Nueva York, año 1981 -según las estadísticas, el año con más crímenes y atracos de la historia en la ciudad-. El inmigrante hispano Abel Morales (Oscar Isaac) y su mujer Anna (Jessica Chastain) han conseguido sacar adelante con éxito su empresa de distribución y venta de gasóleo. Ahora están a punto de lograr la última pieza de su sueño americano: comprar un cotizado terreno frente al río Hudson, un enclave que les permitirá expandirse en el negocio y superar a su competencia. Pero la violencia que sufren en el transporte de sus camiones y una investigación policial amenazan con destruir todo lo que han logrado hasta ese momento.
El protagonista, Abel Morales mantiene bien definidos los límites éticos que no está dispuesto a traspasar. Se trata de un personaje con temple de acero, quien, a pesar del sistema, la adversidad de las circunstancias y la corriente de corrupción y violencia, lucha por sostener a flote sus valores de rectitud y honestidad. Desea que su negocio crezca legalmente, sin embargo, es provocado por la competencia, por las familias que por mucho tiempo han controlado el monopolio del combustible, que ante el acelerado crecimiento de su compañía, se muestran celosas y molestas. Y es que es frecuente que los que están arriba no permitan a los demás crecer.
Pero como el mismo Abel nos dice en uno de sus comentarios, “cuando tienes miedo de saltar, es exactamente cuando debes de hacerlo, porque de lo contrario te quedarás siempre en el mismo lugar”.
Por fin alguien defiende con uñas y dientes que la única manera de enfrentarse a la realidad es defendiendo la legalidad, incluso cuando la legalidad no defiende a la legalidad.
Una película de mafiosos en la que se defiende que, no solamente el fin nunca justifica los medios, sino que solamente los medios avalan que el fin tenga algún sentido… en la que se defiende que, por tener miedo al fracaso, solamente los que resisten y se esmeran acaban encontrando la mejor solución, la más ética.