Amor, el animoso hermano

Amor, el animoso hermano
menor de las virtudes, al nacer ha trocado
mi corazón en una madre;
que así pasa la noche calculando
los años de sus hijos, y pregunta
si los poderes que gobiernan la vida del más tierno
son redentores o maléficos; si las estrellas que rigieron
su nacimiento auguran vida al amor, o muerte.
Ah, corazón, ¿en dónde buscas?
¿Son aquéllos los hados que presiden tus días?
Saben bien que hay un rostro, en cada una
de cuyas mágicas miradas la belleza
abre las páginas del Libro del Destino
que la fortuna del amor inscriben.

Ah, corazón, ella y sus ojos
te enseñaran mayor astrología.
Encima del dictado de las horas natales,
sobre los signos y las conjunciones,
en la misericordia de sus ojos está ya señalado
si el pobre amor aguarda vida o muerte.
Si esos agudos rayos, revistiendo
mortales filos, del amor urgiesen la partida
(aun cuando los cielos acordaren
entronizar un sino diferente;
aun cuando los astros más propicios, en cruce
con la más generosa de las constelaciones,
hubiesen bendecido el natalicio,
y rogado a la tierra solidaria
que alfombrase la ruta del nacido,
de cuantos bienes confortaren esta sangre joven),
al más leve desdén de la belleza,
el amor hallará definitivamente muerte.
Pero si en ella prevalecen los influjos piadosos,
y dora del amor humilde la esperanza:
(aunque desfavorables ennegrezcan
las miradas celestes, la cuna del amor;
pese a que todos los diamantes
en la corona del soberbio Júpiter
determinen agobios a su frente )
podían los ojos de ella rescatarlo;
sonríe la belleza y el amor sobrevive.
Ay, si el amor perdura, ¿dónde, si en ella no,
si no en sus ojos, sus oídos, en su pecho, si no
en el aliento suyo esconderé al amor de la temible muerte?
Pues en la vida que le dieren otros sitios,
perecerá el amor con estar vivo.
O si el amor perece, ¿dónde, si en ella no,
sino en sus ojos, sus oídos, en su pecho, sino
en el aliento suyo, dispondré los funerales?
En tumba semejante recluido
el amor vivirá, con estar muerto.

Arquitecturas íntimas

Hay poemas edificados
en una sola tarde
sin mayor problema
porque rotundos brotan a la luz vespertina
como microcosmos totales,
hechos
y derechos,
don ágil de la musa.

Otros en cambio piden años
enteros de labor dispersa:
borradores innúmeros
tras investigaciones
minuciosas en muy diversos climas.

Pero nada sabemos,
cualesquiera que sean
los casos,
del temblor oculto;
nada nuevo
logramos aprender de los caminos,
más breves o más largos;
que conducen el sueño a su cabal destino
abriéndonos los ojos ante su pericia.

Balada

Esta manera de soñar que tengo.
tan a lo vivo, tan sin ley,
a mis labios imparte contradicciones y desvíos.
El grito se confunde con la más honda tristeza;
la tormenta fecunda calmas decisivas.
En un mismo papel quedan grabados
hijos diversos de diversa llama.
por este sueño mío. vagabundo.

Los lunes me levanto belicoso,
el miércoles me sabe amarga ya la boca,
taciturno fallece todo el viernes,
y el sábado me río descaradamente.
Jornadas van, jornadas vienen,
jamás iguales entre sí,
por este sueño mío, vagabundo.

Las palabras que dije, las coplas que medí,
verdades fueron un instante,
después nada.
Testimonio caduco, mantienen su postura,
perpetuas en su gesto momentáneo,
cual momias de convento.
A la vez concebidas, muertas, embalsamadas,
por este sueño mío, vagabundo.

Señores y señoras, desnudo tiempo soy
con alas imperiosas.

Desconozco la tregua; fluyendo me transformo
al ritmo de un tic-tac voluble,
siervo leal que mira
por este sueño mío, vagabundo.

Cantar de Valparaíso

¿Recuerdas que querías ser un poeta telúrico?
Con fervor aducías los admirables ritos del paisaje,
paladeabas
nombres de volcanes, ríos, bosques, llanuras,
y acumulabas verbos y adjetivos
a sismos o quietudes (aun a las catástrofes
extremas del planeta) vinculados.

Hoy prefieres viajar a medianoche, y en seguida
describes episodios efímeros.
Tus cuadernos registran el asombro
de los rostros dormidos en hoteles de paso.
Encoges los hombros cuando el alba precipita
desde lo alto de la cordillera blondos aluviones.

¿Qué pretendes ahora? ¿Qué deidad escudriñas?
Acaso te propones glorificar el orbe claroscuro
del corazón. O merodeas al margen de los cánticos,
y escribes empujado ya tan sólo
por insondables apetencias,
como fiera que busca su alimento donde la sangre humea,
y allí filos de amor
dispone ciegamente.

Conjuro

De tu mirada llena las bienaventuranzas
aguardamos, rotundo sol de mayo:
Aquellos cuerpos en la calle
solos están. Huye la pena misma
de su lado. Catástrofes y fiebres
asédianlos ajenas a distancia.
Y les niega raíces la tierra que su sombra hiere.

No permitas que rueden abolidos
como fardos mostrencos a los pies de la vida.

Roce tu llama todo resto feraz,
y suenen sus injurias y su gozo reviente;
una brava pasión en la morada
los acompañe y abra las ventanas mustias
a la contigua tempestad, diluvio de linajes.

Tu corazón invade limbos, sol numeroso y único;
ara piedras inánimes con furibunda primavera:
Déjalo desgranarse
sobre la carne de los débiles.

El retrato

«Un portrait porte absence et présence…»
Pascal

Me hiere tu silencio
brevemente cubierto
de laureles. Todavía
te miro como a una sombra
que se divide, a veces,
en fragmentos milenarios:
aquí la nube, allá
el vacilante aroma de la tierra.

Paso a paso, naufragando
detrás de cada muro,
acontece mi sueño, renacido
entre semillas cotidianas;
paso a paso. Manchas, flores
de grave claroscuro. Noble desierto
en que se pierden los exilios
numerosos; en que los enigmas
desbordan el cauce de la carne
y sollozan una vaga muerte
de aire macizo. Espejos
que se vuelven puntas de fuego.
Laberinto…
Todas las señales
presagian el hondo amanecer alado.

Pero tu voz no llega.

Esta desmemoria mía

Yo no tengo memoria para las cosas que pergeño.
Las olvido con una
torpe facilidad. Y se despeña
mi prosa por abismos fascinantes,
y los versos esfuman su tozudez como si nada.

A veces ni siquiera recuerdo los favores
de la bastarda musa pasajera,
ni los ayes nerviosos del alumbramiento.
No sé, pero me cansan tantos
anacrónicos ecos, tantos rastros
gustados a deshora.

Mejor así, progenie de papel y de grafito.
Mejor que te devoren
los laberintos del cerebro,
apenas declarado tu primer vagido.

Así yo seguiré sin lastre alguno
fraguando más capullos (devociones
efímeras, incendios absolutos),
y después otros más, y más aún, hasta morir del todo.

Éxodo

Calla, viento. Que no te escuche nadie.
Ni las humildes torres
apenas esbozadas,
ni las fieras murallas
de cálidos colores.
Calla tu fiel silencio generoso,
velando mi secreto
a todos los oídos.
Claros, celestes ríos
ilustran tu sendero.
Los pájaros más leves te navegan.
Acaricia, protege todo ello
con mucha suavidad.
Pero que nadie sepa,
a orillas de mi pena,
del afán que la mueve. Por igual
vuelen tus átomos agudamente,
como balas de nada diminutas,
que llegan sin que nadie las espere,
y se van
sin que nadie las retenga.

Jaime García Terrés, poeta
Idilio

Adolezco de fútiles cariños
unos con otros ayuntados.
Bebo no sin ternura mi taza de café. Conservo
retratos azarosos y animales domésticos.
Me absorben los rumores en la calle,
los muros blancos al amanecer,
la lluvia, los jardines públicos.
Mapas antiguos, mapas nuevos, llenan mi casa.
La música más frívola complace mis oídos.
Innumerables, leves,
como la cabellera de los astros,
giran en torno a mi destino minucias y misterios.
Red que la vida me lanza;
piélago seductor entre cuyo paisaje voy sembrándome.

Jarcia

Acomodo mis penas como puedo, porque voy de prisa.
Las pongo en mis bolsillos o las escondo tontamente
debajo de la piel y adentro de los huesos;
algunas, unas cuantas
quedan desparramadas en la sangre,
súbitas furias al garete, coloradas.
Todo por no tener un sitio para cada cosa;
todo por azuzar los vagos íjares del tiempo
con espuelas que no saben de calmas ni respiros.

La bahía de las ballenas

Aunque no las conozco
sino como rumores
engarzados en vértigos de espuma,
lo confieso, señores:
me acontece pensar en las ballenas
-azules, negras, blancas, grises-
de Baja California.

Me gusta presentirlas
desde mi balcón macilento
y calcular tan onerosos viajes
al son de su canción arcaica.
Me gusta, caballeros,
saberlas pensativas en caminos de sal:
monumentos inmersos
o retirados estímulos
a la burbuja de nuestro destino.

Mis ballenas no son los símbolos del sueño
de Jonás o de Melville;
sí las vivas hipérboles que fluyen regalándose
al inefable juego submarino;
las ballenas, ballenas cuya música
ignoramos de dónde viene y adónde va;
las islas que danzan así, rumbosas
respuestas de las unas a las otras,
al abrir sus pétalos el tiempo.

Dizque por momentos
-oídlo bien-
perentorios ángeles de la guarda
suelen empujarlas
ahí mismo,
con gruesa sílaba de viento
y la merecida solemnidad
a derramar al fin su nombre,
sólo para ellas insignificante,
sobre las arenas de la bahía.

La fuente oscura

¡Qué gran curiosidad tengo de verte
sin ropajes ambiguos, oh mi sombra!
Imagino tu piel acribillada
por la nostalgia; de rubor inhábil
erizadas las fugas del contorno;

y me pregunto si guarecen algo más
esos repliegues vaporosos,
si corren por tus venas plenitudes,
si alojas muy adentro constelaciones nunca vistas.

No puede ser que sólo seas un charco de negrura,
digamos, una mancha de vacío.
Con avidez muy tuya me sigues dondequiera
y tu mismo silencio va derramando vida.
Feraz tiniebla, noche cautiva y aplastada,
como la noche sideral celas enigmas, huéspedes,
probables fuegos y zodíacos.

Sin bruma quiero verte, sin enfado.
Milímetro a milímetro,
quiero fisgar en tus intimidades. Acercarme
de veras a la fuente oscura
que llueve tus andanzas contra la paz de mi camino.

Rincón del extranjero

Esconde la plegaria salvaje de tus ojos,
tentaciones en flor. Mas di, muchacha,
¿dónde puedo morar en esta tierra?
De blandas latitudes vengo; mi país desconoce
los suelos calcinados, el ávido prestigio sobre cada tumba.
Por mi cuerpo resbala savia diferente. ¿Amar aquí?
¿Sembrar aquí los manes del olvido?
Y cuando muera, dime
qué nave, qué nostalgia, devolverá mis restos
al decoro y la paz de los abuelos.

Toque del alba

Otro mundo. (No retazos armados, remendados
de lo mismo de siempre.)
Donde la vida con la vida comulgue; donde el vértigo
nazca de la salvaje plenitud; orbe amoroso,
todo raíz, primicia, fecunda marejada.
Otro mundo. Sin legajos inertes, sin cáscaras vacías.

Adiós a la desidia del viejo sacristán
en pequeños apuros para medimos una
mortaja cada día.
Desgarrad ias memorias del color cenizo.
Rompamos ataduras, y quedemos
desnudos bajo el alba.

Adiós encierros, lápidas, relojes
que desuellan el tiempo con ácidos cobardes.
Libre llama será
la nuestra por los siglos de los siglos.
Tierra libre, el sostén de nuestros pasos.

A cieno huelen ya los manes en los muros;
desvalidos,
la fatiga contagian de sus añoranzas.
Arrasadlos, oh huestes, arrasadlos
con sedientos linajes de frescura,
y verdecidas
brechas al aire pleno descubran los altares.

Umbral del hijo

Viva sospecha de carne no mirada,
voz ya, promesa
de más cautelas y solicitudes,
palabra todavía,
que figura tinieblas aledañas.
Allí se mueve, sólido,
cuerpo que no se ve pero se tiene,
se sabe, se dibuja
con dormidos asedios entretanto.
Amor ayer, hoy prisionero leve,
árbol será de todas las mañanas.

Usted, invierno

Imitación de Charles d’Orleans

Usted, Invierno, poca cosa es:
un viejo gris, mal encarado.
¡Cuánto mejor transita por el prado
la Primavera,
que vendrá después
trayendo con amor, a su gentil costado,
abril y mayo,
mes tras mes!

Esa fuente de luz nos adereza
campos, bosques y flores,
y les añade sin cesar colores,
dócil al fiat de la Naturaleza.

Usted, en cambio, nieva, llueve,
sopla vientos helados y granizo.
Invierno, seré breve:
Pues el tiempo deshizo
con sus vientos, sus lluvias y su nieve,
el diablo que lo quiso se lo lleve.

Versos a un poeta griego

Amigo Seféris:

Hablar es difícil
cuando restallan las palabras lejos
del taller avezado; nos caemos
a cada paso de cabeza
por querer escaldar la lengua franca.

Y es particularmente difícil
hablar de Grecia hoy,
desposeídos como nos sabemos,
cetrinos como vamos
en la tosca llanura del oprobio.
Ya no duerme Proteo debajo de las rocas
ni glosa la sirena consabida
la clara fatiga del caminante.

¡Qué lento, qué difícil todo,
amigo Seféris!
Y este dolor de Grecia
¡qué tozudo! Diríase
una proclama secular de duelo
por nuestra desmesura cotidiana.
Es fácil en cambio
dejarnos aturdir sin miramientos,
encoger los hombros
y guardarnos el ímpetu dentro de los bolsillos.
Nada tan inocente.
¿O nada tan culpable?
Porque bien sopesadas estas cosas
andamos en apuros los unos y los otros;
caiga quien caiga de cualquier manera
nadie puede lavarse
las manos en el mar Egeo.

He pensado mucho
durante los últimos meses
en el sol trasvenado de Beocia,
en los asfódelos del Laurio
salpicados de plata por la brisa
y en los trabajos y los días
más frutales cuanto más amorosos
a lo largo y lo ancho de la Hélade,

pero también recuerdo la cerrazón vacía
que llegó profanando moradas y vendimias,
la turbia marcha sobre los almácigos.

¡Oh dioses idos! ¿Cómo silenciarla?
Dormíamos; los gritos a granel
nos despertaron confundiéndose
con un ripio de sueños azarosos
y luego regresaron a la calle.

Amigo Seféris:
ya nunca sabré
dónde terminó la pesadilla, dónde
comenzó lo demás; aun ahora
descabezan mi noche mortecinos clamores,
historias turbulentas de reinados efímeros
y el asalto difuso de los bárbaros
prontos a sofocar
la madrugada con sus propios puños,
con el propio sudor de sus afrentas.

He pensado mucho
en los ritos más pálidos del hombre:
ese llamar a puertas evasivas
buscando soluciones al infierno,
ese nombrar la vida
con el mismo tonillo deslustrado,
ese dejar al prójimo que cargue media cruz
prometiéndole sólo completarla,
pero también hago recuento
de viejas esperanzas, treguas, naves
encaminadas a mejores días.
Tras el duelo vendrá

la hora de la luz;
entonces
habrá pupilas para ver un mundo
sin ídolos de viento, sin tapujos
de sangre reseca, glorificado
por súbitos milenios de gracia general:
Será la luz helena
que cosechamos una primavera
entre cantos homéricos
y meditaciones contemporáneas
al pie de los olivos;
una luz
cuyo reflejo danza filtrando las memorias,
ganando manantiales al tumulto
mientras el orbe sigue su patética vía.
Chispearán los afectos
y vencerá la voz humana:
entonces nos diremos lo debido.

 

Nota del autor (1971): La reciente desaparición de Giórgos Seféris ha vuelto más expresivos estos versos, que le di a conocer hace un año, y a los cuales me respondió, desde Atenas, con diez rotundas palabras en francés: Je viens de recevoir le poeme. Vous avez raison. Merci.

Respuesta, sin duda, suficiente. El claro señorío helénico resguardaba en Seféris la economía del lenguaje. Una tarde que le preguntaba yo sobre su actitud ante la muerte, me dijo: «La espero con ternura…». Yeso fue todo. No obstante, llegado el momento definitivo, supo arriesgarse por la vida y la verdad de los suyos, sacrificando la soñada calma del ocaso al rescate moral de una tradición cuyo sentido más hondo le brindó siempre luz y fortaleza.

Jaime García Terrés, poeta

«El poeta no requiere de interrogatorio alguno para hablar de la poesía. Lo hace de continuo en sus poemas, y a menudo fuera de ellos».

Jaime García Terrés