Amor sin descanso

 

¡A través de la lluvia, de la nieve,
A través de la tempestad voy!
Entre las cuevas centelleantes,
Sobre las brumosas olas voy,
¡Siempre adelante, siempre!
La paz, el descanso, han volado.

Rápido entre la tristeza
Deseo ser masacrado,
Que toda la simpleza
Sostenida en la vida
Sea la adicción de un anhelo,
Donde el corazón siente por el corazón,
Pareciendo que ambos arden,
Pareciendo que ambos sienten.

¿Cómo voy a volar?
¡Vanos fueron todos los enfrentamientos!
Brillante corona de la vida,
Turbulenta dicha…
¡Amor, tu eres esto!

Secreto

 

Son los ojos de la amada
pasmo cierto de las gentes;
yo, que todo lo conozco,
sé muy bien lo que me advierten.

Dicen ellos: -A este adoro,
a este sólo, a nadie más;
cesen pues, oh buenas gentes,
vuestro pasmo, vuestro afán.

Sí, con brillo poderoso
resplandecen en redor;
y es que quieren anunciarme
la hora dulce del amor.

El pescador

 

Hinchada el agua, espumajea,
mientras sentado el pescador
que algún pez muerda el anzuelo
plácido aguarda y bonachón.
De pronto la onda se rasga,
y de su seno-¡oh maravilla!-
toda mojada, una mujer
saca su grácil figurilla.

Y con voz rítmica le increpa:
-¿Por qué, valiéndote de mañas,
hombre cruel, tiras de mí
para que muera en esta playa?
¡Si tú supieras qué delicia
allá se goza bajo el agua,
tal como estas te arrojarías
al mar, dejando en paz la caña!

¿No ves al sol, no ves la luna
cómo en las ondas se recrean?
¿Doble de hermosos no parecen
cuando en las agujas se reflejan?
¿No te seduce el hondo cielo
cuando su azul, húmedo muesta?
Cuando este aljófar lo salpica,
¿del propio rostro no te prendas?

Hinchada el agua, espumajea,
del pescador lame los pies;
siente el cuitado una nostalgia,
cual si a su amada viera fiel.
Cantaba un tanto la sirena,
todo pasó en un santiamén;
tiró ella de él, resbaló el hombre,
nunca más se dejó ver.

Soneto

 

Del arte practicar los modos nuevos,
sagrado deber es que se te impone;
según el ritmo y el compás prescritos,
moverte tú también como yo puedes.

Que si con fuerza el ánimo se excita,
entonces justamente pide calma;
y por más aspavientos que hacer pueda,
al cabo su remate la obra halla.

Tal yo quisiera artísticos sonetos,
en un alarde medida justa,
rimar con mis mejores sentimientos;

Sólo que, a la verdad, algo me ata,
pues antaño tallaba a mi capricho,
y ahora de cuando en cuando pegar debo.

A la luna

 

¡Oh tú, la hermana de la luz primera,
símbolo del amor en la tristeza!
Ciñe tu rostro encantador la bruma,
orlada de argentados resplandores;
Tu sigiloso paso de los antros
durante el día cerrados cual sepulcros,
a los tristes fantasmas despabila,
y a mí también y a las nocturnas aves.
Tu mirada domina escrutadora
y señorea el dilatado espacio.
¡Oh, elévame hasta ti, ponme a tu vera!
No niegues a mi ensueño esta ventura;
y en plácido reposo el caballero
pueda ver a hurtadillas de su amada,
las noches tras los vidrios enrejados.
Del contemplar la dicha incomparable,
de la distancia los tormentos calma,
yo tus rayos de luz concentro, ¡oh luna!,
y mi mirada aguzo, escrutadora;
poco a poco voy viendo los contornos
del bello cuerpo libre de tapujos,
y hacia él me inclino, tierno y anhelante,
cual tú hacia el de Endimión en otro tiempo.

Pensamientos nocturnos

 

¡Oh, desdichadas estrellas! Vuestro destino lamento.

Vosotras que han iluminado el mar y el marinero,
Radiantes destellos que adornan los cielos;

Dioses y hombres os han despreciado:
No las aman, jamás han aprendido a amar.
Incesante e interminable danza os mueve
En el espacioso cielo, donde vuestro encanto se despliega.

Qué lejos habéis viajado, penetrantes gemas del abismo.
Demorado en mi amor, en el único amor en mí;
Confieso que yo también os he olvidado.

El trovador

 

¿Qué acento afuera del portal resuena?
¿Qué rumor de la fuente el aire agita?
Dejad que el canto que el espacio llena
en la real estancia se repita.
A la voz de su rey, que así lo ordena,
el paje a obedecer se precipita,
y cuando vuelve, dice el soberano,
haced entrar al trovador anciano.

¡Salud! hidalgos y gentiles hombres,
¡Salud! señoras de belleza rara,
de tanta estrella, ¿quién sabrá los nombres?
¿Quién se atreve a mirarlas cara a cara?
Humilde corazón no aquí te asombres
ante esplendor y pompa tan preclara,
y ciérrense mis ojos que para ellos
no han de ser espectáculos tan bellos.

Cierra los ojos y del arpa brota
bajo su mano, excelsa melodía
que con el canto confundida flota
en raudal de purísima armonía.

El Rey de Thule

 

Hubo en Thule un rey constante
con su amada, la que un día,
al morir, dejó a su amante
áurea copa que tenía.

Fue, de allí, la taza de oro,
don de mágica riqueza,
y al beber, la real tristeza
la humedecía con lloro.

Cuando el rey vio su partida
cercana, dio al heredero
la ciudad y un mundo entero,
menos su copa querida.

Sentóse luego a la cena
en medio de sus magnates,
y al pie rugen los embates
del mar que la sala atruena.

Allí el bebedor anciano
brinda última vez su copa,
la echa al mar y el mar la arropa
en su lecho soberano.

La ve hundirse; que se llena
y se pierde en lo profundo…
Y el rey llora su pena
no bebió más sobre el mundo.

 

Versión de Guillermo Valencia

El Rey de los Elfos

 

Van cabalgando en altas horas
entre la lluvia y el misterio,
y como el niño está miedoso
lo arrima el padre contra el pecho.

-¿Qué tienes, hijo, que así tiemblas?
-Al rey de los silfos contemplo
con cetro real y manto undívago.
-Solo son nieblas por el cielo.

-Vente conmigo, niño hermoso,
a mi palacio azul de ensueño;
Con trajes de oro y pedrería
en los pensiles jugaremos.

¿No sientes, padre, cuál me llama
con dulces voces en secreto?
Deja el temor. Lo que tú escuchas
son hojas secas en el suelo.

¿Por qué demoras? De mis hijas
tendrás los mimos y los besos,
y con sus cantos y sus danzas
te arrullarán entre tu lecho.

Del rey las hijas no contemplas
en la penumbra, a lo lejos?
-No llores más… Son lentos sauces
que se columpian en el viento.

-Si tú no vienes, a la fuerza
te tomaré porque te quiero.
-Me ahoga, padre, entre sus brazos
el rey de los silfos, violento…

Aguija entonces el caballo
y asiendo aún más al pequeñuelo
llega a su hogar… Cuando se apea
halla, oh dolor, que el niño ha muerto…

 

Versión de Nicolás Bayona Posada

Johann Wolfgang von Goethe, Sacro Imperio Romano Germánico, 1749-1832

El atardecer de la vida

 

Sobre las cumbres
hay paz,
en las copas de los árboles
apenas puedes
percibir un aliento,
los pajarillos han enmudecido en el bosque.
Espera, pronto
descansarás tú también.

Elegías (1)

 

¡Decid, piedras; hablad vosotros, altos palacios!
¡Una palabra, oh vías! Genio, ¿no te conmueves?
Sí, un alma tiene todo dentro tus sacros muros,
¡oh Roma eterna! Solo que aun para mí está muda.
¡Oh, quién podría decirme en qué ventana antaño
vi la pura beldad cuyo fuego es un bálsamo!
¡Ay, qué torpe mi alma no adivina aún la senda,
vagando por la cual tiempo perdí precioso!
Templos, palacios, ruinas y columnas hoy miro
cual hombre que al viajar sacar provecho sabe.
Mas pronto su tarea termina y solo queda
un templo, el del amor, que a iniciados acoge.
¡Un mundo, en verdad, eres, Roma! Mas sin Amor,
¡ni el mundo sería mundo ni Roma fueras tú!

Elegías (2)

 

¡Rendid a quien queráis, parias! ¡Yo estoy ya a salvo!
Bellas damas, señores de la más rancia alcurnia,
comunicaos noticias de los viejos parientes
y a la cohibida charla siga el insulso juego.
Y vosotros también, con vuestras sosas peñas,
grandes y chicas, todo de tedio me llenáis,
repitiendo esas sandias políticas noticias
que a lo largo de Europa persiguen al viajero.
Igual que la canción de Mambrú a aquel inglés,
de París a Liorna y a Roma y aun a Nápoles,
antaño persiguiera; y si a Esmirna bogara,
también a recibirle allí Mambrú saliera.
Pues lo mismo yo ahora tengo que oír por doquier
censuras para el pueblo, para los reyes críticas.
Así que no tan pronto descubráis mi refugio,
que Amor, regio mecenas, se dignara prestarme.
Cúbrenme allí sus alas; y mi romana bella,
a fuer de tal no teme las lenguas viperinas;
de chismes no se cuida, que adivinar tan solo
los deseos del amado, solicita, pretende.
Del extranjero plácenle los libres, rudos modos,
que de montes y nieves y de cabañas dícenle;
la llama que en su pecho ella prende, comparte,
y celebra no aprecie como el romano el oro.
Mejor servida ahora su mesa está; de sobra
tiene trajes y un coche que la lleve a la Ópera.
De su nórtico huésped hija y madre se ufanan,
y en sus romanos pechos el bárbaro domina.

Elegías (3)

 

¡No te pese, oh amada, tan pronto haberte dado!
Segura está; de ti yo nada malo pienso.
Por modo muy diverso de Amor las flechas hieren:
las hay que el corazón lentamente envenenan,
y las hay que buidas, traspasan la médula
y en fiebre fulminante la sangre nos inflaman.
En los heroicos tiempos en que dioses y diosas
amaban, iban juntos mirada, deseo y goce.
¿Crees que usó de remilgos con el joven Anquisos
Venus cuando en los campos vio su apuesta figura?
¿Ni que al joven durmiente respetara la Luna,
sabiendo que, envidiosa, despertaríalo el Alba?
Miró Hero a su Leandro en medio de la fiesta,
y llegada la noche lanzóse él a las ondas.
Por agua al Tíber iba la virginal princesa
Rea Silvia, cuando Amor hirióla con su dardo.
¡Así Marte engendró sus hijos!… Una loba
amamantólos!… ¡Roma fue así reina del mundo!

Elegías (4)

 

Piadosos los amantes somos; culto rendimos
a todos los demonios, a todo Dios honramos.
¡Iguales a vosotros, romanos triunfadores!,
que en Roma a todos ellos ofrecisteis albergue;
a los egipcios, templos de nocturno basalto,
de blanco alegre mármol a los dioses de Grecia.
No habrán, pues, de enojarse, si en honor de uno de ellos
quemamos un incienso raramente preciado.
Porque, no lo negamos, a un dios especialmente
cada día dedicamos nuestras preces e incienso.
Gravemente joviales, en secreto oficiamos,
y diz que tal secreto al iniciado cuadra.
Antes de las Erinnias la furia arrostraríamos
antes sufrir querríamos de Jove los rigores
en la rueda y la roca, que del grato servicio
amoroso perder el gustoso entusiasmo;
la diosa que adoramos se llama la Ocasión
y mostrársenos suele con mil varios aspectos.
De Prometeo pudiera la hija ser y de Tetis,
que con astucia varia engañaba a los héroes.
Ella también éngaña al inexperto y sandio,
al dormilón esquiva y al vigilante ayuda,
pero solo se entrega al activo y osado;
con él vuélvese mansa y cariñosa y tierna.
Yo también pude verla; es morena, y copioso
su negro pelo cubre su frente en demasía,
enroscándose en rizos en torno a su garganta,
y en no peinadas ondas junto a sus sendas sienes.
No me paré a pensarlo; cogí a la fugitiva,
y mis besos y abrazos, experta, devolvióme.
¡Qué dichoso sentirme! Pero pasó aquel tiempo,
y de romanos lazos ahora ya libre estoy.

Elegías (5)

 

Esta clásica tierra felizmente me inspira;
pretérito y presente por igual me seducen.
De los antiguos sigo el consejo, y sus obras
con mano ansiosa hojeo, y siempre en ello gozo.
Mas Amor en la noche de otro modo me ocupa,
y por poco que aprenda doblemente me ufano.
Pero ¿es que aprendo poco contemplando las formas
de esta viva escultura que mis manos moldean?
Ahora es cuando comprendo al mármol; pues lo estudio
con ojos sensitivos y con manos videntes.
Y si del día la amada alguna hora me niega,
en cambio de la noche me las concede todas.
No todo se va en besos; que también conversamos,
y cuando le entra el sueño yo despierto medito.
Más de un poema, en sus brazos, he rimado, y a fe
que tecleando en su espalda suavemente, escandía
los latinos hexámetros. En tanto, ella en su plácido
sueño alentaba un soplo que mi sangre encendía.
Atizaba su antorcha Amor y recordaba
los tiempos en que al célebre triunvirato asistiera.

Elegías (8)

 

Cuando dícesme, amada, que nunca te miraron
con grado los hombres, ni hizo caso la madre
de ti, hasta que en silencio una mujer te hiciste,
lo dudo y me complace imaginarte rara,
que asimismo a la vid faltan color y forma,
cuando ya la frambuesa a dioses y hombres seduce.

Elegías (18)

 

Hay otra cosa más que me pone furioso
y los nervios me crispa, sin que evitarlo pueda,
de pensarlo tan solo…; os lo diré, ¡oh amigos!:
El pasar en el lecho solitario las noches,
así como también el recelar serpientes,
del amor en la senda, y veneno en las rosas
del placer, cuando en medio del supremo deleite
la inquietud en tu oído su zumbido insinúa.

Por eso soy dichoso con Faustina, que el lecho
conmigo muy gustosa comparte, fiel al fiel.

A la audaz juventud el obstáculo encanta;
a mí, empero, me place gozar del bien seguro.

¡Oh sin par beatitud! ¡Cambiar besos tranquilos,
sorberse sin temor el aliento y la vida!

Así las largas noches ambos a dos gozamos,
y pecho contra pecho oímos fuera la lluvia
y el viento rugir. Luego alborea la mañana,
que nuevas flores trae, del nuevo día atavío.

¡No me neguéis, oh quirites, esta suprema dicha,
y permitid benignos que todos la disfruten!

Ganimedes

 

En tu luz matinal como me envuelves,
¡oh primavera amada!
Con todas las delicias del amor,
entra en mi pecho
tu sacro ardor de eterna llamarada;
¡oh infinita Belleza:
si pudiese estrecharte entre mis brazos!

Recostado en tu pecho languidece
mi corazón; de musgos y de flores
dulcemente oprimido, desfallece.
Tú apaciguas mi sed abrasadora,
¡oh brisa matinal y acariciante!
mientras el ruiseñor enamorado
me llama entre la niebla vacilante.
Ya voy, ya voy, y ¿adónde?
¡Ay! ¿Adónde? Hacia arriba, ¡siempre arriba!

Flotan, flotan las nubes o descienden
y abren paso al amor de ímpetu fiero.
A mí hacia mí, contra tu ser, ¡arriba!
¡En abrazo sin par, arriba, arriba!
Contra tu corazón, ¡oh dulce padre,
oh inmenso padre del amor fecundo!

 

Versión de Guillermo Valencia

La fuerza de la costumbre

 

¡Amé ya antes de ahora, mas ahora es cuando amo!
Antes era el esclavo; ahora el servidor soy.
De todos el esclavo en otro tiempo era;
a una beldad tan solo mi vasallaje doy;
que ella también me sirve, gustosa, a fuer de arnante,
¿cómo con otra alguna a complacerme voy?

¡Creer imaginaba, pero ahora es cuando creo!
Y aunque raro parezca y hasta vituperable,
a la creyente grey muy gustoso me adhiero;
que al través de mil fuertes duras contrariedades,
de muy graves apuros e inminentes peligros,
todo de pronto leve se me hizo y tolerable.

¡Comidas hacía antes, pero ahora es cuando como!
Buen humor y alegría bulléndome en el cuerpo,
al sentarme a la mesa todo pesar olvido.
Engulle aprisa el joven y se va de bureo;
a mí, en cambio, me place yantar en sitio alegre;
saboreo los manjares y en su olor me recreo.

¡Antaño bebí, hoy es cuando bebo a gusto!
El vino nos eleva, nos hace soberanos
y las lenguas esclavas desata y manumite.
Sí, sedante bebida no escatiméis, hermanos,
que si del rancio vino los toneles se agotan,
ya en la bodega el nuevo mosto se está enranciando.

La danza practiqué e hice su panegírico,
y en cuanto oía sonar la invitación al baile
ya estaba yo marcando mis honestas posturas.
Y aquel que muchas flores cortó primaverales,
por más que todas ellas a guardar no acertara,
siempre le queda, al menos, un ramo razonable.

¡Sus, y a la obra de nuevo! No pienses ni caviles;
que quien amar no sabe a las floridas rosas
solo encuentra después espinas que le pinchen.
Del sol, hoy como ayer, fulge la enorme antorcha;
de las cabezas bajas aléjate prudente,
y haz que tu vida empiece de nuevo a cada hora.

Johann Wolfgang von Goethe, Sacro Imperio Romano Germánico, 1749-1832

La novia de Corinto

 

Procedente de Atenas, a Corinto
llegó un joven que nadie conocía.
Y a ver a un ciudadano dirigióse,
amigo de su padre, y diz que habían
ambos viejos la boda concertado,
tiempos atrás, del joven con la hija
que el cielo al de Corinto concediera.

Pero es sabido que debemos caro
pagar toda merced que nos otorguen.
Cristianos son la novia y su familia;
cual sus padres, pagano es nuestro joven.
Y toda creencia nueva, cuando surge,
cual planta venenosa, extirpar suele
aquel amor que había en los corazones.

Rato hacía ya que todos en la casa,
menos la madre, diéranse al reposo.
Solícita recibe aquella al huesped
y lo lleva al salón más fastuoso.
Sin que él lo pida bríndale rumbosa
vino y manjares, exquisito todo,
y con un “buenas noches” se retira.

No obstante ser selecto el refrigerio,
apenas si lo prueba el invitado;
que el cansancio nos quita toda gana,
y vestido en el lecho se ha tumbado.
Ya se durmió… Pero un extraño huésped,
por la entornada puerta deslizándose,
a despertarlo de improviso viene.

Abre los ojos, y al fulgor escaso
de la lámpara mira una doncella
que cauta avanza, envuelta en blancos velos;
ciñen su frente cintas aurinegras.
Al ver que la han visto
levanta asustada
una blanca mano la sierva de Cristo.

-¿Cómo -exclama-, acaso una extraña soy
en mi hogar, que nada del huesped me dicen?
¡Y hacen que de pronto me acometa ahora
sonrojo terrible!
Sigue reposando
en ese mi lecho,
que yo a toda prisa el campo despejo.

-¡Oh, no te vayas, linda joven! -ruega
el joven, que de el lecho salta aprisa-.
Gusté de Baco y Ceres las ofrendas,
pero tú el amor traes, bella corintia.
¡Pálida estás del susto!
¡Ven junto a mí, y veremos
cuán benignos los dioses son y justos!

-¡No te acerques a mí, joven! ¡Detente!
¡Vedada tengo yo toda alegría!
Que estando enferma hizo mi madre un voto
que cumple con severa disciplina.
Naturaleza y juventud -tal dijo-,
al cielo en adelante
habrán de estarle siempre sometidas.

Y de los dioses el tropel confuso
de nuestro hogar al punto fue proscrito.
Sólo un Dios invisible hay en el cielo,
el que en la cruz nos redimiera, Cristo.
Sacrificios le hacemos,
mas no bueyes y toros son las víctimas,
sino lo más preciado y más querido.

Pregunta el joven, ella le contesta,
y él cada frase en su interior medita
-¿Pero es posible tenga aquí delante;
solos los dos, mi bella prometida?
¡Entrégate a mis brazos sin recelo!
¡Nuestra unión, que juraron nuestros padres,
juzgar puedes por Dios ya bendecida!

-¡No me toques, que a Cristo por esposa
destinada me tienen! Dos hermanas
me quedan…, tuyas sean…; yo soy del claustro;
sólo te pido de esta desdichada
alguna vez te acuerdes en sus brazos,
que yo en ti pensaré mientras la tierra
tarde -no será mucho- en darme amparo!

-¡No! ¡A la luz de esta antorcha juraremos
cumplir de nuestros padres la promesa!
No dejaré te pierdas para el goce,
no dejaré que para mí te pierdas.
¡A la casa paterna he de llevarte!
¡Ahora mismo la fecha convengamos
en que ha nuestro himeneo de celebrarse!

Truecan muy luego prendas de amor fiel;
rica cadena de oro ella le entrega;
rica copa de plata de un trabajo
sin par él brinda a la sin par doncella
-Tu cadenilla no me vale;
dame mejor, amada,
un rizo de tu pelo incomparable.

De los fantasmas en aquel momento
suena la hora, en tanto que dichosos
ellos se sienten, y el oscuro vino
se brindan mutuamente, y con sus pálidos
labios sorbe la novia el vino rojo.
Pero del pan que con amor le ofrecen,
abstiénese -y es raro-
de probar tan siquiera un parvo trozo.

En cambio, al joven bríndale la copa,
que él ansioso y alegre luego apura.
¡Oh qué feliz se siente en aquel ágape!
¡Del amor ambriento estaba y de ternura!
Mas, sorda a sus ruegos,
ella se resiste
hasta que él, llorando, se echa sobre el lecho.

Acércase ella entonces; se arrodilla.
-¡Cuánto verte sufrir me da congoja!
Per toca mi cuerpo, y con espanto
advertirás lo que calló mi boca.
¡Cual la nieve blanca,
cual la nieve fría,
es la que elegiste por tu esposa amada!

Con juvenil, con amoroso fuego,
estréchala él entonces en sus brazos.
-Yo te daré calor -dice-, aunque vengas
del sepulcro que hiela con su abrazo.
¡Aliento y beso cambiemos
en amorosa expansión!
¡Un volcán es ya tu pecho!

Préndelos el amor en firme lazo.
Lágrimas mezclan a su goce ardiente.
De un amado en la boca fuego sorbe
ella, y los dos a nada más atienden.
Con su fuego el joven
la sangre le incendia;
¡mas ningún corazón palpita en ella!

Por el largo pasillo, a todo esto,
la dueña de la casa se desliza;
detiénese a escuchar junto a la puerta,
y aquel raro rumor la maravilla.
Quejas y suspiros
de placer percibe;
¡los locos extremos del amor compartido!

Inmóvil junto al quicio permanece
la sorprendida vieja, y a su oído
llega el eco de ardientes juramentos
que su senil pudor hieren de fijo.
-¡Quieto, que el gallo cantó!
-¡Pero mañana a la noche!…
-¡Vendré, no tengas temor!

No puede ya la vieja contenerse;
la harto sabida cerradura abre.
-¿Quién es la zorra -grita- en esta casa
que al extranjero así se atreve a darse?
¡Fuera de aquí, en seguida!
Mas, ¡oh, cielos!, al punto reconoce
al fulgor de la lámpara a su hija.

De encubrir trata el frustrado joven
a su adorada con su propio velo,
o con aquel tapiz que a mano halla;
pero ella misma saca, altiva, el cuerpo.
Y con psíquica fuerza,
con un valor que asombra,
larga y lenta en el lecho se incorpora.

-¡Oh, madre! ¡Madre! -exclama-, ¿de este modo
esta noche tan bella me amargáis?
De este mi tibio nido, mi refugio
sin pizca de piedad ¿a echarme váis?
¿Os parece poco llevarme al sepulcro
al lograr apenas la flor de mis años?

Mas del sepulcro mal cerrado un íntimo
impulso liberóme; que los cantos
y preces de los curas, que acatáis,
para allí retenerme fueron vanos.
Contra la juventud, ¡agua bendita
de nada sirve, madre!
¡No enfría la tierra un cuerpo en que amor arde!

Mi prometido fuera ya este joven
cuando aún de Venus los alegres templos
erguíanse victoriosos. ¡La palabra
rompisteis por un voto absurdo, tétrico!
Mas los dioses no escuchan
cuando frustrar la vida de su hija
una madre cruel y loca jura.

Por vindicar la dicha arrebatada
la tumba abandoné, de hallar ansiosa
a ese novio perdido y la caliente
sangre del corazón sorberle toda.
Luego buscaré otro
corazón juvenil,
y así todos mi sed han de extinguir.

-¡No vivirás, hermoso adolescente!
¡Aquí consumirás tus energías!
¡Mi cadena te di; conmigo llevo
un rizo de tu pelo en garantía!
¡Míralo bien! ¡Mañana tu cabeza
blanca estará,
y tu cara, al contrario, estará negra!

Ahora, mi postrer ruego, ¡oh, madre! escucha:
¡Una hoguera prepara, en ella arroja
en sus llamas descanso al que ama, ofrece!
Cuando salte la chispa
y el escoldo caldee,
a los antiguos dioses tornaremos solícitas

El espejo de la Musa

 

Cierto día, temprano, cuando el empeño se adornó con impaciencia,
la Musa siguió la corriente del río,
hasta un rincón apartado y tranquilo.
Rápida y sonora fluía
la cambiante superficie distorsionada,
hacia sus figura encantadora que huía,
entonces la Diosa abandonó la ira.
Sin embargo, el arroyo la llamó burlándose:
¿No verás entonces la verdad en mi claro espejo?
Pero ella corría lejos, cerca del océano;
en su figura el regocijo alababa,
adornando debidamente su guirnalda.

Balada de Mignon

 

¿Conoces tú la tierra que al azahar perfuma
do en verde oscuro brillan naranjas de oro y miel,
donde no empaña el cielo caliginosa bruma
y entrelazados crecen el mirto y el laurel?
¿No la conoces? dime.
Es allí, es allí
donde anhelo ir contigo
a vivir junto a ti.

¿Conoces tú el palacio que un rey pomposo habita,
con pórtico y salones que alumbra tanta luz?
Y príncipes de mármol, que al verme: «¡Pobrecita!
diránme; ¿qué te has hecho? ¿de dónde vienes tú?»
Es allí, es allí
do quiero estar contigo
y vivir junto a ti.

¿Conoces tú aquel monte que une al abismo un puente,
que escalan las acémilas en lenta procesión,
donde retumba el trueno e hidrópico el torrente
se precipita altísimo con resonante son?
¿Conóceslo, oh maestro?
Por ahí, por ahí
anhelo irme contigo
a vivir junto a ti.

 

 

Versión de Rafael Pombo

La despedida

 

Esta clásica tierra felizmente me inspira;
pretérito y presente por igual me seducen.
De los antiguos sigo el consejo, y sus obras
con mano ansiosa hojeo, y siempre en ello gozo.
Mas Amor en la noche de otro modo me ocupa,
y por poco que aprenda doblemente me ufano.
Pero ¿es que aprendo poco contemplando las formas
de esta viva escultura que mis manos moldean?
Ahora es cuando comprendo al mármol; pues lo estudio
con ojos sensitivos y con manos videntes.
Y si del día la amada alguna hora me niega,
en cambio de la noche me las concede todas.
No todo se va en besos; que también conversamos,
y cuando le entra el sueño yo despierto medito.
Más de un poema, en sus brazos, he rimado, y a fe
que tecleando en su espalda suavemente, escandía
los latinos hexámetros. En tanto, ella en su plácido
sueño alentaba un soplo que mi sangre encendía.
Atizaba su antorcha Amor y recordaba
los tiempos en que al célebre triunvirato asistiera.

La violeta

 

En la pradera una violeta había
encorvada y perdida entre la yerba,
con todo y ser una gentil violeta.
Una linda pastora,
con leve paso y desenfado alegre,
llegó cruzando por el prado verde,
y este canto se escapa de su boca:

-¡Ay! Si yo fuera-la violeta dice-
la flor más bella de las flores todas…,
pero tan solo una violeta soy,
¡condenada a morir sobre el corpiño
de una muchacha loca!
¡Ah, mi reinado es breve en demasía;
tan solo un cuarto de hora!

En tanto que cantaba, la doncella,
sin fijarse en la pobre violetilla,
hollóla con sus pies hasta aplastarla.
Y al sucumbir, pensó la florecilla,
todavia con orgullo:

-Es ella, al menos,
quien la muerte me da con sus pies lindos,
no me ha sido del todo el sino adverso.

Crepúsculo

 

El crepúsculo descendió desde lo alto,
todo lo que estaba cerca, está ahora lejos,
aunque al principio se elevó
el fulgor del lucero de la tarde.
Todo se tambalea en lo incierto,
las nieblas cubren las alturas,
tinieblas de profunda oscuridad
alcanzan quedamente su reflejo sobre el lago.
Ahora en territorios del este,
siento el brillo y la incandescencia de la luna,
las ramas del sauce, finas como el cabello,
juegan en la corriente más próxima.
A través de juegos de sombras que se mueven,
tiembla la apariencia mágica de la luna.
Y a través de mi mirada el frío
se desliza suavemente hacia el interior de mi corazón.

¡La encontré!

 

Era en un bosque: absorto
pensaba andaba
sin saber ni qué cosa
por él buscaba.

Vi una flor a la sombra,
luciente y bella,
cual dos ojos azules,
cual blanca estrella.

Voya arrancarla, y dulce
diciendo la hallo:
«¿Para verme marchita
rompes mi tallo?»

Cavé en torno y toméla
con cepa y todo,
y en mi casa la puse
del mismo modo.

Allí volví a plantarla
quieta y solita,
y florece y no teme
verse marchita.

 

Versión de Rafael Pombo

La hermosa noche

 

Abandonar debo el chozo
donde vive mi adorada,
y con paso sigiloso
vago por la selva árida;
brilla la luna en la fronda,
alienta una brisa blanda,
y el abedul, columpiándose,
a ella eleva su fragancia.

¡Cómo me place el frescor
de la bella noche estiva!

¡Qué bien se siente aquí
lo que nos llena de dicha!

¡Trabajo cuesta decirlo!…

Y sin embargo, daría
yo mil noches como esta
por una junto a mi amiga.

Ergo bibamus

 

Unidos aquí estamos para una acción laudable;
por tanto, hermanos míos, arriba. Ergo bibamus!
Resuenen nuestros vasos y callen nuestras lenguas;
levantar vuestras almas muy bien. Ergo bibamus!

He aquí una sentencia tan vieja como sabia;
conserva su vigencia hoy lo mismo que antaño,
y un eco nos aporta de espléndidos festines,
esta jovial y grata consigna: Ergo bibamus!

Hoy he visto a mi dulce amada placentera;
al punto fui y me dije: «Bueno está. Ergo bibamus!»
Me acerqué sin recelo y ella me acogió bien.
Y entonces repetí mi alegre Ergo bibamus!

Mas lo mismo si os mima y os acaricia y besa,
que si nos niega adusta su corazón y brazos,
¿qué recurso nos queda, mientras no nos sonríe,
que de nuevo apelar al viejo Ergo bibamus!

De los amigos lejos cruel destino me lleva.
¡Oh fieles camaradas! ¿Qué hacer? Ergo bibamus!
Ya me marcho cargado con liviano bagaje;
quiere decir se impone un doble Ergo bibamus!

Y aunque a veces el cuerpo la carcoma nos roa,
nunca de la alegría vacío el tesoro hallamos;
que el alegre al alegre suele prestar rumboso,
así que, hermanos mios, ¡venga un Ergo bibamus!

Ahora bien: ¿qué debemos cantar en este día?
¡Yo tan sólo pensaba cantar Ergo bibamus!
Pero recuero ahora su especial importancia;
así que alzar las voces. De nuevo Ergo bibamus!

Este día se nos mete la dicha por la puerta;
resplandecen las nubes, tiembla el trigo dorado;
y una imagen divina brilla ante nuestros ojos;
así que alegremente cantad Ergo bibamus!

Johann Wolfgang von Goethe, Sacro Imperio Romano Germánico, 1749-1832