Un ejército de Inmortales
El friso de los arqueros de Susa encarna la grandeza del ejército persa, un cuerpo de élite conocido con el sobrenombre de “Los Inmortales”, cuya prodigiosa milicia logró alcanzar el elevado estatus de Guardia Real por su valía en el campo de batalla, una magistral epopeya que quedó plasmada en los muros de la residencia real del rey persa Darío I el Grande (512-486 a. C.), cuya técnica escultórica fue la del bajorrelieve esmaltado sobre ladrillo, una metodología revolucionaria empleada por los ceramistas persas y que fue desarrollada a finales del II milenio por los Elamitas, los cuales se denominaban a sí mismos como “Haltamti”. El friso posee un tamaño de 4,75 metros por 3,75m, y fue esculpido en torno al año 510 a. C. Actualmente, el friso se encuentra ubicado en la sala de antigüedades de Oriente Próximo en el museo parisino del Louvre, cuyo depósito fue realizado en el año 1884 por el arqueólogo francés Marcel Dieulafoy (1844-1920), quien obtuvo el permiso de las autoridades persas para llevar a cabo la excavación arqueológica del Palacio de Susa (actual Shush en Irán), descubierto por el arqueólogo británico W.K Loftus (1820 -1858) treinta y siete años antes.
El linaje real y casi “divino” de Darío I el Grande (512-486 a. C.) fue obtenido por su padre persa Histaspes (542-522 a. C.), quien fue gobernador de la región de Partia (Irán) bajo el gobierno de los reyes persas Ciro II y Cambises II, con quienes compartía una prosapia secundaria proveniente de la rama aqueménida. Su formación académica estuvo regida en palacio, recibiendo la misma educación que los príncipes reales. Así mismo, llegó a ostentar el título de “portador de la lanza personal”, que el propio rey Cambises II le otorgó, concendiéndole de esta forma el honor de formar parte de la expedición militar contra los egipcios, en la que el propio rey Cambises II moriría en la primavera del año 522 a. C. tras intentar acabar con las revueltas iniciadas tras su partida y dirigidas por un usurpador medo llamado Gaumata, quien se hizo pasar por Esmerdis, el hermano pequeño del rey.
Esmerdis y Cambises eran hijos del rey Ciro II (550-529 a. C.). Cambises era el sucesor al ser el mayor, y ofreció a su hermano Esmedis el título de gobernador de las provincias orientales del Imperio Persa. A Cambises II se le atribuye la muerte de Esmerdis para evitar un golpe de Estado cuando tuvo que partir para luchar contra los egipcios.
El historiador y geógrafo griego Heródoto (484-426) barajó la posibilidad de que la muerte del rey Cambises II fuese en realidad un asesinato y no un accidente como afirmaron las fuentes oficiales de la época; en cualquier caso fue el propio Darío I el encargado de aplastar la sublevación subsiguiente y desterrar al falso rey Gaumata dándole él mismo muerte. Tras este segundo golpe de Estado, el nuevo monarca se erigió a sí mismo como futuro rey, tras consolidar su linaje real y divino con el apoyo de la divinidad Ahura-Mazda (deidad del bien), los nobles persas y el casamiento con Atosa, la hermanastra viuda del rey Cambises II, de cuya unión nacieron Masistes, Aquemenes (futuro sátrapa de Egipto), Histaspes y Jerjes, quien sería el sucesor de su padre en el trono.
Con la llegada al poder de Darío I el Imperio Persa comienza a expandir sus horizontes mucho más allá de lo que se había logrado con Ciro II. Durante esta etapa, el dárico (moneda acuñada en oro) se mantiene como sistema monetario durante el Imperio Aqueménida. El sistema administrativo provincial también se ve afectado por los cambios, incrementado el número de satrapías (provincias gobernadas en la antigua Persia) a un total de treinta, las cuales estaban a su vez dirigidas por tres delegados: el sátrapa, el tesorero y el secretario.
- Sátrapa: Las únicas personas a las que estaba permitió acceder a este tipo de puesto eran de linaje real o noble. Su función como virrey consistía en ejercer el poder jurídico, administrativo, económico y militar.
- Tesorero: Administraba la gestión de la recaudación de impuestos.
- .Secretario: Actuaba como mano derecha del virrey informándole de cualquier tipo de irregularidad, revuelta o mala gestión en la provincia que gobernaba.
La gestión social, política y económica llevada a cabo durante el reinado de Darío I le sirvió para impulsar grandes proyectos de construcción. Uno de ellos, el que abordaremos a continuación, fue el “Palacio de Susa”, que fue construido en torno al año 510 a. C. y que sirvió para establecer la nueva capital del Imperio Persa.
Edificado sobre las ruinas elamitas, se tomó como referencia para su levantamiento una terraza artificial ya existente de 12 hectáreas divida en tres secciones, de las cuales una servía como única puerta de acceso al interior del palacio, que a su vez se comunicaba con la Villa Real, ubicada en la sección Este y por la que se accedía a través de una rampa de ladrillo cocido.
La arquitectura del lugar y el enclave también fueron de vital importancia a la hora de edificar, pues de esta forma no tuvieron que emplear los estándares establecidos en los palacios de Persépolis, para los cuales el uso de la piedra era de vital importancia, y se pudo recuperar así la tradición de los ladrillos esmaltados, típicos de la cultura babilónica.
Una de las piezas arqueológicas más importantes y significativas que decoraron las paredes del Palacio de Darío I fue el friso de los arqueros, una obra de colosal envergadura inspirada en la élite del ejercito persa, cuya formación estaba compuesta de un total de diez mil hombres armados y uniformados pertenecientes a la guardia real, y a los que se apodó con sobrenombre de “Los Inmortales” gracias a la rápida intervención de sus miembros, pues cuando un soldado caía o enfermaba de gravedad, era inmediatamente sustituido por otro. Este regimiento se encontraba únicamente integrado por pobladores persas y medos.
El friso de los arqueros es sin lugar a dudas una excepcional y real obra arquitectónica fidedigna del ejercito de élite persa, pues los soldados fueron representados con todo lujo de detalles, incluyendo su armamento de ataque y defensa, que estaba formado por un escudo fabricado en cuero y mimbre, una lanza corta con punta de hierro y equilibrada con un contrapeso en la parte opuesta, un arco con su carcaj colocado en la espalda y en cuyo interior se guardan las flechas, y una espada corta o una daga en algunos casos. Su indumentaria también fue representada de forma detallada: el uniforme reglamentario consistía en una larga túnica bordada, unos pantalones y una cota de metal. La cabeza no estaba protegida, pero sí decorada con un gorro de tres piezas que difería del diseño original del rey, pues éste era de una única pieza que podía acabar en punta.
El uso de las indumentarias y los colores era regulado en el ejercito según el estatus social y linaje de la guardia. El uso de la tiara en la cabeza servía para identificar la orden militar a la que uno pertenecía.
Fue el propio rey Darío I el que expresó mediante la lengua escrita que la grandeza del “Friso de los arqueros” se debía a los artesanos babilonios. Y aunque esta técnica fue absorbida y perfeccionada por la cultura babilónica, su origen se remonta a la civilización indoeuropea conocida con el nombre de Kasitas. El ejercito de los Inmortales fue plasmado en las paredes del Palacio de Susa, mostrando soldados de metro y medio de altura. Los materiales empleados para su construcción fueron arena y cal, sometidas a diversas cocciones en las que se iba trabajando de manera progresiva la pieza hasta que las figuras eran acabadas. Gracias a la policromía se logró realzar significativamente la obra. Las tonalidades más usadas fueron el azul, el verde, el amarillo y el naranja. Y el detalle de los acabados, en los que se da importancia no sólo a la indumentaria y armamento, sino también al estilo de vida y joyería, hacen de esta espectacular obra una de las piezas más famosas e importantes del arte aqueménida.
La caída de sus reyes y el paso del tiempo hicieron que el Palacio de Susa permaneciese en el anonimato hasta que el orientalista, pintor, arqueólogo y político francés Eugène Flandin (1809 – 1889) descubrió casi por casualidad a finales del siglo XVIII la capital asiria de Dur-Sharrukin, lo que acabó por generar un súbito interés por la cultura de Oriente Próximo patrocinado por los museos, quienes financiaban las excavaciones que se llevaban a cabo, lo que supuso la destrucción parcial o total de los yacimientos.
Hoy en día, los restos arquitectónicos del palacio de Darío I se encuentran expuestos en su mayoría en el Museo del Louvre (Musée du Louvre) de París, aunque también podemos encontrar algunas piezas destacables en el Museo de Pérgamo de Berlín (Pergamonmuseum) en Alemania.
Fuente | Sheila Hernández | Akrópolis (02/06/2016)