Inspiración y gracia

 

Nada hay perfecto en mí, sino las cosas
que son apenas mías:
el relámpago puro,
la centella infinita.
Todo me es dado en gracia:
gracia humana o divina.
La riqueza mejor de mis riquezas
es mi riqueza gratuita.
Riqueza no ganada: plenitud sin esfuerzo.
Maestría
que se me entró desnuda
como el viento o el sol, por las rendijas
mal cerradas del alma; luz robada;
música no aprendida;
rosa de otros jardines
que la mano de Dios, porque Él lo quiso,
puso en mi pecho mientras yo dormía.

Inspiración y Gracia:
todo lo que hay en mí claro y perfecto
vino a mí, sin esfuerzo, en la alegría
del sol de la mañana
cuando yo estaba de rodillas.

Todo, de vuelta, lo encontré en mi mesa:
servido el pan y el agua,
la lámpara encendida…

Nunca salí al encuentro de las cosas:
y las cosas mejores
me fueron concedidas.

¡Señor: yo te bendigo
por todas mis riquezas gratuitas!

A Cristo crucificado

 

Cuerpo llagado de amores,
yo te adoro y te sigo
Señor de los Señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la cruz contigo,
quiero en la vida seguirte,
y por sus caminos irte alabando
y bendiciéndote,
y bendecirte sufriendo,
y muriendo, bendecirte.

Quiero Señor en tu encanto
tener mis sentidos presos,
y unido a tu cuerpo Santo,
mojar tu rostro con llanto,
secar tu llanto con besos.
Señor, aunque no merezco
que Tú escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido
escucha lo que te ofrezco,
y escucha lo que te pido:

A ofrecerte, Señor vengo mi ser,
mi vida, mi amor, mi alegría, mi dolor´
cuanto puedo y cuanto tengo
cuanto me has dado, Señor,
y a cambio de este alma llena de amor
que vengo a ofrecerte, dame una vida serena
y una muerte santa y buena…

Ante el Cristo de la Buena Muerte

 

¡Cristo de la Buena Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada como una rosa,
sobre el blanco cuerpo inerte
que en el madero reposa.
¿Quién pudo de tal manera
darte esta noble y severa
majestad llena de calma?
No fue una mano: fue un alma
la que talló tu madera.
Fue, Señor, que el que tallaba
tu figura, con tal celo
y con tal ansia te amaba,
que, a fuerza de amor, llevaba
dentro del alma el modelo.
Fue, que, al tallarte, sentia
un ansia tan verdadera,
que en arrobos le sumía
y cuajaba en la madera
lo que en arrobos veía.
Fue que ese rostro, Señor,
y esa ternura al tallarte,
y esa expresión de dolor,
más que milagros del arte,
fueron milagros de amor.
Fue, en fin, que ya no pudieron
sus manos llegar a tanto,
y desmayadas cayeron…
¡y los ángeles te hicieron
con sus manos, mientras tanto!

Por eso a tus pies postrado;
por tus dolores herido
de un dolor desconsolado;
ante tu imagen vencido
y ante tu Cruz humillado,
siento unas ansias fogosas
de abrazarte y bendecirte,
y ante tus plantas piadosas,
quiero decirte mil cosas
que no se cómo decirte…
¡Frente que, herida de amor,
te rindes de sufrimientos
sobre el pecho del Señor
como los lirios que, en flor,
tronchan, al paso, los vientos!
Brazos rígidos y yertos,
por tres garfios traspasados
que aquí estais; por mis pecados
para recibirme, abiertos,
para esperarme, clavados.
¡Cuerpo llagado de amores,!
yo te adoro y yo te sigo;
yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la cruz contigo.
Quiero en la vida seguirte,
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo,
y muriendo bendecirte.

Quiero, Señor, en tu encanto
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con Ilanto,
secar tu llanto con besos.
Quiero, en santo desvarío,
besando tu rostro frio,
besando tu cuerpo inerte,
llamarte mil veces mio…
¡Cristo de la Buena Muerte!

Y Tú, Rey de las bondades,
que mueres por tu bondad
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades
que es sobre toda verdad.
Que mi alma, en Ti prisionera
vaya fuera de su centro
por la vida bullanguera;
que no le Ileguen adentro
las algazaras de fuera;
que no ame la poquedad
de cosas que, van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;
que no turbe mi conciencia
la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio;
que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu Ciencia y tu Luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:
de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos,
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.

Señor, aunque no merezco
que tu escuches mi quejido;
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido:
A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegria, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.
Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena.
¡Cristo de la Buena Muerte!

Belleza serena

 

Única turbación y melodía
de tu belleza toda en paz lograda,
la fuga musical de tu mirada,
sobre la sabia y pura geometría

de tu cuerpo sin tacha, es una fuente
con dos chorros de luz, que habla de cosas
lejanas y de estrellas misteriosas
más allá de la Forma y del Presente.

Ciega, por eso, mi alma te desea
como una estatua, porque así, hecha idea,
nada turbe tu plástica armonía;

y así, ya sin lejanas alusiones,
como el jazmín serena al mediodía,
tu perfección serene mis pasiones.

Entre los geranios rosas…

 

¡Entre los geranios rosas,
una mariposa blanca!

Así me gritó la niña,
la de las trenzas doradas:
-corre a verla, corre a verla,
que se te escapa.

Por los caminos regados
del oro nuevo del alba,
corrí a los geranios rosas,
¡y ya no estaba!

Volví entonces a la niña,
la de las trenzas doradas.
«No estaba ya», iba a decirle.
pero ella tampoco estaba.
A lo lejos, ya muy lejos,
se oían sus carcajadas.

Ni ella ni la mariposa;
todo fue una linda trama.

El jardín se quedó triste
en la alegría del alba,
y yo solo por la sola,
calle de acacias.

Y esto fue mi vida toda:
una voz que engañó el alma,
un correr inútilmente,
una inútil esperanza…

¡Entre los geranios rosas,
una mariposa blanca!

In memoriam

 

La Navidad sin ti, pero contigo.
Como el volver a ser
cuando empieza a nacer
verde de vida y de memoria, el trigo.

Porque tú no estás lejos.
No sé si es que te veo o que te escucho.
Me iluminan, me templan tus reflejos.
Voy hacia ti… No puedo tardar mucho.

Pagando estrellas por salario
te escondes en la barbas torrenciales de Dios.
Recuerdo el ritmo lento de tu horario.
Humilde en la infinita paciencia del rosario:
y en la fe penetrante de tu voz.

Y el belén de su Amor,
como tú lo ponías.
Tú, la niña mayor,
la flor más pura de las flores mías,.

Como es la luz del río
y el canto es de la fuente:
este cariño ardiente
es todo tuyo, a fuerza de tan mío.

Oración

 

Yo sé que estás conmigo, porque todas
las cosas se me han vuelto claridad:
porque tengo la sed y el agua juntas
en el jardín de mi sereno afán.

Yo sé que estás conmigo, porque he visto
En las cosas tu sombra, que es la paz;
Y se me han aclarado las razones
de los hechos humildes, y el andar
por el camino blanco, se me ha hecho
un ejercicio de felicidad.

No he sido arrebatado sobre nubes
ni he sentido tu voz, ni me he salido
del prado verde donde suelo andar…
¡otra vez, como ayer, te he conocido
por la manera de partir el pan.

Oración a la luz

 

Señor: yo sé que en la mañana pura
de este mundo, tu diestra generosa
hizo la luz antes que toda cosa
porque todo tuviera su figura.

Yo sé que se refleja la segura
línea inmortal del lirio y de la rosa
mejor que la embriagada y temerosa
música de los vientos en la altura.

Por eso yo celebro en el frío
pensar exacto a la verdad sujeto
y en la ribera sin temblor del río;

por eso yo te adoro, mudo y quieto:
y por eso, Señor, el dolor mío
por llegar hasta Ti se hizo soneto.

Resignación

 

Por eso, Dios y Señor,
porque por amor me hieres,
porque con inmenso amor
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres.

Porque sufrir es curar
las llagas del corazón;
porque sé que me has de dar
consuelo y resignación
a medida del pesar;

por tu bondad y tu amor,
porque lo mandas y quieres,
porque es tuyo mi dolor…,
¡bendita sea, Señor,
la mano con que me hieres!

Revelación

 

¡Cómo volaba el pensamiento mío!…
Fue un dulce anochecer. Se adivinaba
por su rumor, bajo la peña, el río,
y la mano del viento preludiaba
un aria triste en el pinar sombrío.
Como una bruma de melancolía,
no sé qué dulce calma bienhechora
pasó rozando con el alma mía…
Tú que en mí estás, mujer, a toda hora,
¡nunca has estado en mí como aquel día!…

Quise gritar mi pena.
y ante la soledad de los caminos
alfombrados de luna y la serena
quietud de muerte de la noche, llena
de olor de flores y rumor de pinos,
«¡La quiero!…», dije con fervor sincero.
«¡La quiero!…», repetí, y el aire blando,
con un rodar de voces fue gritando
desde la sierra hasta el pinar: «¡La quiero!

Callé y calló la noche. El alma mía
volvió a encerrarse en la melancolía
de este secreto amor hondo y austero,
que nadie sabe y del que nada espero…
¡Sólo lo supo el agua que corría
y una flor desvelada, que tenía
una cita de amor con un lucero…!

Romance de los siete capitales

 

Tarde abajo, el mayoral
de los siete toros negros
va sorbiéndose en un triste
rojo crepúsculo lento.

Zahones de hipocresía
lleva, y por pica el deseo:
con azahar de inocencia
tienen los estribos hechos.

Los toros con siete lunas
van corneando los vientos:
jazmines de barba espesa
tirando van contra el cielo.

«¿A dónde vas mayoral?»
«A tu corazón los llevo».

Prepara tu mariposa
de seda y luz para el juego,
sácale filo a tu espada
con pedernales de miedo
¡Fina viene de pitones
la luna de un mal deseo!

¡Brava corrida, la tarde
aquella de mi tormento!
y seda morada, en medio.
Yo con la espada y la duda
Contra mí, siete deseos.

Me rozaron en la carne
las siete liras de huesos.
Geranios de sangre fresca
mis alamares prendieron.
Me salpicaron de espuma.
No me llegaron al cuerpo.

Cuando la tarde sorbía,
rojo, el crepúsculo lento,
por los prados, ya sin toros
luz de aurora en el sombrero
sin espuela y sin estribos
llegaba el Mayoral Bueno.
Vendas de seda traía
y aceite de olivos nuevos;
arena fresca en las manos
para enarenar el ruedo.

«¿A dónde vas, mayoral?»
«A tu corazón los llevo».

Romance del divino gozo

 

El gozo del mundo se entra
dentro de mi corazón.
¡Estrecho gozo el que cabe
en tan estrecha mansión!.

El gozo que entra en nosotros:
gozo es de mal gozador.

Quiero un gozo que me envuelva
porque él me sea mayor.

¿Qué gozo será el que traiga
tanta anchura y tanto sol?.

Dios le dijo al siervo fiel:
«Entra en el gozo de Dios»…

¡No gozos que entren en mí:
quiero un gozo en que entre yo!

Soledad

 

Soledad sabe una copla
que tiene su mismo nombre:
Soledad.

Tres renglones nada más:
tres arroyos de agua amarga,
que van, cantando, a la mar.

Copla tronchada, tu verso
primero, ¿dónde estará?

¿Qué jardinero loco,
con sus tijeras de plata
le cortó al ciprés la punta,
Soledad?

¿Qué ventolera de polvo
se te llevó la veleta,
Soledad?

¿O es que, por llegar más pronto
te viniste sin sombrero,
Soledad?

Y total:
¿qué mas da?
Tres versos: ¿para qué más?

Si con tres sílabas basta
para decir el vacío
del alma que está sin alma:
¡Soledad!

Yo te siento en la rosa…

 

Yo te siento en la rosa.
Tanto más grande siento yo mi alma,
cuanto son más pequeñas
las cosas que la mueven.

¡Ay esas almas lentas
como animales hartos,
que van a Ti pisando mansamente
sobre el fango sonoro y necesitan
para reconocerte
la voz de la tormenta o la engolada
frase inmensa y solemne!

Señor:
Yo te siento en la rosa
y en la nieve
y en la rama sin flores
y en el plátano verde
que sombras, en el centro
de la plaza, la fuente.

José María Pemán, Cádiz, 1897-1981

Porque es igual que tú, claro y sereno

 

Porque es igual que tú, claro y sereno,
estoy enamorado del otoño.
Adoro los cipreses porque son
como tu cuerpo, conjunción suprema
de arquitectura y música.

Y adoro
ese verde con sol de los pinares
tan parecido al verde de tus ojos.
Adoro esa tristeza sin palabras
que guardamos los dos como un tesoro…
Y esa risa sin risa
que, como una limosna,
por caridad, le damos a los otros.

Para mi vecina

 

Se me dice que exagero
porque digo que no quiero
irme de la casa mía
aunque encima todavía
me regalaran dinero
¡Pero no exagero nada!
Mi calle está abandonada
no es limpia, casi es cochina.
Es muy estrecha, muy apartada…
¡Pero tengo una vecina
que no la cambio por nada!
Y si alguno renunció
acaso, a vivir en ella,
porque al verla encontró
no muy limpia y poco bella…
¡de lleno se equivocó!
Y cuando te conociera
luego después y supiera
que vives enfrente a mí
¡de fijo se arrepintiera
de no haber vivido aquí!
Dirá alguno, vecinita
que en el campo una casita
con sus vastos horizontes
con sus ríos, con sus montes
resultaría más bonita
¡Pues yo estoy mejor aquí!
¿Qué falta me hacen a mí
ni los vastos horizontes
ni los ríos, ni los montes
con una vecina así?
Algún otro me asegura
que esta calle está muy oscura
y que el farol de la esquina
apenas nos ilumina
y que quizá me agradara
vivir en casa más clara
hallá en la Plaza de Mina.
¡Se equivoca totalmente!
Porque el farol de la esquina
me da luz sobradamente
mientras dé la suficiente
para ver a mi vecina!
Otro dice… “Ciertamente
esa calle es muy malsana
Múdese Vd. prontamente
si es que no tiene Vd. gana
de enfermar crónicamente”
¿Qué esta calle es muy dañina?
¡Pues la razón no es de peso!
¡Yo miraré a mi vecina…
¡Que no hay mejor medicina
Que dos ojos como esos!
Si algún otro alguna vez
se asombra porque no quiero
mudarme… le haré primero
mirarte bien… ¡y después
que me diga si exagero!
Porque esos que muy indignados
como si fuera pecado
protestan con mucha labia
porque a mudarme no avengo
¡lo que me tienen es rabia
de la vecina que tengo!

A Elisa

 

Cuando éramos vecinos
en las doradas horas
claras y seductoras
de los sueños divinos,
Elisa,
tú fuiste una sonrisa
en un balcón.
Sobre un mundo infinito de ilusión,
de canción,
de Poesía,
estaba aquel balcón, vecina mía,
de par en par abierto.
Ni el balcón se ha cerrado,
ni el poeta está muerto,
ni callado.
Los balcones que se abren de ese modo
sobre los sueños y las ilusiones,
mientras se escriben versos y canciones
no se cierran del todo…

 

Bogotá – 20 de marzo – 1957

Verso del mundo

 

Estoy acompañado de tantas soledades
que parece que canto con la voz de los otros.
¡Le he prestado mi voz a tantas cosas!
¡Le he dado el corazón a tantos ríos!

Pero no: no son ellos los que me dan imágenes
y versos y palabras.
Soy yo el que le doy pulso de música a los astros.
Soy yo el que hablo en el nombre
del cisne y la cascada.

No es que tenga la voz mojada en llanto
porque el día esté triste.
Yo he entristecido el día
y humedecido el prado.

¡Qué de rayos de sol y qué caminos
contrarios, como lanzas de amores en pelea,
los que pasan y cruzan por la plaza
de este corazón mío,
saltada cerradura de la pena,
llave perdida del amor sin tasa!

Tema de invierno

 

Flota, muerta, Sevilla sobre el río
y su alma, hecha de olores y cantares,
anda por los vecinos olivares
huyendo, errante, sobre el viento frío.

Se fueron ya los mágicos añiles
de las tardes de agosto y los calores,
ahora que la Maestranza tiene flores,
llorosas de humedad, en los toriles.

Quedan sólo en la tarde gris y oscura
los dejos de un amor y una aventura:
una copla de celos dolorida,

unas nubes sangrientamente rojas
y un clavel que, en el libro de mi vida,
pondré, como señal, entre dos hojas.

Soledad en la muerte

 

Hay que morir sin compañía…
Esposa mía y compañera:
tuya es mi vida toda entera,
¡pero mi muerte es sólo mía!

Toda la gracia del vivir
te di con mano generosa:
pero el cogollo de la rosa
no lo podemos compartir.

Tienes la vida y la verdad
del compañero y del amigo.
Pero aquel día… ¡yo conmigo
en mi infinita soledad!

Dos almas tienen sólo un Dios
y dos estrellas sólo un cielo.
Dos vidas viven un anhelo
¡pero no hay muertes para dos!

Por esa puerta no entrarás.
En esa senda no serás
ya mi consuelo y mi maestra.
Toda mi vida ha sido nuestra.
¡Mi muerte es mía, nada más!

La piedra

 

¡Qué hermana, tú, la piedra
sin perfil, ya redonda,
suavizada del tiempo y de la lluvia,
sobre el verdín de la calleja triste!
¡Qué hermana, tú, de la pasión callada,
tirada por inútil
en medio de mi vida!

Marcha real

 

¡Viva España!
alzad la frente
hijos del pueblo español
que vuelve a resurgir.

Gloria a la Patria
que supo seguir
sobre el azul del mar
el caminar del sol.

Triunfa España
los yunques y las ruedas
cantan al compás
del himno de la fe.

Juntos con ellos
cantemos de pie
la vida nueva y fuerte
del trabajo y paz.

Porque es igual que tú, claro y sereno

 

Porque es igual que tú, claro y sereno,
estoy enamorado del otoño.
Adoro los cipreses porque son
como tu cuerpo, conjunción suprema
de arquitectura y música.
Y adoro
ese verde con sol de los pinares
tan parecido al verde de tus ojos.
Adoro esa tristeza sin palabras
que guardamos los dos como un tesoro…
Y esa risa sin risa
que, como una limosna,
por caridad, le damos a los otros.

José María Pemán, Cádiz, 1897-1981

Soy andaluz

 

Soy andaluz: andaluz,
que es decir con ufanía
gran señor de la armonía
y emperador de la luz.

Soy del egregio solar
reverberante sonoro
de las cigarras de oro,
nacidas para cantar.

¡Noble oficio el de cigarra,
y noble mano la mano
hecha para el soberano
gesto de herir la guitarra!

¡Y noble esta tierra mía,
florida, a fuerza de afanes,
de coplas y de refranes,
de indolencia y de ironía!

Esta limpia aristocracia
de andaluz, sólo me obliga
a que cante y a que diga,
con claridades de gracia,
en un verso musical,
cuanto sueñe cuanto sienta.
¡Que sólo me pidan cuenta
de si canté bien o mal!

Porque yo soy andaluz,
que es decir, con ufanía,
gran señor de la armonía
y emperador de la luz.

La cieguecita

 

Era cieguecita la niña morena
que vendía flores…
¡Era cieguecita y no supo de amores!
Sentada a la vera
de aquel senderillo
que por la pradera
de menta y tomillo
va hacia los alcores
y los altozanos.

«¡Una flor, hermanos!»,
cantaba y decía
con un manso anhelo…
¡Y miraba al cielo que no conocía!

La niña morena
fue como agua buena,
callada y sencilla,
que, huyendo y saltando,
va, al paso, regando
de flores la orilla…

Como el viento frío
pasa sobre el río,
mansa y encogida
pasó por la vida
sin tener amores,
dejando al pasar,
olvidos, dolores,
unas cuantas flores
y un triste cantar.

Era cieguecita la niña morena
que vendía flores…
¡Era cieguecita y no supo de amores!

Villancico del pescador de truchas

 

Yo me estaré en las orillas
haciendo que echo la red.

(Por debajo del agua verde
búscame los pies.)

Hilo de seda en la caña
y en el anzuelo una flor.
(Por debajo del agua verde
búscame el amor.)

Trucha rosada que saque
al agua la volveré.
(Por debajo del agua verde
bésame los pies.)

Me gritará el pescador:
-¿Muerde el pescado o no muerde?
(¡Y tú besándome, amor,
por debajo del agua verde!)

Villancico de las manos vacías

 

Yo tenía
tanta rosa de alegría,
tanto lirio de pasión,
que entre mano y corazón
el Niño no me cabía…

Dejé la rosa primero.
Con una mano vacía
— noche clara y alba fría —
me eché a andar por el sendero.

Dejé los lirios después.
Libre de mentiras bellas,
me eché a andar tras las estrellas
con sangre y nieve en los pies.

Y sin aquella alegría,
pero con otra ilusión,
llena la mano y vacía,
cómo Jesús me cabía
— ¡y cómo me sonreía! —
entre mano y corazón.

Barrio de Santa Cruz

 

Barrio de Santa Cruz: la dolorosa
por siete espadas de pasión herida:
carne blanca rajada y dolorida,
con borbotones de geranio. Rosa,

se obstina el sol, con ansia, en los balcones
más alto por no ahogarse en la negrura:
náufrago de la mansa noche pura,
temblorosa de estrellas y canciones.

La noche ha descubierto esa que celas
pasión oculta en flores y cancelas.
Y al alba pagarás, ya desnudado

tu blanco cuerpo, en penitencia dura,
con cilicios de sol, ese pecado
de amorosa pasión que te tortura.

Elegía en la muerte del maestro 

En memoria de D. Antonio Chacón, el gran cantaor gitano

 

No sé si es copla gitana
o si es refrán español
el que nos dice que el sol
si hoy se va, vuelve mañana…

Tiene razón el refrán.
Hay mil cosas que se van,
y como se van volvieron.
Pero hay cosas que se fueron
y que ya no volverán…

Volverá, sí, la guitarra
-esa que rompe y desgarra
con ayes el corazón-;
volverá a hablar de pasión
de un flamenco entre los brazos,
cuando le quiten los lazos
que ahora lleva de crespón,
y volverán a sonar
juntos guitarra y cantar,
con sus gritos de pasión
y sus notas de ilusión
y sus ternuras risueñas…
Pero ¡aquellas malagueñas
de don Antonio Chacón!

Los gitanos y la luna

 

Parejas de cuervos negros,
tricornio entre las tunas.

Mata tu sombra, gitano,
que está ya al salir la luna.

Y va cantando el carrero:
¡Viva la media naranja!
¡Viva la naranja entera!

Y ya, con la luna, más lejos:
¡Viva la guardia civil
que va por la carretera
a la vera de las tunas!

Mata tu sombra, gitano,
que ya ha salido la luna.

Soliloquio y paradoja de la muerte

 

Si a vida inmortal no voy
la muerte no existiría:
pues apenas si sería
un no ser lo que ahora soy.

Ella que es tanto, no es nada
si ella acaba toda vida:
pues antes no fue venida
ni después es recordada.

Si a la nada he de volver
¿qué es la muerte para mí?
Nada fui mientras viví:
y al morir, dejé de ser.

Ni a la muerte que me espera
ya puedo llamarla mía
si aquel ser que yo tenía
deja de ser cuando muera.

Sin vida no existe nada:
luego el trance de morir
¿sobre qué puede venir
siendo la vida acabada?

Si un otro vivir no es cierto,
el vivir es una pena
que cabe en el alma ajena,
mas no en mí que ya soy muerto.

Pero no: que en tal manera
mi muerte gran verdad es
que yo he de vivir después,
según el modo que muera.

Hay muerte porque, al sentirla,
por mía la he de sentir:
porque al punto de morir
ya empiezo a sobrevivirla.

Hay muerte porque es igual
nacer y morir: de suerte
que estoy cierto de mi muerte
porque me siento inmortal.

José María Pemán, Cádiz, 1897-1981