Ten mancilla al envidioso

 

Ten mancilla al envidioso
que se aflige sin provecho,
alimentando en su pecho
el áspid más ponzoñoso.
Es la envidia testimonio
que denota vil flaqueza,
es malicia y es simpleza,
es desdicha y es demonio.
Oye misa cada día,
y serás de Dios oído:
témele y serás temido,
como un rey decir solía.

Primeros versos

A una Ana

 

Día, Ana, ¿eres Diana? No es posible,
qué eres fecunda y eres más hermosa,
¿Eres, por dicha, el sol’ tampoco es cosa,
aunque sola, a tu sexo compatible.

¿Eres belona bella? Fue terrible;
ni Venus, que era fácil, aunque diosa.
¿Pues que serás, oh imagen milagrosa,
si el ser humana y tal es increíble?

Serás diana y Ana, en la pureza,
Febo en el resplandor y en la alegría;
en valor Palas y Venus en belleza;

y mujer a quien dio más que podía
la atenta y liberal Naturaleza,
que, en hacerte, más hizo que sabía.

Apotegma 349 (refiere este irónico suceso en el que, como de costumbre, se incluye él en tercera persona):

Ahogóse cierto hombre borracho nadando en Guadalquivir, y dijo: «Al fin murió aquel hombre a manos del mayor enemigo que tenía»

Juan Rufo, Córdoba, 1547-1620

Apotegma 312

Contaba un gran mentiroso una novedad, y daba por autor a otro que también lo era, y así, causó el oírla más risa que crédito en alguno que dijo: «¡Oh, hi de puta, y qué bien se pone este negocio para ser verdad, dicho por vos y siendo el autor fulano!» Respondió: «Por eso mismo se puede tener por cierto; porque así como dos negaciones afirman, dos mentirosos dirán una verdad: el uno contándolo al revés de como sucedió, y el otro repitiéndolo al revés de como se lo dijeron».

Juan Rufo, Córdoba, 1547-1620