Mar del amanecer I Alegre, tranquilo, acaricias la nave. Tan sereno como el monte, tu guardián eterno. La leve música del agua se confunde con el silencio. Claro murmullo, como el lento pasar de pájaros en vuelo. La espuma de tus ondas baña la luz y el fuego del sol, que las adorna con los colores del espectro. Una banda de peces voladores, como una procesión de puntos negros, te arroja su mancha de tinta… Al golpe, repentinamente ciego chocas contra los flancos de la nave, que regocijas con tu juego. ¡Mar del amanecer, mar que eres niño, rosado por la aurora, movido por el viento, cantado por los hombres y acariciado por el pensamiento!…
Mar del mediodía II El sol tocó las aguas y acrecentó su canto. Esta ola viajera desparramó su música sobre la arena. La brisa y el calor mueven las hojas de la palmera. Los pájaros marinos callan, abochornados, sus confidencias. Una familia de tortugas sale a tomar el fresco a la ribera. Y tú, delfín que asomas entre la espuma la cabeza, ¿escuchas el rumor de los mares o aspiras el olor de la floresta?
Mar de la tarde III Lo que antes era fino concierto, hoy es una sinfonía: cobre de los intrumentos en las cuerdas de oro del día. La marcha heroica de la tarde los sones del mar armonizan; mas la batuta del sol desaparece y la confución se inicia los sonidos falsos de rocas-oboes y apresuramiento en las olas flautistas. Bajo el incendio de las nubes el desorden se precipita, y la vanguardia de las sombras calla los cantos y rompe la lira.
Enrique González Rojo, poeta, Sinaloa (México), 1899-1939
Mar bajo la luna IV Bajo la noche, de la nave han salido las mismas preguntas: -¿Acaso sabemos hacia dónde vamos? -¿Nos habremos equivocado de ruta? Hace tiempo que dejamos la tierra, y por el mar de la aventura arribaremos esta noche a la capital de la luna…
Romance de José Conde (fragmento) Pueblo que distas del mar y apartado estás del monte; balanza en que se hallan fijos los dos platillos de cobre, a cinco gramos por cada una de las dos regiones. Río que lame tus pies, río que la arena sorbe; nube que cruza tu cielo, nube enredada en la torre. ¡Ay, que el viento se ha llevado las campanadas de bronce! Viento que vino y se fue sin que sepamos adónde.
Elegías romanas I Lluvia en el tiempo Palabra. Si te dijera, se fugarían los pájaros de las ruinas. Haz polvo entre mis dedos la blancura del mármol, olvida y recuerda tu nombre tres veces seguidas. Despacio, Como quien teme turbar el aire después de la lluvia y queda, de pronto, inmóvil, muerta la prisa y la sonrisa. Silencio de una piedra asomada en el musgo como una mirada furtiva. Palabra, lluvia en el tiempo que agoniza.
Estudio en cristal (fragmento) Agua profunda ya, sola y dormida, en un estanque de silencio muda. Más allá de tu sueño, la memoria en una tersa aparición de lago, en una clara desnudez de cielo, en reposo y sin mácula de nube. Sobre tu lecho, diálogo de frondas con sílabas maduras en la tarde; la joven rama verde que se enjuga los dedos de esmeralda entre tus linfas, tras arrugas de círculos fugaces que liman la quietud de la ribera. A la frase del viento que se moja cuando rozan sus alas este olvido, el sueño, el despertar, el sueño solo, y la imagen del sueño que resbala por su impoluta claridad de espejo.
Enrique González Rojo, poeta, Sinaloa (México), 1899-1939