A Cristo en la Cruz

 

¿Quién es aquel Caballero
herido por tantas partes,
que está de expirar tan cerca,
y no le socorre nadie?

«Jesús Nazareno» dice
aquel rétulo notable.
¡Ay Dios, que tan dulce nombre
no promete muerte infame!

Después del nombre y la patria,
Rey dice más adelante,
pues si es rey, ¿cuándo de espinas
han usado coronarse?

Dos cetros tiene en las manos,
mas nunca he visto que claven
a los reyes en los cetros
los vasallos desleales.

Unos dicen que si es Rey,
de la cruz descienda y baje;
y otros, que salvando a muchos,
a sí no puede salvarse.

De luto se cubre el cielo,
y el sol de sangriento esmalte,
o padece Dios, o el mundo
se disuelve y se deshace.

Al pie de la cruz, María
está en dolor constante,
mirando al Sol que se pone
entre arreboles de sangre.

Con ella su amado primo
haciendo sus ojos mares,
Cristo los pone en los dos,
más tierno porque se parte.

¡Oh lo que sienten los tres!
Juan, como primo y amante,
como madre la de Dios,
y lo que Dios, Dios lo sabe.

Alma, mirad cómo Cristo,
para partirse a su Padre,
viendo que a su Madre deja,
le dice palabras tales:

Mujer, ves ahí a tu hijo
y a Juan: Ves ahí tu Madre.
Juan queda en lugar de Cristo,
¡ay Dios, qué favor tan grande!

Viendo, pues, Jesús que todo
ya comenzaba a acabarse,
Sed tengo, dijo, que tiene
sed de que el hombre se salve.

Corrió un hombre y puso luego
a sus labios celestiales
en una caña una esponja
llena de hiel y vinagre.

¿En la boca de Jesús
pones hiel?, hombre, ¿qué haces?
Mira que por ese cielo
de Dios las palabras salen.

Advierte que en ella puso
con sus pechos virginales
una ave su blanca leche
a cuya dulzura sabe.

Alma, sus labios divinos,
cuando vamos a rogarle,
¿cómo con vinagre y hiel
darán respuesta süave?

Llegad a la Virgen bella,
y decirle con el ángel:
«Ave, quitad su amargura,
pues que de gracia sois Ave».

Sepa al vientre el fruto santo,
y a la dulce palma el dátil;
si tiene el alma a la puerta
no tengan hiel los umbrales.

Y si dais leche a Bernardo,
porque de madre os alabe,
mejor Jesús la merece,
pues Madre de Dios os hace.

Dulcísimo Cristo mío,
aunque esos labios se bañen
en hiel de mis graves culpas,
Dios sois, como Dios habladme.

Habladme, dulce Jesús,
antes que la lengua os falte,
no os desciendan de la cruz
sin hablarme y perdonarme.

Amor con tan honesto pensamiento

 

Amor con tan honesto pensamiento
arde en mi pecho, y con tan dulce pena,
que haciendo grave honor de la condena,
para cantar me sirve de instrumento.

No al fuego, al celestial atento,
en alabanza de Amarilis suena
con esta voz, que el curso al agua enfrena,
mueve la selva y enamora el viento.

La luz primera del primero día,
luego que el sol nació, toda la encierra,
círculo ardiente de su lumbre pura,

y así también, cuando tu sol nacía,
todas las hermosuras de la tierra
remitieron su luz a tu hermosura.

Belleza singular

 

Belleza singular, ingenio raro,
fuera del natural curso del cielo,
Etna de amor, que de tu mismo hielo
despides llamas entre mármol paro;

sol de hermosura, entendimiento claro,
alma dichosa en cristalino velo,
norte del mar, admiración del suelo,
emula el sol como a la luna el faro.

Milagro del Autor de cielo y tierra,
bien de naturaleza el más perfeto,
Lucinda hermosa en quien mi luz se encierra;

nieve en blancura y fuego en el efeto,
paz de los ojos y del alma guerra;
dame a escribir como a penar sujeto.

De Europa y Júpiter

 

Pasando el mar el engañoso toro,
volviendo la cerviz, el pie besaba
de la llorosa ninfa, que miraba
perdido de las ropas el decoro.

Entre las aguas y las hebras de oro,
ondas el fresco viento levantaba,
a quien con los supiros ayudaba
del mal guardado virginal tesoro.

Cayéronsele a Europa de las faldas
las rosas al decirle el toro amores,
y ella con el dolor de sus guirnaldas,

dicen que lleno el rostro de colores,
en perlas convirtió sus esmeraldas,
y dijo: «¡Ay triste yo!, ¡perdí las flores!».

A la muerte de Carlos Félix (fragmento)

 

Éste de mis entrañas dulce fruto,
con vuestra bendición, oh Rey eterno,
ofrezco humildemente a vuestras aras;
que si es de todos el mejor tributo
un puro corazón humilde y tierno,
y el más precioso de las prendas caras,
no las aromas raras
entre olores fenicios
y licores sabeos,
os rinden mis deseos,
por menos olorosos sacrificios,
sino mi corazón, que Carlos era,
que en el que me quedó menos os diera.

Diréis, Señor, que en daros lo que es vuestro
ninguna cosa os doy, y que querría
hacer virtud necesidad tan fuerte,
y que no es lo que siento lo que muestro,
pues anima su cuerpo el alma mía,
y se divide entre los dos la muerte.
Confieso que de suerte
vive a la suya asida,
que cuanto a la vil tierra,
que el ser mortal encierra,
tuviera más contento de su vida;
mas cuanto al alma, ¿qué mayor consuelo
que lo que pierdo yo me gane el cielo?

 

[…]

Y vos, dichoso niño, que en siete años
que tuvistes de vida, no tuvistes
con vuestro padre inobediencia alguna,
corred con vuestro ejemplo mis engaños,
serenad mis paternos ojos tristes,
pues ya sois sol donde pisáis la luna;
de la primera cuna
a la postrera cama
no distes sola un hora
de disgusto, y agora
parece que le dais, si así se llama
lo que es pena y dolor de parte nuestra,
pues no es la culpa, aunque es la causa, vuestra.

Cuando tan santo os vi, cuando tan cuerdo,
conocí la vejez que os inclinaba
a los fríos umbrales de la muerte;
luego lloré lo que ahora gano y pierdo,
y luego dije: «Aquí la edad acaba,
porque nunca comienza desta suerte».
¿Quién vio rigor tan fuerte,
y de razón ajeno,
temer por bueno y santo
lo que se amaba tanto?
Mas no os temiera yo por santo y bueno,
si no pensara el fin que prometía,
quien sin el curso natural vivía.

Yo para vos los pajarillos nuevos,
diversos en el canto y las colores,
encerraba, gozoso de alegraros;
yo plantaba los fértiles renuevos
de los árboles verdes, yo las flores,
en quien mejor pudiera contemplaros,
pues a los aires claros
del alba hermosa apenas
salistes, Carlos mío,
bañado de rocío,
cuando marchitas las doradas venas
el blanco lirio convertido en hielo,
cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo.

 

¿Oh qué divinos pájaros agora,
Carlos, gozáis, que con pintadas alas
discurren por los campos celestiales
en el jardín eterno, que atesora
por cuadros ricos de doradas salas
más hermosos jacintos orientales,
adonde a los mortales
ojos la luz excede?
¡Dichoso yo que os veo
donde está mi deseo
y donde no tocó pesar, ni puede;
que sólo con el bien de tal memoria
toda la pena me trocáis en gloria!

¿Qué me importara a mí que os viera puesto
a la sombra de un príncipe en la tierra,
pues Dios maldice a quien en ellos fía,
ni aun ser el mismo príncipe compuesto
de aquel metal del sol, del mundo guerra,
que tantas vidas consumir porfía?
La breve tiranía,
la mortal hermosura,
la ambición de los hombres
con títulos y nombres,
que la lisonja idolatrar procura,
al expirar la vida, ¿en qué se vuelven,
si al fin en el principio se resuelven?

Hijo, pues, de mis ojos, en buen hora
vais a vivir con Dios eternamente
y a gozar de la patria soberana.
¡Cuán lejos, Carlos venturoso, agora
de la impiedad de la ignorante gente
y los sucesos de la vida humana,
sin noche, sin mañana,
sin vejez siempre enferma,
que hasta el sueño fastidia,
sin que la fiera envidia
de la virtud a los umbrales duerma,
del tiempo triunfaréis, porque no alcanza
donde cierran la puerta a la esperanza!

La inteligencia que los orbes mueve
a la celeste máquina divina
dará mil tornos con su hermosa mano,
fuego el León, el Sagitario nieve;
y vos, mirando aquella esencia trina,
ni pasaréis invierno ni verano,
y desde el soberano
lugar que os ha cabido,
los bellísimos ojos,
paces de mis enojos,
humillaréis a vuestro patrio nido,
y si mi llanto vuestra luz divisa,
los dos claveles bañaréis en risa.

Yo os di la mejor patria que yo pude
para nacer, y agora en vuestra muerte,
entre santos dichosa sepultura;
resta que vos roguéis a Dios que mude
mi sentimiento en gozo, de tal suerte
que, a pesar de la sangre que procura
cubrir de noche escura
la luz de esta memoria,
viváis vos en la mía;
que espero que algún día
la que me da dolor me dará gloria,
viendo al partir de aquesta tierra ajena,
que no quedáis adonde todo es pena.

A mis soledades voy

 

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.

No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos.

Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.

Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.

La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.

O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.

«Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.

No me precio de entendido,
de desdichado me precio;
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?

No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.

Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más,
otros por carta de menos.

Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto.

En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los estraños,
y la de cobre los nuestros.

¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?

Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba romanos,
de medio abajo romeros.

Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento;

y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.

Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento,
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.

¡Oh, bien haya quien los hizo!
Porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños.

Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir,
piden prestado el tintero.

Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones ni pleitos;

ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién, ni Pascuas dieron.

Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.

Al pie de un roble escarchado

 

Al pie de un roble escarchado
donde Belardo el amante
desbarató un tosco nido
que habían tejido las aves,

de breves pasadas glorias,
de presentes largos males,
así se queja diciendo:
quien tal hace, que tal pague.

La bella Filis un día,
al tiempo que el sol esparce
sus rayos por todo el suelo,
dorando montes y valles,

sintiendo que el corazón
se le divide en dos partes,
así el [lo] mesmo decía:
quien tal hace, que tal pague.

Hice a los desdenes guerra,
guerra desdenes me hacen;
maté a Belardo con celos,
celos es bien que me maten.

No atendí siendo llamada,
agora no me oye nadie;
con justa causa padezco:
quien tal hace, que tal pague.

Desamé a Belardo un tiempo,
y el amor para vengarse,
quiere que le quiera agora,
y que él me olvide y desame.

Dejadme, pasiones frescas,
frescas pasiones, dejadme
vivir para que publique:
quien tal hace, que tal pague.

No le da pena el rigor
del frío tiempo que hace,
que el fuego de amor la ampara
que dentro en su pecho nace.

Dando de coraje voces,
que revienta de coraje,
dice por momentos Filis:
quien tal hace, que tal pague.

¿Do está, Belardo, la fe
que prometiste guardarme?
más yo la quebré primero,
tú puedes de mí quejarte.

Diste primero en quererme,
yo primero en olvidarte,
tú harta disculpa tienes:
quien tal hace, que tal pague.

Sacó del seno un papel
y con mil ansias le abre,
y antes de leerle todo
le arruga, rompe y deshace

diciendo: «Yo soy la causa,
no tengo de quién quejarme,
quien dio la causa revienta:
quien tal hace, que tal pague».

Al son de los arroyuelos

 

Al son de los arroyuelos
cantan las aves de flor en flor,
que no hay más gloria que amor
ni mayor pena que celos.

Por estas selvas amenas
al son de arroyos sonoros
cantan las aves a coros
de celos y amor las penas.

Suenan del agua las venas,
instrumento natural,
y como el dulce cristal
va desatando los yelos,
al son de los arroyuelos
cantan las aves de flor en flor,
que no hay más gloria que amor
ni mayor pena que celos.

De amor las glorias celebran
los narcisos y claveles;
las violetas y penseles
de celos no se requiebran.

Unas en otras se quiebran
las ondas por las orillas,
y como las arenillas
ven por cristalinos velos,
al son de los arroyuelos
cantan las aves de flor en flor,
que no hay más gloria que amor
ni mayor pena que celos.

Arroyos murmuradores
de la fe de amor perjura,
por hilos de plata pura
ensartan perlas en flores.

Todo es celos, todo amores;
y mientras que lloro yo
las penas que Amor me dio
con sus celosos desvelos,
al son de los arroyuelos
cantan las aves de flor en flor,
que no hay más gloria que amor
ni mayor pena que celos.

Amada pastora mía

 

«Amada pastora mía,
tus descuidos me maltratan,
tus desdenes me fatigan,
tus sinrazones me matan.

A la noche me aborreces
y quiéresme a la mañana;
ya te ofendo a medio día,
ya por la tarde me llamas;

agora dices que quieres,
y luego que te burlabas,
ya ríes mis tibias obras,
ya lloras por mis palabras.

Cuando te dan pena celos
estás más contenta y cantas;
y cuando estoy más seguro
parece que te desgracias.

A mi amigo me maldices
y a mi enemigo me alabas;
si no te veo me buscas,
y si te busco te enfadas.

Partíme una vez de ti,
lloraste mi ausencia larga,
y agora que estoy contigo
con la tuya me amenazas.

Sin mar ni montes en medio,
sin peligro ni sin guardas,
mar, montes y guardas tienes
con una palabra airada.

Las paredes de tu choza
me parecen de montaña,
un mar el llegar a vellas
y mil gracias tus desgracias.

Como tienes en un punto
el amor y la mudanza,
pero bien le pintan niño,
poca vista y muchas alas.

Si Filis te ha dado celos,
el tiempo te desengaña,
que como ella quiere a uno
pudo por otra dejalla.

Si el aldea lo murmura,
siempre la gente se engaña,
y es mejor que tú me quieras
aunque ella tenga la fama.

Con esto me pones miedo
y me celas y amenazas:
si lloras, ¿cómo aborreces?
y si burlas, ¿cómo amas?».

Esto Belardo decía
hablando con una carta,
sentado al pie de un olivo
que el dorado Tajo baña.

Amor con tan honesto pensamiento

 

Amor con tan honesto pensamiento
arde en mi pecho, y con tan dulce pena,
que haciendo grave honor de la condena,
para cantar me sirve de instrumento.

No al fuego, al celestial atento,
en alabanza de Amarilis suena
con esta voz, que el curso al agua enfrena,
mueve la selva y enamora el viento.

La luz primera del primero día,
luego que el sol nació, toda la encierra,
círculo ardiente de su lumbre pura,

y así también, cuando tu sol nacía,
todas las hermosuras de la tierra
remitieron su luz a tu hermosura.

Anticipó la púrpura olorosa

 

Anticipó la púrpura olorosa
un temprano clavel; Fabio admirado
dijo a Fenisa que bajaba al prado:
«Corta su breve vida, Parca hermosa».

«Lástima fuera», respondió piadosa,
y dejóle con vida y enojado,
y Fabio de sus labios engañado
dejó el clavel y respetó la rosa.

¡Ay, necio Fabio! La siguiente aurora,
de un etiope vil la negra mano,
en el jardín entrándose a deshora,

cortó el clavel y le gozó tirano.
Así perdida la ocasión se llora
y al más indigno se defiende en vano.

Apartaste, ingrata Filis

 

«¿Apartaste, ingrata Filis,
del amor que me mostrabas
para ponerlo en aquel
que pensando en ti se enfada?

¡Plegue a Dios no te arrepientas
cuando conozcas tu falta,
mas no te conocerás,
que aun para ti eres ingrata!

¡Filis, mal hayan
los ojos que en un tiempo te miraban!

Aguardando estoy a verte
tanto cuanto ya te ensanchas,
arrepentida llorando
el bien de que ahora te apartas;

víspera suele el bien ser
del mal que ahora no te halla,
pero aguarda, que él vendrá
cuando estés más descuidada.

¡Filis, mal hayan
los ojos que en un tiempo te miraban!

¡Oh cuántas y cuántas veces
me acuerdo de las palabras,
cruel, con que me engañaste
y con que a todos engañas!

A ti te engañaste sola,
pues te he de ver engañada,
deste que tú tanto adoras
y de mí sin esperanza.

¡Filis, mal hayan
los ojos que en un tiempo te miraban!

Miréte con buenos ojos,
pensando que me mirabas
como te miraba yo
por mi bien y tu desgracia;

que en esto, bien claro está,
eras tú la que ganabas,
mas a fin no mereciste
tanto bien siendo tan mala».

¡Filis, mal hayan
los ojos que en un tiempo te miraban!

Ay, amargas soledades

 

«¡Ay, amargas soledades
de mi bellísima Filis,
destierro bien empleado
del agravio que la hice!

Envejézcanse mis años
en estos montes que vistes,
que quien sufre como piedra
es bien que en piedras habite.

¡Ay horas tristes,
cuán diferente estoy
del que me vistes!

¡Con cuánta razón os lloro,
pensamientos juveniles
que al principio de mis años
cerca del fin me trujistes!

Retrato de mala mano,
mudable tiempo me heciste
sin nombre no me conocen
aunque despacio me miren.

¡Ay horas tristes,
cuán diferente estoy
del que me vistes!

Letra ha sido sospechosa,
que clara y escura sirve,
que por no borrarla toda,
encima se sobre escribe.

Pienso a veces que soy otro
hasta que el dolor me dice
que quien le sufre tan grande
ser otro fuera imposible».

¡Ay horas tristes,
cuán diferente estoy
del que me vistes!

Belleza singular

 

Belleza singular, ingenio raro,
fuera del natural curso del cielo,
Etna de amor, que de tu mismo hielo
despides llamas entre mármol paro;

sol de hermosura, entendimiento claro,
alma dichosa en cristalino velo,
norte del mar, admiración del suelo,
emula el sol como a la luna el faro.

Milagro del Autor de cielo y tierra,
bien de naturaleza el más perfeto,
Lucinda hermosa en quien mi luz se encierra;

nieve en blancura y fuego en el efeto,
paz de los ojos y del alma guerra;
dame a escribir como a penar sujeto.

Canta Amarilis

 

Canta Amarilis, y su voz levanta
mi alma desde el orbe de la luna
a las inteligencias, que ninguna
la suya imita con dulzura tanta.

De su número luego me trasplanta
a la unidad, que por sí misma es una,
y cual si fuera de su coro alguna,
alaba su grandeza cuando canta.

Apártame del mundo tal distancia,
que el pensamiento en su Hacedor termina,
mano, destreza, voz y consonancia.

Y es argumento que su voz divina
algo tiene de angélica sustancia,
pues a contemplación tan alta inclina.

Canta pájaro amante

 

Canta pájaro amante en la enramada
selva a su amor, que por el verde suelo
no ha visto al cazador que con desvelo
le está escuchando, la ballesta armada.

Tirale, yerra. Vuela, y la turbada
voz en el pico transformada en yelo,
vuelve, y de ramo en ramo acorta el vuelo
por no alejarse de la prenda amada.

Desta suerte el amor canta en el nido;
mas luego que los celos que recela
le tiran flechas de temor de olvido,

huye, teme, sospecha, inquiere, cela,
y hasta que ve que el cazador es ido,
de pensamiento en pensamiento vuela.

Cayó la torre

 

Cayó la torre que en el viento hacían
mis altos pensamientos castigados,
que yacen por el suelo derribados
cuando con sus extremos competían.

Atrevidos al sol llegar querían,
y morir en sus rayos abrasados,
de cuya luz contentos y engañados,
como la ciega mariposa ardían.

¡Oh, siempre aborrecido desengaño,
amado al procurarte, odioso al verte,
que en lugar de sanar abres la herida!

¡Plugiera a Dios duraras, dulce engaño,
que si ha de dar un desengaño muerte,
mejor es un engaño que da vida!

Céfiro blando que mis quejas tristes

 

Céfiro blando que mis quejas tristes
tantas veces llevaste, claras fuentes
que con mis tiernas lágrimas ardientes
vuestro dulce licor ponzoña hicistes;

selvas que mis querellas esparcistes,
ásperos montes a mi mal presentes,
ríos que de mis ojos siempre ausentes,
veneno al mar, como a tirano distes;

pues la aspereza de rigor tan fiero
no me permite voz articulada,
decid a mi desdén que por él muero.

Que si la viere el mundo transformada
en el laurel que por dureza espero,
della veréis mi frente coronada.

Con nuevos lazos

 

Con nuevos lazos, como el mismo Apolo,
hallé en cabello a mi Lucinda un día,
tan hermosa, que al cielo parecía
en la risa del alba, abriendo el polo.

Vino un aire sutil, y desatólo
con blando golpe por la frente mía,
y dije a amor que para qué tejía
mil cuerdas juntas para un arco solo.

Pero él responde: «Fugitivo mío,
que burlaste mis brazos, hoy aguardo
de nuevo echar prisión a tu albedrío».

Yo triste, que por ella muero y ardo,
la red quise romper, ¡qué desvarío!,
pues más me enredo mientras más me guardo.

Cuán bienaventurado

 

¡Cuán bienaventurado
aquel puede llamarse justamente,
que sin tener cuidado
de la malicia y lengua de la gente,
a la virtud contraria,
la suya pasa en vida solitaria!

¡Dichoso el que no mira
del altivo señor las altas casas,
ni de mirar se admira
fuertes colunas oprimiendo basas,
en las soberbias puertas,
a la lisonja eternamente abiertas!

Los altos frontispicios,
con el noble blasón de sus pasados,
los bélicos oficios,
de timbres y banderas coronados,
desprecia y tiene en menos
que en el campo los olmos, de hojas llenos.

Ni sufre al confiado
en quien puede morir, y que al fin muere,
ni humilde al levantado
con vanas sumisiones le prefiere,
sin ver que no hay coluna
segura en las mudanzas de fortuna.

Ni va sin luz delante
del señor poderoso, que atropella
sus fuerzas arrogante,
pues es mejor de noche ser estrella,
que por la compañía
del sol dorado no lucir de día.

¡Dichoso el que apartado
de aquellos que se tienen por discretos,
no habla desvelado
en sutiles sentencias y concetos,
ni inventa voces nuevas,
más de ambición que del ingenio pruebas!

Ni escucha al malicioso
que todo cuanto ve le desagrada,
ni al crítico en enfadoso
teme la esquiva condición, fundada
en la calumnia sola,
fuego activo del oro que acrisola.

Ni aquellos arrogantes
por el verde laurel de alguna ciencia,
que llaman ignorantes
los que tienen por sabios la experiencia,
porque la ciencia en suma
no sale del laurel, mas de la pluma.

No da el saber el grado
sino el ingenio natural del arte
y estudio acompañado,
que el hábito y los cursos no son parte,
ni aquella ilustre rama,
faltando lo esencial, para dar fama.

¡Oh cuántos hay que viven
a sus cortas esferas condenados!
Hoy lo que ayer escriben,
ingenios como espejos que quebrados
muestran siempre de un modo
lo mismo en cualquier parte que en todo.

¡Dichoso pues mil veces
el solo que en su campo, descuidado
de vanas altiveces,
cuanto rompiendo va con el arado
baña con la corriente
del agua que destila de su frente.

El ave sacra a Marte
le despierta del sueño perezoso,
y el vestido sin arte
traslada presto al cuerpo, temeroso
de que la luz del día
por las quiebras del techo entrar porfía.

Revuelve la ceniza,
sopla el humoso pino mal quemado;
el animal se eriza
que estaba entre las pajas acostado,
ya a la tiniebla huye
y lo que hurtó a la luz le restituye.

El pobre almuerzo aliña,
come y da de comer a los dos bueyes,
y en el barbecho o viña,
sin envidiar los patios de los reyes,
ufano se pasea
a vista de las casas de su aldea.

Y son tan derribadas,
que aun no llega el soldado a su aposento,
ni sus armas colgadas
de sus paredes vio, ni el corpulento
caballo estar atado
al humilde pesebre del ganado.

Caliéntase el enero,
alrededor de sus hijuelos todos,
a un roble, ardiendo entero,
y allí contando de diversos modos,
de la estranjera guerra
duerme seguro, y goza de su tierra.

Ni deuda en plazo breve,
ni nave por la mar su paz impide,
ni a la fama se atreve,
con el reloj del sol sus horas mide,
y la incierta postrera,
ni la teme cobarde, ni la espera.

Félix Lope de Vega, Madrid, 1562-1635

A Don Luis de Góngora

 

Claro cisne del Betis que, sonoro
y grave, ennobleciste el instrumento
más dulce, que ilustró músico acento,
bañando en ámbar puro el arco de oro,

a ti lira, a ti el castalio coro
debe su honor, su fama y su ornamento,
único al siglo y a la envidia exento,
vencida, si no muda, en tu decoro.

Los que por tu defensa escriben sumas,
propias ostentaciones solicitan,
dando a tu inmenso mar viles espumas.

Los ícaros defienda, que te imitan,
que como acercan a tu sol las plumas
de tu divina luz se precipitan.

Desde que viene la rosada Aurora

 

Desde que viene la rosada Aurora
hasta que el viejo Atlante esconde el día,
lloran mis ojos con igual porfía
su claro sol que otras montañas dora;

y desde que del caos adonde mora
sale la noche perezosa y fría,
hasta que a Venus otra vez envía,
vuelvo a llorar vuestro rigor, señora.

Así que ni la noche me socorre,
ni el día me sosiega y entretiene,
ni hallo medio en extremos tan extraños.

Mi vida va volando, el tiempo corre,
y mientras mi esperanza con vos viene,
callando pasan los ligeros años.

Deseando estar dentro de vos propia

 

Deseando estar dentro de vos propia,
Lucinda, para ver si soy querido,
miré ese rostro que del cielo ha sido
con estrellas y sol natural copia;

y conociendo su bajeza impropia,
vime de luz y resplandor vestido,
en vuestro sol como Faetón perdido,
cuando abrasó los campos de Etiopia,

Ya cerca de morir dije: «Tenéos,
deseos locos, pues lo fuistes tanto,
siendo tan desiguales los empleos».

Mas fue el castigo, para más espanto,
dos contrarios, dos muertes, dos deseos,
pues muero en fuego y me deshago en llanto.

Desmayarse, atreverse, estar furioso

 

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Después que rompiste, ingrata

 

«Después que rompiste, ingrata,
de amor el estrecho nudo,
pruebo a sujetar el cuello
y no consiente otro yugo.

Gocé libertad tres años,
si aquel es libre y seguro
que de llorar tus mudanzas
no tiene su rostro enjuto.

Pensaba que era en amarte
cuando menos sin segundo
pero ya me dice el tiempo
que han sido primeros muchos.

Y que acuden a tu casa
más galanes al descuido
que caben ríos ni arroyos
en el reino de Neptuno.

Y para más afrentarme,
porque me escarnezca el vulgo,
has dado en hacerme esclavo
con los hierros a tu gusto.

De agravio y desdenes tales
sólo a mi firmeza culpo,
que no acierta a ser mudable
cursando tanto en tu estudio.

Mas ay, que es venir a menos
aunque pueda hacer un hurto
más famoso que el de Elena
negarte mi alma tributo;

y así le cuento a Cupido
la vez que a su templo acudo
más quejas que en el Senado
el villano del Danubio.

Todos los amantes oye,
para mí está sordo y mudo;
no sé si el traidor procura
lo que yo también procuro;

que según es tu belleza
aunque tenga de Dios humos,
no deja de ser quien es
en ser de tus siervos uno;

y si va a decir verdades,
aunque de falsa te acuso,
a manos de tu ira muera
si fuere de otra y no tuyo».

De qué me avisas

 

«Di, Zaida, ¿de qué me avisas?
¿Quieres que muera y que calle?
No des crédito a mujeres
no fundadas en verdades;

que si pregunto en qué entiendes
o quién viene a visitarte,
son fiestas de mi tormento
ver qué visitas te aplacen.

Si dices que estás corrida
de que Zaide poco sabe,
no sé poco, pues que supe
conocerte y adorarte.

Si dices son por mi causa
las que en el rostro te salen,
por la tuya con mis ojos
tengo regada tu calle.

Confiesas que soy valiente,
que tengo otras muchas partes;
pocas tengo, pues no puedo
de una mentira vengarme.

Mas si ha querido mi suerte
que ya el quererte te canse,
no pongas inconvenientes
mas de que quieres dejarme.

No entendí que eras mujer
a quien novedad aplace,
mas son tales mis desdichas,
que en mí lo imposible hacen;

hánme puesto en tal extremo
que el bien tengo por ultraje:
alabasme para hacerme
la nata de los galanes.

Yo soy quien pierdo en perderte
y gano mucho en ganarte,
y aunque hablas en mi ofensa
no dejaré de adorarte.

Dices que si fuera mudo
fuera posible adorarme;
si en tu daño no lo he sido,
enmudezca el desculparme.

Si te ha ofendido mi vida,
quieres señora matarme,
basta decir que hablé [e] para que el pesar me acabe.

Es mi pecho calabozo
de tormentos inmortales,
mi boca la del silencio,
que no ha menester alcaide.

Que el hacer plato y banquetes
es de hombres principales,
mas dalles de sus favores
sólo pertenece a infames.

Zaida cruel, que dijiste
que no supe conservarte,
mejor te supe obligar
que tú has sabido pagarme.

Mienten los moros y moras,
miente el infame de Tarfe,
que si yo le amenazara
bastara para matarle.

A ese perro mal nacido
a quien yo mostré el turbante,
no fío yo dél secretos,
que en bajos pechos no caben.

Yo le he de quitar la vida
y he de escribir con su sangre
lo que tú Zaida replico:
Quien tal hizo, que tal pague».

Dulce Señor, mis vanos pensamientos

 

Dulce Señor, mis vanos pensamientos
fundados en el viento me acometen,
pero por más que mi quietud inquieten
no podrán derribar tus fundamentos.

No porque de mi parte mis intentos
seguridad alguna me prometen
para que mi flaqueza no sujeten,
ligera más que los mudables vientos.

Mas porque si a mi voz, Señor, se inclina
tu defensa y piedad, ¿qué humana guerra
contra lo que Tú amparas será fuerte?

Ponme a la sombra de tu cruz divina,
y vengan contra mí fuego, aire, tierra,
mar, yerro, engaño, envidia, infierno y muerte.

El pastor que en el monte

 

El pastor que en el monte anduvo al hielo,
al pie del mismo, derribando un pino,
en saliendo el lucero vespertino
enciende lumbre y duerme sin recelo.

Dejan las aves con la noche el vuelo,
el campo el buey, la senda el peregrino,
la hoz el trigo, la guadaña el lino,
que al fin descansa cuando cubre el cielo.

Yo solo, aunque la noche con su manto
esparza sueño y cuanto vive aduerma,
tengo mis ojos de descanso faltos.

Argos los vuelve la ocasión y el llanto,
sin vara de Mercurio que los duerma,
que los ojos del alma están muy altos.

En una playa amena

 

En una playa amena,
a quien el Turia perlas ofrecía
de su menuda arena,
y el mar de España de cristal cubría,
Belisa estaba a solas,
llorando al son del agua y de las olas.

«¡Fiero, cruel esposo!»,
los ojos hechos fuentes, repetía,
y el mar, como envidioso,
a tierra por las lágrimas salía;
y alegre de cogerlas,
las guarda en conchas y convierte en perlas.

«Traidor, que estás ahora
en otros brazos y a la muerte dejas
el alma que te adora,
y das al viento lágrimas y quejas,
si por aquí volvieres,
verás que soy ejemplo de mujeres.

Que en esta mar furiosa
hallaré de mi fuego la templanza,
ofreciendo animosa
al agua el cuerpo, al viento la esperanza;
que no tendrá sosiego
menos que en tantas aguas tanto fuego.

¡Ay tigre!, si estuvieras
en este pecho donde estar solías,
muriendo yo, murieras;
mas prendas tengo en las entrañas mías
en que verás que mato,
a falta de tu vida, tu retrato».

Ya se arrojaba, cuando
salió un delfín con un bramido fuerte,
y ella, en verle temblando,
volvió la espalda al rostro y a la muerte,
diciendo: «Si es tan fea,
yo viva, y muera quien mi mal desea».

Ensíllenme el potro rucio

 

«Ensíllenme el potro rucio
del alcaide de los Vélez,
denme el adarga de Fez
y la jacerina fuerte;

una lanza con dos hierros,
entrambos de agudos temples,
y aquel acerado casco
con el morado bonete,

que tiene plumas pajizas
entre blancos martinetes,
y garzotas medio pardas,
antes que me vista, denme.

Pondréme la toca azul
que me dio para ponerme
Adalifa la de Baza,
hija de Zelín Hamete;

y aquella medalla en cuadro
que dos ramos la guarnecen
con las hojas de esmeraldas,
por ser los ramos laureles;

y un Adonis que va a caza
de los jabalíes monteses,
dejando su diosa amada,
y dice la letra «Muere»».

Esto dijo el moro Azarque
antes que a la guerra fuese,
aquel discreto y animoso,
aquel galán y valiente,

Almoralife el de Baza,
de Zulema descendiente,
caballeros que en Granada
paseaban con los reyes.

Trajéronle la medalla,
y suspirando mil veces,
del bello Adonis miraba
la gentileza y la suerte:

«Adalifa de mi alma,
no te aflijas ni lo pienses;
viviré para gozarte,
gozosa vendrás a verme;

breve será mi jornada,
tu firmeza no sea breve,
procura, aunque eres mujer,
ser de todas diferente.

No le parezcas a Venus,
aunque en beldad le pareces,
en olvidar a su amante
y no respetalle ausente.

Cuando sola te imagines,
mi retrato te consuele,
sin admitir compañía
que me ultraje y te desvele;

que entre tristeza y dolor
suele amor entremeterse,
haciendo de alegres tristes
como de tristes alegres.

Mira, amiga, mi retrato,
que abiertos los ojos tiene,
y que es pintura encantada,
que habla, que vive y siente.

Acuérdate de mis ojos,
que muchas lágrimas vierten,
y a fe que lágrimas suyas
pocas moras las merecen».

En esto llegó Gualquemo
a decille que se apreste,
que daban priesa en la mar
que se embarcase la gente.

A vencer se parte el moro,
aunque gustos no le vencen,
honra y esfuerzo lo animan
a cumplir lo que promete.

Entro en mí mismo para verme

 

Entro en mí mismo para verme, y dentro
hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada,
una loca república alterada,
tanto que apenas los umbrales entro.

Al apetito sensitivo encuentro,
de quien la voluntad mal respetada
se queja al cielo, y de su fuerza armada
conduce el alma al verdadero centro.

La virtud, como el arte, hallarse suele
cerca de lo difícil, y así pienso
que el cuerpo en el castigo se desvele.

Muera el ardor del apetito intenso,
porque la voluntad al centro vuele,
capaz potencia de su bien inmenso.

Era la alegre víspera del día

 

Era la alegre víspera del día
que la que sin igual nació en la tierra,
de la cárcel mortal y humana guerra
para la patria celestial salía;

y era la edad en que más viva ardía
la nueva sangre que mi pecho encierra,
cuando el consejo y la razón destierra
la vanidad que el apetito guía,

cuando Amor me enseñó la vez primera
de Lucinda en su sol los ojos bellos,
y me abrasó como si rayo fuera.

Dulce prisión y dulce arder por ellos;
sin duda que su fuego fue mi esfera,
que con verme morir descanso en ellos.

Es la mujer del hombre lo más bueno

 

Es la mujer del hombre lo más bueno,
y locura decir que lo más malo,
su vida suele ser y su regalo,
su muerte suele ser y su veneno.

Cielo a los ojos, cándido y sereno,
que muchas veces al infierno igualo,
por raro al mundo su valor señalo,
por falso al hombre su rigor condeno.

Ella nos da su sangre, ella nos cría,
no ha hecho el cielo cosa más ingrata:
es un ángel, y a veces una arpía.

Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,
y es la mujer al fin como sangría,
que a veces da salud, y a veces mata.

Esparcido el cabello por la espalda

 

Esparcido el cabello por la espalda
que fue del sol desprecio y maravilla,
Silvia cogía por la verde orilla
del mar de Cádiz conchas en su falda.

El agua entre el hinojo de esmeralda,
para que entrase más, su curso humilla;
tejió de mimbre una alta canastilla,
y púsola en su frente por guirnalda.

Mas cuando ya desamparó la playa,
«Mal haya, dijo, el agua, que tan poca
con su sal me abrasó pies y vestidos».

Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya
la sal que tiene tu graciosa boca,
que así tiene abrasados mis sentidos».

En esa calavera

 

Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.

Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos,
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.

Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento,
aquí de las potencias la armonía.

¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!,
¿dónde tan alta presunción vivía,
desprecian los gusanos aposento?

Esto de imaginar

 

Esto de imaginar si está en su casa,
si salió, si la hablaron, si fue vista;
temer que se componga, adorne y vista,
andar siempre mirando lo que pasa;

temblar del otro que de amor se abrasa,
y con hacienda y alma la conquista;
querer que al oro y al amor resista,
morirme si se ausenta o si se casa;

celar todo galán rico y mancebo,
pensar que piensa en otro si en mí piensa
rondar la noche y contemplar el día,

obliga, Marcio, a enamorar de nuevo;
pero saber cómo pasó la ofensa,
no sólo desobliga, mas enfría.

Éstos los sauces son

 

Éstos los sauces son y ésta la fuente,
los montes éstos, y ésta la ribera
donde vi de mi sol la vez primera
los bellos ojos, la serena frente.

Éste es el río humilde y la corriente,
y ésta la cuarta y verde primavera
que esmalta el campo alegre y reverbera
en el dorado Toro el sol ardiente.

Árboles, ya mudó su fe constante,
mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano,
entonces monte, le dejé sin duda.

Luego no será justo que me espante,
que mude parecer el pecho humano,
pasando el tiempo que los montes muda.

Hermosas alamedas

 

Hermosas alamedas
deste prado florido
por donde entrar el sol pretende en vano;
fuentes puras y ledas,
que con manso rüido
a las aves lleváis el canto llano;
monte de nieve cano,
a quien te mira plata,
hasta que el sol en agua te desata;

con diferentes ojos
os miran mis cuidados,
pareciéndome espejos diferentes,
pues veo los enojos
de los tiempos pasados,
para llorar que los perdí presentes;
montes, árboles, fuentes,
estadme un rato atentos;
veréis que he puesto en paz mis pensamientos.

En gran lugar se puso,
¡oh, santas soledades!,
quien goza el bien que vuestro campo encierra
y libre del confuso
rumor de las ciudades,
es dueño de sí mismo en poca tierra,
adonde ni la guerra
sus paces interrompe,
ni ajeno yugo su silencio rompe.

Ni por oficio grave
que el más indigno tenga,
la envidia o lisonja le lastima,
ni espera que la nave
del indio a España venga
preñada del metal que el mundo estima:
ya el duro mar la oprima,
o ya segura quede,
ni le puede quitar, ni darle puede.

Ni amor con blando sueño
de imaginar süave
al suyo dio solícitos desvelos,
ni adora tierno dueño,
ni se queja del grave,
ni sus méritos puso contra celos;
que si a los mismos cielos
no toca el señorío,
¿por qué ha de ser esclavo el albedrío?

Agradecida mira
la planta, que a su mano,
porque la puso, le rindió tributo;
y contento, se admira
de ver que el cortesano
de tantas esperanzas pierda el fruto;
que no hay rey absoluto
como el que por sus leyes
conoce desde lejos a los reyes.

Siempre el hombre discreto
donde el poder alcanza
el apariencia del vivir limita;
dichoso el que este efeto
ha dado a su esperanza,
y del caer las ocasiones quita;
si en la tierra que habita
los ojos pone atentos,
aun no pasa de allí los pensamientos.

Quien no sirve ni ama,
ni teme ni desea,
ni pide ni aconseja al poderoso,
y con honesta fama
en su aumento se emplea,
sólo puede llamarse venturoso.
¡Oh mil veces dichoso
quien no tiene enemigo
y todos le codician por amigo!

Hombre mortal

 

Hombre mortal mis padres me engendraron,
aire común y luz de los cielos dieron,
y mi primera voz lágrimas fueron,
que así los reyes en el mundo entraron.

La tierra y la miseria me abrazaron,
paños, no piel o pluma, me envolvieron,
por huésped de la vida me escribieron,
y las horas y pasos me contaron.

Así voy prosiguiendo la jornada
a la inmortalidad el alma asida,
que el cuerpo es nada, y no pretende nada.

Un principio y un fin tiene la vida,
porque de todos es igual la entrada,
y conforme a la entrada la salida.

Ir y quedarse

 

Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse,
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno.

Félix Lope de Vega, Madrid, 1562-1635

Un soneto me manda hacer Violante

 

Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.

Félix Lope de Vega, Madrid, 1562-1635
Resumen
Félix Lope de Vega, Madrid, 1562-1635
Título del artículo
Félix Lope de Vega, Madrid, 1562-1635
Descripción
Poesía de Félix Lope de Vega
Acerca de
Publicado por
Ersilias
>>>>>>>>