Nocturno

 

¿Qué misteriosa ley ha permitido
a los ojos del hombre habituarse
a noches como ésta con sus astros
vibrando sobre el mapa y nuestras vidas?
Es extraño tener que recordarme
la dicha de estar vivo para no
desatender el don de la presencia
En un instante así como el de ahora,
obligarme a salir
del santuario gris de la costumbre
para asomar el corazón sediento
a este paisaje negro y reanimarlo
con la copla del grillo.
Entonces me estremece un sentimiento
poderoso de chocante gratitud,
como si el mundo fuera una gran fiesta
a la que todos somos invitados
y su anfitrión un Dios que nos seduce.

Aunque todo se mueva

Deja de moverte y quédate quieto,
y la tranquilidad te moverá.

(Poema zen)

 

DE niño me ponía de puntillas
y avistaba los montes
soñándome un osado trotamundos.

Ansiaba la conquista de lo lejos
y huir de aquellas normas
que frenaban —pensaba— mis ganas de aventura.

No obstante, hoy prefiero a la excursión
el riesgo de asomarme a mi silencio
luchando contra un vértigo
distinto al de la altura.

El más difícil viaje se hace quieto.

Sentado en uno mismo.
Aunque todo se mueva.

Recomienzo

 

Me gusta ese momento en que la luz
de pronto recupera de las sombras
el orden de los muebles en el cuarto,
nuestros cuerpos caídos todavía
en las orillas del sueño,
la ropa que nos mira desde el suelo
como un perro amaestrado
o el espejo que invierte el lunar de tu mejilla.
Saber que sigo siendo capaz de la pisada
concretado en un tiempo y un espacio.
¡Oh, calma que concede el nuevo dia
y nos enfrenta al calendario
salando las heridas de la historia!

Preparativos

 

MI abuelo no se ha muerto,
pero mi abuela
observa cada día su cadáver
ojeando el periódico.
Lo ve comprar el pan al mediodía y
anticipa al dormir
su panza detenida como el agua de un vaso.
A veces, mientras duerme, por si acaso lo palpa.

Mi abuela no se ha muerto,
pero mi abuelo
observa cada día su cadáver
doblado en el sofá del comedor,
frente a la tele.
Imagina la casa sin sus gritos,
el hábito de estar sin otro ruido al lado:
ensaya su silencio.

Cada uno de los dos
anticipa la ausencia del otro,
la prepara como un viaje.

Sus vidas son el prólogo de un hueco.

Laberinto

 

Perdido en el dolor
la vida te parece laberinto:
Se anudan los minutos como calles
embrujadas que tapian tu alegría
o son como escaleras
que acaban derramándose en la duda,
lugares de mudable geografía
que dudan el camino acostumbrado
y esconden el lugar de la certeza.
Vagando su confusa arquitectura
consumes la paciencia
buscando una salida inexistente.
Tal vez será mejor
buscar entre los muros un refugio,
zanjar la exploración de una abertura,
cavar un domicilio entre las flechas
que yerran diariamente tus pisadas.
Escribir, por ejemplo,
y que el poema sea ese descanso
en donde el hombre
-herido por la luz de cada cosa-
ya nunca más indague.
Ya siempre se pregunte.

Petunias

 

HE comprado en la tienda una maceta.

Ya en casa la he llenado con sustrato
y he sembrado semillas de petunia
que pronto se abrirán
volando su escondida pirotecnia.

Y sé que en este círculo de arcilla
—aquí donde la tierra es ahora sed
tostándose con luz de mi ventana—
habrá dentro de poco la estatua de un aroma.

El hombre que hay en medio es lo difícil:

vivir esperanzado hasta la flor,
abierto y hacia arriba,
igual que en la oración hacen las manos.

Pensar a cada instante, sin dudas, la corola.

El árbol

 

Sepamos que primero que estas flores
fue paciencia en el frío.
Mucho antes las ramas
crecieron una a una hasta la hoja
y el tronco se hizo fuerte,
tragándose la luz y la tormenta.

Pensemos la raíz y su odisea
debajo de este suelo que nos ancla,
formando laberintos
que luego amarrarían
contra el viento su verde arquitectura.

Miremos la estatura en la semilla:
principio de este fruto
que el hambre hace misión entre los dientes.

Visita al museo

 

Niños terrícolas del siglo treinta:

mirad lo que llamaban los antiguos un bosque.
Entonces las especies vegetales
brotaban a su antojo de la tierra,
se hermanaban formando laberintos
rebosantes de vida.
Los árboles crecían, se estiraban
como sueños borrachos de tormenta
y en sus copas el viento cantaba con el pájaro.

-la extrañeza les abre la boca y la mirada-

mirad lo azul que entonces era el cielo
-se escuchan expresiones de sorpresa-
la belleza del campo amanecido.
Observad las estrellas coronando la noche,
flotando como adornos navideños
de un altísimo abeto.

Mirad un hombre de hace nueve siglos
absorto en la visión de unas montañas.

-¿Qué fulge en su mirada? ¿Qué luz hay en sus ojos?-

Es lo que los antiguos llamaban el Asombro…

Elogio del pene

 

sin ropa.
mirándote
Ya crece su estatura

Si dejo que el deseo lo prospere
se alarga como un dedo que te apunta
o un raro detector de tus metales.

Que nadie se equivoque
debajo de mi abdomen hay mucha trascendencia.

El pene del que hablo te señala.
Se eleva como un puente levadizo
que acaba en las orillas de tu cuerpo.

Subraya tu lugar en esta noche.
Me dice que estoy hecho para el otro.

Jesús Montiel, Granada, 1984

Resucitado

 

EXISTE lo que llaman vida eterna.

Ayer por la mañana estaba muerto.
Anduve la ciudad
y todo parecía otro lenguaje.
Los árboles no hablaban: eran formas inmóviles
de pie sobre la acera
y el cielo un palomar deshabitado.

La vida se llamaba oscuridad.

Entonces, al volver y abrir la puerta,
vi tu larga sonrisa encendiendo la casa.

Recién resucitado,
pedí perdón al mundo al acostarme.

No hace falta decirlo:
desde ahora ya sé que ese momento

sostendrá en el futuro sucesivos cadáveres.

Notas a pie de instante

 

Las primeras ramas que trepé fueron los brazos de mi madre.

Uno de los gatos del barrio, el más anaranjado, toma impulso, salta, describe en la altura una acrobacia y al caer su peso levanta un palacio hecho con luz y hojas muertas. Ha sido apenas nada, dos segundos de arquitectura. Luego se marcha sin engreírse, como un antiguo constructor de catedrales.

Hay libros que al abrirlos cierran el infierno.

No para escaparme de la realidad: escribir para que la realidad no se me escape.

El amén de los árboles

 

En algún momento de la vida, entre el niño y el mundo se interpone el adulto. El poema lo bombardea.

Mirar un árbol cura muchos minutos.

Amé: currículum para la muerte.

Monólogo del parado

 

NO siembran ni cosechan
las jodidas palomas que se hartan
del maná que las mesas de los bares prodigan
-me alegra que esos niños
interrumpan su cena
detrás de una pelota-.

No hilan ni trabajan esos lirios
que se ponen de agua hasta las cejas
revestidos de lluvia en los parterres,
ni tampoco los árboles que orillan la avenida
ni este horrible mosquito
que succiona mi sangre atribulada.

Yo que siembro los mapas de currículos
y trenzo con angustia las hojas del futuro,

cruzadas las fronteras del Edén
no puedo tan siquiera someterme
al mandato divino
de ganarme sudando el alimento.

Ploc

 

MI mano con jabón, en la cocina.
Ahora que concluye la jornada
no hay nada en la memoria
salvo el agua de un grifo
(su música diciéndome:
“Hiciste bien las cosas mudándote a los platos”).
Ni rastro del aplauso después del recital
o aquella traducción que me han propuesto
de un autor que bueno,
diré que me apasiona.
De aquello que nos pasa
recuerda el corazón lo menos agendado.
El agua que he caído para que tú descanses.

Lo que no se ve

 

La esperanza y los grillos se parecen: cantan durante la oscuridad.

Creo en la purgación, en el dolor como instrumento quirúrgico. Estoy convencido de que hace falta sufrir para crecer un poco, cierta violencia. Como en el caso de los árboles, que comen borrasca. O también los partos y el poema brotan de un corazón que ha sido herido en el combate del amor, del duelo, de la ausencia. En los relatos de todas las culturas abundan las catástrofes a las que el hombre atribuye significado. La sospecha de que nada ocurre absurdamente. La sequía, el diluvio, la muerte de los niños, las plagas o la persecución. Una pandemia repentina, la que nos ha separado. A tus noventa y un años te ves obligada a permanecer en casa. La alerta sanitaria nos ha dejado sin nuestras personas favoritas. Un organismo invisible ha ridiculizado los adelantos de la ciencia y ha puesto en jaque mate a la sociedad que pensábamos indestructible. Pero no todo es pérdida: el desastre puede ser el nido de una vida más amorosa. Ahora que no podemos viajar el uno hasta el otro, tenemos otros lugares cerca y otros viajes por hacer. Aunque distintos. Lo he sabido al volver la cabeza y descubrir a uno de mis hijos. El más pequeño. Sus lágrimas como esferas de cristal o savia resbalando por la corteza del árbol más tierno del mundo. Al otro lado de la ventana hay otros paisajes que desatiendo, he pensado. Otras aventuras. El rostro de este hijo enjabonado por el llanto, una conversación, el detalle que logrará la sonrisa de L. Se nos olvida visitar esos lugares que tenemos más cerca queriendo visitar los que están más alejados. De manera que, gracias a la pandemia, podemos descubrir que, en dirección contrario a nuestra nostalgia, la vida sigue estando a nuestro alcance. Es ahora cuando se nos brinda la oportunidad de ser más cálidos que de costumbre. Más hogueras para los nuestros mientras el invierno aúlla fuera, en los telediarios. El corazón puede salir, moverse. Dan igual las circunstancias.

Noticia

 

AYER eras un hombre cotidiano.

Suponiendo la vida para siempre
el tiempo lo ocupabas
rumiando las facturas,
y escalabas las horas que se iban
-alpinista del tedio-
como el agua de un río que nunca desemboca.

Mas de pronto la vida te sacude
igual que puñetazo
cambiando la expresión adormecida
de tus días normales
por otra de sorpresa.

Te dicen que tu hijo tiene cáncer
y un hombre desigual
-recóndito hasta entonces-
ocupa tus jornadas preguntando tu rumbo.

Y empiezas a dudar del horizonte.

Descubres que en la niebla del futuro
se esconden las murallas
tramposas de la muerte.

Jesús Montiel, Granada, 1984