Canarias, que encabezaría, al fin, el Alzamiento Nacional del 18 de Julio.

Franco recoge la España invertebrada y, con el armazón doctrinal del Tradicionalismo y la Falange, la vertebra con autenticidad y originalidad…

El último éxito de Franco coincide con el desconcierto en que sumió a sus intérpretes, que se sienten obligados después de su muerte, a replantearse una personalidad que destroza sus parámetros intelectuales. Porque la inteligencia moderna rechaza y niega lo que no comprende, y ciertamente no comprende la grandeza, el heroísmo, la santidad, la guerra religiosa. Ni la simplicidad sin estulticia, ni la habilidad sin astucia.

Además, Franco fue venciendo, a lo largo de su carrera de estadista, los desafíos de sus adversarios. A los que apostaban su caída a cada momento, les respondió con una permanencia pétrea de casi 40 años; a los que pedían seguridad, les respondió con un orden casi intocado en medio de las más belicosas circunstancias; a los que reclamaban libertad, les respondió con un estado de derecho que hizo la felicidad concreta de los españoles durante dos generaciones; a los que exigían prosperidad, les respondió con la puesta en marcha de una economía secularmente pobre, hasta llegar al “boom” que desespera a sus soberbios vecinos del Mercado común Europeo.

El Caudillo se fijó sus etapas. La guerra fue la cruzada religiosa, mística, luminosa, trascendente, tajante, transida de amor y metafísica, donde todo se jugó a la española: a cara o cruz, a muerte o vida. Pero la reconstrucción exigió la brega por el honor de España y su soberanía, y Franco se enfrentó en 1945 con los vencedores. Una vez más, como en Hendaya, el Franco gallego aportó sus virtudes aldeanas al Franco estadista, y le acercó esa suerte de tozuda lealtad al ideal y de plástico realismo para transitar por entre las circunstancias; y España se incorporó al concierto de las naciones sin dejar de ser ella misma.

No se equivocó José Antonio

Cuando José Antonio pensó en Franco no se equivocó. La revolución que él soñara era la de su poeta. Necesitaba no sólo quien la encabezara sino quien la encarnara. Franco era ese hombre. Y Franco brindó los más grandes servicios que un hombre –un militar- puede ofrecer a su Patria, a su cultura y a sus contemporáneos. Rescató a España para la verdad católica, salvó su unidad, la hizo grande y próspera, y dio a Occidente el ejemplo aleccionador de que al marxismo perverso y al liberalismo entreguista no se les vence en la convivencia sino en el campo de batalla.

Si todo es así, se comprenderá que la identificación de España y de Franco sea absoluta. Si España ha sido y es piedra de escándalo, signo de contradicción, bandera discutida, Franco lo ha sido también: en vida, en el momento de morir y después de su muerte.

Entre la devoción y el odio, se ha escrito, discurre la estela de Franco. Nosotros estamos en el terreno de la devoción, que no pretende mitificarlo, pero tampoco achatar su empresa.

Franco, en el «Diario de una bandera» (recuerdo de la Legión y de la guerra de África); en el guión de “Raza” (la bella película de la Cruzada); en su «Pensamiento político» y sobre todo en su “Testamento”, nos ha dejado motivos excelentes para reflexionar.

Franco sabe que va a morir. De noche, en su cuarto, delante de Dios, con pulso tembloroso escribe: “En el nombre de Cristo me honro. Perdono y pido perdón. Los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta”.

Nos amó hasta el fin

Y nos amó hasta el fin, y su pueblo respondió a su amor con amor, unido a cuanto él representaba. A un legionario le falló el corazón, y al pueblo, alguien, astuto, trata de que también le falle. Se habla así de un poder personal, encubriendo, sólo a veces, el calificativo de “dictador”.

Por eso, si Franco ha muerto, no ha muerto el franquismo. Lo afirmamos en Badajoz (1975); y nosotros, y cuantos quieran acompañarnos en la tarea, vamos a recoger con afán constructivo y para la continuidad perfectiva del Régimen y para bien de España, el sentimiento franquista y la lealtad a su nombre y a su obra.

El “¡Viva Franco!” -¿cuándo supisteis de un vítor para un jefe muerto?- nosotros lo dimos en la portada de FUERZA NUEVA. Hoy se escribe y se canta por la nación, como una llamada de combate, como un clarín que convoca a la unidad.

Más aún: hoy el franquismo, por lo que encierra y simboliza, no es un fenómeno español, sino que es un movimiento universal. La Europa afligida ante la perspectiva de su propio suicidio, y la Europa subyugada [comunista] y la América española se unen al vítor de nuestro pueblo, como se unían al cortejo funeral de despedida.

IV PANORAMA ACTUAL. NUESTRA POSTURA

No estamos dispuestos a permanecer como espectadores ante la obra de destrucción del franquismo; a contemplar en silencio la puesta en práctica de unas reformas hechas en nombre de la democracia, sin que el pueblo haya sido escuchado; a consentir la ruptura del Régimen por la violencia, la tergiversación o el cambio reformista.

En los últimos años de Franco, aprovechó el enemigo, encubierto o no, abusando de su ancianidad y contando con nuestro respeto por su figura, para iniciar las dos crisis del sistema: una crisis de identidad y una crisis de homologación europeísta. En ellas estamos, y de ellas se trata de salir por el camino de la “reforma”. Pues bien, entre la “reforma” que acaba con la identidad y el renacimiento que lo depura, estamos con el renacimiento, porque la reforma es una rectificación que busca patrones ajenos en trance de rechazo y por ello mismo de convulsión fratricida, mientras que el renacimiento trae a la mesa el patrón de origen, acude al manantial originario y puro y rehace la autenticidad adulterada; y adulterada precisamente por los que fueron antes ministros y embajadores de Franco y que ahora, como ministros de la Corona, denuncian los errores a ellos imputables.

Y ya no faltaría más sino que los defectos de su propia construcción política quisieran desviarlos sobre los que, como nosotros, desde el primer número de FUERZA NUEVA (Ene. 1967) hasta el acto de Zaragoza (Nov. 1975), pocos días antes de la muerte de Franco, pasando por “Señor Presidente” (1974), hemos denunciado por lealtad, que nunca confundimos con la adulación, el alejamiento en la práctica de los Principios nacionales.
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Las dos crisis, de identidad y de homologación, están dando lógicamente su fruto: el brutal asesinato de Carrero, que hizo las delicias de la Europa oficial; el crimen de la calle del Correo; las matanzas de policías, guardias civiles, ciudadanos de toda clase y condición se suceden sin abortarlos; los nombres de Víctor Legórburu y Manuel Albizu aumentan la lista bien larga de caídos; el ataque bestial a nuestro camarada Eloy Ruíz Cortadi, en Portugalete, los secuestros, las huelgas salvajes, los sucesos de Vitoria; las bandas que imponen por la violencia el paro; el separatismo sin freno, la pornografía que todo lo invade, el espectáculo inmoral, donde se exalta el vicio y se ofende al Ejército, revelan que por el camino de la reforma marchamos al caos, a la parálisis de la economía, al despilfarro de la reserva de divisas, al paro, a la inflación, al miedo en suma de una sociedad desarmada ideológicamente y materialmente desprotegida, a las condiciones objetivas que señalaba Lenin para garantizare el éxito del golpe marxista.

Con las mismas banderas

Ante esa realidad, nosotros permanecemos con las mismas banderas, con idéntico bagaje doctrinal, con las lealtades que proclamamos en el discurso de Pedreguer (*): a la carga ideológica del 18 de Julio, al recuerdo y a la obra de Franco, a la Monarquía tradicional.

“España –dijo Juan Carlos- nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio”. Pues bien; nosotros, con España, no le olvidamos.

“Su recuerdo –dijo Juan Carlos- constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad”. Pues bien; para nosotros como para Vos, constituye la misma exigencia.

Por eso, Señor, nos preocupa que la realeza que encarnáis, coronando la Monarquía que todos debemos a Franco, sea gobernada por quienes sin rubor se proclaman liberales dentro y fuera de España; ya que proclamarse liberal es tanto como confesar su repudio por la Monarquía en la que el Rey reina y gobierna, con la unidad de poder, característica de la institución monárquica sin la que, como dijo José Antonio, al quedar viciada por el liberalismo, se convierte en cáscara vacía, sin encontrar adictos que la defiendan, como le ocurrió a la Monarquía de vuestro ilustre abuelo un 14 de abril.

Lo que sucede, nos preocupa, pero no nos atemoriza ni nos desazona, porque no hemos perdido el planteamiento sobrenatural del tema.

Tiempo cuaresmal y penitencial de España, en el que es preciso resistir con fortaleza y con un corazón limpio a la tentación del escándalo. Y por ello, también tiempo de Arcángeles, como decía José Antonio. Por eso, nosotros elegimos al Arcángel San Miguel como guía y patrono de FUERZA NUEVA. Para que él, en la hora difícil, nos dote del carisma hispánico, nos impregne con el perfume del heroísmo, nos eleve por encima de nuestras imperfecciones y flaquezas… y nos mantenga en el servicio a España –sacrificando mucho- en espíritu y en verdad.

V CONVOCATORIA

Hoy conmemoramos la Liberación de Madrid. En aquella jornada memorable, y en el nombre de Franco, Madrid encontró la Patria, el pan y la justicia.

No lo olvidemos. Y no olvidemos que en el Valle de los Caídos duerme hasta el día de la Resurrección. Nosotros hubiéramos querido ir, en este 28 de marzo, a visitar su tumba. No ha sido posible, como no lo ha sido por mil circunstancias, que conocéis o vislumbráis, que nos reuniéramos en un local más amplio. Pero la mortificación endurece y purifica. Y no viene mal, en un tiempo, como éste, de penitencia.

Pero con la imaginación, y en silencio, conscientes de la gravedad densa de esta hora de España, vamos a peregrinar hasta Cuelgamuros. Iremos procesionalmente, desde el pórtico, bajo las miradas de los evangelistas y de los ángeles, atravesando la basílica hasta la losa funeral de José Antonio. Dejaremos allí las cinco rosas legendarias, con pétalos de sangre. Marcharemos después hasta el sepulcro del Caudillo, y besaremos con amor la losa sencilla que cubre sus restos mortales. Nos retiraremos a un lado, para contemplar bajo la bóveda el Cristo crucificado, sobre la cruz de madera hecha de un enebro, que Franco eligió de la espesura del monte. Arriba, los santos de España; abajo, el poeta y el artífice de la Patria, y al fondo, las cenizas de los que cayeron por una España mejor. ¡Te pedimos por todos ellos y por nosotros!

¡Y a ti, Señor, que custodias con tus brazos amorosos tanto sacrificio, te prometemos no llevar la cuenta de los nuestros, por penosos que sean, para continuar y perfeccionar la obra de Franco!

¡Señoras y señores, camaradas y amigos!: Si esta promesa os sale del alma, y supone de verdad un compromiso de por vida, contestad a mi grito de ¡ARRIBA ESPAÑA!

(Los aplausos y vítores, las interrupciones –causa de la profunda emoción en algunos momentos- del discurso en ciertos instantes, el calor que en el cine y en la calle se vivió en todo momento, produjeron en esta ocasión un clima especial, difícil de expresar por escrito. Las lágrimas saltaron en ocasiones, asomando a la cara de muchos presentes y también de los que en la calle escuchaban a través de altavoces. El “Cara al Sol” fue entonado al final del discurso, y también en la plaza pública al aparecer el consejero nacional).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 483, 10-Abr-1976

Discurso pronunciado en el teatro Circo de Albacete el día 25 de abril de 1976

DIEZ AÑOS DE EXISTENCIA

Amigos y camaradas: Pronto se cumplirá el décimo aniversario de la salida de FUERZA NUEVA. En la portada de su primer número podía leerse, sobre un fondo lleno de simbolismo y a todo color, la siguiente frase: “El 18 de Julio ni se pisa ni se rompe”.

Alguien, en aquella oportunidad, prejuzgándonos antes de conocernos, nos llamó “fuerza bruta”; hubo quien se escandalizó, calificándonos de cazadores de fantasmas; y no faltó quién, dándoselas de augur y de profeta, despectivamente, quiso concedernos, como máximo, seis meses de vida.

Aquí estamos, cada vez con más ímpetu

Pero vamos a cumplir diez años de existencia. La revista ha sido, y está siendo cada vez con más ímpetu, un revulsivo de la conciencia nacional, y en la medida en que el Movimiento se ha ido adocenando, desvitalizando y burocratizando, nosotros hemos ido recogiendo amorosamente, porque seguimos manteniendo la fe que a otros les falta, la historia, los ideales y las banderas del 18 de Julio. (Grandes aplausos.)

Y aquí estamos, en Albacete, con vosotros, hombres y mujeres de España, como en este curso político hemos estado en Burgos y en Valencia, en Zaragoza, Badajoz y Pedreguer (Alicante), en Cartagena, Las Palmas de Gran Canaria y Puerto de la Cruz, en Guadalajara, Toledo y Madrid, conmemorando el aniversario de la liberación de la capital de España, anuncio de la jornada inolvidable de la Victoria nacional.

Y estas conmemoraciones hacen falta: porque una cosa es el perdón, que generosa y cristianamente había concedido nuestro pueblo, y otra el olvido, que sería realmente imperdonable, porque sin la memoria histórica las naciones sufren y se torturan ante el aniquilamiento de su propia experiencia, del mismo modo que se tornan seniles o subnormales los hombres que pierden la memoria personal. Por eso tenemos que agradecer, en medio de la zozobra que nos produce, los graves errores políticos que detectamos, pues ellos nos permiten recordar lo que ocurrió en tiempo reciente, y que por espíritu de comodidad, por un progresivo aburguesamiento, parecía que hubiésemos olvidado del todo.

En Albacete

“Los enemigos de España y de la civilización cristiana (no sólo) están alerta”, como nos decía Franco en su testamento, sino que después de su muerte se pasean desafiantes y amenazadores entre nosotros.

Pocas ciudades y pocas provincias sufrieron tanto como sufristeis vosotros bajo la pesadilla de la dominación roja. Fracasado el Alzamiento, después de la declaración del estado de guerra el 17 de julio de 1936, al que se sumaron, con el Ejército y la Guardia Civil, los grupos falangistas que acaudillaba Luis Herrero, comenzaron las matanzas. Albacete, dice un historiador de la época, ofrecía un aspecto dantesco. Ni siquiera fueron respetadas las mujeres. Carmen Llanos, modista, fue bárbaramente asesinada. En Hellín, los guardias civiles fueron arrojados al fondo de la mina y lapidados sin piedad hasta darles muerte. El campo de aviación de “La Torrecilla” y el cementerio son testigos de la vesania y crueldad marxistas; y ahí está, como aldabonazo a la conciencia ciudadana, el evocador “Paseo de los Mártires”.

Pero el martirologio de Albacete no quedó ahí. Aún tuvo una segunda vuelta, provocada por la ubicación en la ciudad del cuartel de las Brigadas Internacionales y por la presencia del famoso general Kleber, seudónimo que encubría a un judío húngaro, especializado en revoluciones, y del tristemente famoso André Marty, “el carnicero de Albacete”.

Todo esto, que parecía esfumarse en un ayer que considerábamos irrepetible, parece que se anuncia como algo próximo, al contemplar con indignación cómo se enaltece a los que hicieron posible tanta brutalidad, y cómo se alzan sin recato las hoces y martillos, las banderas rojas y los puños en alto que enmarcaban el ambiente oscuro de tragedia de lo que fue en todas partes la llamada zona roja.

Devolver las alas a la Victoria

Se debe todo ello, sin duda, a que se ha pretendido arrancar las alas a la Victoria (aplausos), deparándonos una paz sin alma, amputada de toda vinculación al sacrificio inmenso que la hizo posible. Pero una Victoria sin alas es algo así como un ave majestuosa en apariencia, que, privada de un punto de apoyo en el aire, se torna, rastreando el suelo, torpe y patizanca, y termina por caerse. De aquí que nosotros, por justicia a los que cayeron para lograrla y como garantía de futuro y de continuidad, hayamos hecho el propósito firme de devolver las alas a la Victoria que rehízo una patria a punto de perecer.

En aquella ocasión difícil, el asesinato de Calvo Sotelo por agentes del Gobierno, encargados de la seguridad y protección de los ciudadanos, fue revelador y produjo el Alzamiento Nacional. José María Gil-Robles, ante la Comisión Permanente de la Cámara de los Diputados, se expresó de manera clara y rotunda dirigiéndose al Gobierno: “Tenéis la enorme responsabilidad moral de patrocinar una política de violencia que arma la mano del asesino. La sangre de Calvo Sotelo está sobre vosotros… y no os la quitaréis nunca”.

Entonces, el asesinato se produjo desde el poder. Ahora, otro asesinato, no menos brutal que el de Calvo Sotelo, se produjo en fecha cercana: el de don Luis Carrero Blanco, jefe del Gobierno. Le precedieron actos de terrorismo en toda España y le han seguido muchos más, con víctimas cuyo número espanta. Los crímenes se han concebido, preparado y ejecutado contra las personas y contra lo que dichas personas representan, es decir, contra la seguridad del Estado nacido del 18 de Julio y de la Victoria, con el objetivo esencial de derribarlo. (Aplausos.)

Pero ahora, después de muchos lavados de cerebro y de conciencia, aunque alarmados, permanecemos dormidos, y no sólo las rectificaciones políticas necesarias en una situación herida de gravedad no se producen, sino que, por el contrario, so pretexto de una reforma declarada urgente, se trata de estimular el proceso demoledor. (Aplausos.)

Tres temas: exiliados, amnistía y ruptura sindical

Hace meses, en vida de Franco, se hablaba de un entendimiento explícito o tácito entre los medios oficiales y la subversión. En ese pacto, se convenía por las partes la transformación del Régimen mediante la implantación del sufragio universal, la democracia inorgánica, la legalización de los partidos políticos, la abolición del Decreto-ley contra el terrorismo, el regreso de los exiliados, la amnistía y la ruptura del sindicalismo nacional.

No es posible ocuparnos de temas tan sugestivos. Vamos a detener nuestra atención en el regreso de los exiliados, en la amnistía y en la ruptura del sindicalismo vertical, preanunciada no sólo por declaraciones oficiales, sino por el XXX Congreso de la UGT que acaba de celebrarse en Madrid.

Regreso de los exiliados

Vaya por delante que yo no me opongo a dicho regreso cuando quien vuelve lo hace agradecido o al menos con humildad y respeto, buscando un lugar, que la añoranza le recuerda constantemente, para pasar los últimos años de su vida y morir en tierra española.

Pero de esto a lo que realmente sucede media un abismo. Es el Gobierno el que con actitud mendicante busca en el exilio y ofrece pasaportes que no se pidieron, y es el Gobierno el que autoriza que los exiliados de algún renombre regresen a España con aire triunfalista, pretendiendo incluso que se forme en su contorno algo así como una aureola popular.

La hija de Casares Quiroga, al regresar, desde la portada de un semanario capitalista, nos asegura que su padre no ordenó matar a Calvo Sotelo. Si esto es así, y resulta, como sostiene cierto anarquista en un libro publicado en Barcelona, que los sacerdotes y religiosos no fueron asesinados por los marxistas y los ácratas, llegaremos a la conclusión teórica, a pesar de tanta evidencia, que Calvo Sotelo murió de una caída al pisar una cáscara de plátano (risas) y que los sacerdotes y religiosos que cayeron en zona roja no fueron sino las víctimas de una epidemia de gripe maligna…

***
Claudio Sánchez Albornoz, aunque distante de la realidad, no ajustándose a los hechos, y en discordancia con cuanto ha escrito y hablado durante su exilio, estuvo recatado en sus declaraciones y tuvo el buen gusto, que le honra, de no descender al terreno de lo personal y de no zaherir con insultos y ofensas.

***
Salvador de Madariaga ha sido todo lo contrario. En Zaragoza, traído y tratado a cuerpo de rey o de caudillo por su Caja de Ahorros, hizo unas manifestaciones hirientes para Francisco Franco. “Considero al Caudillo como el hombre más funesto que ha tenido España a lo largo de su vida política”, dijo como un exabrupto. Y añadió: “Cuando le he visto morir… he sentido piedad por esta alma torturada. Él ha sido funestísimo, pero sus últimos cuarenta años han sido una tortura”. (Gritos de indignación y repulsa general en el auditorio.)

Doloroso resulta constatar que una institución benéfica, que recoge el ahorro popular, haya patrocinado y abonado el viaje de Salvador de Madariaga, a conciencia –pues su modo de pensar y actuar es sobradamente conocido- de que podría pronunciarse en los términos en que lo hizo; y doloroso también que el Gobierno tolere o autorice tamaños insultos a Francisco Franco, cuando se ha comprometido a mantener su recuerdo y su obra. (Grandes aplausos.)

Uno de sus compañeros de la República llamó a Madariaga “tonto en siete idiomas”. Él sabrá los motivos. Lo que nosotros sabemos es que Madariaga no hubiera podido volver si la guerra la hubieran ganado los rojos, y que Franco no debió ser ni tan dictador ni tan funesto como él le ha calificado con frecuencia, cuando consintió sus habituales colaboraciones en un diario de la amplia difusión de “ABC”. (Ensordecedores aplausos y gritos de ¡Franco!, ¡Franco!)

Amnistía

La pregunta que la demanda de amnistía sugiere, hasta cuando la solicitan, en momentos solemnes y paralitúrgicos (risas), determinadas autoridades eclesiásticas, es la siguiente: ¿Para quién?

Porque es evidente que… hoy por hoy lo que se pretende con la amnistía es el borrón y cuenta nueva, la libertad y la impunidad, por consiguiente, de los asesinos de Carrero Blanco, de los de la calle del Correo de Madrid, de los guardias civiles, policías, taxistas, trabajadores, vigilantes, alcaldes, industriales…

Quizá la fuga, en parte frustrada, de los presos de Segovia hubiese paliado la insistencia en la amnistía… pero el asesinato del señor Berazadi ha replanteado las cosas. Como si los muertos fueran de distinto valor, este asesinato cobarde ha llenado de estupor a muchos de los que solicitaban la amnistía…

Menos mal que el propio Fraga (ministro de la Gobernación) ha dicho que “si la ETA quiere guerra la tendrá”. ¿Pero es que no sabía que la ETA nació para hacer la guerra a España, para conseguir por la violencia lo que sus progenitores querían lograr por las urnas y el compromiso? (Aplausos.) … La guerra, sin embargo, que hará el Gobierno será una “guerra civilizada” (grandes risas), conocida así por el número considerable de guardias civiles que han perecido en la misma. (Aplausos.)

Congreso de la UGT

¡Señor ministro de la Gobernación [M. Fraga Iribarne]! ¿Con quién se está usted jugando los cuartos? ¿Puede habar algo más anticonstitucional, que coloque al Gobierno fuera de la ley e incluso “contra legem”, que el XXX Congreso de la UGT? La interpretación derogatoria del ordenamiento político fundamental es evidente. ¿Cómo podrá pedir obediencia y disciplina quien, con escándalo grave, por añadidura, ni obedece la ley que ha jurado ni se atiene a la disciplina que ese juramento exige?

La UGT, mientras el Régimen no sea liquidado por la ruptura o por la falsa reforma, es una institución ilegal, enfrentada con los Principios que animan al Estado. Ningún gobierno que sirva al Estado puede consentir –salvo que acepte una calificación que no puede honrarle- que los enemigos del Estado, tal y como el Estado se halla constituido doctrinalmente, conspiren contra él de forma abierta, con amplia difusión de sus acuerdos y con protección policial.

Para que veáis hasta qué punto se ha llegado y para que el liberalismo en marcha no mantenga oculto lo que no le conviene, vais a conocer algunas de las cosas que se dijeron en el restaurante Biarritz, de Madrid, durante la Semana Santa.

Herman Rebhan, extranjero, y secretario general de la Federación Internacional de Trabajadores de las Industrias Metalúrgicas, se produjo en términos tan elegantes y diplomáticos como los siguientes:
“Hace 40 años, cuando la luz de la democracia se apagó en España y la barbarie fascista, con su triste secuela de víctimas, se desencadenó por Europa, todos los trabajadores del mundo se inquietaron y sufrieron por la suerte de sus compañeros españoles.”
“En los años que siguieron, cuando la paz y la democracia volvieron a brillar en los demás países europeos, Franco y sus sicarios (debe referirse a los que ahora permiten este Congreso, añado yo) (aplausos) siguieron arrastrando su régimen nefasto y anacrónico.”
“Pero nosotros nunca hemos perdido la esperanza. Y los españoles demócratas prosiguieron valientemente su lucha”.
“Su lucha se convirtió en nuestra lucha. Y hemos sufrido cuando la brutal policía fascista encarceló, torturó y asesinó a los jóvenes héroes de la clase obrera. Y hemos gozado también con ellos cuando han sabido arrancar, a tan alto precio, sus primeros logros, del déspota arrogante, despiadado y sediento de sangre que tenía entre las manos las riendas del poder”. (Gritos indignados de la totalidad del auditorio que puesto en pie prorrumpe en nuevos gritos de ¡Franco!, ¡Franco!)
“Hemos podido comprobar, por desgracia, hasta qué punto la influencia nefasta del déspota general Franco perdura aún en vuestro país.”
“Es indudable que el fascismo se debate ya en vuestro país entre los estertores de la muerte”.
“Hemos luchado… en los innumerables conflictos de Altos Hornos de Vizcaya, los astilleros de Bilbao y El Ferrol, las fábricas de la ITT Standard, General Eléctrica y FASA Renault: lo mismo en el sector aero-espacial que en el metalúrgico, el siderúrgico y el del automóvil…”

¿Qué os parece? (Ambiente indescriptible de seria pero recia y viril repulsa que se refleja en las caras de los presentes.)

Si esto fue lo más sustancioso del discurso de un extranjero en España, con el visto bueno gubernativo, Nicolás Redondo, español, dijo entre otras cosas, las siguientes, en el discurso de apertura del Congreso de la UGT:
“… Con este Congreso se pone ahora de manifiesto el fracaso del fascismo en su afán de eliminar a la UGT por decreto y por una represión sin precedentes…”

Por su parte, en la declaración de “principios fundamentales de la UGT” y en la llamada “resolución política”, se exigen, con la ruptura del Sistema –no dándose crédito alguno a los proyectos reformistas del Gobierno Arias-, los tres separatismos condenados por José Antonio: el de los hombres, las tierras y las clases, puesto que se solicita un régimen de partidos políticos que dé paso a la República y al socialismo; el reconocimiento y autodeterminación de las nacionalidades, y la desaparición del sindicato vertical.

El cierre del Congreso, como era de suponer en caldo de cultivo semejante, terminó con el puño en alto y la “Internacional”. (Nuevos gritos aislados.)

Claro es que, como precedente estimulante, se puede contabilizar la política gastronómica, que ha dado como consecuencia los diálogos amistosos del ministro de la Gobernación [M. Fraga Iribarne] con Tierno Galván, Rodolfo Llopis, Pablo Castellano y Manuel Murillo, todos ellos socialistas marxistas.

Por cierto que el señor Murillo, según la prensa, después de su amplia conversación con don Manuel Fraga Iribarne, dijo que éste “no pondría obstáculos al desarrollo del Partido”, y Felipe González, en declaraciones a “El Sol”, de Méjico, aseguró –y a mi juicio con acierto- que “el Gobierno ha levantado la guardia”.

***
¿Cómo se concilia todo esto con lo que Fraga Iribarne dijo no hace mucho en Albacete?

Creo que, literalmente, sus palabras fueron: “Tenemos que administrar una gran herencia, que recibimos con el respeto y la esperanza profunda de que sobre ella podemos construir el futuro. Ninguna clase de intento de ruptura o de destrucción de lo que tenemos tendrá la posibilidad de llevarse el poder, ese poder que se debe a la legitimidad histórica”.

Pues bien, a la ruptura de lo que tenemos se va no solo por el camino de la destrucción violenta sino también por el de la reforma sustancial, es decir, por el desmonte pacífico –aunque con gravísimas consecuencias a la larga- del Régimen del 18 de Julio.

Lo atado y bien atado se puede desatar, lo mismo cortando la atadura con una navaja que deshaciendo con paciencia y con las uñas el nudo que protege el contenido. (Aplausos.)

Y con paciencia cautelosa unas veces, y con torpe y agitado apresuramiento nervioso otras, vemos cómo se desata el orden constitucional. Detalles mínimos: desde la desaparición de los símbolos del Movimiento en la televisión, hasta las dificultades puestas por una circular gubernativa a los monumentos al Caudillo, pasando por las citas, un tanto vagas, al anterior Jefe de Estado y el olvido de la magna demostración sindical de todos los años en el estadio Bernabéu, de Madrid. Y detalles de mayor calibre, que van desde la antes aludida interpretación derogatoria de los Principios Fundamentales, hasta la última asamblea de la CNT presidida por el antiguo exiliado Diego Abad de Santillán, pasando por la presencia del director del “New York Times” en Madrid para vigilar nuestra evolución democrática; la invitación hecha a Fraga Iribarne por el príncipe Bernardo de Holanda para asistir a la próxima reunión de los famosos y temibles “Bilderberger”, y la visita programada para Juan Carlos, durante su viaje a los Estados Unidos, a la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso que, como es público y notorio, interviene en la marcha y en los cambios de la política de muchas naciones.

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Se dice oficialmente que la apertura y la reforma tienen su frontera y que la misma deja extramuros al Partido Comunista. La verdad es, sin embargo, que con esta postura no coinciden las manifestaciones de algunos de los ministros del gabinete actual, hechas antes de su toma de posesión; que la legalización proyectada de los que públicamente quieren legalizar al Partido Comunista hará visible dicha legalización; y que el propio Fraga Iribarne, en declaraciones a “La Vanguardia” de Barcelona, publicadas el 5 de diciembre de 1975, afirmaba: “No he dicho en ningún momento que la exclusión del Partido Comunista tenga que ser definitiva”.

Los viajes del señor Areilza

La misma impresión de violentar lo que se halla atado y bien atado, produce nuestra política internacional y especialmente los viajes del señor Areilza al extranjero. Se ha dicho que Godoy vendió España a Europa. Ahora bien, la Europa de entonces era fuerte y poderosa, mientras que la Europa oficial de hoy, la que nos ofende e insulta, es una Europa caduca y corrompida (aplausos), traspasada de un complejo de inferioridad que la debilita y sentencia. Por eso es incomprensible que España, en este momento de su Historia, mendigue el aplauso de quienes por una parte nos odian y por otra se entregan. (Grandes aplausos.)

En esta línea de pensamiento y de acción se enmarca también, a nuestro juicio, el tratado de cooperación y amistad con Norteamérica. Y no es que nosotros nos opongamos a la inteligencia y ayuda recíproca con los Estados Unidos. En repetidas ocasiones hemos dicho que España no puede renunciar a su propia defensa y a la defensa de Occidente. Pero una cosa es adoptar una postura gallarda en esta confrontación ideológica universal, y asumir las obligaciones que lleva consigo, y otra dejar a un lado nuestros legítimos y sagrados intereses para lograr la mirada benévola y protectora de la gran nación americana. En este sentido no es admisible que tengamos que importar material de guerra usado, con cargo a los créditos que se conceden a España, ni estimamos justo que, al tratar globalmente con los Estados Unidos, se olviden los aranceles prohibitivos con que se recarga el ingreso en aquella nación del calzado o las conservas españolas…

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Con la mejor voluntad por parte de quienes nos gobiernan, se está socavando el cimiento mismo de la nación. Decía Carrero Blanco que para conseguirlo hay que incidir en los elementos materiales, morales y orgánicos que la constituyen e integran. De aquí que los enemigos de la nación pretendan la ruina económica mediante las huelgas que disminuyen o anulan la productividad y agotan el espíritu empresarial, creador de riqueza y de puestos de trabajo; su ruina moral, mediante la corrupción administrativa y las publicaciones y espectáculos obscenos, amén de los actos de terrorismo; y su ruina orgánica, atacando y abrogando su orden constitucional, para producir la apertura de un nuevo periodo constituyente.

La Corona

De seguirse una política semejante, se pondría en juego la Corona. Ya sabéis que la subversión tolerada o combatida no se contenta con una consulta electoral sobre ciertas reformas, sino que pide y exige una votación sobre la subsistencia de la Monarquía.

El dilema, pues que la Corona tiene planteado –ya lo dijimos en el almuerzo de Guadalajara- es muy simple: o se considera continuadora del régimen de Franco, de acuerdo con lo establecido constitucionalmente y con lo explícitamente jurado, o acepta, mediante la reforma proyectada, su distanciamiento del mismo, buscando en otra parte su propia legitimidad.

En el primer caso, las fuerzas políticas del 18 de Julio, incluso aquéllas que habían mostrado reservas a la Monarquía, prestarán al Rey su apoyo, al descubrir, los unos, que la Monarquía instaurada responde a las características de la Monarquía tradicional, y al entender, los otros, que en la nueva Monarquía concurre aquella unidad de mando y de poder de que hablaba José Antonio y que la inmuniza del virus liberal que acabó con ella el 14 de abril, víctima de su contradicción interna.

En quienes militamos en esas fuerzas políticas leales al Alzamiento Nacional, encontrará la Corona sus más esforzados luchadores, sus militantes entusiastas, dispuestos a todos los sacrificios que sean necesarios y que la lealtad propia y la lealtad superior postulan. (Aplausos.)

Si, por el contrario, por un error de principio o por presión de las fuerzas ocultas que han jugado un papel decisivo en nuestra historia o por las evocaciones y amenazas del exterior, se quisieran apoyos distintos para lo que se llama consolidación de la Monarquía, tales apoyos no pueden ser más, en el panorama que nos rodea, que los siguientes: el del liberalismo, el de la democracia cristiana y el del socialismo.

Ahora bien: el liberalismo es liberal antes que monárquico y no movilizó ni a uno de sus hombres para mantener a don Alfonso XIII, antes bien pactó sin escrúpulos con sus enemigos acudiendo a la cárcel y abandonando a su arbitrio todos los resortes del poder; la democracia cristiana, según afirmó José María Gil Robles, era aséptica e indiferente con relación a las formas de gobierno, y en los países donde ha tenido oportunidad de acceder al mismo, como en Chile e Italia, ha comprometido seriamente la paz y la economía, creando un ambiente propicio para la revuelta y la penetración marxista; los socialistas, por último, que colaboraron con don Miguel Primo de Rivera, le abandonaron después y trajeron la República, habiendo reafirmado, a través del XXX Congreso de la UGT, clausurado hace tan sólo unos días, su vocación republicana.

¿Es posible que haya monárquicos auténticos que quieran apoyar a la Corona sobre pilares tan quebradizos o tan hostiles? ¡Hace falta estar ciegos, demostrando poco cariño a la Corona, para propugnar una política semejante! (Aplausos.)

Y, sin embargo, las cosas discurren por ese camino. Un periodista mejicano, que sigue con la máxima atención nuestro momento difícil, acaba de escribir: “La sociedad española contempla estupefacta la proliferación de las ratas en el fango de la traición” …

***
Y puesto que hemos aludido y citado en repetidas ocasiones a dos ministros del Gobierno, hagamos también mención de otro, del ministro del Ejército, teniente general Alvarez Arenas, miembro ilustre de una estirpe militar. El ministro del Ejército, en unas declaraciones muy recientes, contestaba a una pregunta de su interlocutor sobre los enemigos de España, clasificándolos así: “El comunismo, la masonería los revanchistas y los despechados”. ¿Verdad que sabemos a la perfección a quiénes podríamos encasillar en esos cuatro grupos? (Aplausos muy vivos.)

Para terminar

Quiero terminar refiriéndome a un asunto de poca importancia, pero que revela, como tantos, la nueva situación política. En una reunión celebrada en una librería de Albacete, alguien, según afirma un periódico de la localidad, dijo que no intervendría y que guardaría silencio en señal de protesta por el acto de “afirmación nacional” de FUERZA NUEVA, en el que yo iba a hacer uso de la palabra, y por la no autorización formal de la reunión que se estaba celebrando.

Yo creo, con el mayor respeto para tal postura, que quien la asumió públicamente no ha comprendido la magnitud del cambio, cambio que invalida su protesta. En efecto, en esa reunión expusieron libremente sus opiniones personas ligadas a distintos grupos políticos, incluso a la Coordinación Democrática, en la que se integra el Partido Comunista. Esa reunión pudo celebrarse sin autorización formal, pero no sin el consentimiento gubernativo…

Lo que ocurre es que, en virtud del cambio que se ha producido entre nosotros, ese tipo de reuniones no requiere autorización formal previa, mientras que las nuestras, en las que habla un consejero nacional del Movimiento, que tiene el derecho y además el deber de propagar los Principios nacionales, velando por su aplicación, requieren la autorización gubernativa previa, sin la que no hubiéramos podido celebrar el acto al que ahora concurrimos. (Estruendosa ovación.)

Lo que me ha entristecido es que, al presentar la noticia de la reunión a que hago referencia, se rotule con letra gorda: “Silencio por Blas Piñar”. Y me apena porque el silencio, el silencio laico de un minuto, se pide por los muertos, y nosotros, gracias a Dios, estamos vivos (grandes risas) y en pie, luchando por unos ideales que hemos jurado defender hasta la muerte. ¡ARRIBA ESPAÑA!

(Terminado el discurso, una ovación larga surgió del auditorio con el público puesto en pie. Los tres pisos del teatro Circo se venían debajo de adhesión y entusiasmo a lo que allí se había dicho, y espontáneamente el “Cara al Sol” y el “Oriamendi” fueron entonados como cierre a este acto de Albacete).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 488, 15-May-1976

Discurso pronunciado en el cine Apolo de Sevilla, el 23 de mayo de 1976

HEROÍSMO Y MARTIRIO

“Hace aproximadamente dos años –camaradas y amigos- nos reuníamos en Sevilla en una cena de confraternidad. Las cosas habían ya comenzado a deteriorarse seriamente en España. La ancianidad de Franco era aprovechada por sus enemigos de siempre y por la deslealtad ya iniciada por algunos de los que fueron sus colaboradores.

Después de la inmensa campaña de difamación contra nosotros, con motivo del único homenaje celebrado hasta la fecha en honor al almirante Carrero Blanco, asesinado brutalmente por la ETA el 20 de diciembre de 1973, se llegó a decir, en un diario de Sevilla, que en aquella cena de confraternidad no se produjo como se esperaba un “piñarazo”. ¿Pues qué se creían?, ¿que éramos gentes de bomba de mano y metralleta? Lo que en realidad éramos y somos es un equipo de hombres y de mujeres dispuestos a luchar por los ideales del 18 de Julio. (Aplausos.)

Contacto con Andalucía

De entonces acá ha transcurrido el tiempo suficiente para que la cena se transforme en un acto multitudinario, rebosante, colmado y entusiasta, en el que se revela que el contacto directo con Andalucía ha producido ese conocimiento por amor que en aquélla oportunidad anunciamos. Hacíamos referencia antes a lo que en realidad éramos y somos, y conviene que ahora lo subrayemos aclarando lo que, aunque se haya propagado con propósito de tergiversación, no hemos sido nunca.

Nosotros, en efecto, no hemos sido jamás: ni un grupo protegido de forma subterránea; ni un acantilado próximo a la costa del capitalismo reaccionario; ni una partida de aguafiestas y cazadores de brujas, milenaristas del caos; ni unos listillos avispados prestos a apoderarse de banderas y símbolos que no nos pertenecían.

Síntesis principal

Lo que somos y éramos desde el principio puede sintetizarse así:

• Un grupo independiente, no burocratizado y mucho menos sistemáticamente gubernamental, que con sus propios medios y su propio sacrificio, recogiendo agravios de todas partes, defendemos a la intemperie y a cuerpo limpio los ideales de la Tradición y del Nacionalsindicalismo.

Si en religión, como dice el apóstol San Juan, sólo la verdad nos hace libres, en el servicio a la Patria sólo la independencia responsable es garantía de auténtica libertad.

Por eso distinguimos siempre entre los ideales y el Régimen y el Gobierno. Por eso, leales al Caudillo, jamás fuimos sus aduladores, y por eso, ahora que tantos abominan de su recuerdo o callan cuando se ofende su memoria, nosotros salimos a defender su nombre. (Grandes aplausos.)

La lealtad no puede confundirse con la adulación, del mismo modo que la crítica constructiva no puede confundirse con la infidelidad.

Recuerdo que, al debatirse en la Comisión de Asuntos Exteriores de las Cortes el Tratado con la URSS, un periódico marcadamente capitalista, y nada simpatizante con el Régimen, me hizo saber poco más o menos lo que sigue: “Si usted se opone a la ratificación del Tratado con la URSS, usted se sitúa contra Franco”.

Naturalmente que al defender mi enmienda a la totalidad negué las razones de esa admonición, y añadí que, aun cuando el Tratado tuviese el apoyo incondicional del Caudillo, yo seguiría votando en contra, esgrimiendo, a tal fin, entre otros, los argumentos que literalmente reproduzco de mi discurso:
“1) Porque sería una ofensa al Jefe del Estado pensar que los instrumentos que su Gobierno envía a deliberación o dictamen deben ser aprobados sin el contraste de pareceres que la ley autoriza, y, por tanto, sin votos en contra. Tales instrumentos llegan aquí no para que los aplaudamos, sin más, como borregos (aplausos), sino para ser estudiados, discutidos, modificados o devueltos. De este modo, las Cortes y el Régimen salen fortalecidos.

2) Porque siendo verdad que el que os habla es procurador en Cortes, por ser consejero nacional del reducido grupo de designación directa, lo cual me honra y enorgullece a un tiempo, también es verdad que no he recibido jamás “mandato imperativo” que me obligue a formular mi voto, como no sea aquél muy genérico de expresarme conforme a conciencia, y a conciencia formada.

Porque una cosa es la lealtad y otra la disciplina. Aquella me obliga a exponer con respeto, pero con libertad, mi modesta opinión, cuando se me pide, y ello aun cuando sea, que no creo que lo sea, distinta y aun opuesta a la del Jefe del Estado.

Yo no soy de aquellos que proclaman que “el jefe no se equivoca”. Yo sé que el jefe puede equivocarse y tengo la obligación, por lealtad, de evitarlo; y luego, si a pesar de no seguir el consejo, se equivoca –lo que es humano-, respaldarle, para rectificar la equivocación si es posible, y para evitar, si se puede, las consecuencias de su equivocación, que llenan de alegría a los desleales”. (Gran ovación.)

• (Somos) hombres y mujeres de la clase media, profesionales, empleados, pequeños empresarios, trabajadores y campesinos y una oleada creciente de juventud no dispuesta a envilecerse, orgullosa del sacrificio de sus mayores, dispuestos a luchar y a morir por Cristo y por España. (Ovación grande y prolongada que levanta al público de sus asientos, en especial al piso de arriba, donde exclusivamente aparecían caras muy jóvenes.)

¿Capitalistas? Hemos marchado y seguimos marchando con los medios justos y precisos, escasos en muchas ocasiones, administrando con rigor. El ascetismo es una vía penitencial que nos madura y perfecciona. ¿Dónde están las ayudas y la publicidad de los auténticos capitalistas, de las multinacionales, de las grandes empresas con aportación de divisas? No precisamente en un semanario que se llama FUERZA NUEVA, sino en algunas publicaciones hostiles al Régimen, partidarias de la ruptura, abiertamente antifranquistas, eróticas o pornográficas y hasta a veces blasfemas.

¿Reaccionarios? Sí, efectivamente, si se trata de la reacción sana, que es símbolo de salud en el cuerpo social contra todo aquello que pretende aniquilar la nación. No, como conservadurismo de lo que se halla enclenque, caduco, envilecido y acartonado, como fruto del liberalismo, que termina con las verdaderas libertades, y del capitalismo, que acaba confiscando el capital por medio del monopolio o de la inflación.

Nosotros estamos –lo hemos dicho muchas veces- al lado del capital que es fruto del ahorro y del trabajo, frente al capitalismo que destruye progresivamente las pequeñas y medianas empresas, en las que el llamado equívocamente patrono es el primero, el más eficaz de los trabajadores, asumiendo el riesgo de la obra que puso en marcha y ha de mantener y desarrollar.

• (Somos) un equipo de vigías a los que el tiempo ha dado, por desgracia, la razón, porque resulta evidente que cuando la doctrina se enuncia pero no se aplica, se deteriora, y el vacío político se llena por los adversarios, a los que ya ni siquiera les merece respeto.

¿Acaso el panorama político actual no refleja esa falta absoluta de respeto por la doctrina política fundamental del sistema? La aparición, aunque ilegal, oficialmente autorizada, de los partidos políticos radicalmente opuestos a los ideales de la Cruzada, el congreso reciente de la UGT, la tolerancia de las manifestaciones separatistas, la oleada de huelgas…, ¿qué significan sino la falta de aplicación de una doctrina y la falta de respeto de los que se declaran beligerantes contra ella? (Aplausos.)

• (Somos) una gavilla, en fin, de hombres y mujeres veteranos y bisoños, que identificados plenamente con el 18 de Julio, acudió y acude, con voluntad de acero, a reemplazar a los desalentados que abandonan, a ayudar a los vacilantes que dudan.

Comprendo que alguien se alarmara y preguntase sobre nuestra procedencia y nuestra vocación, si tratáramos o hubiéramos tratado de subirnos en tiempo triunfalista al carro de los vencedores. Pero nosotros, que no hemos sido ministros ni embajadores de Franco, surgimos a la vida pública cuando los vencedores se sintieron fatigados o incómodos por la Victoria, cuando empezaron a dudar de sus razones, o cuando comenzaron a discutir entre ellos sobre el “modus operandi” para el futuro, dejando, mientras discutían, que el enemigo se infiltrara o se rehiciese. (Aplausos.)

Discutirnos, y hasta acusarnos, cuando venimos a cubrir el hueco de los desertores, abandonando tantas cosas agradables, es fruto de una falta de camaradería o de un complejo de inferioridad.

Aparte de que esas banderas, las del 18 de Julio, son tan nuestras como de todos. La única diferencia pudiera hallarse en que nosotros no estamos en los afluentes, sino en el caudal que los mismos originaron. La Tradición y la Falange no son más, para nosotros, que vías distintas para descubrir la misma España; sus diferencias no se hallan en lo esencial, sino en el tiempo y en el tono, y para mí, el arquetipo de la Patria nueva radica en el hombre traspasado del espíritu tradicional –bravo y cristiano, como un requeté dispuesto para la batalla- que alza su brazo sin complejos y grita como un adolescente de la Falange difícil el ¡Arriba España! de José Antonio. (Gran ovación.)

***
Esos ideales galvanizaron al pueblo y al Ejército, porque constituían el alma de la nación, y mientras una nación mantiene su alma, no muere. España, con un esfuerzo sobrehumano y heroico, se recobró a sí misma.

Ahora, en un momento de tinieblas y de confusión, como decía Arias Navarro, en que la subversión ideológica y caliente nos desafía, en que los aprovechados del Sistema piden perdón y se abrazan con los verdugos de ayer, conviene que volvamos la mirada –no para descansar y recrearnos, sino para tomar ejemplo- a las jornadas iniciales y duras a partir de las cuales en España comenzó a amanecer.

Sevilla: heroísmo y martirio

En Sevilla, como en tantas ciudades españolas, hubo heroísmo y martirio, entre cobardías y vacilaciones. No es posible ser exhaustivos enumerando a quienes de un modo o de otro supieron estar a la altura del momento. Me vienen a la memoria los nombres de Vara de Rey, Cuesta Monereo, Alvarez Rementería, Redondo, Miranda, El Algabeño, José Ignacio Benjumea (el primer caído sevillano el 18 de julio de 1936), Bassols y Castejón, que llegan con su pequeño grupo de legionarios.

Se salvó el cogollo de la urbe. El resto hubo que rescatarlo con sacrificio y con esfuerzo. Los templos incendiados, los sacrilegios más espantosos, que dejaban confusos a los libertadores. Martirios brutales, como el del párroco de San Bernardo, o el del joven salesiano Antonio Fernández Camacho, que se niega a blasfemar, o el de el Libertario, que abandonó el anarquismo para militar en la Falange, difícilmente dejarán de estremecer al que los conozca. ¡Hasta se entronizó en el Hospicio a Satanás, retirando y destrozando las imágenes de Cristo y de la Señora!

¡Qué bien recoge esta presencia demoníaca la pastoral colectiva del Episcopado español, que algunos maestros actuales de la Iglesia desconocen o menosprecian!

El general Queipo de Llano

Mas todo esto, la salvación de Sevilla, la liberación de sus barrios y de su provincia, el socorro a otras ciudades andaluzas, la cooperación de la juventud sevillana a la Cruzada nacional, fue posible porque hubo un puñado de hombres –quizá no excedieran de doscientos- que con ánimo decidido y fe absoluta se dispusieron a la tarea; y porque, al frente de los mismos, un general inolvidable, Gonzalo Queipo de Llano, dirigió las operaciones militares y psicológicas que la compleja situación demandaba. (Aplausos.)

El general Queipo de Llano fue, sin duda, el primer locutor militar de España, el pionero de la charla amiga y habitual con el pueblo, el que mantuvo, en medio de la incertidumbre, la esperanza contra toda desesperación, el que en aquella época y durante muchos años recogía el efusivo agradecimiento de la ciudad. Pero seamos sinceros: ¿qué ha pasado para que no sea una realidad, y en sitio de honor, el monumento que se había acordado erigirle? ¿Dónde está la magnífica talla de Enrique Pérez Comendador? ¿Cuándo la veremos en Sevilla? ¿Es que quedará arrinconada e inédita como el monumento a los Caídos de Madrid o el tantas veces prometido a José Antonio en la capital de España? (Grandes aplausos.)

Aquel esfuerzo heroico, gigantesco, en cierta manera sobrehumano, se hizo imprescindible para que España, dormida, sesteante, no fuera aniquilada durante el sueño. ¿Se parecerá la situación presente a la que entonces superamos con sangre y con dolor?

José Antonio habló de la España agarrotada, cosida al suelo por los enanos, con los gusanos babeantes que recorrían su piel; Carrero Blanco, en uno de sus bellos artículos, nos refería cómo un hombrecillo untuoso, con la escuadra y el compás, sonreía con sarcasmo al contemplar a España impotente, victimada de muerte por quienes no perdonan su existencia; y el texto sagrado alude a los diablos que regresan a su antiguo hogar luego de haber sido expulsados del mismo.

Una orden: ¡Terminemos con España!

Hasta el nombre de España resulta para algunos insoportable. La palabra España encierra tal cantidad de vida y de reactivos, incide de tal modo en la conciencia personal y en el mundo, que se hace preciso, por razones cautelares, esquivarla o eludirla. Por eso se habla con insistencia despreciativa de “país” o del “Estado español”, o de los pueblos y nacionalidades ibéricas. La orden de los conjurados es tajante: ¡Terminemos con España!

Pero terminemos con España como vocablo y como nación, es decir, con sus tres unidades: unidad histórica, unidad de convivencia y unidad de destino, y sobre todo con su alma, con su unidad metafísica, que ha hecho y hace posible aquéllas.

España sólo se entiende en la línea de su misión, concorde con su historia, desde Covadonga a la Cruzada contra el marxismo.

España sólo se entiende a través de los arquetipos españoles que compendian y personifican el alma nacional: Don Pelayo (el “ultra” de la Reconquista); el Cid (exigiendo la jura de Santa Gadea); Fernando III el Santo (que rescata Sevilla para la Cristiandad), los Reyes Católicos (fundadores de la Patria), Hernán Cortés (quemando sus naves al iniciar la epopeya de Méjico), Velázquez (dando con sus magníficos pinceles un realce y un brillo mayor a la rendición de Breda), el Gran Capitán (anunciando a sus huestes como luminarias de la victoria la explosión de los polvorines del ejército), Don Quijote (sublimando literariamente a la estirpe, en la gran aventura de desfacer entuertos), San Juan de la Cruz y Santa Teresa (los grandes contemplativos), el tambor del Bruch, el Palleter, Agustina de Aragón, Daoíz y Velarde o el Alcalde de Móstoles (convocando y luchando hasta la muerte, con el pueblo, contra el invasor napoleónico), y el capitán Cortés (en el santuario de la Virgen de la Cabeza) y Moscardó (sacrificando la vida de su hijo al honor del Alcázar), o Franco (Caudillo de una nación que no se resigna a la esclavitud y nos deja un patrimonio espiritual y político, que hemos jurado defender y mejorar). (Ovación de gala.)

¿Qué tiene todo esto que ver con el comunismo, que niega a Dios y esclaviza al hombre? Una nación de ese temple, forjado en el curso de los siglos, probados en las más terribles encrucijadas, con unos arquetipos ejemplares como los que acabamos, entre tantos, de enumerar, no pueden subsistir, debe ser destruida.

Ahora bien; el ataque frontal contra España ha sido siempre inútil: la invasión árabe, la penetración de los ejércitos napoleónicos, la agresión roja durante la Cruzada fracasaron al fin, se estrellaron contra el espíritu indómito de nuestro pueblo, que unido y obediente a los que intuye y considera como sus jefes naturales se torna monolítico e invencible.

El método disociativo

De aquí que se intente y se ponga en práctica un método distinto de aniquilamiento, una táctica sinuosa, solapada, que incide, como ha expuesto Horia Sima en su precioso trabajo “¿Qué es el nacionalismo?” (editado por FUERZA NUEVA), en los puntos de intersección en que se encuentran y anudan los ingredientes nacionales, con el propósito de dislocarlos, disociarlos y convertirlos en instrumentos de lucha, a fin de lograr que la nación, en sí misma, se destruya.

El método disociativo actúa por tal razón sobre los individuos, las clases, las regiones, las generaciones y sobre aquella relación íntima y profunda que existe entre la nación y el Estado.

Individuos: El ataque disgregador incide sobre todo aquello que imprime en el hombre personalidad y carácter. El liberalismo, en su sentido más amplio, acaba transformando al hombre en un “autónomo”, eje y centro de sí mismo. En este orden de ideas, progresivamente, el liberalismo religioso, es decir, el libre examen, no acepta en último extremo la verdad revelada, sino que la crea en conciencia; el liberalismo político no admite, en orden a la edificación de la comunidad, un índice de verdades objetivas, sino que se remite a la voluntad manifestada por el voto, para proclamar verdades que por el mismo método se cambian y derogan; el liberalismo económico, en fin, entiende que la única verdad, en su órbita, no se halla en hacer de su complejo engranaje un instrumento al servicio del bien común, sino en orientarlo a la obtención del beneficio más alto posible, aunque de ese propósito de lucro se deriven graves perjuicios para la comunidad.

El individuo, de este modo, liberalizado, movedizo, se atomiza y desarraiga, pierde su autenticidad y se convierte en una ficción. De hombre, pasa a ser, para unos, “elector” y, para otros, “homo faber”; deja de ser persona, sujeto de derechos y obligaciones, ser social y real, miembro de una familia, de un municipio, de una corporación profesional, de una Iglesia, portador de valores eternos, capaz de condenarse y de salvarse y esclarecido por el ”lumen gloriae” de contemplar y gozar eternamente de Dios.

Clases: Cuando hablamos de las clases nos referimos no sólo a las que se definen y discriminan por razón de los bienes materiales que poseen, sino también a las que se dibujan en función de los bienes espirituales, y de un modo especial por la cultura, que es, indudablemente, un signo claro de diferenciación social.

La proclama marxista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, tiene su origen en la afirmación absurda de que los trabajadores no tienen patria y de que el triunfo de la revolución obrera exige la destrucción de las naciones, aunque a la hora de la verdad los trabajadores, al quedarse sin patria y sin Estado, se encuentren con que nadie saldrá en el futuro en su defensa frente al monopolio capitalista y omnipotente de un gobierno único y mundial.

Frente al esfuerzo disgregador que se intenta sobre la clase trabajadora, conviene subrayar el fracaso de las tesis marxistas. La realidad prueba que hoy ya no se invoca, y aunque se invoque, ello es pura ficción, la conciencia de clase como estímulo para la lucha revolucionaria, sino simplemente la conciencia de lucha, con independencia de la clase social a que pertenezca el militante: burgueses, hijos de papá, artistas millonarios, aristócratas rojos y hasta, por desgracia, sacerdotes. (Aplausos.)

Por otra parte, el argumento esgrimido por los marxistas, cerca de la clase trabajadora, podría ser cierto parcialmente si de verdad la nación perteneciese a los llamados explotadores. Ahora bien; la nación es de todos, y si alguien, con abuso, la hubiera expropiado para sí, nuestro deber, el deber de todos, no consistiría en disolverla, sino en rescatarla. Más aún, la Patria pertenece con más arraigo a los humildes, porque el hombre rico puede acomodarse en otro lugar, lo que no es posible para el que sólo puede vivir de su trabajo. Por eso, el español humilde, no sofisticado, el que no tenía demasiadas ataduras materiales, el que veía limpiamente a España y limpiamente la amaba, el campesino y el joven estudiante, fueron, en su mayoría, los que se alistaron voluntariamente en el Ejército nacional y los que ganaron, sin compromisos ni reservas, a España para España. (Gran ovación.)

Los marxistas no perdonarán nunca a José Antonio que anudase en una misma empresa política lo nacional y lo social, bajo el imperio de lo espiritual, hablando a sus jóvenes escuadras de Dios y de patria, de pan y de justicia.

Pero no sólo el intento disgregante de la nación actúa sobre la clase trabajadora, sino que rodea y actúa sobre los capitalistas. El deseo de lucro, que puede ser inagotable, llega, como antes decíamos, a absorber el capital necesario, indispensable, para las pequeñas y medianas empresas, que constituyen un ingrediente necesario del tejido básico de la comunidad.

Por otro lado, el eslogan “Bien venido sea el dinero venga de donde venga”, es peligroso y acaba hipotecando a la nación al poder económico extranjero.

¡Y qué decir de la presión psicológica sobre los intelectuales! A veces, la amenaza del descrédito o la promesa de la fama, les aturde y obnubila, haciendo tránsito a posturas ideológicas que jamás compartieron y que en época anterior vituperaron. En la mente de todos están casos y nombres demasiado conocidos y hasta escandalosos para que yo precise enumerarlos. (Aplausos.)

Regiones: La patria, como se nos dice de un modo o de otro, no es una mancomunidad de regiones, fruto de un pacto entre las mismas, para administrar servicios generales, y con facultad implícita para disolverse por mutuo disenso o denuncia unilateral.

Para nosotros, la Patria es una fundación, y a diferencia de los negocios contractuales subsiste en una voluntad fundacional que le dio vida y que es inderogable. La unidad de las tierras de una Patria muestra la unidad metafísica de que hablábamos al principio, y es el resultado de la fuerza genesíaca y creadora del espíritu nacional.

El separatismo, y la llamada regionalización que conduce a aquél y lo prepara, se inscriben en el proceso desconstituyente de la nación, supone una negativa del camino histórico cubierto, una marcha atrás, una regresión demoledora que corroe y centrifuga los materiales de origen, fragmentándolos y desperdigándolos y dejándolos en disposición de ser arrebatados o utilizados por otros.

¿Acaso la reiteración con que se nos habla hoy –según advertíamos- de pueblos ibéricos, de regímenes especiales para las regiones, de “pueblos y nacionalidades del Estado español”, no son síntomas reveladores de esta campaña destructiva? Una cosa es la “exaltación de la rica multiplicidad de las regiones” que pedía Franco en su testamento y otra es la demolición de la unidad de la Patria, enfrentando y contraponiendo a aquéllas. (Grandes y prolongados aplausos.)

Generaciones: La ruptura generacional, los hachazos en la línea de las generaciones, declarando a la presente insolidaria con la anterior, es uno de los objetivos del plan disolvente. Todo lo que sea burla, ironía, sarcasmo del esfuerzo que se realizó por nuestros mayores, goza del honor de la propaganda y de la publicidad. El traspaso de la antorcha es una fábula. Cada generación –para los que se suman a la insidia- debe construir la suya y encenderla en su propio fuego, aunque, a tal fin, sea preciso apagar la llama que se ofrece y envolvernos angustiados en la oscuridad, abrumados por la desesperación o la histeria.

Para nosotros, al contrario, cada generación, cuando es fiel al estilo de vida nacional, recoge la antorcha ofrecida, para levantarla con un músculo joven y recio, y para auparla con un ímpetu juvenil y ardoroso. Las nuevas generaciones, en esta línea de pensamiento, añaden de su propia cosecha todo aquello que la cambiante coyuntura temporal demanda, permaneciendo fieles a la constante histórica.

Nuestros jóvenes, enrolados en esta idea, tienen, por ello mismo, que alejarse de todo aquello que pueda identificarlos con la otra juventud envejecida. La presencia, el vestido y la conducta deben ser índices y expresión del grupo a que pertenecen y de la noble empresa de continuidad que libremente asumieron.

Se ha hablado así, y a mi juicio con exactitud, de una generación permanente, que se mide, no por los años cumplidos, sino por el ideal que abnegadamente sirven. El joven que hace suyas doctrinas bastardas, ajenas a su nación, disgregadoras de la misma, que se aleja de la verdad y se identifica con sucedáneos, más que un joven se asemeja espiritualmente hablando a los vejestorios políticos que hoy se nos exhiben como modelo: Salvador de Madariaga, José María Gil-Robles o Claudio Sánchez Albornoz.

Sucesos de Montejurra. A la luz de esta generación permanente, calificada por el noble ideal que se sirve, es clara la diferencia entre el asesino de la ETA, que ataca con alevosía, premeditación y nocturnidad, mata sin misericordia, se envanece del crimen y huye buscando la protección de Francia, y la figura, entrada en años, del que fue voluntario de la guerra de Liberación, José Luis Marín García-Verde, que cercado en la ascensión a Montejurra por una multitud rojo-separatista que parecía dispuesta a exterminarlo, permanece sereno, dispara –quizá en legítima defensa, lo que los Tribunales de justicia decidirán en su momento-, permite, sin disparar de nuevo, según las referencias, que evacúen al herido y se presenta a la policía –sin rehuir responsabilidades- en cuanto supo que la policía le buscaba.

Entre el asesino de ETA, que acabamos de describir, y la conducta de Marín García-Verde, cualquiera que sea la resolución judicial que se dicte y que nosotros respetamos, pues sabemos de la independencia y honorabilidad de nuestros jueces, hay una diferencia abismal y a todas luces visible. (Grandes y prolongados aplausos.)

Lo que ocurre es que, por razones que a nadie se le escapan, Marín García-Verde ha sido presentado por algunos periódicos como pistolero de extrema derecha, en una fotografía en la que aparece en solitario, como si el arma la manejase por exhibición o por placer, recortando con torpe habilidad el contorno que le rodeaba y en el que aparecen los grupos compactos que se aproximaban a él en actitud no precisamente amistosa.

Lo que importaba no era tanto informar y esclarecer los hechos, como aprovechar la trampa de Montejurra y los acontecimientos dolorosos allí ocurridos, cuya responsabilidad se encuentra en otra parte, para echar lodo sobre personas cuya reputación personal y política era inmaculada, como los hijos de Fal Conde, el carlista inolvidable, o Pepe Arturo Márquez de Prado, del que se ha dicho que es un terrateniente riquísimo, cuando la verdad exacta es que se arruinó ofreciendo durante años todo su caudal a la causa gloriosa de la Tradición. (Ensordecedora ovación.)

Nación-Estado: En pura doctrina ortodoxa, la nación crea el Estado como instrumento a su servicio. En esa concepción doctrinal, en la que José Antonio militó, el Estado no puede ser totalitario; es decir, panteísta y absorbente, sino hechura totalmente eficaz para ofrecer custodia y protección vitalizante a la sociedad entera: hombres y cuerpos intermedios. El Estado que perfila José Antonio no es totalitario sino subsidiario, no destruye, ni encorseta, ni nivela, presionando, el tejido social, sino que lo reconoce y desarrolla.

De aquí que el tema delicado de la Banca no se resuelva con una fácil y simplista estatificación burocrática, a todas luces nada beneficiosa, sino en la nacionalización del crédito público y en la existencia de una banca no sometida a intereses foráneos y ordenada íntegramente al servicio de la nación y de la economía nacional.

Ocurre que en este binomio Nación-Estado puede producirse o forzarse también el conflicto disociador a que venimos aludiendo. Tal sucede cuando el Estado propone a la nación lo que García Morente llamaba “el imposible histórico”; es decir, una tarea radicalmente discordante con su estilo de vida. La República, con su sectarismo, y la “Reforma” del Régimen instaurado por Franco que ahora se nos ofrece, son dos casos genuinos de situación trágicamente conflictiva entre la nación española y el Estado. García Morente decía que en los supuestos de “imposible histórico”, el Estado pierde su legitimidad moral, jurídica y política, y ello, añadimos nosotros, aunque, para su disculpa, recibiese el mandato de ese “imposible histórico” del voto unánime, aunque transeúnte, de una estadía temporal de la nación, y ello porque el Estado, según nuestro punto de vista, no se ordena sólo a la dimensión social transitiva, sino que se ordena y ha de mantener su fidelidad a la nación completa y entera, que es unidad de historia y de destino, que han de mantenerse superando la posibilidad de una coexistencia dispersadora. El Estado, en suma, creado por la nación, ha de servir, en última instancia, su unidad metafísica, consolidándola y vigorizándola.

Precisamente por eso, el Estado del 18 de Julio, que era una institución embrionaria y en periodo constituyente, tuvo, en medio de tantas dificultades, el apoyo de la nación en armas, al proponerla, por medio de sus cuadros representativos, una tarea concorde con el estilo español de vida y con su genuina constante histórica.

Si esa concordancia deja de existir, como parece que ahora ocurre, la noche pierde su estrella polar; el piloto, la brújula; el barco, su timón, y el buque navega a la deriva, a meced del viento y del oleaje, a merced de todas las tormentas, sin ruta propia, sin puerto a la vista, sin singladura lógica a recorrer. Todo predice el encallamiento, el naufragio o quizá el desguace: ¿Para qué vivir en común? Venimos de un error y no tenemos ni meta a alcanzar ni empresa colectiva que acometer. ¡Sálvese el que pueda! Lo importante es la autodeterminación, que cada uno haga lo que más le guste, lo que le parezca más cómodo, buscando su propia y personal andadura y logrando como le venga en gana su objetivo personal o de grupo. La lucha de clases, los partidos políticos, las nacionalidades independientes, acaban deshaciendo a la nación, cuyo Estado, lejos de salvaguardarla, se convierte, por un fenómeno de inversión, en su primer enemigo.

La nación, lenta o apresuradamente, en función de factores muy diversos, endógenos y exógenos, vegeta, se mineraliza y, como una roca erosionada, ahuecada y sin cohesión interna, se pulveriza y evapora.

***

Tal es el fruto ya iniciado por el proceso de descomposición en marcha: los insultos a Franco que nadie se encarga de reprimir, aunque se le dediquen algunos elogios oficiales; la prohibición a los combatientes de exaltar la memoria y el recuerdo del Caudillo con una manifestación en las calles de Madrid; la pobreza de los argumentos gubernamentales para justificar dicha prohibición; el homenaje autorizado a Tierno Galván, con los discursos de sus antiguos y nuevos admiradores, y entre éstos últimos el de Ruiz Giménez, dando a entender que seríamos incapaces de comprender su postura, cuando está claro que esa postura consiste, sencillamente, en el abandono de una trinchera política para pasarse a la del adversario y disparar dialécticamente desde ella contra sus viejos amigos… (Aplausos.)

El señor Areilza, rector de nuestra política internacional, regresó no hace mucho de Marruecos, prometiendo un maridaje feliz de España con el país que acababa de visitar; pero no muchas horas después, las lanchas militares marroquíes expulsaban del mar sahariano a los pesqueros españoles. (Aplausos y gritos de indignación.)

¿Cuántos farsantes hubo?

Estamos, amigos, en una época decisoria para la Humanidad, y ante un momento en el que España, otra vez va a jugarse todo, hasta su propia existencia a cara o cruz.

En esta hora conviene que acertemos a distinguir entre la farsa, el mito y la mística.

Los farsantes, luego de terminar el espectáculo, de fingir y disimular, de poner en escena el papel que asumieron, vuelven a su propia personalidad. ¿Cuántos farsantes hubo bajo el Régimen de Franco? (Gritos en la sala.)

Los que viven del mito, de la ficción artificialmente creada, fruto de una imagen más que de una ideología, decaen y regresan descorazonados a sus casas, cuando el mito se hunde, cuando la figura se desvanece. ¿Cuántos vivieron en función del mito bajo el Régimen de Franco?

Finalmente, los místicos son los que se hallan traspasados por una vida interior, oculta, pero real, los que en el jefe aciertan a ver personificada la idea pero no la confunden con él, los que saben de la imperfección de toda empresa humana por noble que sea, pero no se escandalizan de las imperfecciones, sino que tratan de corregirlas, los que continúan luchando, inasequibles al desaliento, con fortaleza y alegría sobrenatural, porque han sentido en el alma una vocación sugestiva y trascendente. ¿Dónde están los místicos que han trabajado por España mientras Franco vivía y después de la muerte de Franco?

Frente a la moral democrática que trata de invadirnos, nosotros preconizamos una moral heroica, no para pusilánimes, sino para magnánimos, porque hemos identificado nuestro destino personal con el destino de la nación.

José Antonio hizo referencia a las vías misteriosas, religiosas, a través de las cuales se propagaba su doctrina y su Movimiento. Nosotros estamos convencidos, porque sabemos de nuestra pequeñez y de nuestra debilidad, de que algo semejante le sucede a FUERZA NUEVA en la España tensa de hoy.

España está en espera, Europa en esperanza, obsesivamente mirándonos, para conocer la respuesta española al tremendo desafío que nos aguarda, e Hispanoamérica, o al menos una gran parte de ella, su cono sur, en acción reconstructiva y militante.

“Una nación es grande –decía José Antonio- cuando traduce en realidad la fuerza de su espíritu.” Pues bien, nosotros empeñamos nuestra palabra y nuestra vida al servicio de la unidad de historia, de convivencia y de destino de nuestra Patria, y en prueba de ello, clamorosamente, gritamos, ahora más que nunca, como reza el repostero que nos preside:
¡ARRIBA ESPAÑA!

(Una ovación encendida y final cierra el grito del orador. Se mezclan algunos gritos patrióticos, llenos de fervor político y nacional, y surgen espontáneas las estrofas del “Cara al Sol”. Inmediatamente después se canta el “Oriamendi”).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 491, 5-Jun-1976

Discurso pronunciado en el teatro Principal de Lérida el 6 de junio de 1976

EN “TERRA FERMA”

En pocas ocasiones como ésta –camaradas y amigos- me hubiera gustado seguir siendo espectador. Comparto de tal forma cuanto han dicho, con elegancia y arrebato, Simón Clavera y Magín Vinielles, que el ideal, para mí, sería continuar escuchando, aplaudiendo y compartiendo el entusiasmo reinante entre la multitud apiñada en este local.

Pero es preciso cumplir con el programa, levantarse y pronunciar el discurso prometido, discurso en el que he de recordar la cena que celebramos el 1 de diciembre de 1973, luego de soslayar numerosas dificultades y luego de las tres prohibiciones gubernativas para un acto como el que hoy se celebra.

En aquel discurso, luego de unas notas sentimentales, de la intervención de Magín Vinielles, del comentario de su precioso libro “La sexta columna”, del homenaje a los cien mil voluntarios catalanes que, después de abandonar la zona roja –doblemente voluntarios por ello-, se alistaron en el Ejército nacional, de referir las proezas del famoso Tercio de Requetés Nuestra Señora de Montserrat y de la Bandera catalana de la Falange, hice una exposición de las cuatro grandes propuestas que dos catalanes insignes, y a la vez cardenales primados, hicieron para la reconstrucción de España después de la Victoria nacional: Isidro Gomá y Enrique Pla y Deniel.

Estas grandes propuestas, a modo de coordenadas fundamentales, eran y son las siguientes:

I.-Restaurar el alma de la nación, herida por campañas descristianizadoras y disolventes. No era bastante haber ganado la guerra en el campo de las armas. No era suficiente la recuperación física y militar del suelo de la Patria. No podíamos contentarnos con la geografía. Era necesario llevar a término feliz, sin fisuras ni dejaciones, la restauración metafísica. “La civilización no es la molicie –afirmaban-, sino un estado heroico y combativo contra la barbarie ajena y contra la desgana propia”, es decir, contra la desilusión y la pereza.

II.Montar la guardia de las ideas, que no son cambiables a capricho, porque las que triunfaron en la contienda, avaladas por el testimonio de la sangre de tantos cientos de miles de españoles, son consustanciales con el ser mismo de la Patria. De no ser así, hubiera sido absurdo e injustificable el Alzamiento Nacional. Por eso no me es posible compartir el punto de vista del ministro señor Garrigues, cuando, luego de invocar al Dios del Sinaí, asegura que sólo los Mandamientos contenidos en las Tablas de la Ley son inderogables. Y no estoy de acuerdo con el ministro de Justicia, por las siguientes razones:

Primero: porque los Principios del Movimiento, que se pretende derogar, y que de hecho han sido conculcados y derogados por el Gobierno, no son inderogables por decisión de una persona, por elevada y noble que sea, sino “per se”, a menos que la Patria se liquide.

Segundo: porque aun suponiendo, a fines puramente dialécticos, que tales principios pueden ser derogados, son inderogables para el Gobierno, ya que, con independencia de su valor intrínseco, tienen para los ministros un valor subjetivo y personal: los han jurado; y de ese juramento no les puede relevar ni siquiera el referéndum derogatorio y unánime de todos los españoles. (Aplausos.)

Tercero: porque, pese a cuanto nos dicen los demócratas y liberales, en todas las naciones hay unos principios que el Régimen no pone jamás a votación: la filosofía marxista en los países soviéticos, la República en Francia, la Corona en Inglaterra y la Constitución en los Estados Unidos.

III.Mantener la unidad de la Patria, exaltando, como nos pidió el Caudillo en su testamento, la rica multiplicidad de sus regiones, pero fortaleciendo con ella, y a la vez, los lazos de confraternidad entre las mismas.

Por ello, cuando vuelve a hablarse de autonomía, en lenguaje tolerado, y de regímenes especiales, en lengua oficial, no puede olvidarse que podrá llegar un momento en que la única región con régimen especial sería la que no lo hubiera solicitado y siguiera sometida al que en un principio tuvo carácter común. (Grandes y prolongados aplausos.)

IV.Culto y veneración a los muertos de la Cruzada, por lo que tiene de exigencia religiosa, por lo que tiene de ejemplo estimulante y por lo que tiene de lección, que tanto se precisa, para mantener la fortaleza en el momento duro y difícil que hemos comenzado a vivir. Ellos murieron por los amigos y los enemigos, y hora es de recordarlo, cuando nos pasean con reto a García Lorca o a Miguel Hernández. (Ovación de gala.)

¿Y acaso Lérida, como todos los pueblos de España, no tuvo sus mártires y sus héroes? ¿Y acaso cuando se pide amnistía, o quizá amnesia, para los asesinos de Carrero Blanco, de las víctimas numerosas de la calle del Correo de Madrid, del alcalde Víctor Legorburu, de tantos agentes del orden, trabajadores de toda profesión y oficio, no debemos pensar que quienes realizan tales crímenes acampan ideológicamente en los grupos que cometieron tales delitos monstruosos en la zona roja durante la Guerra de Liberación? (Gritos y ovaciones.)

Permitidme por ello que rinda homenaje al concejal Antonio Hernández Palmés, que votó en contra de la petición de amnistía formulada no hace mucho por el Ayuntamiento de Lérida. (El público, puesto en pie, aplaude enardecido.)

Sólo junto a las tapias de vuestro cementerio se fusiló sin causa y sin juicio a 536 personas, amén de las que fueron cazadas de modo salvaje por las calles y plazas de la ciudad. Claretianos en Lérida, carmelitas calzados en Tárrega, franciscanos en Balaguer, sacerdotes seculares, sacrificados en la saca brutal de la noche del 20 al 21 de agosto de 1936. No se ahorró ni siquiera la vida de vuestro obispo, don Silvio Huix Miralpeix, que como buen pastor no pensó abandonar a su rebaño perseguido.

Hubo martirio y no hubo apostasía. Cuando pase este tiempo oscuro, la Iglesia, ante la imposibilidad de seguir tanto proceso individual de canonización, proclamará al mundo la santidad de «los innumerables mártires de la Cruzada española», para alegría de muchos y vergüenza de los que hoy tratan de olvidarlos y hasta de escarnecerlos. (Aplausos.)

Y con los religiosos y los sacerdotes, cayeron inmolados por Dios y por España tantos y tantos cuyo nombre deberíamos citar aquí con emoción y reconocimiento: Casimiro de Sangenís, el diputado carlista; Arcadio Agelet y Salvador Ruiz, de la Falange leridana; Ramos Arques, el piloto civil que prefirió el martirio a cumplir la orden de bombardear Zaragoza; los jefes y oficiales de la guarnición, que se habían unido al Movimiento salvador de la Patria y que fueron fusilados frente a la puerta del Campo escolar.

¿Pero quién ordenó estas ejecuciones? ¿No hubo en Lérida, sujeta al Gobierno autónomo, una Junta Militar del Comité de Salud Pública, que entonces se constituyó? ¿Y quién formaba ese Comité? ¿No estaban representados los partidos políticos cuya legalización hoy se pretende?

¡Buena levadura la de Lérida! ¡Buen martirologio el de los leridanos! ¡Cómo se descubre la vieja solera tradicionalista, de la que en parte, como fruto del genio de España, nació la Falange! Las páginas de «El Correo Leridano», de «Terra ferma» y de «Toca ferro», ofrecían, en serio y en broma, buena doctrina y espíritu de combate.

• • •

¿Habremos aprendido la lección? Unos, sí; otros, no. El Gobierno, desde luego, no, puesto que el enemigo derrotado en la guerra, y al que hay que imputar los crímenes citados, sale de sus covachuelas, se le anima a organizarse y hasta, en cierto modo, se le invita para que acepte puestos de confianza y honor a la vez que se margina y se consiente que se viertan toda clase de infamias sobre las personas y los grupos políticos que salvaron a la nación de tanta ignominia y de tanta maldad.

¿Qué ofrecieron y lograron para España los enemigos del Régimen? ¿Qué pueden brindarnos en orden a la paz, el bienestar y la prosperidad de los españoles? ¿Qué metas alcanzaron durante el tiempo que detentaron el poder? No es un problema sólo de confrontación de doctrinas, sino de confrontación de realidades.

Y en vista de todo ello toleran los insultos a Franco: de Salvador de Madariaga, en Zaragoza; del Congreso de la UGT, en Madrid; de Jiménez de Parga, en su conferencia de Orense; de Antonio Gala, en un semanario madrileño, y del rector de la Universidad ovetense, que ha retirado no hace mucho el retrato del Caudillo de su aula magna. (Gritos unánimes de ¡Franco! ¡Franco!)

En este orden de cosas se exalta a los poetas de la subversión, Alberti incluido, se celebra el festival de música de los llamados pueblos ibéricos, se autorizan las reuniones y asambleas de los partidos políticos ilegales, se solicita el cambio de denominación de ciertas vías públicas, se pretende terminar con el desfile de la Victoria y con la conmemoración del 18 de Julio, se conculca el ordenamiento jurídico vigente apelando al ordenamiento jurídico futuro, se pone de manifiesto la sumisión a las cancillerías extranjeras cuya sonrisa y beneplácito se pretende. (Aplausos.)

¿Os figuráis al presidente Ford explicando en España su plan de gobierno para los Estados Unidos y la reacción del pueblo norteamericano al conocer dicho programa a través de la información facilitada desde Madrid?

A mi modo de ver, hay que destacar hoy en la política española tres signos alarmantes: la abdicación del Movimiento, la claudicación del Estado y la posible falta de independencia de la nación.

El proceso electivo para la designación de un consejero nacional del llamado «grupo de los cuarenta» ha puesto de relieve que tanto dicho grupo como el Consejo apoyan al ministro secretario general [Adolfo Suárez, poco antes de ser nombrado presidente del Gobierno], que propugna, con sus compañeros de Gobierno, una reforma que, de prosperar, lleva consigo la desaparición del propio Consejo y del Movimiento mismo. Es decir, que implícitamente la representación colegiada del Movimiento, a escala nacional, ha acordado su liquidación. La cosa me parece muy grave.

El Estado nacional, por otro lado, al convertirse en Estado liberal, niega sus orígenes, su partida de nacimiento y renuncia al equipaje doctrinal constituyente que le ha dado savia y vida durante años.

Por último, España, a mi modo de ver, se engancha plenamente y sin reservas a los Estados Unidos, olvidando que una cosa es el pueblo norteamericano, que merece nuestro respeto y nuestra simpatía, y otra los cuadros oficiales de gobierno que lo sacrifican en aras de intereses extraños a aquella comunidad.

Y no es que nosotros nos opongamos al entendimiento con Norteamérica. Son tan duros los momentos que vivimos, que una política de amistad con los Estados Unidos será conveniente. Pero una cosa es la conversación y el tratado entre dos potencias soberanas, y otra la entrega con armas y bagajes al poderoso, que sabemos por experiencia cómo nos trató en otras ocasiones. (Grandes aplausos.) Ahí está nuestra lista de agravios, más que suficiente para que nos comportemos con cautela que no impide la cortesía:
• Les ayudamos en la lucha por la independencia y nos contestaron con la invasión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. (Aplausos.)
• Les ayudamos en la última guerra con nuestra neutralidad y nos bloquearon, reduciéndonos al hambre. (Gran ovación y algunos gritos.)
• Se proclaman los campeones de la descolonización, pero no nos prestaron ayuda, ni poca ni mucha, para la descolonización de Gibraltar. (Ensordecedora ovación.)
• Se dicen amigos y nos dejaron solos cuando la «marcha verde» sobre el Sahara y no se pronuncian con claridad cuando surge el tema de Ceuta o Melilla.
• Prometen, pero en Asia abandonaron, después de una guerra inútil en la que hubieran podido fácilmente conseguir la victoria, Vietnam, Laos y Camboya, y en África, en contactos ocultos, entregaron a Rusia las provincias portuguesas de Ultramar.

• • •

Tengamos presente, al mirar a España con amor, que hoy no caben compartimientos estancos, que la importancia geográfica y cultural de nuestra Patria se conjuga con la dialéctica ideológica que conmueve al mundo. Por eso, aquí se libró y se continúa librando un combate de dimensión universal. Esto es lo que algunos, obnubilados por los temas próximos y que suponen más acuciantes, ni siquiera imaginan o vislumbran. En la línea de pensamiento que nosotros seguimos está claro que para dominar a España lo mejor es dividimos y escindirnos y si, con evidencia que salta a los ojos, el Régimen de Franco nos dio unidad y nos arrancó de la miseria, lo que urge y conviene al adversario es destruirlo, y con la máxima rapidez posible.

Los tres motivos de división condenados por nuestra doctrina constitucional, vuelven a ser declarados lícitos. Creo que fue José Antonio Primo de Rivera el que dijo lo siguiente:
• Se abolirá implacablemente el sistema de partidos políticos.
• Organizaremos corporativamente a la sociedad española mediante un Sistema de Sindicatos verticales, por ramas de producción, al servicio de la integridad económica nacional.
• Todo separatismo es un crimen que no perdonaremos.

Hablando precisamente del fenómeno separatista catalán, el mismo José Antonio aseguraba que era una especulación de la alta burguesía capitalista con los más nobles sentimientos de los catalanes. El separatismo, que tan escasamente ama a Cataluña, acabó por convertirla, no ya en una Cataluña de papel, como decía Torras y Bagés, sino en una Cataluña sovietizada y roja. (Aplauso unánime.)

No juguemos con las palabras

Cataluña, dijo Calvo Sotelo en su discurso de Tarrasa de 28 de abril de 1935, es España, por ser y seguir siendo Cataluña.

Por eso no cabe seguir jugando con las palabras regionalismo, nacionalismo y separatismo, sin darnos con exactitud su significación. Así, cuando se habla de nacionalidades del Estado español, parece incontestable que el Estado es uno y las naciones varias; y como el Estado no es más que una investidura jurídica, un instrumento, nada más viable que la pretensión de que a cada nacionalidad corresponde un Estado diferente.

Para nosotros, la nación, aunque diversa, es una, y esa nación única, que es España, tiene un Estado, que podemos y debemos configurar de aquel modo que mejor la sirva. En este orden de cosas el propio Calvo Sotelo pedía la descentralización administrativa y social y repudiaba la descentralización económica y política.

En esta hora en que, de nuevo, hablando de autonomía, estatutos y regímenes especiales, se intenta deshacer España, a Cataluña le corresponde un papel excepcional. «Hay que salvar España, y Cataluña debe aprestarse a ello, con cariño, con hegemonía inclusive —solicitaba con exaltación el protomártir de la Cruzada—. Porque España en ruinas, Cataluña será puro escombro; y Cataluña destruida será la ruina de España.» (Aplausos muy fuertes y prolongados.)

Dadnos, pues, catalanes, para la tarea difícil y hasta dolorosa que hemos asumido, vuestra tenacidad, vuestro espíritu de trabajo, vuestra vocación por el arte, vuestra sensibilidad poética, de igual modo que habéis arrancado el rojo y el amarillo de vuestra bandera para darnos la enseña nacional. La bandera catalana es así una bandera española reiterada; multiplicada, como un refrendo de españolismo de Cataluña. Por eso yo os pido que no os la dejéis arrebatar por nadie, y menos por los separatistas: que la enarboléis con orgullo, porque es vuestra, porque es tributo permanente de amor a España, e izada por el viento junto a la enseña nacional, repite al mundo que aquí, como en la Patria entera, hay sangre dispuesta a verterse para que no se la ofenda y no habrá oro bastante para pretender comprarla. (Gran ovación y algunos gritos.)

• • •

Se anuncia, bajo el signo que todos conocéis, una marcha, a la que se denomina «marcha de la libertad». Si llega a efectuarse, yo os invito a que convoquéis otra de signo diferente: la «marcha de la unidad». (Gritos ensordecedores en toda la sala). Y por el mismo itinerario, y recorriendo los mismos lugares y con la meta de Montserrat, donde nos aguarda el monumento del requeté caído, la cripta donde yacen aquellos combatientes heroicos de la Cruzada y la «Mare de Deu», Patrona de Cataluña.

• • •

Habéis respondido, catalanes de Lérida, a nuestra llamada. El acto que nos congrega es consolador, por la multitud aquí reunida, por el entusiasmo colectivo que a todos nos embarga. Decía José Antonio, y creo que es aplicable a nuestra conducta, que «estamos sirviendo, al par que nuestro modesto destino individual, el destino de España y de Europa, el destino total y armonioso de la creación».

i Y qué bello es pensarlo y sentirlo en medio de tantas y tan diversas tribulaciones!

Lérida es, en Cataluña, la capital de la «terra ferma», ¡y cómo hace falta pisar tierra firme, segura, en esta hora de vacilación y de cobardías I No abandonéis nunca la recia capitalidad de la tierra firme, vuestra capitalidad interior. No dejaros arrebatar por el centralismo que se disfraza de autonomía.

Recordad la obra de Franco, la prosperidad alcanzada, el sacrificio de los que fueron victimados por la horda, el patriotismo de los que, salvando mil peripecias, consiguieron alistarse en el Ejército nacional, y disponeos a defender y mantener lo alcanzado con tan indomable espíritu.

Una buena amiga me entregó en FUERZA NUEVA un soneto que voy a leer como conclusión de mi discurso. Tiene una sencillez encantadora y contagia una emoción indecible de agradecimiento. Se titula «Lección de una madre española a su pequeño». Y dice así:

«Franco crece en mi alma cada día
y se eleva, coloso sin frontera;
pienso en él y, sencilla, a mi manera,
quisiera yo sentir como él sentía.

Amar a Cristo, como nos decía
con su vida entregada y ¡tan austera!;
ser, del amor a España, prisionera,
sin vacío, barrera o lejanía.

Y mirando la efigie del Ausente,
quiero grabar su ejemplo en la memoria
del hijo que Dios puso a mi cuidado:

¡Este es Franco, mantenlo así en tu mente!,
—único en los anales de la Historia—:
mitad, monje —mi bien—; mitad, soldado.»

(Una ovación cerró los versos, poniéndose inmediatamente en pie la totalidad del auditorio, que interpretó las estrofas del «Oriamendi» y el «Cara al Sol»).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 494, 26-Jun-1976

Discurso pronunciado en Villavieja, Castellón, el 13 de junio de 1976

“UNA SESIÓN DE CORTES”

No sé –amigos y camaradas- si habéis caído en la cuenta de que hoy se cumple un nuevo aniversario de la entrada en Castellón, capital de la provincia, de una avanzada del Ejército nacional, que izó la bandera de España en una ciudad dominada por el marxismo y el miedo, sobre la torre del campanario de una de sus iglesias.

La avanzadilla de Franco fue entonces alivio y promesa. ¿No será hoy cuando la zozobra y la inquietud sacuden a nuestro pueblo, este acto de “afirmación nacional”, que celebramos en Villavieja, alivio y promesa también para muchos que, a juzgar por los acontecimientos y por la propaganda tendenciosa, pudieran creer que el esfuerzo de tantos años se halla en trance de resultar baldío? ¿No seremos nosotros, los hombres y las mujeres de FUERZA NUEVA, la avanzadilla ideológica y dialéctica que, en 1976 continúa convocando a la lucha por Dios y por la Patria, por el Pan y la Justicia?

La provincia de Castellón está llena de hitos recordatorios de la Cruzada. El 15 de abril de 1938, Viernes Santo, llegaba a Vinaroz la cuarta Brigada de Navarra, y al frente de la misma el entonces coronel Camilo Alonso Vega. El Mediterráneo se ofrecía en su ancha y diáfana transparencia, como un augurio de la victoria final. Por el Mediterráneo nos vino la fe y la cultura, como nos llega el amanecer de cada día. El coronel Alonso Vega, al igual que los héroes de la conquista americana, penetró en el mar, y con su espada sobre las olas que se iban acercando a la playa, trazó la señal de la cruz. Los soldados le siguieron, y arrodillándose en el mar, tomaron agua con los dedos de la mano derecha y se santiguaron con agradecimiento y con amor. Pío XI, emocionado al conocer la noticia, regaló un Santo Cristo, llamado de la Paz, para que todos los años saliese, como recuerdo, en procesión.

La liberación

Luego de aquellas jornadas, vino la liberación, hacia arriba y hacia abajo, de los pueblos de la Plana. El Ejército nacional se detuvo por aquí, en las proximidades de Villavieja y de Nules. Nules fue tierra de nadie, ciudad destruida y arrasada, en cuyo frente se cubrió de gloria la Bandera valenciana de la Falange.

Con la liberación quedaron atrás meses de angustia y pesadilla. La vacilación y la duda –tan nefastas en momentos decisivos- habían dado al traste con el Alzamiento nacional en Castellón, donde los carlistas –de tanta solera entre vosotros- al mando de José Gómez Aznar, y los grupos falangistas, nacidos al calor del acto de Burriana, en que intervino José Antonio, estaban prestos para lo que fuera menester.

La capital y la provincia saben de memoria los brutales asesinatos cometidos, la actuación vesánica de la Columna de Hierro, de las checas “Amanecer” y “La Desesperada”, de los fusilamientos del “Isla de Menorca”, convertido en prisión flotante.

Una mujer anciana, tradicionalista fervorosa, Josefa Martínez Caballer, fue paseada por los pueblos, insultada, escupida y al fin martirizada y muerta, clavándole en el cerebro, y a martillazo limpio, un punzón de acero.

***
De aquella España en ruinas de todo cariz, surgió una España nueva, distinta y próspera, recobrada para sí misma, independiente y soberana. Fue la obra del Régimen, con defectos, claro es, como propios de una empresa humana, pero con logros visibles que jamás se habían conseguido.

¿No habéis sido vosotros beneficiarios de esa obra? Aquí, gracias al Instituto Nacional de Colonización y a vuestro sacrificio, desapareció el proletariado agrícola y todos os habéis convertido en propietarios. Los naranjos cubren vuestra tierra, y si alguna vez, voces malintencionadas se atrevieron a insinuar que sólo con la caída del franquismo el fruto de vuestro trabajo tendría un precio remunerador y podría exportarse a Europa, hoy sabéis por propia experiencia, cuando Franco ha muerto y el franquismo con urgencia suicida trata de desmontarse, que los precios bajan para vosotros, aunque suban para el consumidor, y que jamás como ahora la naranja tuvo tantas dificultades para llegar a los mercados exteriores.

No penséis en el Mercado Común como solución. El Mercado Común es una suma artificial de intereses en muchos casos antagónicos. Vosotros sabéis cómo acaban de ser -como en tantas ocasiones- asaltados y quemados en Francia los camiones que transportaban frutas y verduras españolas, pero no ignoráis tampoco las batallas campales contra los respectivos Gobiernos de los agricultores franceses, belgas e italianos. Y es que Europa no puede concebirse sólo como una empresa económica, sino que, para que la misma sea viable, es preciso que antes se construya espiritualmente Europa y surja la vocación europea de cada una de las naciones que la integran. En este sentido podemos afirmar que España es quizá el único país de Europa en que ese espíritu fue salvaguardado y sobrevive como una esperanza para todos.

Aunque no fuera más que por este motivo, el Régimen de Franco merecería nuestro generoso agradecimiento, como lo merece –y tenemos pruebas evidentes de ello- de muchos hombres de Europa, de la llamada Europa libre y de la Europa sojuzgada por el marxismo.

No se puede adivinar el futuro

Pero el Régimen, cuya labor no podemos ensalzar aquí y ahora por extenso, ha realizado un avance social tan enorme, que cuesta trabajo pensar que la locura, la ambición, el revanchismo y las corrientes inflacionistas del nuevo sistema liberal que pretende implantarse, se ceben y complazcan en destruirlas.

Ante esa batalla social ganada, que ha rebasado incluso las aspiraciones teóricas, y a fines propagandísticos de los grupos marxistas, yo no puedo adivinar cuál sea para el futuro el programa, en este orden de cosas, de la oposición. Porque se han quedado sin programa, a no ser que éste no aspire a otra cosa que a dejar sin eficacia las reivindicaciones conseguidas en un ambiente de paz, de entendimiento y de justicia, sin recurrir a las huelgas salvajes, a la lucha fratricida y al deterioro de las empresas […]

***
Pero volvamos a la realidad acuciante de los últimos días. El 9 de junio de 1976 hubo en las Cortes una votación histórica. Por mayoría, los procuradores decidieron volver a un régimen de partidos, abrogando el Movimiento Nacional. Os confieso que lloré, tanto por la decisión lamentable como por la falta de pudor ajeno. No voy a entrar en el análisis de lo que un juramento solemne exige. Hay reflexiones en voz alta absolutamente inútiles cuando, como aquí ocurre, todos los presentes tenemos una conciencia clara de la valoración moral que merecen los sufragios emitidos en la sesión de Cortes que acabamos de citar.

Valga nuestro reconocimiento y homenaje a los procuradores que dijeron gallardamente que no, y en especial a Raimundo Fernández Cuesta, primer secretario general de la Falange, que supo exponer, con lógica diáfana, una argumentación jurídicamente irrebatible, ofreciendo a todos, incluso a los adversarios, una lección de ortodoxia y de lealtad a la doctrina profesada y jurada.

Al lado del discurso de Fernández Cuesta, y por contraste, hay que destacar, para comentarlo, el del ministro secretario general del Movimiento, don Adolfo Suárez, discurso que, con todos los respetos para la persona, yo me atrevo a calificar de hueco, por retórico; pesado, por reiterativo; absurdo, por incongruente, e insostenible, por sofístico.

Vayan por delante tres observaciones que estimo fundamentales:

• Se ha hurtado a la Cámara política [Consejo Nacional del Movimiento] un asunto de su exclusiva competencia –y no de la competencia de las Cortes-, de conformidad, claro es, con la legislación vigente, que es la única observable. En efecto, el artículo 4º de la Ley Orgánica del Estado dice que el Movimiento Nacional promueve la vida política, y a su representación colegiada, es decir, al Consejo Nacional, se atribuye, por el artículo 21 de la misma Ley, el estímulo de la participación auténtica y eficaz de las entidades naturales y de la opinión pública en las tareas políticas y de encauzar el contraste de pareceres.

• Por una Ley aprobada por las Cortes y que no va a referéndum, se modifican dos leyes fundamentales, a saber, la Ley Orgánica del Estado y la del Fuero de los Españoles (al menos en sus artículos 10 y 17) y se deja sin efecto el Principio VIII del Movimiento Nacional.

Claro es que el argumento, aunque frágil, no se elude. La reforma, en virtud de la cual se vuelve al sistema de partidos, no deroga ni modifica nada, tan solo aclara y desarrolla una normativa potencialmente inserta en nuestro ordenamiento constitucional.

• La urgencia con que la reforma-ruptura se produce contradice, de una parte, la mesura y reflexión con que la misma, de reputarse necesaria debiera hacerse y, de otra, produce la impresión de que se realiza con esta rapidez por razón de compromisos serios contraídos con fuerzas políticas y económicas que actúan dentro y fuera de nuestra Patria y que en ocasiones parece que exigen y hasta ordenan.

Sobre esta triple argumentación de base, el discurso del ministro secretario general del Movimiento [Adolfo Suárez] puede analizarse sin dificultad.

A primera vista resulta evidente que ha prescindido de toda alusión a la legalidad. Y es lógico, porque en este terreno no era posible conseguir ni una sola adhesión. Todo el encaje legal que el señor Suárez hubiera pretendido se le hubiera vuelto radicalmente en contra. Por eso rehuyó medrosamente el tema y acudió al terreno de las realidades, o, al menos, de las realidades que a él le interesa imaginar. Estas realidades son, para el ministro, las siguientes:

• Hay, de hecho, partidos políticos. Pues bien, los hay porque el Gobierno los ha convocado y estimulado, aunque no sean más, en ciertos casos, que unas siglas y unos cuantos recortes de prensa. Si, como el ministro dice, “ante los partidos, el Gobierno puede hacer tres cosas: combatirlos, ignorarlos o legalizarlos”, salta a la vista que el Gobierno de un Régimen “anti-partido” ha incumplido con su deber: primero, al ignorarlos y, ahora, al querer legalizarlos.

La legalización no es, sin embargo, una panacea universal. Por ese procedimiento se acabaría con el delito, desde el robo a la fabricación de moneda falsa. Para ello bastaría una modificación del ordenamiento jurídico; pero antes sería preciso abdicar del bien común, que es la razón de existencia del Estado y de la comunidad política.

• Los partidos no son malos, pues dice el señor Suárez, ya “no son grupos ideológicos que se enfrentan violentamente, sino diversidad de acciones programáticas”. Yo no sé qué información tiene el ministro sobre los programas de los grupos políticos que actúan en el mundo y comienzan a actuar en España. Pero un examen, por superficial que sea, sobre su comportamiento en el Líbano, en el Ulster o en Italia, por no citar el muy reciente de Chile, sería bastante para entender que tales programas conllevan un enfrentamiento ideológico radical y conducen inexorablemente a una lucha cargada de violencia.

Por si eso fuera poco, tenemos en España no sólo la experiencia reciente, que nos condujo a un doloroso trauma en el que se puso en juego la existencia de la nación y la vida de cientos de miles de españoles, sino las proclamas bien conocidas, carentes de rectificación y a todas luces desafiantes, de algunos de los partidos políticos que ahora renacen, impulsados por el Gobierno, y a los que hay que imputar aquel trauma doloroso, haciéndoles responsables del mismo.

• Los partidos recogen el pluralismo “para someter a debate lo que es accidental. Al legalizarlos, dice el ministro, estamos en la línea del Estado al que servimos, que nació plural”. ¿Por qué hemos de insistir –concluye el señor Suárez- en la uniformidad?

En primer término, será usted, y algunos como usted, los que han insistido en la uniformidad. Nosotros, que estamos en desacuerdo con la ley que autoriza los partidos políticos, nunca hemos querido, ni menos aún impuesto, la uniformidad; y ello, entre otras razones palmarias, porque no hemos formado parte de ningún Gobierno del Régimen.

Una cosa es que la vida política de una nación discurra a través de los partidos políticos y otra que se anquilose y encorsete a través del partido único; una cosa es el partido único y otra es el Movimiento. Los que han confundido el partido único con el Movimiento, habrán sido ustedes, nosotros no, y sólo a ustedes habría que hacer responsables de las consecuencias nefastas de la uniformidad pretendida.

Desde que nacimos a la vida pública, hemos dicho que la unidad no podía confundirse con la uniformidad, de igual modo que la diversidad, que es inevitable y conveniente, no podía, ni puede, confundirse con la desunión.

Naturalmente que lo accidental hay que ponerlo a debate. Si no fuera así estaríamos ante una tiranía. Pero eso, que es posible en el Movimiento, no lo es en un régimen de partidos, porque ideológicamente los partidos que cuentan ponen a debate lo fundamental; y eso equivale a la anarquía y al caos.

No entenderlo así supone que se construye con entes irreales y que se desconoce, por error o por habilidad dialéctica, el mundo de las realidades a que, primariamente, se hizo apelación.

• Los partidos legalizados responden a nuestro compromiso histórico, “terminando la obra realizada por el Régimen mediante la consolidación definitiva de una democracia moderna, que ofrezca al 70 por 100 de los españoles que no conocieron la guerra los instrumentos precisos para la conservación de la paz, rompiendo de una vez los círculos viciosos de nuestra historia”.

Las frases, entresacadas del amplio discurso del señor Suárez, son, al menos para mí, ininteligibles: porque entiendo que Franco rompió de una vez por todas, esos círculos viciosos de nuestra historia, que ahora se trata de repetir; porque entiendo que la democracia inorgánica que se persigue ni es la mejor, ni es, siquiera, la más moderna; porque, precisamente porque muchos millones de españoles son beneficiarios de la paz lograda por el Régimen, son tributarios de la Victoria que conquistó esa paz y de la ideología que la sirvió de base y fundamento; porque siendo ello así, no comprendo cómo a las nuevas generaciones se le arrebatan los instrumentos de la paz conocida y se le entregan los instrumentos de la subversión que acabará con ella; y porque no llego a entender tampoco que la coronación de una obra consista en el retorno al punto de arranque y de partida.

• Los partidos legalizados cumplen una de las cláusulas del “pacto” entre quienes detentan el Poder y quienes militan en una oposición todavía no reconocida. El “pacto”, asegura el señor Suárez, pretende una síntesis del pensamiento colectivo de las distintas fuerzas políticas.

La ventaja de estas afirmaciones del ministro secretario general del Movimiento [Adolfo Suárez] está en que ya sabemos, sin remilgos, a qué atenernos.

Hay, en primer lugar, un pacto, y este pacto no es el de las fuerzas nacionales que se dieron cita, con el Ejército, para la Cruzada. Este pacto no es de los Principios del Movimiento. Se trata de un pacto distinto entre el Poder y la oposición no reconocida legalmente. En virtud de ese pacto se va a una síntesis ideológica. Como propuesta teorizante podría admitirse. Como realidad es imposible. ¿Cómo va a hacer esa síntesis el señor Suárez, cuando en torno a la mesa de la reconciliación unos partidos políticos expongan en su programa que la vida individual y comunitaria se ordena conforme a una concepción espiritual, que arranca de la existencia de Dios, de una ley moral objetiva, de un destino trascendente del hombre, portador de valores eternos, y otros, hasta golpeando la mesa, aseguren que Dios no existe, que no hay otro derecho que el positivo, que la ley es pura decisión de la voluntad, que la conciencia o el Estado o el partido o la clase crean los baremos morales, y que el hombre no es otra cosa que un animal biológicamente evolucionado, cuya existencia termina con la muerte?

Preguntas

¿Qué síntesis hará el señor Suárez entre los que estiman indisoluble el matrimonio por derecho natural y los que exigen la ruptura del vínculo por mutuo disenso o por un índice más o menos largo de causales?

¿Qué síntesis hará el señor Suárez entre los partidos monárquicos y los que, como el socialista, reiteran su vocación republicana y su propósito de abolir la Monarquía, a la que el propio señor Suárez ha jurado servir?

Entre la “Comunión” en los ideales de la Cruzada, que uniforma el Movimiento, tal y como está definida en nuestro Derecho constituido y la “Síntesis del Poder con las fuerzas políticas adversas, en un Derecho constituyente, yo me quedo, naturalmente, con la primera.

Pero si éstas son las conclusiones elementales de un análisis del discurso del ministro secretario general del Movimiento, lo que no atino a vislumbrar que pueda sufrirse es que el regreso a un sistema de partidos políticos, abierto a los que militan contra el Régimen, pueda producirse, como ha dicho el señor Suárez, “sin renunciar a ninguna de nuestras convicciones”.

La “contradictio in terminis” es flagrante y para mí escandalosa, ya que si las convicciones oficiales del ministro coinciden con las mías, y las mías coinciden con las de la Comunión Tradicionalista; con las de José Antonio, que concibió a la Falange, desde el discurso fundacional del Teatro de la Comedia, como un anti-partido; con las de Franco, que con insistencia machacona los repudió, y con la doctrina informadora del Estado nuevo, no comprendo cómo es posible, sin abdicar de las propias convicciones, propiciar desde el Gobierno, y aún más, desde la Secretaría General, la formación, legalización e institucionalización de los partidos políticos.

Que esto, además, sea, según el ministro, para mantener la obra de Franco, al que se juzga y califica de “hombre irrepetible”, que llevó a cabo “una obra gigantesca, de la que todos somos beneficiarios y al que se debe un continuo homenaje de gratitud”, es inaudito. Y es inaudito, porque elogiar a un hombre y enaltecer su obra no se concilia bien con la destrucción de la misma, poniendo en práctica lo que él aborreció. Y porque si es cierto que se debe a Franco ese homenaje de gratitud, no se acierta a vislumbrar por qué se prohibió a los combatientes que lo llevaran a cabo en Madrid al cumplirse un semestre del fallecimiento del Caudillo.

¿Es ésa la libertad?

Por último, asegurar, como lo hizo el ministro, que de este modo se levanta “el edificio de la concordia nacional, en el que habrá un lugar holgado para cada español”, fue, sin duda, profético, porque la Providencia, que nos mira con afecto, quiso, para avisar a todos y al que hablaba con representación tan llena de responsabilidad, que pocas horas después de aprobarse ese “edificio para la concordia nacional”, que son los partidos, Luis Carlos Albo, jefe local del Movimiento de Basauri, cayera cosido a balazos por los pistoleros de la ETA, y de acuerdo con su “opción programática” hallase en el cementerio sitio holgado para su cadáver.

Si esa es la democracia moderna a la que el Gobierno nos empuja, yo, personalmente, no quisiera vivir bajo su sombra, que tan escasa libertad para vivir me ofrece.

¡Qué tremenda lección para la clase directora del país! ¡Qué advertencia! Porque morir en la lucha, por una causa que los capitanes asumen y por la cual pelean, situados al frente y en el puesto de mayor peligro, tiene, en medio de su dolor, su alegría y su júbilo; pero morir por una causa entregada, poco después de que los mandos de la más alta significación rindieron sus banderas y estimaron errónea la razón del combate, y confraternizaron con los enemigos, es rabiosamente heroico y dolorosamente indignante.

Por eso nosotros reclamamos como un timbre de honor la sangre vertida por nuestro buen camarada Luis Carlos Albo, suscriptor y entusiasta de FUERZA NUEVA. A su esposa y a sus hijos les enviamos desde aquí, con nuestro pésame, el perfume de una oración muy sentida, y la promesa de nutrirnos espiritualmente de su ejemplo.

“Familia inmensamente cristiana y española”, que perdonó cristianamente, pero que tiene el deber cristiano también de no olvidar; familia, en fin, que ha hecho suya la hermosa frase del testamento de Franco: “Mi marido, mi padre, no tuvo más enemigos que los enemigos de Dios y de España”. ¡Qué contraste entre el holocausto de un camarada de filas del Movimiento Nacional y la votación de las Cortes, con el discurso del señor Suárez, del 9 de junio de 1976!

• Vamos a tener ahora, dijo el ministro, “una política de rostros descubiertos”; y ello ha comenzado a cumplirse, pues hemos sabido, en aquella histórica jornada, quién es quién, cómo piensa realmente, cuál es su criterio sobre las lealtades prometidas.

• “La política o está asentada en la piedra angular de la autenticidad o no es política”, aseguró el ministro. Pues bien, si la autenticidad doctrinal de antes no coincide con la autenticidad doctrinal de ahora, la autenticidad no existe, y por ello, ni antes ni ahora hubo, en manos de ciertos gobernantes, una política verdadera, ¡y así, como es lógico, han marchado las cosas!

• “La subversión, la excluirá la sociedad misma cuando pueda organizarse con fórmulas civilizadas y atractivas”, concluyó, para quitar temores, el ministro secretario general del Movimiento fenecido [Adolfo Suárez].

¡Pero qué ligereza! Hasta ahora la sociedad española, por lo visto, y “a sensu contrario”, no había podido organizarse de una manera civilizada. Ahora, indudablemente, sí. Sin embargo, la subversión no se autodestruye, sino que aumenta, no sólo fuera de España –con fórmulas tan organizativas, tan envidiables-, sino en España misma, donde al amparo de las falsas libertades proliferan los asesinatos y los secuestros terroristas. Yo no sé en qué mundo vive el señor Suárez, pero lo que sí sé es que en la fórmula que el Gobierno Arias nos ofrece habrá más sobresaltos que atractivos, aunque las atracciones sean muchas, a base de columpios, tiros al blanco, y tíos vivos que se aprovecharán de las circunstancias, con notable perjuicio para España y para los españoles.

***
Ante la situación real, no la imaginada retóricamente, nosotros hacemos hincapié en nuestra postura conocida.

Escribió Benavente que “el enemigo sólo empieza a ser temible cuando comienza a tener razón”. Pues bien, nosotros, que no somos enemigos del Sistema, sino que hemos sido, a la intemperie y al margen del oficialismo, los guardianes de la doctrina, comenzamos a ser temibles, no porque tengamos razón, sino porque estamos hartos de razones. Por eso nuestros actos públicos son multitudinarios y entusiastas, y pese al silencio y a la difamación casi generales, nuestra marcha es incontenible y arrolladora.

Desde la lealtad que debemos al jefe del Estado, y desde las razones que nos asisten ante el desgobierno suicida que padecemos, le decimos con la esperanza inicial que en él depositamos: “Cuenta con nosotros para mantener, continuar y perfeccionar la obra de Franco, que hizo posible la Monarquía y la Corona; no cuentes con nosotros para alentar y avalar con nuestro aplauso o nuestro silencio a los que tratan de destruirla”.

A esa línea de pensamiento responde la existencia de FUERZA NUEVA, su comparecencia en las grandes ciudades –el cine Morasol, de Madrid, o el Palau de la Música, de Barcelona- o en los pueblos pequeños como Talarrubias, en Badajoz; Pedreguer, en Alicante, o Villavieja, en Castellón.

Aquí, entre vosotros, como en tantos lugares, os recordamos a la avanzadilla que, hoy hace años, izara la bandera nacional, como una esperanza, o mejor, como un adelanto de la Victoria.

¡ARRIBA ESPAÑA!

(Fuertes aplausos cerraron el discurso del fundador de FUERZA NUEVA, cantándose a continuación el “Cara al Sol” por todos los presentes).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 495, 3-Jul-1976

Discurso pronunciado en el teatro Maestro Guerrero, de la Puebla de Almoradiel (Toledo), el 20 de junio de 1976

EL FUTURO ES DE LOS QUE CREEN”

Camaradas, amigos, paisanos:

Hoy se cumplen siete meses de la muerte de Franco. Mas parece que transcurrió mucho tiempo, a juzgar por el cambio que se impone con urgencia democrática y suicida. El cambio ha sido tal en la gobernación del Estado, que los antiguos colaboradores de Franco, por una parte, tratan de deshacer su obra, y por otra, de que su nombre se olvide (grandes aplausos).

Ejemplo de lo primero: la Ley de Asociaciones Políticas. Ejemplo de lo segundo: la prohibición a los combatientes para manifestarse en Madrid el 20 de mayo. Pero, por contraste, se autorizan los homenajes a García Lorca y a Miguel Hernández, transformándolos en mítines subversivos.

Me decía un amigo: “Si un combatiente nacional caído antes del primero de abril de 1939 levantara la cabeza y contemplase el espectáculo que tenemos a la vista, llegaría a la conclusión de que la guerra la ganaron los rojos”.

Hoy celebramos un acto político de signo nacional en La Puebla de Almoradiel, que recordará a muchos, sin duda, por su talante y por su momento histórico, el 22 de abril de 1934, en el que habló José Antonio.

Tres afirmaciones de José Antonio

No conservamos su discurso. No hubo taquígrafos ni había entonces cintas magnéticas para grabarlo. Pero nos queda un resumen, del que entresaco tres afirmaciones que hacemos nuestras:

1.”Emoción y orgullo al dirigir la palabra a los campesinos, depositarios del verdadero espíritu nacional, en los que se conservan puras, en lo profundo del ser, las virtudes de la raza”.

Por eso, FUERZA NUEVA toma contacto con los pueblos: Talarrubias, El Entrego, Pedreguer, Vall de Uxó, Valdepeñas…

El Ejército nacional, fundamentalmente, fue un ejército de campesinos y estudiantes. Aquéllos confían en el Dios Todopoderoso, que envía soles y lluvias para la granazón de la cosecha. Estos, con el alma limpia e inquieta, saben ofrecerse con generosidad por las causas nobles y grandes que demandan sacrificio y esfuerzo.

2.Concepción de la política, no como arte de componendas o como camino de acceso a los cargos públicos, sino como una empresa al servicio de España.

Por eso nuestra oposición a la vuelta al sistema de partidos, aceptado con júbilo por nuestra clase directora.

3.La vida sólo es aceptable para asumir esa empresa noble.

Por eso abandonamos la vida muelle, confortable, y damos un paso hacia adelante desde la mayoría silenciosa, desde la fiesta y la siesta que susurran voces tentadoras en nuestros oídos, para andar por las tierras de España, para galvanizar y advertir y organizar a nuestro pueblo en esta hora doblemente difícil: porque Franco ha muerto y porque los enemigos de la Patria y de la civilización cristiana, que en sus cubiles vigilaban con acecho, pasaron a la ofensiva y atacan con furor.

Nuestra ascética religiosa y política nos exige alejarnos de la devoción falsa por un cielo fácil –el reino de Dios pertenece a aquellos que se hacen violencia-, y dedicarnos a la conquista del paraíso que se alcanza con dificultad y hasta con sangre –sin sangre no hay redención-, de ese paraíso en cuyos puestos hay, como decía José Antonio, y la basílica del Valle de los Caídos nos recuerda, ángeles erectos y firmes, con espadas (gran ovación).

Origen de la situación actual

Los problemas que hoy contemplamos no han surgido de la noche a la mañana. Durante los últimos años de Franco, la presión internacional, el despegue ideológico de muchos de sus colaboradores, la actitud oficial de la Iglesia, erosionaron la arquitectura del Régimen.

La confianza de la nación en Franco, en su patriotismo, en su experiencia y hasta en su habilidad pudo ser motivo justificante de la orientación hacia temas no esencialmente políticos, de las preocupaciones generales. El pueblo, contra lo que de ordinario se dice, no aspira a gobernar, sino que lo único que desea es ser bien gobernado (aplausos).

Esta confianza de la nación tuvo su parte positiva evidente, pero tuvo también su aspecto negativo. De una parte:
1) Franco no era eterno,
2) las fuerzas vencidas en la Cruzada no renunciaron al desquite,
3) en la clase directora del Régimen cundían el desaliento y la voluntad de “pacto” a través de la reconciliación, de los cambios y de las reformas,
4) los gobiernos de las naciones liberales, de un lado, y los marxistas, de otro, no podían resistir el desafío de una España unida y en orden, con un creciente poderío económico y un extraordinario prestigio internacional.

• Así, los veinticinco años de la victoria (1964), es decir, las bodas de plata, con la paz lograda por la victoria, no se celebraron de acuerdo con las exigencias requeridas. En un acto inolvidable celebrado en aquella ocasión, bien significativa, en el teatro Calderón, de Valladolid, pusimos de manifiesto cómo desde los medios oficiales quería identificarse a la efemérides con una paz amputada de la guerra, surgida por generación espontánea, poco menos que regalada, sin heroísmo y sin esfuerzo, una paz burguesa y aséptica, conmemorada por unos carteles sin banderas, pero plagado de palomas y cornúpetos, a manera de anuncios de un circo pobre o de unas fiestas patronales con tiro de pichón y corrida de toros.

Pero la verdad es, aun cuando haya querido ocultarse, que sin la victoria la paz hubiera sido imposible. La victoria sin alas no estremece porque le faltan las alas, porque alguien por sorpresa o con ira se las haya arrancado, porque mientras haya vida interior en ella, las alas retoñarán con brío. Lo lamentable e irremediable sería que, sin savia genética, las alas se cayeran por sí solas, luego de perder su lozano color de origen. La victoria sin alas sería entonces una victoria muerta, puro cadáver entregado sin resistencia al enemigo de ayer y de hoy para que la despedace (gran ovación).

• Así, los medios de información, de diversión y de formación, en ese clima de olvido y dejadez, han ido pasando poco a poco, y últimamente con una rapidez que parecía imposible, a poder de los adversarios del Régimen. No había partidos políticos, pero había órganos de expresión y de difusión de sus respectivos idearios. No había mítines, pero la pantalla y el escenario los suplieron en gran medida. Los centros escolares y la Universidad incluida asumieron la misión de inculcar en nuestras juventudes el patriotismo, pero los acontecimientos nos dicen hasta qué punto se han convertido, por causas de las que los estudiantes son los menos responsables, en incubadoras marxistas.

• Así se ha ido deteriorando la paz y el bienestar de los españoles, especialmente después del brutal asesinato de Carrero Blanco y de la muerte del Caudillo.

Los asesinatos y los secuestros se han convertido, de tanto repetirse, en pura noticia, y la frase del ministro Fraga, dirigida al terrorismo: “¡Si quieren la guerra la tendrán!”, está demostrando con los hechos, o que no se hace la guerra o que el Gobierno la pierde cada día (ovación de gala).

• Así, la paralización y la crisis económica debidas esencialmente a la inseguridad en el presente y en el futuro, y reflejada: en las huelgas que se estimulan y mantienen desde el exterior, contra la propia voluntad de los propios obreros, que cuando se liberan, como ocurrió en HUNOSA, de la presión de los piquetes marxistas, acuerdan reintegrarse al trabajo, en el freno de las inversiones empresariales, en el aumento progresivo y alarmante del paro, en la disminución de la reserva de divisas, en la evasión de capitales, en la inflación creciente, en el endeudamiento exterior, en la próxima apertura de poderosos bancos extranjeros, en el pago con anticipo de contribuciones no liquidadas, en la hipoteca, en fin, de nuestra soberanía.

• Así, la confusión política, que va desde los vocablos, cuya profunda y auténtica significación desconocen las gentes sencilla, al ser manejados por personas de calificación política u moral diferente (evolución, cambio, reforma, ruptura, pacto…) hasta las siglas de grupos y grupúsculos políticos significación antagónica, pasando por la legalización o no legalización, y en todo caso por la tolerancia, del Partido Comunista y el separatismo, puesta de relieve en actos como los del frontón Anoeta de San Sebastián y el campo de fútbol del Barcelona, con ocasión del último partido entre un equipo de la URSS y una selección catalana.

Según la referencia de la agencia Cifra, en el frontón Anoeta “se guardó un minuto de silencio en recuerdo de los muertos en el País Vasco, por los presos actualmente en la cárcel y por los exiliados”. Hubo “gritos de amnistía, el himno de los gudaris y banderas nacionalistas”, y entre los oradores, Francisco Idiáquez, del Partido Comunista de Euzkadi, pidió “un estatuto de autonomía, similar al de 1936, como un primer paso hacia otros logros, como son el socialismo y una sociedad comunista”.

• Así, por último, el declive de España en el plano internacional. Hemos perdido el Sáhara tan pronto como se descubrió por la plutocracia internacional (aplausos) el valor de los superfosfatos; sigue pendiente de ratificación el famoso Tratado con los Estados Unidos, y se interrumpen con facilidad, por la intervención de Santiago Carrillo, las negociaciones con Rumanía para la elevación a embajadas de los respectivos consulados generales (aplausos muy vivos).

***
¿Volveremos al caos después de cuarenta años de paz? ¿Se repetirán las matanzas de la provincia de Toledo? ¿No nos dicen nada, frente a los comentarios de la falsa reconciliación, las cruces de nuestras sendas, las listas de nombres fijadas a los muros de nuestras iglesias, los monumentos a los caídos de nuestros pueblos y ciudades, las criptas donde aguardan la resurrección nuestros héroes y mártires, la basílica inmensa, impresionante de Cuelgamuros? ¿Nos avergonzaremos de todo ello?

La Iglesia, antes de la defección de algunos de sus estamentos, pidió en España, por boca del cardenal Gomá, en agosto de 1939, que los victimados por la vesania roja pudieran descansar “bajo las bóvedas de los templos, para que los mismos sepulcros testifiquen a las generaciones futuras el temple de la Cruzada española contra el comunismo”.

Y Pío XI, en su “Divini Redemptoris”, escribió, hablando de la España de entonces: “No se ha destruido una que otra iglesia, uno que otro claustro, sino que, cuando ha sido posible No se ha limitado a derribar alguna que otra iglesia, algún que otro convento, sino que cuando ha sido posible, se arrasaron todas las iglesias, todos los claustros y todo vestigio de religión cristiana (grandes y prolongados aplausos. Esta espantosa destrucción se ha llevado a cabo con un odio, una barbarie y una ferocidad que se consideraban imposibles en nuestros tiempos. El comunismo es intrínsecamente perverso y no se puede admitir en ningún campo la colaboración con él, de parte de los que quieren salvar la civilización cristiana. Y si algunos, inducidos al error, cooperan a la victoria del comunismo en su país, serían las primeras víctimas de su error, y cuanto más se distingan las regiones en que el comunismo logre penetrar por la antigüedad y grandeza de su civilización cristiana, tanto más devastador se manifestará el odio de los sin Dios”.

¡Qué actualidad la de esta encíclica para los políticos católicos de España y sobre todo para Italia, que hoy decide su destino!

Nosotros no olvidamos ni la lección de entonces ni el mensaje del Vicario de Cristo. Son otros los que lo han olvidado y hasta insultado.

De aquí nuestro combate por España, con medios escasos, pero justos, entre el silencio y la difamación, sin tiempo para contestar, porque el amor a la España en peligro nos impide detenernos para defender nuestro honor. ¿Qué importa perder un coche?(*) ¡Y los que dieron y dan la vida! Nosotros tenemos el respaldo de todos los muertos por Dios y por España. Y esa sangre no reclama venganza, pero sí reclama fidelidad. Por eso recordamos la oración de Sánchez Mazas: “Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor” (aplausos). “Tú nos elegiste, Señor, para que fuéramos soldados ejemplares; custodios de valores augustos; números ordenados de una guardia puesta para servir, con amor y valentía, la defensa suprema de la Patria”.

Danos, Señor, perseverancia:
Para resistir a las tentaciones de la huida o el escondite, de adaptarnos a la nueva situación, de hablar y murmurar tan sólo.
Danos perseverancia:
• convencidos de que habitamos en la verdad,
• convertidos y transformados para servirla en
• militantes inasequibles al desaliento
• tenaces y fuertes hasta pasar de bisoños a veteranos,
• conscientes de sabernos guía de un mundo que sigue confiando en la misión universal y salvadora de España.

El porvenir es de los que creen, no de los escépticos. Sólo nuestra debilidad interior puede depararnos la derrota. Pero nuestro pulso no temblará.

Por desgracia, el frente rojo se perfila. Habrá que oponerle un frente nacional, porque las medias tintas no cuentan, como no cuentan los Pilatos. Sardá y Salvany dijo de ellos que “no aborrecen la verdad, pero no quieren ser aborrecidos por causa de ella; quisieran que el error y la verdad viviesen amigos, hermanos; el error, por tolerante, y la verdad, por caritativa. Nada de asperezas, de intransigencias, de actitudes claras y definidas. En todo, el equilibrio, el justo medio para el bien y para el mal. La falta de consideración, el despecho, los dicterios, guárdense para quienes en su política no se avengan a seguir ese meloso procedimiento de las transacciones. ¡Duro con éstos!” (grandes aplausos).

El hibridismo suele ser estéril. El sincretismo no prospera como no prosperó el esperanto, ni a nada conducen el falso irenismo o el ecumenismo dogmático.

El frente nacional de hoy, que nosotros pedimos, no sólo en la base, sino también en la cabeza, con el mismo tesón con que en su tiempo lo pedía José Antonio, supone no sólo que se depongan actitudes personalistas, sino también determinados límites históricos y morales.

Desde el punto de vista histórico, a mi manera de ver, no cabe el regreso a los afluentes que dieron origen al 18 de Julio. La fecha es un punto de arranque y de partida, una diana divisoria del acontecer nacional. La marcha atrás, la recomposición de las fuerzas públicas originarias, con independencia de sus propias dificultades, implicaría un retroceso, una abrogación lamentable de los conseguido y alcanzado.

Desde el punto de vista moral, el frente que propugnamos tiene dos limitaciones elementales: del mismo deben excluirse aquellos cuya conducta en el manejo de los negocios públicos no fue limpia, y aquellos otros que demostraron su verdadera ideología o su falta de lealtad a los Principios que juraron, diciendo que “sí” en el pleno de las Cortes del pasado día 9 de junio, a los partidos políticos (gran ovación).

***
Decía Onésimo que los problemas graves de España se habían planteado porque faltaban hombres. Afortunadamente, esos problemas graves se resolvieron en un trauma doloroso, porque hubo los suficientes para levantar a la nación. Esperamos que ahora los haya también. Y recordemos, con esta finalidad, la anécdota de José Antonio: una de las hermanas Aramburo le preguntó por qué no se casaba. José Antonio respondió decidido que no quería dejar viuda joven y que le quedaba el consuelo de que a su muerte le lloraran todas las mujeres de España. Yo creo que a José Antonio le lloramos todos, los hombres y las mujeres, los amigos y los enemigos a los que todavía quedaba un adarme de caballerosidad. Lo que importa en este momento es el sentido y el alcance de las lágrimas. Porque a la hora de luchar por España, las lágrimas de dolor son insuficientes; las que urgen son las lágrimas que prueban la resolución varonil de continuar el combate.

¡Arriba España! (una larga y prolongada ovación del auditorio –dos mil quinientas personas puestas en pie- cerró el grito del orador, cantándose el “Cara al Sol” a continuación).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 496, 10-Jul-1976

Palabras pronunciadas en el restaurante El Bosque, de Madrid, el 25 de junio de 1976, con motivo de la cena de clausura del VII Ciclo de Conferencias del aula de FUERZA NUEVA

ÉXITO CRECIENTE

“Podemos decir que el curso político 1975-1976 ha sido un curso fuerte, jalonado por tres acontecimientos: la muerte del Caudillo, el primer Gobierno de la Corona y la puesta en marcha de la aventura reformista. Por cierto, que esta aventura ha pasado desde la evolución del sistema a partir de sus raíces institucionales, al cambio; del cambio a la reforma propiamente dicha; de la reforma a la ruptura democrática; y de la ruptura al “pacto”.

En esta línea, la jornada del 9 de junio en el pleno de las Cortes fue decisiva; allí se liquidó el Movimiento Nacional y se dio paso a un régimen de partidos políticos, con derogación anticonstitucional, pero a todas luces evidente, del Principio VIII.

El análisis de la votación sería curioso. Yo os confieso que me sentí avergonzado de la falta de pudor ajeno. Hubo ausencias y abstenciones incomprensibles. Hubo “noes” rotundos, categóricos, gallardos, varoniles. Y hubo “síes” de análogo cariz por parte de quienes procedían de acuerdo con un talente político jamás ocultado. Pero hubo asentimientos casi silenciosos, vacilantes, dubitativos, cargados de temor, que apenas se oían y que provocaban llamadas de atención por parte del secretario, que no percibía con claridad el sentido del voto (risas y algunos aplausos).

***
Hace un año nos reuníamos aquí con finalidad análoga a la presente y, entre otras cosas, hacíamos referencia a unas afirmaciones del presidente Arias, que han quedado incumplidas o que las últimas disposiciones y acontecimientos han contradicho de un modo terminante. Estas afirmaciones fueron las siguientes:
1) Nos negamos a arrinconar nuestros Principios.
2) Pongo en cuarentena la eficacia de las empresas reformistas.
3) Cometen un error los que pretenden replantear los fundamentos de nuestro vivir colectivo.
4) Se pretende el derribo de nuestro edificio constitucional para edificar sobre su solar el ágora de unas supuestas libertades democráticas.
5) Quedará radicalmente excluido el comunismo por su inspiración marxista.

***
Mientras acontecimientos y disposiciones han dejado reducida a la nada las afirmaciones del presidente, nosotros hemos celebrado con normalidad y éxito creciente nuestro acostumbrado ciclo de conferencias; en una veintena de actos de afirmación nacional nos hemos puesto en contacto directo con más de cuarenta mil españoles; tenemos en marcha la ampliación de capital de la empresa; hemos inaugurado la nueva aula, con ocasión del décimo aniversario de la fundación de FUERZA NUEVA; hemos soportado las campañas de difamación que han llegado a límites que no podíamos imaginar, como la publicación en exclusiva en un semanario erótico de Madrid, de unas declaraciones que jamás hice ni en ningún caso haría a semejante publicación.

***
Mientras tanto, también, luego de reflexionar sobre el tema, y pese al desagrado que la decisión lleva consigo, hemos resuelto, sin perjuicio de nuestra actividad editorial, constituir a FUERZA NUEVA en partido político. Nadie nos negará que hemos llegado hasta la situación límite prevista, y que con todos los medios lícitos a nuestro alcance nos hemos opuesto a un sistema de partidos. La nueva ley nos plantea tres posibilidades: renuncia a la actividad política, paso a la clandestinidad y configuración asociativa.

Es lógico concluir que hemos aceptado la última. Cuatro argumentos la avalan:

1) No queremos quedarnos sin cobertura legal.
2) Debemos recoger con ilusión y esperanza el fruto de diez años de intensa labor.
3) Conviene una presencia organizada de FUERZA NUEVA para, en la contienda electoral o en el referéndum, propugnar una reacción concorde con los ideales del 18 de Julio.
4) Demostrar que hemos repudiado los partidos porque de acuerdo con la doctrina recibida, con el pensamiento de Franco y con la experiencia, son perjudiciales para España; no porque nosotros personalmente los temamos o no quisiéramos –por miedo- llegar a las urnas a través del sufragio universal.

Que nos dejen la libertad prometida, que los medios de información se comporten con objetividad y que las propuestas oficiales sean claras e inteligibles, y veremos el resultado.

Camaradas y amigos: ¡arriba España!

(Grandes aplausos surgieron del numeroso público presente, que acto seguido entonó el “Oriamendi” y el “Cara al Sol”).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 496, 10-Jul-1976

Desagravio al monumento a la Victoria (La Mancha, 28 de julio de 1976)

DESAGRAVIO AL MONUMENTO A LA VICTORIA

Más de 2.000 personas en Valdepeñas (Ciudad Real), al pie de la figura escultórica dinamitada el pasado 18 de Julio

El acto comenzó con el rezo de un misterio del Rosario y un responso, dirigidos por el padre Venancio Marcos, secretario de la Hermandad Nacional Sacerdotal. A continuación, y sobre la estructura descubierta por la voladura, se depositaron docenas de coronas de laurel, claveles, las cinco rosas, que portaban jóvenes de ambos sexos, y que representaban la ofrenda floral de las delegaciones provinciales de FUERZA NUEVA. Acto seguido, Juan Carlos Huertas, por enfermedad de su padre, Francisco Huertas –que, a pesar de ello se hizo presente-, delegado provincial de Ciudad Real, pronunció unas emotivas y gallardas palabras, aplaudidas y vitoreadas por el público (…)

Cuando tomó la palabra Blas Piñar para cerrar el acto, todavía subían personas por la loma, y también a lo largo del discurso (…)

Habla Blas Piñar

“Así dejaron el monumento al Ángel de la Victoria en la madrugada del 18 de julio de 1976, cuando se cumplía el 40 aniversario del Alzamiento Nacional.

Nos hemos reunido aquí los hombres y las mujeres de FUERZA NUEVA, no sólo para poner de manifiesto nuestra lealtad a los ideales del Alzamiento y de la Victoria, ganada a pulso por la mejor juventud de España, sino para decir a los cuatro vientos que todo lo que simboliza esta imagen, deshecha hoy, continúa en pie. De no ser así, el odio y el afán de revancha no se hubieran desencadenado con la furia que aquí se hace tan hiriente y reveladora.

Nos hemos reunido para formular un escalafón de autorías y responsabilidades. Porque ha habido, claro es, unos autores materiales del delito. A tales autores, al menos, hay que reconocerles el valor y la gallardía del riesgo, del riesgo a ser detenidos y del riesgo a que les estallara la dinamita.

Pero también hay unos autores morales, por inducción y por deserción.

Autores morales por inducción podemos considerar a aquellos que asumen el papel hipócrita de dar la orden en secreto y en voz baja, mientras continúan sonrientes en sus puestos cómodos y protegidos y ponen en juego una campaña difamatoria en la que, con ausencia de coraje, imputan a los que ellos llaman la extrema derecha -y que no es otra cosa que la extrema fidelidad-, los crímenes de que son responsables.

Autores morales por deserción podemos considerar a quienes han olvidado el 18 de Julio, a quienes niegan su propia legitimidad, su partida de origen y nacimiento, dejando un vacío político que el adversario aprovecha y sabe llenar. Decían los periódicos que este año la conmemoración del 18 de Julio fue muy escasa. ¡Ni siquiera tuvo lugar la recepción en La Granja!

El espectáculo de la conmemoración hecha por el enemigo con bombas y dinamita, con destrucción de monumentos, cruces y edificios, se completa con la España silenciosa en torno.

Yo no puedo creer que ese silencio sea el silencio de la indiferencia, más bien será el silencio de la consternación y del asombro, el silencio contenido que precede al llanto, al sollozo, al grito de rebeldía y de protesta. Porque España no sólo les duele a los españoles, sino que comienza a hacerles llorar lágrimas de ira.

Mientras tanto, continúa su marcha el proceso “reconciliador”. ¿Cómo contesta el adversario, cómo replican las fuerzas de la oposición no legalmente reconocidas, como las llama el señor Suárez? Sencillamente así:

• La amnistía es muy pobre, hay que aplicarla, globalizarla, universalizarla, como pidió monseñor Suquía durante la ofrenda al Apóstol Santiago. Habrá que incluir en ella a los asesinos de Carrero Blanco, a los de las víctimas de la calle del Correo, a las de tantos y tantos españoles modestos, trabajadores, guardias civiles y de la Policía Armada, taxistas, alcaldes y jefes locales del Movimiento, etc.

De esta forma, los maestros oficiales del espíritu se constituyen en adalides de una religión invertida. El cristianismo, que es la religión del amor, se convierte en una religión de la impunidad, y el amor a los enemigos se distorsiona tanto que obliga a pasar a las trincheras de enfrente y a escupir, con un complejo de inferioridad que sobrecoge, a los hermanos en Cristo y en el Evangelio.

• Hacéis concesiones, dicen al Gobierno los que se agrupan en la oposición al Sistema, porque constituís un equipo de transición, puente efímero para una situación nueva que nosotros dominaremos.

***
(…) De entre tantos lugares heridos por la metralla roja, hemos elegido éste: por lo mucho que el Ángel de la Victoria representa, en un tiempo de Arcángeles, como el nuestro, en el que está planteada a fondo y a lo ancho del mundo una batalla ideológica y espiritual; por tratarse de un lugar visible para todos, en la carretera de Andalucía, paso constante, y ahora en especial, de españoles y extranjeros; en lo alto de un cabezo, en el que fueron sacrificados, por los que ahora se yerguen con rencor, tantos y tantos españoles; por tratarse de un monumento erigido en honor del Ejército, para el cual el Ángel de España consiguió la Victoria.

Como la Providencia es infinita, la metralla y la pólvora dejaron en pie lo sustancial del monumento, que yo no reconstruiría, sino que convertiría, tal y como ahora se halla, en lugar de peregrinación para nuestras juventudes.

Queda la armadura de hierro de la arquitectura interior, y las alas que representan el genio de la estirpe, y la espada del combatiente.

Con ello nos sobra para continuar la empresa y para asumir la aventura de despertar a España en la siesta del largo y oscuro verano que vivimos. Y si España no despertara, o si despertando quisiera continuar perezosa y en bostezo, entonces, ¡Señor!, por medio del Ángel de España, del Ángel de la Victoria, danos la fortaleza de hierro, las alas del espíritu y la espada del soldado, para testimoniar nuestra fe en unos ideales por los que estamos dispuestos a luchar, y si fuera necesario, a morir.

¡Arriba España!

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 500, 7-Ago-1976

Discurso pronunciado el 1 de octubre de 1976, XL aniversario de la exaltación de Francisco Franco a la jefatura del Estado, en el salón de actos de FUERZA NUEVA

«FUERZA NUEVA» Y EL MOMENTO POLÍTICO ESPAÑOL

Hoy, hace exactamente cuarenta años, en Burgos, capital entonces de la España renacida y en guerra, Franco, al asumir la tremenda responsabilidad de ganarla, ofreciendo la victoria a todos los españoles, dijo, cortado por la emoción de aquel trance histórico: «Me entregáis España, y yo os aseguro que mi pulso no temblará, que mi mano será siempre firme. Llevaré a la Patria a su punto más alto o moriré en el empeño.»

Permitidme que, al conmemorar este cuarenta aniversario de la exaltación del Caudillo, por una España en armas, a la jefatura del Estado, próximos a recordar el primer aniversario de su muerte, me ponga en pie, y os invito a poneros en pie a todos (todos los presentes se levantan) como signo público de admiración y de respeto hacia el hombre extraordinario, el militar prestigioso, el español fuera de serie, el gobernante cristiano, el símbolo para un mundo en lucha, que cumplió su promesa en plenitud, ya que si por una parte llevó a España a su cota más alta de paz interior, de bienestar económico y de respeto internacional, de otra, murió en el empeño, pues su muerte, deseada por sus enemigos, que jamás se atrevieron a atentar seriamente contra su vida, fue el toque de llamada para que todos los resentidos y revanchistas, todos los desleales y traidores, todos los que han arrancado de su pecho las nobles virtudes de la gratitud y del honor, se avalancen, con premura y con odio, sobre lo que es más importante que su vida, sobre la obra genial que Franco levantó con paciencia heroica y con patriotismo sin límite, para destruirla y desarraigarla, para cubrirla de insultos y de injurias, para profanarla y difamarla. (Grandes aplausos.) ¡Qué huecas y falsas suenan las tímidas frases laudatorias para el Caudillo muerto —para el anterior Jefe de Estado— en boca de quienes luego de haber jurado ante Dios, y reiteradamente, fidelidades absolutas se prostituyen en alianzas torpes, en elogios encendidos para sus adversarios, en colaboraciones increíbles, con quienes ofenden y siguen ofendiendo, en España y fuera de España, el nombre y la obra de Francisco Franco.

¡Cómo se levanta y encrespa la indignación ante el espectáculo que ofrece al pueblo sencillo el comportamiento público de un sector desgraciadamente mayoritario de nuestra clase directora!

Por eso, para frenar en lo posible los extravíos verbales a que la emoción oratoria pudiera dar origen, espoleada por esa indignación santa y legítima, he preferido hacer ante vosotros, más que un discurso, un informe; más que una arenga, una meditación en voz alta, que comprenda, desde el relato y examen del momento político español, hasta la postura de FUERZA NUEVA, que, como es lógico, será en todo congruente con las afirmaciones doctrinales y tácticas que asumimos con nuestra partida de nacimiento en 1966.

A este informe, aparentemente frío, no le faltará calor interno, como no falta el arrebato fervoroso de la contemplación al silogismo perfecto que descubre la verdad, o a la fórmula matemática que se logra después de ahondar en el cálculo y que nos brinda la solución ambicionada para un problema que parecía totalmente insoluble.

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El momento político español en que conocéis el informe que ahora os ofrezco, a los cuarenta años del 1.° de octubre de 1936, y ante el propósito bien visible de desmontar con urgencia la obra realizada, me obliga, para deducir las consecuencias lógicas y fijar con toda precisión la postura de FUERZA NUEVA, a señalar, como antecedente necesario, qué España recibió Franco, y las razones últimas por las cuales hubo que llegar al drama doloroso y sangriento de la guerra de Liberación.

Este análisis será un repaso de la historia última, un recuerdo de su filosofía inmanente y una proyección de luz, en alzada, sobre la situación actual, en la que el tema de España vuelve otra vez a plantearse en términos dramáticos.

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«Me entregáis España», dijo Franco. ¿Pero qué España? Sencillamente, la España de la Monarquía de Sagunto.

El 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos proclamó como rey de España a don Alfonso XII. Se pretendía así acabar con una situación de anarquía y pobreza, poniendo de paso punto final a la guerra carlista. El artífice, el «deus ex machina» de la solución, fue un político hábil, inteligente, laborioso, de buena fe indudable: Antonio Cánovas del Castillo.

Alfonso XII firmó el manifiesto preparado por Cánovas, el famoso manifiesto de Sandhurst. «No dejaré nunca de ser buen español; ni, como todos mis antepasados, buen católico; ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal», afirmó el nuevo rey, con el estilo grandilocuente de la época. Y en París, contestando al saludo de una representación española, que acudió para anticiparle la bienvenida, aseguró con énfasis que tenía la intención de «ser rey de todos los españoles».

iCurioso lenguaje que volveremos a encontrar años después, en situaciones históricas distintas, pero en coyunturas similares de tránsito!

ANÁLISIS HISTÓRICO

Pero lo que importa aquí es analizar el planteamiento mismo de la Monarquía de Sagunto. La Monarquía de Sagunto restauró la Monarquía derribada en Alcolea, es decir, la Monarquía de Isabel II,la reina que, después de la famosa batalla que le privó del Trono, tuvo que marchar a Francia.

La Monarquía de Sagunto restauró, pues, la Monarquía de Isabel II, y, por tanto, los principios en que doctrinalmente se inspiraba. Así resulta de las líneas maestras del manifiesto de Sandhurst, origen de la arquitectura política que ampara la Constitución de 30 de junio de 1876.

Ahora bien, ser buen español, católico y liberal a un tiempo era y es algo imposible. Si es difícil servir a dos señores, aún es más difícil, por no decir inalcanzable, servir a tres, y en este caso, a España, al catolicismo y al liberalismo.

Liberalismo y catolicismo, según el magisterio tradicional y contemporáneo de la Iglesia, son incompatibles. (Gran aplauso.) La encíclica «Libertas», de León XIII, habló del «vicio capital del liberalismo», asegurando que «distan de la prudencia y de la equidad… los que profesan el liberalismo».

Pues bien, los que en 1874 restauraron en España la Monarquía comenzando por Alfonso XII, profesaron públicamente, y en abierta contradicción con cuanto enseñaba el magisterio católico, la doctrina liberal.

Podría esgrimirse —si se pretendiera entender que con las afirmaciones hechas tratamos de desaprobar conductas políticas del momento— que, en la actualidad, la contraposición catolicismo-liberalismo está superada por el cambio de orientación de la Iglesia en los últimos tiempos.

Tal argumentación, sin embargo, no es válida, ya que no obstante la crisis profunda que la Iglesia católica padece, la verdad es que la doctrina sobre el tema no sólo no ha variado, sino que ha sido ratificada.

En la Carta Apostólica «Octogésima Adveniens», que el Papa dirigió al cardenal Maurice Roy, presidente de la famosa Comisión «Justicia y Paz», se lee: «el cristiano que quiera vivir su fe en una acción política, no puede adherirse a la ideología liberal».

Por si ello no bastase, hay otro hecho singular que confirma la tesis ortodoxa. Lo cito porque hace referencia a un español beatificado por Pablo VI, el 1 de noviembre de 1975, el padre agustino Ezequiel Moreno, obispo de Pasto, en Colombia. Pues bien, al obispo de Pasto, que se opuso con la máxima energía a la turbia maniobra de la «Concordia nacional», que propugnaban los liberales colombianos, se le difamó por éstos e incluso se le denunció a Roma, calificándole de catequista del odio y de nuevo Torquemada.

Pues bien; el padre Moreno, que en su testamento declaró: «confieso, una vez más, que el liberalismo es pecado… y ruina de los pueblos y naciones», ha sido llevado a los altares, no por Pío XII, el Papa intransigente, sino por Pablo VI, el Papa que algunos consideran liberal.

Alfonso XII, como hombre de su época, se apresuró a servir al liberalismo y, por ello, no pudo comportarse con lo que habría de serle exigido como buen español. El liberalismo, «ruina de los pueblos y de las naciones», iría, pese a las buenas voluntades, arruinando moral y materialmente a España, de tal modo que, en 1931, la Corona, olvidada la lección de Alcolea, tuvo que repetirla. Si Isabel II, entonces, tuvo que refugiarse en Francia, en esta ocasión Alfonso XIII abandonaría el Trono el 14 de abril, abriendo paso a una República sectaria que puso a la nación en crisis total, en trance de ser o no ser como entidad histórica, como unidad política y como país soberano. Esa fue la España que Franco recibió en Burgos el 1 de octubre de 1936.

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El enfoque de la restauración era falso y equívoco a la vez. Su gran error estuvo en proponer a la nación, por puro mimetismo, una empresa reñida con su talante, lo que García Morente llamaría después «un imposible histórico». La fidelidad al estilo de vida, y a la transmisión de ese estilo de vida de una generación a otra, para mantener el «yo» metafísico de España, lo idéntico, personalizante e infungible a través de los estratos históricos pasajeros, fue menospreciado, descartado, combatido. Lo importante era estar al día, jugar al estilo europeo, confesarse liberal de acuerdo con la época. Entre el tradicionalismo y el liberalismo, que en 1874 todavía se enfrentaban a sangre y fuego en España, los restauradores de la Monarquía se abrazaron al liberalismo.

A la España fiel a sí misma se la arrinconó. José María Pemán, cuya filiación es bien conocida, tuvo que reconocer que «la verdadera Historia de España, la de la Reconquista, la de los Reyes Católicos, la de Felipe II, y la Independencia, no estaba en Madrid (sino que seguía) corriendo por el Norte, por los montes de Navarra y las Vascongadas, donde los carlistas se habían levantado en armas contra el gobierno liberal y revolucionario».

Y Franco, que pudo tocar a fondo los tejidos vitales de la nación durante su largo período de caudillaje en la guerra y en la paz, proclamó, sin reservas y con una claridad meridiana, que los carlistas habían representado a la España ideal «contra la España bastarda, afrancesada y europeizante de los liberales» (Salamanca, 19-4-1937). (Aplauso ensordecedor.)

A esa España ideal se sumaron muchos de los que, como Zumalacárregui, combatieron a Bonaparte y a los afrancesados, por entender que a la guerra de la Independencia, que quiso rescatar el suelo de la Patria, seguía la guerra carlista, que aspiraba a liberar de su rapto ideológico el alma de la nación. (Se repite el aplauso.)

LA MONARQUÍA AUTENTICA

El propósito de arrinconar, descartar y combatir la solución tradicionalista al trágico problema de España, condujo no sólo a la movilización militar para derrotar a los ejércitos de don Carlos, sino también a la intriga, al soborno, a la difamación doctrinal. Los carlistas, cara al público, serían presentados como defensores de la Monarquía absoluta y despótica, frente a la Monarquía parlamentaria, liberal, culta, moderna y de corte europeo propugnada por los restauradores.

Donoso Cortés, en una síntesis sugestiva, nos ha demostrado que la Monarquía absoluta y la Monarquía liberal son, por exceso o por defecto, formas viciadas de la institución. En la Monarquía auténtica no hay división de poderes. En ella, el poder único, y no dividido, se ejerce a través de funciones distintas. En la Monarquía absoluta ese poder no tiene límites y degenera en tiranía. En la fórmula liberal, en evitación de la tiranía posible, se rompe la unidad de poder, y el monarca, que reina pero no gobierna, se convierte en arbitro y moderador, al que se excluye teóricamente de responsabilidad.

La Monarquía que defendieron y siguen defendiendo los carlistas responde a su configuración doctrinal auténtica y a su perfil histórico tradicional. En ella, la unidad de poder no se rompe, y el rey reina y gobierna, pero no goza de un poder ilimitado. Su pacto con el pueblo, es decir, no con la masa, ni con los partidos o grupos de presión, sino con una sociedad emancipada, organizada y jerarquizada, que tiene sus propios cuerpos jurídicos, asegura no las llamadas libertades democráticas, pero sí la auténtica libertad del hombre.

El lema carlista, «Dios, Patria, Fueros, Rey», señala, por su orden, una jerarquía, y en ella los Fueros, es decir, lo que es propio de la autonomía, individual y corporativa, está por delante del Rey, porque en la Monarquía tradicional la sociedad no se ordena al soberano, sino que el soberano, la Corona, existe para el servicio de la nación, a la que representa, encarna y personifica. ¿Y es ésta la Monarquía tiránica, despótica y absoluta que han defendido y defienden los auténticos carlistas españoles?

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Sin embargo, la solución de la Monarquía tradicional fue desechada por los restauradores, desoyendo la lección de Alcolea y tratando de congraciarse con Europa. Pero lo gracioso es que los ingenieros de la restauración, un militar y un político. Martínez Campos y Cánovas del Castillo, no tenían fe en la obra que habían puesto en marcha. Cánovas, en el Ateneo de Madrid, se expresó de este modo: «soy enemigo declarado del sufragio universal, pero su manejo patriótico no me asusta». Y Martínez Campos confesó, con lenguaje figurado, que en su gorra militar había tres cuartas partes de boina roja.

Con esta falta de fe en la obra iniciada, rompiendo con el talante y el estilo nacional de vida, quebrando la continuidad histórica, que es el más grave de los separatismos, consagrando constitucionalmente el desprendimiento de España de sus raíces vitales y configuradoras, se puso en marcha la Monarquía de Sagunto.

La entrega de puestos rectores de la cultura y de la política a los enemigos de la Corona; la aparición del cacique como instrumento idóneo para manejar el sufragio; el enfrentamiento sin contemplaciones de los partidos; los asesinatos de Canalejas y de Dato; la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas; la semana trágica de Barcelona; las campañas de odio contra la nación, fustigadas por las sectas, y que culminaron con el monumento a Ferrer Guardia, en Bruselas; el clima de inseguridad; el retraso económico; el reto del separatismo; la presión marxista; las huelgas salvajes, no eran sucesos anecdóticos, sino síntomas reveladores del cáncer que corroía a la nación, amenazando con destruirla.

PACTAR CON LOS ENEMIGOS

La Monarquía restaurada había perdido su viabilidad en 1923. A partir del 13 de septiembre de aquel año, subsistió gracias al esfuerzo sacrificado, meritorio y poco agradecido del general Primo de Rivera. Su «dictadura», o mejor su «dictablanda», como algunos la denominaron y la realidad comprobó, fue un parche, una operación quirúrgica, una prótesis en el sistema. La obra eficaz de la Dictadura quedaría frustrada; y esta frustración fue lógica, porque no era una operación quirúrgica lo que precisaba el sistema liberal, sino su rápida y completa sustitución; y esto, don Miguel, por muchas razones, pudo intuirlo, pero no podía conformarlo, como lo intuyó, con la fórmula de la «revolución desde arriba», don Antonio Maura, quedándose en la pura enunciación de la fórmula.

Vázquez de Mella, el gran tribuno del tradicionalismo, el de los tres dogmas nacionales, que respetó y admiró profundamente al político conservador, dijo de él que era «un águila enjaulada. Águila, por el vuelo audaz de su pensamiento y su deseo, pero metido en la jaula de la idea liberal y parlamentaria». Maura, añadiría Vázquez de Mella, es un regalo que Dios nos envía para demostrarnos que el mal se halla en el sistema y no en los hombres.

El desenlace de las elecciones del 12 de abril fue congruente. La Monarquía, al perder su viabilidad, se hallaba en dimisión. El Gobierno de la Corona pactó con sus enemigos.

Los ministros del nuevo régimen entraron en el edificio de Gobernación, sin obstáculos, y la fuerza pública se cuadró para recibirlos. Los consejeros del monarca, con sólo dos excepciones, le aconsejaron que se marchase. El director general de la Guardia Civil dijo que no obedecería más órdenes que aquellas que recibiese del nuevo ministro de la Gobernación. Los que habían declarado irresponsable al monarca echaron sobre él toda la responsabilidad. Los liberales se quedaron, y el rey, en el crucero «Príncipe Alfonso», marchó al exilio. Produce lágrimas su patético mensaje de despedida: «Soy el rey de todos los españoles»; un rey sin reino y sin súbditos, porque el liberalismo, «ruina de los pueblos y de las naciones», acaba devorando a los que se apoyan en él.» (Aplausos.)

EL LIBERALISMO ES ASI

Yo estoy seguro que hubiera bastado una voz llena de autoridad moral y de prestigio para que muchos españoles hubieran acudido a defender la Corona. Pero el liberalismo es así: por una parte alienta y pacta con los enemigos del rey; por otro lado abandona a éste en el instante peligroso y difícil y, por añadidura, crea un clima de derrota paralizante que acalla la rebeldía, aun a sabiendas del penoso resultado que el silencio y la entrega de ahora producirán mañana.

Don Alfonso, abandonado, equivocado y bueno, no quiso «lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil»; pero la guerra fue inevitable y más dolorosa. El general Sanjurjo, arrepentido, se sublevará sin éxito. Y los oficiales del «Príncipe Alfonso», que regatearon al monarca una bandera bicolor y enarbolaron la bandera republicana, caerían asesinados por la chusma roja, víctimas de su error, en 1936.

11 de mayo de 1931, quema de conventos; 6 de octubre de 1934, revolución marxista en Asturias e insurrección de la Generalidad en Barcelona; 16 de febrero de 1936, triunfo del Frente Popular; 13 de julio siguiente, asesinato por las fuerzas de Orden Público de la República de don José Calvo Sotelo. «Ese hombre ha hablado por última vez», dijo La Pasionaria en el Parlamento. Y cumplió su palabra.

Esa es la España epiléptica, ocupada por sus enemigos, convulsa, espiritual y materialmente, esquilmada y empobrecida, que el liberalismo monárquico o republicano entregó en Burgos a un general sin mancha, a Francisco Franco, para llevarla, como dijo, al punto más alto o morir en el empeño. (Grandes y prolongados aplausos.)

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Yo no voy a hacer aquí una valoración del Régimen de Franco. La realidad es tan evidente, la transformación del país tan clara, las cotas que se alcanzaron en todos los sectores tan llamativas, que sólo la ceguera voluntaria o el rencor que repudia lo que salta a los ojos puede desconocerlo. ¿Que ha habido lagunas y errores? Naturalmente. El que no los haya cometido que arroje el primer guijarro. Pero el balance es tan positivo, que hace falta un enorme caudal de resentimiento para fustigar la obra gigantesca de Franco, desde la ideología contraria, que sólo nos dejó inseguridad y miseria.

Ese balance positivo es el fruto de un sistema nuevo, no de una dictadura que se cierra para volver a la «normalidad»; es el resultado de una arquitectura política ajena al liberalismo, creadora de un Estado que eleva a la categoría de dogmas un haz de principios inderogables y consustanciales con la nación.

El Régimen de Franco se nutre ideológicamente de la doctrina inspiradora de las fuerzas políticas que concurrieron al 18 de Julio: el tradicionalismo carlista, el grupo de Acción Española y la Falange de José Antonio. Los Principios del Movimiento Nacional y el pensamiento político de Francisco Franco están al alcance de todos, y en aquéllos y en éste se va perfilando, en Constitución abierta, pero en desarrollo lógico, un esquema en el que a las columnas quebradizas del artilugio liberal sustituyen los pilares robustos del Estado nuevo. No habrá partidos, pero a la solución totalitaria del partido único se opone la solución armónica del Movimiento, en el que las corrientes de opinión distintas dentro del marco constitucional se manifiestan y actúan. No hay sufragio universal, pero la voluntad del pueblo se recoge a través de los cauces naturales de representación. No hay pluralismo de sindicatos patronales y obreros, pero los derechos del trabajador, las exigencias económicas de la empresa, el servicio supremo a la nación se garantizan por el sindicato vertical y único, y por una Magistratura especializada en el contencioso laboral.

Me diréis que este esquema ha tenido fallos. Y yo lo reconozco, a la vez que declaro que los mismos son imputables a quienes, habiendo asumido la misión de depurar y perfeccionar el Régimen, han permanecido con pereza y desidia en sus puestos de mando, o, lo que es peor, han contribuido con su actitud a hacerlos más graves, para luego, ya en la oposición, gritar como desaforados energúmenos contra lo que ellos mismos hicieron al iniciar su deslealtad al franquismo, desde esos puestos de responsabilidad que el propio Franco les entregó confiando en su palabra y en su juramento. (Atronadores aplausos.)

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«Nuestra razón de ser», como escribíamos hará diez años en el número uno de FUERZA NUEVA, estaba ahí. La discordancia creciente que iba separando la filosofía del sistema de su concreción en la práctica fue, para el grupo inicial de FUERZA NUEVA, el revulsivo y el aglutinante. En el fondo, teníamos la impresión de que el Estado nacional y sus resortes iban cayendo en manos liberales, desde la Universidad hasta el ejecutivo. No pudo extrañarnos, por ello, que la asepsia terminase con la política, sustituyéndola por la tecnocracia, y que un ministro, que se proclamaba hombre de Franco, cometiese la contradicción de calificarse públicamente como liberal reprimido. (Risas y aplausos.)

Un ambiente de subversión ideológica se produjo en España desde que el liberalismo se institucionalizó para la prensa y el espectáculo, con Fraga Iribarne (1966) . No había partidos políticos todavía, pero había órganos de expresión al servicio de su equipaje doctrinal, enemigo a muerte, en muchas ocasiones, de los Principios consagrados como inamovibles en que el Estado se inspiraba. Al liberalismo en la prensa y en el espectáculo, con su influencia notable en la mentalidad y en el comportamiento ciudadanos, siguió, en etapas sucesivas, el liberalismo económico, con la tendencia a incorporarnos a una sociedad consumista y capitalista; el liberalismo religioso, que ha permitido la legalización y actuación sin trabas de agrupaciones cuyos postulados doctrinales y éticos contradicen las bases de nuestra comunidad; el liberalismo político, con la vuelta a un régimen de partidos y la inauguración de un periodo constituyente: y el liberalismo, en fin, para al crimen impune de Carrero Blanco y para tantos crímenes a punto de amnistiarse. (Aplausos.)

Nuestra observación de la vida española nos deparó un diagnóstico veraz y preciso. Sólo quedaba actuar de una manera congruente. Para ello había que hacer acopio de entusiasmo y de fortaleza, porque la lealtad al Régimen llevaba consigo la oposición continua al Gobierno. Este, como custodio del sistema, trató de acallar nuestra postura contestataria, y los enemigos del Régimen, con una maniobra hábil e hipócrita, asumieron, frente a nosotros, la defensa de Franco, al que éramos desleales, según decían, al combatir a sus más Íntimos colaboradores.

No fue fácil ni carente de riesgos nuestra actuación. Desde «Hipócritas», que pertenece a la prehistoria de FUERZA NUEVA, hasta «Señor presidente» (1974) , corren unos años que, en gran parte, conservan en las páginas de nuestra revista toda la entrañable y azarosa vibración del momento.

En el semanario, en la calle, en actos públicos por toda España, en las Cortes y en el Consejo Nacional, mientras otros sesteaban o colaboraban con los Gobiernos que iban preparando la entrega, nosotros mantuvimos una postura refractaria a la complicidad. Secuestros, suspensión de reuniones, procesamientos, presentación de querellas ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, campañas fabulosas de injurias, retirada en bloque de la publicidad, amenazas y atentados. Pero FUERZA NUEVA continuó su lucha. Capitalizó para si el odio a Franco y la ira de quienes no podían tolerar, desde los puestos oficiales, que tomáramos con valentía las banderas de que ellos se avergonzaban; pero capitalizó también la adhesión entusiasta, varonil y contagiosa de una España joven que no se resignaba ni se resigna al engaño, y que se negaba y se niega a tolerar una nueva etapa de sangre, de postración y de miseria.

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Me interesa muy mucho, a estas alturas, y en una época en que los contornos se hacen aún imprecisos, definir con exactitud nuestro enfoque del tema asociativo.

Cuando el espíritu fantasmal del 12 de febrero (1974) , que ha terminado con su creador, patrocinaba el Estatuto Asociativo del Movimiento, nosotros nos opusimos a él. Nos dimos cuenta de la maniobra. Se trataba de desunir a los hombres del Movimiento, de agruparlos en corporaciones distintas, de alejarlos y contraponerlos. Si para conseguirlo, aparte de una dialéctica capciosa, había que ofrecer la financiación necesaria, ésta se ofreció. Asociarse, dijimos entonces, es dividirse, de manera que si se consuma, como se está consumando ahora, la suplantación del Estado nacional por el Estado liberal, autorizándose los partidos políticos adversos a lo que significó la Cruzada, el frente ideológico y táctico de la misma se hallará, como actualmente se halla, disperso y debilitado.

No quisimos aceptar la propuesta oficialista, y con un «NO», digno y solitario, nos opusimos a las asociaciones en un pleno del Consejo Nacional.

Alguien ha dicho que, siendo ésta nuestra actitud, no se acierta a comprender cómo adoptamos la contraria, al querer constituimos en partido político. La cosa es muy sencilla y no hay contradicción alguna. Mientras el Estado nacional y el Movimiento han conservado un mínimo de autenticidad, nos hemos negado, con todas sus consecuencias, a apoyar su último desmantelamiento. Pero cuando el Estado nacional deja de existir, y cuando el Movimiento se abroga y cancela, declarándose oficialmente la entrada en un sistema liberal, de sufragio y partidos, nosotros, que tenemos unas convicciones políticas bien claras y unas lealtades, que en nuestra Declaración doctrinal figuran en cabeza, tenemos que aceptar, como lo aceptaron los tradicionalistas y lo aceptó José Antonio, la fórmula instrumental del partido, para combatir por los ideales por los que unos y otros lucharon en la paz y en la guerra. (Gran aplauso.)

Que nadie diga que nosotros, al elegir este camino, rompemos la unidad. La unidad de los hombres del Movimiento quedó rota antes, y no por nosotros, que nos opusimos en solitario a la ruptura. (Aplausos.) Más aún, previendo lo que iba a ocurrir, y antes de que las agrupaciones que se acogieron al Estatuto asociativo buscaran, mediante el diálogo coordinador, recobrar de algún modo la unidad tan lamentablemente perdida, lanzamos antes que nadie el llamamiento y la idea del Frente Nacional. Fue en el Valle de los Caídos, en la clausura de las VI Jornadas Nacionales de Delegados de FUERZA NUEVA, el 11 de febrero de 1974. En aquella ocasión dijimos: «Desde el instante de nacer, nosotros hemos querido siempre un Frente Nacional, y un Frente Nacional no pasivo o teórico, sino un Frente Nacional activo, dinámico, proselitista, en línea de combate. Hemos aspirado a ser movimiento del Movimiento, agilizador de su estilo y de su temple, oponiéndonos a cualquier actitud puramente defensiva, a cualquier tentación de abandonismo, al complejo, en suma, de desfase, inactualidad o arteriosclerosis. Hasta las letras iniciales de las dos palabras que cifran nuestro nombre «F» y «N» aluden a ese objetivo. El Frente Nacional que nosotros propugnamos no debiera ser tan sólo una coordinación de grupos, una alianza circunstancial, táctica y esporádica, para un cometido pasajero. Nosotros ambicionamos un movimiento de camaradas que luchan con fe, que dan ejemplo con su conducta y que no desmayan ante el peligro.» El silencio más absoluto coreó la propuesta.

OBSERVACIONES NECESARIAS

¿Puede alguien que haya seguido nuestra línea de actuación, transparente en todo momento, sorprenderse de la solicitud presentada por FUERZA NUEVA, el 7 de julio de 1976, en el Registro del Ministerio de la Gobernación, en la que manifestamos nuestro propósito de constituirnos en partido político?

A este respecto juzgo del máximo interés subrayar las siguientes observaciones:

1) Que la discordancia entre la ley, las declaraciones oficiales y la realidad política en España son desmoralizadoras. Que sepamos, aparte de las asociaciones nacidas bajo el Régimen anterior, se han acogido a la hoy vigente: F.N., el P.A.N., el Partido Popular, el P.S.O.E. y la Falange hedillista.

Las agrupaciones políticas, al rechazar su legalización, incluso, por ejemplo, Reforma Democrática, de Fraga Iribarne, autor de la ley (risas) se hallan al margen de la misma. ¿Pero qué importa? Aceptar la ley en la democracia que se comienza a vivir trae poca cuenta. Los medios de difusión, hasta los que el Gobierno maneja, os ofrecerán a diario noticia meticulosa, ampliada y exagerada, de las actividades ilegales, pero consentidas, públicas y casi oficializadas, de grupos y dirigentes de los partidos políticos contrarios a los ideales del Movimiento, sin exceptuar, claro es, a los comunistas.

2) Nosotros, que por las razonas apuntadas nos constituimos en partido político, no abandonamos la idea del Frente Nacional en los términos que conocéis.

En el acto de Colmenar Viejo, de 4 de julio de 1976, y en unas declaraciones a Radio Nacional de España, expresamos, como siempre, nuestro deseo de unidad, matizando que esa unidad arrancaba no de alguno de los afluentes que coincidieron en el 18 de Julio, sino del 18 de Julio mismo, cuya significación histórica, política y -creadora no puede desdibujarse, a no ser que se quiera reducirlo a un episodio fugaz o a una simple hoja de calendario.

Según nuestro punto de vista, algo peor que el inmovilismo seria el retroceso, y retroceso es, conforme a nuestra opinión, borrar y olvidar la tarea integradora de la guerra de Liberación y de la paz de Franco. (Aplauso atronador.)

A estas alturas, cuando el peligro crece, por la erosión interna y la presión foránea, la idea del Frente Nacional, tal y como lo propuso inútilmente José Antonio, cara a las elecciones de 1936, debe considerarse seriamente. Aquella lección no debe ser olvidada. En la coyuntura actual, y con el pasado histórico inmediato, nuestra declaración programática refleja, lo creemos sinceramente, las tres lealtades mínimas sin las que el Frente Nacional sería imposible. Lealtad al 18 de Julio, al nombre y a la obra de Franco y a la Monarquía que Franco quiso, como continuadora de la Monarquía tradicional y no de la Monarquía de Sagunto, cascara desprendida por dañosa del alma de la nación, como con otras palabras dijo José Antonio.

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Ante el periodo constituyente que se avecina, en medio de un caos social y económico que crece por momentos y que el poder público, por razón de su propia filosofía y de sus contradicciones fundamentales, no puede contener ni resolver, FUERZA NUEVA, cuya trayectoria es conocida por diez años de actuación, cuya presencia en la vida pública no es posible ignorar, cuya capacidad de convocatoria es indiscutible, que ha hecho patente su propósito de no vivir en la clandestinidad, sino dentro de la ley, ha sido soslayada, desconocida, ignorada, peyorativamente discriminada, y no sólo por el Gobierno de la más amplia apertura democrática, como lo es, en apariencia, el segundo Gobierno de la Monarquía, sino también por las agrupaciones que podemos llamar afines.

LOS DEL DIALOGO NO HAN QUERIDO DIALOGAR CON NOSOTROS

El jefe del Gobierno y algunos de sus ministros han celebrado reuniones y almuerzos de trabajo con los dirigentes de los grupos políticos legalizados o al margen de la ley, incluso con los comunistas (el señor Lamata con las Comisiones Obreras), en los despachos oficiales y fuera de ellos. El señor Suárez y sus ministros han mantenido diálogos con el F.N.E., con la U.N.E., con la A.N.E.P.A., con la U.D.P. y también con Gil-Robles, Ruiz-Giménez y todas las gamas del socialismo, incluyendo a los que se profesan marxistas, como Tierno Galván y Felipe González.

Los hombres del diálogo no han querido dialogar con nosotros. Este rechazo «ab initio» nos deja el consuelo de que la petición que hacemos al Padre: «no nos dejes caer en la tentación», ha sido escuchada (gran aplauso), porque en política también la respuesta divina tiene dos modalidades: una, la gracia, ante la tentación, de rechazarla con fortaleza y sin vacilar; y otra, la de no caer en ella, porque la tentación no llegue a producirse.

FUERZA NUEVA no ha caído en la tentación o en las tentaciones que hubieran podido surgir del diálogo con quienes de un modo oficial proyectan y han puesto en marcha la liquidación del franquismo, porque ese diálogo se nos negó de partida. Nos queda el consuelo de que cuantos en España comulgan con el franquismo estarán seguros de que nosotros no hemos llegado por vía de concesión, arreglo o «do ut des» a ningún pacto o inteligencia con el Gobierno de la ruptura democrática.

Pero tampoco, y lo decimos con tristeza, las agrupaciones afines han contado con FUERZA NUEVA para nada. ¡ Y bien sabe Dios que la presencia de nuestros hombres y mujeres ha sido masiva y entusiasta en los actos públicos organizados por ellas, ya que es España y no el «fulanismo», como se expresó con acierto, lo que interesa e importa!

No hemos estado presentes en las reuniones coordinadoras de tales agrupaciones que, a nivel nacional o a nivel provincial, como en el caso de Santander, se han venido celebrando.

LA BASE ES LA MISMA

Yo sé que, en esencia, la base de nuestras agrupaciones políticas es la misma. La inscripción en cualquiera de las llamadas Asociaciones del Movimiento, salvo excepciones, no es consecuencia de una ideología diferenciada netamente, sino fruto de la invitación hecha con anticipo, o de la vinculación personal o de las «suaves» presiones oficialistas de un momento que pasó. De aquí que la base, nuestra base, se pregunte, sin respuesta convincente, por las razones de la atomización, y urja a conseguir de algún modo la unidad perdida, no entendiendo, por otra parte, por las razones de nuestro alejamiento y ausencia.

En más de una publicación, y en alguna entrevista, se ha insinuado que la exclusión de FUERZA NUEVA del diálogo fraternal se debe o bien a que a las asociaciones coordinadas no les interesa, cara al Gobierno —con el que se hallan en situación de diálogo—, mantener enlaces de cualquier signo con FUERZA NUEVA, para evitar inconvenientes, o bien a que, por razones tácticas, es aconsejable que, más allá de su Coordinadora, quede un grupo al que se pueda libremente calificar de ultraderecha y que cargaría con los sambenitos molestos que a todos ofenden y fastidian.

El Gobierno, como ya lo hizo Arias, podría seguir hablando de los dos maximalismos, implicando con esa calificación, que le permitiría jugar a centro, al grupo de FUERZA NUEVA, y los «coordinados» serían así la derecha culta, intelectual y civilizada, dispuesta a una participación en el régimen y a un juego de derecha contrapesadora y hasta turnante.

Yo no sé hasta qué punto esta tentación ha entrado en juego. Lo único que me consta positivamente es que si FUERZA NUEVA existe y ha realizado a la intemperie, al margen de los Gobiernos de Franco, y, por supuesto, sin ayudas oficiales, oficiosas o privadas que hipotequen su libre voluntad de servicio, una defensa de los postulados ideológicos del franquismo, FUERZA NUEVA no ha sido llamada a ningún género de conversaciones, ni siquiera preliminares. (Aplausos.)

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La enorme responsabilidad que a todos nos corresponde en un momento de cambio, que nosotros no hemos querido, me obliga, en mi nombre y en el de mis amigos, pensando en España y teniendo a la vista las grandes lecciones de la Monarquía de Sagunto y de la II República, a exponer con la mayor objetividad nuestro punto de vista.

Si por razones que ya hemos considerado muchas veces, y están en la memoria de todos, se destruye el Estado nacido de la guerra y se le sustituye por una democracia liberal y coronada, la tentación puede ser la misma que hizo de Maura el jefe de un partido conservador, dentro de la Monarquía de Sagunto, o de Gil-Robles el jefe de la derecha española, previa su aceptación o acatamiento del régimen republicano.

Maura arrastró tras su personalidad, honorabilidad y valía indiscutibles a lo que podría hoy ser identificado con nuestra «base». Pero el grito de «¡Maura, no!» tuvo eco y acogida en el Palacio Real. El propósito colaboracionista, cargado de nobilísimas intenciones, fracasó, porque la Monarquía de Sagunto era inviable.

Gil-Robles, de abolengo tradicionalista, organizador nato y orador vibrante, polarizó en torno a su figura y a la CEDA a muchos patriotas. Su propaganda electoral: «Estos son mis poderes», «A por los trescientos», «Con-tra la revolución y sus cómplices», hizo impacto en las duras campañas electorales de la época. Pero el esfuerzo colosal realizado fue ineficaz y desembocó en posturas inelegantes. El gobierno de católicos y masones le obligó a actitudes confusas e hirió a la doctrina. Al final, todos lo sabemos, «no fue posible la paz», y mientras decenas de millares de «populistas» eran asesinados por la República, las juventudes de A. P., las que concurrían llenas de pasión a sus actos de masas, acertaron a comprender, en el duro yunque de la realidad, la enorme equivocación del jefe que no se equivocaba, y marcharon al frente, encuadrados en los Tercios del Requeté o en las Banderas de la Falange y de la Legión, a luchar y a morir por Dios y por España. (Aplausos muy fuertes y prolongados.)

Las consideraciones que acabamos de hacer vienen a cuento porque, concluida la etapa de la evolución del Régimen a partir de sus raíces institucionales, que quiso Arias y que fue la trampa inicial; periclitado el ciclo de la reforma sin ruptura, que preconizó Fraga y que era, sin duda, contradictoria e irrealizable, y puesta en marcha, bajo el patrocinio de Suárez y su Gobierno, la ruptura desde la legalidad, como se ha escrito en un diario de tono conservador, estamos en presencia, a poco que se observe el panorama, y de un modo especial el proyecto de ley de Reforma Política, ante una situación semejante a la que, en su día, contemplaron don Antonio Maura y José María Gil-Robles.

Los cuadros dirigentes de las agrupaciones políticas a que nos hemos venido refiriendo, y de un modo especial quienes por su talento y su influencia pueden orientar la conducta de una gran masa de signo nacional, deben plantearse, en conciencia, ante Dios y ante España, por encima de cualquier oportunismo, sí otra vez, a esa masa inmensa de españoles que Franco aglutinó, aturdida después de su muerte y confusa ante la deslealtad de los unos y la división de los otros, conviene arrojarla de nuevo en una empresa colaboracionista, que so pretexto del mal menor o del bien posible, de algún modo contribuya a consolidar un sistema que terminaría definitivamente con España, o, por el contrario, de una vez, y con gallardía, que logra respeto y contiene actitudes adversas, decir —a las alturas que sea necesario— que se oponen radicalmente a la ruptura y desean la continuidad perfectiva del Régimen del 18 de Julio.

CON EL ENTONCES PRINCIPE DE ESPAÑA

Una representación numerosa y a la vez cualificada de FUERZA NUEVA acudió a visitar al entonces Príncipe de España, el día 7 de diciembre de 1973. Le expusimos entonces, con toda lealtad, nuestro entendimiento sobre el papel de la Corona en la Monarquía de la Ley Orgánica del Estado, en los siguientes términos, que reproduzco a la letra:

«Pese a los mejores deseos, no podréis ser, inicialmente, el rey de todos los españoles, porque aun cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos ya os aceptan y muchos están dispuestos a serviros, aún quedan quienes por su vinculación ideológica a grupos antimonárquicos, totalmente definidos por su postura beligerante durante la guerra que la segunda República hizo necesaria, o por los recelos suscitados por el sistema liberal que derrocó a la Monarquía y fue causa de la grave confrontación que sufrimos, no os considerarán como «su» rey, al menos de momento, o con el énfasis posesivo que quisierais.»

«Pero lo posesivo no es lo urgente. Lo inmediato y lo urgente, lo que imprime dinamismo es lo ideológico, la noción de fin que impulsa a la institución que encarnáis. Os diría más: un descanso posesivo en la idea de ser ya un rey «de» todos los españoles sería paralizante. Por el contrario, la savia creadora de ser un rey «para» todos los españoles, parece que eleva, sin desencarnarla, la institución que representáis, imprimiéndola ese carácter de servicio que tanto se acomoda al tiempo en que, con la ayuda de Dios, habréis de dar cumplido tributo a las obligaciones de vuestro grave ministerio.»

«En este sentido no nos importa tanto la realeza del Jefe del Estado como un Jefe de Estado real, con el título de Rey; y más que una corona, que puede quedar reducida a un símbolo inoperante, queremos una cabeza sobre la cual puede asentarse la corona, como una pública demostración y un solemne reconocimiento de autoridad.»

«Nadie mejor que en vos, por ser cabeza fundacional de una Monarquía, puede darse la figura concreta de un Jefe de Estado real, órgano, el más alto, de un Régimen que no puede ser transparencia de cualquier ideología, ni indumentaria ajustable para cualquier tipo de estructura, sino servidor ejemplar de la propia filosofía política animadora del Régimen, que a sí mismo quiso darse una configuración monárquica.»

«La Monarquía, de esta forma, se arraiga y fortalece, porque está pronta a recibir y a alimentarse de la sustancia vital que le dio vida y existencia. El rey, en esa Monarquía, que es la única viable entre nosotros, como ha demostrado la experiencia, no es un rey pantalla, que expone ante la opinión, haciéndolo fríamente suyo, el programa del partido triunfante, conservador, unas veces, y socialista, otras, sino un rey caudillo, intérprete y guía, que hace propio y embandera el programa político, social y económico de un Régimen que ha dado ya sus definiciones dogmáticas esenciales y que el rey ha aceptado con un juramento de honor ante la Patria.»

«Lo atractivo para nosotros, los que hemos llegado hasta aquí en la mañana de hoy, consiste en saber que estamos ante quien por designio de la Providencia, y obra y gracia del pueblo español que se alzó en armas para liberarse de la tiranía marxista, puede ser y debe ser la garantía de la continuidad del Estado; y también la de su homogénea perfección sucesiva, de acuerdo con la imperfección de toda empresa humana y de las nuevas necesidades que a la empresa demandará sin duda el tiempo que ha de venir.»

Más tarde, en una encuesta de Radio Nacional sobre el futuro de España, el 24 de noviembre de 1975, dijimos: «el futuro estará garantizado en España en la medida en que se conjuguen los tres factores siguientes: 1) que no haya ruptura política o social, sino desarrollo y evolución homogénea; 2) que las fuerzas de marcado signo nacional se aglutinen en respaldo de la continuidad; 3) que la Monarquía, fiel a su legitimidad de origen, busque ese respaldo militante, sin aturdirse ante campañas que, con pretexto de ampliar la base, acabarían erosionando el sistema».

Manifiesto está que hasta la fecha no se han conjugado ninguno de estos factores, y que el motor de la llamada reforma, se halle donde se halle, dirige su fuerza en dirección muy distinta, por no decir contraria. (Aplausos.)

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Cuando las sábanas fantasmales del 12 de febrero (risas) comenzaron a turbar la alegría de los españoles y a oscurecer su futuro, ante unas declaraciones de su inspirador, que demostraban, de una parte, el golpe de Estado ideológico y, de otra, el comienzo, ratificado por el terrorismo creciente, de la democracia liberal, escribimos lo que ahora, a la luz de los hechos dolorosos que contemplamos, cobra un renovado valor:

«Señor presidente: «Nos autoexcluimos de su política. No podemos colaborar con usted, ni siquiera en la oposición. No renunciamos a combatir por España, pero hemos comprendido que nuestro puesto no está en una trinchera dentro de la cual se dispara contra nosotros y se airean y enarbolan estandartes adversarios».»

«Señor presidente: en un diario catalán, que no se destaca precisamente por su adhesión al Régimen, se dice: «Arias ha mojado su dedo índice, lo ha levantado y ha dicho: Por ahí.» Pues bien, nosotros no queremos ni obedecerle ni acompañarle. Pero fíjese bien en quiénes le acompañan y adonde le acompañan. Piense si le dirigen o le empujan. Y no se lamente, al final, si contempla cómo ese tipo de democratización, que tanto urge, se levanta sobre una legión de cadáveres, de los que son anuncio y adelanto, cuando esa democratización se inicia, los que se sacaron de los escombros, el 13 de septiembre (Atentado terrorista de la calle del Correo) , del corazón mismo de la capital de España» (FUERZA NUEVA, 28-9-74).

¿No creéis que los hechos han desbordado nuestras previsiones? Cuando se ha multiplicado desde aquella fecha el número de mártires; cuando se pide públicamente la amnistía total y la desaparición de las fuerzas de Orden Público; cuando se grita en manifestaciones autorizadas o toleradas «Franco, asesino»; cuando ciudades y provincias enteras se hallan bajo el terror; cuando se desarticula y arruina al país con huelgas que se mantienen bajo la amenaza y la ausencia de autoridad; cuando se cumplen las demandas de los enemigos del Régimen, desde la derogación de la ley antiterrorista hasta la apertura de un proceso constituyente; cuando se dialoga con el separatismo; cuando el ministro de Relaciones Sindicales acude al despacho de un conocido dirigente comunista para dialogar y pactar con las Comisiones Obreras; cuando el presidente del Gobierno, también fuera de su despacho oficial, se reúne con Felipe González, y sabiendo que acaba de presidir puño en alto una manifestación en Sevilla, y que hace muy poco había dicho que «la muerte de Franco cerraba un capítulo negro de la Historia de España», le califica de inteligente y de patriota, asegurando la identidad de puntos de vista en muchos aspectos; cuando la literatura disolvente y pornográfica nos ahoga, pervirtiendo a nuestra juventud; cuando, ante un panorama tan triste —destruir en diez meses la obra de cuarenta años— aún se atreve a decir el ministro de Asuntos Exteriores, ante la Asamblea de la ONU que España camina hacia un régimen democrático con apoyo en la soberanía popular (se inicia un rumor fuerte de indignación en el auditorio), tenemos derecho a levantar nuestra voz para replicarle: «No, señor ministro, España no camina hacia un régimen democrático. A España, vosotros y quien os respalde, la estáis empujando precipitadamente y con urgencia hacia el caos.»

¿Cómo colaborar, con algún género de asistencia, al suicidio de España? Nuestra oposición no puede ser una simple oposición a una línea de Gobierno, a unas actuaciones concretas del poder ejecutivo. Nuestra actitud rechaza este tipo de oposición. La nuestra, nuestra oposición, se proyecta en un frente más amplio, se sitúa fuera de la mecánica usual, y se levanta contra una situación totalmente de contrafuero, en la que los Principios nacionales se conculcan sin que hasta la fecha nadie, con autoridad, por razón de oficio —ahí está la Ley Orgánica del Estado— y en virtud de una palabra que se juramentó ante Dios, lo evite o rechace. (Gran aplauso.)

LA MISMA RESPUESTA

Ahora, como en aquella ocasión del espíritu del 12 de febrero, podrán preguntarse algunos: si ustedes no colaboran con el Gobierno, ni tampoco se oponen, ¿qué hacen?, ¿en qué postura se colocan? Pues bien, ahora como entonces, la pregunta tiene, por alzada, la misma contestación que dimos el 12 de octubre de 1974: «Cuando en los templos católicos de los países ganados por el movimiento reformista, en vez del párroco apareció el pastor, y en lugar de la misa empezó a conmemorarse la cena, los fieles que continuaron católicos dejaron de ir al templo reformado. No discutieron con el pastor, porque la discusión no era ya sobre el método, sino sobre el dogma, y no se acercaron a comulgar, porque en la Eucaristía no había presencia, sino simple memoria de Cristo. Pero ese grupo católico que no colaboró con la Reforma, ni siquiera con la oposición «ad intra», a la obra de demolición de la Iglesia, fue el que mantuvo a la Iglesia en su país, el que permaneció en la Verdad y al servicio de la Verdad.»

José Antonio dijo en cierta ocasión («Arriba»,28-11-35): «¿Qué pasaría si alguien, de pronto, pusiera fin al baile y empezara a llamar a las cosas por su nombre? Pues, sencillamente, que entraría un aire nuevo a depararnos una atmósfera respirable.»

Yo creo que acabamos de llamar a las cosas por su nombre, y que un aire limpio y fresco nos alegra el alma.

No nos engañemos. A Franco, en su venerable ancianidad, presionado por las fuerzas secretas, traicionado por algunos de sus colaboradores, privado de la asistencia de Carrero Blanco, no se le escapaba lo que ocurría. El odio contra España, el propósito de escindirla y empobrecerla, tiene sus raíces en un mundo metafísico, en el que España desempeña un papel importante. El que olvide este planteamiento está condenado «ab initio» a la derrota.

«Los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta», nos dijo Franco en su testamento. Y para mayor evidencia, el 1 de octubre de 1975 —hace ahora un año—, ante un millón de españoles, que en la plaza de Oriente le ratificaba su adhesión frente a la chusma internacional que nos insultaba (y a la que ahora nos abrazamos), enumeró a tales adversarios inmisericordes: la masonería y el comunismo.

No; la guerra no ha terminado, pues el enfrentamiento ideológico entre dos concepciones antagónicas del hombre y de la comunidad política se halla en todas las latitudes sobre el plano vivo de una actualidad decisiva.

NO VAMOS A AVERGONZARNOS DE NADA

Son muchos los que han querido que nos avergoncemos de nuestra guerra de Liberación, llamándola despectivamente guerra civil. Olvidan los que así se comportan que las únicas guerras importantes en el tiempo cercano han sido las civiles. Las guerras entre naciones o grupos de naciones obedecen a causas económicas, a pujos de influencia, a deseos de reivindicación territorial, pero no influyen de manera notable en la mentalidad de los pueblos. En las guerras civiles, por el contrario, lo que hace surgir el conflicto es algo que atañe profundamente a los valores primarios. Por ello, de su desenlace depende el modo de vivir, la cultura y la civilización del futuro.

En 1789 hubo una guerra civil en Francia, y la abolición del antiguo Régimen dio paso al triunfo de los ideales de la Enciclopedia. En 1861 una guerra civil dividió a los Estados Unidos, y la victoria del Norte abolió la esclavitud. En 1917 una guerra civil puso en armas al pueblo ruso, y la derrota del Ejército blanco permitió que la doctrina de Marx se implantase en lo que hoy llamamos la URSS y de allí irradiara con sus tanques y filosofía por el mundo entero. En 1936 una guerra civil —Cruzada para nosotros— liberó a España del liberalismo y del comunismo, constituyéndole en norte y guía de aquellos países que quieren salvarse.

¿Y vamos a avergonzarnos de nuestra guerra?, ¿y de la Victoria?, ¿y de la sangre vertida para lograrla?, ¿y de los héroes y de los mártires?, ¿y de los cuarenta años de paz y de progreso?, ¿y de Francisco Franco?, ¿y de las banderas que la simbolizan?

No se cuente con nosotros para tarea semejante de olvido o menosprecio, ni para un entendimiento más o menos sigiloso con los centristas que lo propugnan. Luis Bolín escribió un libro precioso sobre nuestra guerra. Se titula: «España, los años vitales». En la dedicatoria se lee: «A la juventud de España, para que perdone todo y no olvide nada.»

Nosotros lo perdonamos todo, pero no olvidamos la lección de la historia, ni las consecuencias nefastas del pacto con los eclécticos, ni nuestro compromiso con España, ni el juramento de lealtad que prestamos, ni aquello que Dios, en esta hora de cobardía, nos demanda. Por eso huimos de toda colaboración —que sería complicidad— con la tragedia de la ruptura, con la suplantación por el Estado liberal del Estado de la Cruzada. No queremos ayudar de ningún modo, ni siquiera con nuestro silencio, a quienes, sean quienes sean y se hallen donde se hallen, están dando pruebas de una capacidad para destruir sólo equiparable a su ineptitud para edificar.

Nosotros, como dijo Carlos VII al abandonar a España, derrotado por el liberalismo, nos negamos a suscribir con éste pactos deshonrosos; y no sólo por la deshonra que ello implicaría, sino porque no es prudente fiarse de una palabra sin otra exigencia moral que el interés, cuando se tomó a la ligera la palabra que Dios demandará por haber empeñado un juramento con ella.

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La lucha en que España y el mundo están empeñados es ahora más que nunca una guerra civil universal. Esa lucha, que previo José Antonio, profeta aquí, como tantas veces, es más dramática que la contienda electoral que se propone y que parece obsesionante para muchos. «Esa lucha está planteada —dijo José Antonio— entre el frente asiático, torvo y amenazador de la revolución comunista —que ya se pasea desafiante otra vez por nuestros pueblos—, y el frente nacional de los mejores hijos de España en línea de combate.»

Camaradas y amigos. En este cuarenta aniversario de la exaltación de Franco a la jefatura del Estado, invocando a nuestro patrono San Miguel Arcángel, por Dios y por la Patria, gritad conmigo: ¡FRANCISCO FRANCO!, ¡PRESENTE! ¡ARRIBA ESPAÑA!

(Otra atronadora ovación cierra las últimas palabras del consejero nacional Blas Pinar, cantándose a continuación las estrofas del «Cara al Sol»).

Fuente | Revista FUERZA NUEVA, nº 509, 9-Oct-1976

Discursos y artículos de Blas Piñar