​Canción de los aceituneros

A José María Chacón

 

Aceituneros del pío-pío,
muertos de hambre
y muertos de frío.

El zagalejo encarnado,
ciñe tu cuerpo arrecido.

—¿Mocita, quieres bailar
en medio de los olivos?

Yo cogeré tu tarea
y tu bailarás conmigo.

¡Vente chiquilla hacia los olivos!

Hoy cuando demos de mano,
quisiera bailar contigo.

—¿Mocita, quieres cantar
debajo de los olivos?

Yo tocaré la guitarra
y tú cantarás bajito.

¡Vente chiquilla hacia los olivos!

Aceituneros del pío-pío,
muertos de hambre
y muertos de frío.

Campo – Álamos

 

Álamos negros
junto al arroyo fresco.

Álamos blancos
junto al arroyo claro.

Álamos blancos
y negros,
cogidos del brazo,
van cantando
al son de la brisa,
por el arroyo abajo.

Campo – Estelas

 

Almendros en flor.

La primavera
se acerca.

Cerezos en flor.

La primavera
está plena.

Granados en flor.

Ya se aleja
la primavera.

Ambiente

 

El barco es más barco
en alta mar,
entre las olas
y el huracán.

Y el águila, en el aire
sabe mejor mirar,
embistiendo a las nubes
que le impiden volar.

Rompe los zancos
y comienza a andar,
sobre la tierra,
sobre la tierra de verdad.

Así es

 

Porque siempre esté la puerta abierta
y sólo esperen ver siluetas.

Porque la luz camine desnuda
y la vistan de sombras mudas.

Porque lleva la mar en su frente
y la resaca no le hiere.

Porque si en tierra hunde su cabeza
sacan luego una calavera.

Se permiten dudar
de la isla y del oasis.

Canción

 

Bogaba por alta mar
un marinero en su barca,
velas eran sus deseos,
y su pensamiento, el viento.

Si yo fuera marinero
sólo tendría en mi pecho
una hélice y un remo.

Como marinero no soy,
cuando me embarque en el mar
sólo llevaré el recuerdo
del ritmo de los remeros.

Campo – Cañada

A Federico García Lorca

 

Ladera
cubierta de hierba.

Arroyo
sin fondo.

Un lentisco
extiende sus ramas
en círculo.

El mirlo
se deja caer
con un vuelo rítmico
y clava su flecha negra
en un plano
verde, liso.

Retamas
de filamentos grises
erguidos.

Piedras
con moho amarillo.

Una cabra
y sus dos cabritillos
transponen el viso.

El silencio gira
buscando un ruido.

Cuando nos miramos

 

Mi cabeza inclinada sobre el aire
miraba su cabeza hecha amor por mis ojos
cuando de sus cabellos
saltaban las abejas para dejar su miel
en los labios resecos y sin esperanzas
en los labios hundidos bajo las palabras
llenas de amor y sangre.

Nuestras cabezas acaban por perderse
envueltas en las nubes
la mía inclinada sobre el aire
la suya hecha amor por mis ojos.

Sse

 

He perdido
la memoria de los siglos;
sólo conservo alientos
de papiros añejos.

Y tengo la nostalgia de mí mismo
de cuando sabios eran mis consejos,
del tiempo en que mi olor
no era el de museo.

No puedo resistir
ver correr de mis ojos
arenales de lágrimas
formados por escombros.

Yo perdí la noción del calendario
y de días microbios,
pero continuaré mi papel de hierático,
con sonrisa de insomnio,
en este film inacabado.

Mi voz, mi signo indescifrado,
no lo busquéis en el presente,
buscadlo en el pasado.

Dolor

 

Cuerda de guitarra
que se rompe
al templarla.

La punta de la flecha
fue untada
de tristeza.

Gira la estrella
en el vacío,
y deja deslumbrada
la caverna.

Silencio de silencio.

Ni abriendo nuevos cauces
al momento,
quita sus letanías
del desierto desierto.

El sentimiento
se vuelve más espeso.

Calma

A Luis Buñuel

 

¿Dónde se acaba el mar?
¿Dónde comienza el cielo?
¿Los barcos van flotando,
o remontan el vuelo?

Se perdió el horizonte,
en el juego mimético
del cielo y de las aguas.

Se fundió el movimiento,
en un solo color
azul, el azul quieto.

Se funden los colores;
se apaga el movimiento.

Un solo color queda;
no existe barlovento.

¿Dónde se acaba el mar?
¿Dónde comienza el cielo?

Madrugada

 

Los olivos
por la mañana
dan sombra blanca.
El suelo se cubre
de una gasa
de escarcha.
Y el pegujal
se tapa
con gotas de agua.

Nuestro amor en el arco iris

 

Nuestros cabellos flotan en la curva del aire
y en la curva del agua flota un barco pirata
que lleva en su cubierta entre cercos de brea
tus miradas de ámbar y el ámbar de tus manos.

Nuestros cabellos flotan en aire enrojecido
mientras su cuerpo pende hecha color su carne
de los siete colores tendidos en un arco
sobre el cielo de hule herido por sus ojos.

¿Por qué siempre rehúyes el encerrar tu carne
en mi carne cuajada de flores y de heridas
abiertas con puñales en madrugadas blancas
llegadas del desierto entre nubes de polvo?

Nuestros cabellos flotan en la curva del aire
envueltos entre ráfagas de crímenes violentos
y manos inocentes quieren lavar la sangre
derramada en la tierra por el primer amor.

Pasión sin límites

 

Vuela mi corazón
unido con los pájaros
y deja entre los árboles
un invisible rastro
de alegría y de sangre.

Las gotas de rocío
se helaron en las manos
abiertas y floridas
de los enamorados
perdidos en la brisa.

Vuela mi corazón,
mi corazón atado
con cadenas de estrellas
a la sombra de un árbol
atado con cadenas
y con cantos de pájaros.

El fuego calcina nuestras carnes

 

Este brazo de fuego
quemaba mi costado
recubierto de brotes
plenos de savia verde
cuando tu cabellera
fue de piedra en el viento
y mis sueños se abrían
en pétalos de carne.

Estos aires de fuego
derretirán la nieve
lejana de los polos
al cuajar en el árbol
nuestros dos corazones.

Campo – Sementera

A Manuel Altolaguirre

 

El gañán
ve encender
la candela del cielo,
al amanecer.

Llega a la besana
y empieza a devanar
el ovillo de la tierra.

De vez en cuando canta.

Yunto. Yunto.
Al abrir el surco,
la tierra se besa
y se queda quieta.

Yunto. Yunto.

El gañán sigue devanando
su madeja,
pero nunca se acaba.

De vez en cuando canta.

Yunto. Yunto.

¡Pero nunca se acaba!

Elegía del rocío

 

Una gota
de agua,
engendra un sol,
sobre las hojas
del pegujal,
después de la rociada.

Una gota de agua,
qué poco es
y qué pronto se acaba.

Canción final

A Rafael Alberti

 

Y qué se me importa a mí,
que la helada se deshiele.

Y qué se me importa a mí,
que los pájaros no vuelen.

Y que los barcos mas barcos,
solo por la mar naveguen.

Si tengo en ciernes un campo
de margaritas de nieve.

Elegía posible

 

Yo solo me embarqué,
adónde llegaré?

Si el globo se perdiera,
caería, en qué tierra?

Si el barco naufragara,
me hundiría, en qué agua?

Yo solo me embarqué,
nadie sabe porqué.

¡Pero yo sí lo sé!

Ya no me besas

 

Un viento inesperado hizo vibrar las puertas
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.

El fuego calcinaba nuestros labios de piedra
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.

Aquella fue la última vez que nos encontramos,
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.

El rumbo de los barcos era desconocido
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.

Aquella fue la última noche que nuestros labios
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.

Huyendo del destino

 

En medio de este hueco redondo y transparente
que me persigue siempre a través de la tierra
retumban los hachazos que separan las ramas
brotadas en el tronco de mármol patinado
por el humo de pólvora y la luz de la luna
filtrada entre los dedos de tus manos de nieve.

Tus brazos recogían en sus siete colores
la lluvia de mi frente y la espuma del agua
perdiéndose en las aguas tu cabellera rubia
mientras que tu cabeza flotaba entre las olas
verde entre verdes algas con los labios abiertos
por la caricia última de mis labios de fuego.

Campo-Sequía

A Luis Buñuel

 

Los árboles negros,
cruzan
sus ramas,
pidiendo
un poco de agua.

Los árboles negros,
clavan
su mirada,
en el cielo.

A los árboles negros,
no les cae agua,
y casi secos,
fijan sus ojos
en la tierra sin jugo
y sin aliento.

Mi corazón perdido

 

En su cuerpo de espuma nacían las espigas
que en ráfagas de viento llenan con sus rumores
mi corazón perdido en el mar de su lengua
mi corazón hallado en medio del desierto
por cadenas de voces en oasis de sangre.

Mi corazón perdido busca entre sus encajes
la llama que devore las ansias de su sombra
y las nieves que bajen de las altas montañas.

Erótica imprevista

 

Hundido entre juncales,
eludí la pasión
de la mujer sin carne.

Eludí la pasión,
dentro de mi ramaje
y sin quererlo yo.

Perdida entre arenales
la mujer, ya voló
mi carne con su carne.

José María Hinojosa Lasarte, Málaga, 1904−1936

Así es

 

Porque siempre esté la puerta abierta
y sólo esperen ver siluetas.

Porque la luz camine desnuda
y la vistan de sombras mudas.

Porque lleva la mar en su frente
y la resaca no le hiere.

Porque si en tierra hunde su cabeza
sacan luego una calavera.

Se permiten dudar
de la isla y del oasis.

Puerto

 

Quedó la noche vacía
y no obstante estaba llena
de siluetas y misterios.

Fuimos palpando en su frente
todos nuestros pensamientos.

Quedó la noche vacía
aún con los barcos del puerto,
¿de dónde será este barco
y quiénes sus marineros?

Quedó la noche vacía,
¿y dónde irá este velero?
¿qué mares desgarrará,
y qué vientos?

El mar crujía la luz
del faro, en el antepuerto.

Cogidas de las cinturas
que sus ritmos habían hecho,
las canciones marineras
iban recorriendo el puerto,
y salían por alta mar
entre las olas de viento.

Quedó la noche vacía
de cantos de marineros.

Cuando nos miramos

 

Mi cabeza inclinada sobre el aire
miraba su cabeza hecha amor por mis ojos
cuando de sus cabellos
saltaban las abejas para dejar su miel
en los labios resecos y sin esperanzas
en los labios hundidos bajo las palabras
llenas de amor y sangre.

Nuestras cabezas acaban por perderse
envueltas en las nubes
la mía inclinada sobre el aire
la suya hecha amor por mis ojos.

Confesión de medianoche

 

Yo no temo las luces indecisas,
yo no pido perdón por mis pecados,
no me importa llevar en mi cabeza
una corona de espinosas manos
que estrujen con sus dedos mi cerebro
y rocíen mi sangre por los llanos
estériles del mundo. Ni me importa
que vengan o no vengan golondrinas
a llevarse en sus picos enlazados
las coronas de dedos espinosos
que oprimen mi cerebro atormentado.

Mi alegría

 

Vino a mí en espiral,
con vuelo de mañana,
su voz hecha sonrisa
de lucero del alba.

Mi sangre baña el río
en aleteo de agallas;
queda el cuerpo sin sangre
y oye la voz del alba.

Está mi cuerpo frío
ya tendido en la playa,
y huyendo de la luz
desaparece el alba.

Su voz hecha sonrisa
vino a mí en espiral;
mi gesto sin aristas
fue a ella en espiral.

Campo – siembra

 

Sobre la tierra,
cae la simiente,
que lleva en su cuerpo,
el germen
de la vida,
latente.

La tierra
se mueve.
En el ovario
de Dánae ardiente,
Zeus,
deposita el semen,
que transforma
el grano en verde.

Y la tierra
crece.

29º 27’6″ Lat. n – 5º 48’3″ long. e

 

De todos los horizontes
brotaron poemas nuevos,
que vinieron a juntarse
en la Rosa de los Vientos,
y cada poema trajo
el recuerdo de su cielo.

La rosa de los vientos

 

Para picotear sobre mi fría palma
bajan aleteando las estrellas
y la Osa Mayor no será nunca blanca
porque ha olvidado su pasión mimética.

Han puesto colgaduras encaladas
para borrar los huecos de mis huellas,
mujeres negras que habitan mi casa.
Sólo han brotado de mi barco velas.

Mientras oteo curvos horizontes
en el balcón de escarcha tempranera,
veo llegar el humo desde Londres,
que amarillo nació en las chimeneas
y, cano ya, me llama a grandes voces
y pregunta con gesto anacoreta
por la senda que lleva al Polo Norte.

Encogiendo mis hombros hechos niebla
yo le regalo un alfabeto Morse.

Siempre bella

 

Precisamente porque estaba sola
tendida en una rama de la noche
no quise vadear el arco iris
para unir en un beso nuestras voces.

Ella guardaba dentro de sus ojos
una pareja de palomas blancas,
ella tenía dentro de sus párpados
la nieve derretida de sus lágrimas.

Esta noche de seda, cómo cruje
y se hace toda ecos, a mi paso,
ocultando en sus pliegues las palabras
que escapan sin querer de nuestros labios.

Precisamente porque estaba sola
yo me había disuelto con el aire,
dejó volar aquel par de palomas.

Unidos por la luz

 

Bajo una misma luz
están nuestras cabezas.

Tu corazón y el mío
cantan sobre las piedras
cuando la noche oculta
los rugidos de fieras.

¿Tu corazón y el mío eran sólo de arena?

Por el desierto arrastran los camellos sus penas
y llevan en sus ojos oasis de palmeras.

¿Tú corazón y el mío
eran sólo de arena?

Por el desierto arrastran
los camellos sus penas
y llevan en sus ojos
oasis de palmeras.

¿Tu corazón y el mío
eran sólo de arena?

Nuestras sombras unidas
florecen en la tierra.

¿Por qué no?

 

Bañábase en la playa
sin corazón
y sin el velo de la desposada.

Y tenía su cuerpo,
sin corazón,
por la arena salada recubierto.

Tendida sobre el aire,
sin corazón,
comenzó a despojarse de su carne.

¿Y el corazón?
Los peces lo llevaban,
mar adentro, colgado de sus alas.

Sencillez

 

Los dedos de la nieve
repiquetearon
en el tamboril
del espacio.

Parábolas de nubes
forman un halo
de cristal,
sobre el monte nevado.

Una línea
y un plano.

Quiero poner mi vista
sólo en el espacio,
que es sencillo
y a la vez complicado.

José María Hinojosa Lasarte, Málaga, 1904−1936