Ítaca Cuando te encuentres de camino a Ítaca, desea que sea largo el camino, lleno de aventuras, lleno de conocimientos. A los Lestrigones y a los Cíclopes, al enojado Poseidón no temas, tales en tu camino nunca encontrarás, si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta. A los Lestrigones y a los Cíclopes, al fiero Poseidón no encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si tu alma no los coloca ante ti. Desea que sea largo el camino. Que sean muchas las mañanas estivales en que con qué alegría, con qué gozo arribes a puertos nunca antes vistos, deténte en los emporios fenicios, y adquiere mercancías preciosas, nácares y corales, ámbar y ébano, y perfumes sensuales de todo tipo, cuántos más perfumes sensuales puedas, ve a ciudades de Egipto, a muchas, aprende y aprende de los instruidos. Ten siempre en tu mente a Ítaca. La llegada allí es tu destino. Pero no apresures tu viaje en absoluto. Mejor que dure muchos años, y ya anciano recales en la isla, rico con cuanto ganaste en el camino, sin esperar que te dé riquezas Ítaca. Ítaca te dio el bello viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene más que darte. Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó. Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia, comprenderás ya qué significan las Ítacas.
Antes de que los cambiara el tiempo Mucha pena sintieron por la separación. Ellos no lo querían: fueron las circunstancias. La necesidad de vivir hizo a uno de ellos marcharse lejos -Nueva York o Canadá. Su amor ciertamente no era igual como antes; había disminuido gradualmente la atracción, había disminuido mucho la atracción. Con todo separarse, ellos no lo querían. Fueron las circunstancias.- O acaso como un artista el Destino apareció separándolos ahora antes que se extinguiera su sentimiento, antes que los cambiara el /Tiempo: será el uno para el otro cual si siguiera siempre siendo el hermoso muchacho de veinticuatro años.
En la aburrida aldea En la aldea aburrida donde trabaja -empleado en una casa de comercio, jovencísimo- y donde espera que pasen aún dos o tres meses, aún dos o tres meses para que disminuya el quehacer, y así trasladarse a la ciudad y lanzarse al movimiento y las diversiones de inmediato; en la aburrida aldea donde espera – cayó a la cama esta noche preso de pasión amorosa; su juventud toda inflamada por el deseo carnal, en hermosa tensión toda su hermosa juventud. Y en medio de su sueno vino el placer: en medio del sueño ve y posee la figura, el cuerpo que quería…
Konstantinos Kavafis, poeta, Alejandría, 1863-1933
Emisarios de Alejandría No se vieron, por siglos, tan hermosos obsequios en Delfos como éstos que fueron enviados por los dos hermanos, los reyes rivales Ptolomeos. Después de recibirlos sin embargo, se inquietaron los sacerdotes por el oráculo. Su experiencia toda van a necesitar para redactarlo con sagacidad cuál de los dos, cuál de tales dos quedará descontento. Y deliberan por la noche secretamente y discuten los problemas familiares de los Laghidas. Pero he aquí que volvieron los emisarios. Se despiden. Regresan a Alejandría, dicen. Y no piden oráculo alguno. Y los sacerdotes los escuchan con alegría (se entienden que conservan los magníficos obsequios), pero están también en extremo sorprendidos, sin entender qué significa esa repentina indiferencia. Pues ignoran que ayer les llegaron a los emisarios graves noticias. En Roma se entregó el oráculo: fue allí el reparto.
Idus de Marzo Las grandezas teme, oh alma. Y si vencer tus ambiciones no puedes, con cautela y reservas síguelas. Y cuanto más adelante vayas, sé más observador, más cuidadoso. Y cuando a tu apogeo llegues, César ya; cuando tomes figura de hombre famoso, entonces cuida especialmente al salir a la calle, dominador insigne de séquito acompañado, si acierta a acercarse, desde la multitud algún Artemidoro, que lleva una carta, y dice apresurado “Lee esto inmediatamente, son cosas importantes que te interesan”, no dejes de detenerte; no dejes de postergar cualquier conversación o tarea; no dejes de apartar a las variadas personas que te saludan y se prosternan ante ti (las puedes ver más tarde); que espere incluso el Senado mismo, y conoce al instante los graves escritos de Artemidoro.
Los sabios los hechos que se aproximan Pues los dioses perciben los hechos futuros; los hombres, los ya ocurridos; los sabios, los que se aproximan. Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, VIII, 7 Los hombres conocen los hechos que ocurren al presente. Los futuros los conocen los dioses, plenos y únicos poseedores de todas las luces. De los hechos futuros los sabios captan aquellos que se aproximan. Sus oídos a veces en horas de honda meditación se conturban. El misterioso rumor les llega de los acontecimientos que se aproximan. Y atienden a él piadosos. Mientras en la calle afuera, nada escuchan los pueblos.
Konstantinos Kavafis, poeta, Alejandría, 1863-1933
Tumba de Lisias, el gramático Muy cerca, a la derecha cuando entras a la biblioteca de Berito, enterramos al sabio Lisias, el gramático. El lugar es muy apropiado. Lo colocamos cerca de sus cosas a las que recuerda también allá acaso – escolios, textos, filología, variantes, opúsculos con abundante interpretación de helenismos. Y además así será vista y honrada por nosotros su tumba, cuando pasemos a los libros.
Uno de sus dioses Cuando alguno de ellos pasaba por el ágora de Seleucia, hacia la hora en que anochece, en la figura de un joven esbelto de perfecta belleza, con la alegría de la incorruptibilidad en los ojos, con sus cabellos negros perfumados, los transeúntes lo miraban y el uno preguntaba al otro si lo conocía, y si era un griego de Siria o un extranjero. Pero algunos que con más atención observaban, comprendían y se apartaban; y mientras se perdía bajo los pórticos, entre las sombras y las luces del crepúsculo, dirigiéndose al barrio que sólo de noche vive, entre orgías y vicios, y toda suerte de embriaguez y de lujuria, se preguntaban pensativos cuál de Ellos podría ser, y para qué sospechoso placer habría descendido a las calles de Seleucia desde las Excelsas, Venerandas Mansiones.
Reyes alejandrinos Se reunieron los alejandrinos para ver a los hijos de Cleopatra, a Cesarión, y a sus hermanos pequeños, Alejandro y Ptolomeo, a quienes por primera vez sacaban afuera al Gimnasio, para proclamarlos allí reyes, en medio de la brillante parada de los soldados. Alejandro -lo nombraron rey de Armenia, de Media, y de los partos. Ptolomeo -lo nombraron rey de Cilicia, de Siria, y de Fenicia. Cesarión estaba de pie más adelante, ataviado con seda rosada, en su pecho un ramo de jacintos, su ceñidor una doble hilera de zafiros y amatistas, atadas sus sandalias con cintas blancas recamadas con perlas color rosa. A éste lo nombraron con rango mayor que a los pequeños, a éste lo nombraron Rey de los Reyes. Los alejandrinos comprendían ciertamente que todo era palabras y teatro. Pero el día era cálido y poético, el cielo un claro azul, el Gimnasio alejandrino una triunfal hazaña del arte, el lujo de los cortesanos espléndido, Cesari6n todo gracia y belleza (hijo de Cleopatra, sangre de los Laghidas): y los alejandrinos corrían ya a la fiesta, y se entusiasmaban, y aclamaban, en griego, y en egipcio, y algunos en hebreo, encantados con el bello espectáculo -a pesar de que ciertamente sabían cuánto valía eso, qué palabras vacías eran esos reinos.
Termópilas Honor a aquellos que en sus vidas se dieron por tarea el defender Termópilas. Que del deber nunca se apartan; justos y rectos en todas sus acciones, pero también con piedad y clemencia; generosos cuando son ricos, y cuando son pobres, a su vez en lo pequeño generosos, que ayudan igualmente en lo que pueden; que siempre dicen la verdad, aunque sin odio para los que mienten. Y mayor honor les corresponde cuando prevén (y muchos prevén) que Efialtes ha de aparecer al fin, y que finalmente los medos pasarán.
Velas Los días del futuro están delante de nosotros como una hilera de velas encendidas -velas doradas, cálidas, y vivas. Quedan atrás los días ya pasados, una triste línea de veles apagadas; las más cercanas aún despiden humo, velas frías, derretidas, y dobladas. No quiero verlas; sus formas me apenan, y me apena recordar su luz primera. Miro adelante mis velas encendidas. No quiero volverme, para no verlas y temblar, cuán rápido la línea oscura crece, cuán rápido aumentan las velas apagadas.
Konstantinos Kavafis, poeta, Alejandría, 1863-1933
Si es que murió “¿Dónde se retiró, dónde ha desaparecido el Sabio? Después de sus numerosos milagros, la nombradía de su magisterio que se esparció por tantas naciones, se ocultó de repente y nadie supo con certeza que fue de él (ni nadie jamás vio su sepulcro). Unos inventaron que murió en Efeso. Sin embargo Damis no escribió eso; nada sobre la muerte de Apolonio ha escrito Damis. Otros dijeron que en Lindos desapareció. O acaso sea cierta aquella historia, de que ascendió al cielo en Creta, en el templo antiguo de Diktine. – Con todo tenemos su maravillosa, su sobrenatural aparición a un joven estudiante en Tiana. Quizás no ha llegado el tiempo de que vuelva, de que reaparezca otra vez ante el mundo; o transfigurado, acaso, entre nosotros anda incógnito. -Pero ha de volver a aparecer como era, enseñando lo justo; y entonces seguramente traerá de nuevo el culto de nuestros dioses, y nuestras finas ceremonias helénicas”. Así divagaba en su pobre morada – -después de una lectura de Filóstrato “Sobre Apolonio de Tiana”- uno de los pocos gentiles, de los muy pocos que habían quedado. Por otra parte -hombre insignificante y cobarde- en público pasaba también él por cristiano y asistía a la iglesia. Era la época en que reinaba, con extrema devoción, el viejo Justino, y Alejandría, ciudad temerosa de Dios, repulsaba a los pobres idólatras.
El plazo de Nerón No se inquietó Nerón cuando escuchó del délfico adivino aquel oráculo. «Los setenta y tres años témelos». Quedaba tiempo aún para gozar. Pues tiene treinta años, y es bien largo el plazo que le ha concedido el dios para ocuparse ya en futuros cuidos. Ahora a Roma volverá un tanto fatigado, pero tan felizmente fatigado de este viaje, que ha sido todo días de placer por teatros, por jardines, por gimnasios… las noches de las ciudades de Acaya… Ay, de cuerpos desnudos el placer, ay, sobre todo… Así Nerón. Y ya en Hispania, Galba reúne y ejercita sus tropas a escondidas, el viejo de setenta y tres años.
Casa con huerto Quisiera tener una casa de campo con un jardín muy grande -no tanto por las flores, por los árboles, y por el verdor (por cierto que también se hallen: son bellísimos), sino para tener animales. Ah, ¡tener animales! Al menos siete gatos -dos bien negros, y dos albos como nieve, para el contraste. Un serio papagayo, para escucharlo decir cosas con énfasis y convicción. En cuanto a perros, creo que tres me bastarían. Quisiera también dos caballos (buenos son los caballitos). Y sobre todo tres o cuatro de aquellos valiosos, simpáticos, animales, los asnos, que estuvieran echados perezosamente, que menearan alegres sus cabezas.
El espejo de la entrada La rica mansión tenía en la entrada un espejo enorme, muy antiguo, comprado a lo menos ochenta años antes. Un hermosísimo joven, empleado donde un sastre (los domingos, atleta aficionado), estaba allí con un paquete. Lo entregó a alguien de la casa, y éste lo llevó adentro para traer el recibo. El empleado del sastre se quedó solo, esperando. Se acercó al espejo y se miraba y se arreglaba la corbata. A los cinco minutos le trajeron el recibo. Lo tomó y se fue. Pero el viejo espejo que había visto tanto y tanto, durante sus muchos años de existencia, miles de cosas y de rostros, pero el viejo espejo ahora se alegraba y se sentía ufano de haber recibido sobre sí la perfecta belleza por algunos instantes.
Esperando a los bárbaros -¿Qué esperamos congregados en el foro? Es a los bárbaros que hoy llegan. -¿Por qué esta inacción en el Senado? ¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores? Porque hoy llegarán los bárbaros. ¿Qué leyes van a hacer los senadores? Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros. -¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad, está sentado, solemne y ciñendo su corona? Porque hoy llegarán los bárbaros. Y el emperador espera para dar a su jefe la acogida. Incluso preparó, para entregárselo, un pergamino. En él muchos títulos y dignidades hay escritos. -¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron hoy con rojas togas bordadas; por qué llevan brazaletes con tantas amatistas y anillos engastados y esmeraldas rutilantes; por qué empuñan hoy preciosos báculos en plata y oro magníficamente cincelados? Porque hoy llegarán los bárbaros; y espectáculos así deslumbran a los bárbaros. -¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores a echar sus discursos y decir sus cosas? Porque hoy llegarán los bárbaros y les fastidian la elocuencia y los discursos. -¿Por qué empieza de pronto este desconcierto y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!) ¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían y todos vuelven a casa compungidos? Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron. Algunos han venido de las fronteras y contado que los bárbaros no existen. ¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros? Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.
Konstantinos Kavafis, poeta, Alejandría, 1863-1933
Muy raramente Es un anciano. Agotado y giboso, estragado por los años, y por intemperancias, con paso lento atraviesa la calleja. Y sin embargo cuando entra a su casa para ocultar su ruina y su vejez, considera la parte que él aún posee en la juventud. Adolescentes ahora los versos suyos recitan. Por los vivaces ojos de éstos pasan las visiones suyas. Sus espíritus sanos, voluptuosos, sus cuerpos armoniosos, firmes, se conmueven con su propia expresión de la Belleza.
Muerte de un general Su mano alarga la muerte y de un glorioso general la frente toca. Al atardecer un diario la noticia da. La casa del enfermo se llena con muchísima gente. A él los dolores le paralizaron los miembros y la lengua. Su mirada gira y mucho rato se fija en cosas conocidas. Impasible, a los viejos héroes recuerda. Por afuera -lo han cubierto silencio e inmovilidad. Por dentro -lo ha podrido la envidia de la vida, miedo, lepra de placer, necia obstinación, ira, maldad. Pesadamente gime. -Ha expirado-. Llora la voz de cada ciudadano: “¡Su muerte ha arruinado a nuestro estado! ¡Ay, la Virtud con él ha muerto!”
Lo oculto Por cuanto hice y por cuanto dije que no traten de encontrar quién era yo. Un obstáculo se alzaba y transformaba mis acciones y mi modo de vivir. Un obstáculo se alzaba y me detenía muchas veces cuando iba a hablar. Mis acciones más inobservadas y mis escritos más ocultos -sólo por allí me entenderán. Mas acaso no vale la pena gastar tanta atención y tanto esfuerzo para conocerme. Más tarde -en la sociedad más perfecta- algún otro, hecho como yo, ciertamente surgirá y actuará libremente.
Konstantinos Kavafis, poeta, Alejandría, 1863-1933
El dios abandona a Antonio Cuando de pronto se oiga, a medianoche a un invisible tíaso pasar con músicas fantásticas, con voces tu suerte que declina, tus hazañas que no fueron cumplidas, tus proyectos que fueron todo errores, no los llores para nada. Como dispuesto de hace tiempo ya, valiente, dile por fin adiós a Alejandría que se marcha, y sobre todo no te engañes y no vayas a decir que fue un sueño, que se confundió tu oído. No confíes en tales esperanzas vanas. Como dispuesto de hace tiempo ya, valiente, como te cuadra a ti, que tal ciudad te mereciste, quédate inmóvil junto a la ventana y escucha conmovido, pero no medroso y suplicante como los cobardes, como un placer postrero los sonidos, los raros instrumentos del tíaso sagrado y di por fin adiós a Alejandría que se marcha.
Era pobre y sórdida la alcoba Era pobre y sórdida la alcoba, escondida encima de la equívoca taberna. Desde la ventana se veía el callejón sucio y estrecho. De abajo subían las voces de unos obreros que jugando a las cartas mataban el tiempo. Y allí, en una cama mísera y vulgar poseí el cuerpo del amor, poseí los labios sensuales y sonrosados por el vino – sonrosados de tanto vino que incluso ahora, cuando escribo, después de tantos años, en mi casa solitaria, vuelvo a embriagarme.
En desesperación Lo perdió del todo. Y ahora busca ya en los labios de cada nuevo amante los labios de él; en la unión con cada nuevo amante busca engañarse que es el mismo joven, que se entrega a aquél. Lo perdió del todo, como si ni siquiera nunca existido. Porque quería -dijo él- quería liberarse del placer morboso, estigmatizado. Era tiempo todavía -según dijo- de salvarse. Lo perdió del todo, como si nunca siquiera hubiera existido. A través de la imaginación, a través de las falsas sensaciones en los labios de otros jóvenes busca los labios de él; buscar sentir de nuevo su amor.
Konstantinos Kavafis, poeta, Alejandría, 1863-1933