Soneto a la Batalla de Lepanto
Hondo punto que bramas atronado
con tu tumulto y terror, de turbio seno
saca el rostro, de torpe miedo lleno,
mira tu campo, arder ensangrentado:
Y junto en este cerco y encontrado
todo el cristiano esfuerzo y sarraceno,
y cubierto de humo, y fuego y trueno,
huir temblando el impío quebrantado
Con profundo murmurio la victoria
mayor celebra, que jamás vio el cielo,
y más dudosa y singular hazaña;
Y di, que solo mereció la gloria
qué tanto nombre da a tu sacro suelo,
el joven de Austria, y el valor de España.
Por la victoria de Lepanto
Cantemos al Señor, que en la llanura
Venció del ancho mar al Trace fiero;
Tú, Dios de las batallas, tú eres diestra,
Salud y gloria nuestra.
Tú rompiste las fuerzas y la dura
Frente de Faraón, feroz guerrero;
Sus escogidos príncipes cubrieron
Los abismos del mar, y descendieron,
Cual piedra, en el profundo, y tu ira luego
Los tragó, como arista seca el fuego.
El soberbio tirano, confiado
En el grande aparato de sus naves,
Que de los nuestros la cerviz cautiva
Y las manos aviva
Al ministerio injusto de su estado,
Derribó con los brazos suyos graves
Los cedros más excelsos de la cima
Y el árbol que más yerto se sublima,
Bebiendo ajenas aguas y atrevido
Pisando el bando nuestro y defendido.
Temblaron los pequeños, confundidos
Del impio furor suyo; alzó la frente
Contra tí, Señor Dios, y con semblante
Y con pecho arrogante,
Y los armados brazos extendidos,
Movió el airado cuello aquel potente;
Cercó su corazón de ardiente saña
Contra las dos Hesperias, que el mar baña,
Porque en ti confiadas le resisten
Y de armas de tu fe y amor se visten.
Dijo aquel insolente y desdeñoso:
«¿No conocen mis iras estas tierras,
Y de mis padres los ilustres hechos,
O valieron sus pechos
Contra ellos con el húngaro medroso,
Y de Dalmacia y Rodas en las guerras?
¿Quién las pudo librar? ¿Quién de sus manos
Pudo salvar los de Austria y los germanos?
¿Podrá su Dios, podrá por suerte ahora
Guardarlos de mi diestra vencedora?
»Su Roma; temerosa y humillada,
Los cánticos en lágrimas convierte;
Ella y sus hijos tristes mi ira esperan
Cuando vencidos mueran;
Francia está con discordia quebrantada,
Y en España amenaza horrible muerte
Quien honra de la luna las banderas;
Y aquéllas en la guerra gentes fieras
Ocupadas están en su defensa,
Y aunque no, ¿quién hacerme puede ofensa?
»Los poderosos pueblos me obedecen,
Y el cuello con su daño al yugo inclinan,
Y me dan por salvarse ya la mano
Y su valor es vano;
Que sus luces cayendo se oscurecen,
Sus fuertes a la muerte ya caminan,
Sus vírgenes están en cautiverio,
Su gloria ha vuelto al cetro de mi imperio.
Del Nilo a Éufrates fértil e Istro frío,
Cuanto el sol alto mira todo es mío.»
Tú, Señor, que no sufres que tu gloria
Usurpe quien su fuerza osado estima,
Prevaleciendo en vanidad y en ira,
Este soberbio mira,
Que tus aras afea en su victoria.
No dejes que los tuyos así oprima,
Y en su cuerpo, crüel, las fieras cebe,
Y en su esparcida sangre el odio pruebe;
Que hecho-ya su oprobio, dice: «¿Dónde
El Dios de éstos está? ¿De quién se esconde?»
Por la debida gloria de tu nombre,
Por la justa venganza de tu gente,
Por aquel de los míseros gemido,
Vuelve el brazo tendido
Contra éste, que aborrece ya ser hombre;
Y las honras que celas tú consiente;
Y tres y cuatro veces el castigo
Esfuerza con rigor a tu enemigo,
Y la injuria a tu nombre cometida
Sea el hierro contrario de su vida.
Levantó la cabeza el poderoso
Que tanto odio te tiene; en nuestro estrago
Juntó el consejo, y contra nos pensaron
Los que en él se hallaron.
«Venid, dijeron, y en el mar ondoso
Hagamos de su sangre un grande lago;
Deshagamos a éstos de la gente,
Y el nombre de su Cristo juntamente,
Y dividiendo de ellos los despojos,
Hártense en muerte suya nuestros ojos.»
Vinieron de Asia y portentoso Egito
Los árabes y leves africanos,
Y los que Grecia junta mal con ellos,
Con los erguidos cuellos,
Con gran poder y número infinito;
Y prometer osaron con sus manos
Encender nuestros fines y dar muerte
A nuestra juventud con hierro fuerte,
Nuestros niños prender y las doncellas,
Y la gloria manchar y la luz dellas.
Ocuparon del piélago los senos,
Puesta en silencio y en temor la tierra,
Y cesaron los nuestros valerosos,
Y callaron dudosos,
Hasta que al fiero ardor de sarracenos
El Señor eligiendo nueva guerra,
Se opuso el joven de Austria generoso
Con el claro español y belicoso;
Que Dios no sufre ya en Babel cautiva
Que su Sión querida siempre viva.
Cual león a la presa apercibido,
Sin recelo los impíos esperaban
A los que tú, Señor, eras escudo;
Que el corazon desnudo
De pavor, y de amor y fe vestido,
Con celestial aliento confiaban.
Sus manos a la guerra compusiste,
Y sus brazos fortísimos pusiste
Como el arco acerado, y con la espada
Vibraste en su favor la diestra armada.
Turbáronse los grandes, los robustos
Rindiéronse temblando y desmayaron;
Y tú entregaste, Dios, como la rueda,
Como la arista queda
Al ímpetu del viento, a estos injustos,
Que mil huyendo de uno se pasmaron.
Cual fuego abrasa selvas, cuya llama
En las espesas cumbres se derrama,
Tal en tu ira y tempestad seguiste
Y su faz de ignominia convertiste.
Quebrantaste al crüel dragón, cortando
Las alas de su cuerpo temerosas
Y sus brazos terribles no vencidos;
Que con hondos gemidos
Se retira a su cueva, do silbando
Tiembla con sus culebras venenosas,
Lleno de miedo torpe sus entrañas,
De tu león temiendo las hazañas;
Que, saliendo de España, dio un rugido
Que lo dejó asombrado y aturdido.
Hoy se vieron los ojos humillados
Del sublime varón y su grandeza,
Y tú solo, Señor, fuiste exaltado;
Que tu día es llegado,
Señor de los ejércitos armados,
Sobre la alta cerviz y su dureza,
Sobre derechos cedros y extendidos,
Sobre empinados montes y crecidos,
Sobre torres y muros, y las naves
De Tiro, que a los suyos fueron graves.
Babilonia y Egito amedrentada
Temerá el fuego y la asta violenta,
Y el humo subirá a la luz del cielo,
Y faltos de consuelo,
Con rostro oscuro y soledad turbada
Tus enemigos llorarán su afrenta.
Mas tú, Grecia, concorde a la esperanza
Egipcia y gloria de su confianza,
Triste que a ella pareces, no temiendo
A Dios y a tu remedio no atendiendo,
¿Por qué, ingrata, tus hijas adornaste
En adulterio infame a una impia gente,
Que deseaba profanar tus frutos,
Y con ojos enjutos
Sus odiosos pasos imitaste,
Su aborrecida vida y mal presente?
Dios vengará sus iras en tu muerte;
Que llega a tu cerviz con diestra fuerte
La aguda espada suya; ¿quién, cuitada,
Reprimirá su mano desatada?
Mas tú, fuerza del mar, tú, excelsa Tiro,
Que en tus naves estabas gloriosa,
Y el término espantabas de la tierra,
Y si hacías guerra,
De temor la cubrías con suspiro,
¿Cómo acabaste, fiera y orgullosa?
¿Quién pensó a tu cabeza daño tanto?
Dios, para convertir tu gloria en llanto
Y derribar tus ínclitos, y fuertes
Te hizo perecer con tantas muertes.
Llorad, naves del mar; que es destruida
Vuestra vana soberbia y pensamiento.
¿Quién ya tendrá de ti lástima alguna,
Tú, que sigues la luna,
Asia adúltera, en vicios sumergida?
¿Quién mostrará un liviano sentimiento?
¿Quién rogará por ti? Que a Dios enciende
Tu ira y la arrogancia que te ofende,
Y tus viejos delitos y mudanza
Han vuelto contra ti a pedir venganza.
Los que vieron tus brazos quebrantados
Y de tus pinos ir el mar desnudo,
Que sus ondas turbaron y llanura,
Viendo tu muerte oscura,
Dirán, de tus estragos espantados:
¿Quién contra la espantosa tanto pudo?
El Señor, que mostró su fuerte mano
Por la fe de su príncipe cristiano
Y por el nombre santo de su gloria,
A su España concede esta victoria.
Bendita, Señor, sea tu grandeza;
Que después de los daños padecidos,
Después de nuestras culpas y castigo,
Rompiste al enemigo
De la antigua soberbia la dureza.
Adórente, Señor, tus escogidos,
Confiese cuanto cerca el ancho cielo
Tu nombre ¡oh nuestro Dios, nuestro consuelo!
Y la cerviz rebelde, condenada,
Perezca en bravas llamas abrasada.
Como en la cumbre ecelsa de Mimante
Como en la cumbre ecelsa de Mimante,
do en eterna prisión arde y procura
alzar la frente airada y guerra oscura
mover de nuevo al cielo el gran gigante,
se nota de las nubes, que delante
vuelan y encima en hórrida figura,
la calidad de tempestad futura,
que amenaza con áspero semblante,
así de mis suspiros y tristeza,
del grave llanto y grande sentimiento
se muestra el mal, que encierra el duro pecho.
Por eso no os ofenda mi flaqueza,
bella estrella de amor, que mi tormento
no cabe bien en vaso tan estrecho.
A vuestro grave y muerto hielo frío
A vuestro grave y muerto hielo frío,
temiendo el niño ciego su aspereza,
opuso con inútil rustiqueza
el leve y vivo ardiente fuego mío.
Su nieve muestra y llama el fuego y frío,
y reluchando esfuerza su grandeza;
el fuego al frío ablanda su dureza
y dispone veloz cual suelto río.
Quedó Amor del asalto glorioso,
y vos y yo contentos nos hallamos,
pero todo mi bien turbose luego;
que por un triste caso y lastimoso
con mi afrenta y dolor ambos quedamos,
con mayor frío vos, yo con más fuego.
Amor, en un incendio no acabado
Amor, en un incendio no acabado
ardí del fuego tuyo, en la florida
sazón y alegre de mi dulce vida,
todo en tu viva imagen transformado.
Y ahora, oh vano error, en este estado,
no con llama en cenizas escondida,
mas descubierta, clara y encendida,
pierdo en ti lo mejor de mi cuidado.
No más, baste, cruel, ya en tantos años
rendido haber al yugo el cuello yerto,
y haber visto en el fin tu desvarío.
Abra la luz la niebla a tus engaños,
antes que el lazo rompa el tiempo y muerto
sea el fuego del tardo hielo mío.
Ardientes hebras do se ilustra el oro
Ardientes hebras do se ilustra el oro,
de celestial ambrosía rociado
tanto mi gloria sois y mi cuidado
cuanto sois del amor mayor tesoro,
luces que al estrellado y alto coro
prestáis el bello resplandor sagrado,
cuanto es Amor por vos más estimado
tanto humildemente os honro más y adoro.
Purpúreas rosas, perlas de Oriente,
marfil terso y angélica armonía,
cuanto os contemplo tanto en vos me inflamo
y cuanta pena el alma por vos siente
tanto es mayor valor y gloria mía,
y tanto os temo cuanto más os amo.
Betis, que en este tiempo solo y frío
Betis, que en este tiempo solo y frío
escuchas mi dolor, del hondo asiento,
acoge en tu quieto movimiento
los últimos suspiros que yo envío;
y, si tiene valor tu sacro río,
dame que en árbol verde mi tormento
lamente transformado, que ya siento
débil la voz, cual cisne, al canto mío;
porque con nuevas ramas tu corriente
cercaré coronando, y destilado
iré en tu luengo curso y extendido;
que mi luz ceñirá su bella frente
de mis hojas, o en llanto desatado,
seré en sus blancas manos recogido.
Canción 1
Voz de dolor, y canto de gemido,
y espíritu de miedo, embuelto en ira,
hagan principio acerbo a la memoria
d’ aquel día fatal, aborrecido,
que Lusitania mísera suspira,
desnuda de valor, falta de gloria;
y la llorosa istoria
asombre con orror funesto y triste
dend’ el Áfrico Atlante y seno ardiente,
hasta do el mar d’ otro color se viste;
y do el límite roxo d’ Oriënte,
y todas sus vencidas gentes fieras,
vên tremolar de Cristo las vanderas.
Ay de los que pasaron, confiados
en sus cavallos y en la muchedumbre
de sus carros, en ti Libia desierta;
y, en su vigor y fuerças engañados,
no alçaron su esperança a aquella cumbre
d’ eterna luz; mas con sobervia cierta
se ofrecieron la incierta
vitoria, y sin bolver a Dios sus ojos,
con ierto cuello y coraçón ufano
sólo atendieron siempre a los despojos;
y el santo d’ Israel abrió su mano,
y los dexó; y cayó en despeñadero
el carro, y el cavallo y cavallero.
Vino el día cruel, el día lleno
d’ indinación, d’ ira y furor, que puso
en soledad y en un profundo llanto
de gente, y de plazer el reino ageno.
El cielo no alumbró, quedó confuso
el nuevo Sol, presago de mal tanto;
y con terrible espanto,
el Señor visitó sobre sus males,
para umillar los fuertes arrogantes;
y levantó los bárbaros no iguales,
que con osados pechos y constantes,
no busquen oro; mas con crudo hierro
venguen la ofensa y cometido ierro.
Los impios y robustos, indinados,
las ardientes espadas desnudaron
sobre la claridad y hermosura
de tu gloria y valor; y no cansados
en tu muerte, tu onor todo afearon,
mesquina Lusitania sin ventura;
y con frente segura
rompieron sin temor, con fiero estrago
tus armadas escuadras y braveza.
L’ arena se tornó sangriento lago,
la llanura con muertos aspereza;
cayó en unos vigor, cayó denuedo,
mas en otros desmayo y torpe miedo.
¿Son éstos por ventura, los famosos,
los fuertes y belígeros varones,
que conturbaron con furor la tierra,
que sacudieron reinos poderosos,
que domaron las órridas naciones,
que pusieron desierto en cruda guerra
cuanto enfrena y encierra
el mar Indo, y feroces destruyeron
grandes ciudades? ¿Do la valentía?
¿Cómo así s’ acabaron y perdieron
tanto eroico valor en solo un día;
y lexos de su patria derribados,
no fueron justamente sepultados?
Tales fueron aquestos, cual hermoso
cedro del alto Líbano, vestido
de ramos, hojas, con ecelsa alteza;
las aguas lo criaron poderoso,
sobre empinados árboles subido,
y se multiplicaron en grandeza
sus ramos con belleza;
y, estendiendo su sombra, s’ anidaron
las aves que sustenta el grande cielo;
y en sus hojas las fieras engendraron,
y hizo a mucha gente umbroso velo,
no igualó en celsitud y hermosura
jamás árbol alguno a su figura.
Pero elevóse con su verde cima,
y sublimó la presunción su pecho,
desvanecido todo y confiado;
haziendo de su alteza sólo estima.
Por eso Dios lo derribó deshecho,
a los impios y agenos entregado,
por la raíz cortado;
qu’ opreso de los montes arrojados,
sin ramos y sin hojas, y desnudo,
huyeron dél los ombres espantados;
que su sombra tuvieron por escudo;
en su ruina y ramos, cuantas fueron,
las aves y las fieras se pusieron.
Tú, infanda Libia, en cuya seca arena
murió el vencido reino Lusitano,
y s’ acabó su generosa gloria;
no estés alegre y d’ ufanía llena;
porque tu temerosa y flaca mano
uvo sin esperança, tal vitoria,
indina de memoria;
que si el justo dolor mueve a vengança
alguna vez el Español corage,
despedaçada con aguda lança,
compensarás muriendo el hecho ultrage;
y Luco amedrentado, al mar inmenso
pagará d’ Africana sangre el censo.
Cantemos al Señor, que en la llanura
Cantemos al Señor, que en la llanura
Venció del ancho mar al Trace fiero;
Tú, Dios de las batallas, tú eres diestra,
Salud y gloria nuestra.
Tú rompiste las fuerzas y la dura
Frente de Faraón, feroz guerrero;
Sus escogidos príncipes cubrieron
Los abismos del mar, y descendieron,
Cual piedra, en el profundo, y tu ira luego
Los tragó, como arista seca el fuego.
El soberbio tirano, confiado
En el grande aparato de sus naves,
Que de los nuestros la cerviz cautiva
Y las manos aviva
Al ministerio injusto de su estado,
Derribó con los brazos suyos graves
Los cedros más excelsos de la cima
Y el árbol que más yerto se sublima,
Bebiendo ajenas aguas y atrevido
Pisando el bando nuestro y defendido.
Temblaron los pequeños, confundidos
Del impio furor suyo; alzó la frente
Contra tí, Señor Dios, y con semblante
Y con pecho arrogante,
Y los armados brazos extendidos,
Movió el airado cuello aquel potente;
Cercó su corazón de ardiente saña
Contra las dos Hesperias, que el mar baña,
Porque en ti confiadas le resisten
Y de armas de tu fe y amor se visten.
Dijo aquel insolente y desdeñoso:
«¿No conocen mis iras estas tierras,
Y de mis padres los ilustres hechos,
O valieron sus pechos
Contra ellos con el húngaro medroso,
Y de Dalmacia y Rodas en las guerras?
¿Quién las pudo librar? ¿Quién de sus manos
Pudo salvar los de Austria y los germanos?
¿Podrá su Dios, podrá por suerte ahora
Guardarlos de mi diestra vencedora?
»Su Roma; temerosa y humillada,
Los cánticos en lágrimas convierte;
Ella y sus hijos tristes mi ira esperan
Cuando vencidos mueran;
Francia está con discordia quebrantada,
Y en España amenaza horrible muerte
Quien honra de la luna las banderas;
Y aquéllas en la guerra gentes fieras
Ocupadas están en su defensa,
Y aunque no, ¿quién hacerme puede ofensa?
»Los poderosos pueblos me obedecen,
Y el cuello con su daño al yugo inclinan,
Y me dan por salvarse ya la mano
Y su valor es vano;
Que sus luces cayendo se oscurecen,
Sus fuertes a la muerte ya caminan,
Sus vírgenes están en cautiverio,
Su gloria ha vuelto al cetro de mi imperio.
Del Nilo a Éufrates fértil e Istro frío,
Cuanto el sol alto mira todo es mío.»
Tú, Señor, que no sufres que tu gloria
Usurpe quien su fuerza osado estima,
Prevaleciendo en vanidad y en ira,
Este soberbio mira,
Que tus aras afea en su victoria.
No dejes que los tuyos así oprima,
Y en su cuerpo, crüel, las fieras cebe,
Y en su esparcida sangre el odio pruebe;
Que hecho-ya su oprobio, dice: «¿Dónde
El Dios de éstos está? ¿De quién se esconde?»
Por la debida gloria de tu nombre,
Por la justa venganza de tu gente,
Por aquel de los míseros gemido,
Vuelve el brazo tendido
Contra éste, que aborrece ya ser hombre;
Y las honras que celas tú consiente;
Y tres y cuatro veces el castigo
Esfuerza con rigor a tu enemigo,
Y la injuria a tu nombre cometida
Sea el hierro contrario de su vida.
Levantó la cabeza el poderoso
Que tanto odio te tiene; en nuestro estrago
Juntó el consejo, y contra nos pensaron
Los que en él se hallaron.
«Venid, dijeron, y en el mar ondoso
Hagamos de su sangre un grande lago;
Deshagamos a éstos de la gente,
Y el nombre de su Cristo juntamente,
Y dividiendo de ellos los despojos,
Hártense en muerte suya nuestros ojos.»
Vinieron de Asia y portentoso Egito
Los árabes y leves africanos,
Y los que Grecia junta mal con ellos,
Con los erguidos cuellos,
Con gran poder y número infinito;
Y prometer osaron con sus manos
Encender nuestros fines y dar muerte
A nuestra juventud con hierro fuerte,
Nuestros niños prender y las doncellas,
Y la gloria manchar y la luz dellas.
Ocuparon del piélago los senos,
Puesta en silencio y en temor la tierra,
Y cesaron los nuestros valerosos,
Y callaron dudosos,
Hasta que al fiero ardor de sarracenos
El Señor eligiendo nueva guerra,
Se opuso el joven de Austria generoso
Con el claro español y belicoso;
Que Dios no sufre ya en Babel cautiva
Que su Sión querida siempre viva.
Cual león a la presa apercibido,
Sin recelo los impíos esperaban
A los que tú, Señor, eras escudo;
Que el corazon desnudo
De pavor, y de amor y fe vestido,
Con celestial aliento confiaban.
Sus manos a la guerra compusiste,
Y sus brazos fortísimos pusiste
Como el arco acerado, y con la espada
Vibraste en su favor la diestra armada.
Turbáronse los grandes, los robustos
Rindiéronse temblando y desmayaron;
Y tú entregaste, Dios, como la rueda,
Como la arista queda
Al ímpetu del viento, a estos injustos,
Que mil huyendo de uno se pasmaron.
Cual fuego abrasa selvas, cuya llama
En las espesas cumbres se derrama,
Tal en tu ira y tempestad seguiste
Y su faz de ignominia convertiste.
Quebrantaste al crüel dragón, cortando
Las alas de su cuerpo temerosas
Y sus brazos terribles no vencidos;
Que con hondos gemidos
Se retira a su cueva, do silbando
Tiembla con sus culebras venenosas,
Lleno de miedo torpe sus entrañas,
De tu león temiendo las hazañas;
Que, saliendo de España, dio un rugido
Que lo dejó asombrado y aturdido.
Hoy se vieron los ojos humillados
Del sublime varón y su grandeza,
Y tú solo, Señor, fuiste exaltado;
Que tu día es llegado,
Señor de los ejércitos armados,
Sobre la alta cerviz y su dureza,
Sobre derechos cedros y extendidos,
Sobre empinados montes y crecidos,
Sobre torres y muros, y las naves
De Tiro, que a los suyos fueron graves.
Babilonia y Egito amedrentada
Temerá el fuego y la asta violenta,
Y el humo subirá a la luz del cielo,
Y faltos de consuelo,
Con rostro oscuro y soledad turbada
Tus enemigos llorarán su afrenta.
Mas tú, Grecia, concorde a la esperanza
Egipcia y gloria de su confianza,
Triste que a ella pareces, no temiendo
A Dios y a tu remedio no atendiendo,
¿Por qué, ingrata, tus hijas adornaste
En adulterio infame a una impia gente,
Que deseaba profanar tus frutos,
Y con ojos enjutos
Sus odiosos pasos imitaste,
Su aborrecida vida y mal presente?
Dios vengará sus iras en tu muerte;
Que llega a tu cerviz con diestra fuerte
La aguda espada suya; ¿quién, cuitada,
Reprimirá su mano desatada?
Mas tú, fuerza del mar, tú, excelsa Tiro,
Que en tus naves estabas gloriosa,
Y el término espantabas de la tierra,
Y si hacías guerra,
De temor la cubrías con suspiro,
¿Cómo acabaste, fiera y orgullosa?
¿Quién pensó a tu cabeza daño tanto?
Dios, para convertir tu gloria en llanto
Y derribar tus ínclitos, y fuertes
Te hizo perecer con tantas muertes.
Llorad, naves del mar; que es destruida
Vuestra vana soberbia y pensamiento.
¿Quién ya tendrá de ti lástima alguna,
Tú, que sigues la luna,
Asia adúltera, en vicios sumergida?
¿Quién mostrará un liviano sentimiento?
¿Quién rogará por ti? Que a Dios enciende
Tu ira y la arrogancia que te ofende,
Y tus viejos delitos y mudanza
Han vuelto contra ti a pedir venganza.
Los que vieron tus brazos quebrantados
Y de tus pinos ir el mar desnudo,
Que sus ondas turbaron y llanura,
Viendo tu muerte oscura,
Dirán, de tus estragos espantados:
¿Quién contra la espantosa tanto pudo?
El Señor, que mostró su fuerte mano
Por la fe de su príncipe cristiano
Y por el nombre santo de su gloria,
A su España concede esta victoria.
Bendita, Señor, sea tu grandeza;
Que después de los daños padecidos,
Después de nuestras culpas y castigo,
Rompiste al enemigo
De la antigua soberbia la dureza.
Adórente, Señor, tus escogidos,
Confiese cuanto cerca el ancho cielo
Tu nombre ¡oh nuestro Dios, nuestro consuelo!
Y la cerviz rebelde, condenada,
Perezca en bravas llamas abrasada.
Cual de oro el cabello ensortijado
Cual de oro el cabello ensortijado
y en mil varias lazadas dividido,
y cuanto en más figuras esparcido
tanto de más centellas ilustrado.
Tal de lucientes hebras coronado,
Febo aparece en llamas encendido,
tal discurre en el cielo esclarecido
un ardiente cometa arrebatado.
Debajo el puro, propio y sutil velo,
amor, gracia y valor y la belleza
templada en nieve y púrpura se vía.
Pensaba que se abrió esta vez el cielo
y mostró su poder y su riqueza,
si no fuera la Luz del alma mía.
Esta desnuda playa
Esta desnuda playa, esta llanura
de astas y rotas armas mal sembrada,
do el vencedor cayó con muerte airada,
es de España sangrienta sepultura.
Mostró el valor su esfuerzo, mas ventura
negó el suceso y dio a la muerte entrada,
que rehuyó dudosa, y admirada
del temido furor, la suerte dura.
Venció otomano al español ya muerto,
antes del muerto el vivo fue vencido,
y España y Grecia lloran la vitoria,
pero será testigo este desierto
que el español muriendo, no rendido,
llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria.
Subo con tan gran peso quebrantado
Subo con tan gran peso quebrantado
por esta alta, empinada, aguda sierra,
que aun no llego a la cumbre cuando yerra
el pie y trabuco al fondo despeñado.
Del golpe y de la carga maltratado,
me alzo a pena y a mi antigua guerra
vuelvo ¿mas qué me vale? Que la tierra
mesma me falta al curso acostumbrado.
Pero aunque en el peligro desfallesco
no desamparo el paso; que antes torno
mil veces a cansarme en este engaño.
Crece el temor y en la porfía cresco,
y sin cesar, cual rueda vuelve en torno,
así revuelvo a despeñarme al daño.
De bosque en bosque, de uno en otro llano
De bosque en bosque, de uno en otro llano,
solo, en medroso horror y sombra oscura,
voy suspirando ausente, y la luz pura
busco, que me encubrió el amor tirano.
Corto el río y traspaso el monte en vano;
que no se debe más a mi ventura;
el bien que la esperanza me procura
huye y se me desliza de la mano.
En este duro estrecho me lamento,
porque sea mi daño manifiesto
y alguno se conduela en mi cuidado.
No cohorta al fin esto mi tormento;
que tanto mi dolor es más molesto
cuanto de ajeno pecho más llorado.
¿Dó vas? ¿dó vas, crüel, dó vas?; refrena
“¿Dó vas? ¿dó vas, crüel, dó vas?; refrena,
refrena el presuroso paso, en tanto
que de mi dolor grave el largo llanto
a abrir comienza esta honda vena;
oye la voz de mil suspiros llena,
y de mi mal sufrido el triste canto,
que no podrás ser fiera y dura tanto
que no te mueva esta mi acerba pena;
vuelve tu luz a mí, vuelve tus ojos,
antes que quede oscuro en ciega niebla”,
dezía en sueño, o en ilusión perdido.
Volví, halléme solo y entre abrojos,
y en vez de luz, cercado de tiniebla,
y en lágrimas ardientes convertido.
Suave Filomena, que tu llanto
Suave Filomena, que tu llanto
descubres al sereno i limpio cielo:
si lamentaras tú mi desconsuelo,
o si tuviera yo tu dulce canto,
yo prometiera a mis trabajos tanto,
qu’esperara al dolor algún consuelo,
i se movieran d’amoroso zelo
los bellos ojos cuya lumbre canto.
Mas tú, con la voz dulce i armonía,
cantas tu afrenta i bárbaros despojos;
yo lloro mayor daño en son quexoso.
O haga el cielo qu’en la pena mía
tu voz suene, o yo cante mis enojos
buelto en ti, russeñol blando i lloroso.
Osé y temí, mas pudo la osadía
Osé y temí, mas pudo la osadía
tanto que desprecié el temor cobarde;
subí a do el fuego más me enciende y arde
cuanto más la esperanza se desvía.
Gasté en error la edad florida mía,
ahora veo el daño, pero tarde,
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.
Tal vez pruebo -mas, ¿qué me vale?- alzarme
del grave peso que mi cuello oprime,
aunque falta a la poca fuerza el hecho.
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.
Rojo sol
Rojo sol, que con hacha luminosa
cobras el purpúreo y alto cielo,
¿hallaste tal belleza en todo el suelo,
que iguale a mi serena Luz dichosa?
Aura süave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco vuelo,
¿cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, tocaste trenza más hermosa?
Luna, honor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fijadas,
¿consideraste tales dos estrellas?
Sol puro, Aura, Luna, llamas de oro,
¿oístes vos mis penas nunca usadas?
¿Vistes Luz más ingrata a mis querellas?
Sufro llorando, en vano error perdido
Sufro llorando, en vano error perdido,
el miedo y el dolor de mi cuidado,
sin esperanza; ajeno y entregado
al imperio tirano del sentido.
Mueve la voz Amor de mi gemido
y esfuerza el triste corazón cansado,
porque siendo en mis cartas celebrado
de él se aproveche nunca el ciego olvido.
Quien sabe y ve el rigor de su tormento,
si alcanza sus hazañas en mi llanto,
muestre alegre semblante a mi memoria.
Quien no, huya y no escuche mi lamento,
que para libres almas no es el canto
de quien sus daños cuenta por victoria.
Con el puro sereno en campo abierto
Con el puro sereno en campo abierto
vuela mi alado carro, y fresco llega.
El viento arando el golfo; la paz niega
cielo airado, aire adverso, flujo incierto.
Desampara huyendo el mar desierto;
mas el miedo y horror lo aflige y ciega;
noto cruel, que su furor despliega,
las velas rompe, impide entrar el puerto.
Cuando ríe una luz en occidente
que alegra el orbe etéreo, y desfallece
el soplo austrino y cesa el ponto oscuro,
la prora vuelvo, y lejos tardamente
la tierra sola en puntas aparece,
y nunca al puerto arribo que procuro.
En tu cristal movible la belleza
En tu cristal movible la belleza
veo, Nereo padre, figurada
de mi luz, que de rayos coronada,
muestra alegre su gracia y su grandeza.
Tus ondas vibran y arden con la alteza
de la llama titania, y la rosada
frente alabo, y de púrpura imitada
en ellas, y de nieve la pureza.
Si alzo al polo los ojos, donde junto
te pinta su color, presente miro
de mi lucero el dulce ardor florido.
Y dudoso del bien, al mismo punto
vuelvo, y en tu fulgente ponto admiro
su esplendor, y en el cielo dividido.
Amor, que me vio libre y no ofendido
Amor, que me vio libre y no ofendido,
torció, de mil despojos ricos llena,
en lazos de oro y perlas la cadena,
y en nieve escondió y púrpura, atrevido.
Con la flor de las luces yo perdido,
llegué y apresuré mi eterna pena;
tiembla el pecho fiel y me condena;
huyo, doy en la red, caigo rendido.
La culpa de mis daños no merezco,
que fue el nudo hermoso, y de mi grado
no una vez le entregara la victoria.
Cuanto sufro en mis cuitas y padezco
hallo en bien de mis yerros engañado
y del engaño salgo a mayor gloria.
Crece y alienta fiero en el nemeo
Crece y alienta fiero en el nemeo
león, y imprime su furor presente,
y en el orbe terrestre esfuerza ardiente
las llamas el dañoso Iperioneo.
Y cuando amor, ingrato a mi deseo,
descubre en su león más inclemente
los rayos, acabar indignamente
mi estéril esperanza triste veo.
Abrasa el corazón, do nunca el frío
tuvo lugar, ¡ay, oh dolor penoso,
a quien otro ninguno es semejante!
No puede amortiguar el llanto mío
este incendio; que el Betis espumoso
ni todo el grande Océano es bastante.
Ardía, en varios cercos recogido
Ardía, en varios cercos recogido,
del crispante cabello en torno, el oro,
que en bellos lazos coronado adoro,
dichoso en el dolor del mal sufrido.
Vibraba el esplendor esclarecido
y dulces rayos, del amor tesoro,
por quien en pérdida busco fiel y lloro
la gloria de mi daño consentido.
Veste negra, descuido recatado,
suave voz de angélica armonía
era, mesura y trato soberano.
Yo, que tal no esperaba, transportado,
dije, en la pura luz que me encendía:
«No encierra tal valor semblante humano».
Tal alto esforzó el vuelo mi esperanza
Tal alto esforzó el vuelo mi esperanza,
que mereció perderse en su osadía;
yo bien lo sospechaba y le temía
de su atrevida empresa la venganza.
No me escuchó, y siguió con confianza
que huyó con los bienes que tenía;
y conmigo en tal cuita y agonía
se adolece y lamenta en la mudanza.
Para aliviar la culpa en tanto daño,
de Faetón el rayo le recuerdo,
y de su intento ufano la memoria;
que solo ya me sirvo del engaño,
en mi mal, y en mi error, penando pierdo
sin razón, las promesas de mi gloria.
¡Oh, fuera yo el olimpo…
¡Oh, fuera yo el olimpo, que con vuelo
de eterna luz girando resplandece
cuando mengua Timbreo y Cintia crece
en el medroso horror del negro velo!
En lo mejor del noble hesperio suelo,
que cerca baña el Betis, y enriquece,
viera la alma belleza que florece
y esparce lumbre y puro ardor del cielo;
y en su candor clarísimo encendido,
volviera todo en llama, como espira
en fuego cuanto asciende al alta etra.
Tal vigor en sus rayos escondido
yace, que si con fuerza alguno mira
en ella, con más fuerza en él penetra.
Luz en cuyo esplendor el alto coro
Luz en cuyo esplendor el alto coro
con vibrante fulgor está apurado,
de dulces rayos bello ardor sagrado,
do enriqueció Eufrosina su tesoro;
Ondoso cerco que purpura el oro,
de esmeraldas y perlas esmaltado
y en sortijas lucientes encrespado,
a quien me inclino humilde, alegre adoro;
cuello apuesto, serena y blanca frente,
gloria de amor, gentil semblante y mano,
que desmaya la rosa y nieve pura,
es esta por quien fuerzo el mal presente
que pruebe su furor, y siempre en vano
aventajar intento mi ventura.
Do el suelo horrido el Albis frío baña
A la derrota del duque de Sajonia por Carlos V
Do el suelo horrido el Albis frío baña
al sajón, que oprimió con muerta gente
y rebosó espumoso su corriente
en la esparcida sangre de Alemaña;
al celo del excelso rey de España,
al seguro consejo y pecho ardiente,
inclina el duro orgullo de su frente,
medroso, y su pujanza, a tal hazaña.
La desleal cerviz cayó, que pudo
sus ondas con semblante sobrar fiero
y sus bosques romper con osadía,
Marte vio, y dijo, y sacudió el escudo:
«¡Oh gran Emperador, gran caballero!
¡Cuánto debo a tu esfuerzo en este día!»
Por la pérdida del rey don Sebastián
Voz de dolor y canto de gemido
Y espíritu del miedo, envuelto en ira,
Hagan principio acerbo a la memoria
De aquel día fatal, aborrecido,
Que Lusitania mísera suspira,
Desnuda de valor, falta de gloria;
Y la llorosa historia
Asombre con horror funesto, y triste
Desde el áfrico Atlante y seno ardiente
Hasta do el mar de otro color se viste,
Y do el límite rojo de oriente
Y todas sus vencidas gentes fieras
Ven tremolar de Cristo las banderas.
¡Ay de los que pasaron, confiados
En sus caballos y en la muchedumbre
De sus carros, en ti, Libia desierta,
Y en su vigor y fuerzas engañados,
No alzaron su esperanza a aquella cumbre
De eterna luz, mas con soberbia cierta
Se ofrecieron la incierta
Victoria, y sin volver a Dios sus ojos,
Con yerto cuello y corazón ufano
Sólo atendieron siempre a los despojos!
Y el Santo de Israel abrió su mano,
Y los dejó, y cayó en despeñadero
El carro, y el caballo y caballero.
Vino el día crüel, el día lleno
de indignación, de ira y furor, que puso
En soledad y en un profundo llanto,
De gente y de placer el reino ajeno.
El cielo no alumbró, quedó confuso
El nuevo sol, presagio de mal tanto,
Y con terrible espanto
El Señor visitó sobre sus males,
Para humillar los fuertes arrogantes,
Y levantó los bárbaros no iguales,
Que con osados pechos y constantes
No busquen oro, mas con hierro airado
La ofensa venguen y el error culpado.
Los impios y robustos, indignados,
Las ardientes espadas desnudaron
Sobre la claridad y hermosura
De tu gloria y valor, y no cansados
En tu muerte, tu honor todo afearon,
Mezquina Lusitania sin ventura;
Y con frente segura
Rompieron sin temor con fiero estrago
Tus armadas escuadras y braveza.
La arena se tomó sangriento lago,
La llanura con muertos aspereza;
Cayó en unos vigor, cayó denuedo;
Mas en otros desmayo y torpe miedo.
¿Son éstos por ventura los famosos,
Los fuertes, los belígeros varones
Que conturbaron con furor la tierra,
Que sacudieron reinos poderosos,
Que domaron las hórridas naciones,
Que pusieron desierto en cruda guerra
Cuanto el mar Indo encierra,
Y soberbias ciudades destruyeron?
¿Dó el corazón seguro y la osadía?
¿Cómo así se acabaron, y perdieron
Tanto heroico valor en solo un día;
Y lejos de sa patria derribados,
No fueron justamente sepultados?
Tales ya fueron éstos cual hermoso
Cedro del alto Líbano, Vestido
De ramos, hojas, con excelsa alteza;
Las aguas lo criaron poderoso
Sobre empinados árboles crecido,
Y se multiplicaron en grandeza
Sus ramos con belleza;
Y extendiendo su sombra, se anidaron
Las aves que sustenta el grande cielo,
Y en sus hojas las fieras engendraron,
E hizo a mucha gente umbroso velo;
No igualó en celsitud y en hermosura
Jamás árbol alguno a su figura.
Pero elevóse con su verde cima,
Y sublimó la presunción su pecho,
Desvanecido todo y confiado,
Haciendo de su alteza sólo estima.
Por eso Dios lo derribó deshecho,
A los impios y ajenos entregado,
Por la raíz cortado;
Que opreso de los montes arrojados,
Sin ramos y sin hojas y desnudo,
Huyeron dél los hombres, espantados,
Que su sombra tuvieron por escudo;
En su ruina y ramos cuantas fueron
Las aves y las fieras se pusieron.
Tú, infanda Libia, en cuya seca arena
Murió el vencido reino lusitano,
Y se acabó su generosa gloria,
No estés alegre y de ufanía llena;
Porque tu temerosa y flaca mano
Hubo sin esperanza tal victoria,
Indigna de memoria;
Que si el justo dolor mueve a venganza
Alguna vez el español coraje,
Despedazada con aguda lanza,
Compensará muriendo el hecho ultraje;
Y Luco amedrentado, al mar inmenso
Pagará de africana sangre el censo.
Yo voy por esta solitaria tierra…
Yo voy por esta solitaria tierra,
de antiguos pensamientos molestado,
huyendo el resplandor del sol dorado,
que de sus puros rayos me destierra.
El paso a la esperanza se me cierra;
de una ardua cumbre a un cerro yo enriscado,
con los ojos volviendo al apartado
lugar, solo principio de mi guerra.
Tanto bien presenta la memoria,
y tanto mal encuentra la presencia,
que me desmaya el corazón vencido.
¡Oh crueles despojos de mi gloria,
desconfïanza, olvido, celo, ausencia!;
¿por qué cansáis a un mísero rendido?
Voy siguiendo la fuerza de mi hado
Voy siguiendo la fuerza de mi hado
por este campo estéril y escondido;
todo calla y no cesa mi gemido
y lloro la desdicha de mi estado.
Crece el camino y crece mi cuidado,
que nunca mi dolor pone en olvido;
el curso al fin acaba, aunque extendido,
pero no acaba el daño dilatado.
¿Qué vale contra un mal siempre presente
apartarse y huir, si en la memoria
se estampa y muestra frescas las señales?
Vuela Amor en mi alcance y no consciente,
en mi afrenta, que olvide aquella historia
que descubrió la senda de mis males.
Yo vi a mi dulce Lumbre que esparcía
Yo vi a mi dulce Lumbre que esparcía
sus crespas ondas de oro al manso viento,
y con suave y tierno movimiento
mi duro corazón enternecía;
mi rustiqueza y torpe rebeldía
perdió, vencida, el obstinado intento,
y en blando y regalado sentimiento
trocó mi alma la aspereza mía.
Nunca me vi más preso ni rendido,
y nunca vi en mi Luz mayor dureza,
ni más recio desdén mi largo olvido.
A término tan grave y estrecheza,
casas, mi triste suerte me ha traído,
que temo de mi Lumbre al belleza.

