​Al lado del deseo,
en el tiempo del amor,
tirita esta piel de silencio que busca lo imposible.

Aquí, junto al deseo,
ese morirse de amor en la habitación del llanto,
esa agonía,
esa angustia ante las sombras de la no esperanza,
hay algo de tristeza,
tristeza como un latido perplejo
que empuja al alma hacia la vida,
que empuja al alma a vivir en libertad.

En mí hay tristeza:
latido que se repite,
que escucho una y otra vez.

Todos los latidos son uno,
distintos latidos son el mismo,
cada latido es siempre el mismo.

Aquí termina el deseo,
estatua yacente en el cuarto donde no hay voz,
donde la voz no existe,
donde no podemos hablar:
el oscuro museo de las palabras.

​Sin sentido

 

Alguien me dijo que había un fantasma en mi casa, descansando
entre las sombras, fugándose a veces entre los invisibles puntos
de la luz. Estaba solo. Caminaba el desorden en la inquietud de la memoria,
y el sombrío silencio dibujaba un manantial de símbolos.
Fue un instante duradero y exacto.
Temblaba la imposibilidad en el sudario de la muerte.
Se oía un canto vacío, una canción de amor a modo de bolero. Pero
no era más que un sueño:
en los labios apretados del deseo latía un gusano de cristal.

​Como el pájaro vuela
escribo en la luz
que se engendra en el vacío.
Pensando en ti
laten desnudos corazones
de un sólo corazón:
memorias que el viento no deshace.
Sólo esa noche
será un recuerdo perpetuo:
pasará la estela del amor
mientras yo viva.

​Dejadme escuchar este silencio que sólo la luz invade
abrir el aire del deseo a dentelladas de espuma
buscar el lamento de los pájaros

Dejadme dormir en el mar
(las olas del olvido son labios en la oscuridad
templos vacíos bajo la cúpula de la noche
sin luna
sin amor)

Dejadme sentir el rumor del tiempo.

Las calles, en la noche, se iluminan

 

Las calles, en la noche, se iluminan
y predicen la historia del lugar
que se une a su costumbre silencioso.
Cada mirada esconde
el movimiento necesario, el límite
de esa soledad dinamitada
con la que se amansa la vida.
Hay un nombre gastado en la certeza
inexorable del tiempo, hilandera
en lo fugaz que esconde un rostro, hábil
capacidad para decir lo mismo
sin que empiece la memoria a relamerse.

Para vivir despacio con el llanto leve
que no sirve de fuga a otro futuro.
Para extender la voz, hallar el aire,
latir con la palabra para urdir
el tejido propicio del encuentro,
escenario suspicaz de recogerse
y llama oblicua que devora
el filo de la noche.

Sólo decir lo que se piensa
con el fértil estallido del combate,
lucha enfebrecida
que ya es causa y designio.

Las calles, en la noche, se iluminan
y reflejan lo que aún no ha pasado,
lo que puede estar permaneciendo
en esa cara paralela. Qué honda cicatriz
con el agravio del viento viene
a dibujar su sombra.

Y no debes
buscar respuesta: halla sólo
el enigma del instante,
el temor a la ofensa y a la duda
cuando el día profundo se enaltece.

La respuesta es ese ser
tan oscuro suplicando por la luz:
no hay más equilibrio
donde está lo firme,
sino donde el tiro de tu paso
se ajusta a la verdad de la mudanza.

Permanece esa hoguera del destino

 

Permanece esa hoguera del destino
en el hondo rumor de las preguntas.
Es un decir de pájaros, instante
colmado con la sola luz que entrega
su dominio oscuro, presencia y canto
ordenando despacio la memoria,
sus sitios desgastados, el malévolo
escondrijo que no cumple la dicha.
Por ese reino de las calles sordas
que fueron el destello de otro aire,
de una verdad que se asomaba
con los labios oprimidos, sintiendo
el temblor ajeno, la sequedad,
la anunciación que con el mismo gesto
una luz más antigua conociera.
Porque la infancia es la primera herida,
y el doliente reverso de las noches
en su turba de amor viene a romperse,
a sacudir su propia urdimbre
obedeciendo a la orfandad y al miedo.
Y con la muerte el aire de la vida,
y no sirve asombrarse en la quietud
de las aguas que integran la belleza.
Se antepone la fiebre del pasado
a la mirada audaz y sin regreso.
El encuentro del ser en la batalla
con la amarga obstinación de su demora,
el fuego como víctima del humo
y el garabato mineral del alba.
Para que cruja el sol y la corteza
que perfilando fue su transparente
vocación. Y ahora observa los estigmas
en las moras, en la intacta materia
de la fe, donde sólo supimos escondernos.
O la presión del viento en cada mano
que se ha querido abrir a la esperanza:
la desnudez secreta de la rosa,
las petunias en mi voz cuando las amo
y aprendo del destierro de la muerte,
la serenidad del alma en esa puerta
a ciudades invisibles, en el eco
de la estirpe borrada y detenida.
Es pulsación del tiempo en la raíz
y en las hoces de la historia abandonada.
Y cada paso es piel de lo que nace
y frecuenta las órbitas del grito,
se teje como el río que azorado
va a instalarse en la piedra del tambor.
Un vértigo que quiebra la costumbre
de esperar en la indómita llanura,
la sacrílega unión con el olvido,
con el ala fugaz de lo perpetuo.

El sortilegio de la sangre, boca de luz
sobre el fango del mundo.

Esa hora de la noche en que engendramos
la oscura luz de lo dormido.
La muerte un sortilegio,
implacable teatro que trasciende,
testimonio que ya habita
la ardida plenitud de la frontera.

Rebelión al viento,
ascendencia
sorda de los pájaros.

Desnuda posesión
para quien sabe amar, y comprender su bosque.
¿Quién puede entre los labios
darle al viento su caricia,
su pequeña muerte que permite
la labranza naciendo de la luz?

Golpead la aldaba,
decidme que las calles
ante esta puerta no son mías,
y queda el residuo en lo sagrado
sobre tanta piedra en la ciudad que canta.
– – –
Es la flor a la deriva,
su pensamiento entre las cosas.
La desnudez eterna que se extiende
hacia el sonido de lo muerto.
Y el prodigio. Y el tesón en lo que nace.

Nube de juventud para estos labios
que en soledad se muestran y comprenden.
Rumor del ojo, rasgo hacia otra edad,
alzar la suerte y ver el mundo.
Como tiemblan, cuando comen, los gorriones.
El cuerpo del misterio, buche que ha quebrado
su alimento. ¿Estas sílabas de luz
resumen la apariencia?
¿Este canto en cada tarde
de surcos y de mieles?

Has visto
los arados brillar. No te sorprenda
esta alegría, trigo en tu memoria
y en la guarida limpia del verano que se incendia.

Eres la luz de lo aprendido,
la savia que ha regado
la inocencia de la noche.

Enséñame

 

Enséñame a cantar en la niebla,
a dibujar en la luz,
a sembrar amor en el olvido.
Enséñame a sentir la vida
allí donde la muerte reina.
Enséñame a dominar
los horizontes del instinto.
Toco una mano. Se desvanece.
Elevo mi voz hacia el silencio,
y late el corazón de los sentidos.
Estoy perdido,
perdido en el día,
perdido en la noche,
buscando un abismo.
Y este dolor
es como un ángel sin alas,
como un espejo vacío,
como una luna sin tiempo.

XXVIII

Como una mano abierta
la tarde me sonríe
y me invita a caminar
por las calles de esta ciudad ausente
o a pasear por la ribera de su río.
Estoy con vosotros
en la escritura del poema,
estoy con todos los que sabéis
que la luz se origina en el camino
y el deseo se engendra en la mirada,
en el punto de fuga del silencio,
en el instante teñido de abandono.
Estoy con vosotros,
que sabéis que soy un fantasma
recorriendo la ciudad inmóvil.

Y son casas vacías

 

Y son casas vacías y vencejos
que inalterables vuelan
y azules como este canto que se extiende
y vuelve a posarse en los labios de la luz.
El verano llega, el infinito
con la forma de una mano
como nieve derretida

y su pálpito
y el vértigo de nacer en cada instante. Los ojos
aquí alerta están del tiempo. Nada
ahora, el agua; nada ni nadie
pesa más que esta alegría: hay una muerte
en todo esto, un líquido reflejo, un pulso
que se abre como voz del cauce,
del dormido río donde los pájaros dejan caer
la sombra de su cuerpo, y los labios
hacia el mar, el temblor del agua,
la dormida luna al fondo de la tarde.

Tiempo vacío

 

El tiempo vacío como un cielo sin estrellas
se hace pesado y triste
en el lugar cerrado de donde no puedes salir.

Cae la tarde. Se derrama el aliento de una delgada voz
y desaparece el sonido de la luz. Hay un silencio puro,
intacto en su existencia,
y permanece allá en lo alto la luna del sueño.
No puedes salir. Estás encerrado
en un templo sin amor,
doblando esquinas sin sentido
como un perro perdido en una ciudad vacía.
Y te escondes en el nicho de la oscuridad.
A lo lejos oyes pájaros:
cantos vacíos en el corazón de las ausencias.

La tristeza crece:
solitario páramo en el silencio de la conciencia,
extraño desierto a la luz de la sangre.

Los ojos se agrietan
(dolorosas heridas en la burbuja de la vida,
venas que dividen el espejo).

Lágrimas en el camino del deseo,
pisadas en la senda del dolor.
Libertad asesinada,
cárcel del tiempo.

Y el olvido es una pregunta sin respuesta.

Donde hablas no hablas,
donde callas no callas,
donde estás no estás.
Y buscas la inexistencia,
la sal de la derrota
en la extrañeza de tu silencio,
amor interno que nada conoce.
Estás en la muerte
como un dios de la oscuridad
encerrado en un ojo oculto que hipnotiza con su luz,
forma cerrada que lanza sinfonías en el aire de la noche,
y escribe ondas de fuego en la tristeza del amor,
en la triste cárcel de tu ausencia.

Actúas como algo que actúa en ti.

Se agita la palabra encallada en los besos de la espera,
y nace un viento que arrastra corazones invisibles.

Tiempo vacío:
delgada lengua de hielo,
cristal que no se rompe,
espejo donde se refleja la emoción.

Siete versos sin título

 

La vida tiene confusos laberintos
y hay perros que ladran a la luna.

Detrás de la luna nadie sabe,
nadie sabe nombrar lo que no existe.

La última gota de aquel vaso de cerveza
fue el último suspiro de su vida.

Imposibles seres. Criaturas de la luz.

Luz de noche

 

¿Es la luz lo que en la noche
se abre a lo desconocido
para iluminar los abismos del mundo?
El espacio tiembla en su agonía,
en su decadencia hacia la muerte.
Este silencio es un poema de amor,
un poema no escrito,
una representación de tu ausencia.
(Analizo, interpreto y represento
esa impresión que es la poesía).
Busco un abismo.
No hay memoria en el silencio,
no hay palabras en la voz,
no hay vientos en la noche.
No hay heridas en la niebla,
no hay sangre en el desierto,
no hay esperanza en la penumbra.
La luz de la noche dibuja el tiempo
como un garabato que no existe
(confusas líneas en la espiral de la vida).
Un desorden que la luz no reconoce
es esta materia que aparenta existir
en la ilusión de la mirada.
Y la noche
encarna los sentidos de la luz,
los hace suyos,
los convierte en instantes de silencio.

Los latidos de la noche,
en el tiempo de la luz,
invocan al deseo.

La luz de la noche se abre a lo desconocido:
parcial oscuridad hacia lo innombrable.

Palabras no pensadas,
silencios,
poemas en el espacio de la noche,
memorias partidas por el viento,
gestos de agua y firmas disecadas.
Y la luz no muere. No muere
en los brazos del amor,
no declina hasta el lago del alma.
No muere. La luz no muere.
La luz vive,
vive en el deseo,
vive en la esperanza,
vive en el silencio.
Vive en el día,
vive en la noche.
Vive en la vida,
vive en la muerte.
Vive en la memoria,
vive en el latido,
vive en los manifiestos
del tiempo,
de la noche,
del amor.
Y con ella te busco
entre las columnas de tu ausencia.
Te busco con el pulso de mi cuerpo
en esta constelación inexistente.
La sangre negra de mi cuerpo,
la luz interior de mi cuerpo,
se extienden en la tumba de la noche.
Hay sangre derramada en esta piedra,
hay una luz difusa en esta voz oscura.

La luz nunca muere:
es eterna.
La luz conoce lo que no conozco,
llega a allí donde los corazones tiemblan,
donde leones de fuego y pirámides de cristal anuncian la aurora.
La luz todo lo alcanza,
ilumina los abismos del mundo
en el aire de la inocencia.
Y desde aquí escribo,
desde esta cúpula transparente,
desde esta burbuja.
(Estoy en el espacio de lo que no existe,
escribiendo un poema
a la luz de la noche,
a tu presencia invisible, imposible y deseada
en el desierto de tu ausencia,
en el jardín del mundo).

Y no puedes oírme,
no puedes oírme a la luz de la noche,
no hay palabras en mi voz.

No hay sangre en el desierto de tu ausencia.
Hay sangre mía en la tumba de la noche.

(Así analizo, interpreto y represento
la luz de la noche,
mientras pienso en ti en el templo de tu ausencia,
en esta habitación cerrada de pájaros y de voces).

Esto es un canto hacia la nada,
una canción en el silencio,
un poema que escribo
entre las estrellas de tu ausencia,
entre los muros de este caótico laberinto
donde el amor es la vida.

El silencio es el poema en la luz de la noche.
Mi voz es mi palabra en el tiempo de tu ausencia.

He venido

 

Hoy he venido para esperarte,
para decirte que estoy solo,
tan solo como un desierto en un país deshabitado,
como un río al límite del llanto,
como un templo sin memoria en el tiempo de la muerte…

Hoy he venido
para que veas cómo la luz se pudre en mis entrañas,
en el lugar íntimo de la no memoria.
El tiempo tatuado en la piel de la soledad
es este perfume de rosa marchita,
y el silencio es un vacío
donde mi cuerpo sangra como pájaro herido;
aquí,
en la conciencia del deseo
(voces como sentencias me dictan la muerte).

He venido hasta este lugar insólito
para sentir tu ausencia al borde de la espera.

Vienes hacia mí. Es un sueño.
Te escondes en la luz. Navegas hacia mi ser.
Te acercas.

Vibra el sonido del amor.
Arden las plumas de la luz.
Descienden las pupilas del tacto
hacia ese río de sangre donde muere la memoria.

Te siento junto a mí. Estás aquí,
en la imaginación de este poema:
ojo partido en el reloj de los adioses,
sueño sin tiempo donde el miedo crece,
lágrimas de soledad
que el viento arrastra hacia la muerte.

Y despierto. Vine para decirte
que no es necesario que te encuentre,
que en mi soledad el tiempo pesa
como un diamante
en el fondo de un corazón sumergido,
como una piedra sin amor
sobre el pecho herido de un cuerpo agonizante.

*

La realidad es esta tumba,
este labio que desaparece justo antes de besar,
esta sombra donde los recuerdos viven.

Y tu ausencia, silencio helado,
música lejana,
me invade
como una noche de lluvia intensa.

Decir sin duda que entre nosotros hay amor
no es más que un juego de palabras.

Plenitud de la dicha

 

Hoy
alcanzo la dicha una vez más.
Pienso en el sexo de los amantes que realmente no existen,
que entre los jirones de la sombra se esfuman. Abrazo una humareda de
silencios,
me hundo en la espuma del pasado, late el fuego en la penumbra,
resplandece el tiempo del ser. Y se deshace el cuerpo de la luz
con una lluvia de ceniza, alterándose el principio de la muerte
en las ruinas del deseo. Ahora un viento sin voz me arrebata la memoria,
y grito para dar las gracias. Se detiene el curso de las horas:
los instantes
en el río
son mentira.

Eras tú

 

Te he visto acorralada entre latidos de esmeralda.
Palpable luz, mano débil, triste, agonizante. Un rumor nacía del silencio.
Pero allí no estabas, sino que emergías del fondo de un tiempo prohibido.

Nada en tus pasos, nada en tu carne, nada en tu llanto.

Te miraba, aunque no estuvieras delante de mí. Y fue sólo
una secuencia de instantes en la noche del amor.
Fue sólo un corazón vacío llenándose de vida, pulso a pulso, sangre a sangre,
luz a luz. Fue sólo una dicha de plenitud:
en el acorde de los símbolos
fluías entrelazada en la memoria;
imagen ausente.

Fue un temblor, fue un deseo, fue un ramaje apartando la luna de su vista,
fue un ciego sentir, fue un dolor a tientas.

Fue la noche más débil en la oscuridad más fría.
Fue el mismo desorden de la luz.
Fue una frágil voz en
lugar cerrado: eras tú.

Versos en silencio

 

Ha nacido el silencio en esta tierra,
en este insólito lugar donde los cuerpos no existen:
son sólo figuras de la luz,
de esta luz confusa y extraña que penetra en mi nombre.

Piedras de silencio, fosilizados corazones
en las huellas de la memoria.
(Escucho los latidos de la tierra.
La tierra está en silencio.
Mi corazón es lo que suena).

Esta música que imagino
(en la ficción de la memoria)
es un pájaro volando hacia la noche.

Silencio exterior y música interior:
armonía perfecta.
Canción de labios que en la luz encuentra su fin.
Lluvia de besos sobre el mar del amor.

Ven a mí, misterio incomprensible,
quiero que este silencio esté entre nosotros,
que esta luz nos dé la vida.

Quiero la noche,
quiero tu voz,
quiero que se cumplan mis deseos.

Ven aquí, vida de la muerte,
infúndeme tu aliento,
dame amor.

Si me pierdo en la constelación de los sueños
dibuja el camino de regreso.
Si prefiero seguir soñando déjame ser yo.
(Oh libertad del tiempo).

Dime qué hay
en el corazón vacío de palabras solitarias,
en la esperanza llena de un silencio que no llega.

Luis Llorente, Segovia, 1984

Andando se evidencia la certeza…

A Miguel Floriano

 

Andando se evidencia la certeza
que brilla en el camino de la voz.
Las hojas tiemblan y se agitan;
el corte en la mirada
que acelera, voraz, la noche y su sosiego.
Dominio inexorable del asombro,
luz de días
volando a la intemperie y su derrota.
El encuentro con la muerte,
su sistema absorto en cada duda.
Y la extensión del frío en la ciudad
como si nunca amaneciese. Quedan
los vestigios olvidados
en la inerte luz de las pupilas.
Es la hora en que regresa
el silencio de ese olvido,
la quietud que corrige
el mundano murmullo y el desprecio.
Ahora qué candor para la noche,
para las palabras
virulentas que no entienden
el sentido, la raíz.

Qué párpado en el agua,
abismo hasta la sangre
que ilumina los ojos y los alza.

Sólo impere
la batalla del tiempo en cada signo
como quien su propia urdimbre ordena
y a golpe de reloj consigue
la idéntica respuesta de la vida.

Recordando tu ausencia

 

He vivido tu ausencia:
me perdí en las calles de tu nombre
cuando la luz era un resto de la luna.
Andaba despacio,
como los caballos negros buscan su muerte en el desierto.

Te buscaba entre las luces del llanto
mientras nacían versos en la órbita de mis sienes.
Las sombras me perseguían en aquel lento camino,
sintiéndome como un animalillo indefenso acorralado por las hienas del
tiempo.
Pero una humana voz
sobrepasaba el nivel de todo aquello, trascendía el límite de aquellos seres
vivos tal vez. Quién sabe si eran muertos
obstaculizándome el paso,
como la travesía difícil de un hondo silencio.

Y es que aquello era el reino del amor. Lo descubrí más tarde.
Supe que era un sueño.
Sin lugar a dudas todo aquello había sido provocado
por contemplar los restos de la luna.

Todo aquello que fluía como un manantial de espejos
era mi voz buscándote, era mi silencio anclado al tuyo,
era mi nube dentro de tu nube.

Esa luz que vibra

 

Esa luz que vibra
como corriente visible del verano.
Aciago resplandor, aquí la fuerza
oculta del paisaje,
eslabón ardiente de los días
para que vuelvan los nombres,
para ver entregado su designio.
Florecimiento cuando miro
las gastadas cadenas, sequedad
indolente que palpita. Y es esta
la llegada, el túmulo del aire que se vence
hacia ese otro verano más ajeno.
Y el paralelo atisbo de la duda,
y la señal del fuego en el comienzo.
Palabra para nacer
y después extinguirse, como estertor
que rompe la corola del abismo.
(Si es el silencio de la muerte,
qué vestigio forma el agua).
Claridad sola en el finito cauce,
parpadeo que me envuelve. Permanezca
su sabida unión, su constante
vuelo quebrado en la ceniza;
la luz es un exilio en la mirada.

¿Qué dicen esos árboles
en las puntas más oscuras del tiempo?
Es la probada
plenitud, la secuencia de otro espectro
obstinado en alargarse,
en crecer hacia la vida
—última visión, oblicua muerte—
en la llama circular de los espacios.

Acaso quien camina es invisible
y oculta la tarea de la tierra
en el polvo cansado del prodigio,
en el tiempo robado al horizonte
para existir secreto
y en la hora azul cambiar
la muerte por la vida.

​Primavera del sentido

 

El silencio de esta tarde
anuncia un amor que vive más allá del tiempo
y que ahora existe en mi imaginación.
Vive en el tiempo sin el tiempo,
y destruye lo que no existe.
Construye muros de hielo en el desierto del olvido,
inunda de muerte la voz
instalada en los sentidos ante el canto de los pájaros.
Sólo esa música, oculta en los sentidos,
engendra ese amor que late en el silencio;
sólo allí se manifiesta lo que no existe.
Y el pasadizo de la desmemoria (espejos rotos
que reflejan la muerte)
está oscuro, muy oscuro: no hay luz.
Allí el silencio es un fantasma sobre la ceniza del recuerdo,
allí el tiempo es un corazón invisible,
como el reloj del frío.
Y tus manos me hablan de la muerte,
y tus ojos sangran a la luz de la tarde:
despedida,
desmemoria como los olvidos de un poema,
las creaciones de lo no escrito.
Y dibujas tus pasos:
tus huellas permanecen.
Desentierras los sentidos de la primavera,
la primavera del sentido,
la sinrazón de la materia.
Flotan pensamientos en el lago de las preguntas olvidadas,
y yacen respuestas que no llegaron a ser,
que no tuvieron principio,
que no vieron la luz, el instante preciso.
Y la primavera nos muestra su tristeza:
el silencio de esta tarde,
el canto de los vencejos
(silencio y no silencio)
son ahora los ángeles del tiempo.
Estalla un beso en la canción sumergida del amor.
Abre los ojos el muerto bajo el agua.

Primavera es amor:
el hechizo de los amaneceres, de las tardes y de las noches,
el amor que se pierde después de la esperanza,
la luz del ser,
los sentidos del poeta.

Primavera es amor y desamor.
Amor y desamor que al mismo tiempo laten,
que se confunden en el cielo de la nada.
Crepúsculos de amor, noches de esperanza.
Corazones rotos, venas estranguladas.
Gritos en el bosque de la muerte.

El silencio de esta tarde,
el insomnio de las palabras desnudas
y las imágenes del tiempo
son amores deshojados.
Pesan las gotas del dolor en el bosque de los sueños,
en el desierto de la vida,
en el mar del tiempo.
Arden las telarañas en el laboratorio de los poemas,
se iluminan las palabras en el ritual de la memoria.
Tiembla lo inmóvil.
Se desmorona el sentir sereno:
ojos abrasados por la melancolía.
Retornan pasadas existencias:
la memoria de tu cuerpo endurecido
como un naufragio en el mar del tiempo.
Esta es la primavera de la vida:
luz que envuelves todo,
amor que arrancas la música de los labios
y cubres de tristeza las nubes de mi sueño.
Sueño de voces muertas,
tiempo de amor inseguro.
Sueño real hacia la noche,
allá donde se funden la poesía y la plenitud de la vida.

Hechizo

 

Ese beso fue un hechizo.
Esa noche
fue un tesoro en mi vida.
Encontré lo que no busqué.
Sentí
lo que no había pensado.
Por primera vez encontré el amor,
le vi los ojos,
y eran los tuyos.

Eras tú

 

Te he visto acorralada entre latidos de esmeralda.
Palpable luz, mano débil, triste, agonizante. Un rumor nacía del silencio.
Pero allí no estabas, sino que emergías del fondo de un tiempo prohibido.

Nada en tus pasos, nada en tu carne, nada en tu llanto.

Te miraba, aunque no estuvieras delante de mí. Y fue sólo
una secuencia de instantes en la noche del amor.
Fue sólo un corazón vacío llenándose de vida, pulso a pulso, sangre a sangre,
luz a luz. Fue sólo una dicha de plenitud:
en el acorde de los símbolos
fluías entrelazada en la memoria;
imagen ausente.

Fue un temblor, fue un deseo, fue un ramaje apartando la luna de su vista,
fue un ciego sentir, fue un dolor a tientas.

Fue la noche más débil en la oscuridad más fría.
Fue el mismo desorden de la luz.
Fue una frágil voz en
lugar cerrado: eras tú.

​Lugar del amor

 

¿Dónde está el amor?
Allí en lo invisible,
en las manifestaciones inesperadas del olvido.

En el canto de los pájaros
hacia la muerte.
En la sombra de unos ojos cerrados
que sangran contra los párpados.
En la lluvia que dibuja
los corazones de tu ausencia.

El amor está en lo invisible,
en un verso en la memoria,
en los versos en el aire
(que evocan una realidad de amor).

Creo en lo invisible,
creo en la noche de los sueños,
creo en el amor de la distancia.

​Enséñame

 

Enséñame a cantar en la niebla,
a dibujar en la luz,
a sembrar amor en el olvido.
Enséñame a sentir la vida
allí donde la muerte reina.
Enséñame a dominar
los horizontes del instinto.
Toco una mano. Se desvanece.
Elevo mi voz hacia el silencio,
y late el corazón de los sentidos.
Estoy perdido,
perdido en el día,
perdido en la noche,
buscando un abismo.
Y este dolor
es como un ángel sin alas,
como un espejo vacío,
como una luna sin tiempo.

Luis Llorente, Segovia, 1984