Perderé todo

 

Perderé todo:
pero me quedarás Tú.
Allí estará tu amor
para inundar mi corazón.
Mi felicidad será total..
Y por eso repito:
Te he elegido.
Sólo te quiero a Ti
y tu gloria.

Señor Jesús

 

Señor Jesús, arrodillado,
de tú a tú ante el tabernáculo, comprendo:
no podría elegir otro camino,
otro camino más feliz,
aunque, en apariencia,
hay otros más gloriosos.
Pero Tú, amigo eterno,
único amigo de mi vida,
no estás allí presente.
En ti está todo el cielo con la Trinidad,
el mundo entero y la humanidad entera.

Preso por Cristo

 

Jesús,
ayer por la tarde,
fiesta de la Asunción de María,
fui arrestado.
Transportado durante la noche de Saigón
hasta Nhatrang,
a cuatrocientos cincuenta kilómetros de distancia,
en medio de dos policías,
he comenzado la experiencia de una vida
de prisionero.
Tantos sentimientos confusos
hay en mi cabeza:
tristeza,
miedo, tensión,
mi corazón desgarrado
por haber sido
alejado de mi pueblo.
Humillado recuerdo las palabras
de la Sagrada Escritura:
«Lo contaron entre los malhechores» (Lc 22, 37).
En automóvil he atravesado
mis tres diócesis:
Saigón, Phanthiet, Nhatrang,
con profundo amor a mis fieles,
pero ninguno de ellos sabe que su pastor
está pasando la primera etapa de su vía crucis.
Pero en este mar de extrema amargura
me siento más libre que nunca.
No tengo nada, ni un sólo centavo,
excepto mi rosario
y la compañía de Jesús y María.
En el camino de cautividad he orado:
«Tú eres mi Dios y mi todo».
Jesús,
ahora puedo decir como san Pablo:
«Yo, Francisco, prisionero de Cristo,
ego Franciscus, vinctud Jesu Guisa
pro vobis» (Ef 3, 1).
En la oscuridad de la noche,
en medio de este océano de ansiedad,
de pesadilla, poco a poco me despierto:
«Debo afrontar la realidad».
«Estoy en la cárcel. Si espero
el momento oportuno
de hacer algo verdaderamente grande,
¿cuántas veces en mi vida se me presentaron
ocasiones semejantes?
No, aprovecho las ocasiones
que se presentan cada día
para realizar acciones ordinarias
de manera extraordinaria».
Jesús,
no esperaré, vivo el momento presente,
colmándolo de amor.
La línea recta está hecha
de millones de pequeños puntos unidos uno a otro.
También mi vida está hecha
de millones de segundos
y de minutos unidos uno al otro.
Coloco perfectamente cada uno de los puntos
y mi línea será recta.
Vivo con perfección cada minuto
y la vida será santa.
El camino de la esperanza está pavimentado
de pequeños pasos de esperanza.
Como tú, Jesús, que has hecho siempre
lo que es agradable a tu Padre.
Cada minuto quiero decirte:
Jesús, te amo, mi vida es siempre
una «nueva y eterna alianza> contigo.
Cada minuto quiero cantar
con toda la Iglesia:
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…

Residencia obligatoria Cáy Vóng (Nhatrang, Vietnam Central), 16 de agosto de 1975, día siguiente a la Asunción de María.

Dios y su obra

 

Por tu amor infinito, Señor,
me has llamado a seguirte,
a ser tu hijo y tu discípulo.

Luego me has confiado una misión
que no se asemeja a ninguna otra,
pero con los mismos objetivos de las demás:
ser tu apóstol y testigo.

Sin embargo, la experiencia me ha enseñado
que continúo confundiendo dos realidades:
Dios y sus obras.

Dios me ha dado la tarea de sus obras.
Algunas sublimes,
otras más modestas;
algunas nobles,
otras más ordinarias.

Comprometido en la pastoral en la parroquia
entre los jóvenes,
en las escuelas,
entre los artistas y los obreros,
en el mundo de la prensa,
de la televisión y la radio,
he puesto en ello todo mi ardor,
utilizando todas mis capacidades.
No me he reservado nada,
ni siquiera la vida.

Mientras estaba así,
apasionadamente inmerso en la acción,
me encontré con la derrota de la ingratitud,
del rechazo a colaborar,
de la incomprensión de los amigos,
de la falta de apoyo de los superiores,
de la enfermedad y la debilidad,
de la falta de medios…

También me aconteció, que en pleno éxito,
cuando era objeto de aprobación,
de elogios y de apego para todos,
fui imprevistamente removido
y se me cambió de papel.
Heme aquí, pues,
poseído por el aturdimiento,
camino a tientas
como en la noche oscura.

¿Por qué, Señor, me abandonas?
No quiero desertar de tu obra.
Debo llevar a término mi tarea,
terminar la construcción de la Iglesia…

¿Por qué atacan los hombres tu obra?
¿Por qué le quitan su sostén?
Ante tu altar, junto a la Eucaristía,
he oído tu respuesta, Señor:
«¡Soy yo al que sigues, no a mi obra!
Si lo quiero me entregarás la tarea confiada.
Poco importa quién tome el puesto;
es asunto mío.
Debes elegirme a Mí».

 

En el aislamiento en Hanoi (Vietnam del Norte), 11 de febrero de 1985, memoria de la aparición de la Inmaculada en Lourdes.

Breves oraciones evangélicas

 

Pienso, Señor,
que Tú me has dado
un modelo de oración.
A decir verdad,
no has dejado sino sólo uno:
el Padre Nuestro.
Es breve, conciso y denso.

Tu vida, Señor,
es una oración,
sincera y simple,
dirigida al Padre.
Tu oración fue
ocasionalmente larga,
sin fórmulas ya hechas,
como la oración sacerdotal
después de la Cena:
ardiente y espontánea.

Pero habitualmente, Jesús, la Virgen, los Apóstoles hacen oraciones breves, muy bellas, que asocian a su vida diaria. Yo, débil y tibio, amo estas oraciones breves ante el Tabernáculo, en el escritorio, por la calle, solo. Mientras más las repito más me penetran. Estoy cercano a Ti, Señor.

Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen.

Padre, que sean uno.

Soy la esclava del Señor.

No tienen vino.

¡He ahí a tu hijo,
he ahí a tu madre!

Acuérdate de mí,
cuando llegues a tu Reino.

Señor, ¿qué quieres que haga?

Señor, tú sabes todo,
Tú sabes que te amo.

Señor, ten piedad de mí,
pobre pecador.

Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?

Todas estas breves oraciones, ligadas una a otra, forman una vida de oración. Como una cadena de gestos discretos, de miradas, de palabras íntimas, hacen una vida de amor. Nos conservan en un ambiente de oración sin quitarnos de las tareas presentes, pero ayudándonos a santificar todas las cosas.

 

En el aislamiento en Hanoi (Vietnam del Norte), 25 de marzo de 1987, Fiesta de la Anunciación.

François-Xavier Nguyen Thuan, Vietnam, 1928-2002

Presente y pasado

 

Amadísimo Jesús,
esta noche, en el fondo de mi celda,
sin luz, sin ventana, calientísima,
pienso con intensa nostalgia en mi vida pastoral.

Ocho años de obispo, en esa residencia
a sólo dos kilómetros de mi celda de prisión,
en la misma calle, sobre la misma playa…
Oigo las olas del Pacífico,
las campanas de la catedral.

— Antes celebraba con patena
y cáliz dorados,
ahora tu sangre está
en la palma de mi mano.

— Antes recorría el mundo
dando conferencias y reuniones;
ahora estoy recluido en una celda estrecha,
sin ventana.

— Antes iba a visitarte al tabernáculo,
ahora te llevo conmigo,
día y noche, en mi bolsillo.

— Antes celebraba la misa ante millares de fieles,
Ahora, en la oscuridad de la noche,
dando la comunión
por debajo de los mosquiteros.

— Antes predicaba los ejercicios espirituales
a los sacerdotes, a los religiosos, a los laicos…;
ahora un sacerdote, también él prisionero,
me predica los Ejercicios de san Ignacio
a través de las grietas de la madera.

— Antes daba la bendición solemne
con el Santísimo en la catedral
ahora hago la adoración eucarística
cada noche a las 21 horas, en silencio,
cantando en voz baja el Tantum Ergo,
la Salve Regina
y concluyendo con esta breve oración:
«Señor, ahora soy feliz
de aceptar todo de tus manos:
todas las tristezas, los sufrimientos,
las angustias, hasta mi misma muerte. Amén».

Soy feliz aquí, en esta celda,
donde crecen hongos blancos
sobre mi estera de paja enmohecida,
porque Tú estás conmigo,
porque Tú quieres que viva contigo.

He hablado mucho en mi vida,
ahora ya no hablo.
Es tu turno, Jesús, para hablarme.
Te escucho: ¿qué me has susurrado?
¿Es un sueño?
Tú no me hablas del pasado,
del presente;
no me hablas de mis sufrimientos,
angustias…
Tú me hablas de tus proyectos,
de mi misión.

Entonces canto tu misericordia,
en la oscuridad, en mi fragilidad,
en mi anonadamiento.

Acepto mi cruz
y la planto con mis dos manos,
en mi corazón.

Si me permitieras elegir, no cambiaría
¡porque Tú estás conmigo!
Ya no tengo miedo, he comprendido,
te sigo en tu Pasión
y en tu Resurrección.

 

En el aislamiento, Prisión de Phú Khánh (Vietnam Central), 7 de octubre 1976, Fiesta del Santo Rosario.

Consagración

 

Padre de inmenso amor, omnipotente, fuente de mi esperanza y de mi gozo.

1. «Todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31). «Pidan y se les dará» (Mt 7, 7).
Padre, creo firmemente que tu amor nos sobrepasa
infinitamente. ¿Cómo puede el amor de tus hijos competir con el tuyo?
¡Oh! ¡La inmensidad de tu amor paterno! Todo lo tuyo es mío: Me has aconsejado orar con sinceridad. Por eso me confío a Ti, Padre lleno de bondad.

2. «Todo es gracia». «Su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan» (Mt 6.8).
Padre, creo firmemente que desde siempre has ordenado todas las cosas para nuestro mayor bien. No dejas de guiar mi vida. Me acompañas en cada uno de los pasos de mi vida. ¿Qué puedo temer? Postrado adoro tu voluntad. Me pongo totalmente en tus manos, todo viene de Ti. Yo, que soy tu hijo, creo que todo es gracia.

3. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13). «Para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1, 6).
Padre, creo firmemente que nada supera el poder de tu
Providencia. Tu amor es infinito y yo quiero aceptar todo con corazón gozoso. Eterna es la alabanza y eterno el agradecimiento. Unidos a la Virgen María y asociando sus voces a las de todas las naciones, san José y los ángeles cantan la gloria de Dios por los siglos de los siglos. Amén.

4. «Hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Co 10, 31). «Hágase tu voluntad» (Mt 6, 10).
Padre, creo firmemente y sin dudar que Tú obras y actúas en mí. Soy objeto de tu amor y de tu ternura. ¡Realiza en mí todo lo que puede darte aún más alabanza!
No pido otra cosa que tu gloria, esto basta para mi satisfacción y mi felicidad. Esta es mi más grande aspiración, el deseo más intenso del alma.

5. «¡Todo por la misión! ¡Todo por la Iglesia! Padre, creo firmemente que me has confiado una misión, toda ella marcada por tu amor. Me preparas el camino. Yo no dejo de purificarme y de afirmarme en esta decisión.
Sí, estoy decidido: seré una ofrenda silenciosa, serviré de instrumento en las manos del Padre.
Consumaré mi sacrificio, momento a momento, por amor a la Iglesia: «Aquí estoy, estoy listo».

6. «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes» (Le 22, 15). «Todo está cumplido» Un 19, 30).
¡Amadísimo Padre! Unido al santo Sacrificio que continúo ofreciendo, me arrodillo en este instante y por Ti pronuncio la palabra que sube de mi corazón: «Sacrificio».
Un sacrificio que acepta la humillación como la gloria, un sacrificio gozoso, un sacrificio integral… Canta mi esperanza y todo mi amor.

 

Prisión de Phú Khánh (Vietnam central), 1 de septiembre de 1976, fiesta de los santos mártires vietnamitas.

María, mi Madre

 

María, Madre mía, Madre de Jesús, Madre nuestra, para sentirme unido a Jesús y a todos los hombres, mis hermanos, quiero llamarte Madre nuestra. Ven a vivir en mí, con Jesús tu Hijo amantísimo, este llamado de renovación total, en el silencio y en la vigilia, en la oración y en la ofrenda, en la comunión con la Iglesia y con la Trinidad, en el fervor de tu Magníficat, en unión con José, tu santísimo esposo, en tu humilde y amoroso trabajo de llevar a cabo el testamento de Jesús, en tu amor por Jesús y José, por la Iglesia y la humanidad, en tu fe inquebrantable en medio de tantas pruebas soportadas por el Reino, en tu esperanza —que actúa ininterrumpidamente— de construir un mundo nuevo de justicia y de paz, de felicidad y de verdadera ternura, en la perfección de tus virtudes, en el Espíritu Santo, para llegar a ser testigo de la Buena Nueva, apóstol del Evangelio.

Continúa, Madre, obrando en mí, orando, amando, sacrificándome; continúa haciendo la voluntad del Padre, continúa siendo la Madre de la humanidad. Continúa viviendo la Pasión y la Resurrección de Jesús. ¡Oh Madre, me consagro a Ti, todo a Ti, ahora y para siempre. Viviendo en tu espíritu y en el de José, viviré en el espíritu de Jesús, con Jesús, José, los ángeles, los santos y todas la almas. Te amo, Madre nuestra, y compartiré tu fatiga, tu preocupación y tu combate por el Reino del Señor Jesús. Amén!

En el aislamiento de Hanoi (Vietnam del Norte), 1 de enero de 1986, Solemnidad de María Madre de Dios.

Tienes una patria

 

La campana suena, grave, profunda,
Vietnam ora.
La campana sigue sonando, lacerante,
llena de conmoción,
Vietnam llora.
La campana se oye de nuevo,
vibrante, patética
Vietnam triunfa.
La campana vuelve a tocar,
cristalina,
Vietnam espera.

Tú tienes una patria, Vietnam.
Un país muy querido,
que a través de los siglos
es tu orgullo, tu gozo,
ama sus montañas y sus ríos,
sus paisajes de brocado y de raso,
ama su historia gloriosa,
ama a su pueblo laborioso,
ama a sus heroicos defensores.

Los ríos corren impetuosos
como corre la sangre de su pueblo,
sus montañas son elevadas,
pero más elevados aún son los huesos
que allí se amontonan.
¡La tierra es estrecha,
pero amplia tu ambición,
pequeño país tantas veces nombrado!

Ayuda a tu patria con toda tu alma
sele fiel,
defiéndela con tu cuerpo y con tu sangre,
constrúyela con tu corazón y tu mente,
comparte el gozo de tus hermanos
y la tristeza de tu pueblo.

Un Vietnam,
un pueblo,
un alma,
una cultura,
una tradición.

¡Católico vietnamita!
¡Ama mil veces tu patria!
El Señor te lo enseña,
la Iglesia te lo pide.
¡Que el amor por tu país, pueda ser un todo con la sangre que corre por tus venas!

«He elegido a Jesús»
Catorce pasos del camino con Jesús

 

Señor Jesús, en el camino de la esperanza,
desde hace dos mil años,
tu amor, como una ola,
ha arrollado a tantos peregrinos.
Ellos te han amado con un amor palpitante,
con sus pensamientos,
sus palabras y sus acciones.
Te han amado con un corazón
más fuerte que la tentación,
más fuerte que el sufrimiento
y más aún que la muerte.
Ellos han sido en el mundo tu palabra.
Su vida ha sido una revolución
que ha renovado el rostro de la Iglesia.

Contemplando desde mi infancia,
estos fúlgidos modelos,
he tenido un sueño;
ofrecerte mi vida entera,
mi única vida que estoy viviendo,
por un ideal eterno e inalterable.
¡Lo he decidido!
Si cumplo tu voluntad,
Tú realizarás este ideal
y yo me lanzaré
en esta maravillosa aventura.
Te he elegido
y nunca he tenido añoranzas.
Siento que Tú me dices:
«¡Permanece en mí.
Permanece en mi amor!».

Pero ¿podría permanecer en otro?
sólo el amor puede realizar
este misterio extraordinario.
Comprendo que Tú quieres toda mi vida.
«¡Todo! ¡Y por amor a Ti!».

En el camino de la esperanza
sigo cada uno de tus pasos.
Tus pasos errantes hacia el establo de Belén.
Tus pasos inquietos en el camino a Egipto.
Tus pasos veloces a tu casa de Nazaret.
Tus pasos gozosos para subir con tus padres al Templo.
Tus pasos fatigados en los treinta años de trabajo.
Tus pasos solícitos en los tres años de anuncio de la
Buena Nueva.
Tus pasos ansiosos que buscan a la oveja perdida.
Tus pasos dolorosos al entrar a Jerusalén.
Tus pasos solitarios ante el pretorio.
Tus pasos pesados bajo la Cruz en el camino al
Calvario.
Tus pasos fracasados, muerto y sepultado,
en una tumba que no es tuya.
Despojado de todo,
sin vestidos, sin un amigo,
abandonado hasta de tu Padre
pero siempre sometido al Padre.
Señor Jesús,
arrodillado,
de tú a tú ante el tabernáculo,
comprendo:
no podría elegir otro camino,
otro camino más feliz,
aunque, en apariencia,
hay otros más gloriosos.
Pero Tú, amigo eterno,
único amigo de mi vida,
no estás allí presente.
En ti está todo el cielo con la Trinidad,
el mundo entero y la humanidad entera.

Tus sufrimientos son los míos.
Míos todos los sufrimientos de los hombres.
Mío todo lo que no tiene paz ni gozo,
ni belleza ni comodidad ni amabilidad.
Mías todas las tristezas, las desilusiones,
las divisiones, el abandono, las desgracias.
Mío es todo lo tuyo,
porque Tú tienes todo;
lo que hay en mis hermanos,
porque Tú estás en ellos.
Creo firmemente en Ti,
porque tú has dado pasos de triunfo.
«Sé valiente. Yo he vencido al mundo».
Tú me has dicho: «Camina con pasos de gigante.
Ve por todo el mundo,
proclama la Buena Nueva,
enjuga las lágrimas del dolor;
reanima los corazones desalentados,
reúne los corazones divididos,
abraza el mundo con el ardor de tu amor,
acaba con lo que debe ser destruido,
deja en pie sólo la verdad, la justicia, el amor».

Pero, Señor, ¡yo conozco mi debilidad!
Líbrame del egoísmo,
de mis seguridades,
para que no tema
el sufrimiento que desgarra.
Soy muy indigno de ser apóstol.
Hazme fuerte ante las dificultades.
Haz que no me preocupe
de la sabiduría del mundo.
Acepto ser tratado como loco
por Jesús, María, José…
Quiero ponerme a prueba,
dispuesto a todas las consecuencias,
despreocupado de todas ellas,
porque me has enseñado
a afrontar todo.
Si me ordenas dirigir valerosos mis pasos
hacia la Cruz,
me dejaré crucificar.
Si me ordenas entrar
en el silencio de tu tabernáculo
hasta el fin de los tiempos,
entraré en él
con pasos aventurados.
Perderé todo:
pero me quedarás Tú.
Allí estará tu amor
para inundar mi corazón.
Mi felicidad será total…
Y por eso repito:
Te he elegido.
Sólo te quiero a Ti
y tu gloria.

En la residencia obligatoria en Giang-xá (Vietnam del Norte), 19 de marzo de 1980, solemnidad de san José.

François-Xavier Nguyen Thuan, Vietnam, 1928-2002