High-Rise dirigida por Ben Wheatley, 2015

Tal vez sea debido a la creencia de que la mejor manera de expresar el caos es mediante la exposición caótica de acontecimientos, que esta película se complace a sí misma enorgulleciéndose de ser un retrato de la decadencia de nuestra civilización, simbolizada por la figura arquitectónica de un rascacielos, de la misma manera que David Cronenberg utilizó una limusina en su particular Cosmópolis (2012). Así no resulta extraño que Ben Wheatley se complazca en flashearnos con escenas oníricas cuyo sentido (el por qué, el cómo de los comportamientos) no le vale la pena rastrear porque, lo dicho, el caos es caos y no puede ser relatado más que mediante la acumulación de sinsentidos. Sin duda resulta impactante, nunca turbador, pero aun más resulta vacío y, sobre todo, cómodo, muy cómodo, para el director, satisfecho de si mismo por conseguir su objetivo, que no dudo sea otro que el de incomodar al espectador.

Lástima, porque el caos no es más que un cosmos por interpretar, y es eso, interpretar la realidad (o la ficción de esa realidad) lo que en esta película en ningún momento se vislumbra posible.