​«Poder reconocer como Beethoven que nosotros somos uno con el Creador es una vivencia maravillosa y venerable. Hay muy pocos hombres que lleguen a reconocerlo; por eso hay tan pocos compositores y espíritus creadores en todos los campos del esfuerzo humano.

Sobre todo ello pienso siempre antes de ponerme a componer. Es el primer paso. Cuando siento dentro de mí este anhelo, me giro en primer lugar directamente hacia mi Creador y le hago estas tres preguntas, que son tan importantes para nuestra vida en este mundo: ¿de dónde?, ¿por qué?, ¿hacia dónde?

Inmediatamente siento unas vibraciones que me invaden. Es el Espíritu que ilumina las fuerzas internas del alma, y en este estado de éxtasis veo claro lo que en mis estados de ánimo habituales es oscuro.

Entonces me siento capaz, como Beethoven, de dejarme inspirar desde arriba. Durante estos momentos, me hago cargo de la enorme importancia de aquella revelación suprema de Jesús: «Yo y el Padre somos uno».

Estas vibraciones toman la forma de unas imágenes mentales determinadas, después de haber expresado mi deseo y mi decisión referente a lo que quiero, es decir, de ser inspirado para componer algo que estimule y anime a la humanidad, algo que tenga un valor perdurable.

A continuación fluyen las ideas directamente de Dios».

Johannes Brahms y Dios