A una boca

 

Clavel dividido en dos,
tierna adulación del aire,
dulce ofensa de la vida,
breve concha, rojo esmalte.

Puerta de carmín, por donde
el aliento en ámbar sale,
y corto espacio al aljófar
que se aposenta en granates.

Depósito de albedríos,
hermosa y purpúrea imagen
del múrice, que en su concha
guarda colores de sangre.

Cinta de nácar, con quien
Tiro se muestra cobarde,
y aun sentida, porque el cielo
más expuso en menos parte.

Bello aplauso de los ojos,
hermosa y pequeña cárcel,
muerte disfrazada en grana,
si hay muerte tan agradable.

Tiranía deliciosa,
cuyo vergonzoso engaste
es mudo hechizo a la vista,
siendo un imperio suave.

Guarnición de rosa en plata
y de nieve entre corales,
discreta envidia a las flores
que un mayo miran constante.

Y, en fin, cifra de hermosura,
si permitís que os alabe,
decid me vos de vos misma,
porque os sirva, y no os agravie.

Mas la empresa es infinita;
yo muy vuestro, perdonadme,
porque sólo sé de vos
que habéis sabido matarme.

La relación que he leído

 

La relación he leído
de don Juan Ruiz de Alarcón,
un hombre que de embrión
parece que no ha salido.
Varios padres ha tenido
este poema sudado;
mas nació tan mal formado
de dulzura, gala y modo,
que, en mi opinión, casi todo
parece del corcovado.

Recibid, hermosa Laura

 

Recibid, hermosa Laura,
en este triste color
de mi esperanza la muerte,
de mi muerte la ocasión.
Negro el favor os ofrezco,
para que os diga el favor
que el alma se viste luto
porque su dueño murió.
Si lo negro penas dice,
de negro sale mi amor,
porque es la mayor librea
para un triste corazón.
Yo quedo sin vos, bien mío,
porque mi suerte gustó
que otros brazos os merezcan,
que no hay desdicha mayor.
Y así mi nombre os envío
en ese triste blasón,
pues que ya de lo que he sido
solo el nombre me quedo.
Tristes los dos viviremos,
pues esperamos los dos,
vos el veros sin ser mía,
y el estar sin veros yo.
Mas consuélame, bien mío,
ver que puede tal rigor
obligarme a no gozaros,
pero a no quereros no.
No nacístes para mí,
que era, Laura, mucho error
pensar que merezca un ángel
quien tan poco mereció.
Y asl dice el alma mía,
viéndose morir sin vos,
que la ha costado bien caro
El teneros tanto amor.
Díicenme que algún disgusto
recebís por mi ecasión,
y deso me pesa más
que de mi propio dolor.
No tengáis vos pesadumbre,
mi bien, aunque muera yo,
porque me veré sin vida
si con pena os miro a vos.
No lloréis, señora mía,
que matáis al corazóin ,
y le bastan sus desdichas
sin que sienta las de dos.
Vos no perdéis en perder me,
pues tendréis dueño mejor,
yo sí, que pierdo la vida
a manos de mi pasión.
Más os quisiera decir,
pero las lágrimas son
tantas, que las letras borran,
y no puedo más: adios.

Juan Pérez de Montalbán, poeta, Madrid, 1602-1638