Al pintor que me ha de retratar

 

Discípulo de Apeles,
si tu pincel hermoso
empleas por capricho
en este feo rostro,
no me pongas ceñudo,
con iracundos ojos,
en la diestra el estoque
de Toledo famoso,
y en la siniestra el freno
de algún bélico monstruo,
ardiente como el rayo,
ligero como el soplo;
ni en el pecho la insignia
que en los siglos gloriosos
alentaba a los nuestros,
aterraba a los moros;
ni cubras este cuerpo
con militar adorno,
metal de nuestras Indias,
color azul y rojo;
ni tampoco me pongas,
con vanidad de docto,
entre libros y planos,
entre mapas y globos.

Reserva esta pintura
para los nobles locos,
que honores solicitan
en los siglos remotos;
a mí, que sólo aspiro
a vivir con reposo
de nuestra frágil vida
estos instantes cortos
la quietud de mi pecho
representa en mi rostro,
la alegría en la frente,
en mis labios el gozo.

Cíñeme la cabeza
con tomillo oloroso,
con amoroso mirto,
con pámpano beodo;
el cabello esparcido,
cubriéndome los hombros,
y descubierto al aire
el pecho bondadoso;
en esta diestra un vaso
muy grande, y lleno todo
de jerezano néctar
o de manchego mosto;
en la siniestra un tirso,
que es bacanal adorno
y en postura de baile
el cuerpo chico y gordo,
o bien junto a mi Filis,
con semblante amoroso,
y en cadenas floridas
prisionero dichoso.

Retrátame, te pido,
de este sencillo modo,
y no de otra manera,
si tu pincel hermoso
empleas, por capricho,
en este feo rostro.

No basta que en su cueva se encadene

 

No basta que en su cueva se encadene
el uno y otro proceloso viento,
ni que Neptuno mande a su elemento
con el tridente azul que se serene,

ni que Amaltea el fértil campo llene
de fruta y flor, ni que con nuevo aliento
al eco den las aves dulce acento,
ni que el arroyo desatado suene.

En vano anuncias, verde primavera,
tu vuelta de los hombres deseada,
triunfante del invierno triste y frío.

Muerta Filis, el orbe nada espera,
sino niebla espantosa, noche helada,
sombras y sustos como el pecho mío.

Renunciando al amor y a la poesía lírica con motivo de la muerte de Filis

 

Mientras vivió la dulce prenda mía,
amor, sonoros versos me inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste,
y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas ¡ay! que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tu admiraste,
al punto sin imperio en mi te hallaste,
y hallé falta de ardor a mi talía.

Pues no borra su ley la parca dura,
a quien el mismo jove no resiste,
olvido el pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste,
y junto a filis tengan sepultura
tu flecha inútil y mi lira triste.

Todo lo muda el tiempo, Filis mía

 

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas;
ya transforma los valles en montañas,
y apone un campo donde un mar había.

Él muda en noche opaca el claro día,
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios las cabañas,
y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,
detiene al mar y viento enfurecido,
postra al lén y rinde al bravo toro.

Solo una cosa al tiempo denodado
ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
y es el constante amor con que te adoro.

A la muerte de Filis I

 

Mientras vivió la dulce prenda mía,
Amor, sonoros versos me inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste,
y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas, ay, que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tú admiraste,
al punto sin imperio en mí te hallaste,
y hallé falta de ardor a mi Talía.

Pues no borra su ley la Parca dura
(a quien el mismo Jove no resiste),
olvido el Pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste,
y junto a Filis tengan sepultura
tu flecha inútil y mi lira triste.

A la muerte de Filis II

 

En lúgubres cipreses
he visto convertidos
los pámpanos de Baco
y de Venus los mirtos;
cual ronca voz del cuervo
hiere mi triste oído
el siempre dulce tono
del tiempo jilguerillo;
ni murmura el arroyo
con delicioso trino;
resuena cual peñasco
con olas combatido.
En vez de los corderos
de los montes vecinos
rebaños de leones
bajar con furia he visto;
del sol y de la luna
los carros fugitivos
esparcen negras sombras
mientras dura su giro;
las pastoriles flautas,
que tañen mis amigos,
resuenan como truenos
del que reina en Olimpo.
Pues Baco, Venus, aves,
arroyos, pastorcillos,
sol, luna, todos juntos
mirad me compasivos,
ya la ninfa que amaba
al infeliz Narciso,
mandad que diga al orbe
la pena de Dalmiro.

A la primavera

 

No basta que en su cueva se encadene
el uno y otro proceloso viento,
ni que Neptuno mande a su elemento
con el tridente azul que se serene;

ni que Amaltea el fértil campo llene
de fruta y flor, ni que con nuevo aliento
al eco den las aves dulce acento,
ni que el arroyo desatado suene.

En vano anuncias, verde primavera,
tu vuelta de los hombres deseada,
triunfante del invierno triste y frío.

Muerta Filis, el orbe nada espera,
sino niebla espantosa, noche helada,
sombras y susto como el pecho mío.

Sobre el anhelo con que cada uno trabaja para lograr su objetivo

 

Pierde tras el laurel su noble aliento
el héroe joven en la atroz milicia;
supúltase en el mar por su avaricia
el necio, que engañaron mar y viento.

Hace prisión su lúgrube aposento
el sabio por saber; y por codicia
el que al duro metal de la malicia
fio su corazón y su contento.

Por su cosecha sufre el sol ardiente
el labrador, y pasa noche y día
el cazador de su familia ausente.

Yo también llevaré con alegría
cuantos sustos el orbe me presente,
sólo por agradarte, Filis mía.

Idilio anacreóntico a Batilo I

 

Ya veis cuál viene, amantes, mi pastora
de bulliciosos céfiros cercada,
la rubia trenza suelta, y adornada
por sacras manos de la misma flora.

Ya veis su blanco rostro que enamora
su vista alegre y sonreír que agrada
su hermoso pecho, celestial morada
del corazón a quien el mío adora.

Oís su voz, y el halagüeño acento;
y al ver y oír que sólo a mí me quiere,
con envidia miráis la suerte mía.

Ni veis ni oís el mísero tormento
con que mil veces su rigor me hiere,
la envidia en compasión se trocaría.

Idilio anacreóntico a Batilo II

 

Ya no verán, oh tormes,
tus áridas orillas
los manes de galeno
y del estagirista.
Alza la anciana frente
tanto tiempo oprimida,
y esparce por el campo
desde hoy jovial la vista.
¿No ves como se acercan
con música divina
a tus arenas sacras
el gusto y la alegría?
en torno de ellas vuelvan
los juegos y las risas,
cerca vienen las musas,
del gran febo seguidas.
En medio de aquel carro,
¿no ves cómo camina
un joven, de quien tiene
ganímedes envidia?
¿no escuchas que al acento
de su süave lira
las nueve musas cantan
y el verde prado pisan?
para adornar sus sienes
y cabellos que brillan
más que el oro que llega
de las lejanas indias,
tejiendo van guirnaldas;
y de flora las ninfas
para tejerle flores
van y vienen a prisa.
Pues ese mismo joven
es por quien tus orillas
verán llegar las gracias,
el gusto y la alegría,
huyendo de sus voces
y célica armonía
los manes de galeno
y del estagirista.

Anacreóntica III

 

¿quién es aquél que baja
por aquella colina,
la botella en la mano,
en el rostro la risa,
de pámpanos y hiedra
la cabeza ceñida,
cercado de zagales,
rodeado de ninfas,
que al son de los panderos
dan voces de alegría,
celebran sus hazañas,
aplauden su venida?
sin duda será baco,
el padre de las viñas.
Pues no, que es el poeta
autor de esta letrilla.

Al estilo magnífico de Don Nicolás Fernández de Moratín en sus composiciones heroicas

 

El semidiós que alzándose a la cumbre
del alto olimpo, prueba la ambrosía
entre la muchedumbre
de Dioses en la mesa del tonante,
y en copa de diamante
purpúreo néctar bebe
al son de la armonía
de los astros que en torno al cielo mueve;
si desciende algúndía
al mundo, le fastidian los manjares
del huerto, viña, campo, monte y mares.
Desde que el campo elíseo al tierno orfeo
oyó cantar su amor en tono blando,
y el ardiente deseo
de volver a lograr su dulce esposa
(cuya lira amorosa,
mientras duró sonando,
de sísifo y de tántalo un momento
paré todo el tormento),
ya no se admira cuando
algún mortal, al verse en tal delicia,
las gracias canta a su deidad propicia.
Quien vio surcado el mar, minas, gigantes,
sangrientas amazonas, gente extraña
y límites distantes
(de humana audacia no, mas sí del mundo)
y el piélago profundo
hiende con ancha nave;
volviendo rico a españa,
en el tranquilo hogar vivir no sabe,
desprecia la cabaña,
la barca y red que le ocupó primero
antes que fuese osado marinero.
El joven que una vez del tracio marte,
de pálidos cadáveres cercado,
tremoló el estandarte,
y en el carro triunfal fue conducido,
en su patria aplaudido
con bélico trofeo
y júbilo aclamado;
por volver a la lid arde en deseo,
y desdeña el arado,
hijo, esposa, padre, mesa y lecho;
sólo el guerrero honor le llena el pecho.
Y el que al divino moratín oyere
los metros que el timbreo Dios le inspira,
y el brío con que hiere
la cítara de píndaro sagrada,
ya nunca más le agrada
la humana voz ni sones
de otra cualquiera lira,
por más que suenen ínclitas canciones
que necio el vulgo admira.
Canta, pues, entre todos el primero,
y calle ercilla, herrera, horacio, homero.
Canción, dile a mi amigo
que me falta el aliento;
y que cuando cantar su gloria intento,
callo mil veces más de lo que digo.

Filis doliente (oda)

 

Si el cielo está sin luces
el campo está sin flores
los pájaros no cantan
los arroyos no corren
no saltan los corderos
no bailan los pastores
los troncos no dan frutos
los ecos no responden…
Es que enfermó mi filis
y está suspenso el orbe.

Sobre el anhelo con que cada uno trabaja para lograr su objeto

 

El héroe joven en la atroz milicia;
supúltase en el mar por su avaricia
el necio, que engañaron mar y viento.
Hace prisión su lúgrube aposento
el sabio por saber; y por codicia
el que al duro metal de la malicia
fio su corazón y su contento.
Por su cosecha sufre el sol ardiente
el labrador, y pasa noche y día
el cazador de su familia ausente.
Yo también llevaré con alegría
cuantos sustos el orbe me presente,
sólo por agradarte, Filis mía.

Letrillas satíricas imitando el estilo de Góngora y Quevedo

 

Llame locura al amor,
ya lo veo;
pero que no se enloquezca
cuando otro humor prevalezca,
no lo creo.
Que una doncella guardada
esté del mundo apartada,
ya lo veo;
pero que no muera ella
por salir de ser doncella,
no lo creo.
Que un filósofo muy grave
diga que de amor no sabe,
ya lo veo;
pero que no mienta el sabio
con el pecho y con el labio,
no lo creo.
Que una moza admita un viejo
por marido o por cortejo,
ya lo veo;
mas que el viejo en confusiones
no dé por cuernos doblones,
no lo creo.
Que un amante abandonado
diga que está escarmentado,
yalo veo;
pero que él no se desdiga
si encuentra grata a su amiga,
no lo creo.
Que una vieja ya se asombre
hasta del nombre del hombre
ya lo veo;
pero que ella no quisiera
ser de edad menos severa,
no lo creo.
Que una mujer a su amante
jure ser siempre constante,
ya lo veo;
pero que se pase un día
y ella quiera todavía,
no lo creo.
Que de todas las mujeres
no importen los pareceres,
ya lo veo;
pero de que la que amamos
el parecer no sigamos,
no lo creo.
Que la mujer, cual cristal,
la quiebre un soplo fatal,
ya lo veo;
pero que pueda soldarse
si una vez llega a quebrarse,
no lo creo.
Que al espejo las coquetas
estudien mil morisquetas,
ya lo veo;
pero que sea el cristal
el objeto principal,
no lo creo.
Que bastante he murmurado
en lo que está criticado,
ya lo veo;
pero que mucho no pueda
criticarse en lo que pueda,
no lo creo.
Que la novia moza y linda
al novio viejo se rinda,
ya lo veo;
pero que crea el barbón
que ella rinde el corazón,
no lo creo.

Epigrama. epitafio de un celoso

 

Este difunto era esposo
y los celos le mataron
de ejemplar tan horroroso
los demás escarmentaron
y ya ninguno es celoso.

Ya veis cual viene, amantes, mi pastora

 

Ya veis cual viene, amantes, mi pastora
de bulliciosos céfiros cercada,
la rubia trenza suelta, y adornada
por manos sacras de la misma Flora.

Ya veis su blanco rostro que enamora;
su vista alegre y sonreír que agrada,
su hermoso pecho, celestial morada
del corazón a quien el mío adora.

Oís su voz y el halagüeño acento
y al ver y oír que sólo a mí me quiere,
con envidia miráis la suerte mía.

Mas si vierais el mísero tormento
con que mil veces su rigor me hiere
la envidia en compasión se trocaría.

Casamiento de Venus (epigrama)

 

Venus alegre y mocita
vulcano viejo y celoso
marte amigo del esposo…
¡Ay que boda tan bonita!
Dalmiro. José Cadalso.

Unos pasan, amigo

 

Unos pasan, amigo,
estas noches de enero
junto al balcón de cloris,
con lluvia, nieve y hielo;
otros la pica al hombro,
sobre murallas puestos,
hambrientos y desnudos,
pero de gloria llenos;
otros al campo raso,
las distancias midiendo
que hay de venus a marte,
que hay de mercurio a venus;
otros en el recinto
del lúgubre aposento,
de newton o descartes
los libros revolviendo;
otros contando ansiosos
sus mal habidos pesos,
atando y desatando
los antiguos talegos.
Pero acá lo pasamos
junto al rincón del fuego,
asando unas castañas,
ardiendo un tronco entero,
hablando de las viñas,
contando alegres cuentos,
bebiendo grandes copas,
comiendo buenos quesos;
y a fe que de este modo
no nos importa un bledo
cuanto enloquece a muchos,
que serían muy cuerdos
si hicieran en la corte
lo que en la aldea hacemos.

Epitafio de un amante (epigrama, quintilla)

 

El que está aquí sepultado
porque no logró casarse
murió de pena acabado
otros mueren de acordarse
de que ya los han casado.

Oda sáfico adónica. a la nave en que se embarcó Ortelio en Bilbao para Inglaterra

 

A la nave en que se embarcó Ortelio en Bilbao para Inglaterra
ya deja ortelio la paterna casa,
ya le recibes, navecilla humilde,
ya queda lejos la jamás domada
cántabra gente.
Nave que llevas tan amable vida,
céfiro grato llévete sereno,
hasta que pongas a la amiga costa
áncora firme.
Alce Neptuno el húmido tridente,
abra las ondas para darte paso,
salgan en coros ninfas y tritones
para guiarte.
Ni toques costa, ni movible arena,
ni sople hinchado contra tu velamen,
gúmena y jarcia, desde el alto polo
hórrido norte.
Las naves altas de cañón tremendo,
con la bandera del amado carlos,
no te abandonen al atroz pirata
que África cría.
Ni temas golpes de la suerte aleve.
Yo pido al cielo para ti bonanza,
y al que le ruega por su dulce amigo,
Júpiter oye.

A Meléndez (octava)

 

Cuando Laso murió, las nueve hermanas
lloraron con tristísimo gemido:
destemplaron sus liras soberanas,
que sólo daban fúnebre sonido:
gimieron más las musas castellanas,
temiéndose entregadas al olvido.
Mas Febo dijo: «aliéntese el parnaso.
Meléndez nacerá, si murió Laso».

José Cadalso y Vázquez de Andrade, Cádiz, 1741-1782

​Letrillas satíricas

 

Que un sabio de mal humor
llame locura al amor,
ya lo veo;
pero que no se enloquezca
cuando otro humor prevalezca,
no lo creo.

Que una doncella guardada
esté del mundo apartada,
ya lo veo;
pero que no muera ella
por salir de ser doncella,
no lo creo.

Que un filósofo muy grave
diga que de amor no sabe,
ya lo veo;
pero que no mienta el sabio
con el pecho y con el labio,
no lo creo.

Que una moza admita un viejo
por marido o por cortejo,
ya lo veo;
mas que el viejo en confusiones
no dé por cuernos doblones,
no lo creo.

Que un amante abandonado
diga que está escarmentado,
ya lo veo;
pero que él no se desdiga
si encuentra grata a su amiga,
no lo creo.

Que una vieja ya se asombre
hasta del nombre del hombre
ya lo veo;
pero que ella no quisiera
ser de edad menos severa,
no lo creo.

Que una mujer a su amante
jure ser siempre constante,
ya lo veo;
pero que se pase un día
y ella quiera todavía,
no lo creo.

Que de todas las mujeres
no importen los pareceres,
ya lo veo;
pero de que la que amamos
el parecer no sigamos,
no lo creo.

Que la mujer, cual cristal,
la quiebre un soplo fatal,
ya lo veo;
pero que pueda soldarse
si una vez llega a quebrarse,
no lo creo.

Que al espejo las coquetas
estudien mil morisquetas,
ya lo veo;
pero que sea el cristal
el objeto principal,
no lo creo.

Que bastante he murmurado
en lo que está criticado,
ya lo veo;
pero que mucho no pueda
criticarse en lo que pueda,
no lo creo.

Que la novia moza y linda
al novio viejo se rinda,
ya lo veo;
pero que crea el barbón
que ella rinde el corazón,
no lo creo.

​Naturaleza absorta en este día

 

Naturaleza absorta en este día
contempla el precursor que del futuro
abriendo el escondido seno oscuro
trajo al linaje humano la alegría.

Los seres solemnizaron a porfía
la paz universal que muy más puro
tornó el placer y el bien muy más seguro
cumpliéndose la excelsa profecía.

También celebran el placer sabroso
que fundad, ¡oh Juan!, en la esperanza
de nueva prole, cual su madre hermosa.

Treparán por su cuello delicioso
y ella alegre por ver su semejanza
posteridad donare numerosa.

​A Venus

 

Madre divina del alado niño,
oye mis ruegos, que jamás oíste
otra tan triste lastimosa pena
como la mía.

Baje tu carro desde el alto Olimpo
entre las nubes del sereno cielo,
rápido vuelo traiga tu querida
blanca paloma.

No te detenga con amantes brazos
Marte, que deja su rigor al verte,
ni el que por muerte se llamó tu esposo
sin merecerlo.

Ni las delicias de las sacras mesas,
cuando a los Dioses llenos de ambrosía,
alegre brinda Jove con la copa
de Ganimedes.

Ya el eco suena por los altos techos
del noble alcázar, cuyo piso huellas,
lleno de estrellas, de luceros lleno
y tachonado.

Cerca del ara de tu templo, en Pafos,
entre los himnos que tu pueblo dice,
este infelice tu venida aguarda:
baja volando.

Sobre tus aras mis ofrendas pongo,
testigo el pueblo, por mi voz llamado,
y concertado con mi tono el suyo
te llaman madre.

Alzo los ojos al verter el vaso
de leche blanca y el de miel sabrosa;
ciño con rosas, mirtos y jazmines
esta mi frente.

Ya, Venus, miro resplandor celeste
bajar al templo; tu belleza veo;
ya mi deseo coronaste, ¡oh madre,
madre de amores!

Vírgenes tiernas, niños y matronas,
ya Venus llega, vuestra Diosa viene;
el aire suene con alegres himnos,
júbilo santo.

Sobre el poder del tiempo

 

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas:
ya transforma los valles en montañas,
ya pone un campo donde un mar había.

El muda en noche opaca el claro día,
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios en cabañas,
y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,
detiene el mar y viento enfurecido,
postra al león y rinde al bravo toro.

Sola una cosa al tiempo denodado
ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
y es el constante amor con que te adoro.

Remitiendo a un poeta joven las poesías de Garcilaso con algunos versos míos

 

Si mis ásperos metros yo te envío
con dulces versos del divino laso,
no juzgues que el orgullo necio mío
me finja que le iguale en el parnaso.
Lo hago porque juntas quiero darte
con prendas de mi amor, reglas del arte.

Epigrama a Júpiter, Neptuno y Plutón

 

Ufanos con el gobierno
del infierno, cielo y mar
los tres Dioses no han de estar.
Amor con ser niño tierno
a los tres sabe mandar.

Probando que la ausencia no siempre es remedio contra el amor

 

Cuatro tomas de ausencia recetaron
a un enfermo de amores los doctores;
el enfermo sanó de sus amores,
y los doctores sabios se mostraron.

Otros mil ejemplares confirmaron
de la nueva receta los primeros;
los astros conocieron mis dolores,
y sin duda sanarme proyectaron.

Me dieron de recetas tan divina
cincuenta tomas (que tomé con tedio),
pero más me agravó la medicina,

pues tan opuesto al fin fue aqueste medio,
que agonizando mi alma, se imagina
me matará el remedio sin remedio.

José Cadalso y Vázquez de Andrade, Cádiz, 1741-1782

Injuria el poeta al amor

 

Amor, con flores ligas nuestros brazos;
los míos te ofrecí lleno de penas,
me echaste tus guirnaldas más amenas,
secáronse las flores, vi los lazos,
y vi que eran cadenas.
Nos guías por la senda placentera
al templo del placer ciego y propicio;
yo te seguí, más viendo el artificio,
el peligro y tropel de tu carrera,
vi que era un precipicio.
Con dulce copa, al parecer sagrada,
al hombre brindas, de artificio lleno;
bebí; quemóse con su ardor mi seno;
con sed insana la dejé apurada
y vi que era veneno.
Tu mar ofrece, con fingida calma,
bonanza sin escollo ni contagio;
yo me embarqué con tan falaz presagio,
vi cada rumbo que se ofrece al alma,
y vi que era un naufragio.
El carro de tu madre, ingrata Diosa,
vi que tiraban aves inocentes;
besáronlas mis labios imprudentes,
el pecho me rasgó la más hermosa
y vi que ran serpientes.
Huye, amor, de mi pecho ya sereno,
tus alas mueve a climas diferentes,
lleva a los corazones imprudentes
cadenas, precipicios y veneno,
naufragios y serpientes.

De la timidez natural de los hombres

 

¡A cuánto susto el cielo te condena,
oh género mortal, flaco y cuitado!
Se espantan unos en el mar salado
y tiembla otros cuando Jove truena.

Otros si el eco del león resuena,
otros cuando el magnate está irritado,
otros cuando en la cárcel han pasado
días y noches tristes con cadena.

Yo sólo discurrí no temblaría
al trueno, ni al león, ni al poderoso,
ni a la prisión, ni a todo el orbe entero.

Mas se engañó mi débil fantasía:
el rostro de mi Filis desdeñoso
me cubre de terror, temblando muero.

Sáficos adónicos a Venus

 

¡Madre divina del alado niño!,
oye mis ruegos, que jamás oíste
otra tan triste, lastimosa pena
como la mía.
Baje tu carro desde el alto olimpo,
entre las nubes del sereno cielo,
rápido vuelo traiga tu querida,
blanca paloma.
No te detenga con amantes brazos
marte, que deja su rigor al verte;
ni el que por suerte se llamó tu esposo
sin merecerlo;
ni las delicias de la sacra mesa,
cuando a los Dioses, lleno de ambrosía,
brinda alegría Jove con la copa
de Ganímedes;
y el eco suena por los techos altos
del noble alcázar, cuyo piso huellas
lleno de estrellas, de luceros y astros
luz soberana.
Cerca del ara de tu templo en pafos
entre los himnos que tu pueblo dice
este infelice tu venida aguarda.
¡Baja volando!
sobre tus aras mis ofrendas pongo,
testigo el pueblo, por mi voz llamado;
y concertado con mi tono el suyo,
llámate madre.
Alzo los ojos al verter el vaso
de leche blanca y el de miel sabrosa
ciño con rosa, mirtos y jazmines
esta mi frente.
Mi palomita con la blanca pluma,
aún no tocada por pichón amante
pongo delante de tu simulacro
no la deseches.
Ya, venus, miro resplandor celeste
bajar al templo: tu belleza veo.
Ya mi deseo coronaste, madre,
¡madre de amores!
vírgenes tiernas, niñas y matronas,
ya venus llega: vuestra Diosa viene:
el aire suene con alegres himnos
júbilo santo.
Humo sabeo salga de las urnas,
dulces aromas que agradarla suelen,
ámbares vuelen, tantos que a la excelsa
bóveda toquen.
Pueblo de amantes, que a mi voz acudes,
a venus pide que a mi ruego atienda,
y que a mi prenda la pasión inspire,
cual yo la tengo.
Coro de niñas
¡reina de chipre, Diosa de Citeres!,
tú que a los Dioses y a los hombres mandas,
¿por qué no ablandas a la dura Cloris?,
¡mándalo, Venus!
coro de niños
¡reina de pafos y de amores Diosa!,
tú que las almas llenas de placeres,
¿por qué no quieres que Dalmiro triunfe?,
¡mándalo, Venus!
primera niña
como la rosa
agradecida
da mil aromas
al amoroso
céfiro blando
cuando la halaga
y la rodea,
primer niño
haz que reciba
en su regazo
cloris afable
al que la adora.
Coro de niños
¡reina de pafos y de amores Diosa!,
tú que las almas llenas de placeres,
¿por qué no quieres que Dalmiro triunfe?,
¡mándalo, Venus!
segunda niña
como la yedra
halla en el olmo
vínculo firme
cuando la abraza,
segundo niño
haz que a su amante
plácido rostro
ponga la ninfa
cuando la vea;
pábulo nuevo
halle su llama
en su querida,
dulce zagala.
Coro de niñas
¡reina de chipre, Diosa de citeres!,
tú que a los Dioses y a los hombres mandas,
¿por qué no ablandas a la dura Cloris?,
¡mándalo, Venus!

Con motivo de haber encontrado en salamanca un nuevo poeta de exquisito gusto, particularmente en las composiciones tiernas

 

Ya no verán, ¡oh Tormes!,
tus áridas orillas
los manes de galeno
y del estagirita.
Alza la anciana frente
tanto tiempo oprimida,
y esparce por el campo
desde hoy jovial la vista.
¿No ves como se acercan
con música festiva
a tus arenas sacras
el gusto y la alegría?
en torno de ellas vuelan
los juegos y las risas,
cerca vienen las musas,
del gran febo seguidas.
En medio de aquel coro,
¿no ves cómo camina
un joven, de quien tiene
ganímedes envidia?
¿no escuchas que al acento
de su süave lira
las nueve musas cantan
y el verde prado pisan?
para adornar sus sienes
y cabellos, que brillan
más que el oro, tributo
de las lejanas indias,
tejiendo van guirnaldas;
y de flora las ninfas,
para traer las flores,
van y vienen a prisa.
Pues ese mismo joven
es por quien tus orillas
verán llegar las gracias,
el gusto y la alegría,
huyendo de sus voces
y célica armonía
los manes de galeno
y del estagirita.

Oda pindárica de Dalmiro a Moratín

 

¡Ay, si cantar pudiera
los hijos de los Dioses, lira de hombre,
y, cual trompa guerrera
de altísona armonía,
que ambos polos atónitos asombre,
resonase la mía,
hijo de febo, joven prodigioso,
cuál se alzara mi numen orgulloso!
se alzara por regiones,
astros, esferas, mundos; y a su acento
las célicas mansiones
eco sacro darían,
y los Dioses del alto firmamento
a escucharme vendrían.
Anfión y orfeo no triunfaron tanto
del mar y hórrido reino del espanto.
Creyéndome inspirado
para cantar tus loores dignamente,
mandándomelo el hado,
las musas castellanas,
con lauro coronándome la frente,
vendrían más ufanas
que las de tebas, cuando el Dios del día
a píndaro portentos influía.
La cítara lesbiana,
que con marfil y pulso a trinar hecho
tañe tu diestra ufana,
en vano dulce amigo
para cantarte aplico al blando pecho:
no resuena conmigo
como en tu mano armónica resuena,
de pompa, majestad y gloria llena.
Resuena, cual solía
la de salicio y títiro en lo blando
la dulce lira mía.
Parezco al imitarte
pastor que con su avena va imitando
la trompa atroz de marte,
que el céfiro se ríe y se recrea
y la purpúrea rosa se menea.
Con lascivos arrullos
y los pájaros juntan su armonía,
y el río sus murmullos
siempre manso y tranquilo;
cuando el mundo de horrores temblaría,
del orinoco al nilo,
si las ruedas del carro resonaran,
y de marte la trompa acompañaran.
Fatíganme en lo interno
furias, trasgos y manes, que aparecen
del horrísono infierno
y báratro profundo;
y sol y luna y astros se obscurecen,
y se anonada el mundo
rompiéndose ambos polos con estruendo,
y el caos primero, tímido, estoy viendo.
Cuménides atroces
su fuego en torno esparcen con silbido
y horrendísimas voces,
con víboras, serpientes
y culebras el pelo entretejido:
los brazos relucientes
con lóbrega vislumbre tan siniestra,
que sólo espectros y fantasmas muestra.
La envidia las conmueve
sacándolas del centro del abismo,
y con ardid aleve
en mi pecho las hunde
con fiero ardor contra mi amigo mismo,
porque mil celos funde,
cuando la fama te aclamó poeta
con el son inmortal de su trompeta.
«Conque permite el hado»
me dice en ronco son la horrible dea
«que perezca olvidado
tu nombre con tu verso,
y que de moratín la musa sea
la que del universo
haga sonora el uno y otro polo
con cítara que envidie el mismo apolo».
Dijo, y su pecho lleno
de áspides ponzoñosos y rencores,
me arrojó su veneno.
ArDiose el pecho mío,
cual seca mies del rayo a los ardores
vibrada en el estío;
tu nombre aborrecí con triste ceño,
cual esclavo la mano de su dueño.
Mas la amistad sagrada
con su cándida túnica desciende
de la empírea morada,
de virtudes un coro
la cerca y con su manto te defiende.
Su carro insigne de oro
deslumbra y ciega al monstruo que me irrita,
y al centro del horror le precipita.
Mirándome la Diosa
con faz serena y plácida hermosura,
dejó mi alma gozosa,
cual esparce alegría
rosada aurora tras la noche oscura,
dando consuelo el día,
desde el lejano, lúcido horizonte,
al hombre, al bruto, al ave, al campo, al monte.
Mi frente que arrugada
de mi alma mostró el crüel tormento,
con mano regalada
alzó, diciendo: «vive
con amigo tan ínclito contento;
como tuyo recibe
el justo aplauso y lírica corona
que le da olimpo, iberia y helicona,
aquellos que yo he unido
con mis vínculos gratos y celestes,
después que hayan cumplido
los días de sus hados,
cástor y pólux, pílades y orestes,
a olimpo son llevados;
y júpiter, llenando mi deseo,
eternos viven píroto y teseo.
Deja a las corvas almas
la sátira y rencor, y tus laureles
junta a las sacras palmas
de moratín divino.
No temen los amigos, si son fieles,
las iras del destino,
y al lado de sus versos asombrosos
se admirarán los tuyos amorosos.
A él le ha dado apolo
la cítara de píndaro sonante,
para que cante él solo
de carlos las hazañas
oyendo desde el punto más distante,
américas y españa,
coronado en cada una de las zonas
y sus virtudes más que sus coronas.
Y el hijo suyo digno
(prole que a españa dio próspero el cielo)
y aquel rostro benigno
de luisa parmesana,
de quien castilla aguarda su consuelo,
belleza más que humana;
y de gabriel y luis las prendas tales,
que serán con sus versos inmortales.
Y por probarse a veces
cantará de la patria y sus varones
heroicas altiveces.
Escúchale entonando
sagrados himnos, líricas canciones,
y estándole escuchando
suspenso el cielo, quedan sin empleo
espada, rayo, lira y caduceo.
Para él es digno asunto
lo de méxico, cuzco y de pavía,
y numancia y sagunto,
san quintín y lepanto,
y de almansa y brihuega el claro día
¡feliz a españa tanto!.
Pero tú, canta céfiros y flores,
arroyos, campos, ecos y pastores»,
dijo, y fuese volando,
dejando mi alma llena de consuelo.
Y un rastro fue dejando
de clara luz sagrada,
desde la humilde tierra al alto cielo;
su corona estrellada
en torno por el aire difundía
etéreo olor de líquida ambrosia.

Sobre el anhelo

 

Pierde tras el laurel su noble aliento
el héroe joven en la atroz milicia;
sepúltase en el mar por su avaricia
el necio, que engañaron mar y viento.

Hace prisión su lúgubre aposento
el sabio, por saber, y por codicia
el que al duro metal de la malicia
fio su corazón y su contento.

Por su cosecha sufre el sol ardiente
el labrador, y pasa noche y día
el cazador de su familia ausente.

Yo también llevaré con alegría
cuantos sustos el orbe me presente,
sólo por agradarte, Filis mía.

Conversión a la Filosofía (séptimas)

 

Llegose a mí con el semblante adusto,
con estirada ceja y cuello erguido
(capaz de dar un peligroso susto
al tierno pecho del rapaz cupido),
un animal de los que llaman sabios,
y de este modo abrió sus secos labios:
no cantes más de amor. Desde este día
has de olvidar hasta su necio nombre;
aplícate a la gran filosofía;
sea tu libro el corazón del hombre .
Fuese, dejando mi alma sorprendida
de la llegada, arenga y despedida.
¡Adiós, filis, adiós! no más amores,
no más requiebros, gustos y dulzuras,
no más decirte halagos, darte flores,
no más mezclar los celos con ternuras,
no más cantar por monte, selva y prado
tu dulce nombre al eco enamorado;
no más llevarte flores escogidas,
ni de mis palomitas los hijuelos,
ni leche de mis vacas más queridas,
ni pedirte ni darte ya más celos,
ni más jurarte mi constancia pura,
por venus, por mi fe, por tu hermosura.
No más pedirte que tu blanca diestra
en mi sombrero ponga el fino lazo,
que en sus colores tu firmeza muestra,
que allí le colocó tu airoso brazo;
no más entre los dos un albedrío,
tuyo mi corazón, el tuyo mío.
Filósofo he de ser, y tú, que oíste
mis versos amorosos algún día,
oye sentencias con estilo triste
o lúgubres acentos, filis mía,
y di si aquél que requebrarte sabe,
sabe también hablar en tono grave.

A un aragonés (epigrama)

 

En la cabeza le dio
un palo juan a ginés
¿y rompióselo? al revés.
El palo se le rompió.
Ginés era aragonés.

Canción

 

Sigue con dulce lira
el metro blando y amoroso acento
que el gran febo te inspira:
pues venus te da aliento
y el coro de las musas te oye atento.
Sigue, joven gracioso,
de mirto, grato a venus, coronado,
y quedara enviDioso
aquel siglo dorado
por lasos y villegas afamado.
Dichosa la zagala
a quien le sea dado el escucharte,
pues tu musa la iguala
con la Diosa de marte;
tal es la fuerza de tu ingenio y arte.
Aunque más dura sea
que mármoles y jaspes de granada,
cual otra galatea,
o sea más helada
que fuente por los yelos estancada.
Al punto que te oyere,
te ofrecerá su cándido regazo;
si tu voz prosiguere,
te estrechará su brazo;
y amor aplaudirá tan dulce lazo.
Y las otras pastoras
de envidia correrán por selva y prado,
y verá la que adoras
el triunfo que ha ganado
por haber tus ternezas escuchado.
Mas, ¡ay de aquellos necios
que intenten competir con tu blandura!
sólo hallarán desprecios
de aquella hermosura
que una vez escuchare tu dulzura.
Dirán su rabia y celos
en el bosque más lóbrego metidos,
injuriando a los cielos;
y oyendo sus gemidos,
responderán las fieras con bramidos.
La entrada del averno
parecerá aquel bosque desdichado;
y do tu metro tierno
hubiere resonado,
el campo que a los buenos dará el hado.
Pasó mi primavera
(¡los años gratos al amor y a febo
quién revocar pudiera!)
y a juntar no me atrevo
mi voz cansada con tu aliento nuevo.
Si no, yo cantaría
al tono de tu lira mis amores;
y al tono de la mía
cantaras, entre flores,
atónitas las aves y pastores.
Sigue, sigue cantando,
no pierdas tiempo de la edad florida:
que yo voy acabando
mi fastiDiosa vida
en milicia y en corte mal perdida.
En alas de la fama
tus versos llegarán a mis oídos.
Si la trompa me llama
a los moros vencidos
o a los indios de apache embravecidos,
o al antártico polo,
llevando las banderas del gran carlos,
dirame siempre apolo
tus versos, y a escucharlos
acudirán las gentes y a alabarlos.
Ni el estrépito horrendo
de neptuno, que ofrece muerte impía,
ni de marte el estruendo
turbará el alma mía,
si suena en mis oídos tu armonía.
Aun cuando dura parca
mayores plazos a mi vida niegue,
y en la fúnebre barca
por la estigia navegue
y a las delicias del elíseo llegue;
oiré cuando catulo,
a la sombra de un mirto recostado,
con propercio y tibulo,
lea maravillado
los versos que tu musa te ha dictado,
cuando acudan ansiosos
laso y villegas al sonoro acento,
repitiendo enviDiosos:
«¡qué celestial portento!,
¿a quién ha dado apolo tanto aliento!».
Yo, que seré testigo
de tu fortuna, que tendré por mía,
diré: «Yo fui su amigo,
y por tal me tenía,
gozando yo su amable compañía».
Haranme mil preguntas,
puesto en medio de todos: «¿de quién eres?,
¿y cuántas gracias juntas?,
¿y a cuál zagala quieres?,
¿y cómo baila cuando el plectro hieres?».
Y con igual ternura
que el padre cuenta de su hijo amado
la gracia y hermosura,
y se siente elevado
cuando le escuchan todos con agrado,
responderé contando
tu nombre, patria, genio y poesía:
y asombraranse cuando
les diga tu elegía
a la memoria de la Filis mía.

Letrillas pueriles de Dalmiro

 

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.
Glosa
catorce años tengo,
ayer los cumplí,
que fue el primer día
del florido abril;
y chicas y chicos
me suelen decir:
«¿Por qué no te casan,
mariquilla, di?».
De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.
Y a fe, madre mía,
que allá en el jardín,
estando a mis solas,
despacio me vi
en el espejito
que me dio en Madrid
las ferias pasadas
el mi primo luis.
De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.
Mireme y mireme
cien veces y mil,
y dije llorando:
«¡ay pobre de mí!,
¿por qué se malogra
mi dulce reír
y tierna mirada?».
¡Ay niña infeliz!
de amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.
Y luego en mi pecho
una voz oí,
cual cosa de encanto,
que empezó a decir:
«¿la niña soltera
de qué ha de servir?
la vieja casada
aun es más feliz».
De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.
Si por ese mundo
no quisiereis ir
buscándome un novio,
dejádmelo a mí,
que yo hallaré tantos
que pueda elegir,
y de nuestra calle
yo no he de salir.
De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.
Al lado vive uno
como un serafín,
que la misma misa
que yo suele oír.
Si voy sola, llega
muy cerca de mí;
y se pone lejos
si también venís.
De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.
Me mira, le miro.
Si me vio le vi,
se pone más rojo
que el mismo carmín.
Y si esto le pasa
al pobre, decid:
«¿qué queréis, mi madre,
que me pase a mí?»
de amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto
vereisme morir.
Enfrente vive otro,
taimado y sutil,
que suele de paso
mirarme y reír.
Y disimulado
se viene tras mí,
y a ver dónde llego
me suele seguir.
De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.
Otro hay que pasea
con aire gentil
la calle cien veces,
y aunque diga mil,
y a nuestra criada
la suele decir:
«Bonita es tu ama,
¿te habla de mí?».
De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

José Cadalso y Vázquez de Andrade, Cádiz, 1741-1782
Resumen
José Cadalso y Vázquez de Andrade, Cádiz, 1741-1782
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José Cadalso y Vázquez de Andrade, Cádiz, 1741-1782
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