Como ya no espero

 

Pues que nunca jamás retorne acaso,
Baladilla, a Toscana,
Vete ligera y llana
Presto a la amada mía
Quien, por cortés y pía,
Te colmará de honores.
Llévale nuevas, cuando yo suspire,
De mi grave dolor y honda amargura;
Mas cuida que persona no te mire
Que alma no sea de gentil natura;
Porque entonces, por grave desventura
Serías reprendida
De la que me es la vida
Con notable inclemencia,
Y tras de mi existencia
Llorara sus rigores.
Ya ves tú, baladilla, que la muerte
Me acosa, y que la vida me abandona;
Ya ves que el corazón que latió fuerte
Aún late cuando de ella se razona:
Mas está tan quebrada mi persona
Que no puedo valerme;
Si quieres complacerme,
Al alma que te entrego
(ve que por Dios lo ruego)
Concede tus favores.
Ah, baladilla, a tu amistad obligo
Esta alma mía que ya está temblando;
Ante mi amada llévala contigo,
Que, una y otra, a su presencia mando;
Ah, baladilla, dile suspirando
Cuando le estés presente:
“Para que os sea sirviente
Y esté con vos unida,
Esta alma os doy, venida
De quien murió de amores”.
Y tú, mi débil voz, franca y sencilla
Que huyendo vas del corazón doliente,
Con mi alma y con esta baladilla,
Habladle todas de mí extintamente.
Encontraréis señora tan placiente
Y de tan claro juicio,
Que estando a su servicio
Se harán las horas breves.
Alma, tú honrarla debes,
En sus gustos menores.

Fresca rosa nueva (balada extravagante)

 

Oh, fresca, nueva flor,
Hermosa Primavera,
Que cantas alegremente
Por praderas y cuestas,
Envío el elogio de vuestra belleza al verde campo.

Vuestra fina belleza
Sea siempre cantada alegremente
Por grandes y niños
En todos los caminos;
Y cántenla los pájaros,
Cada uno en su lenguaje
Desde la tarde a la mañana
En los verdes árboles.
Todo el mundo cante,
Pues se acerca la primavera,
Como conviene,
Oh, hermosura, altamente apreciada
Porque sois criatura angélica.

Hay en vos, mujer,
Aspecto de ángel;
¡oh, Dios, cuán afortunado
¡Fue mi amor!
Vuestro aspecto jubiloso,
Que sobrepasa
Naturaleza y hábito,
Es cosa verdaderamente admirable.
Las mujeres, entre sí, os llaman
Diosa, lo que sois:
Me parecéis tan hermosa
Que no sé expresarlo;
¿quién podría pensar más allá de la naturaleza?

Dios hizo vuestra belleza
Más allá de la naturaleza humana
Con el propósito
De que fueseis reina;
Para que vuestra presencia
No esté alejada de mí,
Que ahora vuestra benevolencia
No me sea contraria.
Y si os parece demasiado
Que me dedique a amaros
No sea por ello reprendido:
Porque sólo Amor me obliga
Y contra él no valen fuerza ni prudencia.

Para Giovanna

 

Vos, que por los ojos pasaste a mi corazón
y despertaste la mente que dormía
mira la angustiosa vida mía
que suspirando la destruye Amor.

Viene cortando con tanta potencia
que los débiles espíritus escapan
queda sólo la figura en señoría
y un poco de voz que habla de dolor.

Esta virtud del amor que me ha rehecho
de vuestros ojos gentiles rápidamente surgió;
un dardo me lanzó dentro del flanco.

Así llegó directo el golpe al primer instante
que el alma temblando hizo vibrar,
viendo muerto el corazón donde faltaba.

Pues le conviene duelo al corazón

 

Pues le conviene duelo al corazón
y siento del placer rusiente foco
que de virtud de abajárame a tan poco,
diré cuál se fue entero mi valor.

Digo que mis arrestos muertos son
y tal bregar la vida deja en poco;
y si no fuese que el morir invoco,
de compasión llora el propio amor.

Pero ante el fortunal en que me encuentro,
mi firme convicción mudar prefiero
por mejor asidero,
y así mostrar no quiero cuánto daño
recibí en el engaño,
pues de mi corazón ha hecho ganancia
y se me lleva entera la arrogancia.

Quién es ésta que llega, que todo hombre la mira

 

¿Quién es ésta que llega, que todo hombre la mira,
Y hace estremecer de claridad al aire,
Y trae consigo Amor, de modo que hablar
Ningún hombre puede, pero todos suspiran?

¡Dios, qué parece cuando los ojos gira!
Que lo diga Amor, porque yo no sabría contarlo:
Tanto de humildad señora me parece
Que a toda otra en comparación la llamaría desdeñosa.

No se podría contar su hermosura,
Porque ante ella se inclina toda gentil virtud,
y la Belleza como su deidad la muestra.

Nunca fue tan alta nuestra mente,
y nunca hubo en nosotros tanta virtud
como para tener adecuadamente conocimiento (de ella).

Para Giovanna

 

Tanto me has llenado de dolor la mente
que el alma mía intenta escapar,
y los suspiros que manda el corazón doliente,
muestran a los ojos que no puede sufrir.

Amor, que reconoce tu gran potencia,
dice: Me duele que debas morir
por esta altiva mujer que parece que ninguna
piedad quiera escuchar de ti.

Yo voy como aquél que está fuera de la vida
y aparece, a quien lo mira,
hecho de bronce, piedra o madera

que se conduce artificialmente
y lleva en el corazón una herida
que es signo evidente que está muerto.

Nosotros somos las tristes plumas consternadas

 

Nosotros somos las tristes plumas consternadas,
las tijerillas y el cortaplumas doliente
que hemos escrito dolorosamente aquellas palabras
que vos habéis escuchado.

Ahora os decimos por qué hemos partido
y hemos venido ante vos ahora:
la mano que nos movía dice que siente
cosas dudosas aparecer en el corazón,

las cuales lo han destruido tanto
y le han tomado su lugar a la muerte,
(de modo) que no quedó (de él) sino suspiros.

Ahora os rogamos, cuanto más fuerte podemos,
que no desdeñéis tenernos a nosotros,
tanto que un poco de piedad os haga mirarnos.

Una mujer me ruega

 

Mujer me ruega y yo quiero decir
de un accidente que a menudo duele
y es tan altivo que es llamado “Amor”.
¡La verdad escarmiente a quien lo niegue!
Y por lo tanto alguien que entienda busco,
ya que no creo que nadie necio y vil
algo de esta cuestión pueda entender,
porque no quiero sin filosofía
de la naturaleza demostrar
donde reside y lo que lo genera,
y cuál es su virtud y su potencia,
la esencia, luego, y cada movimiento,
y su placer que amar es definido
y si se puede con los ojos ver.
En esa parte donde está memoria
toma su estancia (le da forma, como
al diáfano la luz, oscuridad
que desde Marte viene) y allí se asienta.
Fenómeno sensible es quien lo crea,
actúa cual alma y cual corazón quiere.
Viene de una visión que entra en la mente
que toma en el posible intelecto,
como en sujeto, su lugar estable.
Pero no ejerce aquí ningún poder
porque sus formas no tienen materia:
eterno efecto es el que le ilumina,
razón le mueve y no gusto o placer,
así que dar no puede semejanza.
No es virtud, pero viene de aquella
que es perfección, y tal se considera,
no racional, sino que siente, digo;
enajenada, razonar pretende,
y ocupa de razón deseo el sitio:
discierne mal, ya que los vicios sigue.
A menudo de muerte es productivo,
si se le impide actuar a la virtud
que favorece la contraria vía,
pero no porque sea innatural
sino porque no observa la medida
así que vivo no puede decirse
el que sobre sí mismo no es el dueño.
Y lo mismo se diga si se olvida.
Su ser es cuando tanto es el querer
que más allá va de lo natural,
ya que no goza nunca de descanso.
Vuelve , cambiando color, risa en llanto,
y por miedo el aspecto transfigura;
en un estado poco dura, en gente
verás que de valor siempre se encuentra.
Produce esta pasión muchos suspiros,
por la obsesión de algo inexistente,
entonces se despierta ira encendida
(no puede imaginarse sin sentirlo),
paraliza, por mucho que se busque,
atando a él, porque allí está el placer
y desde luego no sabiduría.
De tal inclinación saca mirada
que promete placer sin duda alguna:
tomado así, no puede ya ocultarse.
Bellezas no salvajes son la flecha,
ya que este desear temor lo afina,
así honra consigue el afectado.
No es cosa que se pueda ver por ojos:
estando dentro, no puede alumbrarse
o sea, forma no es que pueda verse,
y menos él, ya que de ella procede.
Privado de color, de ser vaciado
se asienta en medio oscuro y la luz borra.
Sin engañar os digo, y os lo prometo,
que sólo de éste sale algún compenso.
Puedes segura ir adonde quieras,
canción, ya que yo tanto te adorné
que tu mensaje será muy alabado
por quienes tienen uso de razón:
de estar con otros tú no tienes ganas.

Guido de Cavalcanti, Florencia, 1258-1300

Yo no pensaba

 

No pensaba que el corazón ya más
tuviera, por suspiros tanto tormento, que del alma naciese el llanto
mostrando en el rostro a los ojos muerte.
No siento paz ni tengo reposo
luego que a Amor y a ami amada encontré,
él me dice; – no lo lograrás
que demasiado fuerte es su valor –
Mi virtud partió desconsolada
luego que dejó el corazón
en la batalla donde mi amada estaba:
la cual con sus ojos vino a herirme
de tal modo que Amor
impulsó a todos mis espíritus a huir.

De esta mujer no se puede hablar:
está tan adornada de bellezas
que la mente, aquí abajo, no lo sostiene
en cuanto la ve nuestro intelecto
Es tan gentil que, cuando pienso bien,
siento el alma, por el corazón, temblar,
como aquélla que no puede durar
ante el gran valor que yo le muestro.
Por los ojos hiere su claridad
de modo que quien me ve
dice: – No miras tú esta piedad
que está puesta en lugar de un muerto
para implorar merced?
Y mi amada aun no se ha dado cuenta.

Cuando el pensamiento hace que quiera decir
a un gentil corazón sobre su virtud
me encuentro tan débil
que no resisto en es pensamiento.
Amor, que ha visto sus bellezas,
me atemoriza tanto que sufrir
no puede el corazón sintiéndolo venir;
y suspirando dice: – Yo te desespero;
porque sacó de su dulce sonrisa
una saeta aguda
que ha traspasado tu corazón y el mío dividido.
Tú sabes, cuando viniste, que te dije:
después de verla
por fuerza era necesario que muriese.

Canción, tú sabes que en los libros de amor
te asemejé cuando a mi amada vi;
ahora te plazca que de ti me fíe
y vayas a ella para que te escuche.
Ruego humildemente que le guíes
los espíritus huidos de mi corazón
que por la fuerza de su valor
fueran destruidos de no haber huido:
y van solos, sin compañía
llenos de temor.
Condúcelos por confiable vía:
y luego dile, cuando estés presente:
– Estoy en lugar
de uno que muere por su turbación.

Balada

 

Porque no espero regresar ya más,
Baladilla, a Toscana,
Ve tú ligera y llana
Hacia la dama mía
Que por su cortesía
Te hará muy gran honor.

Tú llevarás noticia que suspire
Llena de espanto y de mucha tristeza;
Mas cuida bien que alguno no te mire
Si es enemigo de la gentileza;
Que entonces, infeliz en mi certeza,
Serías reprendida,
Tanto de ella reñida,
Que la angustia me obsede.

A la muerte sucede
Llanto y nuevo dolor.

Tú sientes, Baladilla, que la muerte
Me apresa ya, la vida me abandona;
Sientes al corazón batir tan fuerte
Por quien cada sentido bien razona.

Tan destruida está ya mi persona,
Más no puedo sufrir:
Si me quieres servir
Lleva el alma contigo,
En súplica te digo,
Cuando deje este ardor.

Ah, Baladilla, hoy en tu amistad
Esta alma temblorosa va confiando;
Contigo llévala hacia la piedad
De aquella bella dama a quien te mando.

Ay, Baladilla, dile suspirando,
Cuando le estés presente:
“Esta vuestra sirviente
Con vos morará fiel
Ha partido de aquél
Que fue siervo de Amor.”

Tú, temerosa y débil vocecilla,
Que en llanto sales del pecho doliente,
Con el alma y con esta Baladilla
Ve y da razón de la perdida mente.

Hallaréis una dama complaciente
De tan dulce intelecto
Que os será ya dilecto
Estar siempre ante ella.

Y tú, alma, a la bella
Adora en su valor.

 

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Balada

 

Porque no espero regresar jamás,
baladilla, a Toscana,
ve tú, ligera y llana,
donde la dueña mía,
quien por su cortesía,
te dará un gran honor.

Le llevarás noticias de suspiros,
de dolor llenas y de mucho miedo,
mas cuida que persona no te mire
que sea enemiga de gentil natura,
que, de cierto, y por mi desventura
te hallarás impedida,
por ella reprendida,
lo que me dará angustia;
luego de muerto lleguen
llanto y nuevo dolor.

Tú sientes, baladilla, que la muerte
me apremia, sí, y la vida me abandona,
y sientes cómo el pecho late fuerte
por el que cada espíritu razona.

Está tan destruida mi persona
que no puedo sufrir:
si me quieres servir
lleva el alma contigo,
mucho en el ruego obligo,
cuando saldrá del pecho.

Oh, baladilla, esta alma temblorosa
a tu amistad estoy recomendando:
en toda su piedad, contigo llévala,
a aquella dueña con quien yo te mando.

Ah, baladilla, dile suspirando,
cuando le estés presente:
“esta vuestra sirviente,
a estar viene con vos,
partida desde aquel
que fue siervo de amor”.

Tú, voz disminuida y espantada,
que en llanto sales del dolido pecho,
con el alma y con esta baladilla
ve y dile de mi mente devastada.

Tú hallarás una dama complaciente,
de tan dulce intelecto,
que te será dilecto
estarle a toda hora.

Alma que tú la adoras,
siempre, por su valía.

A mí mismo, de mí piedad me viene

 

A mí mismo, de mí piedad me viene
Por la doliente angustia en que me veo;
Por la mucha debilidad cuando reposo,
El alma siento recubrir de penas.

Y todo me consumo, porque yo bien siento
Que frente a cualquier angustia, mi vida es peor:
La joven mujer a quien merced pido
Esta batalla de dolor mantiene.

Por lo tanto, cuando miro hacia ella
Me dirige los ojos con su desdén
Tan cruelmente que destroza el corazón.

Entonces pierden los míos toda virtud
Y el corazón se detiene, como elegido blanco
Hacia donde se lanza la crueldad de Amor.

Veo en los ojos de la dama mía

 

Veo en los ojos de la dama mía
una luz llena de espíritus de amor
que llevan un placer nuevo al corazón
de tal modo que en él despierta de alegría vida.
Me ocurre algo cuando le estoy presente,
que no puedo a mi mente decírselo:
ver salir me parece de sus facciones
una tan bella mujer, que la mente
comprender no puede, porque inmanentemente
nace otra de nueva belleza,
de la cual parece que una estrella se mueva
y diga: “Tu salud llegó”.
Allá donde esta bella mujer aparece,
se oye una voz que la precede;
y parece que la serenidad de su nombre cantara
tan dulcemente, que si quiero decirlo,
siento que su valor me hace temblar;
y muévense en el alma suspiros
que dicen: “Atiende, si a ella miras,
verás su virtud llegar al cielo.”

Guido de Cavalcanti, Florencia, 1258-1300