Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981
Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981

Gloria Grahame, Los Angeles, 1923-1981

Gloria Grahame se había casado con su hijastro. La actriz de la que ahora nos acordamos por Las estrellas de cine no mueren en Liverpool, donde la interpreta una maravillosa Annette Bening, estuvo casada de 1948 a 1952 con Nicholas Ray, que ya tenía un hijo llamado Tony (el director y la actriz tuvieron otro, Timothy). Y con Tony se casó en 1960. Era catorce años menor que ella. Pero, vaya, Nicholas Ray tenía doce años más que Gloria, que siempre miramos en una dirección. El romance otoñal (sí, esto es un cliché) con Peter Turner en Liverpool cuando le quedaba poco de vida no era una situación nueva. Con Tony tuvo dos hijos y una relación excepcional, también después de su divorcio en 1974. Pese a la histeria actual, a Gloria Grahame le fue peor en Hollywood que a Woody Allen. Sobre todo cuando, tras su boda con Tony, Nicholas Ray y Cy Howard reclamaron la custodia de sus hijos y el director de Johnny Guitar dijo que la había pillado en la cama con Tony cuando este tenía 13 años.

Gloria Grahame (1923-1981) tenía fama de mujer escandalosa y de ser difícil en el trabajo. Otra cosa es que fuera cierto todo lo que se contaba de ella, especialmente lo de ser asaltacunas. «No sé si entendí Hollywood. Hacía lo que me decían. Iba al estudio por la mañana, estaba todo el día, volvía a mi casa, cenaba, estudiaba y me iba a dormir». Y no es que haya muchas entrevistas de ella. Sigue siendo un misterio.

Gloria Grahame ganó un Oscar como mejor actriz secundaria por Cautivos del mal en 1953 (una de sus rivales era Thelma Ritter). Edmund Gwenn anunció el nombre. Caminó por el pasillo (ahora a los actores nominados no los ponen tan lejos), subió por la parte izquierda del escenario, dio la mano a Gwenn, cogió el Oscar, dijo «Thank you very much» y salió por la parte derecha casi sin pararse. Y luego no dio entrevista alguna. Era una de las personas más inseguras que se puedan encontrar. Aunque en su carrera, que empezó en la Metro y continuó en RKO y otros estudios, estén películas como Qué bello es vivir, Encrucijada de odios, Cautivos del mal, Los sobornados, Deseos humanos u Oklahoma (1955). Es después de esta, con un rodaje endiablado, cuando su carrera se va definitivamente a la porra y empieza a trabajar en pequeñas compañías de teatro, en la televisión y en películas menores. Y por eso también se va a Inglaterra. Murió a los 57, enferma de cáncer, a las pocas horas de regresar a Nueva York.

Fue una actriz muy maltratada por Hollywood. Alguien que se negaba a meterse sola en un coche con Howard Hughes. Una de esas mujeres que rompían las normas. Y si se rompen las normas se paga caro. Dice Annette Bening que, hasta cierto punto, sigue pasando. Pero que entonces estaba muy claro qué tipo de actividades estaba permitido tener a las actrices delante y detrás de la cámara. Es verdad que podemos pensar en Lana Turner, en su hija y en su gánster asesinado, pero también habría que recordar lo que decía el gobernador de Louisiana Edwin W. Edwards antes de que lo metieran en la cárcel por corrupción. Su regla de oro de la política: «Que nunca te pillen en la cama con una chica muerta o con un chico vivo».

A Gloria Grahame una siempre se la imagina con una combinación negra, igual que a Eleanor Roosevelt me la imagino con un traje de tweed hasta para dormir. En su libro ‘Noir’, José Luis Garci escribe: «Gloria Grahame, con [Fritz] Lang, siempre parece que camina, se sienta y mira como si estuviera en bragas». Nunca me han dicho algo tan bonito.

Fuente | | Libertad Digital (22/05/2018)