Cima de la delicia ¡Cima de la delicia! Todo en el aire es pájaro. Se cierne lo inmediato Resuelto en lejanía. ¡Hueste de esbeltas fuerzas! ¡Qué alacridad de mozo En el espacio airoso, Henchido de presencia! El mundo tiene cándida Profundidad de espejo. Las más claras distancias Sueñan lo verdadero. ¡Dulzura de los años Irreparables! ¡Bodas Tardías con la historia Que desamé a diario! Más, todavía más. Hacia el sol, en volandas La plenitud se escapa. ¡Ya sólo sé cantar!
Desnudo Blancos, rosas… Azules casi en veta, retraídos, mentales. Puntos de luz latente dan señales de una sombra secreta. Pero el color, infiel a la penumbra, se consolida en masa. Yacente en el verano de la casa, una forma se alumbra. Claridad aguzada entre perfiles, de tan puros tranquilos que cortan y aniquilan con sus filos las confusiones viles. Desnuda está la carne. Su evidencia se resuelve en reposo. Monotonía justa: prodigioso colmo de la presencia. ¡Plenitud inmediata, sin ambiente, del cuerpo femenino! Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino? ¡Oh absoluto presente!
Inferno

Ma tu perché ritorni a tanta noia? Dice Virgilio a Dante, «Inferno», I, 76.

Los destructores siempre van delante, Cada día con más poder y saña, Sin enemigo ya que los espante. Triunfa el secuestro con olor de hazaña, Que pone en haz la hez del bicho humano. Ni el más iluso al fin la historia engaña. El infierno al alcance de la mano.
Jorge Guillén, poeta, Valladolid, 1893-1984
Muerte a lo lejos

Je soutenais l’éclat de la mort toute pure. Paul Valéry

Alguna vez me angustia una certeza, Y ante mí se estremece mi futuro. Acechándolo está de pronto un muro Del arrabal final en que tropieza La luz del campo. ¿Mas habrá tristeza Si la desnuda el sol? No, no hay apuro Todavía. Lo urgente es el maduro Fruto. La mano ya lo descorteza. …Y un día entre los días el más triste Será. Tenderse deberá la mano Sin afán. Y acatando el inminente Poder diré sin lágrimas: embiste, Justa fatalidad. El muro cano Va a imponerme su ley, no su accidente.
Más verdad Sí, más verdad, Objeto de mi gana. Jamás, jamás engaños escogidos. ¿Yo escojo? Yo recojo La verdad impaciente, Esa verdad que espera a mi palabra. ¿Cumbre? Sí, cumbre Dulcemente continua hasta los valles: Un rugoso relieve entre relieves. Todo me asombra junto. Y la verdad Hacia mí se abalanza, me atropella. Más sol, Venga ese mundo soleado, Superior al deseo Del fuerte, Venga más sol feroz. ¡Más, más verdad!
Del transcurso Miro hacia atrás, hacia los años, lejos, Y se me ahonda tanta perspectiva Que del confín apenas sigue viva La vaga imagen sobre mis espejos. Aun vuelan, sin embargo, los vencejos En torno de unas torres, y allá arriba Persiste mi niñez contemplativa. Ya son buen vino mis viñedos viejos. Fortuna adversa o próspera no auguro. Por ahora me ahínco en mi presente, Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso. Ante los ojos, mientras, el futuro Se me adelgaza delicadamente, Más difícil, más frágil, más escaso.
Jorge Guillén, poeta, Valladolid, 1893-1984
En plenitud Después de aquella ventura Gozada, y no por suerte Ni error —mi sino es quererte, Ventura, como madura Realidad que me satura Si de veras soy— después De la ráfaga en la mies Que ondeó, que se rindió, Nunca el alma dice: no. ¿Qué es ventura? Lo que es.
Ars vivendi

Presentes sucesiones de difuntos Francisco de Quevedo

Pasa el tiempo y suspiro porque paso, aunque yo quede en mí, que sabe y cuenta, y no con el reloj, su marcha lenta —nunca es la mía— bajo el cielo raso. Calculo, sé, suspiro —no soy caso de excepción— y a esta altura, los setenta, mi afán del día no se desalienta, a pesar de ser frágil lo que amaso. Ay, Dios mío, me sé mortal de veras. Pero mortalidad no es el instante que al fin me privará de mi corriente. Estas horas no son las postrimeras, y mientras haya vida por delante, serás mis sucesiones de viviente.
Ya se acortan las tardes Ya se acortan las tardes, ya el poniente Nos descubre los más hermosos cielos, Maya sobre las apariencias velos Pone, dispone, claros a la mente. Ningún engaño en sombra ni en penumbra, Que a los ojos encantan con matices Fugitivos, instantes muy felices De pasar frente al sol que los alumbra. Nos seduce este cielo de tal vida, El curso de la gran Naturaleza Que acorta la jornada, no perdida Si hacia la luz erguimos la cabeza. Siempre ayuda la calma de esta hora, Lenta en su inclinación hasta lo oscuro, Y se percibe un ritmo sobre el muro Que postrero fulgor ahora dora. Este poniente sin melancolía Nos sume en el gran orden que nos salva, Preparación para alcanzar el alba, También serena aunque mortal el día.
Perfección Queda curvo el firmamento, Compacto azul, sobre el día. Es el redondeamiento Del esplendor: mediodía. Todo es cúpula. Reposa, Central sin querer, la rosa, A un sol en cénit sujeta. Y tanto se da el presente Que al pie caminante siente La integridad del planeta.
Las doce en el reloj Dije: Todo ya pleno. Un álamo vibró. Las hojas plateadas Sonaron con amor. Los verdes eran grises, El amor era sol. Entonces, mediodía, Un pájaro sumió Su cantar en el viento Con tal adoración Que se sintió cantada Bajo el viento la flor Crecida entre las mieses, Más altas. Era yo, Centro en aquel instante De tanto alrededor, Quien lo veía todo Completo para un dios. Dije: Todo, completo. ¡Las doce en el reloj!
Tarde mayor

Libre nací y en libertad me fundo. Miguel de Cervantes

Tostada cima de una madurez, Esplendiendo la tarde con su espíritu Visible nos envuelve en mocedad. Así te yergues tú, para mis ojos Forma en sosiego de ese resplandor, Trasluz seguro de la luz versátil. Si aquellas nubes tiemblan a merced, Un día, de un estrépito enemigo, Mescolanza de súbito voraz, Oscurecidos y desordenados Penaremos también. Y no habrá alud Que nos alcance en la ternura nuestra. Esos árboles próceres se ahíncan Dedicando sus troncos al cénit, A un cielo sin crepúsculos de crimen. Si tal fronda perece fulminada, Rumoroso otra vez igual verdor Se alzará en el olvido del tirano. Y pasará el camión de los feroces. Castaños sin Historia arrojarán Su florecilla al suelo —blanquecino. Un ámbito de tarde en perfección Tan desarmada humildemente opone, Por fin venciendo, su fragilidad A ese desbarajuste sólo humano Que a golpes lucha contra el mismo azul Impasible, feroz también, profundo. Fugaz la Historia, vano el destructor. Resplandece la tarde. Yo contigo. Eterna al sol la brisa juvenil.
Desnudo Blancos, rosas… Azules casi en veta, retraídos, mentales. Puntos de luz latente dan señales de una sombra secreta. Pero el color, infiel a la penumbra, se consolida en masa. Yacente en el verano de la casa, una forma se alumbra. Claridad aguzada entre perfiles, de tan puros tranquilos que cortan y aniquilan con sus filos las confusiones viles. Desnuda está la carne. Su evidencia se resuelve en reposo. Monotonía justa: prodigioso colmo de la presencia. ¡Plenitud inmediata, sin ambiente, del cuerpo femenino! Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino? ¡Oh absoluto presente!

La sangre al río

Llegó la sangre al río. Todos los ríos eran una sangre, Y por las carreteras De soleado polvo —O de luna olivácea— Corría en río sangre ya fangosa Y en las alcantarillas invisibles El sangriento caudal era humillado Por las heces de todos. Entre las sangres todos siempre juntos, Juntos formaban una red de miedo. También demacra el miedo al que asesina, Y el aterrado rostro palidece, Frente a la cal de la pared postrera, Como el semblante de quien es tan puro Que mata. Encrespándose en viento el crimen sopla. Lo sienten las espigas de los trigos, Lo barruntan los pájaros, No deja respirar al transeúnte Ni al todavía oculto, No hay pecho que no ahogue: Blanco posible de posible bala. Innúmeros, los muertos, Crujen triunfantes odios De los aún, aún supervivientes. A través de las llamas Se ven fulgir quimeras, Y hacia un mortal vacío Clamando van dolores tras dolores. Convencidos, solemnes si son jueces Según terror con cara de justicia, En baraúnda de misión y crimen Se arrojan muchos a la gran hoguera Que aviva con tal saña el mismo viento, Y arde por fin el viento bajo un humo Sin sentido quizá para las nubes. ¿Sin sentido? Jamás. No es absurdo jamás horror tan grave. Por entre los vaivenes de sucesos —Abnegados, sublimes, tenebrosos, Feroces— La crisis vocifera su palabra De mentira o verdad, Y su ruta va abriéndose la Historia, Allí mayor, hacia el futuro ignoto, Que aguardan la esperanza, la conciencia De tantas, tantas vidas.

Hacia el final Llegamos al final, A la etapa final de una existencia. ¿Habrá un fin a mi amor, a mis afectos? Sólo concluirán Bajo el tajante golpe decisivo. ¿Habrá un fin al saber? Nunca, nunca. Se está siempre al principio De una curiosidad inextinguible Frente a infinita vida. ¿Habrá un fin a la obra? Por supuesto. Y si aspira a unidad, Por la propia exigencia del conjunto. ¿Destino? No, mejor: la vocación Más íntima.
El mar es un olvido… El mar es un olvido, una canción, un labio; el mar es un amante, fiel respuesta al deseo. Es como un ruiseñor, y sus aguas son plumas, impulsos que levantan a las frías estrellas. Sus caricias son sueños, entreabren la muerte, son lunas accesibles, son la vida más alta. Sobre espaldas oscuras las olas van gozando.
Mis manos y mis labios y mis ojos… Mis manos y mis labios y mis ojos rehacen con creciente embeleso próximo al éxtasis, activo sin embargo, un incesante viaje de reconocimiento que a la vez descubre tanta comarca donde nunca es tarde: Aurora permanente sobre cimas y valles. Entre las combas y las sombras de tu hermosura no me pierdo, y tu nombre claro proyecta luz muy personal sobre tu cuerpo, que está en mi amor y fuera de su mágico radio secreto. Y a esa tu vida, más allá, bajo sol y luna me entrego, toda tú estás conmigo, nuestro doble futuro yo lo quiero.
Y los ojos prometen… Y los ojos prometen mientras la boca aguarda. Favorables, sonríen. ¡Cómo íntima, callada! Henos aquí. Tan próximos. ¡Qué oscura es nuestra voz! La carne expresa más. Somos nuestra expresión. De una vez paraíso, con mi ansiedad completo. La piel reveladora se tiende al embeleso. ¡Todo en un sólo ardor se iguala! Simultáneos apremios me conducen por círculos de rapto. Pero más, más ternura trae la caricia. Lentas, las manos se demoran, vuelven, también contemplan.
Los fieles amantes Noche mucho más noche: el amor ya es un hecho. Feliz nivel de paz extiende el sueño como una perfección todavía amorosa. Bulto adorable, lejos ya, se adormece, y a su candor en la isla se abandona, animal por ahí, latente. ¡Qué diario Infinito sobre el lecho de una pasión: costumbre rodeada de arcano. ¡Oh noche, más oscura en nuestros brazos!
El hondo sueño Este soñar a solas… ¡Si tu vida de pronto amaneciese ante mi espera! ¿Por dónde voy cayendo? Primavera, mientras, en tomo mío dilapida su olor y se me escapa en la caída. ¡Tan solitariamente se acelera -y está la noche ahí, variando fuera- la gravedad de un ansia desvalida! Pero tanto sofoco en el vacío cesará. Gozaré de apariciones que atajarán el vergonzante empeño de henchir tu ausencia con mi desvarío. ¡Realidad, realidad, no me abandones para soñar mejor el hondo sueño!
Cima de la delicia ¡Cima de la delicia! Todo en el aire es pájaro. Se cierne lo inmediato resuelto en lejanía. ¡Hueste de esbeltas fuerzas! ¡Qué alacridad de mozo en el espacio airoso, henchido de presencia! El mundo tiene cándida profundidad de espejo. Las más claras distancias sueñan lo verdadero. ¡Dulzura de los años irreparables! ¡Bodas tardías con la historia que desamé a diario! Mas, todavía más. Hacia el sol, en volandas la plenitud se escapa. ¡Ya sólo sé cantar!
Jorge Guillén, poeta, Valladolid, 1893-1984