Nocturno
En el gastado corazón del Tiempo
se clavan las agujas de todos los cuadrantes.
Hay un pavor de soles que naufragan sin ruido:
la noche se cansé de enterrar a sus mundos.
¡Llora por los relojes que no saben dormir!
Las campanas se niegan a morder el silencio.
Tras un rebaño do horas
gastaron sus colmillos de bronce las campanas…
¡Ahora comprendo el viaje de tus cosas!
El sol ya no quería romperse en tus banderas.
Para mullir tu fuga, en el camino,
se desplumaron todas las águilas del viento.
Tus pasos clavetean
un gran tapiz de lejanía…
Son pájaros furtivos tus recuerdos:
amaban grandes ríos arbolados de muerte.
¡Estuche de palabras
donde guardar el roto muñeco de los años!
Nuestras anclas no muerden el fondo de las horas.
Los péndulos cabeceantes
dibujan negativas en la noche.
¡Tierra que nunca se gastó en mis pasos!
¿Qué historia contaremos a los días?
¿Cómo arriar el velamen
de las mañanas, ávido remero?
¡Todo está bien, ya soy un poco dios
en esta soledad,
con este orgullo de hombre que ha tendido a las cosas
una ballesta de palabras!
De la rosa prudente
A su espinoso mundo sometida,
vive y muere la rosa colorada:
su pura soledad, ¡qué bien guardada!,
su bandera de amor, ¡qué defendida!
Guerra, pero entre dardos florecida;
cielo, mas al arrimo de la espada,
si hasta la rosa llega tu mirada,
no se le atreve al fin tu mano herida.
Miel indefensa, corazón desnudo
que a todo viento, si es de amor, te inclinas,
falto a la vez del arma y del escudo,
¡busca ya la milicia cuidadosa!
Y que, mortificado en tus espinas,
te valga la prudencia de la rosa.
De «Sonetos a Sophía y otros poemas» 1940
De la soledad
Desatado de guerras,
oigo cantar mi viento.
Yo recogí mi corazón perdido
sobre la muchedumbre de las aguas.
Yo soy un desertor entre las huestes
que asaltaron el día.
Bellos como las armas relucen mis amigos:
desde los pechos al talón se visten
con el metal de la violencia.
Ellos imponen su color al mundo,
le arrojan la pedrada del boyero
y atizan el ardor de sus caballos,
para que no se duerma.
Como la espada cortan mis amigos:
bajo su peso tiemblan
las rodillas del día.
Mi corazón no tiene filos de segador:
yo no encendí banderas ni encabrité mi sombra.
No sé lanzarme, recogido y fuerte,
como la piedra del boyero.
¡Ay, negrean los días,
y es tangible su miel!
Sobre su tiempo bailan mis amigos.
¡Quién supiera bailar sobre las uvas,
ágil en la dureza,
bello como las armas!
Algo hay en mí que pesa de maduro,
grita su madurez, pide su muerte:
se derrumba, total, como la sombra
que nace del verdor.
Mi viento desaté sobre mi tierra,
volvióse contra mí toda mi llama:
podado con mi hierro, nutrido de cenizas
creció mi corazón hasta su otoño.
¡Ay, grosura de otoño
quiere ser mi congoja,
y dispersión de mar enriquecido!
Si a mi madura soledad entraras,
amiga, por el puente de las voces,
y pudieras, amigo, sofrenar tu caballo
debajo de mi sombra,
tal vez el manso día no cayese
doblando la rodilla
ni el mundo reclamara la piedra del boyero.
(Desierto está el camino de las voces,
sin freno los caballos.)
Una ciudad a mi costado nace:
su infancia es paralela de la mía y retoza
más allá de mi muerte.
Herreros musicales inventan la ciudad,
afirman su riñón, calzan su pie:
¡baila desnuda al son de sus martillos
la edad de los herreros!
Yel corazón de la ciudad se forja
con el puro metal de las mujeres,
y sobre los metales castigados
es bella y sin piedad esta mañana.
Pero los niños ríen de espaldas a la tierra
o en la margen del gozo:
conspiran bajo el sol de los herreros
para que tenga un alma la ciudad.
De «Odas para el hombre y la mujer» 1929
La antigua canción
Yo cantara tus ojos en estrofas sutil
porque el arte me ha dado su lira de marfil;
pero al mirar tus ojos de un azul tan profundo,
solo se la canción mas antigua del mundo…
Yo podría decir el frescor de tu boca
forjando con mis rimas una hipérbole loca;
pero cuando en la fiebre de tus labios me hundo
solo se la canción mas antigua del mundo…
Es la eterna canción del eterno embeleso
y acompaña sus giros musicales el beso.
Los pájaros la dicen y la flor no la olvida,
porque es simple y es vieja lo mismo que la vida.
Mas ¡ay! entre tus labios, que sentido profundo
Si cantas la canción mas antigua del mundo!…
Poema sin título
En una tierra que amasan potros de cinco años
el olor de tu piel hace llorar a los adolescentes.
Yo sé que tu cielo es redondo y azul como los huevos de perdiz
y que tus mañanas tiemblan,
¡gotas pesadas en la flor del mundo!
Yo sé cómo tu voz perfuma la barba de los vientos…
Por tus arroyos los días descienden como piraguas.
Tus ríos abren canales de música en la noche;
y la luna es un papagayo más entre bambúes
o un loto que rompen a picotazos las cigüeñas.
En un país más casto que la desnudez del agua
los pájaros beben en la huella de tu pie desnudo…
Te levantarás antes de que amanezca
sin despertar a los niños y al alba que duerme todavía.
(El cazador de pumas dice que el sol brota de tu mortero
y que calzas al día como a tus hermanitos).
Pisarás el maíz a la sombra de los ancianos
en cuyo pie se han dormido todas las danzas.
Sentados en cráneo de buey
tus abuelos fuman la hoja seca de sus días:
chisporrotea la sal de sus refranes
en el fuego creciente de la mañana.
(Junto al palenque los niños
han boleado un potrillo alazán…)
En una tierra impúber desnudarás tu canto
junto al arroyo de las tardes.
Tú sabes algún signo para pedir la lluvia
y has encontrado yerbas que hacen soñar.
Pero no es hora, duermen
en tu pie los caminos.
Y danzas en el humo de mi pipa
donde las noches arden como tabacos negros…
Del amor navegante
Porque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.
Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.
Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.
¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.
Del árbol
Hay en la casa un Árbol
que no planto la madre ni riegan los abuelos:
solo es visible al niño, al poeta y al perro.
Su primavera no es la que fundan las rosas:
no es la vaca encendida ni el huevo de paloma.
Su otono no es el tiempo que trae desde el mar
caballos irascibles, por tierras de azafran.
Al Árbol suben otras primaveras e inviernos:
el enigma es del niño, del poeta y del perro.
Cuando la primavera sube al Árbol-sin-nombre,
vestidos de cordura florecen los varones;
y Amor, en pie de guerra, se desliza
de pronto a la sabrosa soledad de las hijas.
Entonces el sabor de algún cielo perdido
desciende con el llanto de los recien nacidos.
Pero cuando el invierno lo desnuda y oprime,
sobre los techos llueven sus hojas invisibles,
y, horizontal, cruza las altas puertas
alguien que por el cielo desaprendio la tierra.
Hay en la casa un Árbol que los grandes no vieron:
el enigma es del niño, del poeta y del perro.
Ídolo
Alfarero sobre el tapiz de los días,
¿con qué barro modelé tu garganta de ídolo
y tus piernas que se tuercen como arroyos?
Mi pulgar afinó tu vientre
más liso que la piel de los tambores nupciales.
He puesto cuerdas al arco nuevo de tu sonrisa
y engarcé dos noches en el sitio de tus ojos…
¡Ídolo de los alfareros!
Yo se que redondeas el cántaro de la mañana
y lo pintas de sol
y lo llenas con una luz rota de pájaros.
Ídolo de los alfareros
que se sientan sobre el tapiz de los días…
He quemado a tu pie
la madera fragante de mi palabra.
El viento no deshojó todavía
un tulipán de música más bonito que tu nombre.
¡Haz que maduren los frutos
y que la lluvia deje su país de llanto,
ídolo de los alfareros
que se sientan sobre el tapiz de los días!
Si no mis odios bailarán
sobre la tierra de tu carne…
Del adiós a la guerra
¡No ya la guerra de brillantes ojos,
La que aventando plumas y corceles
Dejó un escalofrío de broqueles
En los frutales mediodías rojos!
Si el orgullo velaba sus despojos
Y el corazón dormía entre laureles,
¡Mal pude, Amor, llegarme a tus canceles,
Tocar aldabas y abolir cerrojos!
¡Armaduras de sol, carros triunfales,
Otros dirán la guerra y sus metales!
Yo he desertado y cruzo la frontera
Detrás de mi señora pensativa,
Porque, a la sombra de la verde oliva,
Su bandera de amor es mi bandera.
De la cordura
Con pie de pluma recorrí tu esfera,
Mundo gracioso del esparcimiento;
Y no fue raro que jugara el viento
Con la mentira de mi primavera.
Dormido el corazón, extraño fuera
Que hubiese dado lumbre y aposento
Al suplicante Amor, cuyo lamento
Llama de noche al corazón y espera.
Si, fría el alma y agobiado el lomo,
Llegué a tu soledad reveladora
Con pie de pluma y corazón de plomo,
¡Deja que un arte más feliz asuma,
Gracioso mundo, y que te busque ahora
Con pie de plomo y corazón de pluma!
De Sophía
Entre los bailarines y su danza
la vi cruzar, a mediodía, el huerto,
sola como la voz en el desierto,
pura como la recta de una lanza.
Su idioma era una flor en la balanza:
justo en la cifra, en el regalo cierto;
y su hermosura un territorio abierto
a la segura bienaventuranza.
Nadie la vio llegar: entre violines
festejaban oscuros bailarines
la navidad del fuego y del retoño.
¡Ay, sólo yo la he visto a mediodía!
Desnuda estaba y al Pasar decía:
«Mi señor tiene Un prado sin otoño».
De «Sonetos a Sophía y otros poemas» 1940
Del amor navegante
Porque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.
Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.
Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.
¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.
De «Sonetos a Sophía y otros poemas» 1940
De la adolescente
Entre mujeres alta ya, la niña
quiere llamarse Viento.
Y el mundo es una rama que se dobla
casi junto a sus manos,
y la niña quisiera
tener filos de viento.
Pero no es hora, y ríe
ya entre mujeres alta:
sus dedos no soltaron todavía
el nudo de la guerra
ni su palabra inauguró en las vivas
regiones de dolor, campos de gozo.
Su boca está cerrada
junto a las grandes aguas.
Y dicen los varones:
«Elogios impacientes la maduran:
cuando se llame Viento
nos tocará su mano
repleta de castigos.»
Y las mujeres dicen:
«Nadie quebró su risa:
maneras de rayar le enseñaron los días.»
La niña entre alabanzas amanece:
cantado es su verdor,
increíble su muerte.
Credo a la vida
Creo en la vida todopoderosa,
en la vida que es luz, fuerza y calor;
porque sabe del yunque y de la rosa
creo en la vida todopoderosa
y en su sagrado hijo, el buen Amor.
Tal vez nació cual el vehemente sueño
del numen de un espíritu genial;
brusca la senda, el porvenir risueño,
nació tal vez cual el vehemente sueño
de un apóstol que busca un ideal.
Padeció, la titán, bajo los yugos
de una falsa y mezquina religión;
veinte siglos se hicieron sus verdugos
y aun padece, titán, bajo sus yugos
esperando la luz de la razón.
Fue en la humana estultez crucificada;
murió en el templo y resurgió en la luz…
¡Y, desde alli, vendra como una espada,
contra esa Fe que germino en la nada,
contra ese dios que enmascaro la cruz!
Creo en la carne que pecando sube,
creo en la Vida que es el Mal y el Bien;
la gota de agua del pantano es nube.
Creo en la carne que pecando sube
y en el Amor que es Dios.
¡Por siempre amén!
Canción
¡Has de hacer un gran ramo
con todas tus palabras, hilandera!
Con las grandes palabras que llovieron
más redondas que frutas en un día sin hiel;
con tus grandes palabras
caídas como soles hasta el silencio mío…
Has de hacer un gran ramo con tus voces,
y estarán las pequeñas,
las que fueron semillas aventadas por tu carinio de cien manos;
y estarán las que ardieron como sal en la llama de tu júbilo, amiga.
Con todas tus palabras
has de hacer un gran ramo
para el amor que ha muerto;
para el amor que ha muerto a mediodía,
junto a la fuente de los ocho cisnes…
Balada para los niños
I
La reina Til desnuda una risa de fragua.
Todos los pájaros de la danza nacen en su pie volátil.
Sus ojos parecen dos lebreles recién castigados…
Desde un país en donde se abre el huevo de las mañanas
vino el Príncipe a caballo de su alegría:
¡Busco tu risa forjada por herreros musicales
y alegre como la sal gema que hacen arder los brujos!
Tu reír es el asta donde flamean los días asoleados;
yo soy un hondero que soñó con el pájaro de tu risa…
Pero no busco tu danza
ni tus ojos más tristes que dos viudas.
El Príncipe se fue a caballo de su alegría:
la reina Til desnuda una risa de fragua…
II
Desde su río que se estira como un lagarto bajo el sol
llega el rey Bamb:
¡Amo tu pie gracioso como el de un elefante
y más grato que la muerte de los tíos ilustres!
Las abuelas textiles no poseen dos agujas como tus pies;
amo el viento de tu danza que te hace girar, linda veleta…
Pero no busco tu reír inútil
ni tus ojos de gata soltera.
El rey Bamb se fue a su país de lunas incautas:
la reina Til ha quedado sola…
III
Mas, he ahí que Sir Olaf llegó en trineo
desde su estepa geográficamente sentimental:
¡Quiero tus ojos iguales a dos mediodías con lluvia
y helados como dos focas en el mismo témpano!
En tu mirar, oh Reina, se posan las golondrinas cansadas;
busco tus ojos más largos que la noche de seis meses…
Pero no amo tu risa de lobo
ni la danza que incendia tu pie.
Sir Olaf huyó en su trineo
hacia un país de soles resfriados…
IV
La reina Til se ha convertido en una cisterna
y ha de dormir por muchos días;
hasta que llegue un Rey que busque
los pies bailarines
los ojos que llueven,
la risa de fragua.

Del hombre, su color, su sonido y su muerte
Nuestros idiomas en guerra
son alabanza del día.
El día nuevo tiene la forma de un vaso:
pide colmarse de nuestra música.
Somos ligeros
y en nuestro baile no se fatiga la tierra;
vamos unidos, alta mazorca de humos.
Aventamos palabras
en los caminos de la mujer y del hombre:
y arrecia la mujer igual que un viento.
«Puras conversan las armas
a mediodía -dijimos-:
nunca segaron del todo la mies.»
Y nuestra sangre al sol
es la rosa más roja…
Sonido de hombre, color de hombre,
¡arraiguemos ese poder en el día!
El día nuevo tiene la forma de un vaso:
pide colmarse de nuestro color.
Pero decimos al fin:
«Color extranjero somos,
y se ha demorado el pie
junto a la tierra y su baile.
Manos de segador alzaba el tiempo:
somos un humo que busca la patria del humo».
Así cantamos al fin,
y es alabanza del día.
El día nuevo tiene la forma de un vaso:
pide colmarse
de nuestra muerte.
De «Odas para el hombre y la mujer» 1929
Introducción a la oda
Varón callado y hembra silenciosa
me dieron la privanza de la tierra:
El último yo soy, y el que despunta.
Los hombres de mi sangre cosechaban el mar,
pero no levantaron la canción entre peces:
Junto al mar el silencio
fue sudor de sus años,
estela de sus naves
y aroma de sus muertes;
porque el silencio entonces era un gran corazón
que no debe partirse.
El Primero y el Último es mi nombre:
el último callado
y el primero que suena.
En el día sin lanzas, amasé mi canción
con un barro durable.
Se habían pronunciado las palabras:
«Toda canción es flecha de destierro» .
Y en el día sin lanzas
por encima del hombro
disparé mi canción.
Fructificaba el árbol con altura de árbol
y al sol el buey mugía
con altura de buey;
pero mi voz, ¡oh, duelo!, era más alta
que mi altura de hombre.
Y la muerte del árbol
estaba más distante que la muerte del buey;
pero mi muerte ya era un fuego vivo
y era mi canto el humo de mi muerte.
(Esta canción tiene los pies de niño
y el corazón del hombre:
pie que gira en el baile de la hoguera,
corazón que redobla
en la danza del humo.)
¡Qué bien pesaban en la tierra el árbol
y el hombre y sus pacientes animales!
La longitud era canción,
la latitud era canción
y era canción la altura.
Tres canciones atadas
componían el mundo
y al hombre y sus pacientes animales.
¡Oh, geometría en todo su verdor!
¡Oh, fuertes ataduras en el día sin lanzas!
Pero mi voz crecía
por sobre mi cabeza
y un nudo se soltaba en mi canción.
De «Odas para el hombre y la mujer» 1929
Horóscopo
«Es la noche -dijiste- pon tu espejo
debajo de la almohada al acostarte
y en él verás, si sueñas, el reflejo
de la mujer que nunca ha de olvidarte.»
Llegó la noche al fin. Bajo la almohada,
recordándote, amada,
puse el cristal revelador. De suerte
que soñé con la muerte.
De «Los aguiluchos» 1922
Canción
El Río de tu Sueño cantará el abecedario del agua.
Tendrá árboles, como llamas verdes
chisporroteando alondras;
y altos bambúes cazarán el girasol de las lunas
en el Río de tus Sueños que sólo tu remontas.
El alba será un loto que perfuma
la muerte de tus noches;
de picotear estrellas estarán ebrios tus pájaro-moscas.
Habrá remanso y un polen que hace dormir al viento
en el Río de tu Sueño que sólo tu remontas.
Con mi remo al hombro he visto zarpar cien días.
Mis hermanos pelarán la fruta del mundo, la más roja…
Con mi remo inútil, a lo largo de las noches,
busco el Río de tu Sueño que sólo tu remontas.
Duda
A veces me pregunto:
¿Qué hará la grey humana,
si algún día descubre con angustia
que ya no tiene que alcanzar más nada?
El amor es un robo
El amor es un robo -me dijiste una tarde-
robamos y nos roban, y así pasa de modo
que en los senderos quedan nuestras mejores galas
resecas como lirios que marchitó el otoño.
Han pasado los años y de nuevo tu imagen
cruzó por mis ideas con la luz de un meteoro,
y mirando en mi abismo y hallando mucha sombra
recuerdo tus palabras: El amor es un robo.
La erótica (5)
De cualquier modo, este poema logra
su posibilidad en las nociones
de un Amante, un Amado y un Amor.
Y si yo, por azar fuese un Amante,
la canción ya tendría sus dos piernas en marcha.
Pero, ¿soy yo un Amante? Recordemos.
Desde mi promoción a la esfera del hombre,
doy siempre, si me tocan, un sonido de amor.
Golpeada con la rosa o el martillo,
tañida por el agua o por el fuego,
rozada en su tangente por la bestia o el ángel,
un tamboril de amores fue mi alma
y a todo ha respondido con idiomas de amor.
La erótica (3)
Tuve un segundo encuentro en el Tuyú
junto al mar que bramaba como un toro
y en cierto mediodía de salitre.
Acostado en las algas vi al Amor
doble y uno en su forma de andrógino admirable:
la parte del Varón (crines y bronces)
y la de la Mujer (plumas y rosas)
buscaban la unidad en un abrazo
de dos metales puestos en crisol.
Y digo que, a mi vista, la región de la hembra
se iba trocando en la región del macho
y la del macho en la de la mujer,
las crines y las plumas en fusión,
los bronces y las rosas confundidos,
hasta no ser ni el macho ni la hembra,
sino los dos en uno y en ninguno.
Con el primer encuentro se puede hablar de Amor:
con el segundo nace la Erótica infinita.
La erótica (11)
Siguen ahora las operaciones
que realizamos Elbiamada y yo
en los artículos de nuestra
separación y enfrentamiento.
Yo vestí su terrible desnudez
(su pecho encabritado, su vientre de mercurio
sus piernas de azafrán)
con estrofas aturdidas y cortadas
en los talleres de la primavera.
Yo la calcé de antílope o de viento,
y en sus tobillos puse las ajorcas livianas
que saben tintinear a medianoche.
Yo le di brazaletes para el día
y anillos deslicé por sus falanges.
Aromas elegidos prendí yo a sus narices,
aros y sinfonías a su oreja.
Yo fabriqué para sus ojos nuevos
toda una ontología de caballos y frutas.
Y así vestida y adornada ella,
la tomé por Esposa.
Y la luna y el sol bailaron juntos
al redoblar de los tambores ebrios,
pues el vino corrió de los lagares
y subió hasta cubrir las rodillas del toro.
Y por ser dos en uno, busqué su posesión
en todas la posturas unitivas del átomo.
Y éramos dos en uno y el dos hace llorar.
Solo de silencio
¡Rama frutal llena de pájaros
enmudecidos, estanque negro,
raíz en curva de león
es tu silencio!
Arranca de tus ojos en dos ríos unánimes;
se escurre como el agua pluvial, de tus cabellos;
cuelga de tus pestañas en invisibles gotas
y es un chal en tus hombros morenos…
¡Yo he visto cómo nace
de ti misma el silencio;
yo sé cómo se anudan sus culebras azules
en el gajo temblante de mi cuerpo!
Entra como la noche a los palacios,
invasor y terrible; me acarician sus dedos;
abre el estuche de mis lágrimas;
tiene un frescor de musgo: es el hondero
que se esconde en mi selva de retorcidos árboles
para cazar alondras de recuerdo.
Y entonces, todo yo soy una copa
de tu silencio…
Violines afinados de locura,
tambores secos,
lenguas en una plenitud de ritmos
callan en tu silencio!
Vas a romper en una música
sin frenos;
vas a decir palabras temblorosas
como nidos colgantes en la mano del viento;
a desnudar tu daga de caricias
ya soltarme las fieles panteras de tus besos…
Pero callas en hondos reflujos
¡y otra vez el silencio, el gran silencio!
¡Ah, no me digas nada
que rompa e sortilegio
de tu mutismo: ni la f rase antigua
ni las canciones que ha mordido el tiempo!
Ser buzo y descender hasta la gruta
de tu silencio,
donde se tuercen los corales rojos
de las mordientes ansias y el deseo
es una forma negra, tentacular, sin ruido,
con cien ojos de acecho…
¡Ah, no me digas nada, ni la palabra antigua
ni las canciones que ha mordido el tiempo!
¡Silencio en las albercas de tus ojos,
en tus caricias largas, en tus besos!
Que se duerma en tus labios
una gran mariposa de silencio…
Canción para que una mujer madure
¡Fruto nuevo, amasijo de tierra y de agua!
Cristalizó en el gajo más curvado del mundo
la sal de tu ternura.
¡Afilando puñales de sed,
trenzando los cabellos de una esperanza niña,
desvaneciendo sombras he cuidado tu rama!
Pastor de grandes cosas que se mueven,
yo conduje el rebaño de los días piafantes;
he visto cien mañanas con los picos abiertos
devorar la migaja de la última estrella
y tembló entre mis manos toda noche
como una yegua renegrida y ágil…
Yo hilvané con mis ansias una canción de cuna
para que se durmieran los cachorros del viento;
y alcé un espantapájaros de odio
sobre el campo frutal de tu sueño sin lágrimas.
Con las hebras del sol
has torcido el cordaje de tu risa.
En las enredaderas de tus voces incuba
sus tres huevos azules un pájaro de gracia…
¡La vida en tus talones es un giro de baile!
Te aferras al abierto pavorreal de los días
y le robas la pluma;
sabes abrir tu noche como un libro de estampas.
Y no sé si deshojas
la flor menguante de las lunas;
y no sé si libertas los luceros cautivos;
¡o si el verano salta de tus ojos iguales
a una lluvia con sol!
Tengo los dientes rotos de morder imposibles:
para ti guardan lechos de martirio mis brazos.
En mis dedos retoñan zarzales de caricias,..
¡Todas las noches naufragaban
en esta costa de mi anhelo!
Grabé tu nombre en todas las arenas del aire:
tu nombre es el perfume que buscaban mis años.
Redoblan los tambores de mi fiebre
largos llamados al otoño.
Has de llorar tus frutas
redondas como lágrimas…
Ensartare en el hilo de mi plegaria sorda
las cuentas de cien días y de cien noches;
¡y haré un collar de tiempo que te ciña!
Conduciré el rebaño de mis voces
por caminos que duerman bajo el opio del alba.
He de atar mis dos ojos a carros de vigilia
¡y haré un collar de tiempo que te ciña!
para que sea manso tu caer en un día
con fragancias de alcoba;
y para que en la noche de tu llanto
las estrellas más altas fructifiquen
entre la mano de los niños.
De «Días como flechas» 1926
Canto de otras vidas
Silencio,
sangre de campanas muertas.
Llanto de las casas vacías
que imploran un retorno de niños…
Yo sé un canto sin nombre
que fructifica en el silencio.
Una canción de aquellas que soldaban tus párpados
cuando la lámpara florecía
en los aposentos mojados de sombra.
Entonces hubo dedos color de reloj
y un perfume de llantos antiguos en la ropa vetusta.
(Hay que tirar guijarros musicales
al fondo del silencio:
el silencio responde con su voz de agua muerta.)
¡Tus manos!
Veo tus manos desgarradas
en cinco tiras de cansancio.
¿En qué viejo episodio se gastaron tus dedos?
La vida fue un liviano cascabel en tus ropas
¡y has echado a rodar el juguete del mundo
yo no sé en qué mañana de libro con viñetas!
El cántaro vacío de tus ojos
ha mordido la fuente de algún sol en pañales…
(Todo está en el silencio
y en la fatiga de tus brazos.)
Una mañana tus ojos de Simbad arponearon el sol.
En madera profunda
tallaste el mascarón de un navío fantasma:
un mascarón de gestos petrificados
que mordió la carne frutal de aquel día sin nombre.
Entonces un mar sin leyendas
habló de tu origen a dioses color de esponja.
Y el viento no había pisoteado todas las distancias.
El viento niño rompió el juguete de tus Cantos
y hacía danzar en sus horcas
a los piratas de tu miedo…
¡Quién te dijo una noche que la muerte
sólo un tapiz de sueño era!
¡Quién te enseñó una noche de qué modo la vida
se acostaba en sus linos,
como tú, de pequeño,
cuando en los labios de tu madre
nacían llavines de música para tus ojos!
¡Quién te habló de la muerte
y de un retorno en caballos festivos!
(Yo sé un canto de abuelas;
el silencio responde…)
¡Tus pupilas
-amente fieles a la hoguera
que abrió incurables llagas en la noche de añil!
¡Qué vieron tus pupilas? ¿Qué vieron
la barba color hoja seca de los ancianos
t6rax de hombres adustos
hablaban un lenguaje aprendido en la boca del viento?
Una voz deshizo el collar de tu nombre,
una voz musical de nodriza recién castigada…
¡Todo está en el silencio!
He ahí tus pasos amigos de una tierra sin edad.
Y la mujer a tu carne ceñida, igual que una ropa de llamas.
Y un amor traslúcido como el reír de los niños
que mataron pichones de alondra junto al Río Dios.
Todo está en el silencio
y en la fatiga de tus brazos.
Has roto la ventana de un Olimpo sin risas
y salieron los dioses en pantuflas
esgrimiendo sus rayos de juguete…
¡De qué metal será la palabra
que infantilice los labios del mundo!
¡Qué harás con tus manos de cinco tiras
en el puente de las noches, cazador sin sueño!
Y en el oeste un pájaro se alza:
con el pico enhebrado de música
viene cosiendo el traje de una edad.
De «Días como flechas» 1926
Largo día de cólera
En el corazón del silencio
los hombres clavan sus pasos.
Cada talón golpea la bigomia del mundo.
Se tejen las pisadas en collares de fuga
y el tiempo, castigado de invisibles otoños,
en los caminos hace llover sus hojas muertas.
En el uso del hombre se fatiga el silencio.
Las rutas envejecen con el paso del hombre.
¡La luz abrió sus párpados un día!
El sol gimnasta pudo saltar la cuerda floja
de un horizonte niño.
Sobre el navío errante de las noches
el Milagro calzó grandes botas piratas.
Un dios-viento solía desmontar junto al hombre
y ataba su caballo de música en la tierra:
contrabandista de pájaros
o arriero de tormentas,
contó sus episodios en la ruta del aire.
Nombraba lejanías durmientes en cunas de estupor,
sin desflorar aún y deseosas de una torpe violencia.
el mar enfático, inventor de génesis,
y un Secreto que ansiaba deshojarse
igual que una rosa bien madura de amor…
Pintaba silencios curvados en sed de gritos.
Una gran soledad que tendía sus ramas
hacia los cuatro puntos cardinales del sueño.
Y una tierra en cuyos ojos lucientes
colgaban las últimas gotas de la Primera Noche…
El viento fue la tentación del viaje:
Zumbaban los planetas como siete moscas;
a los pies del hombre yacía intacto el carretel de la distancia;
y los ríos dijeron ya sus ripiosas verdades
con las barbas proféticas al sol.
Así los hombres músicos
encordaron la tierra de caminos:
¡Mástil empavesado de mañanas!
¡Caballos que redoblan lejanías!
El silencio juntó las pisadas del mundo…
En el corazón del silencio
los hombres hunden sus cantos.
El silencio es la rama
donde se emboscan todos los pájaros de música.
Ballesta de palabras que se curvó en el odio
y en el amor, ¡qué importa!
Besos podridos en el árbol
de un otoño de fiebre.
¡Hilo de risas para atar el tiempo,
roto en las viejas manos de una hora!
¡El motivo no importa! Fabricamos campanas
que muerdan el silencio
y el mundo es un pandero que se quiebra en tus puños
o en mis fuertes rodillas.
Cantamos a la vida ya la muerte
¡y el motivo no importa!
Nuestra oración patina la cara de los dioses
o revienta los ojos preñados de la lluvia…
¡Lo esencial es romper el silencio y el agua
de los grandes mutismos!
Y el silencio es un buey que se arrodilla
fustigado de voces.
Yo anuncio un largo día de cólera.
Y entonces,
de pie, gesticulando como un dios,
apretará su hinchado corazón el silencio,
fruto de todas las palabras muertas.
El mar extenderá sus puños de agua
sobre una floración de ciudades atónitas.
Viejo trompo sin niños,
en un rincón de noche se detendrá la tierra.
Y un dios color de algas
ha de amasar el barro de otro mundo sin voces
ante una gran frescura de diluvio…
De «Días como flechas» 1926

