Estreno de «El hombre de moda», primer largometraje de Fernando Méndez-Leite.

El primer largometraje del realizador Fernando Méndez-Leite, titulado El hombre de moda, se presenta a partir de hoy en dos cines de Madrid. La película, estrenada en el pasado Festival Internacional de Cine de San Sebastián, donde participó en la sección a concurso, se proyectó también en el festival de Valladolid. El propio director califica su película como «una comedia de los sentimientos».

El equipo técnico procede de RTVE, donde Méndez-Leite es, desde hace varios años, localizador de cine en los programas de arte de la segunda cadena. «Hemos querido mostrar a la gente nuestro rendimiento fuera de Televisión Española, en donde estamos sub-empleados por motivos que desconocemos, pero que sospechamos».«La idea original de El hombre de moda», declara su director, «era hacer una película sobre un hombre profundamente solo, pero rodeado siempre de gente, de mujeres, de amigos, de personas que se acercan a él para contarle sus problemas, sus neurosis, sus vidas. Después, y a medida que Manolo Matji y yo íbamos escribiendo el guión, la historia fue cobrando una mayor complejidad. Creo que ahora El hombre de moda es una comedia de los sentimientos, una película de amor en la que la gente no se quiere lo suficiente. Mi método de trabajo consiste en observar lo que pasa a mi alrededor, reflexionar sobre nuestros comportamientos íntimos, sobre lo que hacemos pero ocultamos celosamente a los demás».

El hombre de moda trata también, según Fernado Méndez-Leite, «sobre el desconcierto de una buena parte de mi generación en un momento histórico concreto: la transición política. No es, por supuesto, una película política. Lo que me interesa es llamar la atención sobre las consecuencias que están produciendo en nosotros el cambio de costumbres y el nacimiento de una nueva moral. El personaje central -un profesor de literatura en un instituto femenino- es un tipo muy contradictorio, con una gran lucidez para analizar un texto literario, pero con una profunda incapacidad para relacionarse con los demás, para vivir fuera de los esquemas en que ha asentado toda su vida anterior. Creo que tiene un comportamiento muy representativo, muy masculino, aunque nos cueste reconocerlo. Es temeroso, huidizo, pero también tierno y patético».

Respecto al sistema de Financiación de la película, señala que «el guión era imposible rodarlo dentro de la industria tradicional del cine español. Yo quería conseguir una comunicación con los espectadores, pero la que yo quería, no la que me impusieran productores, distribuidores o exhibidores, haciendo gala de ese ojo clínico que dicen tener y que no impide que la mayoría de sus películas «pinchen» en la taquilla. Por eso formamos una cooperativa de producción con los actores y los técnicos. Ninguno hemos cobrado aún un duro por nuestro trabajo. Mis amigos me ayudaron a financiar la película, me prestaron sus casas, sus coches, lo que cada uno tenía. A todos ellos les debo la película y mucho más».

Fuente | El País (este articulo apareció en la edición impresa del Viernes, 14 de noviembre de 1980)

Fernando Méndez-Leite Serrano, Madrid, 1944
Fernando Méndez-Leite, Director de cine

Entrevista – Un director a la quinta potencia

Fernando Méndez-Leite nació en Madrid en 1944. Es licenciado en Derecho y en Dirección Cinematográfica. Ha trabajado en TVE, donde llevó los programas Galería (1973-1974), Cultura (1975), Imágenes (1978-1981) junto a Pilar Chamarro, La noche del cine español (1983-1985). Dirigió también en el ente capítulos de la serie Cuentos y leyendas y alguna de las Sonatas de Valle Inclán.

Fue profesor titular de Teoría del cine e Historia del cine contemporáneo en la Cátedra de cine de Valladolid (1968-1981), Director General de Cinematografía (1986-1988) y desde 1994 dirige la Escuela de Cine de Madrid (ECAM). En cine ha dirigido El hombre de moda y El productor. Dirigió en teatro la obra Agnus Dei en la que intervinieron Cristina Higueras y Fiorella Faltoyano, que es su mujer.

Esta entrevista tuvo lugar uno de los días finales de la Mostra de Valencia de 2008, donde Fernando era jurado de la sección oficial. Se llevó a cabo en la terraza de un hotel de la Plaza del Ayuntamiento, mientras que éramos envueltos por el atronador sonido de las comparsas de un interminable desfile de Moros y Cristianos. Una larga y amistosa entrevista.

Me había acercado a él durante una de las primeras mañana del certamen, aprovechando el receso entre dos sesiones mañaneras de la sección oficial, dedicadas a la prensa. No me acordaba de haberle conocido en mi etapa madrileña. Él me sacó del error. Cuando le dije mi nombre me dijo que se acordaba de mí. Que nos habíamos conocido hacía algo más de cuarenta años. Fue en el festival de Valladolid en los años sesenta. Me recordaba de entonces. Yo no, aunque la razón para ambos era clara: en aquellas reuniones bastante multitudinarias que manteníamos diariamente críticos de diversas revistas de cine presentes en el festival, él era casi un recién llegado al medio, mientras que yo, algo mayor que él, ya llevaba algunos años escribiendo

Comenzamos la charla volviendo a aquellos momentos.

Adolfo Bellido: No me acuerdo demasiado de cuándo nos conocimos, aunque me figuro que sería en los años sesenta en Madrid o quizás en el festival de cine de Valladolid

Fernando Mendéz-Leite: Sí, fue en la Seminci, que entonces, recordarás, se llamaba Festival de cine religioso y de valores humanos. Es natural que te acuerde yo más que tú a mí. La razón es obvia, escribías desde hacía tiempo en Cinestudio y eres unos años, tres o cuatro, mayor que yo. Son cosas que se notan. Fue hacia la mitad de la década de los sesenta. Nos reuníamos después de terminar las sesiones de noche en la terraza acristalada del Florida. Entonces el festival se celebraba en fechas cercanas a la Pascua. En aquellas reuniones comentamos cosas, algo que estaba muy bien, críticos de diferentes revistas de cine como Cinestudio (tú, Fernando Moreno, Garci, Giménez Rico, Toti) de Film ideal, en la que yo había comenzado a escribir. De ella estaba también Gómez Redondo. A veces también se nos unía gente de Nuestro cine, como Antonio Castro y Diego Galán. También solían ir Villegas López, Ángel Falquina o críticos de Barcelona como Maruja Torres. Largas puestas en común hasta altas horas de la madrugada. Quizá la persona que conseguía aglutinar a tan heterogéneo grupo fuera Fernando Moreno… Era jefe de redacción de Cinestudio, dirigía el cine club aún de Madrid y era también el Presidente de la Federación Nacional de Cineclubs.

Por entonces trabajaba en la sede central del Banco de España. Mi amistad con él viene de muy atrás. Diría que es una amistad de toda la vida, ya que era amigo de mis padres. Le conocí, cómo no, en salas de proyecciones a las que me llevaba mi padre de muy joven. Luego coincidimos cuando ambos trabajamos en TVE en los años ochenta. Hicimos varios proyectos conjuntos, incluida una película en la que él era el jefe de producción y yo el director. Se trataba de El club de los suicidas que era la segunda que hacía para la televisión.

Cuando dirigí el programa La noche del cine español, Fernando era en televisión el Jefe de programación ajena, por lo que era el encargado de comprar las películas que se proyectaban en televisión. Era yo quien le proponía las películas que quería para mi programa y él procedía a comprarlas.

Adolfo Bellido: No se ha vuelto a hacer en televisión un programa como aquél…

Sería imposible que algo así se pasara actualmente en alguna cadena de televisión. Si hoy alguien quisiera hacer un tipo de programa así, entraría en el despacho para proponerlo y no sería escuchado ni cinco minutos.

Adolfo Bellido: Un gran programa, que tuviste que dejar al ser nombrado Director General de Cinematografía.

Cuando eso ocurrió, llevaba tres años haciendo ese programa. Al ofrecerme el cargo no lo dudé. Era un programa con el que cada vez me enrollaba más. Cuando se puso en marcha iban a ser treinta y cinco programas y al final fueron noventa. Y porque me fui, si no ni se sabe los que hubieran sido. Fue un trabajo impresionante de investigación. Encontraba nuevas cosas, nuevas líneas temáticas para seguir. Me metí en un auténtico túnel del tiempo. El hacer el programa fue una especie de psicoanálisis personal. A cada vuelta encontraba nuevas cosas, algunas realmente increíbles.

Adolfo Bellido: Pusiste en ese programa películas muy difíciles de ver. Recuerdo el pase de la extraordinaria, y desconocida, Vida en sombras. No recuerdo muy bien si incluso llegaste a proyectar esa obra maestra dirigida por Fernán-Gomez que es El mundo sigue.

No, la primera si la pasé, pero la segunda se proyectó en la segunda cadena. Mi programa no llegó al año en que Fernán-Gómez realizó esa película. Me quedé varios años antes, concretamente en Muerte de un ciclista, o sea en 1955. El proyecto inicial era llegar al cine del final del franquismo. Lo abandoné al nombrarme Director General, entre otras cosas porque el cargo era incompatible con el trabajo en televisión. Preparé unas cuantas presentaciones adelantadas y dejé todo en manos de mis dos ayudantes, que eran María Bardem y Antonio de Gracia. Ellos, con Fernando Lara, que era asesor de programas, y algunos otros siguieron haciéndolo unos seis meses más. Los directivos de televisión esperaron que llegara el verano para cargarse el programa.

Adolfo Bellido: No entiendo por qué lo eliminaron.

Era un programa muy personal. Inventado por mí, muy entrañable. Fui quien le dio vida. Estaba hecho por mí de arriba abajo. Los que siguieron con La noche del cine español parece que no se llevaban muy bien. Algo falló. Fue una pena su desaparición porque había mucho material interesante, que se quedó sin poder salir. Durante el tiempo que llevé el programa realicé alrededor de cien entrevistas: Fraga, Carrillo, el abad del Valle de los Caídos, Puskas, Gento, Di Stefano… Personas de todo tipo, aparte, claro está, de los profesionales del cine español.

Adolfo Bellido: Lo importante era tanto descubrir películas españolas que desconocíamos como el montaje previo, donde se unían los trozos de películas con entrevistas… Una manera magnífica de abrir la ventana a determinadas épocas.

El programa nació por casualidad. Cuando llegaron los socialistas a televisión pensé, ahora me llamarán, además habían nombrado director de programación de la cadena a Ramón Gómez Redondo, al que conocía, y que, además de ser compañero de Film Ideal, era íntimo amigo. Fue mi mentor en televisión. Pasé de ayudante de realización a realizador, pero no me daban trabajo, hasta el punto que firmé un contrato con los jesuitas para dirigir Radio Popular de Murcia. Y es que llevaba un año sin trabajar. Dije, esto se acabó. Fue entonces cuando los amigos de Reseña me propusieron lo de Murcia. Estaba prácticamente haciendo las maletas cuando me llamó Ramón para decirme que dejaba el programa que llevaba en televisión y que había propuesto mi nombre para que le sustituyese como director de un programa de arte que se llamaba Galería. Así fue como me encarrilé en RTVE. Después de ese programa pasé a hacer dramáticos. Cuando me llamó Ramón pensé ahora que voy a Televisión me ofrecerán una película que es lo que quería hacer…

Finalmente me llamó a su despacho la directora de la segunda cadena de RTVE que era Clara Francia. ¿Qué me vas a ofrecer? Mira, me dice, tenemos aquí, en la casa, unas películas españolas de los años cincuenta y no sabemos qué hacer con ellas. A ver si te a ti se te ocurre algo. Ramón me preguntó por qué no hacía una especie de NODO pero convenientemente transformado. Pues vaya encarguito, nada menos que pasar de una posible película a hacer el NODO. Para hacer algo con aquello había que arrimar el hombre. Total, me metí en la moviola a ver las películas y al verlas me dije: caramba, si aquí en estas películas está la Historia de España durante el franquismo. En todas ellas y no sólo en Raza que como sabes fue escrita por Franco.

Vi Las chicas de la cruz roja y todas las que me ofrecían y llegué a la conclusión de que con aquel material se podía hacer una Historia del franquismo a través del cine español. Preparé un proyecto, lo aprobaron, me dieron un equipo y comencé a hacer entrevistas. Al cabo de unos meses enseñé un piloto que encantó a los jefes. Así fue como salió La noche del cine español. La proyección de una película con su correspondiente NODO, como era obligado durante el franquismo, es lo que me condujo a estructurar el programa televisivo como una especie de túnel del tiempo. Cuando trabajaba en el programa me metía en la moviola a las nueve de la mañana para ver películas y allí me pasaba la mañana entera haciendo fichas y seleccionando secuencias. Los jueves y los viernes los dedicaba a hacer entrevistas. Poco a poco el programa se fue haciendo más y más grande.

Sí. Las entrevistas que hacía me daban la información para centrarme en temas tales como el frío, el hambre, la represión, el Valle de los Caídos… Me podía haber pasado toda la vida haciendo eso, pero me ofrecieron la Dirección General. No tenía ninguna vinculación con el PSOE salvo haberles votado en las elecciones. Tampoco la tenía con ningún otro partido. Me consideraba como muy joven para ese cargo ya que sólo tenía cuarenta años. Me atraía y me apasionaba a la vez el trabajar en ese puesto.

Adolfo Bellido: Creo que estuviste en el cargo cuatro años…

Bueno, en realidad fueron tres. Treinta y seis meses en total desde enero de 1986 a diciembre de 1988 en el que decidí dimitir al enfrentarme al grupo de Semprún. Aguanté seis meses después del cambio de Ministro, pero me marché cuando comprendí que no había manera de hacer nada.

Adolfo Bellido: La televisión de los setenta y ochenta.

Aquella televisión de la etapa de Pilar Miró con aquellos estupendos ciclos de cine (por directores, nacionalidad o temas) creo que también sería inviable hoy día. Recuerdo, por ejemplo, el ciclo de cine que se dedicó a la obra de Douglas Sirk, y donde cada una de sus películas era precedida de una de las partes de la entrevista que Antonio Drove había grabado al director en Estados Unidos.

En general todos los programas de los años setenta, incluso los que se hicieron poco antes de morir Franco, hoy día son inviables. No queda nada de aquellos programas culturales… Un ejemplo, el que heredé de Gómez Redondo y que posteriormente se llamó Cultura 2 y que fue seguido, al dejarlo yo, por José Luis Cuerda, era un programa que se emitía en prime time todos los miércoles a las diez de la noche. Duraba una hora y hablaba de pintura, escultura, teatro, cine, filosofía…

Adolfo Bellido: Le pones eso hoy día a la gente… con eso de las audiencias.

Ahora es imposible, tanto ese programa como las películas que hacíamos para la serie Los libros o Cuentos y leyendas.O las series compradas de fuera, como la de Alfred Hitchcok presenta continuada por La hora de Alfred Hitchcok, donde además de muchos de los telefilmes que presentaba pudimos ver los que el propio Hitch había hecho.

Creo que donde he visto más cine de calidad es en la etapa en que Fernando Moreno y Pepe Comenzana se encargaron de la programación cinematográfica en televisión con ciclos completísimos sobre cine negro, actores como Gary Cooper o Bogart, directores como Ingmar Begman o King Vidor… Vi muchas películas que no conocía por mi edad. Y luego, además de la televisión estaban los festivales de cine como el de Valladolid o el de San Sebastián, donde se proyectaron retrospectivas muy completas de Murnau, Dreyer, Bresson, Mamoulian, Sternberg o Nicholas Ray.

En todo ello está la base de mi formación cinematográfica a lo que debo añadir todas las películas que he visto desde muy pequeño. Se lo cuento ahora a mis alumnos de la escuela de cine (ECAM): «¿vosotros sabéis lo que era un lunes, que entonces era el día de los estrenos, poder elegir entre otras Esplendor en la hierba, Hatari, Dos cabalgan juntos o El gatopardo, que se estrenaban al mismo tiempo?».

Adolfo Bellido: Los espectadores y los tiempos son muy distintos a los de entonces. Todo ha cambiado mucho y en forma muy rápida. Actualmente sería impensable un cineclub como el Universitario de Salamanca que daba sus sesiones los domingos a las 11’45 de la mañana, en un cine de la ciudad y que llegó a tener más de mil asociados. Y es que, claro, entonces no había discotecas ni otras diversiones que llevasen a los estudiantes a acostarse a las mil y una.

Recuerdo que en Madrid en el cineclub de la Facultad de Ciencias, los domingos por la tarde, en el de la casa de Brasil, en el Sigma, en el Aún se producían grandes colas para ver películas viejas. O las sesiones que veíamos en la EOC (Escuela Oficial de Cinematografía) en los años sesenta, los sábados por la tarde. Eran fantásticos programas dobles de películas de reciente producción, muchas de las cuales no habían pasado la censura. Y es que la EOC (y por tanto nosotros) se aprovechaba de que varios de los profesores eran censores. Curioso y estupendo. Así, llevaban a la escuela las películas que acababan de prohibir. Algunos de aquellos programas dobles fueron Repulsión de Polanski y Accidente de Losey, Mi noche con Maud de Rohmer y Porcile de Pasolini. En la escuela de cine estuve desde 1966 a 1970. Hice un año de guión y tres de dirección. En 1970 nos expulsaron porque hicimos una huelga general contra el director de la Escuela, Julio Baena.

Adolfo Bellido: Serías, entonces, compañero de algunas de las personas que había tenido conmigo en el cineclub Universitario de Salamanca como Luciano Valverde, Toti para los amigos, que luego trabajaría en televisión y que murió hace unos años, o Pedro Montero, que ingresó en producción, aunque lo dejó enseguida.

Claro, conocí a ambos. Concretamente Luciano fue siempre un gran amigo. Ingresamos los tres el mismo año. Luciano en dirección, Pedro en producción y yo en la especialidad de guión. El segundo año de estar en la escuela, en el que estaba en dirección, fui ayudante de dirección de Toti en la práctica que realizó en segundo de carrera: La última aventura de Roberto Alcázar y Pedrín. Hice de ayudante porque ambos habíamos coincidido en la práctica de fin de carrera de Pedro Costa. Allí Toti iba de ayudante por el hecho de estudiar dirección, mientras que yo era script por estar entonces en la especialidad de guión. Aquella película, que estaba muy bien, se titulaba El príncipe y la huerfanita.

Sentí mucho la muerte de Toti. Nuestra generación ha estado prematuramente marcada. Murió él, también José María Carreño, que era gran amigo de los dos, y también desaparecieron Ramón Gómez Redondo, José Luis Guarner, Antonio Drove, Manolo Marinero, que se suicidó tirándose por la ventana. Un curioso caso el suyo. Era la estrella de la promoción en la escuela, el más listo, el más preparado y brillante. Lo tenía todo… pero tenía graves problemas, era una persona muy difícil de tratar.

Adolfo Bellido: ¿Has seguido relacionándote con los que escribíamos en Cinestudio?

Cómo ya te he dicho, me unía una gran amistad con Fernando Moreno. En la etapa de televisión veía a Carlos Losada. También me he encontrado alguna vez con José Luis Martínez Montalbán y con José Luis Hernández Marcos. Con Antonio Giménez Rico coincidí a diario durante mucho tiempo, ya que era el Presidente de la Junta Rectora de la ECAM. Ahora le ha sustituido Enrique Cerezo.

Con Garci… Es imposible desde hace tiempo dialogar con él. Es un egocentrista. Él lleva la conversación. Si le sigues bien, si no le da igual. Él cita una película para ver que dices tú. pero lo que le respondes ya no le importa. No entiendo su manera de actuar. Mi mujer, Fiorella Faltoyano, fue protagonista de alguna de sus películas. Pues bien, sin saber la razón, le ha retirado el saludo. Nos encontramos con él en un festival. A mí me saludó, a ella no. Y eso que le había ofrecido el papel protagonista para El abuelo. De la noche a la mañana, sin que a nosotros nos dijera nada, nos enteramos que el papel lo estaba haciendo Cayetana Guillén Cuervo.

A mí, Garci me echó de su programa de televisión ¡Qué grande es el cine! porque le había hecho una crítica muy dura de You’re the one, una película que me irritó. Quiso hacer una película americana de los años cuarenta y le salió una checa de los años sesenta.

Adolfo Bellido: Has hecho muchas cosas para televisión, pero en cine sólo has dirigido El hombre de moda…

También he hecho un documental sobre Querejeta titulado El productor, que se ha editado en DVD. Cuando terminé en la escuela intenté hacer infructuosamente una película, Caramelos de menta que había escrito con Manolo Matji. También preparé otra película con José Luis Cuerda y Toti. Pero nada, no salió nada. Menos mal que pasé a Televisión Española. También fui durante trece años profesor en la Cátedra de cine de Valladolid. Esa labor me sirvió de mucho.

Después de realizar El hombre de moda intenté hacer La mujer en la luna. Fue antes de que me nombraran Director General de Cine. Cuando me nombraron me dije que era más fácil que le nombrarán a uno en este país Director de Cinematografía que director de cine. Como director de cine he tenido mala suerte.

Adolfo Bellido: A gran parte del grupo de Encadenados nos interesó bastante El hombre de moda.

La película se hizo con muy poco dinero pero contó con un gran reparto. Allí estaban Xavier Elorriaga, Carmen Maura, Isabel Mestre… No pude rodar en exteriores por lo que había escenas que se unieron de forma absurda. No había transiciones entre las secuencias. El dinero se terminó cuando había que rodar exteriores, pero creo que a pesar de ello la película quedó bastante bien.

Con esta película gané mucho dinero, unos diez millones de pesetas de la época. Cuando me enfrenté al nuevo rodaje llegue a la conclusión que jamás produciría y montaría una productora para intentar realizar una película. El intento de hacer La mujer en la luna se encasquilló. Se portaron muy mal los amigos de televisión. No me concedieron los derechos de antena. Me hundieron porque el filme era la otra cara de El hombre de moda. Mi filme trataría sobre una mujer desconcertada que se deja llevar por todo y por todos como le ocurría a Elorriaga en El hombre de moda. La mujer en la luna contaba la historia de una chica muy guapa, muy lista y muy simpática que un buen día decide separarse de su marido que es un tonto, un cabrón. Cuando lo hace, la mujer se deja dominar por su madre, sus amigos. Termina más perdida que en su matrimonio.

En televisión hice también Sonata de estío de Valle Inclán producida por Eduardo Manzano. Fue tal caos el de aquella producción que del desastre aprendí muchísimo…

Adolfo Bellido: ¿Qué tienes que decir de La Regenta?

Después de salir del ministerio me pasó una cosa tremenda: que me daba una vergüenza espantosa andar buscando productor para una nueva película, ya que era la gente con la que había estado tratando durante los tres años en que estuve de Director General y a quienes había concedido subvenciones. Fue entonces cuando surgió el proyecto de La Regenta. Me puse a escribir el guión. Estuve liado con ese proyecto durante cuatro años. Fue muy duro. Decía en broma que si me muriera pusieran en mi epitafio «Iba a hacer La Regenta». Cada seis meses entregaba un guión. Me decían que tenía que reducir, que en vez de doce horas debían ser seis, que en vez de capítulos de hora y media debían ser de una hora. Y cuando los preparaba de una hora me volvían a pedirlos de hora y media. Un infierno.

Menos mal que cuando preparé La Regenta ya existían ordenadores porque de no ser así hubiera terminado por volverme loco. Hice un total de doce versiones diferentes del guión a petición de los directivos de TVE, que seguían siendo los mismos que me habían impedido hacer La mujer en la luna, uno de los cuales, por cierto, es actualmente el jefe de estudios de la ECAM. Algo que, pienso, dice mucho a mi favor: no soy nada rencoroso.

Cuando arrancó, al fin, La Regenta, lo que hice era muy diferente al proyecto que había planteado en un inicio. Con todo, pude hacer cinco horas de película con muy poco dinero. Había implicado en la producción a Eduardo Ducay. Al principio se iba a producir dentro de TVE pero el ente dijo que no, que no podía llevar la producción por lo que había que buscar a un productor de fuera. Propuse tres nombres. Uno de ellos Ducay. Fue un productor excelente porque se dio cuenta de cómo había que emplear el dinero que se tenía. Conté con un buen equipo técnico, con un reparto, decoración y vestuario adecuado.

En lo que era imposible ahorrar era en tiempo y esa labor caía sobre mis espaldas. Rodé La Regenta prácticamente a toma única. Claro, contaba con unos actores excelentes. No tenía ningún problema con Carmelo, Aitana y Alterio pero cuando le tocaba entrar a Galiardo, y tenía que hacer con él hasta dieciséis tomas, terminaba loco. Fue una lucha contra el tiempo. A mi favor tenía los cuatro años de lucha con el guión por lo que me lo sabía muy bien. Poseía muchos recursos para sobrellevar los problemas que iban surgiendo. Sabía muy bien lo que estaba haciendo y lo que quería decir.

Adolfo Bellido: Fue, creo, una de las últimas series que se llevaron a cabo en TVE.

La última. Fue la última de la serie Grandes relatos de TVE. Cuando la hicimos teníamos conciencia de que era la última producción. El saberlo sirvió de gran aliciente al equipo. Un equipo mixto ya que parte procedía del cine y parte era gente fija de TVE, como ocurría con el equipo de cámara o la script. Los trabajadores de televisión pusieron mucho entusiasmo en su trabajo. Se decían, a ver si esto sale bien y podemos seguir haciendo este tipo de cosas. Pero no se consiguió.

Sacar adelante La Regenta fue un milagro. Un mes antes de comenzar el rodaje murió Fernando Rey que iba a interpretar el papel de D. Víctor Quintana. Cuando esto ocurrió Candau, que era entonces el Director General de Televisión, dijo que había que parar la serie, que sin Fernando Rey no se hacía la serie porque La Regenta se quedaba sin estrella. En una reunión tremenda le dije que las estrellas de la película serían los personajes del magíster y el de la Regenta. Si los chicos hacían bien esos papeles, que corrían a cargo de dos actores que estaban comenzando, como Carmelo Gómez y Aitana Sánchez Gijón, ellos serían las estrellas absolutas. En caso contrario La Regenta sería un fracaso. Para sustituir a Fernando propuse siete u ocho nombres y entre los que propuse Candau se quedó con el nombre de Héctor Alterio. Si Alterio acepta, dijo, se hace la serie. Cuando llegamos al despacho de Ducay para llamar a la representante de Alterio, nos pidió un dineral, porque sabía ya lo que había dicho Candau. Además Alterio entonces trabajaba en una obra de teatro. Hubo que alterar todo el plan de rodaje para ajustarlo a los horarios de Alterio. Por cierto, hizo muy bien su papel. Héctor es un gran actor y una gran persona. Quedé encantado con él. Es como para llevártelo a casa. Tuve la gran suerte de trabajar con los actores que quise.

Adolfo Bellido: Creo que la idea de hacer La Regenta te venía de muy atrás.

SÍ, se remonta a cuando estudiaba primero en la EOC, o sea en 1966, Borau nos propuso a los alumnos de guión que hiciésemos una adaptación de La Regenta. Fue entonces cuando leí la novela de Clarín. Mi primer contacto con la obra es pues como estudiante de guión. Antes de ir al ministerio ya hice una propuesta para hacerla.

En 1984 hice un tratamiento de la historia y cuando salí del ministerio me propusieron que hiciera una serie para televisión, a lo que me negué. Se trataba de Para Elisa. Luego me comentaron que querían hacer La Regenta. Bueno, me dije, eso es otra cosa. Y me embarqué en ella. Es una serie, pues, que tiene mucho que ver conmigo, un trabajo muy personal. Entiendo muy bien esa historia. Era el mundo en el que me había criado con mi bisabuelo y mi abuelo, no con el de mis padres. Mi bisabuelo era de esa época.

Adolfo Bellido: También entiendo el mundo que retrata la novela. Esa Vetusta-Oviedo, ciudad cerrada, tiene mucho que ver con ciudades pequeñas como la Salamanca en la que nací y en la que viví muchos años. Algo que, sin embargo, dista mucho del ambiente de una ciudad grande como Madrid, en la que tú naces y vives.

Lo que ocurre es que el mundo familiar del Madrid de los años cuarenta, que es el de mi infancia, es muy parecido al que describe Clarín. Siempre he comentado algo que me llamó mucho la atención como es el caso de Miguel Picazo con La tía Tula. La acción de la película transcurre en los años sesenta y la novela se desarrolla a finales del siglo XIX. El cambio entre lo que narra Unamuno y lo que muestra Picazo es mínimo y es que la España del franquismo no había adelantado nada con respecto a aquella época pasada. Se seguía viviendo en aquel mundo. Ocurre lo mismo con La Regenta. Lo que se rodaba era lo mismo que conocía haber vivido. Lo único que no era igual, que ya no existían, eran las localizaciones.

Adolfo Bellido: Actualmente sigues haciendo crítica de cine. Al menos calificas en el cuadro de Fotogramas y también allí, a veces, aparece algún comentario tuyo.

Si en Fotogramas. También hacía crítica en la Guía del Ocio de Madrid donde estuve colaborando hasta el verano de 2008. De allí, y no he sabido la razón, me echaron. Después de estar ahí once años haciendo críticas semanales me dijeron, mira esta semana no escribas. Pero fue esa y la siguiente y todas las demás.

Adolfo Bellido: ¿Lees libros o revistas de cine?

Leo todas las revistas de cine. Cahiers, Dirigido… pero si el cine español está mal la crítica está aún peor. Actualmente como crítico me siento un bicho raro. Algunos colegas me consideran un carcamal. Algo de eso decía también Antonio Castro y me figuro que de vosotros.

Hay jóvenes críticos, por decir algo, que recuerdan a algunos de los que escribían en Film Ideal y a los que denominábamos los marcianos. No entiendo ni lo que dicen, ni de lo que hablan. Por ejemplo, su devoción por lo que llaman la nueva comedia americana: un cine como para echar a correr, el de Judd Apatow, Ben Stiller y otros por el estilo. Y a los que consideran casi geniales.

Todo eso es un misterio. No sé lo que tratan de defender. No entiendo nada. Por ejemplo el elevar a los altares cosas como Tropic Thunder de Ben Stiller afirmando que aquello es ejemplo de metalenguaje. Tuve no hace mucho una larga conversación sobre el tema con uno de los profesores de la ECAM, Carlos Heredero, que como sabes dirige la revista Cahiers du Cinema-España. Él es un buen crítico…

Adolfo Bellido: Creo que sabes que comenzó a hacer crítica hacía el final de los años sesenta o comienzo de los setenta en Cinestudio…

Sí, lo sé. Pienso que es un buen crítico y además es un magnífico profesor de Historia del Cine en mi escuela. El alumnado le quiere mucho. Un día le dije que me parecía indignante Cahiers-España. Se quedó muy sorprendido. Y es que, como le comenté, no se de dónde saca esa serie de nombres cuyas críticas nada me dicen. Me dijo que era gente nueva. Lo peor de ellos es su fundamentalismo cuando dicen que se ha acabado la narrativa cinematográfica, que sólo queda la deconstrucción. De dónde habrán sacado tal tontería. Cahiers-España es un coñazo. De la mitad para atrás no hay quien la lea. Y sus calificaciones…

Adolfo Bellido: Me pregunto qué pensarán algunos de los críticos de siempre que escriben allí, como Enrique Monterde… Creo que actualmente no hay criterio alguno al hacer una crítica. Se escribe por escribir o por epatar. Probablemente siempre se ha dado algo de eso.

Bueno pero busco en esa revista, o en otras afines, la crítica concreta de una película y me da igual encontrarla que no. De nada me entero al leerla. Cuando vi No es país para viejos me quedé desconcertado; por un lado, me gusto mucho; pero como también tenía muchas dudas; quise leer las críticas que se habían publicado sobre la película. No encontré ni un solo análisis. Todo eran vaguedades, generalidades, que si aquello era bueno o malo pero ni un solo análisis del filme.

Cuando acudo a una crítica de cine lo que quiero es leer un análisis profundo, serio. No me importa estar de acuerdo o no con lo leo. Lo que quiero es que se me den razones. A quien a veces sigo, aunque discrepo mucho de él, es a Sergio Sánchez en La razón. Por lo menos entiendo lo que escribe, por dónde va. Leer razonamientos.

Luego están los críticos que se dedican a contar su vida aprovechando cualquier película. Que si conoce los lugares en los que transcurre el filme, que si vivió allí, que si hizo eso o aquello. Increíble. Uno de los que hacen este tipo de crítica es Hilario J. Rodríguez en Dirigido… Es un tipo muy especial. He coincidido con él como jurado varias veces en Premios del Ayuntamiento de Madrid. Con gente como él me dedico a hacer terrorismo cinematográfico. Mira, le digo, no me toques las maracas que ya estoy muy mayor para eso.

Adolfo Bellido: Hay que ver cómo han cambiado algunos diarios también en este aspecto de la crítica de cine. Por ejemplo, El País de tener a un Fernández Santos ha pasado a los actuales, que por cierto son capaces de escribir en mil medios a la vez.

Lo de la pareja de críticos que tienen no se entiende demasiado. Como tampoco el del fichaje millonario de Carlos Boyero para quitárselo a El Mundo. Gana un dineral con las cosas que escribe, pero al menos afirma que no hace críticas: «nunca he sido un crítico», dice. Al menos en eso es honrado. Lo suyo vete a saber lo que es. Ahora con los follones está más crecido que nunca. Fue alumno mío cuando daba clases en la Cátedra de cine de Valladolid.

Adolfo Bellido: Háblanos del ECAM, la Escuela de Cine de Madrid que tú diriges

Estoy muy contento ya que empezamos desde cero y hemos llegado a un nivel bastante bueno. Fue un gran reto iniciar este proyecto. El ambiente que se respira es excelente. Un 90% de los que trabajan en la industria o en algunas otras cosas relacionados con el cine han salido de la ECAM. Son ya catorce años de vida. En principio, el modelo era de la vieja EOC, pero hubo que cambiarlo ya que en los años noventa las cosas no eran igual que en los años sesenta. Había que ponerse al día. Desde el inicio de la escuela hemos cambiado el Plan de Estudios, renovado bastante el profesorado. Todo en este mundo del cine, en catorce años, ha sufrido un gran vuelco desde la tecnología a la propia formación, a los propios intereses del alumnado. La clave la escuela se encuentra en hacer mucha práctica y contar con unos alumnos seleccionados.

El ingreso en la escuela supone ya un claro proceso de selección. Los que entran son gente con mucha curiosidad por el tema, muy madura. Resulta muy cómodo trabajar con ellos. Si alguna vez plantean algún conflicto, suelen tener razón. Se trata de resolver lo que no funciona.

La otra clave en el buen funcionamiento de la escuela, se encuentra su división por especialidades. Existen una serie de clases comunes compartidas entre dos o tres especialidades. Al estar la Escuela en Madrid tenemos la suerte de que la Industria del Cine se encuentre aquí. Eso es una ventaja para todos.

El profesorado que imparte las diferentes materiales es excelente y está formando por profesionales en cada una de las secciones. Buen alumnado, buenos profesores. ¡Cómo para no trabajar a gusto o no estar contento! Cuando los alumnos llegan a las prácticas de fin de carrera nunca sabemos qué va a pasar. Un año hay una cosecha excelente y otro no es tan buena. Algo, por supuesto, que ocurre en cualquier otra carrera.

Cada especialidad consta de tres años. Las secciones se corresponden con Dirección, Guión, Producción, Fotografía, Montaje, Sonido, Dirección artística, Animación. Luego hay una especialidad de dos años de maquillaje y luego las de un año dedicadas a interpretación para cámara para los de Arte Dramático y a Diseño de Vestuario.

Adolfo Bellido: ¿Cuántos alumnos tenéis?

Por especialidad ingresan doce y suelen terminar ocho. Nunca los grupos son mayores de doce personas. Como existen tantas especialidades podemos tener hasta treinta profesores en horario de mañana. En el apartado de Dirección tenemos a gente como Jaime Echávarri, Enrique Urbizu, Felipe Vega, Inés París, Ana Díez, Alfonso Ungría… Toda ella gente excelente. En Fotografía tenemos a Calor Suárez, Alfredo Mayo… Creo que podemos estar orgullosos de tener una escuela de tanta calidad.

Han sido más de tres horas de charla. El sonsonete de los tambores sigue retumbando. Tenemos que dejar la charla. Ha sido estupendo poder reencontrar y charlar con Fernando Méndez-Leite un director a la quinta potencia pues nada menos que ha sido director de televisión, director de películas, director de teatro, Director General de Cinematografía y Director de la ECAM. Y además, crítico de cine. Un currículum, el suyo, envidiable.

Fuente | Adolfo Bellido López – Revista de cine «Encadenados«

Fernando Méndez-Leite, Homo Liber, ciudadano de Nutopía

El director y guionista Fernando Méndez-Leite dice que va al cine a ver estrenos unas 200 veces al año, y que sólo siente que no ha perdido el tiempo en 35 ocasiones. ¿Qué pasa con las 165 películas restantes? Responde que, en general, «no se entienden», porque no respetan las reglas básicas del cine: «Muchas películas son inverosímiles, llenas de incoherencias internas, mal rodadas, hacen un ruido espantoso y acumulan, uno detrás de otro, finales interminables y contradictorios».Méndez-Leite, que ha participado en el curso La pintura y las artes escénicas en la España del siglo XX, de la Universidad Complutense, en El Escorial, descarta que ese cine actual que no le gusta responda a un lenguaje nuevo. «Me niego a aceptar que algo es rupturista cuando sólo es una necedad». Añade que la verdadera ruptura con el cine tradicional se produjo hace 40 años, con los directores de la nouvelle vague, John Cassavettes o Fassbinder, «y no con el manifiesto Dogma de Lars Von Trier».

«El cine se liberó de sus corsés con Fresas salvajes, de Ingmar Bergman; Dos en la carretera, de Stanley Donen, o más recientemente con Annie Hall, de Woody Allen. Lo que ha chupado el cine actual de todos ellos es inimaginable. Es probable que ninguno de los tres descubriera nada nuevo, pero supieron sistematizarlo», explica el director de la Escuela de Cine de Madrid.

Otro de los males que acechan a las películas que se hacen hoy día es, para Méndez-Leite, el «camelo cultural» que provocan las crónicas de los festivales de cine, un fenómeno que compara con «el papanatismo de los premios Oscar». Los directores Manoel de Oliveira, Abbas Kiarostami, Theo Angelopoulos o el propio Von Trier son, a juicio del director, exponentes del «falso prestigio» que alcanzan en Cannes, Venecia o Berlín algunas filmografías simplemente por la necesidad que tienen muchos críticos de descubrir continuamente obras maestras. «Voy a ver sus películas con la esperanza de convertirme», dijo Méndez-Leite acerca de los directores citados, «y hay momentos en que me siento tocado, pero la reflexión global es negativa».

Fuente | Juan J. GómezEl País (este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de agosto de 2000).

Laberinto de pasiones de Pedro Almodovar

Fernando Méndez-Leite: “Los primeros años del cine de Almodóvar eran la libertad y la amoralidad más absolutas”
Publicado el 21/07/2015

El crítico, director de cine y exdirector general de Cine entre 1986 y 1989, Fernando Méndez-Leite, participó en el curso Pedro Almodóvar: cine del deseo, deseo del cine, ahondando en la figura y en los comienzos de la obra del cineasta manchego, que “reflejaba un cambio radical en la visión que se tenía de la sociedad española en el extranjero”, afirmó. “El cine de Almodóvar era la libertad más absoluta, la amoralidad más absoluta donde nada se juzga, todo vale y todo se habla con total normalidad, incluso respecto a las cosas más increíbles”, destacó Méndez-Leite.

Películas como Pepi, Luci Bom y otras chicas del montón (1980); Laberinto de pasiones (1982); Entre tinieblas (1983); Qué he hecho yo para merecer esto (1984); La ley del deseo (1987) y sobre todo Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), supusieron para el crítico toda una eclosión de Almodóvar en el cine patrio que le llevó a la consecución de dos premios Oscar de Hollywood en años posteriores, catalogándolo ya como un cineasta universal. “Era asombroso –recuerda Méndez Leite- a Carmen Maura la paraban por las calles de Nueva York, algo realmente sorprendente porque hasta ese momento el cine español no había salido al exterior apenas nada”.

Méndez-Leite, destacó de Pedro Almodóvar también “su propio personaje”, ya que el autor “vendía muy bien sus productos desde el primer momento. Pedro siempre ha sido, no diría yo un encantador de serpientes, pero ha contado muy bien lo que hacía y se ha contado muy bien a sí mismo, porque tiene una personalidad brillante”.

Fuente | Universidad Complutense – Cursos de verano

Fernando Méndez-Leite, Homo Liber, ciudadano de Nutopía

Los actores por Fernando Méndez-Leite

Me ha costado mucho escribir estas líneas porque los actores forman parte de mi vida con tanta fuerza, tanta insistencia, tantos afectos y en tantos aspectos, que no encontraba la manera de hincarle el diente al tema. Ahora que lo he terminado (¿?), me doy cuenta de que debería escribir un libro sobre ellos en el que cupieran mis admiraciones, mis respetos y mis distancias, mis filias y mis fobias, mis amigos, mis novias y mis decepciones, los buenos y los malos, los de entonces y los que se asoman a mañana. Los actores me han dado más felicidad que ninguna otra profesión con que me haya cruzado, me han provocado inquietudes y zozobras en la preparación de las películas, en los ensayos de las funciones y en los rodajes en lucha contra el tiempo, me han hecho reír y alguno llorar, me han cargado a veces por pesados, gremialistas y presuntuosos. Y todo eso merecería un libro. Pero estén tranquilos. No lo escribiré. O si.

Ahora, aun antes de llegar a la adolescencia, muchos chicos quieren ser directores de cine, casi ninguno de teatro. Pero allá por los lejanos años 50, los de mi infancia, ni siquiera sabíamos que detrás de una película había un director. Y al teatro no íbamos. Creo recordar que, sin contar las representaciones colegiales, durante toda mi infancia tan sólo vi “La Tomasica y el mago”, “Los sobrinos del capitán Grant” y un espectáculo en el Calderón en el que Antoñita Moreno cantaba “El cordón de mi corpiño” y “Sortija de oro”. Al cine sí íbamos mucho, más o menos, dos veces por semana a programas dobles. Y naturalmente, a los que veíamos era a los actores. Una de Clark Gable, se decía. Me enamoré de Ann Blyth y Claudette Colbert – ¡qué gustos más peculiares!, un poco cursis, verdad -, claro es que Rita Hayworth, Silvana Mangano, Sofia Loren o Ava Gardner no eran toleradas para menores. Y admiraba a Gary Cooper, Alan Ladd – otra vez los recuerdos infamantes -, Gregory Peck y, sobre todos ellos, a Fernando Fernán-Gómez, que vivía cerca de mi casa y al que seguía por la calle a menudo intentando inútilmente llamar su atención. Yo quería ser cura – por Balarrasa– o tranviario –por Aldo Fabrizi–, pero de haber elegido entonces una profesión artística, sin duda hubiera sido la de actor de cine. Yo era un niño muy solitario, no tuve un amigo hasta los once años y me ejercitaba ya en la misantropía que, tras cincuenta años de pretendida ocultación, he asumido en este presente de agresión tecnológica y de acoso de sociabilidad. No mis amigos, pero sí mi mundo, estaba en las películas costumbristas españolas y si me sentía más cómodo con Antonio Riquelme, Julia Caba Alba, Pepe Isbert, Julia Lajos o el gran Félix Fernández, por poner sólo unos ejemplos de un universo que no tenía fin, era – sin que yo lo supiera – porque ellos eran los mejores actores del mundo. ¿Por qué me gustaba tanto ese cine español, que era tan malo, tan reaccionario – yo era un niño reaccionario, todo hay que decirlo y ahí está mi pasión por “La señora de Fátima” para corroborarlo -, con aquellos diálogos recitados para la posteridad por galanes y primeras damas casi siempre doblados y que inequívocamente miraban hacia el horizonte? Por los injustamente llamados actores secundarios. Y no sólo los españoles, sino los Arthur Kennedy, Dan Duryea, Charles Bickford, Thelma Ritter e tutti altri que engrandecían las estupendas películas americanas en las que está el origen de la pasión por el cine de toda una generación. O en las voces de aquellos estupendos actores de doblaje que les prestaban su voz. ¿Se han dado ustedes cuenta de que Rafael Luis Calvo hablaba mejor que el propio Clark Gable? ¿Qué Rafael Navarro otorgaba un señorío y una prestancia a los Ivanhoe y Lancelot du Lac –Lanzarote del Lago, en la traducción de entonces– que hubiera admirado al propio Robert Taylor? ¿Que Ramón Martori clavaba el timbre y la entonación de caballero de vuelta de todo que daba a sus personajes el gran Louis Calhern?

Esas primeras sensaciones del cine de mi infancia me hicieron intuir algo que ahora defiendo con convicción. En el arte de la representación quien comunica con el espectador es el actor. En teatro esto es bastante evidente por muchas volteretas y ostentaciones de fuegos artificiales que se empeñen en desplegar esos pavos reales de la dirección de escena. Si en escena está Berta Riaza, Héctor Alterio, Jeanne Moreau, Norma Aleandro o Emilio Gutiérrez Caba, pongo por caso, ya pueden crear los directores y escenógrafos que no conseguirán ocultarlos. En el cine el asunto es algo más complejo porque el actor pierde autonomía y el director controla a través de la planificación y el montaje –incluso el doblaje– el trabajo de los intérpretes. Ello provoca a veces frustraciones en los actores y actrices que ven cómo la toma elegida no es la que ellos preferían o que ha desaparecido tal o cual escena que a ellos les parecía la culminación de su carrera. Pero también ofrece la ventaja –o la aberración, según se mire– de limar pequeños defectos, carraspeos inútiles, titubeos de inseguridad, que se han deslizado en el rodaje, utilizar actores que no saben hablar y doblarlos, algunas veces con resultados sorprendentes, e incluso doblar a un actor que habla estupendamente por otro que también. En esas películas, en general tremebundas, de los años 60 que tantas veces reponen en TVE es frecuente oír a la inimitable María Luisa Ponte doblada por otras compañera o a Félix Fernández con la voz de Yayo Calvo –¿recuerdan la voz española de Peter Sellers en “El guateque”?–, lo que provoca una sensación similar a la del paciente en el quirófano pendiente de que le cambien el hígado por el de otro señor. ¿Se transplantan los hígados?

Recuerdo que en cierta ocasión Pepe Sacristán me contó que llevaba 15 días rodando una película y que todavía no había visto dónde estaba la cámara. El director, hoy ya fallecido, pero muy prestigioso por los años de la transición, se había especializado en colocar la cámara en los lugares mas inverosímiles sin la menor consideración para los pobres actores que se veían luego tapados por absurdos objetos de atrezzo o desfigurados por objetivos deformantes o angulaciones absurdas. Esa tendencia fue muy celebrada en los 70 y aun hoy es frecuente que los directores estén más atentos a la supuesta belleza del plano, a la iluminación esotérica o al menor detalle de sonido que al trabajo de los actores, a su comodidad, a las implicaciones de los menores detalles de su trabajo en el resultado final. Me he pasado 18 años en la ECAM repitiendo a los alumnos que lo único que contaba de verdad eran el guión y los actores y que los demás estábamos allí para no estorbar ni al texto ni a sus intérpretes.

Aun aceptando que en el cine la autoría, para bien y para mal, corresponde al director, puesto que él es quien tiene la totalidad de la obra en la cabeza, quien toma cientos de decisiones que afectan directamente a su sentido y a su resultado, quien en definitiva se expresa, quien narra…, no cabe duda de que el campo de creación y de comunicación que les queda a los actores es inmenso. El porcentaje más sustancial de placer que me han proporcionado las películas a lo largo de mi vida me lo han dado los actores. Y claro, Hitchcock, Ford, Renoir, Hawks, Rohmer, Wilder, Erice, Berlanga, etcéra. Porque donde más claramente se aprecia esa importancia de los actores es en ciertas películas insustanciales o directamente espantosas en las que a veces quedamos enganchados imantados por el trabajo autónomo de sus intérpretes. Me ocurre casi a diario. Tengo la costumbre de ver – gracias al maravilloso DVD, que diría Boyero – películas antiguas y actuales, españolas, americanas, italianas…, qué sé yo, en ciclos que me programo con cierto rigor organizativo pero con nulas exigencias de calidad. Así puedo ver “Wagonmaster” de John Ford y a continuación “Limosna de Amores” de Lola Flores, “La pianista” de Haneke y la última de Apichatpong Weerasethakul, entre las que intercalo “Totó busca piso”. Puedo así quedar extasiado con la frágil sequedad de Henry Fonda en “Pasión de los fuertes”, el ritmo frenético de James Cagney en “Uno, dos, tres” o la riqueza de cada levísimo gesto del frecuentemente histriónico –pero siempre magnífico– Christopher Walken en “El último concierto”. Pero también con la manera en que Bette Davis se adueña de la película en la mediocre “Marked Woman”, Cary Grant despliega toda su sabiduría y su personalísima manera de descomponer cada gesto, cada movimiento, en “La mujer soñada”, una imposible comedia de Sidney Sheldon, o descubrir extasiado los muy distintos mecanismos que utiliza Félix Fernández para componer sus personajes – un sagaz inspector de policía, un erudito pueblerino, un viejo paleto desdentado – en las perfectamente olvidables “Los culpables”, “¡Aquí hay petróleo! y “Hablemos de amor”. Olvidables…, si no fuera por Félix Fernández.

Y a eso iba. En el cine menos respetable hay a veces fragmentos magistrales gracias al trabajo de actores capaces de crear por su propia cuenta un pequeño remanso de gran cine. Ahí los actores anulan por unos instantes las incapacidades de escritores y directores. Hagan la prueba con cualquier comedia española de los 50, incluso arriésguense a soportar una de Martínez Soria y descubran a Somoza en acción, a la Ponte, a Mary Carmen Prendes o a la genial Guadita Muñoz Sampedro. Superen las convenciones a las que se ven forzados los heroicos guionistas de esas series que se alargan varias temporadas y que escriben sin saber adónde tienen que llegar. En ellas, algunos actores hacen auténticas creaciones: ¿cómo se puede llegar a matizar con tanta precisión un personaje en principio de una pieza, un malo total, como el bodeguero que interpreta Emilio G. Caba en “Gran reserva”? Hace falta una inteligencia, una experiencia y un talento natural, reservado exclusivamente a los grandes del oficio. Como su hermana Julia en aquella secuencia de cierre de “Nunca pasa nada”, cogida del brazo del marido insulsamente infiel, saludando a las vecinas por los soportales de la ciudad provinciana. Tanto con tan poco. Como ya hiciera su antecesora Betsy Blair – mi recordada amiga – en otra ciudad parecida en “Calle Mayor”.

En estas series observo otro fenómeno que para mí es nuevo y muy positivo: el crecimiento, capítulo a capítulo, de jóvenes intérpretes – o no tan jóvenes, como las estupendas Ana Risueño o Marta Larralde -, que van adquiriendo solera, seguridad, contornos. Alejandra Lorente, Belén Fabra y Mariona Tena son buenos ejemplos. Y disfruto comprobando cómo se asientan actores que hace nada veíamos empezar en una madurez que casi le pilla a uno a traición: Ginés García Millán, Tristán Ulloa, Pedro Casablanc, Eloy Azorín, Francesc Garrido, Ramón Madaula. La extensión de sus personajes, probablemente la autoridad que frente a la sucesión de directores les da su continuidad, su relación cotidiana con los personajes asignados, las incoherencias de guión que inevitablemente ellos se ven forzados a corregir, les permite una profundización, una riqueza, que difícilmente tienen en el corto espacio de tiempo en que se rueda un largometraje tradicional.

También es cierto que hay actores que pueden destruir una película bien escrita y correctamente dirigida. He pasado por esa experiencia alguna vez y, créanme, no hay nada que hacer. Pero casi siempre eso se debe al intrusismo: sencillamente no son actores, sino gente de la calle que por circunstancias muy diversas han escalado distintos escalones de la profesión en la que pueden instalarse durante años sin que nadie se percate de que no debían estar allí. Gente que no sabe decir una frase con sentido, que no tiene mirada, sin gracia conocida, que carecen de la mínima flexibilidad de movimientos. Inexpresivos, torpes, nerviosos de distintas especies. Posibles magníficos funcionarios de Hacienda, minuciosos relojeros o intrépidos bomberos y sutiles manicuras. Recuerdo un rodaje en el que daba “motor” y “acción” y me volvía de espaldas para no ver lo que estaba rodando. Y no es broma. De todas formas, si me dais ocasión, escribiré sobre mis experiencias con los actores en mis facetas de director, de crítico, de espectador y en la no menos importante relación personal.

Una cuestión mucho más subjetiva es la de los actores y actrices a los que uno le gusta ver siempre, hagan lo que hagan, y aquellos otros con los que uno prefiere no encontrarse en la pantalla porque le caen mal, porque sencillamente no los soporta. En mi caso, eso ha variado notablemente desde los tiempos en que me aficioné al cine. Cuando era niño no tenía manías tan acentuadas como ahora. Recuerdo que no me caía bien Stanley Baker, probablemente porque era el perverso Mordred de “Los caballeros del Rey Arturo”, me cargaba un poco Miguel Ligero y no aguantaba el impertinente flequillo de Jane Wyman. Pero poco más. A medida que fui creciendo mis alergias aumentaron: Louis de Funès – acabo de descubrir sorprendido en las memorias de Anne Wiazemsky que Godard le adoraba -, John Gavin, tan soso, tan sin sustancia, el torvo Lee van Cleef, y muchos otros. Hoy en día, mis rencores están centrados en el pobre Nicolas Cage, pero dejando un huequito para Ben Stiller y toda la estirpe de cómicos de la nueva comedia americana. Si uno nunca se tomaría una caña con alguien que te cae mal o simplemente que te provoca un cierto rechazo físico, ¿por qué ha de ir a ver una película con Tom Hanks? Pero, claro, confieso que esto es una idiotez porque es la mejor manera de perderse “Camino de la perdición”.

Fuente | AISGE

Fernando Méndez-Leite, Director de cine

Triturado por error, en un vertedero, el archivo privado de Méndez Leite

El archivo, con diversa documentación, del director general de Cinematografía, Fernando Méndez Leite, fue destruido por error el pasado día 21 de octubre, según se supo ayer. El material pertenecía al archivo personal que Méndez Leite fue trasladando a lo largo de tres años al despacho que el programa La noche del cine español, del que era director, tenía en las dependencias del antiguo NO-DO. Méndez Leite declaró anoche desde París, donde se encuentra con motivo de la celebración de la Semana del Cine Español en aquella ciudad: «Todavía no puedo evitar un nudo en la garganta cuando recuerdo aquello, a pesar de que ya hace un mes». El material, que fue mandado por error a un vertedero, donde fue triturado, guardado en 19 grandes cajas de embalar, contenía, según recuerda Méndez Leite a grandes rasgos, 1.500 fichas de películas españolas descritas secuencia a secuencia y clasificadas por temas, actores, directores, etcétera; todo el trabajo del programa La noche del cine español-, toda la bilbioteca de Méndez Leite referente a cine español, así como todos sus libros sobre temas relacionados con el franquismo, tanto de historia como de economía, toros; las colecciones de las revistas Primer Plano, Cámara, Fotogramas, Filme Ideal, Nuestro Cine, Reseña, Dirigido por, la revista francesa Premier, material para un libro que está escribiendo y un archivo de fotos de cine español muy grande, proveniente, fundamentalmente, de la colección del padre de Méndez Leite que era historiador cinematográgico.

Méndez Leite, que opina que «lo ocurrido son esas cosas desgraciadas que pasan en la vida», sabía desde hace un tiempo que tenía que retirar todo su material, guardado por el productor de La noche del cine español, de las antiguas dependencias de NO-DO. Allí fue donde el pasado 21 de octubre consiguió embalar en unas horas en 19 grandes cajas todo ese material recopilado a lo largo de 25 años. Avisó que en breve mandaría una furgoneta a recogerlo, tal y como lo hizo el día 23 de octubre, fecha en la que, a través de su secretaria, que no se atrevía a notificarle la noticia, se enteró de que su preciado archivo había sido triturado en un basurero el mismo día que lo embaló. «Nadie sabe quién dio la orden», comenta Méndez Leite, «y las averiguaciones que hice después no han aportado mucha luz sobre el asunto, excepto que alguien fue a llevarse material a desechar y que su archivo fue triturado delante de un bedel que estuvo en el vertedero para dar fe de que lo que creían eran papeles inservibles no quedaban sin destruir».

Méndez Leite, que desde los seis años se empezó a apasionar por el cine y desde la adolescencia a coleccionar documentos sobre este campo, cuenta cómo al recibir la noticia se levantó en un estado de gran excitación de su mesa: «Me tiré a la calle desesperado y al llegar al ascensor me di cuenta que tenía que volver y calmarme. Es un hecho desgraciado que le puede pasar a cualquiera, aunque siento una sensación horrorosa. A lo largo de mi vida he diversificado mucho mi trabajo dentro del cine y desde siempre estoy muy apegado a mis papeles y soy muy ordenadito. Ahora no tenía tiempo de manejarlos, pero es un material que echaré de menos toda mi vida, y más cuando he descubierto que me satisface mucho la investigación».

No exento de humor, Méndez Leite recuerda cómo su amigo José Luis Cuerda le decía, durante años, bromeando: «Cuando quiera destrozarte ya sé que lo que tengo que hacer es romper tus papeles».

Fuente | Rosana Torres, El País (este articulo apareció en la edición impresa del Viernes, 20 de noviembre de 1987).

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Fernando Méndez-Leite Serrano, Madrid, 1944
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Fernando Méndez-Leite Serrano, Madrid, 1944
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