Era jueves por la tarde y anochecía.
Llegó confuso a su casa. Lo habían despedido.
Estaba muerto y dijo hola.
Notó como en su interior crecía una idea sagrada.
Había abandonado las posibilidades
cuando entró en su cuarto
y descendió lentamente.
Su madre y su hermana no le oyeron llegar.
Estaba muerto.
En su mundo no había cuarta pared:
todo abocado siempre al vacío, al abismo.
Su baraja de mentiras se había agotado.
Durante años inventando
una enfermedad para ser tenido en cuenta
y no llegar a saber nunca que nunca conocería
su verdadera enfermedad.
Que era peor, que era otra. Y que no se curaría.
Todos tienen la culpa se dijo por enésima vez.
Ahora no tenía salvación. Liberado, había soltado amarras.
Salió de su habitación
y empezó por su madre y su hermana.
Luego siguió descendiendo muy lentamente.
de El libro de las tentativas
(otros poemas de El libro de las tentativas)


