Ya de puro dolor, dolor no siento

 

Ya de puro dolor, dolor no siento,
que es ya naturaleza mi cuidado,
y a los males estoy tan enseñado
que temo más la dicha que el tormento.

Sobra el desdén y basta el pensamiento
para acabar un pecho enamorado,
que el que aguarda a morir de desdeñado
piadoso tiene el propio sentimiento.

Muere y renace amor en unos ojos
más veces que su luz el sol advierte,
ya viva en oro, en sombra ya teñida.

Mas, ¡ay amor!, disculpo tus enojos;
que, si para vivir me das la muerte,
¡pregunto para qué has de darme vida!

A un ruiseñor

 

Abril volante, viva primavera,
tan viva, que engañado en tus colores,
te dio el tiempo el castigo de las flores,
que el invierno a su vida parca es fiera.

No moriste, volaste a más esfera,
pues Filis hoy te anima con dolores;
bien es que muera quien cantaba amores,
yo sé quien calla, aunque de amores muera.

Tu muerte procuraste, para verte
compadecido de quien vive ajena
de dolerse de un vivo enamorado.

¡Oh infeliz en la vida, y en la muerte!
vivo, no la causaste amante pena,
muerto, no te aprovecha su cuidado.

Al viento su esperanza y su porfía

 

Al viento su esperanza y su porfía,
siguiendo Apolo a Dafne, encomendaba;
el miedo, con que el paso aceleraba,
su blanco pie de plumas guarnecía.

De su madeja el oro reducía
el viento a rayos con que al Sol flechaba,
mientras amor, injusto, preparaba
la victoria mayor a quien huía;

cuando la ninfa exclama al padre undoso,
y, humanando un laurel, halla venganza
del Sol en el auxilio de Peneo.

«¡Ay! -dijo Apolo al árbol desdeñoso-,
¿por qué, si en ti fallece mi esperanza,
verde imagen te ofreces al deseo?»

Alzad, Señor, vuestra Sión divina

 

Alzad, Señor, vuestra Sión divina
adonde, ingrato a tanto beneficio,
la deidad hizo el hombre sacrificio,
y, siendo él fulminado, la fulmina.

No logre la ambición de peregrina
la culpa en ese, aunque postrado, indicio,
que el sacrílego intento de su oficio
memoria templo hará de la ruina.

Si no es que, codicioso de la injuria,
temiendo que acabó ya la violencia
de dar a la impiedad postrer indicio,

(mientras no os solicita en nueva furia,
por no tener ociosa la paciencia),
queréis también sufrir veros sin templo.

Aunque de Europa el robador divino

 

Aunque de Europa el robador divino
siente el desdén, a Europa disculpaba;
queriendo ser vencida, peleaba,
que hay defensas que muestran el camino.

Del rencor femenil es tan vecino
el gusto que en el gusto siempre acaba.
No quiere ser esquiva la más brava;
esquiva quiere parecer, Licino.

Si Filida te escucha y te responde,
aunque de amor se te figure exenta,
con blandos ruegos su dureza excita.

Gobiérnete su pecho en lo que esconde,
porque no es no pecar lo que ella intenta:
pecar, mas con disculpa solicita.

Bárbaro el Fénix a su fin aplica

 

Bárbaro el Fénix a su fin aplica
incendios, por nacer de su occidente;
que fiar de un ocaso un nuevo oriente,
noble acción, pero bárbara, se explica.

Mas Fabia, sol de España, se dedica
hoy a tu llanto senador prudente,
y fénix más perpetua y más luciente
en tu dolor sus plumas sacrifica.

¡Oh bárbara otra vez, bien que ingeniosa,
ave oriental, que de tu fin y ofensa
fías la eternidad que solemnizas!

¡Oh Fabia, fénix tú, sabia y hermosa,
que a tu origen paterno, en llama densa,
fías la eternidad de tus cenizas!

Bruto feliz, venciste; ya se inclina

 

Bruto feliz, venciste; ya se inclina
todo animal a ser tu viva historia.
No te cupo en la vida la victoria,
la victoria escondiste en la ruina.

Muerte que ha menester fuerza divina
deidad tuvo de Júpiter notoria.
No fulminó Filipo: con más gloria,
quien a esperarle se atrevió, fulmina.

Hizo el deseo el tiro; obró la mano
el golpe, cuando el bruto a doble herida
su vida vio mortal, viva su suerte.

¡Oh gran tiro de dueño soberano!,
que por el golpe le quitó la vida,
y por el dueño le quitó la muerte.

Cese ya de un engaño repetido

 

Cese ya de un engaño repetido
la confusión, oh Fabio, y sus horrores
no turben los divinos resplandores
de la verdad que profanó mi olvido.

Experiencias ilustran el sentido;
peligro es hoy lo que juzgué favores;
miro despiertamente mis errores
y el tiempo lloro que gasté perdido.

Sea en las fieras ondas que navego
norte seguro, pues, el desengaño,
que el escarmiento agradecido adora.

Surque el mar proceloso otro más ciego,
que no es prudente el que, en un mismo daño,
segunda vez sus desaciertos llora.

Como enfermo que anhela en lecho ardiente

 

Como enfermo que anhela en lecho ardiente
alcanzar con excesos mejoría,
y su engaño no más, o su porfía,
le alivia, con que crece el accidente;

y como el ciervo, que la flecha siente,
huye en vano de sí la noche y día,
para ver si le dan lisonja fría
médicas ondas de templada fuente:

tal, esclavo de amor, herido el pecho,
buscaba yo reparo en el ausencia;
busqué la fuente contra el dardo esquivo.

Hizo después amor, a mi despecho,
lo que hace el exceso en la dolencia
y el señor con esclavo fugitivo.

Crédito fue de la naturaleza

 

Crédito fue de la naturaleza
tu Oriente, pues de ti su pompa fía;
tu muerte providencia, que temía
sus dones apurar en tu largueza.

Lauro más inmortal de tu cabeza
logra tu Fama que tu Monarquía:
aquésta feneció tu fatal día,
aquélla, siempre a coronarte empieza.

Grande excepción te opones al olvido,
honor de Macedonia, que adquiriste
con cuanto abraza un mundo sólo un nombre.

Por darte a ti, moriste agradecido
a los dioses; envidia suya fuiste,
que entonces creyó Roma que eras hombre.

A un soldado

 

Tu obstinado cadáver nos advierte
que hay vida muerta, pero no vencida,
pues solo en tu valor, solo en tu vida,
algo miró después de sí la muerte.

Fuerte es la Parca, pero tú más fuerte:
no se debió a su golpe tu caída
tú contra ti la ayudas ya rendida,
¿qué quién pudiera, sino tú, vencerte?

Tú dividiste el trance indivisible
de morir y postrarte, tan altivo,
que en el daño común no hallas ejemplo.

¿Cuánto más que inmortal, y que invencible
contemplaré que fuiste, cuando vivo,
si el cadáver intrépido contemplo?

Creyó el Jordán que vez segunda oía

 

Creyó el Jordán que vez segunda oía
la voz de Juan, que en vos determinaba;
que, a pesar de distancias, enfrenaba
a iguales pasmos su corriente fría.

Pudo dudar, pues os oyó este día,
y pues a Juan oyó, cuál más obraba,
quien entonces las peñas ablandaba,
o quien hoy corazones persuadía.

Al cisne del Jordán imitáis tanto
que negras plumas, por quitar la duda,
os viste el cielo, con celoso intento.

Pero quedóse con la duda el canto,
y vos con el aplauso de la duda,
desmintiendo a las plumas el acento.

Culpa, Celia, tu error y no tu daño

 

Culpa, Celia, tu error y no tu daño;
única te formó naturaleza.
Pues dime, ¿por qué quiere tu belleza
darte segunda con tan nuevo engaño?

No se rompió el espejo, no, y extraño
que eche menos tu vista su entereza;
cristal era no más; agora empieza
a ser espejo desde el desengaño.

Tu retrato en retratos dividido
en una parte muere, en otra alcanza
a merecerte en más copioso empleo.

Aquí queda mi error más advertido,
pues cuando hieres más a mi esperanza
hidra inmortal renace mi deseo.

¿De qué seno infernal, de cuyo seno…

 

¿De qué seno infernal, de cuyo seno
fuego infame, te opones al glorioso?
De origen dulce, efecto venenoso,
yo mismo te idolatro y te condeno.

Sólo es verdad en ti, de horrores lleno,
el martirio, el objeto mentiroso.
¿Qué mayores indicios de alevoso
que tener siempre equívoco el veneno?

Más que mucho, si Alcides arrogante,
Jove humano, adoptado de los cielos,
ya furioso por ti, ya flaco expira.

Excedió desdeñoso, cedió amante;
lo mortal sólo confesó a los celos;
vivo le dio mortaja Deyanira.

Del ya postrero sueño en que yacía

 

Del ya postrero sueño en que yacía
el solícito amante se burlaba
Anaxarte, mirando que robaba
la nieve su postrera rosa fría.

Ella, rebelde siempre despedía,
no la dureza, mas el alma brava,
y al odio alcázar de alabastro daba,
que por blanda su carne aborrecía.

Vos no podéis ser ya, Lisi, más dura
y, puesto que os aguarde algún castigo,
será de tomar forma en mi amor tierno.

Seréis más inmortal en mi fe pura,
pues a vuestra dureza yo me obligo,
que en el mármol odioso, aunque sea eterno.

Detén, Jáuregui docto, el curso altivo

 

Detén, Jáuregui docto, el curso altivo
de tu pincel que eternidad reparte,
cuando naturaleza, cuando el arte
cede al lino espirante, al metal vivo.

Tus milagros simétricos no escribo,
porque sabrá el menor eternizarte,
ni te describo en más heroica parte
donde usurpas al sol su lauro esquivo.

Los números suspende, o los colores,
pues describe el pincel, pinta la pluma,
y cualquiera imposible nos derrama.

No estorben tus aplausos tus primores,
que acumular de asombros tanta suma
es imposible cargo de una fama.

Dio el agua procurada sepultura

 

Dio el agua procurada sepultura
-ya no es fábula huésped- a Narciso.
El que imitar su clara muerte quiso,
el valor poseyó por hermosura.

Venturoso murió, pues le procura
reducir un empleo y un aviso;
pero quien llega al término preciso
puede ser desdichado con ventura.

Sufrió el cielo de dos el ardimiento,
o porque de ignorancia procedía,
o para refrenar tercero intento.

No murió don Antonio, que ya había
muerto cuando malogra un escarmiento.
Pues, ¿qué murió en las aguas? Su osadía.

Como en estancia, que de mármol fino

 

Como en estancia, que de mármol fino
ostenta el suelo, rapazuelo ocioso,
con ágil mano y ademán brioso,
azota el breve torneado pino;

y, mientras ve que el circular camino
dura en la esfera que batió furioso,
para mas, viendo que se da al reposo,
replica el golpe del sonante lino.

Así el amor con áspera violencia,
en la vaga región de mi cuidado,
herir mi corazón tiene por juego.

Y aunque sobra al dolor su diligencia,
si mira que sosiego de postrado,
se ofende por la parte que es sosiego.

Dos naufragios se oponen igualmente

 

Dos naufragios se oponen igualmente
a aquella que en beldad venció a Narciso,
cuando en las aguas imitarle quiso,
dando a sus soles líquido occidente.

Licio la ve en el mar menos presente
que en sí, donde arde en golfo más preciso.
Siente no socorrerla, ¡oh ciego aviso!,
donde la mira y no donde la siente.

Mas, Licio, bien tu afecto se gobierna;
donde puede morir no darla ayuda
siente su amor, no siente como ciego.

Que en tu pecho, aunque ardiente, será eterna;
en agua sí que vivirá con duda,
porque no hay fénix de agua y le hay de fuego.

En vivas ondas de ofendida grana

 

En vivas ondas de ofendida grana
desata a Lisi procurada herida.
Menos siente la púrpura perdida
que el tener experiencias ya de humana.

Quedó cual rosa que expiró temprana,
tarde avisada de desvanecida,
a quien el viento ejecutó en la vida
aun sin dejarla escarmentar de vana.

Pálido ofreces, Lisis, el semblante.
Nunca con más razón se tema el rayo
que cuando el cielo pálido se viere.

Contemple amor, por quien estás triunfante
en la fingida muerte de un desmayo.
Viva, ¿qué hará?, quien mata cuando muere.

Creció el infierno aquí, Nilo violento

 

Creció el infierno aquí, Nilo violento
de llamas, y tan ciego en lo enemigo
que de sus iras no dejó un testigo
ni a sus estragos permitió un lamento.

No pareció del cielo tal portento
(aun en venganzas disfrazado amigo),
que el cielo, entre el presagio y el castigo,
siempre dejó caber al escarmiento.

Ardió el Vesubio; no la inclemencia
de Júpiter honró su infiel desmayo,
ni a rayos de agua le anegó el tridente.

El que tiene por alma la violencia
no ha menester para morir el rayo,
pues nace fulminado un accidente.

Entonces vivo, porque muero, cuando

 

Entonces vivo, porque muero, cuando
me enseña amor a más morir, viviendo;
que no es pena el morir, es vida, habiendo
morir que se dispone, no acabando.

Morir procura amor, siéndole blando
fin, que no ha de ser fin; y feneciendo
se construye más vida, pues naciendo
nada se inmortaliza, sino amando.

En este, pues, hilado laberinto,
fiscal y actor a un tiempo de mi vida,
en última la enseño a ser primera.

Muerto, sí, me verán, mas no distinto;
dará a su muerte ser quien fue, no siendo,
si al fin mi ser no ser entonces era.

Crece el dolor y, en orden a su aumento

 

Crece el dolor y, en orden a su aumento,
el mismo mal me presta resistencia.
¿Quién hasta agora ha visto la paciencia
convertirse en especie de tormento?

La costumbre de un largo sentimiento
hizo ya natural lo que es violencia;
sólo el mal me amenaza con su ausencia,
después que el mal me sirve de alimento.

Ya desespero de esperar la muerte,
supuesto que es un mal que dura poco
(bien que en la vida me sostengo apenas).

Cautela fue de amor contra mi suerte
herir el pecho hasta dejarle loco
porque después adore yo sus penas.

Escrito en Roma está, yo lo he notado

 

Escrito en Roma está, yo lo he notado
-y aun me extrañé de incrédulo testigo-,
que el que a más llegare con su amigo
le tenga el pecho en parte reservado;

porque si acaso le reduce el hado
a padecerle ingrato o enemigo,
fue juicio, o es venganza, hallar consigo
un fuerte del incendio no tocado.

Ignacio, pues, amigo como sabio,
este siglo feliz hoy os alcanza,
a vuestro arbitrio nuestra duda apela.

¿Cuál temeremos por mayor agravio:
la muerte noble de una confianza,
o al infame salud de una cautela?

Ese de la amistad indicio raro

 

Ese de la amistad indicio raro,
ígneo docto, palacio de Agustino,
que a ser espejo, más que riesgo, vino,
pues salió de peligro, siendo claro,

lisonja es contra Esculapio avaro;
cuando, más que el humor fiero y maligno,
niega al incendio opuesto cristalino
y hace al rigor de más rigor reparo.

Si repitiere (¡oh nunca!) el accidente,
que el cuerpo, aun menos que el temor, inflama,
y receláis el elemento al labio.

Pues vaso de elección sois eminente,
que hoy refriega la temida llama:
templad la fiebre, imagen de su agravio.

Esta partida imagen de la vida

 

Esta partida imagen de la vida,
reloj luciente o lumbre numerosa,
que la describe fácil como rosa
de un soplo, de un sosiego interrumpida;

esta llama que al sol desvanecida,
más que llama parece mariposa;
esta esfera fatal que, rigurosa,
cada momento suyo es homicida:

es, Fabio, un doble ejemplo. No te estorbes
al desengaño de tu frágil suerte:
términos tiene el tiempo y la hermosura.

El concertado impulso de los orbes
es un reloj de sol, y al sol advierte
que también es mortal lo que más dura.

Este morir, esta postrera suerte

 

Este morir, esta postrera suerte
es imagen del miedo repetida;
en cuanto a ser imagen tan temida,
pues la imaginación la hace tan fuerte.

¿Cuándo en, pues, el morir? (porque se acierte).
¿Al querer espirar? No, que aún hay vida.
¿Es cuándo el alma está ya desasida?
Eso es estar ya muerto, que no es muerte.

¿Acaso es el morir aquel instante
del aliento postrero? ¿Es aquel punto
que el último suspiro en quietud trueca?

No, porque todo punto es semejante
al vivir cierto o al estar difunto.
Pues, ¿cuándo es el morir? Cuando se peca.

Este, que a voz en grito (¡o Bulequino!)

Al Serenísimo Señor don Juan de Austria

 

Este, que a voz en grito (¡o Bulequino!)
aclamas de Juan de Austria, en prominente
ciudad augusta: Joven altamente
(si humanidad con todos) es divino.

Maborte le ciñó de acero fino
su victoriosa espada omnipotente,
dígalo Flandes; dígalo elocuente,
Parténope lo diga, y Barcino.

Hoy (vestido la paz, y glorioso)
árbitro le miramos sin segundo
de la Justicia para los acasos.

O Buluquino tú, que por el mundo
vas observando lo maravilloso:
pues ya no hay más que ver, no des más pasos.

Felice yo, si de mis sueños tiemplo

 

Felice yo, si de mis sueños tiemplo
lo rápido en aqueste precipicio.
Templo fue aquel ayer, hoy es su indicio.
¿Adónde huyo, si padece el templo?

Justo, aunque adverso, Jove, te contemplo,
si el aviso anticipas al suplicio,
y, vengativo menos que propicio,
si lo que atiendo en ti logro de ejemplo.

Mas, oh padre del cielo, en cuanto yace
sublime a tu poder grande y prescrito,
por criador te arguye tu aspereza.

¿Delinque a caso lo que excelso nace?
¿Es delito el ser mas?, y si es delito,
fulmina Jove a la naturaleza.

Fénix divino que en mortal oriente

 

Fénix divino que en mortal oriente
desvanece en luz tu sepultura,
y heredada en sí misma tu hermosura
burla nuestro dolor y tu occidente.

La pompa funeral, el llanto miente,
pues no estaba tu ser en tu figura:
nada vive quien vive lo que dura,
ni ha menester morir un accidente.

Faltó tu imperio, amor, faltó tu nido
en Amarilis, y aun después porfías
a usar en los efectos tus crueldades.

¡Oh modo de matar jamás oído!
¡Viéndose ya el amor sin tiranías,
a matarnos empieza con piedades!

Gerardo, quien su engaño repetido

 

Gerardo, quien su engaño repetido
gime, aunque gima presto en mil horrores,
merece el sol de eternos resplandores,
a favor de la noche de su olvido.

Mas, quien no rompe fueros al sentido
en vano pide al cielo sus favores;
que el fuerte auxilio de vencer errores
suele tardar, cuando ha de ser perdido.

¡Qué importa que yo diga que navego
al puerto que conduce el desengaño,
si el alma oculta ídolos ahora!

Mas, ¡ay señor!, que si el error es ciego,
supo perder la vista, que fue daño,
porque abre más los ojos cuando llora.

Grandes los ojos son, la vista breve

 

Grandes los ojos son, la vista breve
(o amor la abrevia, porque a herir apunta);
arco es la ceja, y el mirar es punta
a quien amor sus vencimientos debe.

A su mejilla el nácar, nácar debe;
adonde en llamas de coral difunta
fuera la rosa, más su incendio junta
a la azucena de templada nieve.

El arte es superior, pero sin arte
el ingenio es acierto y no es ventura;
el andar es compás y no es cuidado.

De tantas partes no presume parte;
hermosa pudo ser sin hermosura;
yo, sin amor, viviera enamorado.

Habla, bulto animado, no tu esquivo

 

Habla, bulto animado, no tu esquivo
silencio a tu moderno padre ofenda;
déjame hablar a mí porque se entienda
cuál el pintado es o cuál el vivo.

Tú no sientes, ni yo, puesto que vivo
de dar a mi dolor la infausta rienda.
Tú callas, yo también, aunque me encienda
un ardor en que muero y me concibo.

Nada tu bulto de mi bulto ignora;
firme semblante ofreces y no acaso,
porque retratas mi contraria suerte.

¡Oh arbitrio del amor, formar agora
otro yo que padezca lo que paso
por negarme el alivio de la muerte!

Hablando con su dama ya difunta

 

Cobrote el cielo en tu primer mañana
humana flor, no muerta, interrumpida,
en fe de que viviste aquí ofendida
ese instante no más que fuiste humana.

¡Qué temprano quedó tu nieve, o grana
de las iras del viento sacudida!
¡Qué tarde a mis esperanza con tu vida
has enseñado a escarmentar de vana!

Si es que a la patria de la luz que pisas
ruego mortal de amante voz alcanza
es mérito de amar lo que no veo.

Si es que tu arbitrio en tu poder avisas
pues sabe que moriste mi esperanza,
haz que sepas que falte mi deseo.

Hasta cuándo esta tinta, dime, Fabio

 

¿Hasta cuándo esta tinta, dime, Fabio,
pondrá tu engaño sobre tu cabeza?
Quien hace la traición naturaleza
tema del tiempo el alevoso agravio.

Mas ya que con discurso poco sabio
ultrajas de los años la pureza,
tíñete las arrugas, que es bajeza
que parezcan de dos mejilla y labio.

La mentira en la voz es caso feo,
y, siendo sin pretexto y sin disculpa,
es un delito en el honor nefando.

¡Oh, Fabio, cuánto más pecar te veo,
pues tomas tan de siento aquesta culpa
que ya te sales con mentir callando!

Hasta que mueres tú, joven valiente

 

Hasta que mueres tú, joven valiente,
el morir y el rendirse fue una cosa;
ya dos serán, pues muere y no reposa
ese primer cadáver y viviente.

Tan sólo tú, después de tu occidente,
dejas la Parca atenta y oficiosa
tan suspensa que ignora, temerosa,
si ella o tú padecéis el accidente.

¿A quién (pregunto yo) más que la vida
duró el valor? ¿Quién mereció difunto?
¿O fue envidiado cuando polvo incierto?

¡Oh prevención del hado nunca oída,
pues te reserva con tan nuevo asunto
ser inmortal para después de muerto!

Hoy a tu brazo infiel, Hebreo esquivo

 

Hoy a tu brazo infiel, Hebreo esquivo,
yace Dios otra vez; no cual primero
divino fénix, en ardor severo
de altas cenizas se repite vivo.

Hoy nos llama a su amor lo discursivo,
pues amante murió tan verdadero
que, porque amor quedó por su heredero,
se nos vincula en fuego sucesivo.

Si pide el holocausto portentoso
plumas, que en ágil rapto den al suelo
noticias de misterio tan profundo,

no faltan, que a tu acento prodigioso,
insuperable Soria, fía el vuelo
un fénix de quien es Arabia un mundo.

Hoy, Fabio, te casaste con Lisena

 

Hoy, Fabio, te casaste con Lisena,
que ayer te dio de amor dulces venenos;
en vasos viles de ponzoña llenos
mal la abeja de amor su miel ordena.

No te aseguro yo la mar serena,
ni que con tal bajel midas sus senos:
a quien de caña aun dio flaquezas, menos
la debiste fiar riesgos de entena.

Pediste (y lo consigues) que Himeneo
te purifique el lecho, y decorosa
a tu lado inculpable Lisi asista.

Mas con la misma condición que a Orfeo
la esposa se volvió, te dan la esposa,
Fabio: no has de volver atrás la vista.

Hoy, Noroña, el sangriento Rey de fieras

 

oy, Noroña, el sangriento Rey de fieras
confunde su ruina con su gloria.
No te costara el golpe la victoria,
si el amago del golpe dividieras.

Premio al deseo no capaz esperas,
hoy renovando de Hércules la historia.
¿Cuál será del triunfante la memoria
si del trofeo se honran las esferas?

Fija la piel del bruto en la del cielo,
sustituirá tu gloria en nueva vida;
deba el Olimpo nuevo signo a España.

No acaso, pues, renace a tanto vuelo
que, a no ser a los cielos conducida,
no cupiera en el mundo tal hazaña.

Huésped, no yace aquí, falta severo

 

Huésped, no yace aquí, falta severo
aquel que, con doctísima experiencia,
al mismo Apolo que le dio la ciencia
sólo en tiempo le deja ser primero.

Porque durase de la muerte el fuero,
incompatible ya con su presencia,
faltó, ni se cumpliera la sentencia
a no estar él de parte de su acero.

No en humana salud, que al tiempo miente,
en vida sí, que el tiempo no acabase,
pudo parar su idea esclarecida.

Lloremos, pues, de envidia en su occidente,
que primero labró, que nos faltase
a todos la salud y a sí la vida.

Huye del Sol

 

Huye del Sol, el Sol, y se deshace
la vida a manos de la propia vida,
del tiempo, que a sus partos homicida,
en mies de siglos las edades pace.

Nace la vida, y con la vida nace
del cadáver la fábrica temida.
¿Qué teme, pues, el hombre en la partida,
si vivo estriba en lo que muerto yace?

Lo que pasó ya falta; lo futuro
aun no se vive; lo que está presente,
no está, porque es su esencia el movimiento.

Lo que se ignora es sólo lo seguro,
este mundo, república de viento,
que tiene por Monarca un accidente.

Huye por minas de cristal y grana

 

Huye por minas de cristal y grana
en Finea diluvio sucesivo;
piedra que excluye el propio humor nativo
por quedarse más piedra, más tirana.

Helado pedernal, herido mana
vivas centellas que le fingen vivo.
Finea llora; miente el sensitivo
humor si acaso la trató de humana.

En tempestad de amor, amor, ondea,
y en agua, en rayos, en suspiros ciego,
repite de una muerte mil ensayos.

De fuego son tus lágrimas, Finea.
En tempestad donde es el agua fuego,
la muerte es corto efecto de los rayos.

Jacinta, aquel artífice violento

 

Jacinta, aquel artífice violento,
negando el agua misma que derrama,
a la engañada sed dio tanta llama
que esconde en el cristal otro elemento.

No se querella el labio del tormento
de ver, que le despide quien le llama;
pues de más noble cólera le inflama
ver que costase estudio lo avariento.

Naciste liberal, y avara cuna,
oh corriente infeliz, se atreve a darte
el que malquista tu corriente el labio.

Hasta en los elementos hay fortuna.
Quéjese el agua, pues, aquí del arte,
si nació beneficio y muere agravio.

La voz a Italia, cuando el eco a España

 

La voz a Italia, cuando el eco a España,
fía el sagrado cisne que venero.
Dúdase dónde se escuchó primero,
si el eco es voz, pues como voz engaña.

No es hoy la maravilla más extraña
de Urbano, que le admite el orbe entero;
ni ser mayor, por lo mayor pondero;
poder crecer en su mayor hazaña.

Y tú, Gabriel, que extiendes la armonía
del Rey del Tibre por los campos míos,
canta, mayor que Orfeo en tu trabajo.

Que de Orfeo es lo más que se atendía
parar las ondas, no mezclar los ríos,
y tú juntaste el Tibre con el Tajo.

Miré un laurel, cuyo desdén sagrado

 

Miré un laurel, cuyo desdén sagrado,
de espesa rama, Apolo no vencía.
Allí para el desdén Dafne aún vivía
y a Febo aún no perdona su cuidado.

¿Qué mucho que mi amor desengañado
ensordezca a experiencias cada día,
si presta ejemplo un dios a mi porfía
y vive lo difunto a lo adorado?

Más quiere Apolo a Dafne con firmeza,
aunque imposible, que la quiso viva
con la inconstancia que temida lloro.

Tanto quisiera, oh Fili, en tu belleza,
verla tal vez amante, y tal esquiva,
que por constante aun desdén adoro.

No donde plumas de oro el Tajo baña

 

No donde plumas de oro el Tajo baña,
cisne de Lusitania peregrino,
es mayor, porque muera de divino
cuando su voz postrera al mar engaña.

Si cisne muere allí, cisne de España
en don Álvaro nace peregrino,
que a la inmortalidad abre camino,
con nueva voz que alegra y desengaña.

Vario en lenguas y en plumas, hoy dudosa
hace su patria, porque el suelo hispano
le pleitea, y el lacio y luso suelo.

Yo que quiero acertar su patria hermosa,
su espíritu contemplo soberano,
que éste no puede ser sino del cielo.

No puede ser; y miente el sentimiento

 

No puede ser; y miente el sentimiento,
que el dolor, como ciego, no es testigo,
o padece excepción como enemigo
que presenta la lid al sufrimiento.

Temo de Filis un falso pensamiento,
y más cuando le temo por castigo,
de que acaso madrugo yo conmigo
lo que aún de Filis duerme en el intento.

Darla que no temer a su mudanza
será darla a pensar que desconfío;
temo avivar mi mal si no le creo.

Neutral quiero que estés, desconfianza,
que, como mientras el temido empleo,
sé verdadera en el momento mío.

No se debió a la bala tu caída

 

No se debió a la bala tu caída
(que no es seguro el plomo en lo ligero);
sin llave estaba, rayo más severo,
que deja ociosa tu segunda herida.

Muriendo naces hoy, fiera escogida;
el brazo te reserva del acero.
Bien que el modo es mortal, no en el primero,
en el mejor nacer está la vida.

Parado entre dos soles y una muerte,
dudas si el cielo te prestó piadoso
para buscar o huir lo acelerado.

¡Oh, en brutos, no menor deidad la suerte!
No corras, que en quien ha de ser dichoso
también es diligencia estar parado.

Noble ciudad, de reyes coronada

 

Noble ciudad, de reyes coronada,
firme a la clara luz de dos fortunas:
por glorias llenas de menguantes lunas,
después por soles godos ilustrada.

Desde hoy contemplo que una y otra espada
en manos de los tiempos serán unas,
y vencerán las fuerzas importunas,
del olvido y la envidia no domadas.

Aclamárate el sol, firme y famosa,
en cuanta arena besa y lame espuma,
pues el cisne mejor hoy te ha cantado.

¡Oh, a luces dos, Granada victoriosa!
Por fama, vuelas en tan alta pluma,
por firme, estás sobre el mayor collado.

Ocios son de un afán que yo escribía

 

Ocios son de un afán que yo escribía
en ruda edad con destemplada avena;
arbitrio del amor, que a tal condena
a aquel que la templanza aborrecía.

Canté el dolor, llorando la alegría,
y tan dulce tal vez canté mi pena
que todos la juzgaban por ajena,
pero bien sabe el alma que era mía.

Si de todos no fuereis celebradas,
voces de amor, mirad mi pensamiento:
veréis que no mejor fortuna alcanza.

Ningún discreto os llame malogradas,
que, si os llevare solamente el viento,
allá os encontraréis con mi esperanza.

Oh tú, que el polvo amado mudamente

 

Oh tú, que el polvo amado mudamente
prescribes, duro origen de mi llanto,
ya que la muerte te autoriza tanto,
cómo sabes mi aplauso, cómo siente,

cuenta a Lisi mi amor; ya no consiente
desdén injusto su destino santo.
Pierda tu condición, oh mármol, cuanto
el desdén suyo tu dureza miente;

nuestras cenizas une, logre en esto
nuevo triunfo la muerte de la vida:
final me admite efecto de sus ojos.

Si a tu silencio, sólo por funesto,
el bulto se debió de mi homicida,
¿cuánto más te merecen mis despojos?

Oyendo en el mar

 

Ya falta el sol, que quieto el mar y el cielo
niegan unidos la distante arena:
un ave de metal el aire estrena,
que vuela en voz cuanto se niega en vuelo.

Hijo infeliz del africano suelo
es, que hurtado al rigor de la cadena,
hoy música traición hace a su pena
(si pena puede haber donde hay consuelo).

Suene tu voz (menos que yo), forzado,
pues tu clarín es sucesor del remo
y alternas el gemido con el canto.

Mientras yo al mar de Venus condenado,
de un extremo de amor paso a otro extremo
y, porque alivia, aun se me niega el llanto.

¿Qué engaños, Celia, qué locuras mueve…

 

¿Qué engaños, Celia, qué locuras mueve
un ciego error, y loco más que ciego,
si, cuando yo compito con el fuego,
estudias exceder la blanca nieve,

si el oro vago das al viento leve,
cuando a su error mi libertad entrego,
o apuestas con la vid lasciva luego
reduciéndole a tanto anillo breve?

Guárdate, no la víbora severa
de edad futura la de agora rompa,
antes que el fruto de tu abril ignores.

¿No te rieras de la primavera,
si nos negase con inútil pompa
los frutos, por gozar siempre las flores?

¿Qué son los celos? El mayor tormento…

 

¿Qué son los celos? El mayor tormento;
áspid que del veneno se alimenta,
con que a otros mata; infierno que atormenta
la memoria, el discurso, el pensamiento.

Quimeras admitir, abrazar viento,
hacerse de la parte de su afrenta;
curar el mal con lo que más se aumenta,
negarse en la experiencia al escarmiento.

De la menor sospecha que le llama,
el crédito fiar, que el juicio altera;
relámpago sin luz, fuego sin llama.

Si esto los celos son, con ser quimera,
¿qué será un desengaño? ¡Ay de quien ama!
¡Ay de aquella otra vez que aquí le espera!

Recoge el temerario lino alado

 

Recoge el temerario lino alado,
Palinuro, que miró el mar furioso,
y agravio hará (que le hace el poderoso)
sólo de verte a tu defensa armado.

Calle el remo, aun el voto esté callado,
que es trabajar estar a tiempo ocioso.
Sobra el afán al que ha de ser dichoso,
pues que si lo ha de ser por olvidado.

Discreto es sacrificio el rendimiento;
donde no puede obrar la resistencia,
el furor estorbado dura y crece.

Que no hicieron los cielos la violencia
tan absoluta -y más si la arma el viento-
que no la vence al fin quien la obedece.

Un tirano formó de bronce ardiente

 

Un tirano formó de bronce ardiente,
estudiando el mayor horrendo insulto,
un toro, en cuyo horrible y hueco bulto
arder miró al infausto delincuente.

Por no moverse a pena del doliente,
ni dar a la piedad posible indulto,
dispuso que el clamor del hombre oculto
suene a bramido en el metal luciente.

Mis espíritus, Filis, encerrados
en tu desdén, llegando a tus oídos
no suenan como van de mi dictados,

que, porque no te muevan mis gemidos,
en el metal de tu desdén trocados,
habla el alma, y escuchas los sentidos.

Venganza fue de amor, flechada en vano

 

Venganza fue de amor, flechada en vano,
ese atrevido y castigado fuego
donde, más que deidad, mostró ser ciego,
cuando tu agravio le fió a tu mano.

Un elemento es enemigo humano
para mover a un sol desasosiego.
Ruegue, no abrase, amor, que sólo el ruego
nació para vencer lo soberano.

Ya no peligras, Celia, en la violencia
del fuego, ni de amor temes venganza,
porque tu nieve o tu rigor le excede.

Siempre es edad del flaco la experiencia;
ya que poder se deja a la esperanza,
¿si sabe Celia lo que amor no puede?

Viendo España la pérdida temprana

 

Viendo España la pérdida temprana
de Carlos, que hoy los astros acrecienta,
a deidad memoriosa se lamenta
que en Templo no mortal reside ufana.

Divina en ciencia y en respuesta humana,
no sólo con alivios la alimenta,
mas en glorioso rapto la presenta
a Carlos que hace su querella vana.

Satisfechas se vencen sus querellas;
las de llanto son ya de gozo fuentes,
mirando un godo ejército cristiano.

Contempla a Carlos entre formas bellas,
añadido a sus altos ascendientes;
parte alegre y consuela al gran hermano.

Vivo de amor tan libre

 

Vivo de amor tan libre, y he vivido,
que voluntario pruebo su dolencia,
dando ejercicio a tanta resistencia
como huelga en mi pecho endurecido.

Miro la llama a la distancia asido,
siendo costumbre libre y no prudencia,
que a beldad, donde es alma la apariencia
harto le sirve el riesgo de un sentido.

Huya del mar el que en seguro suelo
los claros riesgos vio del anegado;
no tiente el mar en fe de luz divina.

Que las piedades las reserva el cielo
para quien gime a su ruina atado,
no para aquel que labra su ruina.

Vuestra carrera creo y la imagino

 

Vuestra carrera creo y la imagino,
pues sólo deja señas de creída.
Yo os vi tan uno que os sobro una vida,
veloz Marqués, alado Bernardino.

La saeta en el viento cristalino
no sólo alcanzaréis, haréis dormida.
Tarde os puse la vista en la partida;
tarde, porque primero fue el camino.

La vista os une, el número os difiere;
ambos dicen verdad, aunque ninguno
de su verdad efectos manifiesta.

No permitáis que os dude quien os viere;
haced, por parecer dos, otra fiesta,
que, de igual, no se alaba lo que es uno.

Ya el polvo no es ruina, sino aliento

Retrato de Su Majestad
por Martínez Montañés,
esculpido en barro

 

Ya el polvo no es ruina, sino aliento,
ya lo inmortal de lo mortal se fía.
Aquí paró en acierto la osadía
y esculpió sus ideas el intento.

Próvido elige el barro el instrumento,
buscando proporción a su osadía,
que, como a darle espíritu atendía,
atribuyó lo humano a su elemento.

Ya pues que le inspiró lo eterno al bulto,
donde vuelva a nacer el Sol de Iberia,
le fía al barro el andaluz Lisipo.

Que el bronce y mármol presumieran culto
de los años, por sólida materia,
y para eterno bástase Filipo.

Yo aquel que un tiempo con semblante ledo

 

Yo aquel que un tiempo con semblante ledo
ice sagrado. amor, de la huída,
mi libertad, que aún vive defendida,
rindo a tu imperio, aunque negarle puedo.

Que si temiendo amar cautivo quedo
en la pena mayor, que es la temida,
ni pierde libertad ni arriesga vida
quien pide al golpe no morir de miedo.

Y aunque no falta en mi valor lo fuerte,
amor, contra venganzas de tu aljaba
desde hoy tus armas vencedoras sigo.

Amando excusaré -no ya la muerte,
que el miedo de morir también la obraba-
la afrenta de morir sin enemigo.

Yo cantaré de amor tan dulcemente

 

Yo cantaré de amor tan dulcemente
el rato que me hurtare a sus dolores,
que el pecho que jamás sintió de amores,
empiece a confesar que amores siente.

Verá cómo no hay dicha permanente
debajo de los cielos superiores,
y que las dichas altas o menores,
imitan en el suelo su corriente.

Verá que ni en amar alguno alcanza
firmeza (aunque la tenga en el tormento
de idolatrar un mármol con belleza).

Porque si todo amor es esperanza,
y la esperanza es vínculo del viento,
¿quién puede amar seguro en su firmeza?

Gabriel Bocángel y Unzueta, Madrid, 1603–1658