Prólogo

 

¡SEÑOR, un sueño de Ti guarda mi alma,
mas no puedo llegar a Ti,
porque todas mis puertas están acerrojadas!
¡Estoy asediada como por ejércitos,
estoy encerrada en mi soledad eterna!
¡Por eso se han destrozado mis manos
y se ha herido mi cabeza;
por eso todas las imágenes de mi espíritu
se han convertido en sombras!
Pues ningún rayo de Ti llega a mis profundidades;
¡tan solo llega a ellas la luz lunar de mi alma!
¿Cómo has entrado tú, VOZ de mi Dios?
¿Eres sólo una llamada de las aves salvajes de mis ondas?
Te he llevado a todos los montes de la esperanza,
¡pero tampoco son sino mis propias cumbres!
He descendido a las aguas de la desesperación,
¡pero tampoco son más hondas que mi corazón!
Mi amor es como escalas en el alma:
¡siempre, siempre quedo dentro de mí!
Pero no tengo quietud en ninguno de mis aposentos:
¡el más tranquilo es aún como un único grito!
¡el más recóndito es aún como una antesala;
el más sagrado, como una expectación;
el más grandioso, como un día fugaz!

Retorno a la Iglesia

 

I

SOY un retoño de tronco desarraigado,
pero tu sombra cubre mis cimas
como sombra de bosque milenario.
Soy una golondrina que en el otoño no encontró el regreso;
pero tu voz es como el rumor de alas.
Tu nombre suena en mí como el nombre de una estrella.
En ninguna ribera de mis ojos hay imagen que pueda compararse a ti.
Eres como una columna florida en medio de escombros muertos.
¡Eres como una noble copa entre vanos cascajos!
Ante ti se marchitarán reyes y palidecerán ejércitos,
pues hermano de todos ellos es el viento,
pero tus hermanas son rocas.
¿Quién podrá hablar como tu hablas?
¿Quién no perecerá ante la cólera del Altísimo?
¡Levantas hasta el cielo tu cabeza,
y no se quema tu cabello.
Desciendes hasta el borde del infierno,
y tus pies quedan incólumes!
Confiesas eternidad, y no se aterra tu alma.
Impones certidumbre,
y tus labios no enmudecen:
¡Verdaderamente, tienen que velar sobre ti nubes de ángeles,
y tempestades de querubines tienen que protegerte.
Pues floreces en tu osadía
como una palmera en el desierto,
y tus hijos son como un campo de espigas bien granadas!

II

 

¡QUISIERA durante un reposo reclinar mi cabeza en tu seno!
¡Quisiera durante una esperanza descansar en tus brazos!
Pero tu no eres albergue en el camino,
ni tus puertas se abren hacia fuera:
¡No ha sabido de ti quien te abandona!
Dices a los que dudan: «¡Callaos!»,
y a los que preguntan: «¡Caed de rodillas!».
Dices a los fugitivos: «¡Entregaos!»,
ya los que revolotean: «¡Dejaos caer!».
En ti todo caminar es paralítico,
y todo peregrinar halla el camino de casa.
Por eso huyen ante ti mis días
como la ráfaga de viento ante la calma.
¡Pero yo sé que nunca ya me escapare de ti,
pues, en verdad, como tu persigues
solo Dios sabe perseguir!

III

 

MADRE, pongo mi cabeza en tus manos:
¡protégeme de ti!
Porque es tremenda la ley de la fe que tu dictas…
Ajena es a todos los campos de mi vista.
Los valles de las horas
y los espacios de los astros nada saben de ella.
Mis pies resbalan por ella como por laderas de hielo,
Y mi espíritu se rompe contra ella como contra rocas de cristal.
¡Estás segura, Madre mía,
de que no te engañó el mensajero del abismo,
o que espurios de la sala de los ángeles no se burlaron de ti?
¡Me mandas apagar mi única luz
y me ordenas encenderla de nuevo en las tinieblas de la noche!
¡Me prescribes ceguera para ver y sordera para que oiga!
¿Sabes lo que haces? … Madre, pongo mi cabeza en tus manos:
¡protégeme de ti!

IV

 

¡HE caído en la ley de tu fe
como en una espada desnuda!
¡Por medio de mi entendimiento pasé su filo,
por medio de la luz de mi conocimiento!
¡Ya nunca volveré a peregrinar bajo la estrella de mis ojos,
ni apoyada en el báculo de mi fuerza!
¡Tu has desgarrado mis riberas
y has hecho violencia a la tierra ante mis pies!
Mis navíos van sin rumbo por el mar;
¡has levado todas mis anclas!
Las cadenas de mis pensamientos están rotas;
penden como desolaci6n en el abismo.
Ando errante como un pájaro por la casa de mi padre,
en busca de una grieta que deje entrar tu luz extraña;
Pero no hay ninguna en la tierra,
que no sea la herida de mi espíritu.
¡He caído en la ley de tu fe
como en una espada desnuda!

V

 

PERO aun sale fuerza de sus espinas,
y desde tus abismos suena un canto.
Tus sombras cubren mi corazón como rosas,
y tus noches son como vino fuerte:
Quiero amarte aun donde mi amor a ti se acaba. Quiero quererte aun donde ya no te quiero.
Donde yo misma comienzo, allí quiero cesar,
y donde ceso, allí quiero permanecer eternamente.
Donde mis pies se niegan a caminar conmigo,
allí quiero arrodillarme,
y donde mis manos desfallecen, allí quiero juntarlas.
Quiero volverme halito en los otoños del orgullo,
y nieve en los inviernos de la duda.
Si, como en tumbas de nieve debe dormir en mí todo temor.
Quiero volverme polvo ante la roca de tu doctrina,
y ceniza ante la llama de tu mandato.
Quiero romper mis brazos,
para ver si te abrazo con sus sombras.

VI

 

Y HE AQUÍ que me habla la voz de tu ley:
«¡lo que yo rompo no está roto,
y lo que yo abato hasta el polvo, lo levanto!
¡Fui inclemente contigo por misericordia,
y despiadada por compasión:
Te deslumbré para que mis límites diluyeran;
Te envolví en sombras
para que nunca volvieras a encontrar ms limites!
Como el mar se traga una isla,
así te sumergí en mí,
para sacarte a flote en lo eterno.
Me hice oprobio a tu entendimiento
y violencia a tu naturaleza,
Para romper tus cadenas como las de una cárcel
y llevarte, arrebatada, hasta las puertas de tu espíritu.
Pues donde la profundidad de tu profundidad esta sedienta,
no manan ya las fuentes de este mundo,
Y donde tu ultima nostalgia se diluye,
se paran todos los relojes del tiempo.
Mira, llevo sobre mis alas
las blancas sombras de lo Otro,
¡Y sobre mi frente ventean las orillas del más allá!
Por eso tengo que ser desierto en tu entendimiento
y exterminio en tus labios,
Mas para tu alma soy partida y camino hacia la patria
y el arco de su paz con Dios sobre las nubes».

VII

 

¿QUIÉN salvará a mi alma de las palabras de los hombres?
Suenan, desde lejos, como trompetas;
pero, si se acercan, no traen más que campanillas.
Se abren paso hacia mí con banderas y gallardetes;
pero, cuando se alza el viento, se desinfla su pompa.
Oíd, vosotros, los ruidosos e insolentes;
vosotros, vanos equilibristas del espíritu,
y vosotros, hijos de vuestro capricho:
¡Hemos muerto de sed ante vuestras fuentes,
hemos muerto de hambre ante vuestros manjares,
hemos enceguecido ante vuestras lámparas!
¡Sois como un camino que nunca llega,
sois como pasos pequeños en torno a vosotros mismos!
¡Sois como aguas tumultuosas;
siempre está en vuestra boca vuestro propio murmullo!
¡Hoy sois la cuna de vuestra verdad,
y mañana seréis también SU tumba!
¡Ay de vosotros, que nos agarráis con manos:
a un alma solo se la puede apresar con Dios!
¡Ay de vosotros, que nos dais de beber en copas:
a un alma se le debe dar la eternidad!
¡Ay de los que, como doctrina, enseñáis vuestro vano corazón!
Un sacerdote ante el altar no tiene rostro,
y los brazos que alzan al Señor est.in sin adorno y sin polvo,
pues, a quien Dios manda hablar, ordénale callar,
y se apaga aquel a quien su espíritu enciende.

VIII

 

¡TU sola buscaste mi alma!
¿Quién osara menguar el derecho de tu fidelidad?
Mi alma era como un niño
que ha sido expuesto a escondidas.
Era huérfana ante todas las mesas de la vida,
y viuda en brazos del Amado.
Mis hermanos la despreciaron,
y mis hermanas la desconocieron.
Los prudentes del mundo la traicionaron.
Cuando tuvo sed, le dieron caducidad,
y cuando se angustiaba, le decían: «¡Ni siquiera existes!»
La enviaron a mi corazón,
como si fuera una gota de su sangre.
La enviaron a mi entendimiento,
como si fuera una idea.
Era como un venado en los bosques de oscuros instintos,
como un pájaro asustado en el universo muerto.
Su vida, una agonía permanente.
Pero tu oraste por ella, y esto la salvo.
Tu sacrificaste por ella, y de las víctimas se alimentó.
La lloraste como una joya;
por eso aclama tu nombre jubilosa.
La elevaste como a una reina;
por eso esta postrada a tus pies.
¿Quién osara menguar el derecho de tu fidelidad?

Santidad de la Iglesia

I

HABLA tu voz:
«Aun tengo flores del yermo en mi brazo,
aun tengo en mi cabello
rocío de valles del alba humana.
Aun tengo oraciones que escucha la campiña,
aun se cómo se amansan las tempestades
y se bendice el agua.
Aun llevo en mi seno los secretos del desierto,
aun cubre mi cabeza
el noble tejido de antiguos pensadores.
Pues soy madre de todos los hijos de la tierra:
¡Por qué me reprochas, mundo,
que pueda ser grande como mi padre celestial?
¡Mira, en mí se arrodillan pueblos
que hace ya mucho fenecieron,
y desde mi alma brillan hacia lo eterno muchos paganos!
Yo estaba secretamente en los templos de sus dioses,
yo estaba oscuramente en las sentencias de todos sus sabios.
Yo estaba en las torres de sus astrónomos,
yo estaba con las mujeres solitarias
sobre las que descendía el Espíritu.
Yo fui la añoranza de todos los tiempos,
yo fui la luz de todos los tiempos,
yo soy la plenitud de los tiempos.
Yo soy su gran confluencia, yo soy su eterna armonía.
¡Yo soy el camino de todos sus caminos:
por mí los milenios se dirigen a Dios!»

II

 

¡ERES como una roca que se precipita hacia la eternidad;
pero la generación de mis días es como arena
que cae en la nada!
Es como polvo que se arremolina.
Ha hecho de su sangre la ley del espíritu,
y el nombre de su pueblo lo ha convertido en Dios.
Por eso tu eres como escarcha sabre los bosques de sus sueños
y como nieve sobre los altos abetos de su orgullo;
Pues no te dejas uncir al yugo de los hombres
y no prestas tu voz a su caducidad.
¡Abates ante ti las naciones, a fin de salvarlas;
Les ordenas que se levanten ante ti,
para que operen su salvación!
He aquí que sus fronteras son como muros
de sombra ante tu faz,
y el bramar de su odio, como una carcajada.
Sus armas son como un tintineo de cristales,
y sus victorias, como luces en cámaras pequeñas.
Pero tu victoria llega desde la mañana hasta la noche,
y tus alas se extienden sabre todos los mares.
Tu abrazo acoge a negros y blancos,
y tu hálito sopla sabre todas las razas;
¡Ninguna hora marca tu hora,
y tus límites no tienen límites,
pues llevas en tu seno la misericordia del Señor!

III

 

TIENES un manto de purpura
que no ha sido tejido en este mundo.
Tu frente esta adornada con un velo
que han llorado para ti nuestros ángeles:
Pues manifiestas amor a todos los que te guardan rencor,
manifiestas gran amor a los que te odian.
Tu descanso es siempre sobre espinas,
porque te acuerdas de sus almas.
Tienes mil heridas, de las que brota a raudales tu misericordia;
bendices a todos tus enemigos.
Bendices, incluso, a los que ya no lo saben.
La misericordia del mundo es tu hija prodiga,
y toda la justicia de los hombres ha recibido de ti.
Toda la sabiduría de los hombres ha aprendido de ti.
Tu eres la escritura oculta bajo todos sus signos.
Tu eres la corriente oculta en la profundidad de sus aguas.
Tu eres la fuerza secreta de su perseverancia.
Los extraviados no perecen porque aun sabes tu el camino,
y los pecadores son perdonados porque todavía oras.
Tu sentencia es la última gracia para los empedernidos.
Si tu enmudecieras solo un día, se extinguirían ellos,
y si te durmieras una noche, perecerían.
¡Pues a causa de ti no deja el cielo
que la tierra caiga:
todos los que te ultrajan viven solo de ti!

IV

 

TUS servidores llevan ropas que no envejecen,
y tu lenguaje es como el bronce de rus campanas.
Tus oraciones son como encinas milenarias
y tus salmos tienen el halito de los mares.
Tu doctrina es como un fuerte sobre montes inexpugnables.
Cuando aceptas votos,
resuenan hasta el fin de los tiempos,
y cuando bendices, edificas mansiones en el cielo.
Tus consagraciones son como grandes marcas
de fuego sobre las frentes;
nadie puede borrarlas.
Pues la medida de tu fidelidad no es fidelidad humana,
y tus años no conocen otoño.
¡Eres como una llama inextinguible sobre ceniza arremolinada!
¡Eres como una torre en medio de aguas impetuosas!
Por eso callas tan profundamente cuando los días alborotan;
pues, al oscurecer, caen sin remedio en tu misericordia.
¡Tu eres la que ora sobre todas las rumbas!
Donde hoy florece un jardín, habrá mañana un desierto,
y donde al amanecer habita un pueblo,
por la noche morará la ruina.
¡Tu eres en este mundo la única señal de lo eterno;
todo lo que tu no transfiguras lo desfigura la muerte!

V

 

TUS santos son como héroes de países remotos,
y sus rostros, como una escritura desconocida.
Tu los apartas de las leyes de la criatura,
como si quisieras perderlos.
Son como aguas que ascienden hacia los montes.
Son como fuegos que arden sin hogar.
Son como un grito de júbilo dirigido a la muerte;
son como un resplandor bajo oscuro martirio.
Son como oraciones en la noche;
son como grandes sacrificios en la quietud de bosques profundos.
Derramas su fuerza como una copa confortadora,
y viertes su sangre como un vaso lleno de vino.
Pues haces brotar toda excelencia como fuentes
y la haces brillar como un fulgor en la roca.
Del desierto conduces al amor,
y del silencio al asombro.
No hay abandonados ante tus puertas,
como los hay entre los hombres.
Tus abnegados derrochan,
y tus desposeídos hacen regalos de príncipes.
Tus cautivos redimen,
y tus inmolados dan vida.
Tus solitarios liberan de la soledad.
¡Tu eres la victoria sobre el cautiverio de las almas!

La oración de la Iglesia

 

I

¡TUS oraciones son más osadas
que todas las montañas de los pensadores!
Las tiendes como puentes hacia lo que no tiene orillas;
las haces remontarse como águilas a regiones de vértigo.
Las envías como bajeles a mares desconocidos,
como grandes navíos a soledades nebulosas.
El mundo se estremece ante tus manos juntas,
y tiembla ante el fervor de tus rodillas.
Mueve el miedo sus labios a la burla,
y se encierra con llave en los aposentos de su duda,
Pues tu lo entregas a la eternidad mientras aun vive
y haces que, antes de pasar, se marchiten sus años;
¡He aquí que los caminos que salen de tu boca
son Caminos al más allá,
y adonde llega tu alma, allí está el fin de coda criatura!
¡Pero tu vuelves del desierto engalanada;
como esclarecida de entre las alas de la noche!
Resurges viva del abismo,
y del silencio eterno tornas escuchada.
Vuelves del aniquilamiento con vigor renovado,
y de lo invisible con tu misma hermosura.

​II

 

CUANDO las ciudades duermen aun en su lecho febril
y las mudas aldeas en el vaho de los campos;
Cuando aún no se mueven los animales
y la soledad del Señor reposa sobre el mundo,
Ya elevas tú la voz entre las sombras,
como se alza el espíritu en la materia ciega.
Sacudes la somnolencia de tus miembros
y luchas en lo oscuro con el espanto de la hora.
Pues los pecados de la noche son como miasmas venenosos,
y el sueño de los seres, como pesadez de muerte.
Nadie sabe si amanecerá de nuevo.
Pero tu enciendes tu alma
para que preceda a la aurora como un rayo de esperanza.
Te postras ante el Señor, antes que caiga el rocío.
Elevas hacia el júbilo de tu corazón,
antes que las alondras se remonten;
con tu jubilo ahuyentas codo miedo,
en honra de tu Creador.
Lavas en tus himnos el rostro de la tierra
lo bañas en tu oraci6n hasta dejarlo limpio.
¡Y lo presentas al Señor como un semblante nuevo!
Y el Señor rompe su soledad
y te recibe en sus brazos de luz …
entonces todo el mundo se despierta en su gracia.

III

 

AHORA sé que el Señor habla por tu boca,
¡pues tu entiendes su silencio!
Lo has aprendido como un idioma poderoso:
tus palabras son solo sus heraldos.
Cuando el comienza, enmudece el ruido de tus catedrales:
tus potentes órganos contienen todos su aliento.
Tus salmos se postran ante él,
y tus coros desfallecen en silencio.
Es como si se humillaran las olas del mar,
y las grandes tormentas plegaran sus alas.
La gran inquietud de los hombres expira como un niño.
Es hermoso su fin, y bienaventurado:
fenece con incienso y luces en las manos.
La voz de su agonía es canto de alabanza.
Tu lo añades a tus ultimas oraciones,
antes que el Señor llegue;
son blancas como la nieve, como situ voz deslumbrase:
Nadie puede ya percibirla.
Pues ya te cubre de luz Aquel para quien te oscureces:
he aquí que se ha humillado
Aquel para quien te humillas.

IV

 

¡TUS virtudes han venido desde el altar
cual princesas desheredadas!
¡Las nobles hiladoras de tu magnificencia
han perdido sus husos!
Solo tu humildad respira aun sobre las gradas.
Hiciste palidecer a sus hermanas
para que ella floreciera;
abatiste la gloria de tus princesas
para que ella recibiera honor.
Porque todas son solo hijas de la Gracia;
pero tu humildad es hija de la Omnipotencia.
Es allegada de Dios;
es de su misma alcurnia, en la hondura del polvo.
Es la gran fuerza de su creación:
nada se le resiste en los cielos.
Penetra por las puertas de los querubines,
y los broncíneos ángeles humillan a su paso la espada.
Avanza hasta la faz del Señor.
Allí cae de hinojos por toda la eternidad.

Gertrud von Le Fort, Alemania, 1876-1971

Corpus Christi Mysticum

 

I

¡COMO el azul amor del cielo sobre todos los seres,
así abovedas tu tabernáculo sobre los dispersos!
¡Como el áureo mar del sol de campiña a campiña,
así tus ondas de alma a alma!
Eres como un torrente universal.
Eres como un abrazo en abismos de bienaventuranza.
Eres como un florecer de nuestra tierra.
Eres como un esclarecimiento de nuestra oscura razón.
Pues yazcamos en el seno de la divinidad, uno dentro de otro;
yazcamos dormidos en el misterio de nuestro Creador;
Estábamos más próximos que el amor;
éramos uno antes de rodo alborear de las formas:
¡Y he aquí que te levantas
como una catedral del recuerdo desde el crepúsculo,
te levantas como una torre poderosa
de entre los escombros del tiempo!
Celebras nuestro origen con codas las campanas,
anuncias día y noche nuestro eterno regreso a casa.

II

 

PUES por doquiera sopla el viento del desamparo
¡escucha los lamentos en los campos del mundo!
¡Doquiera hay uno solo y nunca dos!
¡Doquiera hay un grito en cautiverio
y una mano detrás de puertas tapiadas!
¡Doquiera hay uno enterrado en vida!
Nuestras madres Horan y nuestros amados enmudecen,
pues nadie puede ayudar al otro: ¡todos están solos!
Se llaman de silencio a silencio,
se besan de soledad a soledad.
Se aman a una distancia de mil dolores de sus almas.
Pues toda proximidad de los hombres es como flores
que se marchitan sobre rumbas,
y todo consuelo es como una voz de fuera…
Pero tu eres una voz en medio del alma.

III

 

¡HE aquí que nos sales al encuentro con frente aurea
en el reflejo de nuestra dicha!
¡Pues nos ha seguido Aquel de quien nos habíamos apartado,
y ha vuelto a congregarnos
Aquel de quien andábamos dispersos!
¡Nos ha dado alcance en el seno de nuestra miseria,
y se ha hecho humildad en tus manos!
Mora en el vino de tus calices
y en el blanco pan de tus altares.
Tu lo pones sobre nuestra añoranza,
lo pones sobre nuestros labios hambrientos;
Lo pones hondamente en el coraz6n de nuestra soledad,
y esta se abre cual puertas deselladas:
El polvo de los átomos se arremolina,
pues el silencio de la eternidad es más fuerte que las tormentas.
¡Todos somos de un cuerpo y de una sangre!
Somos la llama de una inspiración…
¡Tu eres la única forma del mundo!

IV

 

HABLA tu voz:
«Date preso, Dominador del cielo,
Omnipotente desde la Omnipotencia,
Único desde la Trinidad,
llama inextinguida de inextinguible foco.
¡Amor, te pongo en las cadenas de mi alma;
entra en el oscuro coraz6n de la oscura humanidad!
Que ningún dolor te redima,
que ningún oprobio te salve,
que ninguna muerte te libre de mis brazos:
Se cautivo de tu eterna cautiva».

El año de la Iglesia

El año Santo

HABLA tu voz:
«¡lnclinaos, años; deteneos, lunas!
¡Descalzad vuestros pies, días peregrinos!
Pues la eternidad habla a mi alma:
¡Mira, hay exceso de hoy en este mundo;
excesiva distancia entre los hijos de los hombres!
¡Debes abrirme como se abre una puerta;
debes romper mis blancos sellos cual una pared liviana!
Pues yo estoy cerca, como un susurro ante el oído;
solo tardaré un amor en irrumpir adentro.
Solo un arrodillarse, y OS tendré abrazados
¡Caed todos de hinojos, seres efímeros!
¡Mira, quiero descender a vosotros desde el cielo;
quiero, como la Palabra del Increado,
cubrirme con el pobre velo del tiempo!
¡Ya no quiero llamarme eternidad;
quiero tomar el nombre de vuestras campanas;
quiero que se me taña como se tañe el Ángelus!
¡Quiero andar por los tiempos de los hombres,
como las grandes fiestas de la Fe;
quiero elevarme sobre las horas de los pueblos,
como el astro de la Navidad!
¡Quiero que se me invoque: paz, paz en la tierra!
¡Quiero que se me cante como se canta el aleluya!
¡Quiero que se me bendiga
como se bendice la luz en la mañana de Pascua!
¡Quiero que se me celebre
como se celebra el afio santo del Señor!»

Adviento

 

Y HABLA tu voz:
«¡Pliega tus alas, oh alma; torna de la lejanía;
baja del cielo a tu pequeña casa!
¡Oh, tu, mártir del Escondido,
paciente del Dios oculto,
excelsa adoradora del Invisible!
¿Es que también se puede caminar sin pasos,
y asentar eI pie sobre el aire desnudo?
¡Se puede amar también hacia el silencio eterno?
¡Haz que regresen tus pies, que vuelva tu corazón,
que tornen a tu pobre humanidad!
¡Pues he aquí que avanzo jubilosa por tus campiñas;
voy delante de ti con alegre premura
por el otoño pardo! Hay ángeles de viaje,
hay grandes astros de camino hacia esta tierra.
¡Brizad, madres, brizad;
a todo parvulillo se mostrará su luz!»

II

 

Y HABLA tu voz:
«¡Cantadlo mientras se espera la alborada;
cantadlo suavemente, dulcemente,
al oído del mundo en sombras!
Cantadlo de rodillas; cantadlo como bajo velos;
cantadlo como cantan las mujeres en estado de esperanza:
Pues se hizo débil el Fuerte,
pequeño el Infinito, manso el Poderoso,
humilde el Encumbrado.
Tiene espacio en el seno de una virgen;
el trono estará en su regazo…
¡le es loor bastante una canci6n de cuna!
He aquí que los días no quieren ya, piadosos, levantarse
y oscuras se han tornado las noches de la tierra
en hondo acatamiento.
Quiero encender luces, oh alma; quiero encender alegría
en todos los confines de tu humanidad.
¡Yo te saludo, oh tú que llevas al Señor en tu vientre!»

Navidad

 

HABLA tu voz:
«¡Niño recién nacido de la eternidad,
quiero cantar ahora a tu Madre! ¡Mi canto
ha de ser hermoso, como nieve tenida de arrebol matinal!
¡Alégrate, Virgen María, hija de mi tierra,
hermana de mi alma;
alégrate, alegría de mi alegría!
¡Yo soy peregrinar a través de las noches;
pero tú eres morada bajo estrellas!
¡Yo soy copa sedienta; pero tú eres mar abierto del Señor!
¡Alégrate, Virgen María; sean bienaventurados
quienes te proclaman bienaventurada!
¡Ya nunca debe desesperar ningún humano!
Yo soy un amor concorde;
quiero perseverar diciendo a todos:
¡a una de entre vosotros ha ensalzado el Señor!
¡Alégrate, Virgen María,
alas de mi tierra, corona de mi alma;
alégrate, alegría de mi alegría!
¡Sean bienaventurados
quienes te proclaman bienaventurada!»

Pasíon

 

I

TU voz habla a mi alma:
«No temas ante mis aureas vestiduras,
ni te asustes ante el fulgor de mis cirios,
¡Pues son solo velos de mi amor,
son solo como tiernas manos sabre mi misterio!
Quiero descubrirme, alma llorosa,
para que sepas que no te soy extraía:
¿Cómo podría una madre
no parecerse a su hijo?
¡Todos tus dolores están en mí
He nacido de sufrimientos,
He florecido de cinco heridas sagradas,
He crecido en el árbol del oprobio,
me he fortalecido con el amargo vino de las lágrimas.
¡Soy una blanca rosa
en un cáliz lleno de sangre!
Vivo del sufrimiento,
soy una fuerza del sufrimiento,
soy una magnificencia del sufrimiento:
¡Ven a mi alma y aposéntate en ella!»

II

 

Y HABLA tu voz:
«Yo sé de tu temor ante la dicha;
sé de tu palidez
ante las horas que visten purpura.
Se de tu horror
ante todos los calices de la plenitud;
¡Sé, incluso, de tu espanto
ante el alma más amada!
Pues tu profundidad es herida por la dicha;
la dicha ahonda en ella con manos frías,
Disipa todos tus sueños,
apaga tus anhelos como un gran desaliento.
Oprime tus sentidos como rocas de culpa,
cae sabre tu alma
coma halito mortal de hierbas marchitas.
Te envuelve en el dolor
desde la cabeza hasta los pies,
y quedas protegida de la dicha por la dicha.
Y todo tu sufrimiento se eterniza».

III

 

Y HABLA tu voz:
«Quiero descifrar el misterio de tu sufrimiento,
oh tú, delicada, tímida,
allegada de mi alma, amada:
i Yo soy la que Hora en tus profundidades!
Yo te he modelado durante mil años y más;
yo he bendecido con la cruz
a todos tus padres y madres.
Me has costado dolores y heridas;
entre espinas he librado tus manos
de las garras del mundo.
Me has costado soledad, me has costado
oscuro silencio durante muchas generaciones.
Me has costado bienes y sangre,
me has costado la tierra que pisaban mis pies,
¡me has costado un mundo entero!
Has llegado a ser fina, oh alma;
has llegado a ser como sedoso lino
largamente hilado:
Eres como un hilo sutil, que ya no está adherido.
He aquí que vuelas por los campos de la vida,
y cruzas en tu vuelo todas las regiones floridas del mundo;
¡Pero ninguna de ellas podrá retenerte,
oh peregrina, alma andariega de mi sufrimiento!»

IV

 

Y HABLA tu voz:
«Quiero cantar un Gloria,
para que las agujas de mis torres vibren con las campanas:
¡Alaben al Señor
todos los sufrimientos de la tierra!
¡Alábenlo los empobrecidos y los desterrados,
alábenlo los engañados y los desheredados
alábenlo los que nunca se han visto saciados!
¡Alábenlo el luminoso tormento del espíritu
y el oscuro tormento de la naturaleza!
¡Alábelo el sagrado tormento del amor!
¡Alábelo la soledad del alma,
alábelo el cautiverio del alma!
¡Alábelo el dolor de la culpa,
alábelo el dolor de la caducidad;
alábelo, incluso, el amargo dolor de la muerte!
¡Mira, despojo mis altares de todo ornato;
la blancura del lienzo se marchitará en ellos
como el encanto de las praderas!
¡Todas las imágenes ocultaran en ellos su rostro!
Quiero extinguir mi último consuelo:
quiero apartar de mí el cuerpo de mi Señor,
para que mi alma quede en noche completa.
Pues el sufrimiento de la tierra se ha convertido en dicha,
porque ha sido amado.
¡He aquí el madero de la cruz,
del cual pendi6 la salvaci6n del mundo!»

V

 

Y HABLA tu voz:
«Depongo el calzado de mis pies,
depongo lo que tengo de finito,
y entro en un país sin límites:
¡Brotad todas, oscuras fuentes de mi vida!
Venid todas volando, noches mías;
negras aves de la culpa,
caed sobre mí con las alas extendidas:
¡Quiero entrar en mi más hondo sufrimiento,
para encontrar a mi Dios!
Pues grande es en el mundo el sufrimiento,
poderoso es e infinito.
¡Se ha difundido y ensanchado
por el cielo y la tierra,
ha sostenido el peso del amor eterno!
¡Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Infinito!
Dios bajo mi pecado,
Dios bajo mi debilidad,
Dios bajo mi muerte.
Pongo mi boca sobre tus heridas…
¡Señor, pongo mi alma sobre tu cruz!»

Pascua florida

 

Y oí en la noche una voz
grande como el aliento del mundo y que clamaba:
«¡Quién quiere llevar la corona del Salvador?»
Y mi amor dijo: «Señor, yo quiero llevarla».
Y lleve en mis manos la corona,
y mi sangre fluyó por el negro espino,
y cayó sobre mis dedos.
Pero la voz clamó de nuevo:
«Tienes que llevar la corona en la cabeza».
Y contest6 mi amor: «Sí, quiero llevarla».
Y puse la corona sobre mi frente,
y entonces brotó de ella una luz
blanca como el agua en los montes.
Y la voz clamó: «¡Mira,
el negro espino ha florecido!»
Y la luz manó de mi cabeza,
y se hizo ancha como un río y tiró de mis pies.
y grite con gran pavor:
«Señor, ¿a dónde quieres que lleve la corona?»
Y contestó la voz:
«Debes llevarla hasta la vida eterna».
Entonces dije:
«Señor, es una corona de tormento,
¡déjame morir de ella!»
Pero la voz repuso:
«¡No sabes que el dolor es inmortal?
Yo he transfigurado al Infinito:
¡Cristo ha resucitado!»
Entonces la luz me arrebató…

Después de la Ascensión del Señor

 

I

¡QUIÉN pulsara tus cuerdas,
arpa dorada de mi alma?
¿Quién resucitará tu jubilo, oh novia abandonada?
¡He peregrinado mucho,
pero en todas partes quedan solo campos y praderas,
quedan solo criaturas insensibles!
Las ramas de los árboles penden sobre mis ojos,
y su espeso follaje sombrea toda mi esperanza…
Hermosa y verde cárcel de la naturaleza,
¿cómo me angustias tanto?
Lloro todas las noches mis dolores;
¡pero tampoco son sino fuentes que corren por la tierra!
Dejo que mis oraciones alcen el vuelo como aves;
¡pero ninguna vuelve trayéndome respuesta!
Señor, ¿dónde podre hallar tus riberas?

II

 

Y TU voz habla a mi alma:
«¿Por qué te lamentas por tus oraciones?
Se han sumergido en mares de misericordia;
¡por eso no regresan!
Descansan hondamente en el seno de la gracia;
¡por eso no vuelven a casa!
¡Soy un escuchar bajo copas de árboles,
soy un fulgir entre flores,
soy un buscar entre los sedosos tallos de las hierbas!
¡Soy un orar en las campiñas,
soy un repicar de campanas en los aires,
soy un arrodillarse en todas las praderas ondulantes!
Mira, yo bendigo tus campos y tus vegas;
abro mis manos cual capullos que florecen.
Abro mi coraz6n como el seno de la tierra:
¡bendiciendo, me bendigo a mí misma con la esperanza!»

Pentecostés

 

HABLA tu voz:
«Jubilo es mi nombre; exultación, mi semblante:
soy como una campiña joven, coronada
por arreboles de la aurora!
¡Soy como un dulce caramillo en las colinas!
¡Oídme, fecundos valles;
oídme, praderas ondulantes;
oídme, canoros y dichosos bosques!
Pues ya no estoy sola en medio de vuestra magnificencia;
ahora soy vuestra hermana y allegada;
¡salúdame, graciosa semejanza mía,
tierra, a quien el Señor colma!
La proximidad es aún lejanía, la gracia es aún peldaño;
¡Él está en mi como un eterno Mío!
Ha venido a mí como el pimpollo al arbusto;
ha brotado en mi como las rosas en los setos.
¡Florezco en el espino rojo de su amor;
florezco en todos mis retoños
con la purpura de sus clones!
¡Florezco con lenguas de fuego,
florezco en plenitud llameante:
florezco desde el santo Espíritu del Señor!»

Corpus Christi

 

HABLA tu voz:
«Ondean las banderas del Rey:
¡desvelo el Misterio Eterno!
¡Con que ternura acaricia la luz mis manos;
cuan dichosa desciende!
Ahora el amor ya solo se cobija en el Amor:
¡en oro manifiesto
lo llevo por los abiertos campos!
Yo se muchas sentencias, oh hombres;
pero hoy tenéis que arrodillaros…
¡Vuestras rodillas son vuestras alas!»

Tedeum

 

HABLA tu voz:
«¡Oh gran Dios de mi vida,
quiero ensalzar tu nombre
en las tres riberas de tu única luz!
¡Quiero saltar con mi himno
al mar de tu grandeza:
hundirme jubilosa en las olas de tu fuerza!
¡Oh aureo Dios de tus estrellas,
Dios rugiente de tus tempestades,
Dios llameante de tus montes vomitadores de fuego!
¡Dios de tus ríos y de tus mares,
Dios de todas tus alimañas,
Dios de tus espigas y de tus rosas silvestres!
¡Gracias te doy, Señor, porque nos has despertado;
llegue mi acción de gracias
hasta los coros de tus ángeles!
¡Gloria a ti, por todo lo que vive!
¡Oh Dios de tu Hijo,
gran Dios de tu misericordia eterna,
gran Dios de tus hombres extraviados!
¡Oh Dios de todos los que sufren,
oh Dios de todos los que mueren,
oh Dios fraterno en nuestra oscura huella!
¡Gracias te doy, Señor, porque nos has redimido;
-llegue mi acción de gracias
hasta los coros de tus ángeles!
¡Gloria a ti, por nuestra bienaventuranza!
Oh Dios de tu Espíritu,
Dios que, en tus profundidades,
pasas de amor a amor en oleadas;
Oh Dios, que, rumoroso, desciendes a mi alma,
y cruzas como el viento por todos mis espacios,
y vas prendiendo fuego a todos mis corazones.
Sagrado Creador de tu nueva tierra:
¡Gracias te doy, Señor, por poder dártelas;
llegue mi acción de gracias
hasta los coros de tus ángeles!
¡Oh Dios de mis salmos, Dios de mis arpas,
gran Dios de mis órganos y trompetas,
Quiero ensalzar tu nombre
en las tres riberas de tu única luz!
¡Quiero saltar con mi himno
al mar de tu grandeza: quiero hundirme
jubilosa en las olas de tu fuerza!»

Letanía para la fiesta del Sagrado Corazón

 

HABLA tu voz:
«¡Ahora quiero rezar el ardor del alma,
como se reza una gran letanía;
Quiero entonar el himno
que no se canta, sino que se ama!
Corazón Santo, Corazón divino,
Corazón omnipotente;
Misterio purpureo de todas las cosas:
¡Se amado, Amor, Amor eterno,
se eternamente amado!

Hogar encendido en medio del oscuro mundo helado:
¡Se amado, Amor!
Sombra de llamas,
que oscureces el falso resplandor del mundo:
¡Se amado, Amor!
Monumento ardiente,
que dominas la falsa serenidad del mundo;
Corazón solitario, Corazón llameante,
Corazón inextinguible:
¡Se amado, eterno Amor!

Corazón profundo
como las noches que ya no tienen semblante:
¡Se amado!
Corazón fuerte
como las olas que ya no tienen riberas:
¡Se amado!
Corazón manso
como los pequeñuelos que aún no tienen amargura:
¡Se eternamente amado!
Rosa de los arriates de lo invisible,
Rosa del cáliz de la humilde Virgen,
Rosal florido
en que cielo y tierra están enlazados:
¡Se amado, eterno Amor!

Corazón regio en el líquido manto de tu sangre:
¡Se amado, Amor!
Corazón fraterno en el brutal oprobio
de la corona de espinas:
¡Se amado, Amor!
Corazón roto en el rígido ornato
de tus heridas mortales;
Corazón destronado, Corazón traicionado,
Corazón atrozmente martirizado:
¡Se amado, Amor, Amor eterno,
se eternamente amado!

Corazón en quien los violentos hallan sus rodillas:
¡Te pedimos tu amor!
Corazón en quien los fríos hallan sus lágrimas:
¡Te pedimos tu amor!
Corazón en quien
hasta los ladrones y asesinos hallan perdón;
Corazón grande, Corazón clemente,
Corazón glorioso:
¡Te pedimos tu amor!

Rojo espino de nuestra alegría,
Dolorosa espina de nuestro arrepentimiento,
Arrebol hermoso de nuestros propios ocasos:
¡Te pedimos tu amor!

Púrpura ante la que el pecado
palidece mortalmente:
¡Te pedimos tu amor!
Fuente de rubí, de la que tienen sed
todas las almas enfermas:
¡Te pedimos tu amor!
Dulce proximidad,
donde se encuentran los amigos separados:
¡Te pedimos tu amor!

Lampara de los atribulados,
Faro de los perseguidos y afrentados,
Cámara misteriosa,
en que hasta los suaves muertos pueden respirar;
Corazón omnisciente, Corazón que todo lo gobiernas,
Corazón supremo:
¡Te pedimos tu amor!

Corazón que a todos nos allegas a tu Corazón,
Corazón que a todos nos hieres
en medio del corazón,
Corazón que a todos nos quebrantas
el soberbio corazón:
¡Te pedimos tu amor!

Corazón en quien la soledad
se convierte en gran pueblo:
¡Te pedimos tu amor!
Corazón en quien la desunión
se hace un único pueblo:
¡Te pedimos tu amor!
Corazón en quien el mundo entero
se convierte en tu pueblo:
¡Nos consagramos a tu amor!
Corazón abundantísimo, Corazón inflamadísimo,
Corazón hervorosísimo:
¡Se amado, Amor, Amor eterno,
se eternamente amado!

Enciéndase la aurora de tu día:
¡Nos consagramos a tu amor!
Enciéndanos tu día el corazón a codos:
¡Nos consagramos a tu amor!
Incéndienos tu día el corazón
hacia tu Corazón a todos:
¡Nos consagramos a tu amor!
Corazón poderoso, Corazón ineludible,
Corazón que todo lo consumes…

¡Fuego! ¡Fuego! ¡Arden las alas de los ángeles!
¡Arden las espadas de los querubines!
¡Arden las hogueras de los cielos!
¡Arden las profundidades de la tierra!
¡las rocas y los astros están en llamas!
¡Arde la añoranza de todas las criaturas!
¡Arde el espíritu en la oscuridad
de las cumbres humanas!
Todo ha sido tornado del amor,
todo tiene que tornarse amor:
¡susurrad: Santo, Santo, Santo, llamas de los serafines!

Corazón de quien los cielos toman su gloria,
Corazón de quien todos los soles y astros
toman principio y fin,
Corazón de quien los espíritus bienaventurados
toman su bienaventuranza,

Corazón dominador del mundo,
Corazón vencedor del mundo,
Corazón sin par:
Amen. Amen. Llegue el ardiente
día de tu amor eterno».

Vigilia de la Asunción de María

 

HABLA tu voz:
«El angel del Señor saludo a María,
y concibió la llamada a casa del Amor Eterno.
¡Ponte en camino, alma de María:
los mensajeros celestes han llegado!
¡Vienen a buscar la cuna
en que meciste a tu divino Hijo!
¡Ahora, acuéstate tu misma
sobre el corazón bajo el que dormito su vida;
Ahora, cobíjate bien en la envoltura
que tan dulcemente le dio abrigo!
¡Ponte en camino, alma de María,
ponte en camino, en la cuna del Altísimo!
¡Que te sucederá, oh pura como nieve?
¡Debes volar al cielo!»

Letanía a la Reina de la Paz

 

OREMOS por la paz de nuestra tierra,
pues la paz de la tierra está enferma de muerte.
Ayúdala, dulce Virgen María, ayúdanos a decir:
Sea paz a la paz de nuestro pobre mundo.

Tú, a quien saludó el espíritu de la paz,
Consíguenos la paz…
Tú, que acogiste en ti la palabra de paz,
Consíguenos la paz…
Tú, que diste a luz para el mundo
al santo Nino de la Paz,
Consíguenos la paz…
Auxiliadora del que todo lo reconcilia,
Voluntaria del que todo lo perdona,
Entregada a su misericordia eterna,
Consíguenos la paz.

Suave luna en las salvajes noches de los pueblos,
Anhelamos la paz…
Dulce paloma entre los buitres de los pueblos,
Ansiamos la paz…
Retoño de olivo en los resecos bosques de sus corazones,
Nos consumimos por la paz…

Para que los cautivos sean al fin redimidos,
Para que los desterrados hallen al fin su patria,
Para que todas las heridas por fin, por fin, vuelvan a cerrarse,
Consíguenos la paz.

Por la hermosura de la tierra,
Consíguenos la paz…
Por la incólume majestad de los mares,
Consíguenos la paz…
Por la pura altitud de las montañas,
Consíguenos, consíguenos la paz…
Amada de nuestro Creador,
Bendita de su creación,
Representante de su creación,
Consíguenos la paz.

Por la angustia de las criaturas,
Te rogamos por la paz…
Por los niños pequeños,
que duermen en sus cunas,
Te rogamos por la paz…
Por los ancianos, que tanto desearían morir en sus camas,
Te rogamos por la paz…
Madre de los desamparados, Enemiga de los despiadados,
Clara estrella en todas las nubes de la confusión,
Te rogamos por la paz.

Tú que asististe a los moribundos
cuando su sangre empapaba el campo de batalla,
Apiádate de la paz…
Tú que bajaste a acompañarnos en los sótanos
cuando caían las crueles bombas,
Apiádate de la paz…
Tú que acogiste a las pobres mujeres que fueron violadas,
Apiádate, sí, apiádate de la paz…
Madre que has llorado con nosotros,
Madre que has temblado con nosotros,
Madre que has sufrido el desconsuelo de tus hijos,
Apiádate de la paz.

Por los cristianos
que ya desesperan de la cristiandad,
Salva nuestra paz…
Por los paganos
que ya se burlan de la cristiandad;
Salva nuestra paz…
Por toda la humanidad,
en la que naufraga la imagen de Dios,
Salva, oh Madre, salva, oh sí, la paz.
Sálvala por tu Hijo,
para que no nos haya sido crucificado en vano…

¡Madre, Madre, la más rica en dolores
de todas las criaturas,
toma en tus brazos a este mundo perdido!
¡Nos rodea un horror como nunca lo ha habido,
es cual si mil tinieblas tramasen sangre y muerte!
Madre, Madre,
nuestra paz ya se ha muerto,
La paz ya solo habita el reino de los cielos…

Tú que sigues con nosotros, aunque te destierren;
Tú que sigues cariñosa, aunque te desprecien;
Tú que sigues poderosa,
aunque tu dulce trono se rompa aquí en la tierra:
Pide la resurrección de nuestra paz.

Que quien llenó de rosas tu sepulcro vacío
Te conceda una pascua de nuestra paz…
Que quien te arrebató en vuelo
hasta la celestial transfiguración,
Te conceda una pascua de nuestra paz…
Que quien te coronó con la corona
de nuestra futura bienaventuranza,
Te conceda una pascua de nuestra paz…
Oh novia del Dios vivo,
Madre del Dios resucitado,
Reina en el reino del Dios eterno.

Amen. Amen. ¡Oh, sí, sucederá!
Llegará Pascua para la paz muerta,
Habrá paz para la paz de este pobre mundo.

Fiesta de Cristo Rey I

 

EL himno del Rey comienza con el amor,
con el amor rezado por la novia del Rey.
¡Despierta, mundo, pues eleva su voz la más hermosa!
Abandona tu lecho, pues llama tu bienaventuranza…
¿Por qué tan silenciosos, hombres alborotadores;
por qué tanta desgana, hombres activos?
Oigo vuestros gritos de gloria en todas las callejas;
hacéis ostentación sobre todos 1os mares
y festejáis el triunfo sobre todas las cumbres:
¿No queréis saludar a la novia del Altísimo?
¡En verdad, quien ve su semblante, contempla al Rey!

Fiesta de Cristo Rey II

 

CANTEMOS el himno del amor en honor de la Novia,
ante todos los corazones de la tierra:
sobre su cabeza posa el beso del Coronado.
Su alma se ha extasiado
en la magnificencia del Rey.
Su cuerpo es el misterio del amor del Rey.
Él le adorna las manos con su gracia,
que inunda todos nuestros límites.
Le adorna la cabeza con una estrella de esperanza,
que alumbra hasta más allá de las rumbas.
¡Pedid para ella, y Él le otorga la paz de los pueblos,
y como posesi6n las puertas del cielo!
Le otorga todas las almas de su dominio;
le otorga, incluso, las almas perdidas,
para la bienaventuranza.
Él muestra su poder en las palabras de ella,
manifiesta su fuerza en su silencio;
Sufre la soledad en su abandono,
y se glorifica en el honor de ella:
¡Cantemos el himno del amor en honor de la Novia,
ante todos los corazones de la tierra;
elevémosla al trono del alma!…

El himno del Rey acaba en el amor,
que es la corona de los para siempre elegidos.

Los novísimos

 

I

HABLA tu voz:
«Yo vi la inquietud del mundo alejarse en una nube:
La quietud de la tarde
era como tormenta en su velamen;
huyó antes de la puesta de sol,
como en grandes congojas.
Pues dónde podrá dirigirse
cuando llegue el poderoso sueno,
y dónde buscara refugio
cuando la expulse de su tienda?
En vano hostigara a los hombres
y azuzara contra él la avidez de su pasión:
¡Él, imperturbable, les prepara el brebaje
por el que enmudecen!
Dura aun un momento el estrepito de las ciudades;
pero el gran silencio traspasa ya sus muros.

La purpura de sus dolores se oscurece,
y la purpura de sus placeres
grisea como un crepúsculo.
Sus soberbios espíritus grisean como el olvido.
Todo querer se torna niebla,
y toda actividad se hace el soñar de un sueño.
Los reyes tienen que dormir,
y los poderosos tienen que acostarse
como niños pequeños:

Todos se hunden en el seno de la necesidad,
allí su orgullo se torna simple arena.
Llegan allí a ser todos como un día en sus tumbas…
¡Señor, ten compasión de las pobres almas!»

 

II

Y HABLA tu voz:
«¡Quién eres tú, mundo, para infundirme miedo?
¡Yo muero de mil modos con mis hijos!
¡Dónde está el juicio tuyo que pueda doblegarme?
¡Mi alma lucha con el tribunal del Eterno!
Mira, yo soy la ultima
sobre el gran puente de la despedida;
yo recibo en mis brazos
a todos los rechazados por la vida.
En mis oídos sonaran siempre sus lamentos,
y mi rostro está pálido por sus angustias;
Mis pies están cubiertos de ceniza hasta los tobillos,
y mis ropas no quieren secarse
del húmedo aliento de las rumbas.
En verdad, estoy cansada del espanto,
y mi temor se ha vuelto débil
como las manos de un parvulillo.
¡Mi amor lo ha sometido;
lo ha hecho caer de hinojos;
ya nunca volverá a levantarse!
¡Ay de ti, mundo, que crees en la muerte,
porque eres frío:
hallarás una muerte cual no re la imaginas!
Hallarás una muerte de agonía eterna.
Consolaos los que lloráis,
alegraos los que no olvidáis.
¡Pues convertiré en promesa vuestra fidelidad;
llenaré hasta el borde de sentido
las copas de vuestro recuerdo!
¡Enderezaré vuestro corazón a la libertad,
contra todos los esclavos de la razón!
¡Recibiré a los ardientes
y cubriré de oprobio a los que desisten!
Justificaré a los que aman,
ante la faz de la aniquilación:
los sentaré en el trono de la vida eternal
¡Los alzaré sobre la justicia:
los llevaré hasta la misericordia del Señor!»

 

 

III

HABLA tu voz:
«Yo sé que se burlan de mí,
sé que se irritan contra mí,
sé que en la oscuridad me andan buscando a tientas,
pues ciertamente oyen mi voz,
y notan mi reflejo en sus corazones;
mas no pueden ver mi rostro:
mi cabeza esta hundida en el seno de Dios;
¡no he vuelto a levantarla desde hace muchos siglos!
Las sombras del Omnisciente han crecido en torno a mí,
y sus misterios proliferan
sobre mi frente como oscuro musgo.
Pues he sido bautizada en el nombre
del que se llama: ‘Incognoscible’
y cuya magnificencia se titula: ‘Profundamente Oculta’.
Cubre su eternidad con olas vivas,
y su infinitud con tempestades encrespadas.
Permite que aparenten dominio las tormentas,
y esconde codas sus fuerzas bajo nombres
dados por los humanos.
Esconde su espíritu bajo corazones mortales,
esconde su amor bajo pan y vino.
Mira, estoy sometida a los velos de mi debilidad,
estoy sometida a los oscuros velos
del desconocimiento;
Estoy sometida a los velos de mis esponsales,
estoy sometida a los blancos velos
de mi celestial herencia.
Pues, en lo que no ves, has de reconocerme
y, en aquello que te da miedo, ha de creerme tu alma».

 

IV

Y HABLA tu voz:
«Pero, cuando un día se inicie
el gran fin de todos los misterios,
Cuando el Escondido surja como un relámpago
en las tremendas tempestades
del amor desencadenado,
Cuando su regreso suene como tormenta
por el universo,
y de gritos de júbilo la soterrada añoranza
de su creación,
Cuando los globos de los astros estallen en llamas
y surja de su ceniza la luz liberada,
Cuando se rompan los sólidos diques de la materia
y se abran todas las esclusas de lo invisible,
Cuando los milenios vuelvan con rumor de águilas,
y regresen a la eternidad
las escuadras de los eones,
Cuando se rompan los recipientes de los idiomas
y se precipiten las aguas torrenciales de lo nunca dicho,
cuando las almas más solitarias salgan a la luz,
y se manifieste lo que ninguna de sé misma sabía:
Entonces el Revelado levantara mi cabeza
y, ante su mirada, mis velos se alzarán en fuego,
Y yo estaré postrada
cual espejo desnudo ante la faz de los mundos.
Y los astros reconocerán en mí su luz glorificante,
y los tiempos reconocerán en mí lo que tienen de eterno,
y las almas reconocerán en mí lo que tienen de divino,
Y Dios reconocerá su amor en mí.
Y ya no caerá sabre mi cabeza ningún velo
como el deslumbramiento de mi Juez.
En él se sumergió el mundo.
Y el velo se llamará Gracia,
y la Gracia se llamará Infinitud…
Y la Infinitud se llamará Bienaventuranza.
Amen.»

Gertrud von Le Fort, Alemania, 1876-1971
Resumen
Gertrud von Le Fort, Alemania, 1876-1971
Título del artículo
Gertrud von Le Fort, Alemania, 1876-1971
Descripción
Prólogo ¡SEÑOR, un sueño de Ti guarda mi alma, mas no puedo llegar a Ti, porque todas mis puertas están acerrojadas! ¡Estoy asediada como por ejércitos,
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Publicado por
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