¡Ay muerte más florida!

 

1

Nos ha traído una lengua lejana
a este puro silencio de bosque partido,
en el canto de ayer que se delata en nido,
en el silente nido que cantará mañana.

Callamos por la luz que se rebana,
por la hoja que se ha distraído
y cae. Yo estoy herido
de muerte, una muerte venial y liviana.

Cuelga en la luz, cuelga en la rama vencida,
en cuevas perfumadas se despeña,
y en dondequiera pienso y amo, me provoca.

¡Ay, ninfa descarnada! ¡Ay, muerte más florida!
Se prende una rosa, se prende una tarde pequeña
en el risueño plantel de su boca.

2

Entre dos continentes amarillos
y una marcha de perlas hacia dentro,
asomaba su prístina palabra
como semilla de su limpio mundo.

De sus labios colgaban los jardines,
gozosos de su alegre despedida,
y envueltos en su túnica sonora,
desflecaba los iris de su lengua.

¡Oh muerte, paraíso doloroso,
en tu mercadería de perfumes
anda luzbel de simple mariposa!

Pero en tus sienes, que las horas hacen
urna depositarla de sus mieles,
no tejeré ni una sola frase.

3

Después, cuando la sangre se gloríe
de haber ensortijado fieramente
millares de kilómetros febriles
en el pequeño huso de la estatua

y, rito silencioso el olvido,
trace por último su atenta firma,
para la identidad de la materia,
botín de pajarillos seculares:

reducirás a polvo el argumento
que tuve para hollar con pies altivos
los dorados insectos de la tierra.

Pero mientras ocurren los narcisos
a cegarme la fuente de los sueños,
tu enigma es floreciente margarita.

La resultante de un paisaje

 

Voy a gusto
-descuidadme, señores-
en la rueda del mundo.

Y sin remordimientos
y con mucha esperanza
a bajo precio.

Lo mismo voy mecido
en el verde columpio,
que muerto por el río.

Los árboles a una,
lanzaban con agrado
sus fumarolas verdes.

Pero allí se quedaban
-oh, qué tiernos-
dormidas en los brazos.

La sombra de mi cuerpo,
los hombres todos eran
dibujos caprichosos.

¡Qué torre disparada;
seguro que me iría
si el arco disparara!

Los ojos de agua, ledos,
tienen liras pulsadas
por ángeles secretos.

Y los ojos -¡creedme!-
y los ojos dormidos,
cerrados para siempre.

Yo me voy a los árboles
del alba
donde labro mis cárceles.

La verdad no es amor,
ni te amo,
pena mía y de todos.

La verdad es decirla
a sabiendas
del punto de partida.

Las vírgenes caídas

 

A su primer suspiro,
nadie tendió la mano;
sólo el abismo.

Después mil brazos
corrieron al auxilio,
pero ya entonces
ella no quiso.

Corría ya.
Se deslizaba por el ventisco
glaciar abajo,
lanzada,
pero guardando el equilibrio.
Siempre reflujo abajo,
más aprisa, siempre en vuelo, casi en vilo.

Tú acelerabas, vértigo;
acelerabas tú, racha de siglos.
¡Dios mío!
¿Acelerabas
tú mismo?

Quillas contra el viento
sus mellizos,
cabellera de relámpago asido.

¡Miradla!
La miraban. Un solo guiño
de los obscuros lobos
le despojó el vestido.
Allá quedó,
jirones, el armiño.

Lo demás,
siguió, se fue en un grito.
No el suyo.
Más no digo.

Manuel Ponce Zavala, Michoacán, 1913-1994

Misterios gloriosos

 

La Resurrección

Vuelva la muerte a su fosa
después que en la sombra inerte,
luchando en lid silenciosa,
rompió capullos de muerte
invencible mariposa.

 

La Ascensión

¿Por qué, domador de azares,
vuelves a tus patrios lares
y a la paz donde te subes,
siendo pescador de mares,
te haces pescador de nubes?

 

La venida del Espíritu Santo

Amor, no te conocía,
ni tampoco te creía,
hasta que tu fuego, amén,
me ha consumido recién,
¡y quién sabe todavía!

 

La Asunción de la Virgen

La rosa que tiene imán
en el más alto desvelo
gira entornada hacia el suelo
buscando, si se lo dan,
lo que le faltaba al cielo.

 

La Coronación de María

El mar, un difuso toro,
el aire, una cuerda fría,
la tierra un libro de oro,
y todo junto es un coro
para cantar a María.

La siesta de la rosa

 

¡Pobre de mí, que sé lo que es la rosa,
éxtasis en los páramos del día:
lo que es la llama, pero llama fría,
lo que más huye cuanto más se acosa

!Siempre que surjan vidas de la fosa
y se repueble la melancolía
de nuevos ángeles de poesía,
la rosa es la culpable, por hermosa.

Todo en la vida es rosa, ser extraño
que no parece que nos hace daño
y toca en lo más hondo de la llaga.
Todo en la vida es rosa, si es dudosa,
hasta la muerte cuando nos amaga:
sólo la rosa no es mentira, es rosa.

Manuel Ponce Zavala, Michoacán, 1913-1994