Alegoría pausada

 

Este poema tiene un día dormido entre los brazos.
Este día se vuelve poniente al Oeste del pecho.
Este poniente siente una calle pasar por sus venas.
Esta calle sube al cielo frente a una casa.
Esta casa abre las alas cuando yo llamo.
Estas alas amparan el sueño de almendra de Jacqueline.
Jacqueline es el retrato de una chica de once años.
Esta chica me acerca diez horizontes con los dedos.
Estos horizontes tienen una luna sentada en las rodillas.
Esta luna nació en una ventana mía, que ya no canta.

Esta ventana recobra su cielo y yo regreso por los ojos.
Estos ojos han visto a una muchacha que sonríe.
Esta muchacha reclina la voz en un pájaro que pasa.
Esta voz es el eco de los pasos del atardecer.
Este eco descansa mis caminos y enjuga mis estrellas.
Estas estrellas, que son hijas de tu noche y mi frente.
Esta frente, donde un rey de fuego gobierna un país de nieve.

Amor antiguo

 

Amor antiguo, cuya sombra empaña
Mi cariñosa propensión de ahora,
Eres como una sombra de montaña
Sobre el encendimiento de la aurora.

Amor antiguo, cuya pesadumbre
Traba la agilidad de mi alegría,
Eres la tiranía de la cumbre
Contra la libertad del mediodía.

Amor antiguo, cuya voz sofoca
La nueva vocecita del cariño,
Eres palabra de proyecta boca
En una boca inédita de niño.

Amor antiguo, cuyo sentimiento
Hace caber el mundo en nuestro llanto,
Eres el alma convertida en viento
Y eres el viento convertido en canto.

Amor antiguo, cuya remembranza
Cada amorosa perspectiva cierra,
Eres esa emoción que sólo alcanza
Quien se acuerda del mar desde la tierra.

Amor unitivo

 

Tan unidas están nuestras cabezas
y tan atados nuestros corazones,
ya concertadas las inclinaciones
y confundidas las naturalezas,

que nuestros argumentos y razones
y nuestras alegrías y tristezas
están jugando al ajedrez con piezas
iguales en color y proporciones.

En el tablero de la vida vemos
empeñados a dos que conocemos,
a pesar de que no diferenciamos,

En un juego amoroso que sabemos
sin ganador, porque los dos perdemos,
ni perdedor, porque los dos ganamos.

Ausencia

 

Iluminaba a mi amor
tu amor, pero no sabía
mi amor, cuando se encendía,
que su sombra era mayor.

No sabía, ciego por
la luminosidad mía,
que tu luz ensombrecía
mi mediodía de amor.

Ahora mi noche expía
su pecado de ser día,
sin consolación mejor

que pensar si, todavía,
Su totalidad sombría
será sombra de tu amor.

Cielo y río

 

Para subir su agua virgen
hasta el cielo de tu amor,
tuve que agostar el río
de mi amor.

Cuando devolviste al río
de mi amor agua de amor,
tu amor era el amor mío,
nostálgico de mi amor.

El destello

 

Aunque el cielo no tenga ni una estrella
y en la tierra no quede casi nada,
si un destello fugaz queda de aquella
que fue maravillosa llamarada,

me bastará el fervor con que destella,
a pesar de su luz medio apagada,
para encontrar la suspirada huella
que conduce a la vida suspirada.

Guiado por la luz que inmortaliza,
desandaré mi noche y mi ceniza
por el camino que una vez perdí,

hasta volver a ser, en este mundo
devuelto al corazón en un segundo,
el fuego que soñé, la luz que fui.

Epitafio a una mano de labrador

 

En la pauta feraz del labradío
escribiste la música del trigo.

Tu erudición de soles y trabajos,
predicando palabras de sudor,
halló crucifixión en el arado.

La noche de tu artesa repoblaste
con universos lúcidos de panes.

La amistad cotidiana de la tierra,
contagiándote toda, de tus dedos
hizo las cinco puntas de una estrella.

Crispada estás cual remansado río.
La eternidad es tu primer domingo.

Estar enamorado

 

Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo
de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a
la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que
el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama
desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne
se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón
de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que
nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente
repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta
compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra
sombra está vencida.

Estar enamorado amigos, es descubrir dónde se juntan
cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río
que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera
nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas
y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes
y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla
de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho
se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo
de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón
y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música
sin tasa.

Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches
y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza
distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción
de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras
golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una
casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las
luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre
el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena
y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión
de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña
lucecita.

Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo
con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores
y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras
criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas
amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente
de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir
su noche oscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía
sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre
es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver
a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las
manos puras.

Hogar

 

Encendido en palabras puras
el fuego conversa conmigo.

Como un abuelo labrador,
de cenizas encanecido,
llamea su boca barbada
un consejo de campesino.

Y tiene sencillez de campo,
sencillez de ropa de lino,
sencillez de pan de centeno,
sencillez de ataúd de pino.

Un poco de cielo desciende
al humoso ademán tranquilo.

Homenaje a Garcilaso

 

¿Es el paso desnudo de la rosa?
¿Es el canto del viento fugitivo?
¿Es el pulso del árbol sensitivo?
¿Es la luz de la estrella silenciosa?

¿Es el latido de la mariposa?
¿Es el llanto del pájaro cautivo?
¿Es la voz del arroyo pensativo?
¿Es la respiración de cada cosa?

No es ni la mariposa ni la estrella
ni el pájaro ni el viento ni la rosa
ni el árbol ni el arroyo, sino aquella

mano cuyo profundo sentimiento
sabe hallar en la voz de su instrumento
la razón musical de toda cosa.

Idilio

 

En la mirada azul del cielo pierde
la serranía su mirada verde.

Juan Ramón Jiménez

 

Su musicalidad de agua secreta
profundiza el aljibe de tu verso.

Una unidad de sombra es el aljibe,
desde fuera hacia adentro.

Desde dentro hacia afuera es el aljibe
una total aspiración de cielo.

El aljibe ensimismase en la tierra
para perfeccionar aquel anhelo.

La ciudad sin Laura

 

En la ciudad callada y sola mi voz despierta una
profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un
nombre y este nombre me acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz
enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz
cuando esa voz es la del alma.
En el sonido con que suena siento el sonido de
una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve siento el calor de
una remota llamarada.
Porque mi voz es una chispa de aquella hoguera
que eterniza lo que abrasa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera
que eterniza lo que abrasa.
Para poblar este desierto me basta y sobra con
decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio para poblar este
desierto es el de Laura.
Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer
las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas en
que estaban sumergidas.
Una por una recuperan su resplandor espiritual y
resucitan.
Una por una se levantan con el candor y la belleza
que teman.
La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso
se disipa.
Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin
palabras tiene vida.
Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las
noches y los días.
El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta
melodía.
Mi vida entera permanece porque este nombre que
recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene con emoción desde su
tierna lejanía.
Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda
que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible
como el viento.
Se conocía que vivía por la canción que lo tenía
prisionero.
Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo
estaba muerto.
Le pesadumbre de las horas era mas íntima que nunca
en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; porque los días de las noches
eran lentos.
La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas
en el cielo.
El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón
estaba seco.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio
en el desierto ?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña
desde lejos?
Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora
vive atado.
Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy
cantando.
Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido
ni lejano.
La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el corazón
del ser amado ?
La llamarada que me quema ¿no es la del fuego en que se quema
sin descanso ?
Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden
separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto
del espacio.
Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va
borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor ni
sobresalto.

Francisco Luis Bernárdez, Argentina, 1900-1978

La lágrima

 

No sé quién la lloró, pero la siento
(por su calor secreto y su amargura)
como brotada de mi desventura,
como nacida de mi desaliento.

Quizá desde un lejano sufrimiento,
desde los ojos de una estrella pura,
se abrió camino por la noche oscura
para llegar hasta mi sentimiento.

Pero la siento mía, porque alumbra
mi corazón sin esa luz sin tasa
que solo puede dar el propio fuego:

Rayo del mismo sol que me deslumbra,
chispa del mismo incendio que me abrasa,
gota del mismo mar en que me anego.

Los gozos de doña Ermita

 

Doña Ermita se despabila
y, asistida de doña Luna,
en la jícara de la esquila
con maitines se desayuna.

Doña Ermita, por la mañana,
cuando se apresta para misa,
pinta con rosa de sonrisa
las mejillas de su campana.

Doña Ermita un rezo desgrana
para que dore todavía
sus mazorcas el mediodía
en el hórreo de la campana.

Doña Ermita timbra en secreto
una lágrima y se emociona
cuando don Ángelus, su nieto,
por ir al cielo la abandona.

La niña que sabía dibujar el mundo

 

Aquella ciudad era muy pobre.
Aquella ciudad era tan pobre que no tenía ni un solo día.
Todo su caudal se componía de noches y de noches.
Aquella ciudad estaba muerta.
Una vez, a la ciudad aquella llegó una niña.
Una niña que sabía dibujar el mundo.
Como la niña era buena se apiadó de aquella ciudad.
Y comenzó a dibujar las estrellas.
Dibujó millones y millones, sin cansarse.
Eran unas estrellas infantiles, igualitas a las que subieron al cielo.
Y estaban tan bien dibujadas que empezaron a brillar.
Después dibujó la luna.
Era una luna desganada y paseandera como la que suele
enriquecer nuestras noches.
Lo mismo le debió parecer a la niña, pues tomando la luna
entre las manos la levantó sobre aquella ciudad.
Después dibujó las casas.
Las hizo a su semejanza, es decir, modestas y tranquilas.
Si le dibujó un patio abierto a cada una fue para que el cielo
las estuviera siempre gobernando.
Eran unas casas bajas y lisas y silenciosas como las que nos enseñan
a vivir y como las que nos enseñarán a morir.
Y estaban tan bien dibujadas que empezaron a contentarse, despacito.
Después dibujó las calles.
Eran unas calles largas y rectas como el mástil de la guitarra.
Si las hizo iguales fue para que ninguna abarcara más dicha ni más pena
que las otras y para que el atardecer tuviera la misma intensidad
y la misma latitud en todas ellas.

Eran unas calles como las que conoce nuestra felicidad monótona y vagabunda.
Y estaban tan bien dibujadas que empezaron a entristecerse despacito.
Después dibujó las vidas de los hombres y de las mujeres.
Dibujó muchachos como nosotros y muchachas como la novia
de cada uno de nosotros.
Eran humanidades sencillas y mansas, con la docilidad del agua
y también con su hondura luminosa.
Humanidades como las de todos los que, ahora y aquí, coincidimos
en un momento de vida y de voluntad de vida.
Y estaban tan bien dibujadas que empezaron a morirse, despacito.
Después la niña dibujó todas las cosas del mundo.
Las presentes y las ausentes.
Como la niña era buena se las regaló a la ciudad aquella, que ya le pertenecía
totalmente, con esa totalidad de poderío que tiene Dios sobre el pecado y el perdón.
La noche, que había visto el milagro, se persignó asombrada.
Así nació la Cruz del Sur.
Aquella ciudad se llamaba Buenos Aires.
Aquella niña se llamaba Norah Borges.

La palabra

 

En cada ser, en cada cosa, en cada
palpitación, en cada voz que siento
espero que me sea revelada
esa palabra de que estoy sediento.

Aguardo a que la diga el firmamento,
pero su boca inmensa está callada;
la busco por el mar y por el viento,
pero el viento y el mar no dicen nada.

Hasta los picos de los ruiseñores
y las puertas cerradas de las flores
me niegan lo que quiero conocer.

Solo en mi corazón oigo un sonido
que acaso tenga un vago parecido
con lo que esa palabra puede ser.

Nocturno

 

¿De quién es esta voz que va conmigo
por el desierto de la noche obscura?
¿De quién es esta voz que me asegura
la certidumbre de lo que persigo?

¿De quién es esta voz que no consigo
reconocer en la tiniebla impura?
¿De quién es esta voz cuya dulzura
me recuerda la voz del pan de trigo?

¿De quién es esta voz que me serena?
¿De quién es esta voz que me levanta?
¿De quién es esta voz que me enajena?

¿De quién es esta voz que, cuando canta,
de quién es esta voz que, cuando suena,
me anuda el corazón y la garganta?

Oración a Nuestra Señora de los Buenos Aires

 

Virgen que das el puerto de tus brazos,
Virgen que das el puerto de tus ojos,
tanto a la embarcación hecha pedazos
como a la voluntad hecha despojos;

que con tu nombre calmas las pasiones
y los desordenados movimientos
los movimientos de los corazones
y las pasiones de los elementos;

que con el nombre con que das la calma
diste comienzo a la ciudad querida,
puesto que dar el nombre es dar el alma,
puesto que dar el alma es dar la vida;

Virgen que favoreces nuestras cosas
con tus imploraciones insistentes,
porque tus manos misericordiosas
cuando se juntan son omnipotentes;

Virgen que con tus manos aseguras,
Virgen que con tus ojos iluminas
los derroteros y las singladuras
de las generaciones argentinas;

Nuestra Señora de los Buenos Aires
antes de que aparezca el Anticristo,
pídele a Dios que funde a Buenos Aires
por vez tercera, pero en Jesucristo;

para que cuando caigan las estrellas,
y la luna se apague con el viento,
y de la luz del sol no queden huellas
ni en la memoria ni en el firmamento;

para que cuando en forma decisiva
la Palabra de Dios nos interrogue;
para que cuando el río de agua viva
nos apague la sed o nos ahogue;

para que cuando suene la trompeta
sobre la confusión de las campanas,
y el demonio se quite la careta,
y aparezca el Ladrón en las ventanas;

para que cuando vuelvan del olvido
todos los que disfruten de sosiego,
y este renacimiento prometido
sea para la luz o para el fuego;

para que cuando el río de la Plata
pueda llamarse río de la Sangre,
y convertido en una catarata
el cielo moribundo se desangre;

para que cuando cese la discordia,
para que cuando cese la codicia,
para que cuando la Misericordia
dé paso finalmente a la Justicia;

para que cuando el tiempo se resuelva
en un hoy sin ayer y sin mañana,
y el espacio de ahora se disuelva
en una dimensión ultramundana;

para que cuando todo esté marchito,
las mujeres, los niños y los hombres
que nacieron aquí tengan escrito
en las frentes el nombre de los nombres;

y para que la bienaventurada
ciudad de Buenos Aires sobreviva,
convertida en la parte más poblada
de la Jerusalén definitiva.

Oración por el alma de un niño montañés

 

Perdónalo, Señor: era inocente
como la santidad de la campana,
como la travesura de la fuente,
como la timidez de la mañana.

Fue pobrecito como su estameña,
como un arroyo de su serranía,
como su sombra que, de tan pequeña,
casi tampoco le pertenecía.

Fue honrado porque supo la enseñanza
del honrado camino pordiosero
que, cuando pisa tierra de labranza,
deja de ser camino y es sendero.

Fue su alegría tan consoladora
que, si tocaba su flautín minúsculo,
convertía el crepúsculo en aurora
para engañar la pena del crepúsculo.

De aquella vida el último latido
despertó la campana, una mañana,
como si el corazón de la campana
fuera su corazón reflorecido.

El silencio del mundo era tremendo,
y ni el mismo silencio comprendía
si era porque un espíritu nacía
o porque el día estaba amaneciendo.

Murió con su mirada de reproche,
como si presintiera su mirada
que debía quedarse con la noche
para dejarnos toda la alborada.

Murió con la mirada enrojecida,
temblando como un pájaro cobarde,
como la despedida de la tarde
o la tarde de alguna despedida.

(Heredero de toda su ternura,
el Ángelus labriego, desde entonces,
es su rebaño, trémulo de bronces,
que nostálgico sube en su procura.)

Se conformó porque adivinaría
lo que a los inocentes se promete:
un ataúd chiquito de juguete
y un crucifijo de juguetería.

Como el agua obediente se conforma
a la imperfecta realidad del vaso,
así su espíritu llenó la forma
del ánfora encendida del ocaso.

Esa conformidad es la consigna
que hasta la sepultura lo acompaña,
pues quien quería toda la montaña
con un puñado suyo se resigna.

Perdónalo, Señor: desde la tierra
ya convivía en amistad contigo,
porque el cielo cercano es un amigo
para los habitantes de la sierra.

Señor: concédele tu amor sin tasa,
y si no quieres concederle otros,
concédele este cielo de mi casa
para que mire siempre por nosotros.

Palabras a una cruz de palo

 

Así como en el llanto del poniente
se presiente el vagido de la aurora,
tu plenitud sacramental de ahora
su adolescencia vegetal presiente.

Eras un álamo, meditabundo
como la amanecida del cariño,
cuando para un espíritu de niño
es un muñeco destripado el mundo.

Un álamo poeta hubieras sido
si un destino mejor no convirtiera
en ave tu metáfora primera
y tu primer epitalamio en nido.

Leal a tu destino como ahora,
estabas tan ausente y tan arriba
que ignorabas tu sombra como ignora
las ofensas un alma comprensiva.

Y como eras hermano de Jesús,
para representarte su memoria,
un día, tu materia transitoria
jerarquizaste eternamente en cruz.

Si bastan cuatro tiempos de compás
para ceñir el cósmico concierto,
para abrazar el infinito incierto
bastan tus cuatro brazos, nada más.

De tu cuádruple abrazo es el esfuerzo
síntesis de las cuatro lejanías
y las elementales energías
en que se crucifica el universo.

En trescientos sesenta grados que
resume tu cuadrángulo me fundo
para medir la órbita del mundo
y la circunferencia de mi fe.

Con tu símbolo + sumo las dos
hipótesis del tiempo y el espacio
y mi voracidad de lumbre sacio
despejando la incógnita de Dios.

Eres conciliadora abreviatura
de dos caminos de peregrinante
uno ideal, tendido hacia adelante,
y otro sentimental, hacia la altura.

Tus aspas son del único molino
que con suspiros de plegaria rueda
para que el hombre bondadoso pueda
moler el trigo de su pan divino.

Anuda tanta caridad y tanta
misericordia de perdón tu nudo,
que te pareces al sollozo mudo
que está crucificando mi garganta.

Romance

 

Aquellas cosas profundas
Que yo apenas entendía.
Desde que el amor las nombra
Me parecen cristalinas.

Aquel tiempo de otro tiempo,
Que sin gloria transcurría,
Desde que el amor lo empuja
Tiene lo que no tenía.

Aquella voz apagada
Es una voz encendida
Desde que el amor de fuego
Su fervor le comunica.

Aquella frente desierta.
Aquella frente perdida.
Está mucho menos sola
Desde que el amor la habita.

Aquellos ojos cerrados
Están abiertos y miran
Desde que el amor les muestra
Riquezas desconocidas.

Aquellas manos desnudas
Ya no son manos vacías
Desde que el amor las llena
Con su propia maravilla.

Aquellos pasos sin rumbo.
Aquellos pasos sin vida.
Ya tienen rumbo seguro
Desde que el amor los guía.

Aquel corazón oscuro
Luce una luz infinita
Desde que el amor lo alumbra
Con su verdadero día.

Aquel pobre entendimiento
Tiene una fuerza más limpia
Desde que el amor lo inflama.
Desde que el amor lo anima.

Aquella pluma de siempre
Vive una vida más viva
Desde que el amor la mueve,
Desde que el amor la inspira.

Aquel mundo sin objeto
Tiene una razón precisa
Desde que el amor eterno
Lo sustenta y justifica.

Aquella vida de antaño
Responde a peso y medida
Desde que el amor confunde
Su existencia con la mía.

Romance de la niña cordobesa

 

En su vecindad el tiempo
parece que no corriera,
pues el invierno es verano,
y el otoño, primavera:
Las noches se vuelven días,
los días no tienen fecha,
y cuando el sol se termina
parece que el sol empieza.
Sus ojos siempre lejanos
a pesar de su presencia
(porque miran de muy lejos
aunque miren de muy cerca)
son dos pájaros oscuros,
desterrados de la tierra:
Uno se llama nostalgia
y otro se llama tristeza.
Las mañanas y las tardes
de Córdoba son más bellas
que las del resto del mundo
porque las frente las sueña;
y las noches de los otros
(para mí no puede haberlas)
han aprendido su oficio
en la de su cabellera.
Su voz es como el arroyo
pensativo de la tierra,
que dulcifica el paisaje
por más huraño que sea,
pues aunque sus aguas dulces
van pensando en lo que piensan,
dejan como por descuido
una flor en cada piedra.
En mi vida he visto nada
como sus manos morenas
para alumbrar mi camino
con la luz de sus estrellas:
La derecha me señala
el rumbo de su cabeza.
Y el seguro derrotero
de su corazón la izquierda.
Su presencia es como el vino
que, junto a la chimenea,
toma el viajero cansado
para recobrar sus fuerzas,
mientras el viento y la lluvia
están llamando a la puerta,
como queriendo decirle
que en el camino lo esperan.
Quiero vivir en un mundo
maravilloso que tenga
su frente por horizonte
y sus ojos por fronteras,
sin más noches que la dulce
noche de su cabellera,
ni más estrella de plata
que las de sus manos buenas,
soñando mañana y tarde,
por única recompensa,
con el laurel de su nombre
para ceñir mi cabeza,
y dando todas las voces
musicales de la tierra
por una sola palabra
de la niña cordobesa.

Rosario al pan de centeno

 

Hermano pan: en el mantel de lino,
tu perfil bondadoso es una mano,
una mano morena de aldeano
que acaricia su nieto campesino.

La corteza rugosa de tu hogaza
recubre esa energía que se encuentra
bajo la arruga maternal del haza
o de la frente que se reconcentra.

La misma gota de sudor fecundo
que te engendraba te enseñó la norma
para, copiar esta encendida forma
que te asemeja exactamente al mundo.

Tu figura es simbólico concierto,
equilibradamente resumido,
de humanidad de torso descubierto
y santidad de vientre concebido.

Con el amor que al Serafín condujo
cuando imitó la perfección divina,
tu curva cariñosa reprodujo.
La curva familiar de la colina.

Como una mano franciscana sobre
una pureza de sobrepellices,
sobre el litúrgico mantel bendices
esta felicidad de mesa pobre.

En la hostia trigal me reconcilio
con el espíritu del Nazareno,
mientras la eucaristía del centeno
me consubstancia con el de Virgilio.

Cuando tu verso te desobedezca
come un mendrugo de centeno, para
que tu emoción enternecida crezca
como semi lla que se despertara.

Y sentirás conmigo lo que siento
si desde mi tristeza se levanta
la audacia vertical de un sentimiento
sediento de altitud como una planta.

Cuando la eucaristía se te vuelva
vitalidad de sangre en cada fibra,
tu sensibilidad será una selva
que con el viento mínimo revibra.

Sentirás una lágrima que sube
desde tu corazón, hecha ternura,
como agua fervorosa que procura
la libertad celeste de la nube.

Sentirás un arroyo en cada vena,
en cada mano sentirás un nido,
y un susurro latino de colmena
sentirás en tu pulso estremecido.

Sentirás que tu verso te obedece
con sumisa firmeza de bastón
y con sinceridad que se parece
a la sinceridad del corazón.

Para ser más honrado cada día,
con tu pobreza de estameña parda
recuérdame la tierra que me cría,
recuérdame la tierra que me aguarda.

Y mi sinceridad será imponente
como el silencio que se posesiona
del hijo pródigo que se arrepiente
y del padre feliz que lo perdona.

Si para recobrar lo recobrado

 

Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,

si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.

Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.

Francisco Luis Bernárdez, Argentina, 1900-1978

Silencio

 

No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, quédate mudo:
que un silencio sin fin sea tu escudo
y al mismo tiempo tu perfecta espada.

No llames si la puerta está cerrada,
no llores si el dolor es más agudo,
no cantes si el camino es menos rudo,
no interrogues sino con la mirada.

Y en la calma profunda y transparente
que poco a poco y silenciosamente
inundará tu pecho de este modo,

sentirás el latido enamorado
con que tu corazón recuperado
te irá diciendo todo, todo, todo.

Soneto a la doncella lejana

 

Inaccesible al viento que suspira
por apagar la luz de su cabello,
inaccesible al pálido destello
de la estrella lejana que la mira.

Inaccesible al agua que delira
por llegar a la orilla de su cuello,
inaccesible al sol y a todo aquello
que alrededor de su persona gira,

la doncella en su mundo de diamante
inclina la cabeza lentamente
para escuchar en el remoto mundo:

el eco de un latido muy distante,
la resonancia de una voz ausente
y el sonido de un paso vagabundo.

Soneto a la Natividad de la Santísima Virgen

 

Vino a la vida para que la muerte
dejara de vivir en nuestra vida,
y para que lo que antes era vida
fuera más muerte que la misma muerte.

Vino a la vida para que la vida
pudiera darnos vida con su muerte,
y para que lo que antes era muerte,
fuera más vida que la misma vida.

Desde entonces la vida es tanta vida
y la muerte de ayer tan poca muerte,
que si a la vida le faltara vida,

y a nuestra muerte le sobrara muerte,
con esta vida nos daría vida
para dar muerte al resto de la muerte.

Soneto al Niño Dios

 

Te llamé con la voz del sentimiento
antes de la primera desventura,
te busqué con la luz, aún obscura,
que despuntaba en el entendimiento.

Pero siempre, Señor, sin fundamento.
Pero nunca, Señor, con fe segura,

porque la luz aquella no era pura
y aquella voz se la llevaba el viento.

Fue necesario que muriera el día,
que viniera la noche, que callara
la voz y que cesara la alegría,

para que yo te descubriera, para
que la desolación del alma mía
en el llanto del Niño te encontrara.

Soneto ausente

 

El sentido del tiempo se me aclara
desde que te ha dejado y me has traído,
y el espacio también tiene sentido
desde que con sus lenguas nos separa.

El uno tiene ahora canto y cara
porque vive de habernos dividido,
y el otro no sería conocido
si no nos escondiera y alejara.

Desde que somos de la lejanía,
el espacio, que apenas existía,
existe por habernos separado.

Y el tiempo que discurre hacia la muerte
no existe por el tiempo que ha pasado
sino por el que falta para verte.

Soneto

 

Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,

si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.

Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.

Soneto de Córdoba

 

Cuando mi luz estaba consumida
y se volvían noches mis mañanas,
pues la desesperanza de mi vida
era un cuarto sin puertas ni ventanas,

busqué para mis penas sobrehumanas
la protección de la ciudad querida,
y en el regazo fiel de sus campanas
recliné mi cabeza dolorida.

Y me quedé dormido bajo el cielo,
con un sueño de niño fatigado
que sólo en descansar halla consuelo,

para soñar, desde mi noche incierta,
y volver a soñar, enamorado,
con la mujer que ahora me despierta.

Soneto de la encarnación

 

Para que el alma viva en armonía,
con la materia consuetudinaria
y, pagando la deuda originaria,
la noche humana se convierta en día;

para que a la pobreza tuya y mía
suceda una riqueza extraordinaria
y para que la muerte necesaria
se vuelva sempiterna lozanía

lo que no tiene iniciación empieza,
lo que no tiene espacio se limita,
el día se transforma en noche oscura,

se convierte en pobreza la riqueza,
el modelo de todo nos imita,
el Creador se vuelve criatura.

Soneto de la unidad del alma

 

Yo que tengo la voz desparramada,
yo que tengo el afecto dividido,
yo que sobre las cosas he vivido
siempre con la memoria derramada;

yo que fui por la tierra desolada,
yo que fui bajo el cielo prometido
con el entendimiento repartido
y con la voluntad multiplicada;

quiero poner ahora la energía
de la memoria, del entendimiento
y de la voluntad en armonía

con la Memoria que no olvida nunca
con el Entendimiento siempre atento
y con la Voluntad que no se trunca.

Soneto del amor milagroso

 

Aquel entendimiento que callaba
tiene toda la voz que no tenía,
y aquella voluntad que estaba fría
tiene todo el calor que le faltaba.

Aquel entendimiento que ignoraba
tiene la ciencia de que carecía,
y aquella voluntad que no quería
tiene el deseo que necesitaba.

Porque para que el uno se levante
del sueño en que vivía sumergido
es suficiente con que yo te cante.

Porque para que aquella no se muera
de la muerte que hubiera padecido
es suficiente con que yo te quiera.

Soneto del amor victorioso

 

Ni el tiempo que al pasar me repetía
que no tendría fin mi desventura
será capaz con su palabra oscura
de resistir la luz de mi alegría,

ni el espacio que un día y otro día
convertía distancia en amargura
me apartará de la persona pura
que se confunde con mi poesía.

Porque para el Amor que se prolonga
por encima de cada sepultura
no existe tiempo donde el sol se ponga.

Porque para el Amor omnipotente,
que todo lo transforma y transfigura,
no existe espacio que no esté presente.

Soneto del Dulce Nombre

 

Si el mar que por el mundo se derrama
tuviera tanto amor como agua fría,
se llamaría, por amor, María,
y no tan solo mar, como se llama.

Si la llama que el viento desparrama,
por amor se quemara noche y día,
esta llama de amor se llamaría
María, simplemente, en vez de llama.

Pero ni el mar de amor inundaría
con sus aguas eternas otra cosa
que los ojos del ser que sufre y ama,

ni la llama de amor abrasaría,
con su energía misericordiosa,
sino al alma que llora cuando llama.

Soneto enamorado

 

Dulce como el arroyo soñoliento,
mansa como la lluvia distraída,
pura como la rosa florecida
y próxima y lejana como el viento.

Esta mujer que siente lo que siente
y está sangrando por mi propia herida
tiene la forma justa de mi vida
y la medida de mi pensamiento.

Cuando me quejo, es ella mi querella,
y cuando callo, mi silencio es ella,
y cuando canto, es ella mi canción.

Cuando confío, es ella la confianza,
y cuando espero, es ella la esperanza,
y cuando vivo, es ella el corazón.

Soneto grabado en el tronco de un árbol

 

Aquel afán de ser, árbol amigo,
que me dejó grabado en tu corteza
fue tan grande y de tal naturaleza
que mientras vivas viviré contigo;

Pues hasta cuando el tiempo, su enemigo,
me haya borrado de tu fortaleza,
y estén muertas la mano y la cabeza
que me han dejado aquí, como testigo,

aquel afán de vida que me inflama
subirá con tu savia confundido
y, en un último esfuerzo de su ardor,

se asomará al temblor de cada rama,
al sagrado calor de cada nido
y al silencio feliz de cada flor.

Soneto II

 

Firme en la majestad y en la armonía
de su maravillosa arquitectura,
cuya seguridad serena y pura
es más fuerte que el tiempo y su porfía,

tu casi celestial topografía
alza la claridad de su estructura,
dando cuerpo de paz y de dulzura
al alma de la eterna poesía.

Y hace que, confundidos y abrazados,
la letra y el espíritu inflamados
unan su voluntad y su poder,

para vivir en el espacio frío
y en el tiempo dramático y sombrío
con la luz y el calor de un solo ser.

Soneto interior

 

Aquí donde la tierra es menos tierra,
donde el agua es el agua del olvido,
donde el aire es un aire sin sonido
y donde el fuego ya no mueve guerra;

Aquí donde la tierra se destierra,
donde el agua carece de sentido,
donde el aire prefiere estar dormido
y donde el fuego su pasión encierra;

el hombre de mirada pensativa
substituye las cosas de su casa;
la tierra, con su carne fugitiva,

el aire, con el aire de su aliento,
el agua, con su propio sentimiento,
el fuego, con el fuego que lo abrasa.

Soneto lejano

 

Bello sería el río de mi canto,
que arrastra por el mundo su corriente,
si dicho canto no naciera en cuanto
el río se separa de la fuente.

Bello sería el silencioso llanto
de la estrella en la noche de mi frente
si dicha estrella no distara tanto
de quien le da la luz resplandeciente.

Bello sería el árbol de mi vida
si la raíz de amor lo sostuviera
sin estar alejada y escondida.

Bello sería el viento que me nombra
si la voz que me llama no estuviera
perdida en la distancia y en la sombra.

Francisco Luis Bernárdez, Argentina, 1900-1978